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D. D. O. por Ucenitiend

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Mientras los jardineros revolvían las calientes y húmedas cenizas buscando semillas que hubieran resistido al incendio, y otros elfos ahogaban pequeños focos resurgidos aquí y allá, dentro del palacio, la guardia real cruzaba lanzas frente a los tristes y agotados pobladores que querían seguir a la breve comitiva que llevaba al príncipe a sus habitaciones donde finalmente sería atendido.

Elessar caminaba adelante de todos sin quitar los ojos del pálido rostro de Legolas y reprochándose el no haberlo acompañado a enfrentar a su padre. Poco antes de llegar, un cúmulo de emociones asaltó su mente y su corazón, y no sabía cómo reaccionaría al volver a entrar ese cuarto después de tantos años: si sonreiría, a pesar de lo ocurrido, o se emocionaría hasta las lágrimas. De pronto sintió que alguien le rozaba un brazo y lo rebasaba.

-Pase, Su Majestad, -dijo Inanthil que se había adelantado para abrirle la puerta.

-Ah, gracias, es usted muy gentil –dijo Elessar sonriéndole lánguidamente.

-Qué hace aún aquí, no crea que la amistad con el Príncipe le otorga privilegios y lo exime de sus obligaciones –dijo Thranduil disgustado al ver la buena energía que fluía entre su soldado y el hombre-. Vaya a ayudar a los demás. No, espere, mejor apersónese en la huerta y hágame listas, bien detalladas, de todos los cultivos y las instalaciones que sufrieron daños y de lo que se necesitará para hacer los arreglos pertinentes. Luego déjelas en mi despacho y… siga con lo suyo.

"¡Ah, cómo, ¿eso sí me corresponde?! –pensó Inanthil, y de no ser por el cariño que sentía por su príncipe y por respeto al trágico momento que atravesaba, y por estar seguro de que ya ocupaba el segundo lugar en la lista de “Gente no grata” de su propio rey por haber intervenido a favor del Rey de Gondor hubiera objetado la orden, porque eso no le correspondía a un soldado, sino a los encargados de "Jardines y Huertas”, y, sobre todo, porque no quería irse.

-Lo mantendré al tanto –dijo Gandalf al rubio capitán cuando vio que miraba apenado a Legolas.

Apenas puso un pie en la sala, Elessar quedó sorprendido con los cambios, pero peor fue la impresión que recibió cuando entró al cuarto, porque no esperaba encontrarse de frente con la penosa imagen de él cargando a Legolas quemado y ensangrentado reflejada en el mismo espejo que otrora los devolviera desnudos y abrazados. Para no seguir viendo, desvió los ojos hacia donde recordaba que estaba la mesita y el florero debajo del cual descubriera su carta, y vio que faltaban, como también faltaba el gran lecho donde se habían demostrado su amor por primera vez.

-Ya es tarde para enfriar la quemadura, eso debió hacerse enseguida, ahora tendré que quitarle la bota y el pantalón con mucho cuidado porque su piel puede estar pegada a ellos -dijo después de acostar a Legolas en su nueva cama, y empezó por quitarle la bota que no estaba quemada.

Salmar enseguida se acercó y ayudó a Elessar a quitarle la casaca y la túnica.

-Eso sí, habría que bañarlo para quitarle la tierra -dijo Elessar.

-Quien lo rescató, le arrojó tierra porque no tenía agua a la mano, Majestad -dijo Salmar.

-¡Salmar, no haga ni diga nada antes de que yo se lo ordene! –dijo Thranduil molesto porque también hablaba directamente con el hombre, pasando por encima de su autoridad.

-Disculpe, Mi Rey –dijo y retrocedió con la cabeza gacha.

-Fue correcto echarle tierra en ese momento, pero usted sabe muy bien que ahora esa misma tierra podría volverse en contra de Legolas –contestó Elessar a Salmar.

