Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

The kaleidoscope guy por Kiharu

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Me hago ilusiones pensando en que les gustó, pero no me dejan review(?

Fueron 180 leídas y dos comentrios, o sea, ¿así de mal?

Pero bueno... para mí, esta cosa es una importante. Quiero decir que le he puesto empeño y que me he tardado ya bastante tiempo en acabarlo, pero que me gustó muchísimo escribirlo. Muchísisiisissisisimo.

Van a notar que este capítulo es como volantazo(? a todo lo que llevábamos.

Por favooor.

 

La carretera está cerrándose de a poco, hasta quedar en sólo dos carriles de cuatro. El traje que llevo puesto, negro, me es un poco incómodo. Akira Suzuki está a mi lado, mirando por la ventana, a todos esos árboles enormes y verdes por los que atravesamos. Creo que incluso mira las rayas del asfalto por el que vamos. No tengo ganas de hablar y hoy él parece bastante autista. No sé cómo hemos llegado aquí. No me esfuerzo en pensarlo. Los zapatos que llevo puestos son negros y están lustrados. Estoy vestido como normalmente lo estaría si fuera a trabajar. Pero es temprano, apenas es la hora del almuerzo. Así que él, que lleva una playera naranja chillón, con unos pescadores azul marino y unas sandalias azules, seguro que no fue al instituto. Me pregunto a dónde vamos, pero lo único que atino a hacer es a pisar el acelerador para llegar más rápido a cualquier lugar al que vayamos.


Y se hace de noche.


Akira, a mi lado, se pone en guardia y deja esa pose despreocupada. Me pregunta qué es lo que está pasando, me pregunta si es algún truco. A ambas interrogativas, le respondo que no lo sé, que realmente yo sólo conducía y que ni siquiera sé a dónde vamos.


Pero la veo. Y no puedo frenarme.


Aiko está ahí, con un vestido blanco, mirándome directo a los ojos; cuando me doy cuenta, sus ojos han estado cerca de los míos, luego en el piso, y yo me veo pisando el freno con una fuerza impresionante. Aun sin despegar los pies del freno, miro a mi acompañante, que me ve con cara de mala leche.


—¿Por qué te has frenado?


—Aiko…


Bajo del auto y observo el parabrisas. No está fragmentado, no hay sangre. Miro mis zapatos, pero ya no están ahí, ahora sólo hay sandalias. Visto como Suzuki, a excepción de que mi camisa es color verde. El estómago parece hacer nudos en mi cuerpo, estoy nervioso. Creo haber arrollado a la ex—novia de Akira, la cual, estaba a media carretera de quién sabe dónde. Me voy hacia la parte trasera… pero tampoco hay alguien. Joder, joder, joder. ¿Me lo he imaginado? Qué sucia es la mente.


Akira Suzuki me espera, cruzado de piernas. Sigue siendo de noche.


—¿Vamos a seguir? Se nos ha hecho todavía más tarde.


Me subo al auto y reanudo la marcha. No sé qué ha pasado allá atrás. Sinceramente… no lo sé.


El tiempo transcurre, Akira ha encendido la radio y puedo escuchar la música electrónica de una manera muy dispersa. Me pregunto qué me pasa. Quizá estoy aturdido porque me imaginé arrollando a la persona que más amó la persona a la que amo. Puede ser. También puede ser la incertidumbre de saber qué demonios hago conduciendo por una carretera sin nombre y sin un aparente fin. Me quedo absorto en las líneas divisoras. La música parece lejana y ajena a mí, sin embargo, cuando miro a Akira moverse sé que existo con él.


—Para, detente… estaciónate aquí…


Obedezco. Estamos frente un imponente hotel, en que afuera apenas y hay autos estacionados. De pronto, miro al horizonte y veo que está anocheciendo. Se me revuelve el estómago y me extraño profundamente.  Yo pensé que atropellé a una mujer a la mitad de la noche, porque la oscuridad nos tragaba infinitamente, y ahora, veo el atardecer. Akira camina rápido y yo lo sigo, sin quitarme la idea del dolor al arrollar a alguien.


