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Tú me amas tal vez por Marbius

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2.- Tal vez.




El próximo viernes trajo consigo un cambio de rutina por demás esperado y temido: En lugar de dirigirse al aula 303 de tutorías y esperar a Georgie frente a la puerta durante una hora, Gus salió aquel día de sus clases y a paso lento y casi arrastrando los pies sobre el duro pavimento, caminó hasta su propia casa.
Mientras cruzaba el umbral y se escabullía apresurada escaleras arriba para evitar encontrarse con algún miembro de su familia, no pudo evitarse sentirse como un vulgar ladrón. El por qué escondía su llegada tenía bastante qué ver con evitar explicar sus razones para ello; la norma en la casa Schäfer era que Gus no dormiría en su habitación los viernes porque los pasaba en casa de Georgie, y punto. Ya no era necesario pedir permiso ni avisar de antemano porque era un hecho; en viernes, ya nadie colocaba su plato a la hora de la comida así como tampoco era su turno para sacar la basura.
Gus no existía más en su propio hogar por la simple razón de que era viernes y se encontraba con Georgie, excepto por ese día que era viernes y no se encontraba con Georgie. Toda una paradoja.
Entrando a su habitación y dejándose caer de frente sobre la cama, Gus abrazó la más mullida de sus almohadas y enterró el rostro sobre ella para no llorar. En verdad, ¿qué hacía ella ahí? No recordaba siquiera la última vez que había puesto un pie en su alcoba una tarde de viernes en por lo menos un año. Sus pijamadas de fin de semana con Georgie eran la ley incluso desde antes que lo no-suyo diera comienzo con un simple beso tantos meses atrás.
Aún con los ojos brumosos por las lágrimas que no derramaría (oh no, antes muerta por perder la última pizca de dignidad que le quedaba), Gus admiró cuidadosamente cada centímetro en su habitación, preguntándose si en verdad marcaría una diferencia que ella estuviera ahí y no en la misma banca de siempre esperando a que Georgie terminara con sus asesorías de geometría.
Lo que era peor, la propia Georgie no sabía que al menos por esa tarde y las que estaban por venir, nadie más esperaría por ella a la salida del aula 303 porque la propia Gus había sido incapaz de decírselo. Luego de una semana completa de evitarla cada vez que se topaban en los corredores de la escuela y pegarse como chicle a los gemelos durante los ensayos para no tener que intercambiar palabra alguna que no fuera estrictamente relacionado con la banda, lo único que le había quedado a Gus era la mirada dolida de Georgie y un agujero enorme en el pecho, justo donde estaba segura debía estar su corazón.
—Y entonces ese pesado de Daniel Berger se le acercará a la hora de la salida y… ¡Dios, no! —Se retorció en la cama, imaginando la escena tan clara como si se tratara de una película. Extrañada por su ausencia, Georgie se encogería de hombros y como por arte de magia, tal vez hasta sería ella quien invitaría a Daniel Berger a las tres grandes C’s: Cine, cena y cama. Y por supuesto que Daniel diría que sí. Era Georgie, ¿por qué no? La propia Gus aceptaría sin siquiera pestañear.
«Ugh, estoy dramatizando», admitió Gus para sí. Por supuesto que Georgie no aceptaría ninguna invitación de Daniel, mucho menos las haría ella. A la bajista en verdad no le gustaba el pobre chico, y la propia Georgie se lo había repetido a Gus hasta el cansancio. Era entonces su propio cerebro jugándole malas pasadas, al parecer, para hacerla sufrir.
—Soy patética —suspiró Gus, cubriéndose los ojos con un brazo y haciendo todos los esfuerzos posibles para no llorar. Fue imposible y de paso inútil; gruesos lagrimones rodaron por sus sienes hasta perderse en el rubio cabello. La nariz se le constipó al igual que la garganta se le cerró.
Luego nada. Gus escondió la cabeza bajo una almohada, y todavía pensando en Georgie, cerró los ojos y se dejó llevar por el cansancio al país de las pesadillas.

