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Amorphus por GekitetsuNikki

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Notas del capitulo:

¡Hola! 

Esta historia realmente tiene un par de años en mi cabeza, se me ocurrió mientras estaba tirada escuchando el soundtrack de Amelie, eventualmente la idea fue tomando forma pero no me animaba a escribirla,así que el desafío fue el pretexto perfecto. 

Espero que les guste *-* Es mi parejilla favorita de Versailles, aparte de Masashi y Teru -Le brillan los ojitos

 

“Amor sabrá

Si la rana que canta

 Es él o ella”*

 

 

Creo que no puede haber nadie en el mundo cuya historia esté tan ligada al agua como la mía. He soñado varias veces con murmurársela muy bajito a las olas para que se apropien de ella y se la lleven lejos, que la ahoguen en el fondo del océano donde nadie pueda escucharla nunca, donde yo no tenga que volver a contarla jamás. 

Es ahí donde inicia todo, los conflictos y los largos trances de incertidumbre. Es irónico vivir en una costa y que la gente le haya temido tanto al mar durante tanto tiempo. La nuestra era una nación relativamente pequeña y pobre, realmente no había gran cosa que codiciar pero eran tiempos de guerra y las decisiones, contundentes: Todos los hombres entre 16 y 40 años debían dejar sus hogares y aprestarse a la batalla. Fue entonces cuando mi madre me disfrazó de mujer. 

Nací en una época agitada, no había quien llevase un registro de manera formal acerca del nacimiento de las personas  y el caos de la guerra jugó a mi favor cuando los militares irrumpieron en casa y sólo encontraron a dos mujeres, se fiaron de lo que veían, no hicieron más preguntas y simplemente se retiraron.

Yo tampoco dije nada y me limité a obedecer, mi madre no era ninguna tirana, simplemente había visto cómo la familia que siempre había anhelado se fue esfumando poco a poco, primero mi padre, que falleció en circunstancias misteriosas, luego mis hermanos mayores a quienes incuso no puedo recordar, hasta que simplemente quedamos ella y yo. Mi madre hizo aquello para protegerme, yo seguí el juego porque era cobarde. 

Teníamos la fortuna de vivir de manera más o menos holgada, cuando menos nunca faltó comida en la mesa ni fuego en la chimenea. Debajo de nuestra casa atendíamos un pequeño café. La repostería es  una tradición familiar: los postres, el chocolate, los pasteles, el café y el secreto de un buen té. Una más en medio de una ciudad compuesta de costumbres ancestrales.

A mí me gustaba llamarlas arcaicas.

En ese entonces, había sólo una cosa que realmente me agradaba cuando se trataba de la cafetería: preparar el café. Me gustaba poner cuidado al triturar las semillas y convertirlas en polvo fino, no hay nada complejo en ello, simplemente el sonido de cada grano al pulverizarse es como un mantra que me relajaba y despejaba la mente. Pero no importaba realmente cuando cuidado le ponía, ni cuanta dedicación, porque el café que preparaba siempre solía ser más amargo de lo normal. Diariamente trabaja afanosamente, buscaba la manera de caer rendido por la noche y evitar pensar, cuando por las mañanas quemaba incienso para la diosa y oraba, le rogaba por que hiciera mis días más cortos. Pero las cosas no suelen ser tan fáciles nunca, bajo ninguna circunstancia. 

El pecado suele traer consigo la penitencia, conmigo llego en forma de insomnio. Me cansé de dar vueltas en la cama y fastidiado, me calcé las botas y me dirigí a la playa. Descubrí que después de deambular durante algunas horas por ahí el sueño finalmente hacía acto de presencia y podía regresar a casa y dormir más fácilmente.


Aquello se convirtió en una pequeña rutina para mí, las calles a esa hora estaban desiertas, los ciudadanos responsables respetaban escrupulosamente el toque de queda, nadie osaba siquiera mirar por las ventanas, así que me escabullía de puntillas y podía desplazarme sin temor a que nadie me viera, si alguien lo hizo probablemente pensó que yo era un fantasma y para ser honestos, no estaba muy lejos de la realidad.