-Vaya a ver si el baño aún está en condiciones –ordenó Thranduil a otro de los sanadores, al acordarse de que Legolas no había usado la tina que le preparara la doncella Amarië.

-La bañera está llena, Mi Señor, pero el agua está fría –dijo a su rey al regresar.

-Mejor así. ¿Es solo agua? Porque no debe contener aceite o perfume alguno –dijo Elessar dirigiéndose al sanador.

El elfo miró a su rey para saber si podía contestar, y al ver que este hacía un gesto afirmativo dijo:

-Solo agua,… Majestad.

-Bien –dijo Elessar y se alejó de la cama.

Thranduil posó una mano sobre un hombro de Legolas y mientras lo sacudía suavemente para hacerlo reaccionar dijo:

-Todo esto no es más que un mal sueño, ion nin. Cuanto antes despiertes antes desaparecerá. No será hoy, pero llegará el día en el que reconozcas lo que hice por ti y me lo agradezcas.

Las suaves sacudidas no despertaron a Legolas, pero las palabras inflamaron más el ánimo de Elessar que en ese momento sostenía en su mano derecha el cuchillo largo que usaría para cortar la bota quemada.

-¡Déjelo en paz!  –dijo de mal modo.

-¡Pero quién te crees para darme órdenes…! -exclamó Thranduil, y se giró para hacer lo que rato antes le impidiera Mithrandir, pero se quedó inmóvil al ver la punta del mortífero cuchillo de su hijo brillando a centímetros de su vientre.

-¡Acaso, se han vuelto locos! -exclamó Gandalf mientras bajaba la mano a uno y empujaba al otro hacia atrás.

-¡Yo no iba a…!  -dijo Elessar al darse cuenta de que todos lo miraban perplejos, pues creyeron que ensartaría al rey -hasta el propio rey sinda lo creyó-, entonces se dirigió a Thranduil ya de modo correcto-: Será mejor que Legolas permanezca inconsciente mientras le limpio las heridas, así se ahorrará dolor, Majestad.

Casi sin darse cuenta, Thranduil se llevó una mano a la mejilla izquierda, y, sabedor de lo que se sentía cuando el fuego abrazaba, cejó en su postura agresiva y de modo correcto, aunque frío, preguntó:

-Qué más necesita para atenderlo.

-Jabón del que se usa para lavar la ropa; un mortero; muchos paños para secarlo después de bañado y para hacer compresas. Lo principal ya lo tengo... –dijo esto último mirando con agradecimiento a Gandalf-. Pero antes de atenderlo, también deberé lavarme y cambiarme, al menos la camisa. Mi bolso con ropa quedó en uno de los cuartos de huéspedes.

Thranduil volteó los ojos y apretó los puños al enterarse en dónde había estado escondido, luego desquitó su rabia con los sanadores.

-¡¿Ustedes tres, hasta cuándo van a seguir como trolls al sol?! ¡Muévanse, vayan a buscar lo que se pidió!

Una vez puestos de acuerdo, Salmar fue a la Casa de Curaciones por los paños y el mortero, y de regreso pasó por la lavandería para retirar varios jabones blancos; otro sanador fue al cuarto de huéspedes por el bolso y el restante a la cocina principal a pedir agua caliente y que lo ayudaran a llevarla con urgencia a las habitaciones del príncipe. Y para cuando regresaron con los encargos:

-¡Ah, solo se quemó por fuera! –dijo Elessar al terminar de cortar la bota, y la dejó caer al piso, pero al ver el pie hinchado y enrojecido se apuró a rasgar el pantalón para revisar la pantorrilla, y cuando vio que también estaba congestiona, se puso a masajearlos para reactivarles la circulación y luego los envolvió con un paño humedecido para refrescarlos.

Thranduil también se sintió aliviado al escuchar que por lo menos esa parte de la pierna se había salvado del fuego, pero no le agradó en absoluto ver cómo el hombre tocaba a su hijo.

-Ahora sí, antes de seguir… -dijo mirando los recipientes con agua.

