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UN ROMANCE PARA KELLIN por suicidal teddy

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Su teléfono vibró sobre la mesa del escritorio. Craig le había enviado un mensaje. Además de despertar mi curiosidad, aquello me puso de mal humor. ¿De qué se trataba? Era imposible saberlo; no conocía la clave de Fausto. Solo podía leer el nombre de mi novio sobre la pantalla del móvil.

- Un mensaje – musitó Fausto al volver a su sitio. A su lado, pretendía estar muy ocupado revisando unos documentos pendientes.

- ¿Y de quién es? – pregunté fingiendo poco interés.

- No es nadie, solo un amigo que acabo de conocer – fijó la vista en la pantalla de su computadora, negándome la posibilidad de continuar la conversación.

La idea de que Craig me engañara sin siquiera estar conmigo me exasperaba; no eran celos sino el orgullo herido. De cualquier forma me hallaba en derecho de reclamarle; Fausto era mi amigo y una situación así destruiría mi reputación.

Había anochecido cuando llegué a casa. Me entretuve a propósito porque si bien quería enfrentar a Craig, tampoco tenía la intención de discutir con él.

- Estaba a punto de llamarte – me dijo apenas abrí la puerta. Llevaba mi camisa favorita; una blanca que resaltaba el tono cobrizo de su cabello y la intensidad de sus ojos azules, infantiles -. Deja tus cosas. Hoy cenaremos fuera.

- ¿Qué? – me había cogido por sorpresa.

- Iremos a un lugar especial – me guiño un ojo en señal de complicidad -. Apúrate, tengo hambre.

Lo seguí en silencio apenas consciente de lo que hacía. Se suponía que tenía que hablar con él. Lo intentaría durante el trayecto.

- ¿Sabes qué día es hoy? – me preguntó una vez que estábamos en su auto -. No creo que lo hayas notado, pero me pareció buena idea – su buen humor era contagioso. Tenía que concentrarme en mi objetivo.

- ¿Qué cosa?                                            

- Ya verás – me sonrió con la expresión de un niño que acaba de cometer una travesura. Suspiré, tendría que posponer la charla para otro día.

Nos detuvimos frente a un restaurante de comida Italiana. Apenas reconocí el lugar me sentí conmovido; era mi favorito. Solía ir allí con mi familia cuando era niño.

- Te he traído aquí apropósito. Fausto me dijo que te agrada este sitio…y bueno, hoy cumplimos una semana.

Mis mejillas se pusieron rojas en el acto. Genial, Craig había tenido un detalle conmigo y yo, cual colegiala, me estaba muriendo de vergüenza.

- No tenías que… tú y yo no somos…

- No importa, igual es importante – se encogió de hombros -. Para mí cuenta, pero no te pongas colorado, gordito – presionó mi mejilla  con el dedo índice. Algo me hizo cosquillas en el estómago.

- Ya, déjame. No te pongas pesado otra vez.

- Ay ¿porqué? ¿Por qué se avergüenza mi novio pequeño como un grano de arroz? – Se acercó a mí canturreando burlonamente - ¿Será que las maripositas lo están fastidiando? – ¿no tenía límites o qué? Traté de zafarme de sus garras -. Entremos – agregó repentinamente serio. Rodeo mi cintura con sus brazos y me condujo al interior  del restaurante.

Nos quedamos en silencio un buen rato. Su cercanía tan inusitada me intimidaba. Finalmente, Fausto había sido su cómplice. Un escalofrío recorrió mi cuerpo nuevamente. Rayos, estaba exagerando.

- Estás callado – Craig me observaba fijamente mientras comía con tranquilidad.

- No es eso ¿Has escrito otro capítulo? – pregunté automáticamente.

- Sí, he escrito varios. De hecho quería que leyeras el siguiente de regreso a casa – extrajo un papel de su bolsillo y me entregó.

- Lo leeré enseguida – sentencié animado -. Pero no entiendo cómo te estoy ayudando. No creo que necesites ayuda.

- Todavía no, pero ya verás que pronto no podré escribir sin ti. Ten paciencia – en ese momento no noté la magnitud de sus palabras.

Una sensación vaporosa, de infinito letargo, lo alcanzó sobre la suavidad de las sábanas. Recorrió mansamente sus piernas frágiles y desnudas. Avanzó sobre su pecho sereno, su cuello cálido y apacible, hasta toparse con sus dedos, todavía unidos a él, a su mano, a los  recuerdos que torpemente se revelaban a su inconsciencia…aquella mañana que retornó de Arcadia.

Todavía dormido se incorporó para observar la habitación con detenimiento. La noche anterior apenas había podido captar el ambiente que lo rodeaba. Era necesario recuperar la oportunidad perdida.

Reunió la poca fuerza de voluntad que tenía para abrir los ojos. Efectivamente, al igual que el resto de la casa, todo era antiguo, al menos envejecido. Por suerte no halló a ningún gato merodeando por allí.

- ¿Despertaste, Rosa? – susurró una voz risueña. A su lado, Pete le sonreía complacido.

