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D. D. O. por Ucenitiend

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En Mirkwood…

En pocos días, sus actividades en el palacio se fueron haciendo más acotadas. Pronto dejó de descansar por las noches y empezó a salir a mitad de la madrugada, y pronto dejó de regresar a tiempo para compartir la cena con su familia. Pronto dejó de volver al palacio por días enteros y se fue convirtiendo en una sombra vagando por el bosque.

Todos a su alrededor notaban la creciente tristeza de su príncipe y le preguntaban qué le pasaba, pero como él movía la cabeza negando y se alejaba sin decir una palabra, por respeto, un día dejaron de preguntarle.

Pero alguien, en lugar de incomodarlo con preguntas, buscó la manera de acercársele de a poco, hasta que un día le permitió que lo acompañara en sus largas y silenciosas recorridas, y así comenzó a ganarse su confianza. Pero ese alguien, como el resto de la gente, un día dejó de verlo, porque Legolas se encerró en su cuarto y ya no salió…

Thranduil otra vez quiso ingresar a las habitaciones de su hijo, pero la puerta seguía cerrada con llave por dentro, igual que en días anteriores.

-Legolas, es suficiente, abre, por favor. Si no quieres verme ni hablarme está bien, pero al menos permite que una doncella te alcance alimentos y agua; estoy seguro de que no has probado nada en muchos días. Vamos, hijo, déjame entrar; quiero saber qué te pasa –dijo verdaderamente preocupado, pero aún así fingiendo ignorancia e inocencia.

No quiso esperar más, así que ordenó a un guardia que trajera al cerrajero para que forzara la cerradura. Ni bien tuvo franqueada la entrada, lo abrumaron el olor a encierro, la oscuridad y el silencio que reinaban en la sala. Se apuró a pasar al cuarto, y ahí halló a su hijo tendido en la cama sobre las sábanas, con la misma ropa que llevaba puesta hacía días. Corrió los cortinados y abrió los grandes portones que daban al balcón para que ingresaran la luz y el fresco aire de la mañana.

-¡Hijo, reacciona! -dijo mientras le palmeaba la cara-. No sé por qué dejé pasar tantos días, ya mismo haré que te atienda un sanador.

Como si su cabeza estuviera sumergida en el agua, Legolas escuchó apagada la voz de su padre y separó pesadamente los párpados, pero la brillante luz lo cegó y obligó a cerrarlos nuevamente. Con apenas un hilo de voz, dijo:

-Adar, ¿acaso tu sanador podría darme algo que acelerara mi partida?

Al escucharlo, Thranduil creyó que su corazón se rompería en mil pedazos bajo el peso de la culpa y la pena, pero ya era tarde para dar marcha atrás, y tampoco estaba seguro de querer hacerlo, porque Legolas se enteraría de la verdad y terminaría odiándolo y yéndose con el humano. Como no quería que nada de eso pasara, no tenía más salida que continuar, urgentemente, con el plan, así que ordenó traer al mejor sanador del reino y a sus tres parientes.

Después de recibir la orden de Thranduil, los hermanos fueron a la cocina y al rato regresaron con un tazón lleno del brebaje que habían preparado personalmente. 

-Bebe, hijo, esto hará que te sientas mejor. Pronto dejarás esta cama para seguir normalmente con tu vida -dijo Thranduil, y le acercó el tazón a la boca.

Legolas volvió a mirar a su padre y dijo:

-No, adar, ya no quiero viv...  

-¡Ion, ya deja de decir eso! ¡No voy a permitir que por un patético…! 

-¡Majestad!... -exclamó Lesgahel-. ¿Quieres darme el tazón, por favor? –dijo con voz calma, y le hizo señas para que se callara o su hijo se daría cuenta de que estaban enterados de lo que le pasaba, luego continuó-: Sobrino querido, no nos imaginamos qué te hace sentir y pensar así, pero puedes estar seguro de que si nos cuentas qué te pasa entre todos podremos ayudarte. Además, qué puede ser tan grave para quieras, nada menos que... ¡No, ni pensarlo!

-Claro que no, eres un príncipe tan joven y lindo, y aún te espera lo mejor por vivir, como... enamorarte y formar una familia… Mira lo preocupado que está tu padre. Anda, haznos caso y bebe esto, y luego cuéntanos por qué estás tan decaído -dijo Aremides tomando el tazón de manos de su hermano mayor. 

Lesgahel y Aremides, intencionalmente, revolvían el dedo en la llaga para obligar a Legolas a pensar en aquello que lo hacía sufrir, así la droga actuaría, puntualmente, sobre esos recuerdos.

-No, no quiero... -dijo Legolas poniendo cara de asco, y a duras penas movió de lado la cabeza y levantó una mano para apartar el recipiente de su boca.

