Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El mejor cumpleaños por BlueMoon

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Hellou personitas hermosas!

Sí, sí, el resumen es cortito :P

Este one-shot salió de la nada hace tiempo y ahora quiero compartirlo con vosotros. Espero que os guste. Es bastante fluffy :3 algo distinto de todo lo que acostumbro a escribir.

Notas del capitulo:

Antes de empezar a leer pero:

Disclaimer: Míos no son los personajes, yo solo juego con ellos. Solo lo es la trama y la hermana de Tom. No gano dinero ni otro tipo de beneficio con esto solo el de entretener a la gente ;).

Atención lector: Si es usted homofóbico o no gusta de las relaciones de Incesto (o las dos juntas) puede darle al botón de atrás y marcharse libremente. Está avisado. Guerra anunciada no mata soldado.

Todo el one está narrado por Tom, excepto la parte de los "*****" en que el narrador es omnisciente (en tercera persona), creo que está bastante claro pero por si acaso lo digo.

Ahora sí, que se diviertan mis personitas hermosas.

Estoy sentado en mi cama mirando ausentemente hacia la ventana.  Un pájaro canta a lo lejos, anunciando que ya es un nuevo día, y yo no he dormido nada. Otra vez.  Me pregunto cuánto tiempo llevo sin dormir o durmiendo mal, ¿quizás días? ¿Tal vez meses?

Pero es que no puedo. Cierro los ojos, y siempre apareces tú con tu maravillosa sonrisa, Bill. Mi Bill, mi mejor amigo. Mi imposible amor. El dueño de mis desvelos.

¿Cuánto tiempo hace que te amo? No estoy seguro. Lo único que sé es que desde el primer día en el que te vi, cuando entraste por primera vez en clase, mi corazón dio un vuelco…

—Antes de empezar las clases, quiero anunciarles, alumnos que a partir de hoy tendremos a un nuevo compañero. Espero que le den una cordial bienvenida y…

En esos momentos desconecté de lo que el director estaba diciendo, bostecé, y me giré para mirar por la ventana. No me interesaba nada de  lo que ese viejo chocho decía.

— ¡Kaulitz! —Me gritó el director llamándome la atención—, ya sé que no le interesa, pero, al menos podría disimular un poco, ¿no?

Alcé los hombros y volví la cabeza hacia delante. Parecía que la cháchara del viejo ya había acabado porque había dejado de hablar, y la puerta se abría.

Cuando se abrió, mis ojos sorprendidos se abrieron, y mi boca dejó escapar un jadeo de sorpresa. Era la criatura más hermosa que había visto nunca.

Lo que más me cautivaron fueron sus ojos marrones hipnotizadores y delineados con negro. Y cuando nuestros ojos conectaron, supe que serías alguien muy especial para mí.

Y justo en el momento en el que nuestras miradas chocaron, sentí una extraña sensación en mi pecho y un escalofrío recorrer mi cuerpo.

Recuerdo que desde aquél día, hice lo imposible para acercarme a ti, y convertirme en tu amigo, hasta ser inseparables. Solo que no solo eso conseguí, también me enamoré de ti como un idiota.

Pero nunca me he atrevido a decírtelo. ¿La principal razón? Eres hetero, y además tienes novia. Lo que más me molesta y me duele es que sea mi propia hermana.

Pero ya no puedo más. Ya no puedo fingir más. No puedo continuar escuchando lo increíble que es mi hermana sin que se me parta el corazón y luche por retener las lágrimas. Tengo que decírtelo porque esto me consume poco a poco y me vuelve loco.

Me levanto decidido de la cama, y voy al baño. Me ducho en cinco minutos y salgo. Al salir me planto delante del armario y busco que ponerme pues hoy, aunque acabe con el corazón a trocitos, es un día muy especial, y tengo que estar más que presentable.

Finalmente me decido por un jersey negro con  una camiseta blanca ancha que lleva estampada una calavera negra, y que tú me regalaste, encima y unos vaqueros, también anchos, mis bambas, unas gotas de colonia, y ya está.

Corriendo porque se me ha hecho tarde, cojo mi mochila además de un regalo, que es para ti, ya que hoy es tu cumpleaños.

Bajo las escaleras, y veo a mi madre que ya me espera con el desayuno preparado. Hay unos platos en el fregadero lo que indica que Miriam, mi hermana, ya ha desayunado y se ha ido. Ya me podría haber avisado de que se iba. En fin.