Fue la primera noche de invierno cuando descalzo, tiritando de frio, esperaba que las suaves olas me trajeran un poco de la paz por la que desesperadamente clamaba mientras me esforzaba por que mis gritos se ahogaran en mi faringe.  Muy dentro de mí sentía que si abría los ojos encontraría un “cobarde” escrito sobre la arena de la playa.
Pero nunca vino la calma, lo único que llegó del mar, fueron más problemas a largo plazo.


Los llamaban despectivamente “gente del agua” como tratando de marcar una diferencia entre ellos y nosotros. “Ellos” eran nómadas que vivían en pequeños barcos y viajaban en grupo, pero cada año regresaban a las costas de nuestro país. Nadie sabía exactamente parar qué, ni por qué específicamente durante el invierno y eso forjó mil leyendas que se contaban entre susurros y con la mirada puesta en otra parte. Tampoco sabíamos a qué se dedicaban, iban y venían, su vida era indecorosamente libertina para esos días donde era necesario comportarse con rectitud y vivir de manera sobria y austera.

No era simplemente su modo de vida, quizá no les hubiéramos rechazado de manera tan ferviente si no fuesen tan diferentes a nosotros; tenían la piel inusualmente pálida, casi con un tenue matiz verdoso, los cabellos extraños, las manos delgadas y huesudas, los cuellos excepcionalmente alargados y coronándolos, como un estigma que siempre evidenciaría a dónde pertenecían realmente, dos largas cicatrices ovaladas y aparentemente siempre rojas, haciendo reminiscencia quizá a los restos de una primitiva branquia.

Todos los años estaban aquí, indiferentes a nuestro abierto rechazo, a las miradas recelosas e incluso a los desprecios. Sus ropas extravagantes vestían de color a una muchedumbre gris y como si no llamasen suficiente la atención, algunos tenían el atrevimiento de pintar mechones de su cabellera de colores antinaturales. Podían ser despreciados por aquí, pero yo tenía la impresión de que ellos traían con sus risas y conversaciones en voz alta alegría a una ciudad triste.

Siempre llegaban por la noche como deseando no molestar a nadie.  

Desde que tenía memoria me gustaba verlos mientras encallaban sus barcos a la arena, bajaban a la playa y encendían una fogata, todos se reunían ahí como una gran familia feliz

Madre ¿Por qué es esa persona tan hermosa? —yo  era tan pequeño que sólo levantaba unos palmos del suelo, pero no pude evitar sentirme deslumbrado cuando les vi por primera vez, me quedé hipnotizado viendo el movimiento de aquellos cabellos de colores imposibles. Mi madre inmediatamente volteó hacia donde señalaba y el miedo desdibujó sus rasgos, me tomó en sus brazos y apresuró el paso.

Hizaki —cuando se arrodilló para quedar a mi altura, mi mente infantil supo que aquello que diría era importante —Quiero que me prometas que nunca te vas a acercar a ellos.

Dócilmente asentí con la cabeza, sin estar seguro de comprender la petición de mi madre

He roto muchísimas promesas desde aquellos días, pero recordar esa me parece risible a estas alturas. Romper esa promesa cambió mi vida de manera drástica, porque fue el sonido de las olas estrellándose contra el casco de un barco el que me sacó de mis pensamientos llenos de autocompasión y me anunció que estaban llegando. Era una procesión extraña, encabezada por dos barcos que parecían más pequeños que los otros pero con elegantes formas talladas en la proa y popa. Avanzaban de manera incansable y después de unos momentos desembarcaron a unos cuantos metros de donde estaba yo.  La curiosidad me instaba a quedarme, pero el cansancio y el miedo que todas esas historias acerca de ellos me habían provocado, me obligaron a volver a casa.

Es obvio decir que todos los chismorreos de la semana siguiente versaban sobre el mismo tema, como todos los años, la gente inventaba historias rocambolescas que cada vez se hacían más inverosímiles. Al trabajar en una cafetería me enteraba de primera mano de las nuevas leyendas urbanas y de los males que se les atañían. Era irritante, no lo soportaba.

