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Por amor por Francis Mia Bonnefoy

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Notas del fanfic:

PrusiaxSpainxRomano

Notas del capitulo:

Ahí un fanfic de Prusia España y Romano. ¡Espero que os guste!

Prusia abrió los ojos y estiró ambos brazos para desperezarse. Al bajarlos, su mano derecha tocó algo suave. El alvino giró la vista para encontrar sus dedos enredados en un mechón de pelo rubio. “Maldición” pensó. Se levantó de la cama y cubrió el cuerpo desnudo de la joven que dormía profundamente, con una respiración serena y rítmica.

Salió de la habitación y le llegó un olor a tostadas. Al entrar en la cocina vio a su hermano recostado sobre la encimera, bebiendo un sorbo de una taza mientras leía el diario.

-Buenos días -le dijo.

Alemania se dio la vuelta, un poco sorprendido por la presencia de Prusia.

-Buenos días hermano -los ojos azules del rubio escrutaron la mirada del alvino, como si esperaran alguna explicación.

Gilbert no hizo caso a la mirada de Ludwig y se sentó en una de las sillas que rodeaban la pequeña mesa de madera situada en el centro de la cocina.

-¿Cuándo llegaste? -le preguntó, mientras jugueteaba con un bolígrafo que había tirado por ahí.

-He llegado esta noche, encima las cuatro. -respondió el alemán.

-Y ¿por qué no me dijiste nada cuando llegaste?

Alemania se sorprendió por la pregunta. Se llevó la taza a los labios de nuevo, pero no llegó a beber nada. Dejó el café encima la mesa y se sentó delante de su hermano.

-Bueno… no quería, ya sabes -carraspeó un poco- No me parecía oportuno entrar en tu habitación.

-Ya… -Prusia soltó un suspiro y se levantó- Voy a despertarla, ¿me harás el favor de llevarla a su casa?

Ludwig estuvo a punto de levantarse y pegarle un puñetazo a su hermano. Pero se reprimió. Se levantó también de la mesa, se acabó el café y fue a por las llaves de su coche.

Pasada media hora, Prusia estaba tumbado en el sofá mientras pensaba en lo que había pasado la noche anterior. En lo que había vuelto a pasar. Se maldecía a sí mismo una y otra vez. “Eres un idiota” se repetía “No servirá de nada intentar cambiarlo”. Hasta hacía unos pocos meses, hacer el amor con chicas que encontraba por ahí le había servido para olvidarse de él. Pero ahora ya no podía más. No soportaba el hecho de quererlo y no poder tenerlo. Le necesitaba a él, pero él tenía a otra persona…

 

*             *             *

España tenía la mirada fija en su copa. Sus ojos verdes se reflejaban en el vino que estaba tomando. Francis le miraba preocupado.

-Antonio, mon amour, no hay nada que tú puedas hacer. Date tiempo para calmarte. El tiempo lo cura todo.

-No Francis, el tiempo no curará nada. Romano no volverá. Se ha ido… para siempre.

Hacía poco más de una semana que los altos mandos de Italia habían decidido unificar todo el territorio. Para ello, uno de los dos gemelos debía sumirse en un sueño eterno. Feliciano había estado encerrado desde entonces en su casa, en Venecia. Alemania iba a visitarle a menudo, pero aún no había conseguido que el italiano saliera de su habitación.

-Pero, aún no ha terminado -intentó Francia- América e Inglaterra y todos los países de Europa estamos intentando volver a dividir el territorio. Romano despertaría si hiciéramos esto.

-No se arreglará Francis…

La puerta se abrió de golpe. Prusia entró corriendo al bar y se dirigió hacia España y Francia.

-¡¿Por qué yo no lo sabía?! -gritó, agarrando a Antonio por los hombros y zarandeándole con fuerza.

-Gilbert, por favor… -Francia intentaba detener al alvino, pero este tenía más fuerza que el francés.

Cuando Prusia dejó de mover a Antonio, este se recostó en el hombro del prusiano y empezó a llorar.

