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Más dulce que la miel por arelii-ierOo

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Basta con mirarte para que empiece a arder mi corazón 
Para que tu fuego me llene el cuerpo de pura pasión.

Si perdemos nuestras almas al final 
Unidas, un día se encontrarán. 
Nuestro hechizo sin dudar perdurará 
Somos tu y yo, que importa lo demás

 

Hace algún tiempo que salían, eran una pareja oficial, pero sólo una chica rubia y su minina sabían su secreto, ayudándolos a mantenerlo así, como un secreto.

 

Su pequeño mundo era de un color rosado, lleno de infinitos caramelos, y aun así, él no era completamente dulce cómo sus súbditos y amigos creían. No, Gumball no conocía el amor. No hasta que apareció un chico mitad demonio, mitad vampiro a su vida. Marshall era… ES todo para él. Antes de él no conocía el significado del amor. Lo había leído en libros de su biblioteca, pero la teoría siempre es muy distinta y complicada a comparación de la práctica. El castillo del dulce reino es muy solitario y el príncipe fue forzado a madurar desde muy pronta edad. Eso del amor no era asunto suyo y tanta dulzura en el ambiente del reino nunca había reflejado lo que sentía por dentro.

 

Marshall, por el contrario, conocía muy bien el amor, sabía apreciarla aunque esta fuese mínima. Al igual que el príncipe, creció en soledad, pero a diferencia de su amado, una mujer de blancos cabellos y piel fría lo acompañó en su desdicha y lo hizo conocer aquel hermoso y cálido sentimiento. Si bien no era un amor pasional, si era un amor de madre. Aquel chico de negros cabellos, como la noche que lo vio emerger, tuvo varios amoríos, no lo podía negar; pero el vacío dentro de sí nunca desaparecía. Conocía el amor, la desesperación, la amistad y el odio, sabía lo que eran, sabía cómo se sentían a pesar de que su corazón nunca hubiese latido ni una vez desde que tenía conciencia, y aun así, aun así el vacío permanecía.

 

Aquel día que se conocieron, algo dentro de cada uno se encendió. Tuvieron que pasar por mucho desde su encuentro, nunca pensaron que el otro sería lo que faltaba. Su amor comenzó frágil cual copo de nieve, pequeño, indefenso ante cualquier adversidad, pero diferente y hermoso. Su amor no se basaba en la necesidad, sino en apoyarse mutuamente para que crecieran juntos y se volvieran más fuertes…

 

-Marshall, ¿qué estás escribiendo?

 

-Nada.- El vampiro guardó un libro en blanco debajo de su cama, que en ocasiones utilizaba como diario o un lienzo en blanco para letras o acordes de canciones. Mordió la punta de su pluma que en vez de tinta contenía sangre. Ambos se encontraban dentro de la habitación del mayor. El azabache sentado y levitando sobre su cama, mientras el dulce príncipe subía por las escaleras que daban hacia la habitación de color púrpura.

 

-Eso no se veía como nada.

 

-Son alucinaciones tuyas, tanta azúcar te daña la cabeza.- El dulce príncipe frunció el ceño, pero tomó por alto la ofensa.- ¿Y qué estás haciendo aquí?

 

-Me aburría en el castillo y quise venir a verte.- El vampiro intentó disimular el leve sonrojo que aquellas palabras producían en él. Gumball no era para nada romántico, o al menos no con él. Las chicas lo describían como un príncipe perfecto, caballeroso, cordial, amable y atento. Marshall, que lo conocía bien, no podía desmentir la descripción, pero a todo eso le faltaba la palabra “romántico”. Era tierno en sobremanera, pero no tenía los detalles que tanto anhelaba de él.

 

-Ah…- Fue lo único que dijo, pensando en qué hablar, claro que tenía temas de conversación y una o dos preguntas que deseaba hacerle al príncipe, pero estas eran muy vergonzosas para él.

 

Hubo una pausa, un largo silencio donde sólo se veían a los ojos. Las orbes rubíes y las violáceas se cruzaron, no sabían qué decir o hacer, usualmente cuando eso ocurría alguno se lanzaba contra el otro para compartir y saborear sus labios, pero este no fue el caso.

 

-Marshall… -Dijo casi en un susurro el príncipe, cómo suplicando porque fuese él quien comenzara.

 

-Yo…- El vampiro se irguió de la cama.- Quería preguntarte algo…- Eso iba a ser difícil. Aquella fecha que las parejas tanto desean, aquel día y noche donde sólo quieres estar con aquella persona adorada, la esperaba con tanto afán. Nunca la había celebrado, a pesar de tener diez siglos de vida, un milenio entero, a pesar de eso, nunca había sabido cómo es que siente estar ese día con alguien especial, pero sí sabía que quería pasarlo con quien tenía ahora en frente. Sólo había un detalle, un pequeño y a la vez gran obstáculo, había una regla, una que prohibía las muestras de afecto en público.

 

¿Y quién proclamó esa ley?

 

Fue Gumball.

 

Desde que la señora cerdo y el elefante llamado Troncos habían sido pareja y su amor se hizo presente, el dulce príncipe tuvo que proclamar aquella ley. La dulce gente no toleraba aquellas demostraciones de cariño, se asqueaban y vomitaban.

 

¿Irónico, no?

 

Por lo mismo, aquella fecha especial no existía en el dulce reino. No sabía cómo reaccionaría, pero debía intentarlo.Tenía que preguntarle. Era como hacer un obsequio para ambos, un día entero dedicado a su amor, el príncipe no podía rechazarlo.

 

-¿Qué ocurre?- Gumball observó el rostro dubitativo del vampiro, esperando a que prosiguiera.

 

-Me preguntaba si… ahm… ¿qué haremos el día de San Valentín?

 

El príncipe se sorprendió ante aquello, no se lo esperaba. Marshall era bromista, grosero, rebelde, pero ¿sensible? No, eso no encajaba en su personalidad, ni aunque ahora fuesen pareja.

 

-¿A qué te refieres con “haremos”?

 

El vampiro se sintió desilusionado, sabía que era muy probable que dijese aquello.

 

-Nada, mejor olvídalo.

 

Tomó su hacha-bajo al lado de su pequeño estudio de grabación y regresó a la cama. Tocó algunas notas y se concentró en hacer sólo eso. Al menos lo intentó, falló, pero lo intentó.

 

-Mar… sabes porque no podemos hacer nada ese día.

 

-Sí, lo sé. No debí mencionarlo.- Continuó con lo suyo y el príncipe sintió una oleada de tristeza. Para habérselo preguntado, Marshall debió de haber tomado mucho valor.

 

-Está bien. Creo que mejor me voy.- Se acercó a la compuerta sobre el suelo para bajar por las escaleras e irse, pero tenía la ligera esperanza de que Marshall lo detuviera.

 

-Nos vemos.- No apartó la vista de sus dedos sobre las finas y largas cuerdas de su instrumento. El príncipe se alejó de aquel lugar en silencio.

 

Más tarde en el casillo, Gumball intentaba remediar lo que había hecho. Su amor hasta ahora siempre había sido secreto, nadie excepto Fiona y Cake lo sabían, así que no quebrantaría su propia ley, sólo debía ser cuidadoso. Tomó un par de guantes y se dirigió a la cocina.

 

Paralelamente a esto, Marshall había dejado de tocar su bajo. Sacó de debajo de la cama su libro, lo hojeó y leyó lo que había escrito con anterioridad para Gumball. Quería hacerle algo original, un regalo que al leerlo sonriera, pero ahora no tenía sentido.


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