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Cristales Rotos. por Keny-chan

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Notas del capitulo:

Buenas... ¡ya sé! Me tardé mucho en actualizar, pero aaah, muchas cosas, en fin.

Este capítulo, de nuevo tendré que dividirlo en dos /: tal parece que me emocioné con eso de que no les había subido nuevo actualización y pues quedó muuy largo. 

La primera parte... creo que no es muy relevante o más bien no sucede algo muy emocionante pero es necesario leerlo, jeje. 

Ya no explicaré más, aquí la primera parte. 

Décimo primer acto.

Desesperación. 1° parte.

 

Kaiba había arrancado el coche en cuanto el rubio hubo cerrado la puerta. No aguantó más la risa. Estalló en carcajadas.

Ver el rostro desencajado y posteriormente molesto del dado, era la gloria eterna. Oh sí, Seto había visto a Devlin por el espejo retrovisor. Y precisamente Duke, tal parecía había reconocido su auto, se había percatado de la presencia de Joey, y de la bonita convivencia que estaban teniendo. Por eso había llevado a cabo su travesura. Había encontrado la oportunidad perfecta para poner en su lugar al imbécil de Devlin y encima poner sus labios sobre los de Wheeler.

 

¡Que tomara esa! No permitiría que ese jodido dado pusiera de nuevo sus manos sobre la persona de la que él, Seto Kaiba, inevitablemente se había enamorado. Sobre su cadáver.

Como había supuesto el castaño, había confirmado el significado del ciclón de emociones antes de que terminasen las dos semanas. Y efectivamente había sido lo primero de lo que había sospechado: amor. Estaba enamorado del perro, quizá era demasiado pronto para admitir que lo amaba. Pero de que lo quería, lo quería y mucho.

¿Quién diría que experimentaría el amor a sus 18 años? En realidad Seto creyó que eso jamás se daría, que no estaba hecho para enamorarse. Estaba equivocado. Y por primera vez en su vida estaba feliz de que ese fuera el caso.

¡Tenía emociones, podía reír con auténtica alegría, era humano y podía amar! Era asquerosamente cursi. Pero es que se había resignado a una vida de amargura y soledad, a morir sin experimentar lo que un individuo normal.

Pisó el acelerador. Adelantaría los documentos del día siguiente para poder trabajar en su proyecto sin ninguna preocupación.

 

 

 

 

 

Taki entró en seguida al restaurante. Fue a los vestidores, donde Joey terminada de vestirse la camisa.

Lo observó detenidamente unos instantes. Su rubio “hermano” esbozaba una pequeña y dulce sonrisa, mientras se abotonaba. Lo veía feliz e inevitablemente también sonrió.

Abrió su casillero, ubicado justo al lado del de Joey. Quien estaba muy entretenido con la corbata.

—   Así que… ¿finalmente estás saliendo con Kaiba? — preguntó con un gesto pícaro.

El chico se sobresaltó ante el cuestionamiento.

—   ¿A qué te refieres?

—   Agh, por favor Joseph. ¿Creíste que no me daría cuenta de que Kaiba te gusta?

—   Mierda. Debo dejar de ser tan obvio.

No es que lo seas. Pero te conozco demasiado bien. — sonrió.

El rubio suspiró.

—   Estás en lo correcto. Pero, ¿qué tiene eso que ver con si salgo o no con él? Es evidente que no es el caso Taki. Imaginas cosas.

—   Entonces, ¿me vas a decir, que el que Kaiba te traiga personalmente hasta acá y te bese al despedirse es la nueva forma en la que pelean? — cuestionó como si no fuera novedad lo que había visto.

El más joven se sintió desvanecer. Habían sido vistos, por Taki, pero descubiertos al fin y al cabo. Había enmudecido en seguida y el nudo en su garganta no le dejaba producir respuesta.

Ya no había razón para negarlo, y eso, de cierta forma, lo aliviaba. Suspiró resignado.

—   Aunque eso fue lo que sucedió, no quiere decir que seamos pareja. — explicó sinceramente decepcionado— Las cosas han cambiado y todo por culpa del proyecto del que te platiqué.  Ni yo lo comprendo. Todo es tan inusual que parece un… ¿sueño? No lo sé, la situación raya en la irrealidad. Si lo piensas bien, hasta resulta cómico.