Cuando estamos frente una gran puerta, él toca y yo espero. Un militar ha aparecido y nos hace pasar. Mira su reloj, y entonces, nos sonríe.


—Les toca la muerte que no duele.


 


Aquí dentro, donde sea que estemos, hay dos sistemas: la muerte que no duele y la que duele. Depende de la hora en la que llegues, claro. Si, como nosotros, llegaste antes de que se ocultara el sol, tu muerte no será dolorosa (consistirá en un disparo al corazón, muerte instantánea y la caída de tu cuerpo desfallecido a una fosa). Sin embargo, si llegas en la noche, con la oscuridad, te va a doler (van a dispararte en un lugar no mortal, y te tirarán a la fosa. Esperando a que mueras). No sé si deberíamos sentirnos bien porque seremos asesinados o qué, pero siento cierta tranquilidad. Nos matarán mañana.


—¿Por qué nos van a matar, Akira?


—¿Y por qué no?


—Ah. ¿Qué haremos mientras?


—Vamos divertirnos. Este hotel tiene de todo. Tengamos una cita.


 


Sopa instantánea, una lámpara de papel, jugo de uva y Akira contando tonterías sobre automóviles y cómo chocarlos. Qué cita tan menos prevista con el chico caleidoscopio.


—Es que mira, Takanori, es genial mi idea, ¿no crees?


—¿La de chocar contra un muro de metal para hacer un sonido grotesco y que todos te ponga atención, para luego salir y bailar como idiota, enfrente de todos?


—No, la otra. La de lanzar el auto por un puente arriba de un rio o lago, lo que quieras, y saltar por la ventana al mayor estilo de Hollywood.


—¿Y para qué?


—¿Cómo que para qué? Pues para divertirte, tonto. Chocar autos es simplemente genial. Creo que yo estoy hecho para eso, para correr autos.


—Ah, ya veo —con los palillos, me llevo más sopa a los labios. Está sonriendo tanto que, aunque su tema de conversación me parezca raro, me encanta estar con él. No me interesa que vaya a morir en unas horas—. Akira, ¿por qué te has puesto tanto perfume?


—¿Huele hasta allá?


—Me estoy asfixiando. No te ofendas, claro.


—¿Cómo no me voy a ofender? ¡Pero si tú también llevas perfume!


—Sí, pero no me tiro toda la botella.


—¡Idiota!


—Ya, lo siento. Es que estás tan guapo que no puedo evitar molestarte. Te sonrojas.


Deja de mirarme y se concentra en su sopa. Luego de un rato, que permanecemos en lo mismo, me dan ganas de abrazarlo, y lo expreso abiertamente. Él me sonríe y se levanta. Yo hago lo mismo. Esto es demasiado raro. Usualmente Akira se habría ofendido, me lo hubiera recriminado y hubiera seguido charlando de cosas que tal vez dejaría de atender. Tampoco hubiera accedido a darme un abrazo así como así. Eso huele mal.


—Hagamos un abrazo más genial. ¿Alguna vez has hecho una llave de lucha?


—No realmente…


—Pues mira, es como abrazarte de alguien. Yo me subo a la mesa, tú te pones ahí, ajá, justo frente a mí, entonces…


Extiendo los brazos al ver cómo se balancea. Rápidamente, con una confianza increíble, salta a mis brazos; Akira es más pesado y alto que yo, por lo que me voy para la izquierda, luego a la derecha, luego contra la lámpara y acabamos cayéndonos en el sillón. El se ríe tanto que atraviesa mi cerebro con esa pegajosa risa. Comienzo a reírme con él, mientras lo estrujo. Dejo de pensar en tonterías sobre qué es real y que no lo es. Me dispongo a disfrutar de este Akira. Está sobre mí, así que puedo notar cómo nuestros cuerpos se conectan a la perfección. Le abrazo la cintura, mientras él sigue riendo. Me siento afortunado.


