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D. D. O. por Ucenitiend

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-¿Y, Nuestra Majestad, qué opinión te merece la carta que le hemos escrito al joven Estel? ¿Te parece que con esto será suficiente o… deseas que agreguemos algo más? Aremides, la letra te ha quedado perfecta; yo no podría diferenciarla de la verdadera letra del Príncipe. Hermano, eres único en este menester. ¿Tú qué dices, Thranduil, no es igualita a la de tu hijo? Pobrecitos, reconozco que me dan un poco de pena -dijo Lesgahel pensando en Estel y en Legolas, y sonrió cínicamente.

-Sí, a mí también –dijo Aremides mirando a su hermano mayor con cara de apenado y luego rio entre dientes.

Atheles, mientras los demás estaban distraídos, se fue acercando, sigilosamente, al escritorio del rey.

-No, es suficiente. Que hoy mismo le sea enviada –dijo secamente Thranduil, y al sentir al menor a sus espaldas se volteó para mirarlo con extrañeza.

Tiempo después, en Rivendell, el mensajero silvano entregó el sobre y emprendió rápidamente el regreso a Mirkwood sin esperar una respuesta, como se le había ordenado.

Cuando terminó de leer la muy odiosa carta que creyera de puño y letra de Legolas, Estel soltó un grito desgarrador y de inmediato comenzó a arrojar todos los objetos que tenía al alcance de las manos contra las paredes de su cuarto y a patear los pedazos de las cosas que rompía.

Los fuertes ruidos atrajeron la atención de los gemelos que descansaban en sus respectivas recámaras, cercanas a la de Estel. Siempre atentos a que la verdadera identidad de su hermano adoptivo no se filtrara más allá de los límites del Valle de Imladris, y algún enemigo lograra burlar la seguridad hasta dar con él para matarlo, al mismo tiempo dejaron lo que estaban haciendo, tomaron sus armas y salieron al corredor.

-¡¿Esos ruidos provienen del cuarto de Estel?! –preguntó Elladan muy nervioso.

-¡Eso parece! ¡Vamos a ver qué está pasando! -contestó Elrohir, igual de nervioso que su gemelo.

Llegaron en segundos, pero se encontraron con que la puerta tenía echado el cerrojo por dentro. Se miraron y, a la cuenta de tres, la forzaron con sendas patadas. Una vez adentro, quedaron perplejos al ver algunos de los libros que su hermano tanto amaba tirados en el piso con las tapas dobladas y las hojas rasgadas, y a Estel arrodillado en medio del cuarto, que de verdad parecía un campo de batalla, rodeado de sillas volteadas, lámparas y adornos destrozados y regados por todas partes, respirando agitado y mirando al suelo con los ojos llenos de lágrimas, y sin darse cuenta de su violenta irrupción.

-¡Hermano, pero qué pasó aquí! –exclamó Elrohir, y, espada al frente, fue a revisar detrás los pesados cortinados, salió al balcón y miró hacia arriba, abajo y a los costados; y al no hallar a nadie entró al baño, pero enseguida volvió al cuarto para mirar debajo de la cama y hasta dentro del ropero, entre la ropa colgada-. Aquí no hay nadie –dijo desconcertado.

Mientras Elrohir seguía repasando el cuarto con la vista, Elladan, que revisaba a Estel para saber si estaba herido, encontró el papel que apretaba en su mano derecha y, a poco, dijo:

-Acá está el enemigo que buscamos.

-¡Maldito, ¿adónde se esconde?!

-Detrás de este papel –contestó Elladan afligido, aún arrodillado frente a Estel.

-¿Qué?... ¿De qué hablas, y qué es esto? –preguntó cuando Elladan le alcanzó la carta.

-Lo que Estel esperaba con tantas ansias. Ya sé lo que dice, así que, por favor, léela en silencio. No quiero escuchar en voz alta esas palabras.