Y aunque es verdad que a mí me gusta él… Bueno, tal vez algo más que sólo “gustar”; Kaiba no lo sabe y no quiero que lo sepa. Digamos que ir a trabajar en el proyecto a su casa, me ha permitido cambiar mi perspectiva de él. Pero no sé…

—   ¿Cambió de forma positiva?

—   Sí. En resumen puedo decirte que no somos tan distintos y que inlcuso podemos llevarnos bien. ¿Increíble, no?

—   Sólo un poco. Sin embargo, eso o me explica el que se besaran. — dijo aferrando su brazo con delicadeza.

—   Eso es algo que no puedo explicarte. No porque no quiera, sino porque ni yo lo entiendo. Y antes de que preguntes, no, no es la primera vez que me besa. No sé si lo hace para molestarme  o sea posible que yo le agrade.

Como dije, no lo sé y no quiero averiguarlo, al menos no ahora.

Está fuera de mis principios, pero prefiero disfrutar de nuestra situación actual. Todo terminará este viernes y a lo mejor todo vuelva a ser como antes.

—   Joey…

—   Por ello, no hay que hablar más del tema, ¿vale?— pidió con cierta tristeza en los ojos, pero con la misma sonrisa de siempre.

—   Tienes que decirle cómo te sientes. Algo me dice que el viento está a tu favor. — sugirió despeinándolo. — Al fin y al cabo, me tienes contigo pase lo que pase, idiota.  Venga, a trabajar.

—   Ja, andando.

 

Se abrazaron unos segundos y salieron a la recepción.

 

 

 

Ese jodido bastardo. Maldijo el nombre de Seto Kaiba en voz alta. De verdad, sólo ese sujeto lo podía sacar de sus cabales.

Sucedió, que gracias al estúpido proyecto, no había podido pasar mucho tiempo con cierto cachorrito.

Y el día que había quedado libre, el día que quiso y pudo ir a visitar a Joey a su trabajo… ¡Lo hallaba bajando del coche de Kaiba y besado por éste!

El hijo de puta se le había adelantado. Porque supo que ese beso fue a propósito, para retarlo que se acercase.

Como fuera. Ya era hora de tomar verdaderas cartas en el asunto. Entró al lugar, con el semblante despreocupado, renovado. Fue nuevamente recibido por el chico de ojos ámbar.

—   ¡Duke, qué sorpresa! — le saludó con una bonita sonrisa.

—   ¿Me extrañaste por esto lares, cachorrito?

—   Bastante debo admitir, ¿la mesa de siempre?

—   Si no es molestia.

—   Excelente, sígueme.

Lo acompañó hasta el balcón que había ocupado desde su primera visita, ese que se había vuelto suyo.

Joey le había entregado el menú y la carta de vinos.

—   Hay poca gente hoy— comentó escudriñando el lugar.

—   Sí. Esta noche ha sido reservada la mitad del lugar. Al parecer llevarán a cabo una importante reunión. — explicó sonriente.

—   Estás más alegre de lo usual, ¿sucedió algo?

Se sorprendió por la pregunta.

—   Sí— los ojos jade le miraron fijamente— Tu visita. Hace días que no pasabas por aquí.

—   Oh, que dulce de tu parte. Con eso de que me has cambiado…

—   ¿A qué te refieres?

—   ¡Ya no me quieres! Ahora sólo es Yami, Yami. Eres tan cruel, cachorrito. — dijo indignado. Apoyó la cara en una mano y dejó resbalar una lágrima por la morena piel.

Joey quedó perplejo. Creyó que lo decía en broma. Se sintió mal con su amigo porque tal vez fuera cierto. Se acercó a él y sin importarle que estuviera en turno, se arrodilló a su lado para mirarlo, no obstante el pelinegro ocultó su faz ensombrecida.

—   No era mi intención— comenzó— Yo no te he cambiado— puso su mano en el hombro del otro con delicadeza— Duke, por favor, no te pongas así, te compensaré.

En ese momento el pelinegro sonrió malicioso. Joey se dio cuenta, había caído en una trampa. Fue tomado por la muñeca, halado y besado sorpresivamente. El rubio iba zafarse, pero le dejó antes de eso. Sintió un cosquilleo en los labios.

—   No es justo que sólo Kaiba pueda hacerlo, ¿no? — repuso feliz de la vida.

Al percatarse del significado de sus palabras, enrojeció más, levantándose de inmediato. ¡Genial! También el niño dado los había visto.

—   No es lo que tú piensas. Él sólo estaba jugando, jodiéndome como es su costumbre. — justificó fingiendo disgusto.