Literalmente salí huyendo cuando los insumos escasearon y con una mirada mi madre me indicó que fuese a comprar más. El mercado de la ciudad se hallaba muy cerca del muelle y me agradaba pasar por ahí porque estaba tan maltrecho que nunca había nadie en los alrededores.  Terminé las compras a toda prisa y le pedí a un viejo conocido de mi madre que las llevara al café a cambio de unas monedas extra, entonces yo pude tomarme un momento libre.

Transité con desgano por el muelle, había varios niños pequeños jugando por ahí, una niña escaló hasta el barandal y resbaló al agua. Tardé unos instantes en comprender que eso no era parte del juego.

Sólo lo pensé durante un par de segundos y me lancé al agua, debo ser honesto: yo no sentía ni por asomo la más mínima empatía por la niña, sólo buscaba algo que justificara que me hubiese levantado de mi cama, un motivo por el que ese día valiera la pena y aquello prometía el chispazo correcto de adrenalina. Sin siquiera descalzarme las botas me lancé al mar helado en pos de ella. El repentino cambio de temperatura me hizo castañear los dientes  y se me escapó un siseo. Me mordí los labios y ahogué cualquier otra protesta en mi garganta; el nivel del mar me llegaba al pecho y avancé tan rápido como el agua me lo permitía.

Al fin logré divisarla, las olas se habían encargado de arrastrarla hasta una distancia considerable, sin detenerme a pensar en ningún segundo que yo no sabía siquiera nadar me interné en las aguas con una valentía poco creíble en mí, hasta que abruptamente dejé de avanzar: Mi vestido y todas las capas de ropa mojada parecían haberse convertido en una pesada ancla que ahora me halaba hacia abajo. La chiquilla dejó de tener importancia para mí, no me importaba si ella moría o no, no importaba nada siempre y cuando yo estuviese a salvo. No pude evitar bracear desesperadamente sintiendo el pavor ascendiendo por mi columna vertebral, no estaba acostumbrado a no tener nada sólido a lo que asirme y mis pies ya no tocaban la arena. Estuve a punto de consumirme en pánico cuando un par de manos firmes me sostuvieron y violentamente caí de bruces sobre la cubierta de un barco.

—No debería volver a hacer eso, con mayor razón si no sabe nadar— aunque sus palabras eran respetuosas había burla en ellas, la risilla cantarina que completó la frase lo confirmó, me sentía humillado, pero no podía ser grosero con quien me acababa de salvar la vida.

—Gracias—musité, mi voz salió ronca e incluso varonil. Esperé que quien fuera que la hubiese escuchado lo disculpara pensando en que había tragado demasiada agua salina y había estado a punto de ahogarme, yo no tenía ganas de dar explicaciones.

No dijo nada, pero me tendió una mano con amabilidad para ayudarme a ponerme de pie,  yo la rechacé con vehemencia, podría parecer un gesto maleducado de mi parte pero quería conservar un poco de dignidad. Yo no era ninguna señorita en apuros pese a lo que él pudiese pensar.

El sujeto era tan delgado que me pregunté cómo diablos pudo sostenerme sin partirse por la mitad, tenía el cabello lacio y castaño, con mechones rebeldes de color azul, seguí mirándolo de manera impertinente hasta que las largas cicatrices de su cuello me dejaron helado. Era uno de ellos, había salido de un problema para entrar en otro mucho más grave.

Antes de que pudiera hacer cualquier cosa, alguien más se acercó, traía a la pequeña en brazos y escuetamente me sentí aliviado de verla a salvo. No lucía afectada más allá de su carita asustada.  El recién llegado dejó a la pequeña en el suelo y me tendió una manta.

Estaba totalmente vestido de morado, también era castaño y el cabello le caía en elegantes rizos con tanta naturalidad que sentí envidia, piedras preciosas y polvos de color oro le decoraban el rostro. Me gustó el crujido que hacían sus faldones cuando se movían, pero esa piel extraña me hizo sentir incómodo.

