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El hada y el Mago por MisuzuBlack

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Notas del fanfic:

La idea salio de ver a GD en sus promociones para The Saem, y claro a esa canción que, en cuanto la escuche dije, es para ellos.

Notas del capitulo:

Dedicado a timuchi17 y anechanloveGTOP

 “Cuenta la historia de un mago, que un día en su bosque encantado lloró, porque a pesar de su magia no había podido encontrar el amor”

 En lo profundo del bosque se encuentra un castillo, de altas muros y solo una puerta, con tres torres triangulares equidistantes y escalonadas las unas de las otras. No hay banderas coronando la punta de las torres, ni tampoco trompetas que anuncien la llegada del señor del castillo, se podría hasta decir que se encuentra abandonado, de no ser por la sombra que vaga en los pasillos.

Solo tres únicas personas viven en este gran recinto, dos de ellas ocupando solo un lugar en la cocina y el gran señor del castillo deambulando por su territorio, caminando de un pasillo a otro, de habitación en habitación, adentrándose en el bosque cada tanto sin el temor a ser atacado por alguna criatura, porque él es fuerte, muy fuerte, se trata de Seunghyun el hechicero más poderoso del reino. Pero, el ser el más poderoso de todo el reino, quizá del mundo pues no ha encontrado ser que rivalice con su poder; no quita el hecho de que su corazón se sienta afligido… solitario.

Largas décadas había pasado en el mundo, recorriéndolo en toda su extensión, viajando de un lugar a otro, aprendiendo tanto de todo lo que se podía, conociendo, asimilando y experimentando. Eso le llevo a ser el mejor, aunque, no fue fácil, durante todo ese trayecto siempre estuvo solo. Usualmente las personas no se le acercaban, se sentían intimidadas por su presencia, sus profundos ojos negros y su fría mirada, aunque si te acercabas más podías descubrir un cálido corazón. No tenía amigos, los pocos que lograba hacer se quedaban en el camino, donde el final de la vida les alcanza, y Seunghyun solo seguía caminando hacia adelante.

Al final, cansado de su errar por el mundo, se estableció en ese bosque, aquel al que los pobladores le temían por ser el albergue de muchas criaturas mágicas, pero que para él era el lugar perfecto. Ubicó su hogar al centro del inmenso boscaje, construyó altos muros como era la costumbre más no porque temiera algún ataque,  erigió las tres altas torres pensadas en admirar desde tres diferentes direcciones la anchura verde y todas las criaturas que habitan en el. Solo una gran puerta por la que entrarían los señores de los reinos vecinos o cualquiera que quisiera acercarse, anunciando con banderines y trompetas su llegada, buscando la manera de acercarse a las personas y así acallar la soledad que consumía su corazón.

Desgraciadamente las cosas no siempre pasan como uno las planea, por los alrededores se corrió el rumor de que un maligno hechicero se había establecido su morada en el centro de ese pérfido bosque, donde las criaturas serian sus aliadas y quizá con el tiempo trataran de conquistar el reino. Nada más alejado de la realidad. Eso solo hizo que la estancia en el castillo hiciera aún más mella en su solitaria existencia.

Solo dos personas servían a aquel mago, una pareja de avanzada edad. Habían llegado desde muy lejos, no tenían nada ni a nadie más que a ellos mismos, su hijo, muerto en batalla; sus propiedades, decomisadas por el gobierno en pro de la guerra. Mientras viajaban en busca de un lugar donde pasar el resto de sus días, la guerra, el hambre y la maldad les alcanzo. Huyendo entraron al bosque, siendo hallados en medio del clima invernal, fueron cobijados por el cálido corazón del hechicero. Desde ese momento le sirvieron, le acompañaron en sus solitarias noches e incluso su vida se hizo más larga con las pócimas que les daba. Más nada podía hacer por regresarles lo perdido, su hijo, pues contra la muerte no hay cura.

El poder mágico que corría por ese bosque era tal, que albergaba a gran cantidad de criaturas y solo algunos y muy osados humanos se aventuraban a ese lugar. Elfos y hadas, duendes, faunos, náyades y demás convivían armónicamente en este sitio.