En cuanto me ve, mi madre, se acerca a mí y me da un beso de buenos días que le correspondo. Me aleja, y me mira preocupada.

— ¿Otra vez sin dormir, Tom?

Asiento distraídamente. Se me hace tarde y no puedo quedarme a escuchar sus sermones sobre la juventud de hoy en día y las pocas horas que duermen. Voy hacia la mesa y mordisqueo la tostada que hay en un plato. Miro el reloj.

 Son las siete y media, y ya voy tarde, pues el bus que tendría que haber cogido ya ha pasado. No me tocara otra que caminar.

Me acabo el desayuno, me acerco a mi madre que aún continua hablando sobre la inconsciencia de los jóvenes de hoy en día, y con un beso en la mejilla, me despido de ella.

Durante todo el trayecto hacia el colegio, no puedo dejar de pensar en ti, en tu sonrisa, en tus movimientos, en que en este fin de semana que hemos pasado separados, pues te has ido con la tonta de Miriam a esquiar, se me ha hecho largo, eterno. Quiero, no corrección, necesito verte, tocarte, aunque solo sea en un abrazo de cumpleaños por parte de tu mejor amigo.

La campana suena a lo lejos, y empiezo a correr, por suerte, no estoy lejos y me da tiempo a llegar justo antes de que cierren la verja.

Corro directamente hacia el edificio donde me toca la primera clase. Biología. Antes me encantaba esa asignatura, ahora la detesto solo porque tú no estás en ella, pues has preferido dibujo.

 “¡¡Maldito Lunes!!” —maldigo por estar tanto tiempo alejado de ti. Solo si dibujo no se me hubiera dado tan mal… pero la verdad es que soy pésimo en ello.

Las clases empiezan, y no me toca contigo hasta tercera hora, cuando los dos hacemos historia. En cuanto te veo entrar por la puerta, me levanto,  voy hacia ti, me acerco, te abrazo y te digo en la oreja “feliz cumpleaños, Bill”. 

Tú me susurras un “gracias” que hace que todos los bellos de mi cuerpo se ericen.

—¡¡Parejita, iros a un lugar privado a hacer esas cosas!! —grita Georg, uno de nuestros amigos en común, y el único que sabe mi secreto.

Sus palabras hacen que me enrojezca a más no poder.

—No estábamos haciendo nada, tonto —dice un enfadado y sorprendido Bill. Seguro que no quiere que se esparza algún rumor extraño. Lo entiendo.

—Claro, claro yo te creo ¿eh? —replica un irónico Georg.

—Señores, ¿serían tan amables de no obstruir el paso? —pregunta el cascarrabias del profesor de historia, poniendo fin a aquella pequeña disputa.

Los tres nos dirigimos a nuestros asientos, yo al final de clase, en la penúltima fila, con Bill a mi lado y Georg detrás de mí.

La clase pasa lenta, como una tortura. Media clase está dormida y la otra media pensando en lo que sea, pero nadie excepto quizás algún empollón, le presta atención al profe.

Estaba pensando en cómo te diría lo que siento, cuando Georg me da un golpecito y una notita se cuela a mi mano. La cojo y me giro para ver si el profe ha visto algo, compruebo que no, que aún está enfrascado leyendo sus apuntes de la Primera Guerra Mundial, y la abro.

¿Cuándo se lo dirás?” —Es lo único que hay escrito.

Maldigo a Georg. ¿Cómo me puede enviar eso? ¿Y si se entera Bill que pasaría? Me giro y lo fulmino con los ojos.

Cuando salgamos de clase, de camino a casa. Y no me mandes más notitas como esta, que no quiero que nadie sospeche” —Le escribo, y se lo paso. He sido un poco borde, pero no puedo evitarlo, parece que quiera que todo el mundo lo sepa. Vamos, solo falta que lo chille en medio del instituto. Entonces sí que me muero.

Afortunadamente, en ese momento toca la campana anunciando la hora del patio, y el profesor recoge parsimoniosamente sus cosas y se va.  La clase también se va vaciando, aunque algunos se quedan para desearte feliz cumpleaños y darte algún regalo que te ha comprado y que tú agradeces con una pequeña sonrisa, pero no los abre sin embargo. Consecuencias de ser tan popular.