-Gilbert… -consiguió decir entre sollozos- Romano ha… Romano ya no…

“Romano ya no existe” le había contado su hermano. “Ahora es solo Feliciano quien representa todo el territorio italiano”. Cuando Ludwig le había dicho esas palabras, una chispa de esperanza había aparecido en el interior de Prusia. Amaba a Antonio desde hacía mucho, mucho tiempo, pero el español amaba a Romano. Ahora, Romano ya no estaba, y el alvino tenía el camino libre. Sin embargo, en aquel momento, con España llorando en sus brazos, se dio cuenta de que no había ninguna posibilidad de que España lo amara a él. Antonio seguía amando a Romano, incluso si este no se encontraba más a su lado. “No quiero ver a Antonio así” se dijo Gilbert.

Cuando el español se calmó un poco, Francis y Gilbert lo llevaron en un hotel. Ninguno de los tres dijo nada. Se limitaron a caminar por las calles, procurando que España no volviera a derrumbarse.

-Vete a casa -le dijo Prusia a Francia al llegar al hotel- Canadá te espera ¿no?

- ¿Seguro? -preguntó el francés- Si lo necesitas puedo…

- Tranquilo Francis, lo cuidaré bien.

- Prusia… -suspiró Francia- No es por nada, pero no creo que Antonio esté por… ya sabes. Además, no creo que olvide a Romano. Deberías dejar ya de pensar en que hay esperanza para que…

-Francia -le cortó Gilbert- sé lo que hago, tranquilo. Vete a casa.

El francés soltó otro suspiro y se marchó. Cuando Prusia entró en la habitación España estaba mirando por la ventana. El prusiano se acercó a él despacio, y el español se dio la vuelta al oír los pasos de Gilbert.

-Gilbert -dijo el español en voz baja- siento no haberte dicho nada… No me apetecía mucho…

-Xxxt… -Prusia colocó dos dedos en la boca de Antonio.- Tranquilo.

Gilbert acercó su rostro muy despacio al rostro de España, hasta que sus labios se tocaron. Fue un beso muy suave, y, cuando se separaron, Prusia atrapó el cuerpo de España entre sus brazos, evitando que este cayera al suelo. Una vez España recuperó un poco el equilibrio, se quedó mirando a Gilbert, sin saber que decir.

-Lo siento -le dijo Prusia- perdóname, Antonio.

El prusiano hizo ademán de marcharse, pero España le sujetó por la camisa, haciendo que se diera la vuelta. Antes de que Prusia pudiera reaccionar, los labios de Antonio tomaron los suyos, y, con un fuerte golpe, ambos cayeron al suelo.

Antonio le besó con ferocidad, y él, sin saber qué hacer, se limitaba a responder a esos besos y disfrutarlo. Giró para colocarse encima del cuerpo del español y le quitó la camiseta, al tiempo que España le desabrochaba la camisa.

-Antonio, ¿seguro que… -España le cortó con un feroz beso, y Prusia decidió no discutir más.

 

*             *             *

“Romano”. Eso era todo lo que España había dicho cuando llegó al orgasmo la noche anterior. Las caricias, los besos, los gemidos… ninguno de ellos había ido dirigido a Prusia. Todo era para Romano. España estaba tumbado en la cama, dormido. Las bolsas que tenía bajo sus ojos revelaban que hacía días que no dormía bien.

-¿Qué he hecho…? -se preguntó Prusia, en vos alta.

Antonio abrió los ojos, y le dedicó una mirada de confusión al prusiano, que se encontraba delante de él.

-¿Gilbert? -se frotó los ojos, como si lo que estuviera viendo fuera una alucinación- Entonces… ¿ayer tú y yo… lo hicimos?

Prusia asintió con la cabeza. La mirada de Antonio se ensombreció ante el gesto del prusiano. Gilbert se acercó a la cama y se sentó al lado de España, soltó un suspiro y le miró a los ojos.

-¿Significó algo para ti, Antonio?

España apartó un poco la mirada. Sus ojos mostraban, en aquel momento, un fuerte sentimiento de culpa.

-Entiendo -dijo Prusia, y se levantó, dirigiéndose al baño.