Horas después y cuando el sol de la tarde ya caía sobre la habitación dándole un aspecto mortecino que asemejaba al de la naturaleza muerta, Gus despertó de su mal sueño, con el cabello revuelto y la sensación de estar empapada de sudor. No toda ella, pero al llevarse la mano al cuello, comprobó asqueada que estaba húmedo de transpiración.
¿Cuánto había dormido? Por el aspecto de la tarde a través de la ventana, parecía que por lo menos el resto del día. Gus se talló los ojos y poco a poco la angustia de antes regresó para instaurarse sobre su pecho. Dormir no había solucionado nada, pero al menos del fuego doloroso de antes había dado paso a los rescoldos que venían en compañía de la desolación. Un cambio al menos de su estado anterior.
Cuidadosa de movimientos, al mismo tiempo, temerosa de romperse al menor paso en falso, Gus se sentó al borde del colchón y analizó sus opciones. Podría simplemente quedarse en cama el resto del día y fingir que ni ella, ni Georgie, no mucho menos lo ocurrido una semana atrás (o seis meses) había pasado jamás. Claro que en algún momento tendría que bajar y dar la cara, soportar estoica las preguntas de su madre de por qué se encontraba en casa y escudar una excusa lo bastante buena como para no atraer sobre su persona más atención de la que requería.
—Asco de vida —gruñó Gus para sí, ahogando un bostezo con el dorso de la mano. Por supuesto que su madre la acosaría con preguntas. Desde el simple “¿Qué haces aquí? Es viernes” como si ella no supiera el día de la semana en que vivían, hasta el temido “¿Qué pasó? ¿Discutiste con Georgie?” que desde ya le estaba produciendo dentera.
Bufando ante la imagen mental, Gus decidió que lo primero sería dar un paso a la vez. Empezando por ropa nueva que no estuviera húmeda de transpiración. Sujetando desde los bajos la camiseta que vestía, se la sacó por la cabeza y suspiró aliviada cuando una leve brisa le refrescó la piel sudada.
—Qué diferencia… Uh, mucho mejor —movió apenas los labios al hablar, lanzando la prenda hasta el cesto de ropa sucia y encestando sin mayor complicación.
Abandonando la cama, Gus consideró el tomar una ducha y dormir un poco más después. «O sólo dormir y punto», ponderó, a sabiendas de que no iba a poder hacerlo a menos que se lavara de encima la fina capa de sudor que la cubría. «Qué remedio», estiró la mano en pos de una toalla del armario cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe y Franz, su hermano mayor, apareció en el umbral portando la misma cara de sorpresa y horror que ella puso al verlo ahí.
—¡Mierda, Gus!
—¡Franz! —Chilló aterrada, usando un brazo para cubrirse el cuerpo y con el otro tirar de la toalla hasta tenerla pegada contra el pecho pero de poca ayuda al momento de ocultar su desnudez.
La puerta se cerró de vuelta en un estruendo y después la voz de Franz le llegó a Gus a través de la madera, opacada y un tanto tímida.
—¿Perdón? Yo… Uhm, juro que no sabía que estabas aquí. Jamás está aquí los viernes, joder… Venía sólo por un libro. Lo siento… ¿Gus? —Pausa—. Di algo.
Todavía con el corazón latiéndole a cien por hora y una vergüenza boba de haber sido visto desnuda (sostén o no, contaba como tal), Gus se volvió a poner la camiseta de antes y abrió la puerta para encontrarse con su hermano mayor recitando una retahíla de disculpas con la frente apoyada en la pared.
—No seas idiota, idiota —le pegó en la cabeza y se hizo a un lado para dejarlo pasar—. Tampoco es para tanto, erm, sólo olvidemos que pasó y ya.
