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D. D. O. por Ucenitiend

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Mientras tanto, en Mirkwood, algunos asuntos entre el rey y sus inescrupulosos parientes comenzaron a ponerse a tono con el ennegrecido Bosque…

Thranduil caminaba furioso de un extremo al otro de su despacho, al mismo tiempo apuntaba a los hermanos con un índice y gritaba:

-¡Ustedes!... ¡Ustedes son los culpables de todo esto! ¡Ahora, Galadriel insiste en que me comunique con Elrond, y que más adelante les diga la verdad a los dos! ¡Jamás lo haré! ¡Mi hijo me odiará!

-¿"Culpables", nosotros? Cuidado, que cuando apuntas con un dedo, tres dedos te apuntan a ti. Fuiste tú quien dijo: “Si pudiera lograr que se desilusionara de él y lo olvidara”. Eras libre de negarte a la propuesta que te hicimos. Lástima, era lindo ese jovencito. Por cierto, ¿qué edad tendrá ahora? En ese entonces tendría unos... dieciocho, así que... ochenta y siete u ochenta y ocho. Mmm..., sigue siendo muy joven para nosotros, pero todo un hombre entre los Hombres. Cuando vuelva, habrá que preguntarle a Legolas cómo lo vio, claro, si es que vuelve –dijo Aremides cínicamente pero no faltando en nada a la verdad.

-No hicimos más que ayudarte a cumplir tu deseo, Majestad. Y sumando a lo que dijo mi hermano, muy memorioso por cierto, también dijiste: "Sería la solución perfecta". ¿Pero era necesario que el Príncipe fuera a Rivendell? Fue como mandarlo con las manos atadas a la cueva de un wargo hambriento. Confiaste en que el hombre tal vez no estaría ahí. Te lo advertimos. Me parece que esa vez tu sentido del deber te metió en problemas. Pero si la Dama Galadriel pide que se les diga la verdad, podemos suponer que ellos dos aún no la saben. Ruega que tu hijo haya seguido las indicaciones que le dimos, aunque, por lo que dices, eso solo te daría algo más de tiempo para pensar en lo que les dirás. Y está claro que el humano no le dijo nada a Legolas cuando se reencontraron, o todo hubiera saltado antes. ¿Pero entonces, qué habrá hecho cuando lo vio llegar? -dijo Lesgahel, y con eso enfureció aún más al rey.

-¡Váyanse de aquí ya mismo! -gritó Thranduil.

-¡Huy! Mira, hermano, la noche está hermosa, qué tal si primero damos un paseo por el jardín y luego nos retiramos a nuestra recámara para seguir conversando, y así dejamos solo a Nuestra Majestad para que se calme. De pasada, podríamos pedir que nos lleven unas botellas de Miruvor -dijo Lesgahel, y con eso agotó la ya escasa paciencia del rey que los escuchó hasta el hartazgo.

Los elfos le dieron la espalda, y tomados del brazo comenzaron a caminar hacia la puerta con su acostumbrado andar parsimonioso, pero la tronante voz de Thranduil los detuvo antes de que llegaran.

-¡No entendieron! ¡Salgan... de Mirkwood... esta misma noche! Debí echarlos hace tiempo. No han hecho más que vivir a costa de mi reino; no han hecho nada para ganarse, dignamente, las comodidades de las que, hasta hoy, gozaron. Además de ser… peligrosos.

Ambos hermanos detuvieron el paso y se miraron, y se giraron al mismo tiempo para mirar con sus oscuros ojos entrecerrados a quien les gritaba nuevamente.

-¿A costa de tu reino? –dijo Lesgahel sin levantar la voz, pero en la que se notaba mucha tensión.

-¿Que no hicimos nada? –agregó Aremides de modo similar-. Te hicimos un gran favor sacándote al humano de encima –siguió, pero de inmediato, con una sonrisita socarrona, corrigió-, más bien..., de encima de tu lindo hijo.

