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Cristales Rotos. por Keny-chan

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Notas del capitulo:

Hello, hello minna-san. 

Ya traigo el acto número doce. ¡Gracias por dejar opiniones sinceras sobre el capítulo anterior! Espero con éste se sientan un poco más satisfechas :3 

Tiene bastante OoC, a mi parecer. Puede tener faltas de ortografía. 

A leer.

Décimo segundo acto

Llanto

 

Se removió parsimoniosamente bajo las sábanas, sin abrir los ojos. Su cabeza no descansaba en su mullida almohada y alrededor de su cintura “algo” se ceñía.  Extrañado por la inusual comodidad, despertó completamente, encontrándose de frente el tranquilo rostro durmiente de Duke.

Se sorprendió, desubicándose.

 

¿Qué estaba pasando allí? ¿Por qué Duke…?

—   Oh… ahora recuerdo

 

Las imágenes llegaron a él con naturalidad. El rubor azotó brutalmente en su rostro. Había hecho “cosas” con uno de sus mejores amigos y le había gustado… ¿Era normal no? Después de todo el placer era el placer y acompañado con ternura, aún más.

—   Joder… — quiso estrellar su cabeza con algo y lo único que encontró para ello había sido el pecho de Devlin.

—   ¿Sucede algo Joey? ¿Te sientes mal? — preguntó una perezosa voz ronca.

—   No es la gran cosa… creo.

 

Escondió el rostro como pudo, era demasiada su vergüenza. La cara le quemaba. El pelinegro no pudo evitar sonreír, era bastante divertido ver las expresiones del rubio. Así que lo estrujó contra su cuerpo con más ahínco.

 

—   ¿Asustado? — rio— No pasó nada que no quisieras, así que no se te ocurra reclamarme.

—   No es como si lo fuera a hacer— susurró— Se hace tarde para la escuela.

—   Es verdad, tengo que ir por mi uniforme.

 

Se levantó con pesar. Se desperezó dejando a la vista su completa desnudez, Joey se dio cuenta y se ocultó de nuevo bajo las mantas, descubriendo que tampoco tenía prenda encima.

—   ¡Qué demonios!

—   No tengo nada que no hayas visto ya y que tú no tengas. — reprochó el pelinegro.

—   ¡Ya lo sé, no molestes! Pero al menos pudiste vestirte… vestirme… ¡Algo!— recriminó mostrando sus enfurruñadas orbes miel.

—   Jajaja, tampoco soy tu sirviente, cariño. — se inclinó y le besó la mejilla para después desaparecer en el interior del baño.

—   Menudo sinvergüenza.

 

Resopló. Sentía la fatiga en cada uno de sus músculos. Se echó en toda la extensión del colchón y se estiró. Miró al techo viendo nada en realidad, recordó los hechos de la noche pasada y un escalofrío le estremeció. Había estado a punto de ser violado… Pero sabía quién había sido y eso no se quedaría así.

 

—   Cachorrito, iré a mi apartamento por mi mochila y el uniforme, ¿quieres que vuelva por ti para llevarte? — preguntó Duke desde el marco de la puerta.

 

Joey lo pensó unos segundos, apenas tenía voluntad para moverse.

—   Si no es molestia. — respondió con una sonrisa.

—   Para nada. Regreso en 40 minutos.

 

No dijo más y salió hacia su destino. El rubio aprovechó para levantarse y meterse a bañar.

 

 

 

A los quince minutos ya salía del baño con todo y uniforme. Dejó la toalla alrededor del cuello, esa con la que se había secado el cabello.

Tomó el teléfono un tanto indeciso, pero finalmente suspiró y marcó. El timbre sonó cuatro veces y una voz grave respondió al otro lado.

—   Hello, Johannes Wheeler. Who’s calling?

—   Grandpa, I’m Joseph. Can I talk with you?

—   ¡Joseph, hijo mío! Por supuesto, ¿en qué puede ayudarte este viejo?

—   Bueno… es un tanto complicado. Empezaré preguntando, ¿conoces a un tal Alexander Temple?— preguntó un tanto angustiado.

—   Sí. Estuve a punto de cerrar un trato con él, pero debido a un fraude que encabezó con otra empresa, lo rechacé. ¿Cómo es que lo conoces?— cuestionó bastante extrañado.

—   Mera casualidad. Estoy trabajando como mesero en un restaurante, ¿lo recuerdas? Llevó a cabo una importante reunión y estuve a cargo de su mesa. Al parecer reconoció mi apellido en cuanto lo dije. — explicó, procurando no preocupar más a su abuelo.

—   Maldición, ¿hizo algo después de enterarse?

