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Instantes por Sanae Prime

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Notas del fanfic:

Este fic es una pequeña colección de escenas aisladas, narradas desde el punto de vista de los caballeros de oro. Incluye algunas originales y otras sacadas del anime. Cada vez que veo la saga de Hades, hay algunas escenas que se ponen a escribirse solas en mi cabeza. A ver si poniéndolas en papel consigo que dejen de rondar por mi cerebro, y de paso, meteros en la piel de los verdaderos protagonistas de esta fantástica temporada.

Las escenas están ordenadas primero por parejas (bueno, "parejas", aquí no hay mucho más que shonen ai...) y luego por orden cronológico, para que no os liéis.

Por cierto, los personajes que aparecen no son míos sino de Masami Kurumada. Porque sé que me quieres, SGAE.

Notas del capitulo:

Milo y Camus. Correspondiente a la tarde que precede a la batalla.

El viento ululaba entre las lápidas y agitaba la ya de por sí revuelta melena rubia del joven que caminaba entre ellas. Vestía una túnica corta de entrenamiento, aunque su atlético cuerpo estaba más acostumbrado a llevar el cálido peso de una armadura de oro que al fino roce de la tela; y sus ojos azul eléctrico, habitualmente alegres y brillantes, lucían un deje de tristeza. Nadie que le hubiera visto habría dicho que se trataba de Milo de Escorpio, uno de los caballeros dorados más activos, enérgicos y simpáticos que quedaban vivos.


El joven caballero deambulaba entre las tumbas del cementerio sagrado, buscando. El lugar, impregnado de recuerdos y tristeza y apartado del resto del Santuario de Atenea, estaba desierto esa tarde, y la puesta de sol iluminaba a duras penas los nombres grabados sobre las lápidas. Al fin, tras un rato de vagabundeo, pareció encontrar lo que buscaba: un grupo de tumbas bastante recientes en comparación con las demás. Se dejó caer en el suelo pesadamente delante de una de ellas y contempló la sencilla inscripción de la piedra.


CAMUS


ORO


Nada más. Ni fechas, ni apellidos; no hablemos ya de un epitafio. Sólo el nombre y el rango. Milo suspiró y jugueteó con la tierra entre sus dedos.


-Bueno, pues aquí estoy otra vez- dijo, mirando a la lápida-. Siento no haber venido antes a verte. Hemos tenido un mes muy ajetreado con Poseidón, ¿sabes?- comentó. Luego se lo pensó mejor y sonrió levemente-. Ah, ¿qué digo? Claro que lo sabes. Le mandaste la armadura de Acuario a tu discípulo para que hiciera frente al dios de los mares, ¿verdad? Aldebarán y Aioria se quedaron alucinados al ver las armaduras saliendo solas de los templos. Tendrías que haber visto la jeta del gatito, sobre todo, ¡ja! Mu y Shaka se lo tomaron con más filosofía. Y yo... Bueno, tampoco me resultó tan raro. Después de todo, se trata de tu aprendiz, ¿no? Y no es la primera vez que lo proteges... ni será la última, seguro.


Hizo una pausa. El silencio, como era de esperarse, fue la única respuesta que obtuvo.


-Hyoga es un buen chico- comentó Milo. Su sonrisa se había teñido de tristeza-. Le enseñaste bien, tal vez demasiado bien. Sigue teniendo algunos errores garrafales a la hora de pelear, pero poco a poco los va corrigiendo. Y desde luego, no pierde el norte. Tiene bien clara cuál es su misión.


>>Ya no es sólo tu alumno. Creo que es un digno heredero de tu legado. Se ha ganado el derecho a vestir a Acuario, aunque no creo que vaya a dejar de lado a Cisne.- Un brillo pícaro destelló en sus ojos durante unos segundos-. Pero vamos, que yo jamás me acostumbraría a ver esa armadura en un cuerpo que no fuese el tuyo.


Guardó silencio de nuevo. Se estaba llenando las uñas de tierra, pero no le importaba demasiado. Ya se las lavaría cuando volviera a su templo.