-Esperaremos en la sala. Llámenos en cuanto haya terminado de lavarse -dijo Thranduil al adivinar su intención de higienizarse en el cuarto para no ensuciar el baño.

-Gandalf, acompáñame un momento –pidió Elessar-. No se parece en nada al cuarto que conocí  –comentó melancólico, y al fin levantó un jirón de tela quemada para espiar el muslo, después tomó las manos de Legolas y se la llevó a la boca para besarlas.

Gandalf bajó la vista y quiso salir del cuarto para darle privacidad, pero cuando escuchó que su amigo trataba de ahogar un amargo sollozo apretando las manos del elfo contra su boca, decidió quedarse y preguntar:

-¿Está muy mal?

-La quemadura es extensa pero no parece profunda –contestó una vez repuesto de su emoción-. Los golpes no fueron tan fuertes. No hay causas físicas que le impidan volver en sí. Debió ser muy duro para él escuchar la verdad de boca de su padre, pero estoy seguro de que fue bien preparado, porque era a lo que más le temía. Debí ir con él… Esto también es mi culpa. ¡Estúpido de mí, me dejé convencer!…. ¿Pero qué fue a hacer a la huerta?

-Bueno, bueno, pierdes el tiempo echándote culpas. Saldré si no me necesitas.

Una vez limpio, Elessar llevó los paños y los jabones al baño, y volvió por Legolas para sumergirlo hasta el cuello, y, más acariciándolo que otra cosa, lo lavó de la cintura hacia arriba mientras esperaba a que el pantalón se despegara de su muslo. Y cuando pudo quitárselo, vio que las ampollas habían reventado y estaban en carne viva y llenas de partículas de tierra y fibras de tela carbonizadas adheridas. Luego de rogar en silencio: “No despiertes ahora, mi amor, por favor…”, contuvo la respiración y restregó las llagas para barrer las suciedades y los restos de piel hasta que el agua se tiñó de rojo.

Mientras tanto, en la sala, Thranduil protestaba debido a la tardanza del hombre; Salmar se había replegado a un rincón para evitar el acoso de los otros dos que lo seguían para preguntarle qué le pasaría al príncipe ahora que las plantas se habían quemado, y desde ahí observaba el ir y venir de su rey.

-Calma, nos avisará cuando podamos pasar –dijo Gandalf, que sabía, perfectamente, qué estaba sucediendo detrás de la puerta.

-¡Cómo puede ser que tarde tanto en lavarse!… No me agrada que estén a solas. Tampoco termina de convencerme que sea quien lo atienda, como si los conocimientos de nuestros sanadores y nuestras medicinas fueran inferiores.

-Nadie dice que lo sean, pero, a veces, lo distinto radica en las manos de quién los administra, y créeme que, además de la excelente instrucción que le impartió el Señor Elrond, Elessar tiene manos que curan –dijo Gandalf.

-¡Entonces…, lo que no termina de convencerme es que ponga sus "manos curadoras" sobre mi hijo! –retrucó al mago.

“Mmm…, tarde" -pensó Gandalf levantando las cejas.

Al verlo, Thranduil frunció las suyas y se metió al cuarto sin llamar, y cuando vio que Legolas ya había sido bañado y yacía desnudo entre las sábanas, salvo su pierna derecha que estaba envuelta en paños desde la ingle hasta la rodilla y colocada en alto sobre almohadones, y el hombre estaba sentado muy pegado a él, con solo el pantalón puesto, olvidó el tácito pacto de no agresión y dijo:

-¡Por qué no avisó! ¡Debíamos estar todos presentes!

Elessar se sentía tan deprimido que prefirió no ir al choque. Dejó a un costado el mortero en el que había machacado las Athelas que le trajera el mago, se levantó y se puso a pasar su camisa sucia por el piso para enjugar el reguero de agua y sangre que había dejado hasta la cama.