Se diría que no había lugar más perfecto para vivir, asentarse, buscar una pareja y ver tu descendencia crecer hasta el final de tus días felizmente. O eso hacía la mayoría de las criaturas que ahí habitaban. Pareciera que no tenían ninguna otra ambición en la vida más que encontrar a su compañero, aquel con el que compartirían el resto de su existencia, su otra mitad. Pero para Seunghyun, pareciera que la vida le negase la oportunidad de conocer a esa persona especial, le negaba la oportunidad de compartir su solitaria vida, la oportunidad de conocer el amor…

 

“La luna, su única amiga, le daba fuerzas para soportar, todo el dolor que sentía por culpa de su tan larga soledad”

 

Establecerse en un solo lugar le brindaba cierta tranquilidad, más no por ello la felicidad que ansiaba. Para acallar sus solitarios pensamientos, ocupaba su mente en hechizos de protección, de curación, de poder e infinidad de cosas que se pueden hacer con la magia; pasando de un libro a otro, de la sanación a la alquimia, de estudiar la naturaleza a ver como con un canto élfico crecían los árboles, o a las náyades con agua curaban a las criaturas del bosque…

Sucedió un día, la primavera había llegado, los botones de las flores se asomaban tímidamente a través de la hojarasca de los árboles. Los animales del bosque corriendo de un lado al otro, persiguiéndose, jugueteando; los pajarillos revoloteando alrededor, haciendo bulla, buscando pareja. Inclusive las criaturas mágicas paseando de la mano con su compañero, viendo el sol hundirse en el horizonte, con las manos unidas… y fue entonces que lo sintió.

Un vació que se alojaba en su pecho, un nudo en su garganta y los ojos escociéndole, porque de todas las criaturas en ese bosque, él era el único que estaba solo… y lloró.

Sentía la apremiada necesidad de tomar la mano de alguien y sentir la calidez de su cuerpo, de compartir experiencias y sentimientos, palabras y caricias. Por primera vez en su larga existencia lloró,  ansió la compañía de un ser exclusivo para él, anhelaba amar y ser amado.

Entonces gotas saladas recorrieron sus mejillas, prueba de lo doloso que era su soledad. Porque no importaba que él fuera el mago más poderoso, que tuviera el poder para convertir cualquier metal en oro, o que tuviera un gran castillo, no, nada de eso importaba, pues aún a pesar de toda su magia, el amor no se había presentado en su vida… estaba vacío, estaba solo.

De rodillas en la torre más alta de su castillo lloraba desconsoladamente su soledad, harto de esa existencia, desesperado por hallar a alguien con quien compartir, ser su todo, llenar ese hueco que estaba en su pecho, hacer vibrar cada una de las células de su ser y hacer latir su corazón con fuerza, mostrándole lo que es el amor.

La Luna, compadeciéndose del mago, envió un haz de luz, inundándole de fuerza y valor para aguantar ese duro suplicio, pues ella le entendía. No conocía esa sensación de soledad, pues las estrellas la acompañaban siempre, sin embargo comprendía ese tormento, ya que ella también se encontraba en una larga espera. Su compañero, el Sol, difícilmente lo veía, al ser los encargados de iluminar al mundo fueron separados, uno para el día y otro para la noche; pero les fue concebida la gracia de verse algún día, cuando los eclipses se presentaban, esos eran sus momentos más felices, pues se encontraba al lado de su amado, y,  aunque no pasaba muy a menudo, ella aguardaba pacientemente cada encuentro, valorándolo como si fuera el único. Por esa razón comprendía al mago, le tenía empatía.

 

“Es que él, sabía muy bien, que en su existir, nunca debía salir de su destino. Sí alguien te tiene que amar, ya lo sabrás, sólo tendrás que saber reconocerlo”

 

Se preguntaran ¿sí es el más poderoso, por qué no hace algo para sosegar su soledad? La respuesta es muy simple, el amor no es ese tipo de magia. ¿Una pócima de amor? No, no funcionaría, esas solo sirven para estimular el deseo, más nunca serán capaces de simular siquiera el amor. El amor, es más que una reacción química, es una sensación, es un sentimiento, un estímulo, una conexión con el alma de la otra persona.

El amor al igual que la muerte son cosas que no se pueden comprar o crear con magia. Así como no pueden resucitar a los muertos, no puedes hacer que otra persona te ame. Sí alguien está destinado a ti, entonces, eventualmente llegará, tú solo tendrás que preocuparte por saber reconocerlo. Y, a pesar de que la espera sea larga, sabrás que al final de todo valdrá la pena, pues habrás conocido a ese ser que se convertirá en tu mundo, formando un universo solo para ustedes dos, habrás conocido ese sentimiento tan anhelado, el amor. Y, él, Seunghyun sabía esto.