-Ella... te echa de menos. La armadura, quiero decir- aclaró-. Alguna vez he subido a la casa del Aguador a echarle un vistazo. Cuando me acerco, su cosmos transmite una sensación de soledad increíble. Pero parece que si le dejo a Escorpio al lado durante un rato, se alegra un poco. Nuestras armaduras se llevan bien, ¿eh?


Alzó la vista y se apartó un mechón rebelde de pelo que se empeñaba en meterse en su campo de visión. El viento había cesado, y el cementerio estaba en completo silencio. Milo se cambió de postura, intentando no entumecerse. Las tardes se iban volviendo cada vez más frías en Grecia; el invierno se acercaba.


-Yo también te echo de menos- murmuró-. Ha pasado más de medio año desde que te fuiste. El Santuario cada día parece estar más vacío, y eso que Atenea finalmente ha decidido establecerse con nosotros de forma definitiva. Pero ni siquiera su presencia llena los huecos que han quedado en los Doce Templos. Y mucho menos... el tuyo.- La voz se le quebró, así que enmudeció por unos instantes, pero volvió a hablar enseguida-: Cuando llegamos a la casa del Aguador, le pedí que te reviviera- musitó. Los recuerdos acudieron a su mente, nublándola; o quizás eran las lágrimas que nublaban sus ojos-. Pero dijo... Dijo que ya era demasiado tarde.


 


Había sentido toda la batalla en el templo de Acuario. Desde la explosión que había tenido lugar hacía un buen rato, hasta el más mínimo cambio en el cosmos de los dos combatientes. Había observado cada flujo de energía, cada movimiento, cada altibajo. Había percibido con claridad el cosmos de ambos explotar, para luego debilitarse y apagarse progresivamente, hasta finalmente desaparecer.


Lo había sentido todo. Sabía lo que iba a encontrarse. Pero aun así, no estaba preparado. Lo supo en cuanto su mirada se posó sobre el cuerpo de su amigo y su garganta dejó escapar un grito ahogado.


Shaka inclinó la cabeza en señal de respeto. Aldebarán y Mu guardaron silencio, y Aioria le fue a poner una mano en el hombro. Pero Milo los ignoró a todos y echó a andar hacia lo único que importaba en la helada estancia.


Él estaba tirado en el suelo, bocabajo, con los brazos extendidos hacia donde Hyoga, a varios metros, yacía también. Tal vez había hecho un último intento por alcanzarle, por salvarle la vida a su pupilo. En cualquier caso, no lo había conseguido.


Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos y cortados por el frío. Una gruesa capa de escarcha cubría la magnífica armadura de oro que vestía, al igual que la capa de seda blanca y azul, que se había quedado rígida. Su piel había adoptado un leve tono azulado por la congelación, y el hielo había teñido de blanco su melena pelirroja. Milo se agachó a su lado y rozó su mejilla con los dedos, pero tuvo que apartar la mano. Estaba tan frío que quemaba, y tan duro, que parecía una estatua.


-Milo...- oyó murmurar a Aioria detrás de él.


-Ahora no, Aioria- susurró Mu. Milo se lo agradeció interiormente. Volvió a acercar la mano al rostro de Camus, y se esforzó por ignorar el frío que despedía su piel. Le iban a salir unas cuantas quemaduras, pero no le importaba. Sus quemaduras no eran nada comparadas con lo que habían pasado Camus y su alumno en aquel templo congelado.


Un cosmos cálido se encendió unos metros más adelante. Milo alzó la mirada y vio que Atenea estaba arrodillada junto a Hyoga, con la mano en su frente y el ceño fruncido. Después de un rato, el cosmos de Atenea volvió a niveles normales, y milagrosamente, Hyoga volvió a la vida. La escarcha que cubría su cuerpo desapareció, y un saludable color bronceado reemplazó al azulado de su piel. Abrió los ojos perezosamente, como si acabara de despertar de un largo sueño en vez de volver de la muerte, y miró a Atenea.


-Saori... ¿Qué...?- empezó. Atenea negó con la cabeza y sonrió.