—   No inmediatamente, pero algo me dice que en el transcurso de la noche preparó una sorpresa para ti. — contestó, dudando de continuar.

—   Joseph, ya dime qué fue lo que sucedió. Me haré cargo en seguida.

 

El rubio guardó silencio unos momentos. Respiró profundo y decidió contarle las cosas a su abuelo, él era un buen hombre y a pesar de apenas conocerse de unos cinco años atrás, le tenía mucha confianza. Además el hombre siempre se preocupaba y cuidaba de él, a la distancia.

—   Lo que estoy a punto de decirte es algo fuerte, así que te pido estés preparado y lo tomes con madurez— pidió finalmente.

—   Bien, bien, lo intentaré hijo. Pero ya dime.

—   Okay… Él, con ayuda de sus gorilas, me drogó e intentó abusar de mí… ya sabes… sexualmente hablando. — soltó por fin, apenas respirando.

 

Un sepulcral silencio quedó del otro lado de la línea. Seguramente su abuelo intentaba procesarlo y no explotar en una sarta de improperios.

—   Son of the bitch! I kill him, I really really kill him! — gritó colérico sobre el auricular.

—   Abuelo — ignorado— Abuelo… ¡Johannes! — gritó, callando al hombre. Éste odiaba ser llamado así por su adorado nieto— Tampoco quiero que te vuelvas un mercenario. Te lo cuento sólo para que estés alerta por si intenta algo más directo.

—   ¿Cómo puedes estar tan tranquilo cuando estuviste a nada de ser violado? — cuestionó acongojado.

—   Porque no logró hacer de las suyas. Si me deprimiera y preocupara por ello más de lo debido me volvería un inútil. Además, he pasado por cosas mucho peores. Sé cuidarme, no te angusties más. Pero a ti te pido estés alerta y te cuides, ¿bien? Llámame en cuanto hayas arreglado el asunto y no te sobrepases. — pidió con una sonrisa.

—   Sólo porque tú lo pides Joey. Ven a visitarme cuando puedas, ¿te llegó el dinero de este mes?— interrogó cambiando de tema, sabiendo que su nieto tenía un carácter invaluable. 

—   Llegó, pero te he dicho un millón de veces que dejes de mandarlo. Puedo mantenerme solo, abuelo. — suspiró.

—   No lo dudo, pero no está de más que tengas alguna reserva, por cualquier cosa. Ya se te ha de hacer tarde para el colegio, pronto te llamo.

—   Claro.

—   Te quiero, hijo.

—   Y yo a ti, abuelo.

 

Colgó. Su abuelo podría lucir como un frío empresario, pero era, como dirían las mujeres, un pan de dios. Siempre le procuraba todo, aunque él lo rechazara por no estar acostumbrado a los lujos.

 

La puerta de su apartamento fue golpeada amablemente.

—   Joey, es hora de irnos.

—   Voy saliendo, Duke.

 

Tomó su mochila y salió, caminando junto a su amigo hasta el coche. El pelinegro lo veía con una imborrable y divertida sonrisa cada que paraban en un semáforo en rojo. Él no hacía más que abochornarse, el problema sería ver a Seto a la cara.

 

 

 

Seto se encontraba en el interior del aula desde temprano, como era su costumbre. Hundiendo la azulina vista en la página de su libro, la cual no están realmente leyendo.

 

La noche anterior, precisamente cuando terminaba de elaborar esos jodidos documentos, le había llegado un mensaje. Al abrirlo y leerlo, la furia le recorrió la sangre más rápido que insulina inyectable.

Estaba siendo amenazado por un imbécil. Prefirió calmarse y ser paciente. Era verdad que se había prometido no dejarle tocar a Joey de nuevo, pero nada ganaba yendo al restaurante y montar una escena. Es más, estaba seguro que cierto rubio cumpliría la promesa de romperle el “orgullo” si hacía aquello en su lugar de trabajo.

 

Conociendo a Wheeler, éste no le permitiría hacer nada al moreno, eso lo tranquilizaba un poco. Pero sólo por si las dudas le preguntaría antes de clases.

 

Y allí estaba, esperando a que el perro llegara para interrogarlo. Hastiado de estar sentado, y percatándose de que aún faltaban quince minutos para el primer timbre, salió a respirar un poco del fresco aire. Pero al hacerlo, vio a la entrada, que Joey bajaba del coche del Dado, mientras éste lo estacionaba más adelante.

 

Lo esperó en la puerta y cuando el pelinegro regresó, caminaron juntos hacia el interior. Al llegar al edificio se toparon de lleno con un castaño malhumorado. Devlin sonrió con suficiencia, mientras el de azulina mirada le asesinaba mentalmente.

