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Moth por karasu

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Notas del fanfic:

Happi basudeeee chu iuuuuuuuuuuu~

A ver... Ni siquiera sé si te gusta la pareja, pero he escrito esto pensando en dedicártelo. Espero que te guste un poquito. Que es para ti ;  ;

Iba a ser un one-shot, pero no he podido terminarlo... Así que subiré la continuación o el final cuando pueda acabar de escribir, espero que sea pronto >__<

Pero eso, que feliz cumpleaños, espero que hayas pasado un bonito día y así :3

Notas del capitulo:

Nada que comentar... Si alguien va a leerlo, os lo agradezo. Espero que os guste.

Hacía ya unos meses que vivía en un piso de alquiler pequeño, oscuro y sucio, en la gran ciudad. Había llegado ahí para probar suerte, y hasta el momento no la había tenido.

Se dedicaba a dejar currículums y a esperar llamadas que no llegaban. Al parecer, cuando el trabajo escaseaba, nadie quería contratar un chico de veinte años que no había terminado la secundaria. Kouyou, así se llamaba, hacía un recorrido para dejar papeles prácticamente en blanco en los comercios más diversos cada mañana, y se regalaba la tarde a sí mismo: tocaba la guitarra por horas, salía a correr, dormía y poco más. No tenía problemas económicos; la madre, soltera, ganaba un buen sueldo y le mandaba parte de este a su único hijo.

El joven castaño caminaba una mañana por una calle estrecha, con las manos en los bolsillos, la mochila colgada de un hombro, mirando con expresión despreocupada el cielo que se mostraba entre ramas y hojas de los árboles plantados en pequeños espacios libres de cemento en la acera. Vestía una camiseta simple de un verde apagado, pantalones de color claro, estrechos  y desteñidos, y una chaqueta no demasiado abrigada; estar a principios de otoño le permitía esa indumentaria. Esa mañana, en esa calle, lo vio por primera vez.

Era temprano, apenas las diez de la mañana, un jueves cualquiera. Era una calle extrañamente tranquila, poco transitada, de un solo carril para el paso de vehículos. En ella se podía respirar un aire relativamente limpio y fresco, al no llegar aún el sol al asfalto a esa hora. Había pocas tiendas abiertas, la mayoría de locales estaban cerrados, inaccesibles por las persianas metálicas bajadas, esas que habían sido ensuciadas sin permiso por algún artista callejero. 

El viento revolvió el cabello castaño, levantando los mechones que habían sido colocados con precisión a su lugar antes de salir de casa, para dejarlos reposando de nuevo, desordenados. Kouyou, sin detener su marcha y
suspirando, se giró para estudiar su imagen en el cristal que había a su derecha, perteneciente a una tienda abierta. El presumido se detuvo al comprobar que debía arreglar el peinado, atusándose el pelo con las manos. Detuvo sus acciones cuando su reflejo quedó desenfocado, sus ojos se centraron en el cuerpo que se movía al otro lado del cristal. En ese momento no se fijó en el tipo de tienda ante la que se había detenido, toda su atención se centró en esa persona rubia que veía borrosa a través del material transparente que, al acumular una ligera capa de suciedad, le impedía distinguir sus facciones. Observó ese cuerpo enfundado en ropa oscura dejando su mirada clavada en él, olvidando el resto del mundo. Esa persona se giró momentáneamente hacia él. Ese rubio lo estaba mirando. Se sintió desnudo incluso sin poder ver sus ojos, se sintió emocionado, se sintió extraño. Supo que volvería a verle. Reemprendió la marcha sin poderse quitar al rubio de la tienda de cristales sucios de la mente.

Y desde esa mañana, el castaño incorporó algo más a su rutina. Daba igual el sitio que tuviera como destino cuando salía, no importaba si había algo urgente o demasiadas cosas por hacer, el chico siempre pasaba por la calle de esa tienda. No tardó a descubrir, emocionado, que era uno de esos locales, comercios, antros a los que recurre la gente cuando quiere meter tinta bajo su piel.

Siempre que pasaba ante el lugar, el chico estaba ahí. Había tenido oportunidad de observarlo mejor, consiguiendo simplemente aumentar su obsesión, su amor, como le gustaba a él referirse al sentimiento.