Sabía que su magia no crearía el amor, lo sabía, pero aún así se sentía solo. Había recorrido el mundo en busca del conocimiento, y también con la esperanza de encontrar el amor, sin embargo, durante todo ese largo trayecto solo el conocimiento vino a él. Así que debía esperar pacientemente el momento en que el amor llamase a su corazón.

Pero la espera se había hecho muy, muy larga. El mago incluso se había planteado la posibilidad de no tener nunca un compañero, y ese simple pensamiento le asustaba, no estaba preparado para afrontar toda su larga existencia en solitario, porque sí, su vida sería larga, no eterna, pero sí bastante extensa.

“Fue en una tarde, que el mago, paseando en el bosque la vista cruzó, con la más dulce mirada, que en toda su vida, jamás conoció”

Sucedía también que en ese extenso bosque, de todos los habitantes del reino de las hadas, existían un ser tan hermoso que brindaba alegría y felicidad a todo aquel que lo viera. Era querido por todo su pueblo, así que no conocía ningún mal sentimiento, mucho menos lo que era la soledad, y aún así, sentía que a su vida le faltaba algo.

Jiyong, era considerado por su pueblo como una estrella bajada del cielo, fruto del amor entre los reyes de las hadas. Había nacido de la reina envuelto entre pétalos de flores, creciendo entre los abrazos y mimos de su madre y de las nodrizas que junto a ella se encontraban, aprendiendo a cuidar de todas las criaturas, a respetar el mundo en el que vivían, pero sobre todo a amar las cosas que la naturaleza había creado. Brillaba cuál estrella, su belleza y personalidad le habían hecho el tesoro más grande de su pueblo, quienes cuidaban celosamente de él.

La primavera casi llegaba a su fin, dándole paso al verano, con sus calurosos atardeceres, con ese aroma a frescura de los pinos impregnado en el  ambiente. Las ardillas brincando de una rama a otra, aves gorgoteando bellos sonidos, todos los pequeños animales enfrascados en ese ritual de cortejo que existe entre ellos, para al final del día relajarse al lado de su pareja. Seunghyun paseaba como era su costumbre al caer la tarde, conformándose con solo mirar el amor y no poder sentirlo, caminando entre los árboles, aspirando el bálsamo que desprendían, el cuál le era relajante, sonriendo de vez en vez con un poco de nostalgia al ver a alguna pareja pasar, sin poder evitar el preguntarse “¿Cuándo llegarás?”.

En su recorrido había llegado a una parte del bosque que no solía visitar a menudo, no porque no le gustara, de hecho era la parte más hermosa del bosque, era el hogar de las hadas. Sus pies de alguna manera le habían llevado hasta el límite del reino de las hadas, no supo porque ni como, solo camino hasta ahí. Rodeo unos cuantos árboles y bajo por el lindero del rio. Flores rojas durante el día y fuegos verdes por la noche, son el anuncio de que estas entrando en el territorio de las hadas. Seunghyun ni siquiera noto el momento en que sus pies atravesaron el umbral del reino, pues no es que estuviera prohibido entrar, sino más bien era la mención de que una vez dentro, como en todo reino, las reglas debías de acatar. Siendo la más importante, respetar a la naturaleza y a todas sus criaturas.

Para el hechicero era fácil el ir y venir, solo que evitaba eso, pues al estar ahí sentía más la soledad de su corazón, porque estas criaturas eran lo más parecido a él, y verles en caminar tomados de las manos o uniendo sus labios, hacían más fuerte la presencia del vacío en su corazón. Con añoranza marcada en su rostro decidió dar media vuelta y emprender el camino de regreso a su castillo. Tomó de nuevo la vereda cercana al río y se detuvo al ver unas flores blancas bajar por él, espectáculo hermoso y común en ese lugar.  Levantó la mirada y al otro lado de río, unos ojos color avellana le veían con la más dulce mirada que jamás conoció.