—   Bueno días, Kaiba. ¿Tan temprano de malas pulgas?— preguntó sarcástico el otro moreno.

 

Lo ignoró y fijó de inmediato la vista en Joey.

—   Buenas… ¿todo bien? — interrogó dada lo misteriosa que resultaba la mirada azul.

—   Tú dímelo, perro. — gruñó.

—   ¿Qué te hice ahora?— replicó, tirando al traste la buena vibra.

—   Sólo cállate y ven conmigo. — argumentó, tomándolo de la camisa y llevándolo a rastras consigo.

—   ¡Ey! — se quejó.

—   ¡¿Recibiste mi mensaje?! — alcanzó a gritar el ojiverde, siendo ignorado.

 

Kaiba no dijo nada. Lo llevó al salón y lo depositó sin educación en el pupitre, a un lado suyo. Sus compañeros lo observaron, más prefirieron no comentar o acrecentarían la notable furia del castaño.

 

Tristán, Tea, Yugi y Yami lo miraron con algo de pesar. El pequeño Motou y Atem sabían que su amigo era amado abrasadoramente. Sonrieron.

 

 

 

 

 

El ánimo de Kaiba había mejorado lo suficiente para la hora de salida. Joey se despidió de sus amigos y siguió al castaño hasta su auto, dirigiéndose a la mansión Kaiba para terminar lo que hiciera falta de su proyecto.

 

Habían puesto música, como siempre e intercambiaron unas cuantas palabras en el transcurso.

 

—   Buenas tarde, señor. — saludó Aikawa— tomando, como siempre el portafolio del castaño. — Buenas tardes, joven Wheeler.

—   Aikawa-san, le he dicho varias veces que puede llamarme por mi nombre, es algo vergonzoso si me llama “Joven Wheeler” — comentó con una mueco cómica, el rubio.

—   Espero me disculpe, pero es imposible para mí tutearlo aunque quiera. — respondió el mayordomo.

—   Ya, ya. Como usted se acomode. — dijo derrotado.

—   ¿Quiere que sea llevada la comida a la biblioteca o prefieren acompañar al Joven Mokuba, señor?

—   Esta tarde comeremos con Mokuba, así que llámanos cuando sea pertinente.

—   Como ordene, señor.

 

Se inclinó discretamente y se perdió en la cocina. Joey se adelantó hacia la biblioteca. Tal vez odiaba poquito admitirlo, pero ya se movía con familiaridad y confianza por la mansión. Seto le seguía de cerca, unos pasos más atrás, más sereno ya. Observarlo tan entusiasmado por trabajar a su lado, le traía alegría y paz.  

Sabía que no podía reclamarle nada en caso de que ciertamente hubiera pasado algo entre él y el estúpido de Devlin, puesto que aún no se declaraba. Pero eso, esperaba él, cambiara pronto.

 

Entró a la biblioteca y caminó hasta el primer escritorio, que era en el que casi siempre se sentaban a debatir y redactar.

 

—   ¿Ya los leíste?— preguntó refiriéndose a los artículos que le había prestado.

—   Por supuesto. ¿Quieres que los lea para ti? — sugirió Kaiba, parándose a su lado, con una sonrisa.

—   ¿En serio lo harías? Es terroríficamente amable de tu parte. — añadió con mofa.

—   Si no quieres mi amabilidad, entonces a echar pulgas a otro lado, perro.

 

Joey en lugar de molestarse, soltó una ligera risa. Sabía que Seto no le había dicho lo último con verdadero molestia.

 

—   Si ese es el caso. Por favor, joven Kaiba, ¿puede leerlos para mí?

 

El castaño sonrió. Le indicó que lo siguiera y se tumbaron en la alfombra, recargados contra la pared. Seto leyó cada uno con una voz grave y simpática. El rubio escuchaba cada palabra con absoluta atención, de vez en cuando desviando la mirada a los labios morenos que se movían sin parar.

 

—   Siempre que estamos aquí, todo es tan distinto. Como si hubiera una atmósfera de felicidad rodeándonos. — susurró, pensando en voz alta.

 

El ojiazul, que terminaba de leer el último artículo, le escuchó con claridad y sintió el corazón golpetear con fuerza.

—   ¿Entonces piensas lo mismo?

—   ¿Eh? ¡Ah!,  lo que quiero decir es que… Bueno, no nos peleamos y esas cosas… No sé. — respondió apenado, el muy tonto lo había dicho, no pensado.

—   Ya veo. — lo miró con detenimiento. El rubor en sus mejillas y la diminuta sonrisa. Pero también se dio cuenta de que lucía cansado. — Estás fatigado, ¿tuviste un día muy duro ayer en el trabajo? — cuestionó realmente interesado.