Mientras tú estás con tus fans, yo cabeceo un poco, medio dormido, esto de estar tanto tiempo sin dormir me empieza a pasar factura, y al final me acabo durmiendo.

—Tom, Tom —siento que me zarandean.

Abro los ojos lentamente, con pesadez. No quería abandonar el país de los sueños, pues allí estaba muy a gusto soñando contigo. Alzo la cabeza y veo a Georg, él ha sido el encargado de despertarme.

Giro la cabeza en busca de MI Bill, y lo veo delante de la puerta, con mi hermana. En ese momento, ella le da un beso tierno.

 Esa imagen termina por despertarme por completo, a la vez que me rompe el corazón. ¿Por qué? ¿Por qué no me amas a mí? ¿Por qué no puede ser a mí a quien me beses de esa forma? ¿Por qué no te das cuenta de que te amo?

—Tom, ¿estás bien? —pregunta Georg preocupado.

 Una pregunta bien estúpida.

Noto que de mis ojos salen lágrimas. No, no puede ser. No puedo estar llorando. Pero sí, sí puede ser. Intento limpiármelas con la manga del jersey inútilmente.

En esos momentos la campana suena, y los novios se despiden con un pico apresurado. Bill vuelve hacia donde nosotros estábamos, con una sonrisa en la cara. Sonrisa que desaparece cuando ve mi cara llena de lágrimas.

— ¿Qué te ocurre, Tom? Primero hoy no hablas mucho y ahora esto —me preguntas con el ceño fruncido,  preocupado.

Callo, callo para no abrir la boca y confesarte los celos que tengo de Miriam, porque ella tiene lo que yo no pueda tener ni aún queriéndolo: tu corazón.

—No te preocupes —te digo mientras me limpio las lágrimas—. Me ha entrado algo en el ojo.

¡Qué excusa más barata! Sé que no me has creído porque me has mirado de forma amenazadora, pero para mi suerte, en ese momento suena la campana que da inicio a las dos horas restantes de clase.

Suspiro. Salvado por la campana, pero eso no evita que  Bill me dé una mirada envenenada que me dice que de esta no me escaparé. Espero que para la hora de la salida se le haya olvidado.

 En esos momentos, entra el director y anuncia para la alegría de muchos y mi desgracia que hoy el profesor de geografía tampoco ha venido y que tenemos la hora libre. Una hora que será como una tortura. Ya lo veo.

En cuanto se va, Bill se gira hacia mí.

— ¿Me vas a decir qué te pasa? Llevas varios días con mala cara Tom, además, hoy has estado todo el día rehuyéndome algo que últimamente pasa seguido, y eso que es mi cumpleaños, y aún espero por mi regalo—acaba diciendo con un puchero adorable.

—Creo que con el regalo de Miriam ya has tenido bastante —digo cortante, frío. Sin poder evitarlo.

 Me miras con cara de no entender e ibas a replicar cuando Georg, que ha oído mi contestación, interrumpe preguntando si vas a hacer una fiesta para tu cumpleaños. Lo miras con rencor pero le contestas. Suspiro agradeciendo a mi mejor amigo que haya hecho eso. Más tranquilo ya, me uno a vuestra conversación que ahora gira en lo que habéis hecho el fin de semana.

La hora pasa volando entre conversación, risas, algún insulto cariñoso, y miradas esquivas. Solo queda una hora y nos iremos a casa. Solo una hora más y te confesaré todo lo que siento por ti.

La hora que sigue es filosofía. Ufff ¡qué palo! Pero no puedo evitar que quiera que se alargue todo el día si puede ser necesario, pero ese día en especial avanza más deprisa de lo normal, y sin tan siquiera darme cuenta, la campana está sonando ya.

Salimos los tres afuera. En la calle llueve. “Justo como está mi ánimo”—no puedo evitar pensar.

Georg se despide de nosotros, pues vive en la otra parte de la ciudad y corriendo llega a su coche.

En el patio solo quedamos tú y yo que nos refugiamos en el porche, y mis nervios empiezan a crecer. ¿Te lo digo ahora?

— ¿Tom? —oigo que me llamas sacándome de mis pensamientos.

—Oh, lo siento —me disculpo avergonzado—, estaba en mis cosas, ¿qué me decías?

Resoplas medio divertido y me repites la pregunta. Querías saber si me llevabas a casa en coche, o si prefería quedarme contigo en la tuya, pues tus padres están de viaje y desgraciadamente no llegan hasta mañana, y no quieres estar solo porque te asustan los truenos. Lo sé.

