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D. D. O. por Ucenitiend

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Terminado el Concilio, casi todos se reunieron para compartir una última comida, antes de que los nueve partieran hacia el Monte del Destino.

Sí, los nueve, porque…

(Flashback)

Después de que Frodo se ofreciera a llevar el anillo, Gandalf, preocupado por la decisión que tomaba, prometió guiarlo en su misión.

Luego Aragorn ofreció su espada, y hasta su vida, para ayudarlo en su cometido, y de paso podría perder de vista al “elfo traidor”.

Enseguida Legolas puso el arco a su servicio, sin siquiera sospechar que con eso provocaba otro sacudón emocional al dúnadan, que tendría que soportar su rubia presencia durante todo el viaje. 

Gimli, luego de intercambiar miradas pendencieras con el príncipe elfo,  ofreció su hacha al valiente hobbit -bueno, una nueva, porque a la anterior la había destrozado contra el anillo. 

Boromir, aún no resignado a perder al "Precioso", dijo que también lo acompañaría. 

Sam, que había escuchado todo lo conversado metido entre plantas -como buen jardinero-, dijo que no dejaría solo a su señor.

Y, finalmente, Merry y Pippin, que también se habían escondido para saber de qué trataba la tan secreta reunión, asomándose por detrás de una gruesa columna de piedra, afirmaron que se sumarían al periplo.

Elrond, al fin dio por concluida la reunión y bautizó al heterogéneo, y muy bien llevado grupo, como “La Comunidad del Anillo”.

(Fin del flashback)

Esa noche resultaría interminable para algunos.

Después de que Elrond les negara unirse al grupo porque, por el momento, los necesitaba ahí con él, Elladan y Elrohir no pudieron descansar. Tampoco sabían dónde se había metido Aragorn.

Boromir, por su parte, no dejaba de soñar despierto con el anillo, con el ya había tenido un sueño profético que lo impulsara ir a Rivendell en busca de una respuesta favorable para su pueblo.  

Aragorn desapareció ni bien terminó el Concilio. Recién pasada la medianoche, sin que nadie lo notara, volvió a su cuarto y al rato se acostó, pero tapado hasta el cuello con una gruesa manta empezó a sentir calor y a dar infinitas vueltas, hasta que... Salió y se detuvo en un puente a tomar aire fresco y a encender su larga pipa, y dio una profunda pitada con los ojos cerrados, porque así el aroma y el sabor del tabaco le parecían más intensos. Mientras soltaba una bocanada de humo blanco y miraba como se dispersaba en el aire, sintió que alguien se movía ágilmente debajo del puente. Desde arriba no pudo distinguir quién era, y, como no tenía nada más interesante que hacer, decidió ir detrás. Su silencioso rastreo lo llevó al pie de una montaña de cuya cima se despeñaba una cascada que bajo la plateada luz de la luna parecía un vaporoso tul largamente desplegado hasta un profundo pozón de aguas tranquilas. Al fin alcanzó a la escurridiza figura cuando esta se detuvo al borde del agua y se quitó la ropa con la intención de darse un baño. Intrigado por saber quién era, y atraído por su hermosa desnudez, silenciosamente se fue acercando hasta quedar acuclillado entre altos juncos próximos a la orilla, pero, así y todo, no logró engañar a quien espiaba.

-¡¿Quién está ahí?! –dijo la figura mirando a su alrededor-. ¿Estel, acaso eres tú?... Sí, eres tú…, desde aquí puedo reconocer los latidos de tu corazón. Acércate.

Aragorn, recién se dio cuenta de que por largo rato había andado tras los pasos de Legolas, y abandonó su escondite cuando vio que este le sonreía y le extendía los brazos abiertos.

Fue Legolas quien avanzó hacia Aragorn para abrazarlo por los hombros, pero fue Aragorn quien hizo desaparecer la sonrisa del elfo entre sus labios,  y en menos de un parpadeo lo tuvo a sus espaldas.

-Levanta los brazos -dijo Legolas con voz sensual.

Enseguida Aragorn comprendió qué pretendía y no se hizo repetir la orden, y después de quedar con el torso desnudo, sintió que Legolas le recorría la profunda línea media de su espalda con una mano mientras que con la otra le desataba la cintura del pantalón

-No te imaginas cuánto me gustas y me excitas, ni cuánto te amo, Estel -susurró ya con la boca sobre la nuca de Aragorn.

-Yo también te amo, y te necesito tanto –respondió Aragorn, casi sin aliento.

-Extrañé tanto hacerte el amor… ¿Me dejas? 

Y antes de que pudiera decir sí, Aragorn sintió que Legolas se apoyaba sobre su espalda y deslizaba las manos por sus muslos hasta sus ingles y las cerraba, ansiosas, sobre su miembro.  

Segundos después, un golpe...

-¡No, Legolas! -gritó Aragorn, tratando de aferrarse al elfo cuando sintió que caía al vacío.  

Luego, más golpes...

Y respiró profundo, varias veces, intentando reponerse de la desagradable sensación de vértigo, estiró un brazo y abrió los ojos buscando a...

-Aragorn, ¿estás dormido?

Aragorn se sentó en la cama lanzando una grosería, se destapó y se frotó la cara con ambas manos, y esperó a que le bajara la erección que le causara el sueño.

-¿Aragorn, duermes? Sé que no; te escuché gritar. Ábreme -insistió el mago.

-Pero para qué preguntas si sabes que... -murmuró molesto-. ¡Gandalf..., qué haces fuera de la cama a estas horas! ¡Maldición!

-Quiero hablar contigo. Y no maldigas.

Desnudo como estaba, y bufando, abrió la puerta para que el mago pasara.

