¿Quién es él?
Shiriashi Kuranosuke llegó a su casa desde el club de Tenis, se quitó los zapatos en la entrada y colgó su abrigo del gancho en la pared mientras entraba. Escucho ruidos en la cocina así que se dirigió a ella, viendo a su pelirojo de energias ilimitadas cocinando, Kintaro Tooyama le escuchó y se volteó a verle.
-La comida estará en un momento -le dijo su joven pareja. Shiriashi se apoyó en el marco de la entrada de la cocina observándolo volverse hacia la comida que cocinaba y se pregunto ¿Qué había sucedido? En que momento la relación que todos consideraban perfecta y predestinada se había vuelto tan monótona y fría.
Se acercó a Kintaro, el pelirojo paró de cocinar por un momento para mirarlo.
-¿Sí? -le preguntó mirándolo con sus grandes ojos.
Shiriashi no le respondió sólo se inclinó a besarlo, pero Kintaro se volvió poniéndole la mejilla en lugar de sus labios y le regaló una sonrisa amable, casi como la que les regalaba a un desconocido.
-La comida estará lista en un minuto -le repitió.
-Iré a cambiarme -asintió el rubio tratando de aparentar normalidad.
Mirándote a los ojos juraría
que tienes algo nuevo que contarme.
Empieza ya mujer no tengas miedo,
quizá para mañana sea tarde,
quizá para mañana sea tarde.
Hacia diez año en su ultimo año de segundaria, Kintaro y él se habían declarado y habían decidido vivir juntos, todos lo habían felicitados, seguros de que esa era la relación más solida que podía haber en todo el Shitenhoji, pero luego de salir del instituto, Shiriashi había logrado una beca y había fichado para un equipo profesional, en cambio Kintaro había declinado la oferta que había recibido para ser un jugador profesional de tenis y había optado por convertirse en entrenador de tennis en su vieja escuela segundaria.
Shiriashi había empezado a viajar de torneos en torneos con su selección, Kintaro se había quedado en casa dando clases y poco a poco, aun viviendo en la misma casa, se veían menos. Luego había llegado la fama, cenas, fiestas y de pronto el rubio había estado demasiado ocupado para hacer las cosas sencillas que solían hacer y habían enamorado al más energico de los dos, un paseo por el parque de noche agarrados de la mano, una salida al cine, a comprar un helado, se había quedado sin tiempo para esas cosas, o mejor dicho había dado por sentado que Kintaro siempre estaría ahí y había preferido invertir su tiempo en otras cosas, pensando que Kintaro esperaría para siempre para él.
Pero incluso su adorable pareja tenía un límite.
¿Y Cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un ladrón, que me ha robado todo.
Entonces un día lo notó, Kintaro volvía a sonreír, sus ojos brillaban como cuando estaba en el instituto y miraba a Shiriashi como si este fuera lo más maravilloso del mundo, como cuando se sentaban juntos en el sofá a besuquearse por largas horas.
El problema era que ese brillo en los ojos, esas sonrisas, no se las había sacado Shiriashi. Fue entonces cuando notó que había alguien más. Alguien había logrado traer de nuevo la alegría de Kintaro de vuelta. No había sido él. ¿Quién había sido?
Fue entonces cuando el rubio notó que estaba perdiendo a su pareja y había tratado con desespero de reconquistarlo, pero cuando trataba de besarlo, Kintaro le ponía su mejilla, cuando trataba de acercársele en la noche en la cama de forma intima, Tooyama le recordaba que tenía que dar clases o tenía que hacer algo al otro día y necesitaba dormir. Fue entonces que supo que lo había perdido… lo había perdido por su propia estupidez, por su propia soberbia, por que había dado por sentado que el pequeño pelirojo nunca podría amar a nadie mas que no fuera el.
Solo quería saber quien había sido más inteligente que él. ¿Quién había tomado y valorado el tesoro que él no había sabido apreciar adecuadamente?
