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Cristales Rotos. por Keny-chan

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Notas del capitulo:

¡Uwaaaa, ya sé que no tengo perdón! D'x 

Es que... arg, ¿les explico? Para no hacer el cuento largo, apenas terminó mi semestre y estuvo pesado el último mes entre tareas, trabajos y exámenes. En fin. 

 

Por fin, ¡por fin! puedo traerles este capítulo *llora amargamente* espero no em hayan mandado ya al carajo. 

Siento que quedó muy mono xD

Espero les guste. Este va por ti Desire. 

 

¡A leer! 

 

Décimo tercer acto

Impaciencia

 

Yugi se sentía impaciente. Las dos semanas de plazo estaban por terminar, hecho que de una forma, agradecía de corazón.

Tratar con Nozomi-kun le había ayudado a distraerse considerablemente de la situación con Yami. No obstante, también se sentía abrumado a su lado.

Nozomi era muy atento con él. Le escuchaba, le animaba, le gustaba hacerle sonreír, le consentía con dulces o invitaciones a comer. El menor no podía negarse. Incluso la noche anterior había recibido una especie de declaración amorosa de su parte.

—   Todo este tiempo te he observado. Y descubrí que deseo pasar una eternidad a tu lado— le había dicho.

 

Yugi no respondió y el otro en realidad no esperaba respuesta. Después de eso el pelinegro no dijo más, se despidió y desapareció.

 

El pequeño Motou se lamentó. No importaba que quisiera darle una oportunidad, no podía olvidar al faraón de la noche a la mañana ni de un mes a otro. Se creyó estúpido. Pero se debía a la esperanza que el otro, sin querer, le había plantado en el corazón.

 

 

Era jueves. Al día siguiente presentarían su trabajo en el congreso. Ese sería el último día que vería a Nozomi fuera de la escuela. El timbre sonó y allí estaba él.

 

—   Buenas tardes, Yugi-kun.

—   Hola, pasa.

 

Se dirigieron a la habitación del más bajo, donde estaba todo el material.

 

—   Sobre el escritorio está la maqueta y a un lado, el reporte. ¿Crees necesario modificar algo? — preguntó con su tenue voz, a un lado.

El pelinegro observó con ojo crítico la maqueta, quedando satisfecho.

 

—   No, es perfecta — sonrió, sosteniéndole la mirada. 

—   Uhm, Nozomi-kun, quería preguntarte… sobre lo que dijiste ayer, antes de marcharte. — susurró sin alejar sus orbes de las pupilas azulinas.

—   ¿Qué sucede con eso? ¿Quieres corroborar su significado?

—   Pues… sí.

—   Bueno — pausó, inclinándose sólo lo necesario para quedar a su altura— Es justo lo que dije. Quiero estar contigo porque me gustas. Me enloqueces. — concluyó acortando la distancia entre sus rostros.

 

El pequeño estaba avergonzado, la cercanía era mucha y la mirada azul era tan profunda.

 

—   Yo no…

Un sorpresivo beso, un roce solamente, se instaló sobre sus labios.

 

—   Yugi, voy a casa de Du…

 

Nozomi se alejó al escuchar a Yami entrar, lo miró con una expresión aburrida. El moreno se quedó plantado en la entrada, con el ceño fruncido.

 

—   Ya-Yami, esto no…

—   No es bueno entrar a la alcoba de alguien sin previo aviso. — comentó con una recién formada sonrisa.

 

 Impulsado por la sangre borboteante que corría por sus venas, se interpuso entre los dos cuerpos, protegiendo a Yugi tras su espalda.

 

—   No vuelvas a tocarlo — amenazó

—   Oh vamos. Deja que él decida, tú quédate de lado.

—   ¡Qué importa! ¡No permitiré que tú o alguien más lo tenga! Escucha bien Matsuyama — tomó la mano del menor — Yugi Motou es mío, ¡MÍO Y DE NADIE MÁS!

 

Lo haló y lo llevó hasta su propia habitación, azotando la puerta y poniendo el seguro. Dejando al chico de cabello negro en donde estaba.

 

—   No vuelvo a cumplirle un favor de este tipo a Joey — musitó con una sonrisa.

 

Respiró. Tomó la maqueta y el engargolado, marchándose a su hogar, pues alguien a quien le debía una disculpa lo aguardaba.

 

 

Atem permanecía contra la puerta, inspirando grandes bocanadas de oxígeno para poder tranquilizarse.

El más pequeño, parado frente a él, lo veía con una mezcla extraña de emociones: desconfianza, preocupación y felicidad.

—   Lo lamento. Dije todas esas cosas sin considerar tus sentimientos y sé que no tengo derecho a reclamar semejante asunto después de todo por lo que te hice pasar.

 

Pero me di cuenta que todo lo que siento por ti, lo canalicé en Joey, que es la persona más cercana a ti. Lo confundí todo, te hice daño y prácticamente lo engañé a él.