Una delicada figura se encontraba en la orilla contraria, los pies sumergidos hasta media pantorrilla en esa fresca agua, portaba una túnica blanca con collares de color arena adornando su níveo cuello. Su cabello la mitad oscuro y mitad platinado, era adornado por plumas de colores rosas, verde y azul cielo por el lado izquierdo señalando su edad. Sus brazos, delgados, dejaban al descubierto una suave piel, en sus manos una de las flores que corrían por el río se encontraba. A través de los collares y la blanca túnica, en su pecho, se dejo entrever una marca en forma de hoja de helecho. Su rostro adornado con una fina nariz, unos labios rosados y abultados, haciendo juego con esos ojos, ojos que brillaban con la intensidad que refleja la vida, ojos en los que se representaba el color del bosque, la calidad del sol y la belleza de la luna, unos ojos color chocolate que le miraban.

Por unos segundos, que a ambos les pareció una eternidad, se reconocieron. Nunca se habían visto, pero esa sola mirada les basto para saber que era esa la persona a la que estaban buscando, esa parte que faltaba en su vida.

Un sonrojo se hizo visible en las mejillas de la pequeña hada, bajo la mirada tímidamente y sonrió. Levantó de nuevo la vista y una vez más sonrió, le dedicó a Seunghyun la más hermosa de las sonrisas, y él no pudo más que abrir la boca, asombrado por la belleza que se encontraba frente a sus ojos, por el brillo que desprendía y, por ese palpitante latir de su corazón.

Unas voces cortaron el momento, llamando la atención de la pequeña criatura, robándole su mirada. Otra marca igual a la de su pecho se encontraba en su cuello en lado izquierdo, indicándole de esta manera la estirpe de la que procedía. Su vista se dirigió  hacia donde el bullicio se escuchaba, muchas jóvenes hadas se acercaban. Todas ellas portando túnicas y collares florales, todas muy bonitas, pero ninguna tan hermosa como el chiquillo frente a él. Pronto rodearon con su cuerpo al pequeño y lo apartaron de su vista. Frunció el ceño en señal de molestia por haber perdido tan magnífica vista. Fue entonces que las hadas repararon en su presencia, le dedicaron miradas traviesas y sonrisillas coquetas. Y, así como llegaron se fueron, en medio de la algarabía de sus risas, llevándose con ellas a la criatura más hermosa, esa que le dedicó una última mirada antes de desaparecer entre los pétalos de flores y sedas que las jóvenes hadas traían.

Por fin, después de muchos años, le había conocido. La larga espera había valido la pena, porque él era todo lo que siempre soñó, lo que siempre anheló… él era el amor, su amor.

 

“Desde ese mismo momento el hada y el mago quisieron estar, solos los dos en el bosque, amándose siempre y en todo lugar”

 

Después de ese primer encuentro Seunghyun iba todas las tardes a la orilla de aquel río y ahí en el mismo lugar donde lo había visto por primera vez, ahí se encontraba él, rodeado a veces de flores y otras de animalitos que se acercaban a la bella criatura, pero al igual que el mago, esperando por él. Y, al igual que la primera vez, todo un cortejo de ruidosas y sonrientes hadas aparecían para llevarlo lejos de él. Suspirando regresaba a casa.

El día del equinoccio de verano no se traba de un día cualquiera. Los equinoccios son por naturaleza una fuente mágica de poder, pero este no solo era un simple equinoccio, se trataba también de uno de los festejos más grandes que se celebraba en el reino de las hadas, la mayoría de edad de muchas, entre ellos Jiyong. Las plumas, símbolo de su minoría de edad, eran sustituidas por coronas de laureles y flores. Ese día también era el momento ideal para escoger pareja, alguien destinado a ellos, pues según la tradición de su pueblo, es este día el que te brindara bendiciones.

Por lo tanto era de esperarse, que todas aquellas hadas y elfos que no tenían pareja se engalanaran y perfumaran este día, con la esperanza de encontrar a alguien que hiciera vibrar su corazón. Aunque para Jiyong ese alguien ya había llegado, y lleno de esperanza, aguardaba por el momento en que pudiesen estar juntos.

A la gran celebración todas las criaturas mágicas están invitadas, por lo que Seunghyun no dudo si quiera en ir. En todos sus años residiendo en ese bosque jamás había asistido a tal festividad, no se sentía precisamente cómodo rodeado de todas aquellas parejas demostrándose su amor. Aunque esta sería diferente, iría a buscarlo a él.

La ceremonia transcurría sin ninguna novedad aparente, a excepción de aquellos dos corazones latiendo violentamente dentro del pecho de sus dueños. Ansiosos por acortar la distancia que les separaba, por escabullirse de ese lugar y encontrarse solos ellos dos. Jiyong ni siquiera atendía a los cánticos, solo miraba hacia un lugar en específico, un lugar de donde unos profundos ojos negros le miraban.