 —Debería salir cuanto antes de aquí y cambiarse esas ropas o enfermará— su voz era rica y profunda, de esas que  te invitan a sentirte cómodo en presencia del hablante aunque sea un perfecto desconocido. Tomé la manta y arropé a la criatura con ella, estaba cansado de que todos se preocupasen por mí y me indicaran que hacer. Me sentí muy agradecido de que el hombre de las faldas moradas no insistiera más y se limitara a seguir sonriéndome con amabilidad.

—Por favor, regrese a esa niña con sus padres, seguramente estarán sumamente preocupados por ella y también necesita descansar. Hoy no tuvo un día fácil— rió de manera encantadora, me pareció tan macabro que se me retorció el estómago.

—No pongas esa cara, no regresaremos a la costa a nado— dijo el otro, con esa sonrisa burlona que parecía estar permanentemente en su rostro, me hizo un gesto con lo mano para que lo siguiera y echó a andar. Yo no tenía más opción, era confiar ciegamente ellos, en quien durante toda la vida me habían descrito como enemigos naturales de la gente civilizada  o ahogarme. Opté por la primera alternativa, si intentaban hacerme algo especialmente aterrador, me lanzaría al agua con todo y la chiquilla.  

Con suavidad, me condujo por el interior de los barcos y me encontré con una pequeña maravilla.
Todos estaban comunicados entre sí por puentes colgantes, en cada cubierta parecía haber una fiesta de flores y joyas que nunca en mi vida había visto, había varias personas… varios de ellos sentados en las proas de manera despreocupada charlando y riendo, tan adornados como las dos personas que acababa de ver, excepto por que no había colores antinaturales en su cabellera. Sin embargo, algunos habían minimizado aquello vistiendo complejos tocados llenos de plumas, flores coloridas y piedras preciosas. Algunos niños corrían por aquí y por allá y se lanzaban al agua como si cualquier cosa. Sentí vergüenza de mí mismo, al ver ese pedazo de su cotidianidad mientras tomaban el sol y hacían sus labores de esa manera tan desenfadada, de repente me pareció que eran las personas más bellas del mundo.

Era mágico, como una pequeña ciudad flotante.

El hechizo terminó cuando de un salto regresamos a la arena, me había acostumbrado a la sutil manera en la que los barcos se mecían que la estabilidad de la tierra firme me pareció tosca, la pequeña nos dio las gracias de manera indistinta y echó a correr en dirección a la ciudad. Yo me quedé sin saber qué hacer, con las ropas empapadas y los brazos colgando estúpidamente en los laterales de mi cuerpo, admirando mi tontería en todo su esplendor.

—No vuelvas a hacer eso —me dijo el chico — fue un acto noble y valiente, pero muy imprudente.   

Si él supiera…

—Lo tendré en mente —fue mi brillante respuesta, y le dije adiós con la mano lánguidamente.

Cuando regresé a casa las ropas ya se me habían secado, los dientes me castañeaban y lo único que quería ver era la bañera rebosando agua caliente. Estaba tan agotado que una vez que recuperé una temperatura corporal normal me dejé caer en la cama y concilié el sueño de inmediato.

Me sorprendí cuando a la mañana siguiente estaba nuevamente de camino al puerto, había elegido el vestido que me parecía el menos feo de mi armario, un gesto que jamás admitiría frente a nadie. Me intenté convencer de que aquello no obedecía a nada en particular pero internamente sabía que eso era una falacia, lo hacía porque quería volver a verlos en condiciones más dignas. No necesité caminar demasiado, el chico del día anterior estaba ahí, merodeando por el mercado.     
 
Le saludé tímidamente con una floritura de la mano, titubeé durante un momento dudando si me había reconocido o no, pero cuando agitó la mano enérgicamente para saludarme yo le correspondí de la misma desparpajada y escandalosa manera.  Lo anterior había sido un encuentro casual, por llamar casual a estar a punto de morir por tu propia idiotez, nada le obligaba a seguir siendo cortés conmigo, ni siquiera a reconocer mi rostro entre la multitud. Sin embargo, lo hizo, y eso me hizo sentir feliz.  Se acercó a conversar conmigo y me acompañó en las compras del día, llevaba un gastado carcaj en el brazo. Terminamos conversando en el malecón, con los pies atorados entre los tablones del viejo muro.