—Seh… —Entró Franz en la habitación, una mano en torno a la nuca y la cabeza gacha—. Te juro que cerré los ojos en cuanto vi que no tenías puesta la camiseta y… Ok, me calló —se interrumpió al ver la mirada de muerte que Gus le daba—. Pero en serio, no sabía que estabas aquí. Mamá no me dijo nada, sino, hubiera llamado a la puerta como siempre.
—Mmm, ok —se mordisqueó Gus el labio inferior—. Ya te dije que no pasa nada. Olvida lo que viste.
Franz advirtió el filo cortante de su tono, por lo que arrugó un poco las cejas. —Espera… ¿Qué haces aquí? Es viernes —resaltó lo obvio, y Gus se tuvo que contener para no ponerle los ojos en blanco—. ¿Por qué no estás en casa de Georgie? ¿Discutieron o algo?
La baterista suspiró. —Dejémoslo en algo, ¿sí? Mejor dime cuál libro viniste a buscar y te lo doy de una buena vez. Yo, uhm, estaba por meterme a bañar.
—Patrañas —entrecerró Franz los ojos, vislumbrando la mentira incluso a la distancia—. Dilo, ¿qué pasó?
—No quiero hablar de eso —se cruzó Gus de brazos—. No pasó nada de nada.
—¡Oh, vamos! ¿Nada? Te estás poniendo roja de lo mal que mientes.
—¡Idiota! —Resopló Gus, molesta por ser tan transparente con sus sentimientos—. No molestes.
La expresión burlona de Franz cambió hasta volverse de preocupación. —Gus…
—En serio, ¡no es nada! ¡Nada! —Apretó la baterista los ojos con fuerza porque de otra manera se iba a soltar llorando—. No peleamos, ni discutimos. Yo sólo… Franz… —Exhaló el aire de sus pulmones y en ello dejó salir lo que desde tiempo atrás se la corroía por dentro—, ¿qué pasaría si te dijera que… me gustan las chicas?
—Uhhh… ¿Esto va en serio? ¿No es una broma? —Se paralizó éste, cavilando bien sus palabras antes de abrir la boca—. Yo… Tú… ¿La verdad? Erm… ¿No lo tomarás a mal ni nada?
—Franz… —Caminó Gus hasta la cama y se dejó caer de costado—. No soy una princesita de cristal que se rompe a la primera, tú escúpelo.
—Es que tú… Y yo siempre pensé que… Si te soy honesto y lo voy a ser porque eres mi hermana y odiaría mentirte… —Se atusó el cabello hasta dejárselo de punta—. No es una sorpresa del todo, ¿vale? Porque te gusta vestir esos pantalones que compras en la sección de hombres, adoras Metallica como pocas personas en el mundo y tocas la batería en lugar del violín, la flauta o algún instrumento que sea ‘femenino’ —enfatizó su punto al usar los dedos para marcar un par de comillas en el aire—. Lo que quiero decir es que eres mi hermana y te conozco… Te aceptó, tanto si te gustan los chicos como… las chicas —murmuró lo último, porque a pesar de ser él y Gus cercanos como pocos hermanos, aún existían barreras que los separaban.
Era la parte incómoda de ser amigos, llevarse bien y de vez en cuando compartir confidencias susurradas a media luz cuando se daba la situación, pero al mismo tiempo ser hermanos de sangre, y por el mismo vínculo sentir que esa relación era de algún modo incorrecta. Tanto Franz como Gus estaban conscientes de que al ser hermanos, y adolescentes además, lo que se esperaría de ambos serían eternas discusiones a gritos y rivalidad de muerte, cuando la realidad era que entre ambos reinaba una tranquilidad impropia y respeto mutuo. Ya fuera la crianza recibida o que de verdad eran más amigos que hermanos a pesar de la diferencia de casi cuatro años de edad, lo cierto es que en situaciones donde requerían ayuda el uno del otro sabían que podían contar con el apoyo necesario y era lo que bastaba.
—Es decir —continuó Franz—, por mí está bien si hoy mismo cruzas la puerta de la mano de una chica. Mamá y papá pensarían lo mismo, ¿sabes? Te queremos sin condiciones, Gus.