El rito llegó al punto donde las jóvenes hadas decidían seguir disfrutando de su soltería o emparejarse con alguien. La mayoría a esa edad, demasiado  lozano, se dedicaban a gozar del mundo hasta que encontraban a su pareja ideal, y entonces sí, aguardaban por este día. Aunque para Jiyong este día significó dos cosas: el momento de dejar su niñez cambiando sus plumas por una corona de flores y entregarle su corazón a ese alto hombre que lo visitaba siempre a la orilla del río.

Cuando las gaitas, las arpas y los violines comenzaron a sonar, un círculo se formo al centro, invitando a todas las criaturas a tomar una pareja para bailar y cantar, alzando sus voces en honor al cambio de estaciones. Lentamente Jiyong se acercó hasta el dueño de esos ojos negros, que no perdían detalle de lo que el pequeño hacía. Aguardaba cerca de un árbol, detrás de todas las hadas que se abrían paso al ver pasar al chico coronado de flores, mirándolo solamente a él.

Con parsimonia y timidez, llegó hasta donde Seunghyun, le quería danzar junto a él en el centro del círculo, más sin embargo las palabras no salían de su boca y un sonoro sonrojo se agolpaba en su rostro. Había tenido el valor suficiente para acercarse, pero estaba demasiado nervioso para continuar. Sin decir palabra, el mago levantó la mano y con una ligera reverencia le invitó a bailar, evocando en el hada una hermosa sonrisa.

Por primera vez entrelazaron sus manos, lanzando millones de vibraciones desde ahí donde tenían contacto por todo su cuerpo, acallando esa sensación de vació que el mago sentía, y el pequeño sintiéndose plenamente completo; danzaron hasta que el equinoccio paso y las parejas reunidas comenzaron a dispersarse poco a poco.

Siendo Jiyong la más bella estrella de su pueblo, era cuidado por una corte de jóvenes y ruidosas hadas, por ellas se habían enterado del hombre que visitaba el rio siempre esperando por ver a la pequeña criatura, ese que se conformaba con verlo desde la otra orilla, con las miradas y sonrisas que Ji le dedicaba y que jamás había roto alguna de sus reglas, salvo quizá robarse el corazón del chico, pero contra eso nada podían hacer. Los reyes sabían de la existencia del hechicero, le habían tratado en pocas ocasiones, pero por la luna y las criaturas que en el bosque habitaban, sabían que no había mejor compañero para su hijo, que nadie lo iba a amar y proteger mejor que él; de esta manera solo sonrieron cuando vieron que con timidez Jiyong se acercaba a Seunghyun.

Desde ese momento el hada y el mago pasaban todo su tiempo juntos, paseando de un lado del bosque al otro, tomados de las manos al atardecer y a veces escondiéndose entre los árboles para robarse un beso, hasta el punto en el que el aire les faltaba. Pronto el amor que se tenían les condujo a un nivel de conexión más, la urgencia por ser un solo ser se palpaba en el aire alrededor de ellos.

Seunghyun se dejaba embriagar por ese aliento de manzanas que Jiyong poseía, envolvía su frágil cuerpo entre su brazos, sintiendo la calidez del pequeño, el vibrar de su cuerpo cada que su mano acariciaba su espalda, mientras con la otra aferraba su cintura, y sus corazones palpitando más de lo normal. Recostó a Jiyong sobre las hojas y el verde pasto de ese lugar, besando su cuello, mordiendo ligeramente, al tiempo que el pequeño dedicaba sutiles caricias por su ancha espalda, soltando suspiros cada vez más seguidos… y así se entregaron al vaivén de sus instintos.

Desde ese momento no pudieron estar lejos el uno del otro, buscando esa sensación de ser uno solo, amándose siempre y marcando muchos sitios como zonas de su amor. Porque no había pareja más enamorada que ellos. Cualquiera que los mirara sonreía al ver el amor naciendo de los corazones de ambos y brillando con fuerza en sus ojos. Sonriendo siempre pues la felicidad les embargaba.