Me había dicho que se llamaba Yuki

— ¿De verdad?  Pero Yuki es nombre de chica

—Es Yuki, no Yuuki.  Es una sola "u"

—Aun así.

Pensé que me golpearía, pero en lugar de ello se echó a reír y me quedé maravillado. Tenía tantísimo tiempo sin reír de esa manera tan honesta que durante unos primeros instantes me pareció un sonido extraño. Tímidamente, como quién está aprendiendo a usar nuevamente los músculos de su cara, me uní a él con una sonrisa.

—Creo que empezamos mal y seguimos peor  —me dijo entre carcajadas

—Entonces permíteme corregirlo, Soy Hizaki Kawamura — era extraño, pero con él no me costaba fingir que era una chica, le tendí la mano como una señorita debía hacerlo. El no vaciló en tomarla, pero en vez de estrecharla o besarme el dorso como se supone que era lo habitual en un caballero, simplemente entrelazo sus dedos con los míos y los mantuvo ahí, unidos. 

No supe cómo reaccionar, pero tampoco hice nada por apartar mi mano. Nos sumergimos en un silencio incómodo que no sabía cómo romper, evité mirar nuestras manos enlazadas.

—No finjas la voz  conmigo por favor— me dijo después de un rato callado, sonreía cálidamente —Sé bien que eres hombre

Sentí que el piso bajo mis pies se hundía. No encontraba nada que decir y mi cabeza buscaba desesperadamente por torpes excusas.

— ¿Cómo te diste cuenta? — pregunté con voz ahogada.

—Te dije que no fingieras — resopló —Llevo toda una vida al lado de Jasmine, creo que puedo saber cuándo se trata de una chica o no.

— ¿No te parece desagradable?

— ¿Debería? —preguntó con el entrecejo fruncido — Hasta donde tengo entendido, convivo contigo, con Hizaki Kawamura, no con tu aspecto ni con tu ropa.

En mi fuero interno dejé escapar un suspiro de alivio. Dicen que cuando compartes un secreto que te atormenta  te sientes más liviano, me sentí feliz de haber compartido aquello con Yuki, quien parecía no tener prejuicios de ningún tipo a diferencia mía. De repente el ocaso que tantas veces había visto me pareció tremendamente agradable y pacífico.    

— ¿Puedo preguntar por qué vienen todos los años aquí? —dije con tono risueño

— ¿Es en serio? —exclamó Yuki riendo, pero al ver mi expresión se apresuró a contestar—  Realmente el motivo es muy simple, el invierno en el mar es duro y sus costas son las más cálidas y suaves en esta estación, además, solemos coincidir aquí con algunos mercaderes y piratas que compran nuestras joyas o nos intercambian alimentos

— ¿Joyas? — repetí con curiosidad

—Perlas —  contestó con esa sonrisa deslumbrante y sincera—  El mar nos da lo que necesitamos para vivir. Los dioses son generosos pero nada es gratuito, así que nos encargamos de cultivarlas. Tenemos algunos cultivos en varios puntos del mundo, de hecho, aquí, en estas mismas costas tenemos uno, pero se supone que es un secreto —finalizó con una risita.   

— ¿Pueden respirar bajo el agua? — pregunté, recordando lo que había leído acerca del cultivo de perlas y las horas a nado que requería.

—No exactamente, cuando menos no como tú te lo imaginas, podemos prescindir del oxígeno durante un rato, pero nunca más allá de eso, después de todo seguimos siendo humanos.

Ignoro que expresión adoptó mi rostro cuando dijo aquello, pero me sentí sombrío y un poco avergonzado cuando recordé todas aquellas leyendas urbanas que había alrededor de ellos, aquellas que incluso yo llegué a tomar como ciertas.