 

Soy un imbécil. Uno que no supo distinguir lo que en verdad sentía.

 

Y aunque ahora sé que te amo con la peor de las locuras… si tu deseo es estar con Matsuyama… me haré a un lado y no volveré a molestar — cayó de rodillas, respirando muy agitado aún.

 

 

Yugi se acercó, arrodillándose frente a él, muy cerca. Coló sus manitas por el rostro canela del faraón y lo obligó a mirarlo.

 

—   ¿Me amas?

—   Como a nadie.

 

Lo besó con ternura, Yami se sorprendió.

 

—   ¿Mis labios… o los de Joey?

—   Los tuyos una y mil veces.

 

Se abrazó a él, rodeándolo fuertemente con amor.

 

—   ¿Mi cuerpo o el de él? — susurró.

—   El tuyo— contestó correspondiendo la cercanía.

—   Entonces… — dejó sus labios a escasos milímetros de los otros — Hazme tuyo — murmuró, volviendo a besarlo.

 

Yami no pudo más. Lo besó con fuerza, dulzura, hambruna y amor. Explorando la boquita de inmediato. Yugi intentaba seguirle el paso, siendo arrastrado por la pasión del mayor.

 

Gimió pidiendo aire. Sus labios fueron liberados tan sólo unos segundos para ser devorados en breve.

 

Lo levantó con cuidado y cargando el liviano cuerpo, se dejó caer sobre el colchón. Habían estado esperando tanto. Yami rápidamente se quitó la chaqueta, siendo ayudado por unas dulces y pequeñas manos, sin dejar de besarse.

 

—   Desvísteme — suplicó el menor entre jadeos — Márcame — gimió — Ámame, Yami.

 

Con esa voz y esas palabras, ambos se entregaron al otro durante toda la noche. Dejando fluir ese río de amor que crecía a causa de ambos.

 

 

 

—   ¿Crees tardar mucho más?

—   ¿Por qué eres tan impaciente? Prácticamente terminamos el trabajo desde el martes, ya ni siquiera tengo por qué ir a tu casa…

—   Donde no vengas, te rompo el orgullo, Wheeler. — bufó. 

—   Vale, vale — rio sosteniendo con dificultad el celular — Ya no me falta comprar más que una cosa, ¿bien? Llego en media hora.

—   Te quiero aquí en treinta minutos exactos. — colgó.

 

Soltó unas cuántas carcajadas. Kaiba podía llegar a ser demasiado cómico desde su punto de vista.

 

En efecto, habían terminado el trabajo, que en realidad sólo era ajustar hasta el más mínimo detalle, el día que le había contado sobre el intento de violación.

Y aunque pareciera increíble no recordaba bien qué había pasado después de aferrarse a Seto mientras lloraba como Magdalena. Pero desde entonces se sentía mucho más… tranquilo. Y el castaño era más… ¿atento? con su persona. Si las cosas entre ellos ya estaban raras, ahora se habían vuelto paradójicas por completo.

 

Eso había sido el martes… ya era jueves… casi tres días del incidente y las cosas habían cambiado de nuevo.

 

¡Una barbaridad! ¡Por dios, que le dijeran loco pero él podía casi jurar que ahora lucían como una pareja! Se ruborizó, ya encaminándose a la casa Kaiba (que ya no se le antojaba una mansión) con ambas manos atestadas de bolsas plásticas con mandado.

 

¿Y a qué se debía esto? Tanto en la escuela, como después de ella, sólo hasta la jornada de trabajo, no lo dejaba ni a luz ni a sombra. En la escuela se llevaban “normal”, peleando todo el tiempo, aunque sentándose juntos con el pretexto del trabajo de Historia. Durante los recesos, discretamente lo arrastraba  a la azotea del plantel para almorzar juntos y robarle uno que otro beso. Detalle que él lo sacaba de onda, pero del cual, obviamente no se quejaba. Después de clases, iban a casa del castaño y se encerraban en la biblioteca a hacer nada en realidad. Leían, se molestaban, platicaban, jugaban y se besaban.

 

Bien, lo estaba viendo como si llevaran meses haciendo eso, cuando en realidad había sido el día anterior y ese mismo día.

 

En compañía del empresario el tiempo pasaba tan dulcemente lento, que le parecía una eternidad.

 

Ya estás fantaseando como nena, de nuevo Joseph. Concéntrate.

 

Tocó el timbre de la puerta principal de la mansión, puesto que los guardias ya le dejaban pasar la verja sin identificarse.

 

—   Veintiocho minutos, nada mal, Pulgas. — le recibió el castaño, dejándole el paso.

—   Puedo ser bastante puntual cuando me lo propongo. Pero no te acostumbres. — le espetó, divertido.

 

Subió las escaleras hasta el cuarto de juegos y entretenimiento. Donde se hallaba una enorme (E N O R M E) pantalla,  una felpuda alfombra roja, cortinas gruesas, sillones y un pequeño Mokuba muy entusiasmado frente el anaquel de películas.