Pero, por otra parte, ¿no se supone que debería estar con él es Miriam? Por algo es su novia… Por mucho que a mí me pese.

—Pero, ¿y Miriam? —pregunto triste.

—No lo podemos celebrar hoy —dice con un suspiro—, está castigada hasta el fin de semana.

Ahora que lo recuerdo, algo me pareció escuchar a mamá sobre eso. Estaba castigada por hacerse el tatuaje de la calavera en la pierna.

—Así qué, ¿me acompañas? —interrumpe el curso de mis pensamientos su pregunta.

Me gustaría poder decirle que no, resistirme a sus encantos, y negarme, pues no quiero ser el plato de segunda mesa de nadie, y la invitación ha parecido forzosa.

Pero es imposible resistirse a uno de tus pucheros como el de ahora. Me imagino que esto lo sabes y por eso lo usas tanto, ¿verdad?

—Está bien —digo resignado haciendo un esfuerzo por acallar mi mente que me decía que huyera de allí, que él solo me haría más daño—. Pero solo hasta que pare de llover, no creo que a mi madre le haga mucha gracia esto.

Ante esas palabras tus ojos brillan, y empiezas a dar saltitos de alegría. Sonrío ante tu actitud tan infantil, y no puedo evitar pensar en que “Te quiero”.

—¡¡Vamos!! ¡¡Vamos!! —Me apremias, cogiéndome de la mano, y saliendo al exterior donde la lluvia continúa cayendo imparable.

Nos mojamos, pero da igual. Seguimos corriendo hasta la entrada de tu coche. Llegamos exhaustos y jadeando de tanto correr. Te miro, estás adorable con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes.

Me pregunto si tu cara mientras haces el amor, se parece a esta. Seguro que sí.

Joder, ¿por qué? ¿Por qué tienes que ser tan hermoso? ¿Tan perfecto?

Sientes mi mirada encima de la tuya, y me miras tú también. Los dos sonreímos, y abres la puerta del coche.

El trayecto hasta tu casa es tranquilo. Ninguno de los dos habla, pero la radio se deja escuchar. En uno de esos momentos, la bajo un poco y llamo a mi madre para avisarle de que no iré a comer. Ella al principio pone pegas, pero a regañadientes acepta. Si no lo hubiera hecho, me hubiera dado lo mismo,  pues yo me habría ido contigo de igual manera.

 Llegamos a tu casa. Aparcas el coche, un Audi R8, regalo de tu madre por tu anterior cumpleaños, en el garaje y salimos, parece ser que la lluvia ha disminuido un poco, aunque no lo bastante como para no mojarnos.

Entramos a tu lujosa casa, y una sirvienta nos espera en la puerta con un par de toallas para secarnos.

—Bienvenidos, señoritos.

—Hola, Rose —le contesta amablemente Bill, yo solo asiento con la cabeza, mientras me seco las trenzas.

— ¿Se quedará el señorito Tom a comer? —pregunta la chica, habituada ya a que me quede.

—Sí —le respondo con una sonrisa. La chica asiente, y se va a la cocina a preparar la comida.

—Deberíamos cambiarnos de ropa. Esta está toda mojada—. Dice Bill girándose a mí— Lo que no sé si tendré algo de tu gusto, Tom.

—Bueno, me tendré que resignar a llevar algo de mi talla —digo teatrero, provocando una risa en ti.

Como amo tu risa, parece música celestial para mis oídos.

Vamos hacia tu enorme habitación, y me dices que espere en la cama sentado, que vas a buscar ropa limpia para los dos.

Espero y de mientras observo la habitación, ordenada cuidada y limpia. Sonrío y suspiro. Eso es tan típico de ti.

— ¿Y ese suspiro? —preguntas, provocando que me asuste. Si que has vuelto rápido.

—Nada, nada.

— ¿Seguro? —dices mirándome con extrañeza.

—Seguro.

—Está bien. Te he traído esto. Es lo menos ceñido que tengo. Lo siento.

—No importa —digo mientras cojo la ropa que tú me tiendes.

—Yo iré a cambiarme en el baño. Ahora vuelvo.

Esas palabras, me provocan tristeza. Yo quería verte sacándote despacio la ropa, dejando entrever esa piel blanquecina…

Muevo la cabeza de un lado para otro. Mejor me cambio, no quiero pescar un resfriado. Miro la ropa de mala manera, es demasiado ceñida, seguro.