No me importa morir.


No me voy a morir.


 


—Deberías ir menos deprisa, Kouyou…


—Takanori, voy a ciento diez kilómetros por hora. No te pongas como menopáusica. Tómate esto y déjame conducir en paz.


Me ofrece un par de pastillas dentro de una bolsa de plástico muy pequeña. Desdoblo la bolsita y tomo una pastilla; la pongo debajo de la lengua y espero a que se disuelva. Kouyou me arrebata la pastilla que quedaba y repite mi procedimiento, sin quitarle la vista a la estrecha carretera por la que vamos. Es de madrugada. Kouyou sube el volumen de la música en la camioneta, estamos escuchando a todo volumen canciones de The strokes. Los dos, sin duda, somos grandes admiradores de esa banda neoyorquina. Observo los árboles. Pronto, me entra un calor abochornante y abro la ventana, dejando que el fuerte ruido le llegue al bosque que atravesamos. No sé a dónde vamos. Nos hemos graduado del instituto, hemos rentado este vehículo y Kouyou decía que conocía un lugar de puta madre. Un hotel; había que disfrutarlo lejos de casa.


Saco la cajetilla de cigarros, y enciendo uno.


Kouyou me habla de que su papá quería que estudiara algo que él quisiera, pero por sus notas no tan buenas, ha conseguido solo un lugar en administración, en una universidad no tan prestigiada. Parece melancólico. Tiene las mejillas rojas.


Le digo que no se preocupe. Que todo va a salir bien. Él se calma, me sonríe y me mira. Está agradeciéndome. Yo le sostengo la mirada también. Cuando volvemos a ver la carretera, nos horrorizamos.


No vemos la carretera. Vemos los ojos rojos de una mujer justo en nuestro parabrisas, por unos milisegundos, para luego escuchar ruidos en el auto y luego, nada. Kouyou parece querer incrustarle el pie al freno. Comienzo a sudar. Él me mira, preguntándome con la mirada qué hacer. Me desabrocho el cinto y abro la puerta. Él me imita. Bajo del auto cautelosamente. El efecto de la pastilla se ha difuminado rápidamente. Nos acercamos a ver el parabrisas, roto. Nos asentamos en la realidad: hemos arrollado a alguien. Corremos hacia detrás del auto y vemos a una mujer con un vestido blanco, como un vestido de dormir. Está boca abajo. El blanco del vestido está teñido de un rojo que me carcome la vista. Del brazo sale su hueso, de una manera tan grotesca que Kouyou se gira para vomitar.


Hemos matado a alguien.


Joder.


La música suena estridente. Me molesta, me irrita.


Kouyou vomita mientras yo intento mover a la víctima de nuestra imprudencia. No sé por qué lo hago, pero cuando lo logro, su cara, casi desfigurada me saca un grito que pudieron escuchar incluso en Kobe. De su boca sale sangre, los ojos están rojos, como los que vimos cuando la arrollamos. Siento un miedo indescriptible y la vuelvo a poner como estaba. Kouyou se acerca a mí, con pánico, mirándola y luego a mí. Corremos a la camioneta.


Vemos el cofre y está manchado de sangre que no habíamos notado antes.


El estómago se me hace un nudo terrible.


—Huyamos. Esa chica se atravesó. ¿Dónde estamos, Takanori?


—No sé. Joder. ¿Qué hacemos? Si llamamos una ambulancia sabrán que fuimos nosotros y nos arrestarían…


—Huyamos.


—¿A dónde?


—¡A dónde íbamos!


—Limpia la sangre.


—¿Y el parabrisas?


—Joder, pues no sé. Déjalo así.


Con las manos temblándonos del pavor, limpiamos con un par de franelas que estaban en la cajuela. Miramos por el rabillo del ojo a la mujer, porque sentimos que en cualquier momento nos gritará algo, nos hechizará, nos romperá el cuello. Una vez con la camioneta decente, Kouyou acelera, se da la vuelta en u, y comenzamos a regresar. Vamos muy rápido. No puedo ni distinguir el sonido del viento con las guitarras de la canción que no sé identificar. Tengo mucho miedo.