 

Los ojos ámbar le miraron algo sorprendidos. ¿Desde cuándo le preguntaba por esas cosas? Era extremadamente raro, pero al mismo tiempo era algo que le hacía sentir… especial.  Y quisieran o no, ya habían creado cierta confianza de carácter peculiar entre los dos.

¿Estaría bien decirle?

 

—   ¿No te burlarás de mí si te lo cuento?— preguntó algo reacio.

—   Uhmm, depende. ¿Es muy bobo? — preguntó divertido, pero al ver el rostro serio del rubio, desistió.

—   Lo diré, pero si te ríes, te mato. — Seto asintió — Ayer hubo una reunión importante de ejecutivos en el restaurante. El jefe, al parecer, es un hombre llamado Alexander Temple. Ese sujeto,  apenas esta mañana, me enteré que estaba en negociaciones con mi abuelo, Johannes Wheeler, pero por un fraude que cometió, mi abuelo lo mandó al carajo. Son meras suposiciones mías, pero no siento que sea erróneo, intentó vengarse a través de mí, aprovechando la casualidad. — explicó aún algo tranquilo.

—   ¿Y cómo fue que intentó vengarse?— preguntó intrigado.

—   Bueno… cuando fui a sacar la basura al callejón… fui atacado… — miró los lagos del castaño —… drogado… y por poco…. —  el otro le incitaba a continuar, pero al ver al hombre del que estaba enamorado la seguridad con la que había sobrellevado el tema durante la mañana se vino abajo. Sus hombros temblaban al resistir el llanto.

—   ¿Y por poco…?— insistió Kaiba, que comenzaba a preocuparse al ver los ojos aguados del rubio.

—   … Y por poco… violado. — susurró, dejando caer las cristalinas gotas, soportando los sollozos en su garganta.

—   ¡¿QUÉ?!— exclamó enfurecido.

—   Seto, espera. — tragó duro. — No pasó nada, logré escapar. Pero…

—   ¡¿Pero qué, maldición?!

 

Sin pensar, dejando la mente prácticamente en blanco, su cuerpo se movió por sí solo. Se abrazó al cuello del castaño, que fuera de alejarlo, lo recibió ansioso.  Joey rompió completamente en blanco, fuera de sí. Kaiba no hacía más que consolarlo con suaves caricias en la espalda y el cabello.

 

—   Te traicioné… no quería, pero mi estúpido cuerpo… ¡esa jodida droga no me dejó pensar!— sollozaba en su oído, él estaba impactado, pero le dejó hablar. — Si no hubiera sido por Duke, yo no habría podido…. quitarme ese calor de encima… lo dejé tocarme… ¡Maldita sea! — lloró más — Perdóname Seto, perdóname. Si hubieras sido tú, yo no… yo no estaría arrepentido… — musitó escondiendo el rostro en el cuello del moreno. Dejando caer las lágrimas, sin saber que había confesado sus sentimientos de manera inconsciente.

 

Kaiba no sabía qué pensar. Por una parte estaba feliz, Joey sentía lo mismo por él. Por la otra, estaba angustiado, su más preciado tesoro había estado a punto de ser robado y mancillado y por una tercera parte, estaba fúrico, Devlin se la pagaría con intereses.

 

Se quedaron un rato más así, hasta que Joey cayó rendido en ese abrazo del puro cansancio y de tanto llorar. Ahora ese níveo cuerpo se sentía demasiado liviano. Lo acomodó en su espalda y lo llevó a su habitación, dejándolo recostado en la amplia cama. Lo cubrió con una manta ligera y se sentó a su lado, en el sofá contiguo. Lo contempló mientras dormía.

Aunque lo de Devlin y Joey hubiera sido por placer mutuo, no podía detestar o desilusionarse del cachorro. Eso jamás.

 

El corazón de Seto Kaiba, cuando se trataba de Joseph, era muy blando.

Tomó el celular del durmiente y marcó un número en específico. Avisó que éste no llegaría a trabajar por cuestiones de salud y se dispuso a velar su sueño en lo que les llamaban para comer.

 

Suspiró en sueños y un “Seto” se escapó dulcemente de sus labios.  El aludido sonrió y se inclinó para depositar un beso en su dorada cabeza.

 

—   Date por muerto, Devlin. 

Notas finales:

¿Quedó mejor? No sé, ustedes digan, yo tengo sueño y ya no sé, jajaja. 

En fin, muchas gracias a las personas que comentan, muy lindos mensajes de verdad. Y también muchas gracias a todoas las personas que pasan a leer. 

¿Va agarrando un poco más de forma? Espero que sí. 

Bueno, me despido hasta el siguiente capítulo. 

Besos.


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