-Tranquilo. Lo lograsteis- dijo suavemente. Hyoga sonrió también, pero la alegría no le duró mucho. Se incorporó y miró a Milo, que no se había separado de Camus. Atenea siguió la dirección de su mirada y sus ojos se encontraron con los del caballero de Escorpio.


-Por favor- murmuró él-. Por favor, traedle de vuelta. Os lo suplico.- Sus ojos brillaban, delatando los muchos fragmentos en los que estaba partido su corazón. Atenea no pudo negarse; se acercó al caballero caído y, tal y como hiciera con Hyoga, puso la mano en su frente y encendió su cosmos.


Milo supo enseguida que algo no iba bien. El ceño fruncido de la diosa se acentuaba cada vez más, y por mucho que elevara su cálido cosmos, no había vida en el acuariano. El caballero de Escorpio rezó en silencio a cuantos dioses conocía para que funcionara, pero al final, Atenea se dio por vencida y le miró con gesto triste. Lo único que había conseguido era fundir el hielo, y ahora el cuerpo de Camus yacía sobre el frío y húmedo suelo, lánguido, pálido... y muerto.


-Lo siento. Es demasiado tarde- murmuró la joven diosa. Milo tragó saliva y asintió, dejando caer la cabeza y permitiendo que su propio pelo formase una cortina que ocultara las lágrimas que ya no podía reprimir más. Oyó a Atenea levantándose y los pasos vacilantes de alguno de sus compañeros hacia él, pero negó con la cabeza.


-Id. Os alcanzaré en un momento- dijo a media voz, con toda la seguridad que pudo reunir. Oyó a los demás marcharse y a Hyoga murmurar una disculpa, pero no levantó la mirada.


Sólo cuando el templo volvió a quedarse en silencio, Milo dio rienda suelta a sus emociones. Sollozó, gritó y se abrazó al cuerpo de su amigo, dejando que las lágrimas corrieran libres por sus mejillas.


Varios templos más arriba, Saga de Géminis, el causante del baño de sangre de las Doce Casas, se disponía a enfrentar su destino y rendir cuentas por sus crímenes. Pero en aquel momento, a Milo no le importaba eso. En aquel momento, Milo no era el caballero de Escorpio, sino un joven que lloraba la pérdida de una persona querida, un joven al que lo único que le importaba era que su amigo, su mejor amigo, había muerto.


 


-En fin, que no se diga que no lo intenté- dijo Milo, de vuelta a la realidad y limpiándose un reguero de lágrimas indiscretas con el dorso de la mano. Soltó una carcajada carente de alegría y sacudió la cabeza-. Joder, sé lo que me dirías si me vieras ahora mismo. “Tienes que dejar el pasado atrás, Milo. Eres un caballero dorado”- añadió, imitando la voz arrastrada y fría de Camus-. Lo siento, viejo amigo, pero... eso es algo que no puedo hacer.


Alzó la vista. El sol había desaparecido ya. Una estrella fugaz atravesaba el cielo en ese momento. Otra más la siguió enseguida, y luego otra, y otra más. Una auténtica lluvia de estrellas se desató ante sus ojos... al mismo tiempo que un severo cosmos lo llamaba imperiosamente de vuelta al Santuario y a sus deberes. Shaka de Virgo, a todas luces, tenía un serio exceso de tiempo libre aquellos días.


Suspirando, Milo se puso en pie y llamó a su armadura. Escorpio, rápida como el rayo, apareció en su cuerpo, envolviéndolo con su calor, pero también cargando sobre sus hombros el peso de la responsabilidad. El caballero de oro miró una última vez la lápida y sonrió levemente.


-En fin, el deber me reclama. La próxima vez tardaré menos en venir a verte, lo prometo- dijo, agitando una mano a modo de despedida-. Hasta luego, Camus. Nos vemos.


Poco podía sospechar el joven escorpiano que su despedida sería literal, y que, varias horas después, efectivamente se verían. Y aún menos sospechaba que el reencuentro, lejos de lo esperado, no iba ser precisamente agradable.


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