Dejando salir un largo suspiro, la baterista se hizo un pequeño ovillo sobre la cama. —Lo sé, y en verdad que lo aprecio, pero…
—¿Pero? —La animó Franz a continuar. Incapaz de verla en aquel estado de desolación, su hermano se sentó al lado de ella y le acarició la espalda en largos movimientos circulares, a la espera de que como cuando eran niños, Gus dejara caer el peso de sus hombros y se liberara.
—Me gusta Georgie…
—Oh.
—Mucho.
—Ok.
—Y es obvio que yo no a ella, y eso d-d-duele —rompió Gus a llorar apretando los puños contra los ojos.
—Gusti…
—Es que… Es que no es justo —resopló Gus con la boca pastosa y un levísimo dolor justo entre las cejas que prometía convertirse en algo más—. Se siente horrible.
—El primer amor es así —suspiró Franz, apartándole del rostro un mechón de rubio cabello—. Te rechazó, ¿no es así? ¿Por eso estás en casa en lugar de estar con ella?
Gus bufó. —No, no me rechazó, idiota. ¿De qué hablas?
—Espera… —Arqueó Franz una ceja—. ¿Cómo sabes entonces que no le gustas de la misma manera si no te rechazó? ¿Al menos le dijiste algo?
—¡No, por supuesto que no! —Se incorporó Gus apoyada en un codo—. Insisto, ¿de qué hablas?
—No, ¿de qué hablas tú? —Le preguntó Franz—. Es imposible que te rechacen si no te declaras antes, duh, y dices que no lo has hecho. Disculpa si sumé dos más dos y el resultado fue lechuga al cuadrado —refunfuñó Franz, sin intención alguna de romper la creciente discusión entre ambos pero de cualquier modo lográndolo.
—¿… lechuga al cuadrado? —Gus soltó una carcajada larga y ronca—. ¡Franz, eres un idiota! ¡Un idiota al cuadrado! —Rodó después sobre su costado, hundiendo el rostro en el edredón para sofocar las carcajadas.
—Vaya con las crías de ahora —resopló el aludido, incrédulo de cómo en menos de diez minutos habían pasado por una vergüenza suprema, un momento dramático y después convertido todo en una comedia de lo más barata. Simplemente no entendía—. Pues si no le has dicho nada y ella no sabe que le gustas, entonces es imposible que te haya rechazado; ergo, no tienes por qué estar llorando, al menos no tanto.
Gus alzó la cabeza y lo miró con expresión recelosa. —Es obvio que no le gusto, y sería tan idiota como tú si me ilusiono pensando lo contrario.
—Y dale con lo de idiota —gruñó Franz—. En primera, soy listo como un delfín-…
—Claro —rodó Gus los ojos—, tienes aletas y sabes trucos.
—… y en segunda —siguió Franz, sin dejarse amedrentar—, ¿qué prueba tienes de que así sea? Por todo lo que me dices y deduzco, tal vez Georgie no tenga ni la menor idea de lo que sientes, y eso es mejor que el rechazo directo, ¿eh?
—Unf, eso hasta que se lo diga de frente y entonces sí me mande a la mierda —volvió a rodar Gus hasta quedar tendida de espaldas—. ¿Te das cuenta por qué es tan horrible? Estoy en una situación de perder-perder con ella. Se lo digo y puede que hasta me deje de hablar por el resto de su vida; no se lo digo y… —Le tembló el labio inferior—. Olvídalo. Me voy a quedar callada.
—Gus, basta —le desdibujó Franz con un simple dedo las líneas de tensión que llevaba marcadas en el rostro—, te estás haciendo sufrir sola y por nada. No seas tu propia víctima.
—No es sólo ‘nada’ para mí —balbuceó la chica—, lo es todo. Sería peor si me rechaza y todo se va al carajo.