*             *             *

Aquel día había otra reunión para hablar de Italia. Haciendo una excepción de la normativa de asistencia de las reuniones oficiales, Prusia estuvo presente. Alemania y Japón habían conseguido convencer a Italia para que saliera de su casa. Todos los países estaban presentes, esperando los resultados de las votaciones que se llevaron a cabo en la última sesión. Según le había contado West, América había propuesto una votación para “despertar” a Romano. Les había costado convencer a los políticos, pero, después de haber insistido mucho, habían conseguido el permiso.

América entró seguido por Francia e Inglaterra. Llevaba un sobre abierto en sus manos, pero su cara mostraba que el contenido no era muy bueno.

-¿Y bien? -preguntó Alemania.

América se limitó a dejar el sobre frente Alemania. Este lo cogió y le echó un vistazo rápido.

-Eso no son los resultados. -dijo.

-No han hecho caso a la votación. -dijo Inglaterra- No quieren que el territorio italiano se divida de nuevo, y harán lo posible para que no lo consigamos.

Prusia cogió la nota:

“A pesar de la insistencia mostrada por los presentes de la reunión del día X del mes XX de XXXX, nos vemos obligados a dar la votación por inválida”

-No pueden hacer esto -dijo, mientras se levantaba y se dirigía hacia donde estaba Antonio, quien había empezado llorar en silencio- Ven conmigo.

Le cogió por el brazo y se marcharon los dos.

-¿Dónde vamos? - preguntó España.

-Primero tengo que hablar contigo a solas -le respondió Prusia- luego tengo que hacer unas cosas.

Subieron al terrado del edificio, y Prusia soltó el brazo de España. Este, extrañado por el comportamiento de su compañero se acercó un poco a él.

-Antonio -dijo el prusiano- responde sinceramente: lo de anoche ¿significó algo para ti?

España bajo la mirada, pero Prusia le cogió el rostro con las manos y le obligó a mirarle en os ojos.

-¡Responde! -le gritó.

-No -respondió Antonio- Lo siento, Gilbert.

-Muy bien -dijo Prusia, encaminándose hacia las escaleras para volver abajo- Prepárate para ver de nuevo a Romano.

-¡Prusia! -gritó Antonio- ¿Qué vas a hacer? ¡Prusia!

-¡Te amo, Antonio! -le gritó Prusia, como respuesta.

Prusia bajó las escaleras y entró en la sala de reuniones, donde estaba Alemania.

-Hermano -dijo Ludwig cuando lo vio- ¿Dónde estabas?

-West, si yo me fuera, ¿Qué pasaría?

-Hermano… no digas estas cosas. Siempre tendré que cuidar de ti, ¿verdad? No conseguiré librarme de ti nunca, ¿verdad? -respondió, esbozando una sonrisa.

-Es cierto… -dijo Prusia- Bueno, me voy. Que te vaya bien todo, Alemania. Nos vemos. Adiós, hermano.

-A-adiós.

Prusia se encaminó hacia la calle, pero no iba a casa. Se detuvo un momento y miró al cielo. “Abuelito, sigues ahí arriba esperándome ¿verdad?”. Se puso en marcha de nuevo, esbozando una sonrisa.

“Adiós a todos, amigos”.

*             *             *

8 años más tarde.

Francis se levantó temprano. Tenía que preparar las maletas para ir a Alemania. El memorial dedicado a Prusia sería dos días más tarde, y quería ver como se encontraban España y Alemania.

Después del incidente de Romano, nadie había vuelto a ver a Gilbert. Poco después, Romano despertó.

Un año más tarde, Alemania encontró una carta que había escrito Prusia antes de irse:

“Esos viejos dicen que, si alguien desapareciera y diera su patrimonio, la economía de Europa podría permitir la existencia de dos Italias. A mí ya no me queda nada, pero Romano tiene a España. West, Francis, Antonio, lo siento mucho. Siento no poder quedarme más con vosotros, pero tranquilos, el abuelo me espera, así que estaré bien.

Adiós y gracias por todo,

Prusia”

Junto a esa, había otra carta dirigida a Antonio, y, aunque nunca se la mostró a nadie, Francis intuía lo que decía. “Prusia amaba a España”, les había dicho una vez. Antonio nunca llegó a perdonárselo, y Romano tampoco.

“Vaya par de idiotas” pensó Prusia, desde algún lugar.

Notas finales:

Espero que os haya gustado. ¡¡Porfi, dejad un review!!


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