 

 “Y el mal que siempre existió, no soportó ver tanta felicidad entre dos seres. Y con su odio atacó, hasta que el hada cayó en ese sueño fatal de no sentir”

 

Desgraciadamente el mal que aqueja al mundo les alcanzó. Por todo el reino se extendió una sombra que se llevaba a todo a la nada, al suplicio mortal de la sensación de no existencia. El bosque mágico soportaba toda esa furia con su poder, los hombres temerosos antes del bosque se adentraron bajo el resguardo de sus ramas, y con esto la magia menguó poco a poco,  pues no es que el ser humano no fuera mágico, sino que no creía, y para que la magia exista, al igual que la fé, necesitas creer en ella.

El bondadoso corazón de Jiyong acogió a todo aquellos refugiados, llevándolos al centro del bosque, cerca del reino de las hadas, solo unos cuantos aceptaban entrar y sus reglas, pero los demás causaban estragos en el bosque y sus criaturas. No es que fueran malos, pero en la naturaleza del ser humano está siempre el temor a lo desconocido, y en su necedad lastimaban a los otros.

Cuando la encanto del bosque comenzó a menguar, la salud de Jiyong también. Su pueblo preocupado por la salud del joven, rogó al mago que con su fuerza ahuyentara a la nada que empezaba a cubrir al bosque. Bien sabido era, que la magia del bosque estaba ligada directamente a la fuerza vital de rey o reina de las hadas, pero Jiyong había nacido de ambos, por lo que ahora era el encargado de mantener el sortilegio del bosque, he ahí la razón de las marcas en forma de hoja de helecho que se encontraban en su pecho y cuello, cuando estas desaparecieran, la vida del joven también, así como la magia del bosque.

Seunghyun con su poder creó una cúpula de protección en el reino de las hadas, pues la magia del bosque es más fuerte ahí. Dentro de esta los humanos, animales y criaturas mágicas se resguardaban. Luchaba fuertemente día a día para poder mantener tal conjuro, pero sus fuerzas le abandonaban, sintiéndose por primera vez débil, incapaz de proteger a aquello que más ama.

Jiyong al sentir el pánico de las criaturas y sabedor de que su energía vital los protegería, quiso ayudar a su amado cuando vio desvanecerse de a  poco su fuerza. Solo quería ayudarle en la lucha, su intención jamás fue sacrificar su vida, la valoraba demasiado, amaba con locura al mago como para separarse de él, pero jamás espero lo que aconteció.

Cuando el hada infundió de su energía vital al bosque, la sombra que se llevaba todo a la nada se sintió fascinada con ese poder, y lo deseó. Deseo toda esa magia pura, brillante, cálida y llena de amor hacia las criaturas vivas y sobretodo hacía un solo ser. La nada que se tragaba todo, ambicionó tal sentimiento y con más furia atacó, llevándose de esta manera la esencia de Jiyong.

Seunghyun creía tener la fuerza suficiente para evitar que esa sombra arrancara por completo la vitalidad de su amada hada, pero solo fue capaz de proteger a su pueblo y a las criaturas que dentro de su domo se habían resguardado. Sus ojos miraron con impotencia el momento en el que el delgado cuerpo de Jiyong se vino abajo, desesperadamente se lanzó para atraparlo antes de que cayera al suelo haciéndose daño, rogando internamente porque estuviera, dentro de las posibilidades, bien.

Grande fue su sorpresa cuando noto que la marca de hoja en su cuello estaba desapareciendo, solo se apreciaba como una tenue marca de agua, difuminándose poco a poco. Los ojos avellanados llenos de vida que tanto le gustaba mirar, estaban perdiendo su brillo, la palidez de su piel era extrema, nada comparada con su suave y tersa piel de unos días atrás. Sus rosados labios ahora lilas susurraron su nombre una y otra vez, como temiendo desaparecer en esa nada que absorbía su ser.

– Seunghyun – con las pocas fuerzas que le quedaban le llamó. Tenía miedo, esa sensación que nunca había conocido se acrecentaba en su corazón  – Seunghyun – quería sentirse rodeado de su cálido abrazo, oler ese aroma a abeto que el mago desprendía.

Impotente cómo se sentía, solo fue capaz de abrazar el cuerpo de su amado, tan delgado, tan frágil y ahora desapareciendo, temblando fuertemente cada que sollozaba por el miedo que tenía de perderle. Los ojos de Jiyong clavados en los suyos, querían mirarlo hasta que la vida le abandonara.

– No, no, no… ¡No! – decía con desesperación el mago. Se negaba a creer que después de muchos años de agonía solitaria, por fin hallaba el amor, y que ahora, injustamente se le fuera arrebatado.

