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¿No se cansa el corazón de tanto usarlo?. por Cerezza

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CAPITULO I: Hoy voy a intentarlo.

 

Mi mayor temor es que estemos derrochando lágrimas,

Malgastando varios años y continuar aquí.

Mi mayor temor es que después de tantos años,

Te des cuenta que quizás no soy lo que querías.

(¿Qué quieres de mí?)

 

 

Por más que pidió que no amaneciese, nada se puede hacer contra la madre naturaleza. Tímidos y pálidos rayos de luz se colaban por las persianas de su ventana cuando el despertador hizo un sonido estridente que casi lo hizo saltar de la cama.

Gakuto se levantó resignado, arrastrando los pies mientras caminaba hacia el cuarto de baño sólo con su pijama de pantalón corto puesto.

No se entretuvo mucho rato en la ducha, sino más tiempo estuvo frente al espejo cepillando y secando su cabello con énfasis, pues ese día estaba más rebelde que nunca. Podía estar destrozado por dentro, pero nunca permitiría que su pesar se manifestara para que fuese señalado sin ninguna consideración.

Se vistió con una parsimonia exquisita, queriendo retrasar el encuentro que ya era inevitable. Suspiraba de tanto en tanto, mientras alistaba la muda de ropa deportiva y se fijaba que sus muñequeras y la toalla estuviesen dentro del bolso de entrenamiento.

Evitó el desayuno, aún bajo la fiera mirada de su madre, pues tenía el estómago tan revuelto que lo más seguro es que devolviese hasta la más mínima cosa que se atreviese a masticar.

El viaje fue doloroso. No había una mejor palabra para describirlo. Cada cuadra que avanzaba el automóvil lo ponía más y más nervioso. Una puntada se clavó en medio de su pecho, sintiendo terror cuando vio el imponente enrejado de fierro que coronaba la entrada de Hyotei High School junto al escudo tradicional.

 

“Bueno Gaku, ha llegado la hora” la mujer se detuvo al costado de la calzada, poniendo el freno de mano al terminar lo dicho, volteando el rostro hacia su hijo sonriéndole de la forma más cariñosa para brindarle confianza.

“No me llames así” masculló de malhumor el pelicereza entre dientes apretando con fuerza las tiras de su bolso de clases “Tche~”.

“Resulta que soy tu madre y puedo llamarte como quiera, Gaku-chan” lo fastidió con intención, picándole las costillas con un dedo para hacerle cosquillas. Después de todo, un pelicereza molesto era mucho mejor que uno decepcionado y llorando a mares.

 

Tragó en seco cuando pasó ante sus ojos como un recuerdo lo sucedido hacía poco. Gakuto siempre se había portado algo distante con ambos padres, mostrándose fuerte y haciendo la mejor imitación de una estatua de hielo cuando se trataba de manifestar sentimientos. Es por eso que quedó anonadada cuando el pequeño había llegado a casa tarde, muy tarde, corriendo con la cabeza gacha sin preocuparse siquiera de sacarse los zapatos o cerrar la puerta de entrada.

Lo había seguido con rapidez, preocupada de que algo grave le hubiese sucedido, pero también, algo molesta porque él no había respetado el horario máximo para llegar por las tardes otra vez. Y lo que encontró en el cuarto de su hijo del medio, la mareó.

El adolescente estaba de rodillas sobre la alfombra. Su mochila estrellada en un rincón del lugar, su bolso de papeles en otro. Un zapato bajo la cama y otro aún puesto. La ropa desarreglada y los cabellos húmedos, no sabía si por una ducha o por el sudor de una carrera. Pero lo que la descolocó en demasía fue que el pequeño estaba sollozando. Sus manos hechas un puño sobre sus rodillas y el flequillo recto cubriéndole los ojos de donde corrían lágrimas sin descanso.

Atónita fue a su lado, arrodillándose junto a él. Abrió los brazos para acunarlo entre ellos tal y como hacía cuando el otro era sólo un infante. Estaba sorprendida por el comportamiento de su hijo, pero quedó aún más cuando Gakuto se aferró a ella y le contó todo entre lastimeros hipidos y lágrimas.

 Sacudió la cabeza apartando las amargas memorias, volviendo a sonreírle a su hijo que la miraba confundido alzando una ceja. Casi parecía como cada día. Casi. Pero estaba pálido, cabizbajo y tenía los ojos algo rojos.  Quiso hablarle, decirle que podía contar con ella, que un incidente así se podía superar, pero…

 

“Ahórratelo. No quiero saber qué pensabas, Okaa-san” hizo un mohín con los labios, aún con una ceja fina tan alzada que se escondía tras su cabello.