Me quito la camiseta y el jersey, y me pongo la que me has traído que lleva un dibujo un tanto infantil bastante ceñida a mi cuerpo, y unos vaqueros. No está mal. Podría haber sido peor.

Cuando estoy, me siento en la cama y te espero. Sales a los pocos minutos con un chándal viejo de andar por casa.

—Oh, pero si te has puesto la ropa —te burlas.

— ¿Y que querías? ¿Qué me quedara desnudo? —pregunto con sarcasmo y sin pensar.

Abres los ojos, y es entonces que pienso en qué acabo de decir y maldigo a mi boca. Un silencio incómodo se forma entre nosotros.

— ¿Bajamos? —pregunto rompiendo el silencio.

Asientes con la cabeza, abres la puerta, y bajamos en dirección al comedor.  Llegamos, y vemos que Rose ya ha acabado de cocinar y de poner la mesa. Nos sentamos en ella, uno enfrente del otro, y empezamos a comer. Comemos entre charlas divertidas y cómodos silencios. Suspiro, parece que el incidente de arriba está solucionado. Menos mal.

Acabamos, y llamas a Rose que viene de seguida solicita a recoger los platos. Se va, y antes de que podamos decir nada, las luces son apagadas y pese a ser de día, no se ve nada.

De repente, la puerta de la cocina se vuelve a abrir, y por ella aparece Rose y los demás empleados cargando un gran pastel con dieciocho velas encendidas y cantando el cumpleaños feliz.

—Gracias, chicos, yo… —empiezas a decir emocionado y alegre. Estoy seguro que no te lo esperabas, pero que quieres, todo el mundo te quiere. Es imposible no hacerlo.

—Felicidades, señorito Bill —dicen todos a coro, mientras Rose deja el pastel encima de la mesa y delante de ti—, ahora pida un deseo por favor.

Me miras divertido, me guiñas un ojo, y cierras los ojos. Los vuelves a abrir y soplas.

—Por favor, quedaos a comer el pastel con nosotros —dices cuando ves que tus trabajadores se marchan.

—Oh, no, no, señorito Bill —dice Fred, el cochero—, es todo para usted y su amigo.

—Pero nosotros no nos lo acabaremos, así que siéntense. Es una orden —dice serio.

Poco a poco todos se sientan, menos Rose que diligentemente se acerca a la tarta, la corta y va sirviendo un trozo a cada uno. Cuando acaba, se sirve un trozo ella y se sienta.

Comemos la tarta contentos, charlando entre nosotros, olvidando por un momento que ellos son solo trabajadores y Bill su amo. Acabamos,  y te levantas.

—Muchas gracias, por esto. Yo no me lo esperaba. De verdad.

—Señorito, lo hemos hecho con mucho gusto —interviene Ann la ama de llaves—no nos tiene que agradecer nada—dice mientras otros asienten con la cabeza de acuerdo a sus palabras.

—Son geniales, de verdad. Ahora Tom y yo nos retiramos porque tenemos que hacer un trabajo —te despides de ellos, y empiezas a andar hacia tu habitación.

Me levanto yo también, y despidiéndome de ellos, te sigo a tu habitación. Cuando yo llego detrás de ti, cierras la puerta de la habitación. Nos sentamos, los dos en la cama, uno delante del otro. Fijas tu mirada en la mía, y de forma decidida me formulas la pregunta que he intentado durante toda la mañana evitar:

—Ahora sí, Tom, ¿me contarás que te pasa? —me preguntas preocupado, provocando que me mi cuerpo se tense por completo.

 Por toda respuesta a tu pregunta, me acercó a ti, y eliminando cualquier espacio entre nuestros rostros rozo tus labios con los míos brevemente, casi con temor. Temor a que tú, mi mejor amigo, me apartes de un empujón y me preguntes que estoy haciendo y si he perdido la cabeza por completo, por hacerte esto, por hacer algo prohibido.

Es un segundo que me sabe a gloria. Probar tus labios era mi más profundo anhelo, saber si son tan suaves como aparentan serlos, probar si son tan dulces como tantas y tantas veces me había imaginado.

Es como un sueño hecho realidad del que soy despertado de golpe al sentir un empujón tuyo. Caigo al suelo bruscamente e inmediatamente empiezan a salir lágrimas de mis ojos. Quiero pararlas, en serio, quiero, pero no puedo.