Beso sus fríos labios. Colocaba una mano sobre su pecho, llevando a cabo un hechizo de curación. Lo intentaba de todo, quiso transferirle de su energía vital, pero la magia que rodeaba a Jiyong simplemente lo rechazó.

Y, la segunda marca en su pecho, al igual que la de su cuello, desapareció…

 

“En su castillo pasaba las noches el mago buscando el poder, que devolviera a su hada, su amor, su mirada tan dulce de ayer”

 

Con un grito lastimero que caló en el corazón de todos los presentes, anunciaba que la muerte le arrebató a su amor, que el mal, esa sombra que se extendía por el reino había ganado y a la vez perdido, pues el llevarse la vida de Jiyong fue su perdición.

Después de eso el hechicero no quiso saber de nada ni de nadie, quería aferrarse al cuerpo de Jiyong, pero este deseo también le fue negado, ya que la magia reclamó como suyo todo su ser. Siendo que entre pétalos de flores había nacido, el cuerpo de Jiyong se transformó en pétalos de flores blancas, que a su vez fueron esparcidos por el aire en todo el bosque. Solo la corona de flores, el manto de pliegues que portaba y algunos pétalos transformados se quedaron con él.

Noche tras noche pasó en su castillo, buscando y experimentado, todo con un solo fin, el traer de regreso a su hermoso compañero. Pero ni siquiera en los libros de alquimia y necromancia se podía traer de regreso el alma los muertos, pues una cosa era tener su cuerpo físico de nuevo, pero otra muy diferente era traer de regreso su alma y su esencia;  por que como les había dicho anteriormente a la anciana pareja que le servía, para la muerte no hay solución.

 

“Y hoy sabe qué es el amor, y que tendrá fuerzas para soportar aquel conjuro. Sabe que un día verá su dulce hada llegar y para siempre con él se quedará”

 

Aunque él supiera todo eso, una parte de su ser se negaba a creer que no había nada que hacer, lo intentó de todo, y en todo falló. Solo le quedaban esos recuerdos que con Jiyong había vivido, solo se quedaba de nuevo él, ahora con un corazón lleno de amor hacia una persona que no volverá a ver, hasta que su día llegue.

Lleno de ese amor por Jiyong se dispuso a esperar a que el final de sus días pasaran, ansiando el momento en que pueda volver a ver a su hermosa hada caminar de su mano entre los bosques. El momento de besar sus dulces labios con sabor a manzana, disfrutar de la suavidad de su piel y al final volver a ser uno con él.

Porque al final de todo ese camino llamado vida, al final sabía que su Jiyong le estaría esperando, para emprender ese otro camino desconocido después de la muerte. Caminarían juntos de nuevo y eternamente amándose.

 

++++++++++

 

Mucho tiempo ha pasado de aquello, de ese grande amor, solo sobrevive la leyenda, llevada del bosque mágico al reino humano por los juglares, entonando tristemente la situación, creyendo fielmente en que el hada y el mago se volverían a encontrar algún día.

Esa leyenda que escucho el joven Seunghyun, que relataba una triste historia de amor, se parecía mucho a su realidad, a sus 22 años aún no conocía el amor. Muchas mujeres habían pasado por su vida, pero a ninguna de ellas había amado. Pensando en ello salía del aula, no es que se sintiera viejo o algo por el estilo, era simplemente que él jamás ni siquiera en su época adolecente había tenido siquiera un flechazo hacia alguien. Deambulaba sin fijarse realmente a donde iba, solo dejaba que sus pies e instinto le guiasen, llevándolo a uno de los jardines traseros, donde un gran árbol se erguía. Justo debajo de él, recargado en su tronco se encontraba el ser más hermoso que hubiera visto antes. El hermoso ser le miro y se perdió en esos ojos color avellana.

– Esperaba por ti, Seunghyun – de su boca salió ese susurro, llevado por el viento hasta el mayor, sintiéndolo como el canto más bello que había escuchado, y entonces lo supo.

– Mi amor, mí amado Jiyong.

Acortando la distancia entre ellos, se fundieron en un beso y abrazo, para después empezar a recorrer de nuevo el camino juntos, porque ellos estaban destinados a amarse en esta y cualquier otra vida.

Notas finales:

Espero este cuento haya sido de su agrado.

La canción "La Leyenda del hada y el mago"


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