“Algo un poco desagradable” apretó las manos sobre el volante encuerado del automóvil, molesta. Como madre, encontraba inadmisible que alguien dañara a uno de sus pequeños. Lástima que Gakuto, conociéndola, le había rogado que no se inmiscuyera, sino era mejor que corriera ese pequeño desgraciado.

“Bah. No me interesa” se pasó una mano por el cabello, tensándose notoriamente cuando un grupo de chicos pasó por la acera junto al automóvil, varios de ellos con el cabello azul marino.

“Como quieras Gaku-chan” hizo un ademán con la mano, agotando su buen humor al no poder traspasar las barreras de hermetismo que desplegaba su hijo frente a ella, signo inequívoco que se sentía mucho mejor que aquella fatídica noche “¿Ya bajas?” ofreció amigablemente echándole una mirada a su fino reloj de pulsera.  Agradecía haber ido a dejar al pequeño Yakumo antes, pues Gakuto se estaba tomando un buen rato en entrar a Hyotei High.

“¿Me estás echando? ¿Qué clase de madre desnaturalizada eres?” hizo otro mohín, ahora más ofendido que nada.

“Vamos Gaku” le volvió a sonreír, tomándole una mano y dándole un buen apretón para decirle sin palabras que estaba ahí “Será hoy o mañana. Mejor plantarle cara cuanto antes”.

“¿Y si no quiero?” se hundió más en el asiento de cuero.

“No puedes perder más clases, Gaku-chan” le pasó las manos por el cabello.

“¡Bah! Eso da igual” miró de reojo más compañeros que entraban al lugar. Una cabellera pelinaranja atrajo su mirada y cuando lo reconoció, por ese caminar pausado y vacilante, saludó con la mano a Jirou que como iba más dormido que despierto, no le devolvió el gesto.

“Tu padre no piensa igual” tocó suavemente la bocina, haciendo que uno de los mejores amigos de su hijo diera un respingo despertándose totalmente.

“No me interesa él” Gakuto la observó de reojo con la mirada dura y afilada.

 

Si el acróbata mantenía distancia con su madre, mejor ni hablar del abismo que había entre el jefe de familia y él. El pelicereza siempre había pensado que su padre lo repudiaba por lucir casi como una segunda hija y no como el orgulloso primer varón que continuaría con el apellido Mukahi. Nunca se lo había dicho con todas sus letras, pero se dejaba entrever con sus palabras desdeñosas y su mirada desaprobatoria cada vez que usaba ropa que había comprado en el departamento mujer juvenil. En realidad no tenía la culpa, uno no elegía sus genes, lástima que se hubiesen juntado los más femeninos en él. Y se manifestaran.

Mukahi Muneomi había puesto el grito en el cielo cuando se enteró que Gakuto era homosexual. Tampoco se había enterado de la mejor forma y de eso, era una de las pocas cosas que se arrepentía el estudiante, respecto a su padre: para nadie debe ser agradable encontrar a su hijo quinceañero gimoteando y apretado contra una pared por un universitario que mordía su cuello con ganas.

¡Tche~! Gakuto se obligó a cerrar los ojos y olvidar todo el episodio bélico que siguió a eso. El pobre muchacho había terminado en la estación de policías por el cargo de seducción y abuso de menores, aunque Otou-san sabía que aquello no era completamente cierto. Al acróbata no le fue tan mal: un par de gritos, unos empujones y unas tijeras cortando uno a uno sus largos y cuidados mechones de pelo color magenta.

Esa fue la primera y única vez que el estudiante fue tan descuidado como para permitir que su padre lo viera con alguien en plan romántico. Y desde ese día, la distancia entre ambos hombres había aumentado hasta límites insospechados. No es como que le importara mucho, pero era desagradable estar siempre bajo la mirada de alguien que torcía la boca en un gesto de desprecio cada vez que se veían. No hablaban mucho más que un corto saludo y algunas preguntas triviales: así el orgullo y honor de Mukahi Muneomi estaba intacto y los cabellos de su hijo también.

Un toque suave en la ventana del lado del copiloto alertó al pelicereza que pálido y asustado miró al responsable. Sus facciones se relajaron al ver a Jirou bostezando y a Taki saludando mientras le daba ligeros toques al vidrio algo oscuro. Sonreían, pero de una forma que asqueó al más pequeño: lástima en todos sus gestos. Y eso, más que enfurecerlo, lo debilitó.