No salía nunca antes de las nueve, y siempre había visto la tienda abierta, mañana o tarde. Había conseguido un horario mental aproximado de su chico; no cerraban al mediodía y trabajaba de lunes a sábado. Según un cartel colgado en la puerta, cerraban a las nueve de la noche, temprano, pero en ese mismo cartel no se especificaba a qué hora empezaba la jornada laboral. No era el único trabajador del sitio y no parecía ser el propietario. Un chico de pelo muy corto y otro pelinegro se dejaban ver de cuando en cuando, pero Kouyou sólo tenía ojos para su hermoso amor platónico.
  
Un martes, apenas un mes después de esa primera visión, el castaño abrió los ojos en su cama, con la luz matutina colándose por la persiana mal cerrada, suponiendo que su despertador mental no le habría fallado, debían ser las ocho y poco.

Se levantó, habiendo seleccionado previamente en su cabeza la opción de "piloto automático". Dejó la cama sin hacer para ducharse y vestirse luego con el pelo goteando que humedecía su camiseta.

Preparó café para acabar de despejarse, llenando un vaso con licor transparente después: el día anterior lo había dejado sobre la encimera y no pudo evitarlo. Se llevó el vaso a los labios y permitió que el líquido ardiente se deslizara por su garganta, sin apenas saborearlo. Mirando por la ventana decidió que debía hacer frío, la gente que pasaba por su calle iba abrigada, la temperatura del cristal era agradablemente fresca. Salió a la calle con dos capas de ropa y un abrigo sobre sus hombros.

Las ráfagas de viento levantaban hojas secas y bolsas de plástico, que volaban formando dibujos en el aire. Kouyou observó extrañado las personas que esquivaban la basura voladora, hombres de negocios con trajes caros, niños y jóvenes acompañados de sus padres, viejos paseando el perro, esa no era la fauna a la que estaba acostumbrado. Se encogió de hombros siguiendo su camino. Su emoción crecía a cada paso mientras daba vueltas por las calles, acercándose poco a poco al sitio, saboreándolo. La mochila que cargaba colgaba de su hombro izquierdo, sólo contenía papeles, la cartera y un solo bolígrafo. No tardó más de cinco minutos a llegar, había acelerado el paso involuntariamente.

Las farolas de la calle que tomaba permanecían encendidas. Kouyou pensó que aquel era un día extraño, de nuevo, y atribuyó el funcionamiento de las luces a las pocas nubes grises que manchaban el cielo. El local quedaba a menos de cien metros.

Un flechazo, su corazón dio un vuelco, saltó para empezar a rebotar en su pecho. A cien metros, una figura se acercaba a la persiana cerrada. Figura, complexión, estilo, forma de caminar, era él, él, él. Fuera de la tienda, estaban en el mismo mundo.

Kouyou caminó apresuradamente, por no decir que brincó hasta la altura de la tienda por el otro lado de la calle. Apoyó su espalda en el mármol que rodeaba la puerta del número 12. ¿Qué los separaba? Pocos metros, y sin cristal, solo aire. Un gemido de satisfacción escapó traidor entre sus labios.  Estudió sus movimientos, observó extasiado como sus pequeñas manos desaparecían en su bolso, del que el rubio sacó una llave, la que encajaba con la cerradura junto al suelo que permitía abrir la persiana metálica que bloqueaba el acceso durante la noche.

El rubio, aún anónimo para el joven enamorado, llevaba un conjunto que consistía en unos estrechísimos pantalones negros, camiseta blanca con un motivo sencillo y chaqueta deportiva varias tallas grande del mismo tono que los pantalones.  Con la llave en la mano, el trabajador dobló las rodillas hasta quedar a cuclillas, concentrándose en acertar en la cerradura. No sospechó en ningún momento que era observado desde escasos metros. Kouyou disfrutaba de la imagen. Los pantalones apretaban los muslos del rubio, marcando su forma deliciosamente. El chico no tardó a hacer girar la llave y levantar la persiana para desaparecer detrás de la puerta de cristal empotrada en un marco de madera. El sueño se rompió.