-Más claro, échale agua. Pero no sé si le hicimos un favor, porque el humano resultó ser el heredero del más grande reino de los Hombres –dijo Lesgahel a su hermano, pero continuó hablándole al rey-: Y tú, Thranduil, ¿cómo lo llamaste en ese entonces...? Ah, sí, eso también lo recuerdo muy bien: "humano arribista". Al final, te perdiste un gran negocio: Legolas pudo enlazarse con un futuro rey, y tú te hubieras beneficiado mucho con esa unión, tal vez, hasta hubieras sumado buenas tierras a tu ya vasto territorio. En eso de sumar buenas tierras de otros has tenido un gran maestro -dijo haciendo clara alusión a lo que había hecho Oropher con su padre Rheibel.

-¡Junten sus cosas y vuélvanse  a su comarca! ¡No quiero tener más noticias de ustedes por el resto de mi vida! ¡Desaparezcan de mi vista antes de que les cort...! -dijo Thranduil entre dientes, y se contuvo de seguir.

Lesgahel y Aremides, que durante años pensaron que, por lo que sabían, tenían a Thranduil en un puño, al ver cómo fulguraban sus muy claros ojos y su crispada mano derecha apretaba la empuñadura del largo y afilado cuchillo que llevaba a la cintura, por primera vez sintieron peligrar sus cabezas. Si el rey quería -y parecía querer-, veloz como el rayo podría hacerlas rodar a ambas por el suelo, y a nadie del reino le importaría demasiado, así que decidieron retirarse con sus cabezas puestas sobre los hombros. Pero como no tenían intenciones de volver a su humilde vida, esa misma noche esperaron a que Thranduil terminara de trabajar y se retirara a sus aposentos, y, en cuanto pudieron, se deslizaron silenciosamente por los pasillos y se colaron en el despacho con sendos bolsos para cargarlos con valiosos y originales adornos de oro y de mithril sellados por su orfebre; un cofre repleto de piedras preciosas, en su mayoría brillantes, y una bolsa con una gran cantidad de monedas que estaba guardada en un cajón del escritorio al que debieron forzar con un abrecartas. Partieron a caballo a la medianoche, y solo algunos guardias los vieron abandonar el palacio, pero no llegaron muy lejos con su botín mal habido, porque a pocas horas de haber traspasado las fronteras del Bosque fueron cercados y atacados por hombres salvajes. Los hermanos intrigantes, falsificadores y también ladrones, finalmente fueron cruelmente asesinados, y lo robado al rey sinda pasó a ser otro mal habido botín de los salvajes.

Mientras tanto, en Edoras…

-Explícate de una buena vez, Gandalf. Por qué dices que Legolas fue una víctima.

-Galadriel, que no sabía que ustedes dos se habían conocido en tu adolescencia, descubrió algo extraño en Legolas: sus sentimientos hacia ti estaban como… “arrinconados y dormidos” tanto en su mente como en su alma. Lo contrario que vio en ti. Pero en él vio algo más, muy preocupante. Decidió esperar un poco, y luego se comunicó con Elrond, entonces escuchó de su boca la breve historia de amor a la que se había opuesto porque no podía contarte en ese momento quién eras en realidad y las dificultades que tendrías que enfrentar, y porque además quería que te unieras a su querida hija. Por ese entonces, Elrond no le dio importancia al romance, y pensó que pronto se te pasaría la pena causada por el rechazo del príncipe. Pasado el tiempo, debió reconocer que se había equivocado. Hasta ahí llegaba su responsabilidad en el asunto. Después La Dama se comunicó con Thranduil, y ahí supo el resto de la verdad. Y trató de no emitir juicio, como es su costumbre, pero tuvo que hacer un gran esfuerzo.

-Gandalf, si lo que querías era ayudarme a desenredar la madeja en mi cabeza, con todo esto la embrollaste más. No entiendo nada de lo que me dices; ¿de qué sentimientos dormidos hablas?; ¿de qué verdad hablas? -dijo Aragorn empezando a exasperarse con los rodeos que daba el mago.

Y al fin, Gandalf habló.

-Cuando volviste, Thranduil te dijo que su hijo se había comprometido y que no estaba, pero las dos cosas eran mentiras. Legolas, nunca salió del reino.

-Qué quieres decir con eso... –dijo Aragorn, y más confundido volvió a ponerse de pie.

-Que nunca se comprometió..., ni está casado. Pero, siéntate, por favor.