—   No sabe hacer más. Pero dime Joey, si él lo hizo por esa razón, ¿por qué correspondiste tan dulcemente? — cuestionó con poco más frío.

Duke ya sabía la respuesta. Pero le gustaba que le hablaran de frente con lo obvio. Era su forma de fastidiar al prójimo y de una manera algo retorcida, castigar al rubio.

El mesero sudó frío. Comprendía y sabía por experiencia propia que Devlin podía llegar a ser un bastardo fastidioso. Más no necesitaba un segundo Kaiba para que le rompiesen las bolas.

Los orbes jade le miraban exigiendo una respuesta, los ámbar se negaban a darla, tercos.

—   ¿Y bien cachorrito?

—   Porque me dieron ganas. ¿Algún problema? Ocúpate de escoger tu cena en lugar de preocuparte por dónde pongo los labios— contestó molesto, pero sin perder la serenidad profesional.

—   Oh vamos, no te pongas así. Estoy celoso. Me gustas, ¿lo recuerdas?— sonrió.

El rubio había olvidado ese pequeño detalle. Sintió nuevamente el cosquilleo en la barriga, pero no con la misma intensidad que la primera vez.

Ciertamente las cosas habían cambiado a lo largo de esa semana. ¿Cómo responderle? Se gustaban, pero para Joey había alguien mucho más importante.

—   Yo…

—   Joseph, ¿qué pasa con esa orden? — interrumpió un Taki muy exasperado.

En su opinión, el pelinegro le tocaba los cojones aún más que el chico de orbes azules.

—   Perdona. ¿Ya sabe qué ordenar, señor Devlin?

—   Salmón en salsa de ciruela y la mejor botella de Lambrusco, por favor. — solicitó cortante.

—   En seguida. — hizo reverencia y se marcharon.

Era la segunda vez en esa noche que lo ponían de mal humor. Seguramente había contraído el virus de “Desorden-anímico-crónico-Kaiba” Resopló y sacó mu móvil, tecleando un breve mensaje.

Muy lindo tu chiste, Kaiba. Pero no me confiaría, quien sabe, igual y esta noche pierdes lo que estás creyendo tuyo.

D.D

 

 

Se dispuso a esperar a que el rubio volviera con su comida. Para no aburrirse, observó a la enorme masa de comensales bien trajeados que acaba de llegar, guiados por  Joey, el molesto castaño y dos tipos más.

 

 

 

 

—   Deberías alejarte de Devlin, no me agrada— espetó el castaño chocolate.

Caminaban hacia la cocina para dejar la orden del pelinegro al chef.

—   ¿Por qué? ¿Sólo porque es un poco bastardo? — cuestionó un tanto divertido.

—   No estoy jugando Joey. Si vas a salir con un idiota, que sea el idiota de Kaiba. Él al menos tiene argumentos sólidos para ser un desgraciado, ese remedo de arlequín no— contestó a regañadientes, nada contento.  

Joseph, rio.

—   No tienes que alterarte tanto. Sé cuidarme. De cualquier manera, no elijo a ninguno.

El castaño estaba por replicar cuando su jefe los interceptó.

—   Muchachos, los ejecutivos han llegado, se los dejo a ustedes y a Akatsuki-kun e Inoue-kun— dijo y se retiró.

No había alternativa, mientras estaba la cena de Duke tendría que encargarse de eso. Los cuatro meseros se aventuraron a la puerta para recibir sombreros y abrigos.

Llenaron algunos percheros y después del condujeron a su enorme mesa. Eran alrededor de 30 hombres de mediana edad, tal vez más. Vestidos impecablemente.

—   Al parecer son todos— dijo Akatsuki, poniendo los últimos abrigos en un perchero disponible.

—   Entonces empecemos a tomar órdenes— dijo Joey, permaneciendo en el recibidor por si llegaba algún rezagado.

—   Iré junto a Tsuki y Noe. No tardes— indicó el castaño, yendo con sus compañeros.

—   Bien.

—   Buenas noches. Soy Alexander Temple— saludó un hombre evidentemente extranjero, de cabello oscuro y ojos grises, joven, alrededor de 30 años, bien parecido y muy educado.

—   Buenas noches, señor Temple. Permítame su abrigo y de inmediato le conduzco a su sitio— contestó el rubio, acomodándose los lentes sobre el puente de la nariz.