Kouyou suspiró, dejando escapar la tensión y excitación acumulada. Se felicitó. Había hecho bien de escoger una camiseta larga. Caminó incómodo de vuelta a casa, descubriendo en el reloj digital del cartel de un parking que no eran ni las ocho y media de la mañana. Eso lo explicaba todo. En otra ocasión el descubrimiento lo habría puesto de mal humor, pero después de verle eso era imposible. Se preguntó qué haría durante el día, la imagen de su rubio no parecía estar dispuesta a dejar de reproducirse en su mente.

Miró reemisiones de fútbol y juntó algunos acordes y les añadió una melodía. Cantaba su amor y su desdicha con mala voz. En ello estuvo todo el día.

~~

De noche, en una habitación a oscuras, Kouyou yacía en su cama. Había apartado los edredones, y su cuerpo sólo quedaba cubierto de rodillas hacia abajo. Vestía un pijama azul marino con motivos infantiles, verdes y amarillos y blancos; pequeños cohetes, lunas, nubes y estrellitas.

Kouyou tiró de la goma que cercaba su cintura, bajándose el pantaloncito momentáneamente para liberar su pene, semierecto. El rubito seguía en su mente, se negaba a irse y cada segundo sus movimientos eran más sensuales, en el recuerdo; había llegado a un punto que parecía bailar en una barra invisible, más que abrir una persiana. El castaño se lamió los labios, concentrándose en todas las imágenes que tenía del otro joven. Tímidamente se llevó una mano a la erección, su cuerpo reaccionó al instante. Apretó ese trozo de carne. Era placentero. Empezó a acariciar lentamente toda la extensión de su pene, ayudándose de la mano izquierda. Apretaba la punta, la base, había zonas en las que se sentía mejor. Sus manos inexpertas empezaron a moverse más seguras. Kouyou yacía en su cama, levantando el trasero del colchón para conseguir más de ese contacto que él mismo se regalaba, estirando su cuello. Deseaba gemir su nombre. Se levantó la camiseta para acariciar su abdomen, plano y suave. La misma mano traviesa descendió luego hacia sus testículos. No tardó a correrse, mirando su mano de largos dedos alrededor de su pene rosado, ahora suavemente enrojecido, imaginando que eran unas pequeñas manos de uñas cuidadas y afiladas  las que lo acariciaban. Sus ojos se cerraron mientras aún temblaba por el reciente orgasmo.

 

El día siguiente despertó sintiéndose mal. Se levantó y se mareó. Obviándolo caminó hacia el baño para tomarse una ducha. Tomó un almuerzo sustancioso que su cuerpo no tardó a rechazar. Buscó el termómetro y lo lameteó por un poco más de cinco minutos; el mercurio ascendió por el tubo de cristal hasta marcar los 38 grados. Así que a eso se debía el dolor de cabeza. Maldijo las gripes que empezaban a circular y corrió hacia el baño pensando qué quedaba en su estómago para vomitar.

Durante los días que pasó encerrado en en casa, Kouyou bajó tres kilogramos y llamó a su madre dos veces.  Además, una idea empezó a tomar forma en su cabeza. Era una locura. No. Era la más brillante que había tenido en su vida.

Alimentándose de pastillas que reducían su dolor de cabeza y lo dejaban adormilado acabó de perfilar su plan. Y en eso ya llevaba cinco días enfermo.

La noche del domingo el termómetro volvió a los 36,5 grados. El castaño bailoteó por su casa y se tomó la última dosis de pastillitas para meterse a la cama.

 

Lunes, una semana empezaba de nuevo. Había soñado en pelotas de fútbol aladas que volaban entre nubes azules de algodón de azúcar sobre un fondo rosa manchado de estrellas amarillas. Tiró el edredón al suelo y se puso en pie de un salto. Había reconocido la pelota del mundial de 2002, disputado en Japón y Corea del Sur, el que Brasil había ganado ganado frente Alemania. Su madre no le había permitido asistir a ninguno de los partidos. Se estiró, bostezando, levantando las manos hacia el techo, mostrando su ombligo a los poster de bandas de rock colgados en las paredes.