-No habríamos entrado todos en el baño –dijo como excusa-. Por si le interesa, su pierna estará como nueva en pocos días.

-Deje eso. Haré que alguien venga a limpiar –dijo Thranduil cuando vio lo que hacía, luego se acercó a su hijo y le miró el muslo, y quedó muy impresionado al ver que a través de las telas se filtraba un líquido algo viscoso, entre verdoso y rojizo, que manchaba los almohadones. Y miró los hematomas en la cara y en la cabeza, que también habían sido tratados con Athelas.

Elessar levantó del suelo su camisa empapada y la llevó al baño, y volvió para buscar en su bolso otra camisa para cubrirse el torso.

Thranduil se inclinó sobre Legolas para besarlo cariñosamente en la frente, se sentó en una silla para no incomodarlo y le tomó una mano. Desde ahí, se puso a observar al humano que revolvía su bolso dándole la espalda. Empezó por sus pies, y no se equivocó al pensar que los tenía así de lastimados por no haberse sacado las botas en muchos días; y debido a que tenía el pantalón húmedo pudo notar lo fuerte que eran sus piernas y su trasero, en el que se descubrió posando los ojos más de la cuenta. Ya más arriba reparó en sus brazos y en su amplia y musculosa espalda llena de las cicatrices que daban claro testimonio de las muchas batallas peleadas, y de inmediato reconoció la que tenía a un costado. Ya no era aquel mocoso que un día llegara malherido a su reino y terminara robándose el corazón de su hijo, y su propia tranquilidad, se había convertido en un hombre, en un rey, y volvía con más fuerza para llevarse a Legolas.

-Las Athelas pronto detendrán el exudado y el sangrado, y evitarán las infecciones. Sumadas a la propia naturaleza de Legolas, rápidamente ayudarán a reparar su carne y su piel. No le quedará cicatriz alguna –dijo Elessar, que se sabía observado.

-¿No despertó en ningún momento? –preguntó Thranduil mirando nuevamente a su hijo.

-No, por suerte –contestó cerrando los ojos al recordar lo que había tenido que hacerle.

En eso ingresó Gandalf, que apropósito se había mantenido al margen para dejarlos un rato a solas.

Detrás pasaron los sanadores, que de inmediato se acercaron a mirar la pierna de su príncipe.

Salmar, después de ver que el pie y la pantorrilla se habían deshinchado y recuperado su coloración normal, y ver cómo había sido atendido el muslo, sin importarle que su propio rey se molestara con él, con genuina admiración dijo:

-¡El trabajo que ha hecho es excelente! ¡Lo felicito, Majestad!

-¡Para ser un rey, sí que ha hecho un excelente trabajo como curador! -exclamó otro de los sanadores, mientras el tercero lo reverenciaba.

-Es que el Rey Elessar, señores míos, es más que un simple rey –dijo Gandalf orgulloso de su amigo.

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Luego de beber una copa de vino para levantar su alicaído ánimo, el Capitán Inanthil se dirigió a la huerta muñido de unas cuantas hojas y una barra de grafito. Esperaba que aún hubiera algún entendido en la materia para que lo ayudara a confeccionar las listas, pero cuando llegó y no encontró a nadie, empezó a recorrer el sitio hasta que sintió ruidos en el galpón.

-¡Tarnos, qué suerte que lo encuentro! –dijo al jardinero que se había quedado limpiando y acomodando las herramientas que fueran usadas durante y después del incendio.

-¡Ah, Capitán! ¿Cómo sigue el Príncipe? ¿Ha vuelto en sí? ¿Contó lo que pasó?

-Todavía seguía inconsciente cuando tuve que irme. Pero de eso hace un rato, así que quizá haya reaccionado.

-Quien lo rescató, dijo que el Príncipe sostenía en sus manos algunas plantas al momento de hallarlo. Habrá venido a buscar eso. ¿Pero cómo se habrá iniciado el incendio?

