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UN ROMANCE PARA KELLIN por suicidal teddy

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El sol irradiaba a mitad del otoño. Otorgaba al espacio una claridad placentera, al compás del viento que recorría el vecindario. Aquella sensación de frescura invadía su cuerpo, sus ropas, sus cabellos dispersos desordenadamente. Una tarde apacible en toda la extensión de la palabra.

Caminó sobre el pasto en dirección a la cerca; era buen momento para regarlas. Jamás le habían gustado las actividades caseras, pero ellas eran una excepción. Sencillamente aparecieron en el jardín el verano pasado; huérfanas. Sin saber por qué, se dedicó a cuidarlas.

Faltaba una. Lo supo al ver uno de los tallos rotos. Extrañado, estiró su brazo para tocarlo; era cierto…y reciente. Buscó alrededor suyo de inmediato; apenas unos metros más allá, divisó a un sujeto de traje marrón contemplando una hermosa flor que traía en sus manos. Él.

- Tú – alzó la voz -. Eso que traes allí no es tuyo.

El hombre lo miró con una expresión vaga. De repente pareció reconocerlo. Se acercó.

- Una rosa – exclamó sonriente -. La más hermosa que he visto por aquí – extendió su mano con la intención de saludarlo.

- No te pertenece – acotó sin inmutarse -. Están en mi jardín – el canto de las aves se había extinguido.

- Están en la tierra y la tierra es de todos – explicó todavía con la mano en el aire, esperando.

Era mayor; treinta años tal vez. El sombrero marrón, los tirantes de su pantalón; era extravagante.

- Son mías porque yo las cuidé – señalo con indiferencia-. Me pertenecen. No las toques.

- Ésta ya estaba lista – explicó mostrándosela -. Quería ser libre como las rosas grandes. Cuando crezcan sus hermanas también me las llevaré – era un tipo rarísimo sin duda -. Veo que no quieres darme la mano. No importa, debe ser por tus espinas.

- Será mejor que te mantengas lejos de aquí – advirtió. La preciosa tarde se había arruinado irreparablemente.

- No cabe duda; me las llevaré todas, incluso a ti con cada una de sus espinas. Siempre se puede tomar una rosa si la sabes coger. Serás mío – puntualizó con cortesía.

- No  lo creo – afirmó con frialdad.

- Veremos. Ahora si me permites – hizo un ademán -. Es hora del té – le susurró confidencialmente.

No era la primera vez que un sujeto mayor se le insinuaba. Sin embargo él era… peculiar. Aún así no importaba, no lo encontraba interesante. Si se ponía pesado se desharía de él con facilidad. Encendió un cigarrillo; el aroma delicioso invadió su ser. Sí, el mundo estaba lleno de posibilidades…fallidas.

 

 

- ¿Qué haces? – me preguntó Fausto. Guardé el papel rápidamente al descubrir su presencia.

- Nada – contesté incomodo.

Por primera vez Craig me había prestado sus escritos. Estuve toda la mañana esperando la hora de refrigerio para leerlo. Me tenía bastante curioso.

- ¿Sigues solo Kellin? – me preguntaba lo mismo por lo menos una vez al mes. Estaba harto. Fausto era el famoso amigo que me había sugerido que conquistara a Craig.

- Sí ¿Por qué? – ladré.

- No te molestes. Solo me preocupo por ti – apoyó sus codos en la mesa -. Es que no lo entiendo. Es decir, no eres feo ¿okay?, tampoco aburrido, es más; eres tiernito.

- ¿Tiernito? – me retorcí. Si él no entendía, mucho menos yo.

- Como un osito. Son tus actitudes. En eso nos parecemos – agregó el presumido -. Por eso te digo; yo he tenido oportunidades con un montón de chicos y bueno tú, pues cero.

- Lo que pasa es que yo no coqueteo como tú – acusé fastidiado. Quería irme solo por allí, a morir de vergüenza sin ser visto.

- Mira, tengo un amigo que te puede interesar. Si quieres coordinamos una cita a ciegas. No te vas a arrepentir.