Se tragó un café frío en pijama, abrió todas las ventanas invitando a la luz y al aire a entrar a su pequeño piso de soltero e hizo una rápida limpieza. Se le hicieron las once, pero decidió salir, su plan se ponía en marcha.

Era una mañana soleada, los viejos habían salido a aprovechar el sol del invierno que aún estaba por llegar. Kouyou no recordaba que hiciera tanto frío la semana anterior y temblaba, buscando calles con poca sombra, donde los rayos del sol brillaban de forma agradable. Pasó por un pequeño supermercado para adquirir provisiones para la siguiente semana y cargó las bolsitas de plástico repletas de productos envasados hacia la calle estrecha.

Sus intenciones eran claras, sabía lo que quería, lo había decidido. Se acercaba y sus nervios aumentaban. Recordó la primera vez que caminó por esa calle, a principios de otoño. Sonrió, pensando que su vida carecía de sentido en ese entonces. Ahora sus acciones y pensamientos tenían razón de ser.

Las manos y las orejas le dolían por el frío cuando llegó ante la tienda, pero notaba sus palmas sudadas. Nervioso. Ante la puerta creyó que el corazón se le saldría del pecho, pero aquello no pasó. Temblando por la baja temperatura se situó ante la puerta con mirada desafiante y rodeó el pomo con su mano izquierda de guitarrista. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. El pomo era redondo, metálico y frío, la pintura negra se desprendía de él. Empujó la puerta, que cedió fácilmente, ligera. Se recubrió con un escudo de valor inexistente.

Estaba en un sitio distinto. Sí, recordaba las formas, la disposición de los muebles, colores, decoración. Pero ahora podía verlo desde un punto de vista distinto, y el olor del local lo envolvía. Inspiró varias veces, relacionando el aroma con su rubio.

La tienda tenía, aparentemente, dos plantas. Una primera en la que se encontraba la recepción, con algunas butacas siempre vacías y un escritorio detrás del que normalmente había alguien. Detrás de ese mueble había visto Kouyou por primera vez al chico. Un pasillo oscuro se abría en la pared más alejada de la calle.
La segunda planta parecía ser más pequeña que la primera, una escalera pegada a la pared permitía acceder a una especie de balcón dentro de la tienda, desde el cual se llegaba a las salas en las que los clientes recibían el producto. El castaño podía saber eso porque las puertas de las salas eran de cristal, exhibían a sus trabajadores y clientes.

- Buenos días, estás en Moth, preciosidad - el pelinegro había aparecido por el balcón y bajaba las escaleras lentamente. Sonreía y estudiaba al futuro cliente.

- Hola - respondió simplemente Kouyou. Quería hacer notar su voz grave. Al parecer lo habían confundido con una mujer de nuevo, empezaba a odiarlo. Sí, sus peculiares labios y sus cejas depiladas y su pelo teñido y cuidado podían pasar por los de una chica, pero no aceptaba que su cara fuera femenina. Estaban ciegos, todos.

- Soy Aoi, encantado - el de la tienda llegó a la planta inferior y avanzó hasta detrás de la mesa de oficina. Apoyó sus manos en ella y volvió a hablar con tono sugerente. Kouyou ya no entendía nada-. ¿Qué deseas?

- Un tatuaje - respondió, seguro.

- ¿Sabes qué quieres?- preguntó Aoi. Unos surcos se formaban en su cara cerca de la comisura de sus labios cuando sonreía.

- ¿Cómo?

- Qué quieres tatuarte, digo - se explicó, jugando con su lengua con el aro que atravesaba su labio inferior. 

- No lo sé - Kouyou tuvo que aceptar que su plan no era tan perfecto. Tenía en mente lo que quería: algo que no llamara mucho la atención y no fuera demasiado visible. Quería el dibujo en su muñeca, una palabra, frase, letra, dibujo, no lo sabía. Nunca le habían gustado los tatuajes, no tenía ninguno. Todo lo hacía por él. 

Aoi le entregó una libretita y le indicó una de las butacas. En la libreta había impresos una gran variedad de diseños y dibujos, futuros tatuajes. Kouyou se lo miró con atención. Calaveras, muchas, dibujadas con un estilo algo rudimentario. Había dibujos de chicas, hadas y parecido, mucho más profesionales. Formas, estrellas, motivos varios, simétricos y regulares. El castaño no conseguía concentrarse totalmente en lo que debía, su pie golpeaba rítmicamente el suelo. Su rubio podría aparecer en cualquier momento. No sabría como reaccionar, imaginaba la situación, practicando.