—Hay algo con respecto a ello, ¿Verdad? Algo grave — La voz de Yuki dejó de ser jovial

—La gente aquí dice que… dicen que no son humanos, que descienden de las sirenas y es de ahí donde heredaron las cicatrices de sus cuellos. Hay algunas personas que piensan que pueden adivinar el futuro y que… que le sacan los ojos a la gente para convertirlos en piedras preciosas—  Hablé muy rápido, me sentía sumamente avergonzado porque yo también había llegado a creer eso. Y ahora, a la luz del día con el sol reflejándose en el agua, las historias de terror sobre ellos no daban miedo.   

— Eso es tonto. La imaginación de tu gente es grande, me gustaría que su inteligencia también fuese de ese tamaño.

Yo no supe que contestar.

—Siempre pensé que nos temían por alguna otra razón, realmente no somos tan diferentes a ustedes, esto no nos hace malvados— Me dijo señalándose las rojas cicatrices del cuello, casi con furia.

—Lo lamento— susurré estúpidamente.

—No importa— habló después de un momento de silencio— a mí también me gustaría ser descendiente de una sirena o de algo así de extraordinario — Su tono volvió a ser agradable y supe que intentaba zanjar la cuestión anterior.

—Entonces ¿No pueden adivinar el futuro? — Intenté cambiar de tema

—Jasmine si puede, él es nuestro guía, por llamarlo de algún modo. Por eso nunca se aleja demasiado del agua, porque es la fuente de sus poderes. Yo soy un guerrero, o cuando menos eso se supone — con el brazo, movió graciosamente su carcaj.  

—Es por ello que solo ustedes tienen el cabello de color — Aventuré

—Exactamente, el morado es el color de la magia y la espiritualidad. El azul… el azul sólo es genial  —Dijo con una carcajada que me contagió.

Y pensé que podía pasar tranquilamente el resto de mi vida de este modo, intercambiando historias de esa manera tan amena y a la vez tan íntima, o en absoluto silencio, simplemente disfrutando de estar uno al lado del otro.

Las entrevistas entre los dos se hicieron cada vez más frecuentes y cuando me di cuenta, Enero ya estaba a la mitad. A veces los visitaba en sus barcos y les llevaba dulces, en la noche me reunía con ellos alrededor del fuego y escuchaba a Jasmine hablar de sus viejas historias, pero los momentos que pasaba a solas con Yuki definitivamente eran mis favoritos.

Cuando era pequeño, mi madre y yo teníamos un juego.

Ella me decía alguna palabra y yo me dedicaba durante todo el día a hacer un dibujo al respecto, era una buena manera de mantenerme entretenido y ella podía irse a trabajar en la cafetería. Un montón de dibujos que se acumulaban del día al día se iban arrumbando en una caja, así “la tristeza”, “la felicidad”, “el dolor”, “La esperanza” y tantas cosas por el estilo desfilaron como un calendario. Cuando me pidió que le dibujara el amor, ella se marchó a trabajar como de costumbre y yo estuve todo el día tratando de resolver el misterio.

La noche llegó, y con su habitual sonrisa me pidió mi dibujo. Yo le entregué una hoja en blanco.

Era un niño, había conceptualizado algunas emociones porque las había experimentado hasta donde mi entendimiento alcanzaba a comprender, pero el amor era algo abstracto, todo un misterio para mí que iba más allá de las manos unidas de dos personas,  de dos rostros encontrados, de los árboles que enlazan sus raíces en el subsuelo para permanecer así por toda la eternidad.

Si me volvieran a pedir que dibujara el concepto del amor volvería a entregar esa misma hoja en blanco, porque a pesar de que hoy lo conozco creo que aunque lo intente,  el amor no se puede explicar de ningún modo.

No puedo explicar el amor, pero considero que al enamoramiento le sientan bien las cosas sencillas porque la manera en la que silenciosamente me confesé a mí mismo que estaba enamorado de Yuki fue cuando,  sin darme cuenta, todos los comensales me dijeron que había hecho el café más dulce. 

Notas finales:

*El Haiku no me pertenece, lo tomé del libro Los amantes mariposa o cuando menos, de la versión ilustrada por Lacombe. 

Prometo escribir algún día un fanfic libe de cafeína -risas- 

Muchas gracias por su tiempo y por tomarse la molestia de leer :)


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