-¿Qué te pasa, Gandalf? –dijo sin ocultar su mal humor mientras se ponía los pantalones, y luego encendió una lámpara.

-Vine a hacerte, exactamente, la misma pregunta. ¿Qué te pasa, Aragorn?

-¡¿Me despertaste para eso?! ¡¿Qué podría pasarme, además de que vienes en medio de la madrugada e interrumpes justo…?! -dijo frustrado, pero luego sacudió la cabeza, suspiró profundo y siguió-: Disculpa, no me hagas caso. No me pasa nada.

-Sé que es tarde, o… tal vez temprano... Bueno, no sé, la cuestión es que vine varias veces y no estabas. Nos conocemos desde hace mucho y sé cuando algo serio te sucede –dijo mientras tomaba una camisa que estaba al pie de la cama-. Póntela, hace frío.

-Hace calor -dijo Aragorn, e igual tomó la camisa, pero la dejó sobre la cama y fue hasta la cómoda para refrescarse la nuca y la cara con el agua fría de la jofaina.

-¡¿Calor?! Afuera está soplando un viento helado y está por llover; pero, sí, veo que estás muy... acalorado. Mira Aragorn, seré directo: ayer llegaste, ahí, de empezar la reunión y era muy evidente tu nerviosismo, y, por cierto, el de los hijos del Señor; luego desapareciste y no compartiste la cena con todos nosotros, por lo que Elrond se vio obligado a inventar una excusa. Está claro que algo te tiene mal, pero no creo que tenga que ver con el viaje, más bien, creo que es la prese… -dijo, pero algo lo distrajo y preguntó-: ¿De cuándo es la cicatriz que tienes cerca del pulmón? Es rara. Parece haber sido una herida seria.

-Quería preparar mis cosas y descansar, y, además, no tenía hambre. Eso es todo. Y..., es de antes de conocerte... Nada importante.

-Nunca te había visto la espalda. No parece haber sido una herida "nada importante". Y ¿no tenías hambre? Mmm..., qué extraño -dijo el istar después de descubrir en el piso, junto a la cama, un plato con restos de las mismas carnes y verduras servidas en la cena-. Se trataba de mucho más que de compartir alimentos. En fin, sabes que soy tu amigo y que puedes confiar en mí. Esperaré a que tengas ganas de contarme. Bueno, me voy a las caballerizas antes de que parta la escuadra de Elfos Grises de regreso al Bosque Negro. El Príncipe Legolas irá a despedirlos. Anoche tuvimos una charla muy agradable. Es muy simpático, además de hermoso. Pero..., seguramente, eso ya lo notaste. ¿Vienes conmigo?

-¡No! Y tú cuídate de las “charlas agradables y los rostros... bonitos", porque pueden ser una trampa –dijo con tono envenenado, dejando aún más intrigado a su viejo amigo.

Aragorn no volvió a acostarse, pues sabía que ya no podría dormir, así que terminó de preparar sus cosas para el viaje y se puso a ordenar el cuarto, pero sin poder quitarse el sueño de la cabeza. Y sabiendo que Legolas estaba en las caballerizas se sintió peor, porque recordó la última vez que se habían amado, precisamente en una caballeriza, siendo Legolas quien estuviera sobre su espalda, igual que en su sueño.

Mientras tanto, en las cuadras...

-Príncipe, ¿está seguro de que son suficientes las hojas que lleva? Yo podría viajar a Mirkwood por más y se las alcanzaría en el camino, y hasta podría continuar viaje con Usted, si me lo permite. No quisiera dejarlo ir solo.

-Creo que me alcanzarán, ya que tengo un bolso lleno y es poco lo que debo usar por vez. Aunque, no sé cuánto tiempo estaré fuera del Bosque. Gracias, Inanthil, no te preocupes. Además, no iré solo. En cuanto arribes, dile a mi padre que estoy bien y explícale la razón por la que no vuelvo con ustedes. Es tiempo de que partan. Que Ilúvatar los acompañe.

El Capitán Inanthil se despidió muy preocupado, pues se suponía que también custodiaría a su príncipe de regreso al Bosque Negro y no que este se iría en una peligrosa misión y, además, con el peligroso humano.

Llegada la hora de la partida, Aragorn se acercó a Elrond para despedirse con un fuerte abrazo. 

Arwen, que estaba parada detrás de su padre, esperó a que se separaran y fue directo a colgarse del cuello de Aragorn y le dio un sostenido beso en los labios.

Al ver lo que hacía su hermana, los gemelos se dieron vuelta sintiendo vergüenza ajena.

Elrond, en cambio, festejó con una gran sonrisa la decidida acción de su hija.

El resto de los presentes hicieron comentarios entre ellos, menos Legolas, que con los ojos muy abiertos se quedó viendo la romántica escena.

Cuando Aragorn logró salir de su sorpresa y vio que el “elfo traidor” miraba con tanto interés, tomó a Arwen por la cintura y la besó con fingida pasión, pero era a él a quien le clavaba su ardiente mirada en los labios.

Legolas bajó los ojos al ver que el hombre lo descubría mirando, y se cubrió la boca con una mano porque le pareció sentir en ella el húmedo beso.

El Señor Elrond esperó a que Aragorn soltara a su hija y se acercó para felicitarlos.

Elladan y Elrohir se acercaron a Aragorn con el pretexto de despedirse nuevamente, pero lo tomaron de los brazos y lo arrastraron lejos de todos. 

-No tienes idea del error que acabas de cometer... -dijo muy serio Elrohir. 

- ... si acaso lo que quisiste fue darle celos a ese elfo -concluyó Elladan, tan serio como su hermano.

Y al final todos volvieron a saludarse, y el grupo emprendió el difícil y peligroso viaje.      


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