 

—   ¡Joey, llegaste! — exclamó el menor de los Kaiba, arrojándose a sus brazos, estrechándole.

—   Moki, que no respiro — rio, correspondiéndole. — Toma, deja esto sobre la mesa.

Mokuba obedeció tomando las bolsas y vaciándolas en la mesa.

 

—   Sabes que no era necesario que compraras todo eso, aquí tenemos lo que quieras — comentó Seto, que acaba de entrar al recinto, vistiendo unos jeans sencillos y una playera manga larga negra.

—   Lo sé, lo sé. Pero siempre estoy asaltando tu refrigerador, es lo menos que puedo hacer. — respondió con una sonrisa. — Lo que me recuerda… Chibi, alcánzame esa bolsa de palomitas y la cajita junto a ellas. Gracias. Ya vengo, usaré tu cocina.

 

Salió hacia el lugar indicado. Ambos hermanos Kaiba le siguieron con la mirada, quedando finalmente solos.

 

Mokuba observó a su hermano, que veían apaciblemente la puerta.

 

—   Hermano… — el mayor le miró — ¿Te gusta Joey?— Seto se sorprendió.

—    ¿Por qué lo preguntas Moki?

—   Bueno… desde que ambos empezaron a trabajar en ese proyecto suyo, desde que él empezó a visitarnos cada día… ¿cómo decirlo? Pareces feliz. Y siempre que lo observas mientras él no se da cuenta, sonríes. Más que gustarte, tú lo quieres… ¿estoy mal? — preguntó con firmeza su avispado hermanito.

 

Seto sonrió. Había sido descubierto por su pequeño hermano y no sólo eso, Mokuba le había observado a detalle.

 

—   Si fuera el caso, ¿te desagradaría? Ya sabes, los dos somos hombres.

—   Seto, ¿acaso eres tonto? No es como si no pudiera comprenderlo. ¿Qué habría de malo en eso? Si tu felicidad está al lado de otro chico, ¿eso es relevante? Es más, si es Joey, estoy aún más encantado. Él es una persona invaluable, y lo quiero mucho. Está hecho para ti, desde el principio. — explicó el pequeño, que después de todo no era tan pequeño. Sonriendo a su hermano, que se había quedado de piedra —  ¿Entonces, sí lo quieres?

—   Irremediablemente, Mokuba. Por su culpa ahora sé lo que es estar enamorado. — contestó con una sonrisa.

—   En ese caso, más te vale apresurarte y asegurarte de darme un cuñado pronto. Quiero saber qué se siente tener a los dos mejores papás del mundo. — espetó, provocando la risa de su hermano.

—   Trato.

—   Por cierto, Seto. ¿Traerías unos vasos de la cocina?

—   De inmediato, Joven Kaiba.

 

El castaño también salió. Se quedó solito y muy feliz por las nuevas noticias.

 

 

 

 

Kaiba entró a la cocina, topándose con una encantadora imagen. Joey, que portaba un gracioso delantal blanco, tarareaba dulcemente mientras revolvía algo en una olla.

 

—   Luces como una esposa — aclaró con mofa. Acercándose al mueble donde estaban los vasos, justo a su lado.

—   Ya quisieras, “querido” — replicó con el mismo tono. Pero sin dejar su tarea.

—   ¿Qué preparas? — se inclinó un poco para observar el contenido, era dulce.

—   Caramelo. Para hacer palomitas acarameladas, valga la redundancia.

—   Ya veo.

 

Se quedó allí, observándolo otro instante. Realmente se apreciaba coma una esposa. “Mi esposa” pensó. 

 

—   Wheeler.

—   Dime. — se giró para contestarle, recibiendo un beso cortito en los labios.

—   Si ya terminaste, vamos a ver la película. Mokuba nos espera.

—   Qué impaciente. — le reprochó con las mejillas encendidas.

 

Apagó la estufa y vació el caramelo en el bol lleno de palomitas. Se quitó el delantal, colgándolo en su lugar. Y se apresuró a seguirlo.

 

¡Estúpido, impredecible y dulce Kaiba!

 

 

Mi esposo” siento que suena mejor. Pensó para sus adentros el ojiazul, al mismo tiempo que subía las escaleras, con una amplia sonrisa y escuchando los pasos del rubio siguiéndole de cerca. 

Notas finales:

Quedó lindo, ¿no? ¿No? xD Bueno, no sé.

Me gustó mucho escribirlo. Y ya era hora que Yugi y Yami se amaran o algo, ¿cierto? Yeeey, ya pueden ser felices ellos dos. 

Mokuba es un amor y para nada tonto. ¡Qué ternura! Hahaha, pues espero que de verdad les haya gustado este capítulo y que me dejen sus siempre bien recibidos comentarios. 

Gracias a ti que sigues leyendo esto. *hace reverencia* 

Y espero poder pronor subir el siguiente. 

 

¡Un beso a cada uno de ustedes! 


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