- No – grité indignado. Era lo último.

- Sí – gritó más alto que yo -¿Hasta cuando piensas estar solo? Entonces consíguete una chica. Se te va el tren – los aledaños comenzaron a mirarnos. Demonios.

- Escucha – bajé la voz -. No te quería contar, pero no me dejas otra opción. Sí tengo novio – los ojos de Fausto se abrieron a causa de la sorpresa. Exagerado, tampoco le estaba diciendo que había ganado la lotería -. Por eso no puedo salir con nadie.

- ¿Cómo? ¿Quién es? ¡Tenemos los mismos amigos! Me estas mintiendo – concluyó con seguridad -. Si no ya lo sabría.

- ¿Mentirte? Claro que no – mi mente comenzó a trabajar a mil por hora -. Es alguien que no conoces. Es…es Craig, mi compañero de cuarto.

- ¿Así? Peor aún. Me dijiste que era hetero.

- Bueno sí, lo mismo pensé yo, pero la convivencia, tú sabes – por experiencia propia -. No hace mucho nos besamos y me confesó que estaba enamorado de mí. Ni su familia ni sus amigos saben nada así que es un secreto por ahora. Me hizo prometer que no le contaría a nadie. Escúchame – lo jale del cuello de la camisa -. No se lo digas a nadie. Solo lo sabes tú. Me matará si se entera que he hablado  de lo nuestro.

- Esta bien, pero no me maltrates – se liberó con dificultad -. Todavía no te he vendido. Ya, ya, no me mires así. No diré nada.

Fausto era confiable así que no tendría problemas. Por lo menos había conseguido que dejara de fastidiarme por un tiempo. Luego le diría que habíamos peleado, me mudaba a otra parte y listo. Sin heridos ni muertos. Aquel optimismo me siguió el resto del día.

- ¿Lo leíste? ¿Qué te pareció? – me atacó Craig apenas abrí la puerta del departamento.

- Ah sí – musité sacando la hoja de mi bolsillo -. Está interesante aunque el tipo es muy viejo para mi gusto. ¿Cuántos años tiene el otro chico? Esa relación me suena a viejo- niño. Algo así.

- Se llama Christofer. Tiene veinte, pero no te creas; es un chico bastante promiscuo. Como una princesa que busca el amor verdadero besando a cuanta rana se le cruce en el camino.

- Prefiero las historias románticas – desparramé mis cosas en el sofá -. Pero quiero saber cómo le va con el tipo loco.

- Y por eso me ayudarás. Leí en tu facebook que tienes una reunión con tus amigos en la casa de un tal Andy este viernes. Has confirmado tu asistencia, nuestra asistencia.

- ¿Qué? No, claro que no.

- Tenemos un trato. Me llevarás – dijo seriamente -. Así tenga  que obligarte. ¿Además que tiene de malo?

- Nada, solo que…- Fausto cree que somos pareja. Ni hablar, me mataría - ¿No te vas a sentir incómodo? – pregunté estúpidamente.

- Obviamente que no, chiquitín. Solo si alguno de tus amigos intenta propasarse conmigo. Andy, por ejemplo.

- Sueñas, Craig. Ni fumados uno de ellos se fija en ti – espeté a la defensiva.

- ¿Ni siquiera tú de borracho? – preguntó cogiendo mi cintura. Brinqué como un saltamontes. Demonios ¿Porqué mi cuerpo reaccionaba así con él?

- Ca-callate. Cállate – aclaré mi garganta.

- Entonces no hay mas qué decir – concluyó alegremente -. El viernes es el día – agregó antes de marcharse a su habitación.

No podía ser tan malo. Fausto era discreto. Es más, ir  con él hasta era una prueba de que mi mentira era cierta. Si me preguntaba por qué no éramos cariñosos, simplemente le diría que Criag no quería que nadie se entere. Era el plan perfecto.

Al menos eso creí.

Notas finales:

Proximo capítulo: mentiras que justifican mentiras.


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