Pasados unos quince minutos largos, el pelinegro se le acercó para sentarse a su lado.

- ¿Ya tienes alguna idea?- Kouyou asintió, mostrándole varias páginas, señalando lo que más le había llamado la atención - Te gustan los diseños de Ruki.

Ante la mirada interrogante del castaño, Aoi se explicó.

- Todos los que te gustan son diseños exclusivos de la tienda- dijo, pasando sus dedos por los dibujos. La libreta yacía sobre las piernas de Kouyou, que se estremeció. Demasiada cercanía -. y estos los ha dibujado todos Ruki.

- ¿Quién es, Ruki?

- Un rubio de bote, bajito, anda por aquí normalmente. Trabaja aquí, plasma sus diseños en la piel de quien los quiera- se explicó el pelinegro.- Hey, ¿estás bien?

El castaño temblaba. Emocionado. Feliz. Se hacía llamar Ruki. Era tatuador y sus diseños eran geniales. No podía ser tan perfecto. Además, acababa de descubrir todo aquello, sabía más de él. Le habría gustado saborear por más rato sus triunfos, pero ese Aoi lo llamaba. Se giró a mirarlo y asintió.

- Bien... El tattoo, ¿dónde lo quieres?- preguntó el trabajador, levantándose, indicándole al joven que lo siguiera. Se sentó detrás del escritorio y tomó lo que parecía una agenda, hojeándola. Se había rendido, el castañito no le hacía caso.

- En la muñeca. La izquierda - breve y preciso.

- Así los diseños de la página 11 a la 15 deberían ser adecuados. Mírate esos- suspiró -. ¿Cuándo te iría bien?

Kouyou se estudió las páginas mentadas anteriormente. No tardó a decidirse por uno, decidió que sólo podía ser ese. Puro estilo de Ruki. 

- Me da igual.

- ¿Mañana? - el castaño respló. Eso era muy pronto - Es mañana o en tres semanas.

- Mañana - resolvió rápidamente.- Y querré esto.

Señaló el diseño y se giró para irse. Estaba demasiado nervioso y temblaba. De forma imperceptible para el mundo, pero de forma exagerada para si mismo.

- Necesito un nombre, mejor si dejas el teléfono - Aoi suspiró. Ese castaño era raro. Observó curioso como el joven dirigía rápidos vistazos al piso superior.

- Kouyou Takashima. No tengo teléfono - mintió. Le daba igual si podían conseguir su número a partir del nombre, no quería darlo fácilmente. El pelinegro de la tienda no le acababa de gustar.

- OK. Kouyou... A las nueve aquí. Es algo temprano, pero así habrá tiempo...

El castaño se retiró sin despedirse. No olvidó las bolsas que había dejado junto al escritorio al entrar. Ya en la calle el frío lo devolvió a la realidad. Dentro de "Moth" el tiempo parecía detenerse, o pasar más lentamente. Una simple sensación. Dejó que el viento le enfriara las mejillas, frente, nariz y labios, permitió que lo despeinara. En su interior sonreía, saltaba, corría y gritaba. Se puso en marcha después de algunos segundos. Suspirando y conteniendo una sonrisa que amenazaba a ajar sus labios secos por el viento fresco.

En casa se echó en la cama y fantaseó. Ensayó sus propias reacciones y se prometió que no se pondría tan nervioso. Tocó la guitarra por varias horas, preparó la ropa para el día siguiente. Cuando empezaba a agobiarse sustituyó la ropa de calle por prendas deportivas y salió a correr por un parque cercano.

Volvió a casa siendo seis pasadas, cuando oscurecía. Tenía frío y hambre, había sido suficiente por ese día. Recordó que no había comido en todo el día y preparó una cena sencilla con las compras de la mañana. Se metió en la cama con el estómago lleno y sin pensar en nada concreto.