Comienzo a llorar.


Vamos tan rápido que mis lágrimas están secándose con el viento.


Justo cuando vamos a llegar al tramo del inicio del bosque, un tráiler se acerca y nos hace sonar el claxon, cosa que nos crispa los nervios.


Kouyou da un golpe en el volante y entonces, todo comienza a darnos vuelta.


Y hay sangre. A Kouyou está sangrándole la cabeza.


Y no me puedo mover.


Sollozo. El miedo me come.


*


Estoy en calzones. Me acabo de despertar, llorando, nuevamente.


Este, el que mantengo entre mis dedos, es mi décimo cigarro. Son las nueve de la mañana y hace un frío que cala hasta el tuétano.


Takashima me llamó hace veinte minutos, preguntándome si yo tenía su acta de nacimiento original. Busqué en mis cajones desesperados, hasta que comenzó a bufarse de mí. Diciéndome, que qué me pensaba, que por qué habría de tener yo sus papeles. Que no fuera idiota. Que me llevaría a comer ramen a un lugar que conocemos los dos, a las afueras de la ciudad. Le dije que estaba bien, pero que él tenía que invitarme todo. Mientras se reía, me dijo que pasaría por mí a las nueve de la noche. O sea, en doce horas. Por eso fumo tanto. Porque nadie va a venir por mí. Él no…


No fui a trabajar, me excusé anunciando un catarro repentino.


En cuanto colgué, vi mi techo y vi a Akira. Cuando me ofusqué y cambie mi vista, vi el retrete y me vi a mí. Porque…


Me levanto. Voy por el polvo que compré hace dos años por razones diversas; lo tengo en una bolsa pequeña, lo pongo en mi mano, acerco mi nariz, e inhalo tan fuerte como puedo. Repito el proceso hasta que no hay más en mi mano. Las fosas nasales me arden tanto que quiero romperlas. Por alguna razón, termino quemándome el pie con el cigarro que tenía en las manos. Me siento bastante patético. Camino hasta mi cama, me quito la ropa interior, y me tiro como si fuera a descansar con ganas. Observo la lámpara de techo. Me levanto como un resorte y prendo la luz, cierro la ventana y me quedo como si fuera noche; vuelvo a mi lugar en la cama y pego mis ojos en la luz. La observo fijamente. Duele. Cierro los ojos, los aprieto.


Y aparece mi corazón.


Las luces son verdes, amarillas y rosas. Se extienden por mis párpados y aprieto todavía más. Con las manos, mientras observo los colores moverse, toco mi flácido sexo. Lo aprieto, lo acaricio. Mientras veo todas las oleadas de color que intervienen por mi cabeza, intento masturbarme. Intento. No obtengo una erección. Me toco los pezones, el abdomen, me acaricio justo como me lo han hecho. De pronto, mientras estoy tocándome, un hermoso calor comienza a extenderse desde mi estómago, baja a los pies, llega a mi meñique, se dispara a mis brazos y manos, y termina por calentarme la cabeza. Inmediatamente, me alegra estar aquí. Sonrío, abro los ojos, miro la luz y repito. Ahora el color el violeta y amarillo. Adiós verde. Me toco el pene nuevamente y esta vez, consigo una erección más rápido de lo que puedo creer. Comienzo a tocarme. Las caderas las siento rígidas, algo que odio cuando me toco. La parte de atrás siempre se pone dura y hace que levante un poco la pelvis. Pero no me intereso mucho en eso. Meneo mi pene, de un lado a otro, toco la punta, siento su rugosidad. Con la uña de mi dedo índice aprieto la punta, el agujerito que saca mi orina. Estoy sonriendo, abro los ojos, miro la luz, y esta vez hay rosa y verde. Bajo mis manos, hasta los testículos, y los acaricio.