Arréglate mujer se te hace tarde
y llévate el paraguas por si llueve.
Él te estará esperando para amarte
y yo estaré celoso de perderte.
Lo supo sin palabras, nada mas entrar ese día a su casa y encontrar a Kintaro sentado en la mesa esperándolo, lo supo en cuanto alzó sus ojos y le miró, con ellos llenos de culpa, después de todo así era Kintaro, una persona tierna y de buen corazón.
-Shiriashi…-susurro Kintaro, pero se acercó y no lo dejó hablar, poniéndole un dedo en los labios.
-Por favor no lo digas -le suplicó poniendo su frente contra la de él-. Por favor -repitió.
-Lo siento -susurró Kintaro con sus ojos llenos de lágrimas.
-Te amo, Tooyama -le susurró.
-Yo también… te amaba -le dijo con lagrimas bajando de sus ojos-, pero no sé en que momento… ya no lo hacía más. No sé en que momento, sólo sé que pasó.
-Dame una oportunidad -le pidió el rubio.
-No nos hagamos esto -le pidió el pelirojo-. Yo… ahí… ahí alguien más -confesó en un susurro-. Nunca te he faltado… no físicamente, pero yo…. Lo amo.
Shiriashi lo sabía, pero aun así escucharlo decirlo fue demasiado doloroso, sólo pudo soltar los brazos que había estado sosteniendo como si lo hubiese querido retener junto a él.
-Lo siento tanto, Kintaro… esto fue mi culpa.
-No lo fue -le aseguró Kintaro-. Fue culpa de ambos. Tú me distes por sentado y yo sólo callé, y callé cuando debí haber hablado, cuando debí haber exigido tu tiempo, pero pensé… pensé que sólo sería un tiempo, luego… lo siento -volvió a susurrar avergonzado.
Shiriashi lo tomó de la barbilla y lo hizo mirarlo con lagrimas gemelas a las del amor de su vida.
-Tú no tienes la culpa de nada… y te deseo lo mejor, Kintaro… ojala esta vez… si puedas ser feliz… si no, siempre puedes llamarme y para ti siempre estaré -le juró.
Kintaro rompió a llorar y lo abrazó.
-Lo siento, lo siento tanto -susurraba una y otra vez. Puede que el amor se le hubiese acabado, pero Shiriashi Kuranosuke siempre sería especial para él. Había sido su primer amor, su primer beso, su primera vez, su primera decepción, su primer corazón roto… su primer todo.
Y abrígate, te sienta bien ese vestido gris.
Sonríete, que no sospeche que haz llorado.
Y déjame que vaya preparando mi equipaje.
Perdóname si te hago otra pregunta.
Un año después, en la gran fiesta que dio el presumido de Atobe Keigo por todo lo alto para celebrar su boda con Tezuka Kunimitsu, lo volvió a ver, Kintaro entraba sonriente, se le veía realmente feliz y a su lado venia Ryoma Echizen mirándolo enamorado y feliz para quienes supieran leer en su usual expression de poker face.
Trató de odiarlo, pero no pudo, los únicos estúpidos ahí habían sido él y Sakuno Ryuzaki que habían dejado ir a las personas que amaban. Porque si algo le quedaba claro a él y a todos era que la culpa del rompimiento del matrimonio del príncipe del tenis y la chica había sido de Sakuno, dado que Echizen la había encontrado con Horio en su propia cama y se habían divorciando hacia dos años.
-Duele ¿No? -preguntó Sakuno sentándose a su lado y tendiéndole una copa.
-Pero no hay más culpables que nosotros -susurró Shiriashi obligándose a mirar como el serio príncipe del tenis besaba a un alegre y enérgico Kintaro que reía por algo que había dicho.
-Aun así eso no hace que duela menos -susurró la chica de largas trenzas.
-No, no lo hace -admitió el ex-capitan del Shinteoji.
¿Y cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un ladrón que me ha robado todo.
Fin…