—Mira, no te voy a decir que todo saldrá bien porque no lo sé con certeza, nadie lo sabe, pero se supone que si dejas pasar las oportunidades en la vida, llegará un punto donde mirarás atrás y te darás cuenta que lamentas más lo que no hiciste, que lo que sí hiciste y salió mal. Lo que quiero decir es díselo y ya. Georgie entenderá, y si no… Aunque suene cruel, Gusti, pero lo superarás. Eres fuerte —recalcó, apartándole un mechón de la frente—. Y siempre está la posibilidad de que ambas puedan dejarlo ir; incluso si Georgie sólo se siente atraída por los chicos y te ve como una amiga y nada más, puede encontrar halagador que la veas de esa forma especial y lo entienda mejor que si únicamente dejas de hablarle y la ignoras.
Gus asintió una vez y el corazón se le encogió un poco más en su sitio. —Puede ser…
—Sé valiente y todo saldrá bien. Si no, igual vuelve a casa y llora mucho, aquí estaré para ti. Después todo estará bien de verdad.
—Eres un simplón, Franz —se tendió Gus de lado y apoyó la frente sobre el hombro de su hermano—, pero das buenos consejos. A veces. Todavía no olvido tu grandiosa idea de meter un rollo de aluminio en el microondas.
—Jo, ni me lo recuerdes. Mamá me tendría castigado todavía de no ser porque mentimos diciendo que fue un accidente —rió al recordar el episodio.
—Uh-uh… Hey Franz…
—¿Sí?
—Gracias —exhaló Gus—. Más que nada por no salir huyendo desde un inicio.
—Ay, Gusti —le pasó Franz el brazo por la cintura y la atrajo contra sí—. Eres una terca cabeza-dura, pero resulta que también eres mi hermana predilecta…
—Soy la única que tienes, idiota —gruñó Gus con la boca pegada al pecho de Franz—, así que no quieras colar esa patraña conmigo.
—Lo que sea. El punto es que haría todo por ti, y eso incluye escucharte y hacer que todo sea mejor. Admitiré que esperaba otro tipo de situación, más del tipo en que un chico te haría sufrir y yo me vería involucrado en una masacre para rescatar tu honor, acá tu virginidad, pero éste no parece un caso de esos, ¿o sí? No hay nada que se le parezca de por medio y tampoco me creo capaz de hacerle algo a Georgie por lo que no es de mi incumbencia meterme.
—Mmm, respecto a eso del honor… —Gus se odió por sentir esa necesidad imperiosa de confesar sus pecados, pero antes de que pudiera arrepentirse, las palabras salieron de su boca a borbotones—. La verdad es que ya no soy virgen.
—¡¿QU…?! —La apartó Franz de golpe, mirándola a los ojos con tal intensidad que a Gus le ardieron hasta las orejas de la vergüenza—. ¡No juegues con eso! ¿Quién fue? ¡Voy a matarlo! ¿O es una ella? ¡Oh, Gus, tienes que estar bromeando! ¡Dilo! ¿Con quién lo hiciste? ¿En qué estabas pensando? ¿Usaste protección? ¡Dime que sí, carajo!
—Franz, esas son muchas preguntas y me estás asustando —balbuceó Gus, aliviada cuando su hermano aflojó el agarre de sus manos y pareció recuperarse un poco—. Por supuesto que lo hice con Georgie, hace como un mes en su casa, ¿acaso esperabas a alguien más después de lo de antes? Y deja te digo que la parte de la protección es innecesaria en este caso, ¿sabes?
Fran abrió la boca varias veces, pero igual número de ocasiones la cerró, al parecer sin saber bien cómo expresarse y de qué modo.
—¿Me estás diciendo que lo hiciste con Georgie y aún así no sabes de sus sentimientos por ti? Porque francamente… La posibilidad de rechazo es lo que menos esperaría de su parte, Gus. —Perplejo aún por la repentina revelación, Franz dejó escapar un suspiro—. Sé honesta, puedes negarte a responder pero… ¿Cuándo dices que ya no eres virgen es porque…?