-¡¿Cómo?! Entonces..., como pensé en ese momento la carta de él en la que me decía que...

-No fue escrita por Legolas. Uno de esos tíos falsificó su letra. Parte del plan era que creyeras que el Príncipe no te quería y te menospreciaba.

-Espera, y él por qué no apareció cuando volví a Mirkwood, ni fue a buscarme después. ¡¿Por qué no hizo nada en todo este tiempo?! -dijo ya empezando a levantar la voz como reproche hacia el elfo.

-Porque le dieron a beber una sustancia que provocó que, de a poco, se fuera olvidando de ti.

-¡¿Qué?! ¡¿Thran..., maldito, drogó a su propio hijo?! ¡¿Y cómo qué se olvidó de mí?!

-Legolas no te recuerda, por eso te trata con esa “indiferencia”, como tú la denominas, además, con tu comportamiento no le das pie a que se acerque y te trate de otra manera. Perdón, me corrijo, del que no se acuerda es del joven Estel -y alzando una ceja continuó-: Aragorn, de ti se acuerda, pero no creo que de la mejor manera.

El istar se incorporó como rayo y con voz imperativa frenó a Aragorn justo cuando ponía un pie fuera de la tienda.

-¡¿Adónde vas?! ¡Vuelve acá, hombre! -ordenó.

-¡¿Adónde crees?! ¡Tiene que recordarme!

-Si le cuentas la verdad, le harás tanto o más daño del que le hicieron su padre y esos tipos, y, en consecuencia, también saldrás dañado tú.

-¡No quieras detenerme con eso, Gandalf! ¡Ahora que sé lo que pasó, quiero volver a estar con él!

-¡No te detendré… si lo que quieres es empujarlo a Estancias de Mandos! -dijo Gandalf, y con esas palabras evitó que Aragorn saliera de la tienda.

-Por favor, tiene que acordarse de mí -dijo ya bajando el tono de voz.

-Dale tiempo, de a poco irá recordando. Si ahora le dices lo que pasó, pensará que estás loco, porque para él nada de eso ocurrió. Y será peor si le hablas mal de su padre, al que ama profundamente. Tampoco te gustará cuando empiece a recordar, porque volverá a sentir su amor por ti, pero también el dolor que le causaste con tu abandono y tu engaño.

-¡Jamás lo abandoné ni lo engañé! ¡Voy a decírselo! ¡Tiene que creerme!

-Sí, lo sé. Pero, él también recibió una carta.

-¡Ya ves, esa es la prueba para que me crea! Sí, le escribí que pronto iría a hablar con su p…, que me esperara. Él recibió mi carta. El mensajero me juró que se la dio en mano. Además sabía lo que yo había escrito en ella.

-Esa, terminó en manos de su padre antes de que pudiera leerla. Sus tíos la reemplazaron por otra en la que "le contabas" que habías encontrado el amor y que él había sido algo pasajero.

-Cómo a mí…

-Exacto. Legolas lo creyó y comenzó a deprimirse hasta el punto de querer... Imagina. En ese momento aprovecharon su debilidad para darle a beber esa sustancia y hacerle creer que debía tomarla para siempre porque estaba enfermo. Galadriel me contó que perdió las hojas con las que estuvo envenenándose todos estos años, así que el efecto de las mismas se irá diluyendo, pero muy de a poco, y Legolas empezará a pasarla mal. Mientras esa sustancia circule por su sangre, todo intento por hacerle recordar solo lo confundirá más. Y supongamos que te recuerda, ¿cómo crees que se sentiría con el engaño de su padre? ¿Te imaginas si volviera a deprimirse en estos momentos? Aragorn, por su bien, tienes que actuar con prudencia. Y aunque suene muy extraño lo que voy a decirte, ahora sabes lo más importante, y es que te sigue amando a pesar de no recordarte.

A esa altura del relato, a Aragorn empezaron a llenársele los ojos de lágrimas.

-Ya mismo necesito pedirle perdón. Te prometo que no le diré una palabra de lo que me acabas de contar, solo le pediré disculpas por golpearlo y por tratarlo mal este tiempo.

-Mejor, espera a mañana, cuando estés más tranquilo. Como estás ahora, sé que te le irás encima y él no entenderá por qué.