Al parecer todo el poder que había juntado los últimos días, se habían escapado de sus manos como agua corriente. Si ellos, que eran sus más cercanos lo observaban así, no quería ni pensar que sucedería cuando cruzara las grandes puertas de roble que eran la entrada a la finísima Hyotei High.

 

“Gak-kun~~” sonreía el heredero Akutagawa colgando de la puerta del automóvil, intentado meterse dentro de él mientras abrazaba al que aún estaba sentado inmóvil. No se había dado cuenta que su madre, que se había mantenido en silencio, con el mando central, había abierto la ventana para que los jóvenes saludaran a su hijo contagiándolo con un buen ánimo.

“He~ Buen día Ji-kun, Suke-kun” sonrisa más forzada no podía poner.

“Sakaki-kantoku está furioso” comenzó a decir el pelinaranja con rapidez. Cuando vio que no podrían entrar al automóvil, se quedo afuera pero muy pegado a él “Ya quería echarte de los regulares cuando la secretaria llegó con el papel de justificación. ¡Fiu~!” se pasó una mano por la frente simulando que se quitaba el sudor, mostrando alivio.

“No creo que eso sea lo primero que quiere saber Gakuto-kun después de ausentare una semana completa” Taki había puesto una mano sobre el hombro del otro, frenando su discurso sobre el club de tenis en su ausencia.

“Pero… ¿por qué~?” mañoseó Akutagawa haciendo un puchero. Basto con que el castaño lo miraba concienzudamente para que entendiera y detuviera su desplante infantil. “Bueno, bueno… ” miró su reloj de pulsera sorprendido “Gak-kun vamos, casi tocan la campana” hizo ademán de abrir la puerta para que el pelicereza bajara del automóvil.

Y lo hubiese hecho, más animado por el entusiasmo de Jirou y la amabilidad de Haginosuke, pero lo vio. Casi creería que fue una burla del destino, pues sólo giró la cabeza un momento para ver la calzada abarrotada de estudiantes que luchaban por llegar a la hora, cuando una fuerza inexplicable lo hizo girar un poco hacia la derecha, y lo vio.

Alto, fino, sensual e impecable. Oshitari Yuushi venía caminando tranquilamente, una mano en el bolsillo delantero de su pantalón de tela a cuadrillé y la otra llevando por la manija su bolso ejecutivo de cuero café. Lucía tranquilo y sin preocupaciones, el viento ondeando su ligeramente largo cabello azul cobalto.

Se congeló, la conversación de su madre con sus amigos volviéndose muda para sus oídos. Siguiendo con la mirada el caminar pausado del más alto, su corazón comenzó a latir fuertemente, el sonido de su palpitar reventando sus oídos con cada paso que daba el originario de Osaka hacia él. Los nervios se hacían imposibles de sostener, sus ojos azules buscando con ahínco la mirada del otro oculta tras sus lentes, y sus últimas esperanzas se vieron destruidas cuando pasó a escasos centímetros de él y siguió su trayecto como si nada. En ningún momento desviado la mirada hacia él y finalmente, perdiéndose luego de atravesar las altas rejas del recinto estudiantil.

 

“No voy a entrar” declaró con la voz seca luego de todo el episodio. No le importó interrumpirlos, a fin de cuentas, no tenía idea de qué ni quién hablaban “Pueden ir chicos, que tengan buen día” Los despidió secamente, agradeciendo que su madre al estar enfrascada  en el dialogo no hubiese visto al peliazul pasar. Habría sido horrible si ella lo hubiese llamado y él se hubiese acercado a saludar tan galante como siempre. Gakuto, inseguro, se preguntaba si eso hubiese sido mejor que verlo pasar y simular que en su mundo, el pelicereza ya no existía.

“Pe-pero…” ambos compañeros mostraban sendas caras de curiosidad.

“Ya ve, Gaku” la mujer buscó en su bolso, siempre sonriendo, pasándole luego una buena cantidad de dinero “A la salida podrías invitar a Jirou-kun y Haginosuke-kun un helado. O un manga, como quieras. Ahora entra, falta un minuto” le echó una rápida mirada al reloj digital del tablero del automóvil, pensando si alcanzaría a llegar a la hora a su trabajo considerando el tráfico a esa hora de la mañana.