El vello púbico se siente largo…


Toco ese pequeño espacio entre el ano y mi órgano sexual. Lo acaricio repetidas veces, lo conozco, siento cómo debe verse. Imagino su color, uno oscuro, como el de mi ano. Tal vez es así. Abro los ojos. Esta vez veo con atención mi erección. Dejo de tocarme, me levanto y busco desesperadamente un espejo. Kouyou me había regalado un espejo cuando cumplí veinticinco. Es un espejo de veinte centímetros de largo por diez de ancho. Tiene los márgenes de goma, color negro. Lo busco con desesperación. La cabeza la siento ligera, como si flotara. Aviento mis pantalones de vestir, pero debajo de ellos no está. Busco entre mis pantaletas, pero tampoco lo encuentro. Voy corriendo hacia mi bolso, observando condones y cosméticos, pero mi espejo no está. Me invade una desesperación fugaz, más, sin embargo, cerca de los perfumes de dama que utilizo, aparece. Corro hasta él, el alivio alimenta mi alma. Lo abrazo, me siento en la cama y abro las piernas lo más que puedo. Mi pene está erguido, rosándome el vientre. Mi vello es muy negro y largo. Rizado. Enredo mis manos entre este y jugueteo mientras me miro. El ano está libre de vello, pero es oscuro. Igual que la piel en esa zona. Me pregunto por qué. Lo dejo correr.


Y vuelvo a masajearme. Como desearía que alguien me masturbara…


Imagino que mi mano es la de otra persona. Me masturbo más rápido, más fuerte. El espejo se me resbala un poco y puedo ver mi cara. Estoy rojo, con los labios abiertos, rotos, con la mirada lasciva. El cabello es un asco. Ahora es castaño y largo; está enredado en marañas horribles. Qué pena doy. Tiemblo de solo verme, pero no hay nada que pueda hacer. De pronto dejo de verme con claridad. Mis rasgos dejan de parecer los míos, todo se vuelve opaco. Distingo manchas, pero todo está gris.


Sonrío, con tristeza. Agarro con firmeza mi sexo y la mano la muevo con rudeza, hasta que, de pronto, siento el éxtasis recorriéndome el cuerpo, dándome palmadas de placer en cada centímetro de mí cuerpo.


Bendita serotonina.


Me abrazo con tristeza, con el espejo en brazos, dejando que mi semen se seque. El vacío que me inunda me hace rodar hasta la orilla de la cama, para acabar cayéndome. El espejo se ha roto y me ha cortado en la zona de las costillas. Me río tan fuerte como puedo, que el vecino me escuche no representa nada para mí. No siento dolor. No quiero sentirlo tampoco. Quisiera, simplemente, escuchar canciones de mi juventud, cuando Kouyou y yo salíamos a destrozar la ciudad. Rentábamos autos mientras nos sentíamos infinitos, escuchando música. Me carcajeo suavemente en pensar en que una vez me rapé cuando estábamos de juerga. Me pongo de pie, busco el reproductor de música y luego miro en el mueble en donde tengo todos los CDs que he coleccionado desde que era más joven. No muevo mis manos con mucha coordinación, así que cuando uno de los CDs me pega en el pie en el que también me quemé, lo recojo y miro la carátula.


El culo de una mujer.


Ah, Is this it.


Recuerdo con melancolía cómo hice el amor una y otra vez en mi cama, escuchando ese disco a todo volumen. Lo saco de la caja, lo pongo en el reproductor y le doy reproducir. Entonces, voy subiéndole al volumen para poder escuchar hasta que me duelan los oídos. Una vez bien fuerte, pongo el aleatorio y cambio de canción. Soma me penetra los oídos. Comienzo a bailar, como mejor me salga. Agito mis manos al aire, muevo las caderas en círculos, luego doy puñetazos al aire, me toco desde las costillas hasta el culo, llevándome sangre de las heridas, haciendo que se seque más rápido sobre mi piel.