Tú me miras con los ojos y la boca abierta de par en par. Me escuchas sollozar y con paso vacilante te acercas.  Doy un paso atrás, aún en el suelo. No quiero tu consuelo, ni tu compasión, ni tu lástima…

—Tom —susurras con la voz entrecortada, y los ojos llenos de lágrimas…. Estás llorando, dime, mi amor, ¿por qué lloras? Tú no deberías llorar. No el que debe sufrir por este amor no correspondido soy yo no tú, mi pequeño ángel.

 —Tom… —vuelves a susurrar.

—Shh —te interrumpo. No quiero saber qué es lo que quieres decirme. No puedo oírlo, sé que me apartarás de tu lado, que me prohibirás verte más. Así que decido irme yo con la poca dignidad que me queda. Me seco con el reverso de la manga mis lágrimas, cojo mis cosas, y me voy hacia la puerta, pero antes de eso, dejo encima de tu cama un regalo.

—Es tuyo, Bill. De ti depende que lo abras o no. Por favor, perdóname por lo de hace un instante. No sé que me pasó por la cabeza. Solo quería desearte feliz cumpleaños, pero veo que lo he echado todo a perder.

Doy unos pasos más hacia la puerta y cojo el pomo para salir por ella, cuando siento tu mano fría y temblorosa encima de la mía. Asombrado, levanto mi mirada hacia la tuya, buscando una explicación, un porqué de tu actitud.

Tus ojos están aún cristalinos, pero ya no dejan escapar lágrimas parecen brillar más que nunca. Preciosos. Me pregunto cuál es el motivo de que brillen tanto. ¿Será por las lágrimas derramadas o es que…?

No, no me atrevo a completar la frase y dar alas a mi herido corazón.

— ¿Bill? —pregunto cautelosamente. No quiero echar a perder nada.

—Tommy… ¿porqué? ¿Por qué me has besado?

 Mi boca se abre de par en par debido a la sorpresa de tu pregunta, pero es que ¿acaso el motivo no está suficientemente claro? ¿No te he dicho ya suficiente con ese beso, que me harás pasar la agonía de confesarte en palabras mis sentimientos?

Muy bien, si así lo quieres, amor mío, que se haga tu voluntad. Voy a decirte cuanto te amo aunque después solo obtenga tu rechazo.

—Te amo, Bill —digo con la mirada fija en la tuya. Mis palabras resuenan en el silencio que se ha instalado en la habitación.

Un jadeo de sorpresa escapa de tus dulces labios sabor a fresa. ¿No te lo esperabas verdad?

—Yo Tom, la verdad es que no sé qué decirte. Hemos sido amigos por tanto tiempo, y ahora que me digas esto… —empieza a decir cautelosamente, como temiendo hacerme daño.

—Shh… —le callo poniendo mis dedos encima de sus finos labios—,  no hace falta que digas nada más,  lo entiendo. Solo quería que lo supieras, nada más. Espero puedas perdonarme por mi osadía de antes.

Habiendo dicho eso, abro la puerta de la habitación. Estoy a punto de salir por ella, cuando Bill me detiene. Otra vez. Giro la cabeza, y le miro preguntándole por qué no me deja irme.

—Bill, ¿qué…? —No puedo acabar la oración, ya que ahora es Bill el que me está  besando. No es un beso tierno, es brusco, me muerde el labio inferior con fuerza, con saña, y me obliga a separar mis labios para entrar en mi boca que explora a su antojo.

— ¿Por qué has hecho eso? —pregunto jadeante cuándo rompe el beso. No es una recriminación. Solo es anhelo de saber el porqué.

—Por que te amo, Tom, yo también te amo. Todo este tiempo he estado intentando engañarme.

Atónito. Solo puedo estar atónito ante tal confesión.

—Pero, pero ¡si hace un momento me has dicho que no sentías nada por mí! —le recrimino.

—Yo nunca he dicho eso, Tom. Tú has interpretado mis palabras como has querido —dijo tristemente, dándome una media sonrisa —. Tampoco quería perder nuestra amistad, ¿qué hubiera pasado si te hubiera dicho que te amo y tú me hubieras rechazado?  Además, tengo que admitir que no esperaba que me confesaras tu amor. Me pensaba que ibas a decir que tenías novia o algo así.