-Tal vez. Pero vayamos a lo que me trajo. El Rey quiere que le haga listas detalladas de todos los cultivos que resultaron dañados. Yo no entiendo nada de eso. Sé que debe estar muy cansado, pero, ¿me ayuda, Tarnos?

-Le sobrarán –dijo Tarnos señalando las hojas que Inanthil traía para anotar-. Las únicas plantas que se quemaron fueron las que usa el Príncipe. Es una verdadera desgracia, porque los frutos ya estaban maduros y comenzaban a abrirse, pero no tuvieron tiempo de liberar sus semillas. Por las dudas, revolvimos cielo y tierra después de apagado el fuego, pero no hallamos ni una. La única manera de reponer esas plantas será yendo a buscar más.

Cuando Inanthil escuchó decir a Tarnos que no quedaba ni una sola de las plantas que mantenían con salud a su príncipe, sintió que se le aflojaban las piernas. Pero, no conforme, en cuanto se quedó solo en el galpón, tomó un azadón y se puso a remover el barro gris de cenizas, a voltear cada piedra tiznada y cada tronco calcinado que antes sirvieran para separar el área de las vecinas. Al cabo de un rato, frustrado por no hallar lo que deseaba, descargó un fuerte puntapié en un madero quemado y lo quebró en varios pedazos, uno de los cuales cayó cerca de donde se iniciara el fuego. Inanthil entonces reparó en lo que dijera el jardinero y corrió con renovadas esperanzas. Pronto halló la lámpara quemada y retorcida por el fuego, pisadas y marcas de botas que indicaban que alguien había sido arrastrado, y, un poco más adelante, encontró las plantas. Las tomó con cuidado pues estaban muy marchitas, regresó al galpón y se puso a buscar un macillo y una pequeña pala. De pronto, escuchó que alguien se acercaba.

-Mi Capitán -dijo un soldado sin trasponer la puerta.

-¡Qué pasa, por qué no estás en tu puesto! –dijo sorprendido al ver a uno de los guardias que se encargaban de vigilar el bosque durante la noche.

-Vine a informarle de la próxima llegada del Señor de Imladris y de los Señores de Lothlórien. Vienen escoltados por soldados gondorianos y galadhrim.

-¡¿Dijiste gondorianos?! ¡¿Y ya informaste al rey?!

-No…, pensé que… querría hacerlo usted -contestó el otro, titubeando.

-¿Por qué querría hacerlo? -murmuró Inanthil, sabiendo que su rey estaba con un humor de araña y tal noticia solo lo empeoraría-. Está bien, yo se lo diré. Regresa a tu puesto.

Tras el anuncio, Thranduil tuvo tiempo suficiente de proferir insultos a los cuatro vientos; ladrar órdenes a cuantos tuvieron el infortunio de cruzarse con él mientras se dirigía a la recámara real para cambiarse de ropa y la tiara de mithril por la corona de ramas de haya que lo haría verse aún más alto de lo que ya era. Luego fue al Salón Principal por el que caminó y caminó hasta que decidió esperar en su espectacular trono de astas de reno, sobre el que ensayó varias posturas, una más afectada que la otra, para finalmente quedar sentado de tres cuartos perfil, con sus largas piernas cruzadas, los miembros superiores en los apoyabrazos y sosteniendo en su mano derecha su cetro de roble. Y aún le sobró tiempo para pensar en que Galadriel venía a decirle cómo debía cuidar a su propio hijo, y en Elrond, del que recordaba su helada apariencia pero sabía tan caliente por dentro, y se preguntó con qué poderosa magia su suegra había logrado arrastrarlo de Rivendell hasta ahí. Y por último vino a su mente Celeborn, primo de su padre, a quien mucho respetaba por ser uno de los más sabios y poderosos Señores, y pensó que tal vez podrían aprovechar el encuentro para discutir el reparto del Bosque Verde.

Notas finales:

Perdón por la tardanza. Espero que les haya gustado este capítulo. Y nuevamente gracias por leer hasta aquí.


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