La siguiente canción, es last nite. Comienzo a caminar, como modelando, moviendo los brazos de un lado a otro, sintiéndome sonriente. Me siento feliz. Corro a buscar mis tacones rojos con un tacón bien afilado. Me los pongo y continúo bailando. Cuando salto, mi pene salta. Me rio como pendejo, no sé por qué. Sólo me siento caliente y feliz. Comienzo a tocarme nuevamente, mientras escucho las canciones animadas, me masturbo y bailo, me pego contra mis muebles, me acuesto en la cama, no puedo estarme quieto. Luego de un rato, comienzo a aventar algunas libretas que estaban en el piso. Las abro, arranco las hojas y las lanzo al aire. Miro cómo van cayendo una a una, mientras intento tomarlas, sintiéndome como si nevara. Pienso en el frío y logro materializarlo, me abrazo a mí mismo, mirándome las uñas rojas de los pies. Me pregunto qué pasaría… si él, Akira, me besara el pito.


Se me va el aire y comienzo a boquear con desesperación…


Y cierro los ojos…


¡Explotan la infinidad de colores!


Sin poder ver, el análisis de mi cuerpo resulta más certero. Puedo notar todo engarrotado y las axilas llenas de gotas de sudor. Igual en mi frente. En todo el cuerpo, hay una especie de cubeta de agua caliente cayéndome del más allá. Tengo miedo. Se me revuelve el estómago. Me levanto corriendo a vomitar, ácido, porque no he comido nada. Sólo he fumado. Veo el vómito en el retrete y devuelvo el estómago nuevamente. Las piernas me fallan.


El pene me cosquillea.


Me orino.


Apoyo las rodillas en el piso del baño y me patino ligeramente, por la espesa orina que derramé.


Comienzo a llorar.


Is this it suena a todo volumen mientras estoy llorando y rasguñándome las piernas. No lo entiendo, no logro entenderlo. Me resbalo, me pego contra la taza de baño y pongo las manos para no recibir un golpe mayor. Cuando quiero limpiarme las lágrimas, me doy cuenta que estoy usando la mano bañada en orina. No me interesa. Me froto la cara con mis propios fluidos, intentando dejar de ser patético y sucio. En mi mente, me enfoco como algo totalmente humillado. Las manchas de mi vista, las manchas en el baño se están burlando de mí. Me miran con asco, me miran como el general que me dijo que mi muerte sería la no—dolorosa. Ese general estaba mirándome con desprecio. ¿Cómo era su cara?


¿Cómo es mi cara?


Doy un alarido. O creo, ni siquiera me escuché.


Gateo hasta mi cama y me quedo a los pies de esta. Cierro los ojos, quiero dormir. No puedo, no tengo ni una pizca de sueño. Cierro los ojos con fuerza, sin embargo, ahí está oscuro y negro, sin ningún color. Me coloco en posición fetal. Me abrazo de las rodillas y lloro más fuerte. Tengo miedo. Quiero dormirme. Me pellizco los brazos, me muerdo las uñas. Aprieto las piernas, me siento mal. La cabeza me da vueltas.


No sé cuántas veces se haya repetido el disco.


No sé cuánto tiempo llevo en esta habitación.


Quizá ya casi viene Kouyou por mí.


Dios, deseo dormir.


No creo en ti pero… haz que me duerma. Pégame con un bate, pégame con lo que quieras, menos con tristeza. Dime que no llore…


¿A quién engaño?


Nadie va a prestarme atención. Nunca nadie va a hacerlo.


Nadie… ni siquiera los vecinos que se enfadan rápido.


Ni yo. Ni siquiera me quiero, ¿por qué me importaría?


Me arde la garganta.


Me odio.


Ya no quiero nada.


Tengo miedo.


Mucho… miedo.


*


—Takanori… ¿Takanori?


—¡Kou! ¿Kou?


—¿Dónde estás?


—¡En el baño!


—¿Cómo…? Oh, diablos, ¿volviste a consumir eso, Takanori?