—Porque nos acostamos, Franz, no seas-…
—¡Basta con lo de idiota, sé clara!
—Bien —resopló Gus, aliviada al menos que Franz la trataba más con curiosidad y respeto de iguales que regañándola, porque pese a todo, empezar a tener vida sexual activa a los catorce no era precisamente lo mejor que podría ella hacer a tan temprana edad—. Hablo de todo el paquete completo: Besos, desnudas, sangré cuando ella metió sus dedos en mi-…
—Oh por Diosss…
—¡Franz!, ¿quieres oír o no todo?
—¿De verdad quiero? —Se llevó su hermano la mano al pecho mientras sus ojos desenfocados miraban al techo—. Gus, esto lo pone todo sobre una nueva perspectiva. Creo que la idiota aquí eres tú.
—¡Hey!
—Piénsalo, sólo piénsalo —señaló Franz lo evidente—. Estoy suponiendo que ambas eran vírgenes —dejó la cuestión en el aire, pero una mirada de Gus se lo dijo todo: Sí, lo eran hasta que la curiosidad pudo más—, y así como tú le diste algo valioso, ella hizo lo mismo por ti. Supongo que esto tiene tiempo ocurriendo…
—Un par de meses —admitió Gus—, pero nosotras nunca… Quiero decir, jamás hablamos de eso. Hablábamos de todo, pero no de eso.
—¿Ha salido Georgie con algún chico desde entonces? —Negativa por parte de Gus—. ¿O alguna chica?
—No, al menos no que yo sepa y lo sabría, sí, porque nos contamos todo, o al menos eso creía yo —se mordió Gus el labio inferior—. No me quiero hacer ilusiones, Franz, pero… Están esas señales, yo tampoco soy tonta, hasta creí que habría algo tácito entre las dos. Y luego…
—¿Luego? —Inquirió su hermano.
—Luego ella dijo algo la semana pesada. Acerca de un siempre y nosotras, pero se retractó y… No sé, Franz. Le he dado mil vueltas y sigo sin saber nada. Me siento avergonzada y tengo miedo, las manos me tiemblan de pensar qué ocurrirá.
—Pase lo que pase será lo que será —afirmó su hermano, limpiándole una lágrima traicionera que le pendía de las pestañas—. Tengo un presentimiento al respecto, pero no sabrás nada hasta que la propia Georgie te diga de su boca qué siente por ti y si quiere llevarlo a otro nivel.
—¿Y si no? —Balbuceó Gus—. ¿Y si prefiere dejarlo ir y olvidar?
—Entonces deberás tratar de quedarte con lo bueno y olvidar porque es lo más sano. Pero como dije, tengo un presentimiento y como siempre, cruzaré los dedos para que todo salga bien.
Gus suspiró. Ella también cruzaría los dedos para un final, si al menos no rosado y feliz, que fuera uno sin la amargura que tanto caracterizaba al primer amor. Tanto si Georgie correspondía a sus sentimientos y formalizaban lo suyo o rompían del todo (no más besos, ni otro tipo de contacto; nada que no fuera continuar con su amistad previa), ella lo aceptaría y trataría de mantener la barbilla en alto.
—Mañana, uhm, mañana iré a su casa y hablaré con ella —afirmó Gus, la voz firme y con el agujero que llevaba en el corazón repleto de fuego y ardor—. ¿Pase lo que pase, Franz?
—Sí, será lo que será —la abrazó su hermano, deseando como nunca que su presentimiento tuviera una pizca de profecía, porque aunque sabía que en el crecer y el madurar se encontraba darse de topes en la vida, él no quería eso para Gus.
Para ella que parecía sufrir siempre más que los demás, si acaso por guardárselo todo y estallar cuando sus fuerzas habían llegado al límite, pidió un sí por parte de Georgie.
Acariciándole el cabello rubio que conservaba su suavidad de bebé, Franz pidió que así fuera por su pequeña hermana Gus.

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