Un poster a media caída como único "buenos días". Kouyou había abierto los ojos perezosamente para encontrarse tal cuadro. Se levantó con lentitud y presionó el trozo de cinta adhesiva del poster contra la pared con el pulgar. Sólo consiguió que acabara de caerse y tuvo que cambiar el celo de las cuatro puntas. Se tomó su café, caliente ese día, el frío había logrado colarse a su casa. Se duchó con calma, disfrutándolo. Se secó y alisó el pelo con cuidado ante el espejo.

Hasta que la ropa preparada el día anterior se encargó de recordárselo no fue consciente de que ese era el día, y que tenía una cita a las diez. El reloj de números fosforescentes marcaba insistente las 9:50. Susurrando todo su repertorio de insultos y maldiciones, Kouyou se vistió. 

Su salida a la calle fue digna de un anime protagonizado por un personaje dormilón. Sus largas piernas, pero, le permitían avanzar a zancadas. Se saltó semáforos y apartó personas de su camino sin piedad hasta llegar a La calle. Sólo cuando estuvo allí esa sensación se instaló en su estómago y pecho, y se obligó a reducir el ritmo. Calculaba que no había pasado más de medio cuarto desde la último mirada al reloj. 

Yendo a un paso más lento descubrió que el frío seguía en el ambiente, constante. Aoi fumaba ante la puerta de la tienda, exhalando el humo tóxico, dejándolo escapar entre sus labios después en un suspiro. Vio a Kouyou y lo repasó con la mirada, pero siguió sentado en el suelo. Dio las últimas caladas a su cigarrillo y lo lanzó al asfalto. Vestía sólo unos tejanos azules y la camiseta negra con el logo de la tienda. Debía tener frío.

- Puntual, ¿eh?

Kouyou intentó sonreír de vuelta pero no lo consiguió. Volvió a estudiarse todo lo que había estado pensando la tarde anterior. Se contendría, actuaría como persona normal y no se podría nervioso. Era una persona calmada y tranquila. Definitivamente, no permitiría que sus sentimientos lo hicieran quedar mal. Se mostraría tal y como era. Suspiró intentando sacar el nerviosismo junto al aire caliente  y siguió a Aoi.

La tienda estaba exactamente igual que el día anterior.

- Te diré lo que te costará ahora. No quiero dejarte en números rojos - sonrió burlón el pelinegro. Kouyou enarcó una ceja.

- ¿Tengo cara de pobre?

- Tienes cara de vago - respondió el empleado para empezar a reír a carcajadas.

- No es gracioso... - Aoi pronunció la cifra, que no sorprendió al castaño, algo se había informado antes. Tampoco era tan caro para él, que no tenía que pagarlo con su sueldo. Iba a entregar los billetes en aquel momento, pero el pelinegro negó con la cabeza.

- Luego, mejor... Ya son las diez -comunicó- Y ese durmiendo... ¡RUKI!

Gritó varias veces su nombre, hasta que el susodicho apareció en el balcón como un torbellino. Su pelo rubio despeinado y recogido en una coleta corta. 

- Aoi, joder, ¿sabes la hora que es? Me he pasado la noche currando, déjame en paz, deja de gri... tar -su tono de voz fue bajando cuando descubrió la presencia del cliente- Hola.

Levantó una mano, como saludo, supuso Kouyou, que inclinó la cabeza a modo de respuesta. Apenas se atrevía a mirarlo, se lo estaba perdiendo.

- Sé la hora que es, amor. Las diez y tres minutos, es hora de trabajar -señaló al castaño. Entonces Ruki puso sus ojos en él por primera vez. Lo miró con mala cara y se giró, desapareciendo por donde había venido. Kouyou mantuvo sus ojos clavados en el sitio en el que había visto su espalda antes de que cerrara la puerta. Con el pulso revolucionado recordó el contacto visual que había mantenido con el rubio algunos segundos antes. Sus ojos oscuros eran preciosos, profundos, parecía que fueran a absorberlo, que pudiera zambullirse en ellos. Miento. Eran los ojos oscuros normales en cualquier japonés, pero Kouyou sintió todo eso.

- En media hora lo tienes aquí -suspiró Aoi.

Notas finales:

Lo he subido sin corregir, así que... Errores, cosas extrañas... Me lo podéis comentar >.<


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