“No voy a entrar a clases… ni al entrenamiento” dijo fríamente, bajando la mirada nublada hacia sus piernas para no ver el rostro de ninguno de los presentes “No… no puedo” agregó con un hilo de voz, sin creer que se sintiese tan a la deriva por acciones de otra persona. ¿En qué momento se había vuelto tan dependiente?.

“No lo voy a decir dos veces, Gakuto: ve a clases” su madre resopló luego de haberse mantenido en silencio tras las palabras sombrías de su hijo y se hizo oír ante la porfía de él.

“¿Qué cosa no entiendes? No quiero entrar” señaló apretando sus pequeñas manos en puños cerrados que descansó sobre su regazo.

“¡Oh, vamos Gak-kun!” le palmeó el brazo bonachonamente el pelinaranja “Además, hoy hay entrenamiento doble. ¿Qué te parece un juego?”.

“No voy a ir chicos” escucharlos hablar tan tranquilos del tenis le revolvió el estómago. Lo que menos quería era saber de eso y sus jugadores, especialmente sobre cierto genio.

“Has estado escondido bajo las mantas más de una semana. ¿No crees que es tiempo suficiente para pensar las cosas y plantarle cara al problema?”.

“No es tan fácil” terminó susurrando cerrando los ojos apoyando la cabeza en el respaldar del asiento con fuerza.

“Lo sé, pero algún día debes enfrentarlo y ya es hora de hacerlo” miró hacia los adolescentes, dándoles una sonrisa algo afectada, escuchando a lo lejos las campanadas que daban comienzo a la jornada escolar “Ya deben ir a clases muchachos. Gakuto va en un momento. Apúrense para que no les registren un retraso”.

 

Los jóvenes se alejaron del automóvil, despidiéndose con la mano y palabras de ánimo. Taki se apresuró a tomar del brazo al otro, para atravesar las puertas antes que se cerraran completamente. Gakuto los vio irse, algo más aliviado, por más que fuesen sus amigos no quería mostrarse destruido frente a ellos. Frente a nadie. Su madre siendo la única excepción.

Ella le tomó una mano, relajando su puño. Gakuto la miró con los ojos brillantes, pidiéndole mudamente un poco más de tiempo. Se creyó capaz, pero ahora, tan cerca de él supo que no lo conseguiría.

Se aferró con fuerza al asiento del  auto, sin oír las palabras de su madre que le aconsejaban una y mil cosas para superar la situación. Quizás discutirlo con más calma, contar lo que le sucedía, intentar entender al otro.

 

“No voy a ir. Por más que insistas no lo haré” dijo de mala forma el pelicereza arrugando el entrecejo, hastiado de lo que decía la mujer mayor, pues por más que supiera de la situación, nunca lograría comprenderlo completamente. Nadie lograría sentir lo que él estaba sintiendo en ese preciso momento “No fastidies, por favor. Hoy no”.

“¡Gakuto!”

 

Entre sus momentos de llanto y malestar, de lástima e incomprensión, Gakuto había olvidado de quién heredó su tan conocido mal humor. Como bien dice el refrán, lo que se hereda, no se hurta. Y su madre, se lo hizo recordar muy bien.

Un par de exclamaciones, más consejos, un tirón al abrir la puerta del lado del copiloto, otro empujón llevándolo hacia las puertas de Hyotei High, acercarse a una fuente de agua fría, meterle la cabeza bajo el chorro de agua cristalina, empapándolo, sacudirle el cabello, firmar el retraso con el inspector que boquiabierto los miraba por las acciones en la entrada entre madre e hijo, y Gakuto ya estaba dentro del establecimiento, arrastrando los pies hacia su salón, mientras escuchaba los tacones de su madre resonar en el suelo haciendo el camino de vuelta hacia su vehículo y en él hacia su trabajo.

El agua bajaba por su nuca, cuando subía las escaleras hacia su clase, colándose por el cuello de su camisa blanca, siguiendo el sendero cosquilloso de su columna. A mitad de camino, decidió ir al baño para secarse y arreglarse, y así estar presentable para la siguiente hora. ¿Acaso esa mujer no sabía cuánto demoraba en alisarse el cabello?.

Aún nervioso, pero ya de mejor humor, sonriendo por lo furiosa que estaba su progenitora para haberse salido de sus casillas de tal forma, decidió tomar en cuenta sus palabras y poner en práctica sus consejos. Después de todo le había dado una buena cantidad de dinero para divertirse después de clases.

Peinándose el flequillo, pensó que a estas alturas ya nada tenía que perder.

 

 

 

 

-

Notas finales:

:)


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