- Quiero evocar este lugar a la perfección – dirigió su mirada al techo, concentrándose en las monumentales luminarias.

- ¿Sabes? Hay gente que coloca espejos. Es demasiado morboso ¿no crees? La naturaleza no ha querido que contemplemos nuestro propio rostro.

- El ego siempre es retorcido – murmuró.

- Por supuesto – soltó una risita infantil -. Deberías volver a casa. Nuestro dormitorio se deprime cada noche que pasa sin ti.

- ¿Volver? – repitió perplejo.

- A tu hogar, con nosotros. Es más, te sugiero que traigas tus cosas de inmediato.

Tenía razón; al fin estaba en casa.

- Como el hijo pródigo – musitó recostándose sobre la cama.

Decidió marcharse antes del desayuno. Si deseaba mudarse en un par de días, era preciso informar a sus compañeros e iniciar los preparativos en el acto.

- No te demores – le dijo Pete al despedirse.

Descendió por las escaleras analizando su situación; al fin su raciocinio daba señales de existencia. Convivir con un desconocido era una mala idea. Estaba loco, debía desistir. Se detuvo en seco al percatarse de la presencia de otra persona. Sus ojos grandes, la forma de sus labios, hasta su ropa. Idéntico a Pete…tan solo…unos diez años menor.

- ¿Quién eres? – preguntó dando un paso hacia él. Estaba parado cerca a la puerta con una mochila al hombro y una carpeta en sus manos. Al parecer iba a estudiar.

- No te importa – espetó. Al hablar su rostro se llenó de irritación -. Eres el nuevo juguete de mi hermano. Qué más da.

- Su hermano…no sabía – a pesar de haber estado allí en varias oportunidades, era la primera vez que lo veía.

- Pues no creo que sepas mucho – añadió  cortante -. Acabas de tener relaciones con Peter White, el escritor de novelas muy vendidas, pero superfluas y sin valor literario.

Por supuesto, había oído de él. La puta vida le gastaba bromas otra vez.

- Por tu cara veo que no me equivoqué – sentenció el muchacho todavía molesto -. ¿Te has acostado con él?

- ¿Perdón?

- Pregunté si te habías acostado con él – repitió mirándolo fijamente. Era casi un niño. Definitivamente no pasaba de los dieciochos años.

- Pues…si.

- ¿Y cómo lo hace? ¿Fue placentero?

- Eres muy joven para preguntar eso – de repente tuvo muchos deseos de fumar -. Tal vez te responda en un par de años.

- Eso es relativo, pequeño juguete- se marchó sin despedirse. La soledad lo agredió sin misericordia.

Curioso, todavía deseaba mudarse.

 

- ¿Qué le pasaba al niño? – pregunté levantando la vista. Craig ni siquiera me había oído. Miraba fijamente a través de la mampara de vidrio -. ¿Sucede algo?

- Es él – se levantó bruscamente y salió a la calle a toda prisa.

Corrió hasta alcanzar a un chico rubio que transitaba al otro lado de la acera. Traía puesto un sweater de lana enorme, unos jeans pegados y unos zapatos de cuero muy pasados de moda. Era alto, delgadísimo y de perfil refinado. Al verlo se detuvo sin mostrar el menor sobresalto. Desde mi mesa podía observar a Craig gesticular agitado mientras el joven lo escuchaba en silencio. Finalmente asintió y ambos se ¿marcharon? ¿Me estaban plantando?

Traté de no inquietarme. Ni en mi peor pesadilla Craig se atrevería a olvidarse de mí en medio de un restaurante. Comenzaba a dudar cuando recibí su llamada.

- Kellin, me he encontrado con un amigo. Espérame, por favor. Regreso enseguida.

- ¿Qué? ¿Dónde estás?

- Estoy cerca. Ya regreso. No te vayas – colgó.

Lo esperaría sí, pero si demoraba mucho, me largaría sin importarme nada.

El tiempo transcurrió pesadamente. Había pasado quince minutos y sentía que la gente a mi alrededor comenzaba a notar la ausencia de Craig. Era lo último. Estaba a punto de pedir la cuenta cuando me percaté de un objeto sobre la mesa; una cajita negra. La abrí con cuidado y descubrí un llavero de plata en su interior. Tenía la forma de un cerdito, con la letra “K” grabada en la parte posterior. Craig…mi corazón dio un vuelco. Rayos, no me gustaba, era imposible. Aún así decidí esperarlo un rato más ¿Cuánto? ¡Media hora!

- Lo lamento. ¿Estás enojado? – se excusó sentándose frente a mí.

Su buen humor se había esfumado, dando paso a la melancolía.

- No – contesté desviando la mirada. Descubrí que no estaba molesto, sino triste. Me había plantado después de todo.

- Has tomado tu regalo – señaló el llavero que traía en las manos -. Esperaba entregártelo de otra forma.

- Ah…esto…yo- me avergoncé otra vez.

- Eres un tiernito – sentenció cerca de mí. Iba a protestar, pero me tope con sus labios sobre los míos.

Por fin había dado mi primer beso.


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