Una vez hecha esa pequeña tarea, tomó uno de los menús y le indicó el camino a su mesa.

Temple tomó asiento a la cabeza del tablón. Los demás hombres le saludaron con tremendo respeto y apretones afectuosos de mano.

Los meseros observaban algo curiosos. Esperaron a que la bienvenida terminara, para enseguida Joey, como mesero en jefe, se presentara y terminara de anotar órdenes. Consistentes en los platillos más caros y los vinos más selectos.

Akatsuki e Inoue desaparecieron para llevar los pedidos y al mismo tiempo ayudar en la cocina. Taki y Joey sirvieron aperitivos y algo de vino.

El castaño fue llamado un momento y sólo quedó el rubio a cargo de la mesa.

Temple lo observó unos segundos. El muchacho era demasiado llamativo para ser un simple japonés. Él era un hombre bastante curioso, así que preguntó sin más.

—   Joseph ven un momento— pidió.

El chico acudió a él, colocándose a un lado.

—   Dígame, Mr. Temple.

—   Estaba observándote y por el color de tu cabello y ojos, algo me dice que no eres japonés, ¿me equivoco? — expresó con una discreta sonrisa.

—   No del todo señor. Mi padre es inglés, pero tiene ascendencia alemana y mi madre sí es japonesa. Aunque nací en este país. — respondió algo dudoso.

—   ¿Me dijiste tu apellido?

—   Wheeler, ¿por qué señor? — al mesero ya no les estaba gustando el rumbo de su “conservación”

—   Wheeler, eh. Es interesante.

—   Joseph-san, Lafayette te solicita en la cocina. — llamó Akatsuki.

—   En seguida voy. Con permiso Mr. Temple, no tardo. — le hizo una reverencia y fue al lugar señalado.

Temple llamó a su secretario, le dedicó unas cuantas palabras y colgó. Continuando con su cena.

 

 

 

Joey se dirigió a donde Lafayette, quien le entregó la cena de Duke.

Volvió al balcón de éste y le sirvió como siempre.

—   Perdón la tardanza, me han dejado a cargo de la reunión de la que te hablé cuando llegaste— explicó.

—   Eso quiere decir, ¿no cenarás conmigo hoy?— interrogó haciendo un puchero.

—   No puedo, discúlpame. Antes de que me marche, ¿necesitas algo más? Vendré a verte cada diez minutos por si se te ofrece algo. — dijo verdaderamente apenado.

—   Sí, ¿puedes poner la servilleta alrededor de mi cuello y besarme? — pidió con una sonrisa socarrona.

—   La servilleta sí, el beso no.

—   ¡Qué aburrido eres!— frunció las cejas.

Le miró un momento. Duke era imposible. Suspiró, tomó la servilleta y la anudó rápidamente, se inclinó y depositó un veloz beso en la mejilla izquierda, le sonrió y se retiró, recordándole lo de los 10 minutos.

El pelinegro se quedó pensando. Se dio cuenta de que ya no lograba provocar al rubio o al menos no con la misma facilidad.

Gruñó. Estaba de mal humor, necesitaba relajarse o viviría con el ceño eternamente fruncido, como cierta persona.

Mientras Joey estuviera trabajando, nada podría hacer, así que mejor empezó a cenar, ya pensaría en como chantajearlo a su regreso.

 

 

Anduvo toda la noche entre la mesa de los ejecutivos y la de Duke hasta que finalmente dio la una. Estaba agotado, manteniendo breves pláticas con el tal Temple y soportando los berrinches de Devlin.

Les había despedido alrededor de las 12:30 AM. Duke había prometido esperarlo para dejarlo en casa.

Habían dejado todo limpio ya, sólo hacía falta tirar la basura, actividad que Joey se había ofrecido a realizar.

Llevó en cada mano tres bolsas regordetas de desechos. Salió por la puerta trasera, la que daba al callejón donde estaba el enorme depósito. Abrió la enorme tapa del contenedor con pereza y arrojó las bolsas dentro cerrándolo de nuevo.

Suspiró, verdaderamente se sentía derrotado. El callejón estaba oscuro. Antes de que pudiera entrar de nuevo al local unas extrañas manos le cubrieron la boca y le sujetaron por detrás de la espalda.

—   ¿Qué demonios?— cuestionó asustado.

Notas finales:

¿Qué tal? Ains, no sé, jaja. Dejen su opinión. La segunda parte no tardo en subirla. 

Besos. 


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