-Esperaré todo lo que haya que esperar y no le contaré nada. Te lo prometí y te lo prometo otra vez. Pero ahora necesito pedirle perdón.

-Está bien, pero te acompaño.

-¡Gracias, amigo, no sabes lo feliz que me has hecho!

Aragorn salió de la carpa secándose los ojos, y atrás salió Gandalf preocupado por lo que podría pasar.

Cuando el enano, parado frente a su tienda, vio que Aragorn se dirigía apurado y con los ojos enrojecidos a la carpa de Legolas y que detrás iba Gandalf con cara de preocupación, creyó que el montaraz iba otra vez a golpear a su amigo.

-¡Gandalf, detenlo tú o lo desmayaré con mi hacha!... ¡Cuidado, Legolas, ahí va ese salvaje! –gritó y se preparó para asestar un fuerte golpe.

-¡Gimli..., bájala! -gritó el mago, y a tiempo detuvo el golpe con su báculo-. Déjalo pasar. Y no te metas, que nada malo pasará.

Legolas, que se había quitado el pantalón y la chaqueta para sacudirles la tierra, escuchó los gritos y de inmediato levantó la lona que tapaba la entrada, dio un paso fuera de la carpa y se encontró cara a cara con el hombre. Por segundos, sintió que ya había estado en una situación parecida con alguien, pero con quién, en dónde y cuándo. Confundido, se quedó mirando a Aragorn, pero cuando notó el modo como este lo observaba, se apuró a cerrarse la larga camisa que le cubría hasta la mitad de los muslos.

Aragorn tuvo tiempo suficiente de ver parte de su pecho y de sus muslos, y sintió que no podría controlarse, pero Legolas se encargó de sacarlo de clima.

-¡No vuelvas a tocarme, porque esta vez me defenderé!

-Vine a pedirte perdón por haberte golpeado -dijo Aragorn, y, emocionado, levantó una mano queriendo acariciarle una mejilla.

Legolas echó la cabeza hacia atrás y se preparó a repeler otra posible agresión.

Sin importarle el riesgo que corría, Aragorn dio un paso adelante y dijo:

-Nunca volveré a ponerte las manos encima, no de ese modo, solo quiero pedirte perdón y, si me dejas, darte un abrazo.

-Aragooorn -dijo Gandalf, que pensó que tendría que desprender al emocionado hombre del elfo haciendo palanca con su bastón.

Legolas, aunque desconfiando, se dejó abrazar, y de pronto sintió como Aragorn pegaba todo el cuerpo sobre su cuerpo, pero también notó que su propio cuerpo, lejos de querer apartarse, presionaba contra el del hombre.

Cuando Gandalf vio el espontáneo reencuentro de sus... cuerpos, cerró los ojos y murmuró:

-Ah..., pero por qué lo dejé.

Gimli se tapó la boca con una mano para no dejar escapar su sorpresa, y se dio vuelta para mirar a Gandalf con los ojos como platos, carraspeó y luego dijo:

-Bueeeno..., ya veo que…, ejem...., no iba a pasar nada malo.

Muy entusiasmado con el abrazo, Aragorn apretó más a Legolas contra sí, y, sin querer, hizo que se golpeara la boca contra su hombro. Legolas se quejó, y al mismo tiempo se quejó Aragorn, pues le dolió la mano. Sin soltarse, se miraron a la cara, y al verse las expresiones de dolor ambos rieron, lo que provocó que a uno se le abriera el tajo del labio y sangrara y que el otro, amorosamente, se lo limpiara con dos dedos.

Legolas, serio, miró detenidamente a Aragorn y dijo:

-Hace rato estabas furioso y me golpeaste, y ahora te disculpas, me abrazas, lagrimeas y ríes. De verdad, no te entiendo… ¿Pero… a quién me recuerdas?

Y Aragorn, con los ojos húmedos, y llenos de amor, rememorando las palabras que una vez le dijera el elfo, a propósito contestó:

-Legolas, recuerda que soy "humano, al fin".

Y así consiguió lo que quería: que esas palabras resonaran en la mente del que nunca dejó de ser su amado elfo.   

 

 

 

 

 

 

 

 


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