Por más que su padre y sus dos tíos insistieron, Legolas siguió negándose a beber. De pronto, sin que nadie lo esperara, el tercer hermano avanzó desde el fondo del cuarto hacia Aremides y le arrebató el tazón, fue a arrodillarse junto a la cama y haciendo un gran esfuerzo miró a Legolas directamente a los ojos.

-Por favor, bebe, si no quieres hacerlo por tu bien, hazlo por el mío, que ya no resisto verte sufrir. Ahora, si estás decidido a partir…, yo te seguiré. A tu lado, la permanencia en Estancias de Mandos me sería más plena que vivir sin ti toda una eternidad  –dijo Atheles, y despacio acercó el humeante tazón a las frías manos de Legolas. 

Como nunca había escuchado hablar tanto a ese tío, Legolas prestó atención a su voz y a sus sentidas palabras. Después de oírlo decir eso, no podría soportar sumar a su propio dolor la culpa de arrastrar a Atheles a Mandos, como la traición de Estel lo arrastraba a él. Entonces se incorporó un poco y con sus temblorosas manos sostuvo el tazón, y con su mirada puesta en los húmedos ojos de Atheles, bebió el primer sorbo, luego otro, y otro, hasta el fondo.

Thranduil soltó con fuerza el aire que retenía en los pulmones, y, con la poca serenidad que le quedaba, ordenó a todos que abandonaran el cuarto para quedarse a solas con su hijo. 

-Muy bien, me quedaré a tu lado hasta que te duermas, como cuando eras niño –dijo mientras le quitaba las botas y luego lo cubría hasta el cuello con una manta-. Más tarde volveré para ayudarte a quitarte la ropa, ahora descansa. Esta misma noche empezarás a alimentarte de a poco. Verás que en breve recuperarás tus fuerzas y estarás nuevamente de pie recorriendo tu bosque.

Thranduil cerró un poco los cortinados y abandonó las habitaciones.

-¡Hermano, qué magnífica actuación! ¡Sin tu intervención, no sé si hubiéramos logrado que ese testarudo bebiera por sí solo! ¡Hubiéramos tenido que abrirle la boca a la fuerza y obligarlo a tragar!  –dijo Lesgahel, palmeándole la espalda, cuando llegaron al cuarto de huéspedes que compartían.

-¿Cómo se te ocurrió, Atheles? ¡Lesgahel, has quedado en segundo puesto en “Ocurrencias”! ¡Pero mira tú, tan calladito, lo astuto que resultaste! -dijo Aremides, sobrexcitado por todo lo acontecido-. Bueno, claro, tienes dos excelentes maestros -agregó alardeando.

-Pero... ¿qué haces? -preguntó el mayor al ver que Atheles tomaba su bolso y metía las pocas pertenencias con las que había llegado al reino.

-No actué, es lo que siento -dijo ya sin poder ocultar su propio dolor, pues primero había traicionado a Legolas al formar parte del plan en su contra porque no soportaba que estuviera enamorado de Estel, y segundo porque acababa de obligarlo a beber la infusión debido a no soportaba verlo sufrir. Y ahora se iba porque tampoco soportaría seguir viéndolo un día más, sabiendo que en el fondo de su alma el amor por el joven Estel seguiría intacto aunque no lo recordara.

-Hermano…, ahora sí que nos dejas con la boca abierta... ¡¿Qué tal si te enlazaras con el Príncipe?!… ¡Así pasarías a pertenecer a la realeza, y nosotros también escalaríamos posiciones! -dijo Lesgahel, volviendo a sus ocurrencias.

-¡Tienes razón, Lesgahel! Atheles, ¿te imaginas casado con el Príncipe? Mmm…, pero qué placer. Tú casado con esa hermosura, y nosotros viviendo sin más preocupaciones y… -agregó Aremides hasta ser bruscamente interrumpido.

-¡Basta, ya no seguiré formando parte de sus sucios planes!... –gritó-. Me vuelvo a la Comarca… Y sería mejor que ustedes dos hicieran lo mismo antes de que Thranduil los eche a patadas, o algo peor, cuando se dé más cuenta de lo que son... De lo que somos.

-No hará eso, hermano, te lo aseguro. Si nosotros llegásemos a hablar... Nuestro amado padre puede darse por vengado, pues el soberbio y magnífico Rey Thranduil, hijo del no menos soberbio Rey Oropher, está en nuestras manos. Así que, nunca más volveremos a pasar penurias entre esas áridas montañas, y seguiremos acá, dándonos la gran vida.

Y mientras Atheles fruncía el entrecejo en señal de disgusto, Aremides, asintiendo con la cabeza, apoyaba la clara amenaza lanzada por su hermano mayor.                                         

Notas finales:

Dedicado con cariño a quienes dejan unas palabras de aliento.


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