— ¿Pensabas qué te rechazaría? —pregunto acercándome a él y abrazándole. Su dulce olor a vainilla penetra en mis fosas nasales. ¡Qué bien olía!

—No las tenía todas conmigo —me susurra Bill con la voz entrecortada, frágil, como un niño pequeño.

—Pequeño, yo te he amado desde siempre. Desde que llegaste a mi clase —le confieso con mis mejillas totalmente coloradas.

—Yo también Tommy solo que por miedo no te lo había dicho hasta ahora, cuando he notado que te perdía.

—Pero, ¿y Miriam?

—Miriam es una muy buena amiga. Un día que estaba de bajón me la encontré y le acabé confesando todo —responde con cierta timidez—. Fue entonces que ella me dijo que si salíamos juntos y te daba celos, me acabarías diciendo algo. Pero el tiempo pasó y no decías nada. Hoy iba a decirle que lo dejaba puesto que ya no tenía sentido continuar con esa farsa.

Entonces, ¿lo hizo por mí? ¿Será cierto que me ama? Yo lo he amado desde siempre, pero ¿y él? ¿Es cierto lo que dice?

—Dime que esto no es un sueño, por favor —le ruego con lágrimas en los ojos.

—Todo es cierto, mi amor —dice separándose de mí.

Mi amor”. Un escalofrío recorre mi cuerpo al oírle decir, por fin, esas dos palabras que desde hace tanto he anhelado escuchar.

Bill se separa de mí y se arrodilla con una sonrisa ante mi mirada de confusión. ¿Qué quiere hacer?

—No sé si me podrás creer ahora, Tom. Solo espero que me des una oportunidad para poder estar contigo, y demostrarte todo mi amor, por favor —acaba diciendo con voz débil.

Unas lágrimas se escapan de mis ojos. Son de felicidad, pura felicidad.

—Por supuesto que sí, mi amor —le digo mientras lo levanto del suelo, y le beso otra vez. Creo que me he hecho adicto a sus labios, desde el primer momento en que los he probado.

Sin duda, este ha sido el mejor día de mi vida. Y estoy seguro que los que vendrán a continuación serán mucho mejores que este, pero siempre, siempre a tu lado, mi Billy.

****************************************************************************

El regalo, aquél por el que horas antes Bill le ha reclamado, queda ahora allí encima del colchón, tirado, olvidado y sin abrir. Horas más tarde, cuando ya no llueve y en la soledad de su habitación Bill, tras haberse despedido de su nuevo novio,  descubrirá una sorpresa. Y que su novio es fantástico. En su mano, dos billetes para ir a Disneyland París, sitio al que nunca ha ido y al que le hacía mucha ilusión ir. Ya se lo había dicho a Tom unas cuantas veces y por lo que ve, su maravilloso novio  se ha acordado. Se emociona, y unas lágrimas rebeldes bajan por sus ojos mientras estrecha con felicidad los billetes contra su pecho.

Una nota pegada al papel de envoltorio llama su atención, una nota con la letra de Tom...

Mi amor,

Estoy seguro de que a estas alturas ya te habré dicho cuanto te amo. Por si acaso, te lo vuelvo a decir: “TE AMO”.

Los billetes que ahora tienes en tu mano, son para un viaje a Disneyland, sí me he acordado de tu sueño, ¿cómo no lo iba a hacer si era tuyo? Así que para cuando quieras puedes irte de viaje. Y, ¿sabes? Me encantaría ser tu acompañante. Contigo sería una experiencia inolvidable.

Solo me queda por decirte, que estos billetes caducan en tres meses. Es decir en Junio. El 25. Justo dos semanas después de que acabemos el instituto.

Siempre Tuyo,

Tom.

 Bill suspira emocionado. Le gustaría ir a casa de Tom raptarlo y coger inmediatamente un avión a París, poderse ir ya, pero sabe que no es posible, que primero están los estudios, pero también sabe que en verano, por fin hará uno de sus sueños realidad. Pero de mientras, disfrutara que el primero y el más grande de momento, ya se ha hecho realidad, el de estar junto a su Tommy.

FIN

 

 

 

Notas finales:

¿Gustó? Espero que sí >.<, y espero que no haya sido muy fluffy (?). 

¿Alguien me deja un review? ¿Solo uno? Venga que no cuesta nada... (T.T).

Besos gente hermosa <3.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).