Y Elrohir comenzó a leer para sí la carta que decía:

“Estimado Estel:

                          Me alegra saber que llegaste con bien y que ya estás reunido con tu familia. Te escribo porque quiero ser yo quien te ponga al tanto de las novedades que se produjeron en mi reino. Como noté tu preocupación, primero te comento que la relación con mi amado padre volvió a ser tan buena como antes de que llegaras, hasta te diría que mucho mejor. Se debió a que, después de una breve conversación que sostuvimos, rápidamente comprendí que mi destino no puede quedar ligado al de... alguien como tú. Como Príncipe Elfo que soy, debo, y quiero, formar pareja con alguien de mi especie y abolengo. Y ve tú cómo se dan las cosas, la providencia ha querido que, a poco de que te fueras, llegara de visita al reino una hermosa, noble, rica y poderosa elfina, y que sin darnos cuenta nos enamoráramos perdidamente. No pudiendo evitar las comparaciones, ahora sé que lo que pasó entre nosotros, en realidad, no significó demasiado, al menos para mí. Con mi amada, nos hemos comprometido en una ceremonia muy íntima, y ya estamos preparando nuestro enlace, porque no podemos esperar a que nuestras almas queden unidas por toda la eternidad. Como desde ahora le debo respeto a mi futura esposa, comprenderás que no sería correcto que siguiéramos en contacto, ni siquiera por carta. Sin más que contarte, te saludo y te deseo que uno de estos días encuentres el amor de tu vida, como me pasó a mí. Adiós.

Legolas Thranduilion, Príncipe de Mirkwood.”

 

-¡No puedo creerlo! ¡¿Pero qué cría de orco conoció nuestro hermano?! ¡Estel, levántate ya mismo! ¡Ese, no merece ni una sola de tus lágrimas! -bramó el gemelo.

Como Estel seguía en el suelo, sin reaccionar a sus palabras, entre los dos lo tomaron por debajo de los brazos, lo pusieron de pie y lo llevaron caminando despacio hasta su cama; recién entonces vieron que tenía varias astillas de vidrio clavadas en sus rodillas.

-Hermanito, cómo puede ser... -dijo Elladan mientras se las quitaba de a una con sumo cuidado.

Sentado entre los noldor, sin dar muestras de dolor físico y aún sin alzar la vista, Estel dijo:

-No puede ser cierto… El día que nos despedimos, no dejaba de besarme y de abrazarme para que no me fuera, para retenerme a su lado, como si temiese no volver a verme nunca más... –dijo primero con onda tristeza, pero luego dejó salir su enojo-: ¡Sospecho que su pa... está detrás de esto!... Pero... si llegara a ser cierto que signifiqué tan poco para él, quiero que me lo diga de frente y no por carta. ¡Además, me gustaría conocer a esa... noble de la que habla con tanto amor y romperle la car...! ¡Veremos si la sigue viendo tan hermosa después de que…!

-¡Estel, ya cálmate, por favor, y baja la voz! Con todo el escándalo que hemos hecho, no entiendo como aún no ha venido alguien más a ver qué pasó. Tratemos de que nuestro padre no se entere de esto. Se pondría furioso. Y deja de decir tonterías; sabes de sobra que eres incapaz de levantarle la mano a una dama. Además, es tarde, ya se comprometieron. Considérate afortunado de que esto pasara ahora y no más adelante, cuando estuvieras más ilusionado. Deja a ese orgulloso con su destino de Príncipe y con su hermosa y poderosa prometida, que, al fin de cuenta, no tiene ninguna culpa -dijo Elrohir.

-Tienes razón. El muy tonto no sabe a quién se pierde. Tú eres más hermoso, y rico en virtudes, y un día llegarás a ser mucho más poderoso que él y ella juntos, porque estás destinado a ser R... -dijo Elladan, llevado por la emoción, hasta que fue interrumpido.

-¡Shh!... ¡Cuida lo que dices! -dijo Elrohir en voz baja pero firme.

Elladan miró a su hermano de sangre y, arrepentido por el grave error que estuvo a punto de cometer, dijo también en voz baja: 

-Lo siento. Pero parece que no se dio cuenta...

Y era cierto, Estel ya hacía rato que no escuchaba a ninguno de los dos, porque estaba concentrado planeando su segundo viaje al Bosque Negro.   

 

 

 

 

 

 

 

 


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