—Es que yo…


—¡No me des excusas! Vámonos al hospital.


—¿Hospital?


—Por un sedante.


—Pero yo no…


—Te callas —se acerca a mí y nota toda mi porquería—. Gaaah, Takanori, métete a la puta bañera… ya, ya, ya, no voy a bañarte, ¿si puedes? Levántate, levántate…


Cuando me sostengo de su cuello, pegado a su bonita ropa, vomito nuevamente. Le vomito a Kouyou. El estómago de pronto se me ha revuelto de manera violenta. Pongo mi frente en su hombro y lo escucho bufar con enfado. Me deposita en la bañera, quitándome los tacones, y abre el agua. En los pies me cae el agua fría, pero la siento caliente, hirviendo. Tengo una punzada en la cabeza. Los pies se me ponen blancos, aunque siento todo el cosquilleo del calor recorriéndome en la sangre. Sonrío y me da un poco de risa. Pero qué irónico.


—¿Cómo pasó esto? Hace seis años que no consumías esta mierda…


—Es que Akira…


—Sí es por ese crío te juro que voy  y le arranco el pito. No me lo has presentado, pero me has hablado tanta mierda de él que te juro que…


—No, no, no, no es culpa de él. Es culpa mía.


—¿Por qué?


—Porque él no sabe todo esto.


—¿Qué es todo esto?


—No sé, Kou. No sé qué diablos estoy diciéndote. Tengo adormecida toda la cara, me duele.


—¿Tienes miedo?


—Ahora mismo, no. Pero no te veo.


—¿Cómo que no me ves? Dios, Takanori, eso está mal. Siempre que tomabas eso, mínimo decías que los colores aun los veías.


—Todo está borroso y gris… pero me veo los pies.


—Tomar drogas luego de una rehabilitación, te reitero, es una putada. Vas a tener que regresar a las terapias, no puedes tú solo. Menos con ese pendejo. Porque es la primera vez que desobedeces, ¿verdad?


No digo nada. Kouyou se saca la camisa y la tira hacia algún lado.


—Eres idiota. Un pendejo de los grandes, ¿sabes? Primero yo, de perra y llorando y te acercas a mí. ¿Por qué estamos aquí, Takanori? Yo sé que nuestra adicción nos unió, pero, de verdad, ¿todavía me quieres? Mira, no estoy quejándome. Me gusta ayudarte, realmente lo hago por voluntad. Pero, tú, ¿me quieres? A veces siento que no. Siento que desde que te fijaste en este chiquillo, te valgo tres kilos de mierda. ¿Es así? Estoy siendo desplazado. Estoy celoso y tú drogado —se ríe—, no sé quién de los dos es todavía más patético.


—He estado escuchando ese disco de Is this it.


—¿The strokes?


—Ajá. Cuando consumía cristal eso escuchaba siempre. O cuando fumaba. Siempre he bailado, ahora lo he hecho.


—¿Me quieres, idiota?


—Sí, sí. Mucho.


—Dímelo en serio, Takanori. Soy como tu perro, a veces también necesito incentivos.


—¿Quieres hacer el amor?


—Me gustaría, pero estás que ni te puedes parar. Luego, convertirás el hecho a que te drogué y violé. No quiero pisar la cárcel, tener treinta es empezar a vivir.


—Yo siento que voy a morirme ya… ¿sabes? Sueño muy seguido muertes estúpidas. Sueño con esa noche. ¿Te acuerdas? Sueño que me muero. A veces contigo, a veces solo…


—Lo que te falta es soñar que naces…


—No seas imbécil…


—Ya báñate…


Recargo la cabeza en la orilla de la bañera del pequeño baño. No puedo ver manchas de colores, sólo hay vacío. Intento hilar algún pensamiento lógico; no puedo. Me doy cuenta de que las drogas no están extremamente potenciadas, pues he podido mantener una conversación medianamente cuerda con Kouyou. Voy a hacerlo llorar como cuando a los veintidós nos ingresó a una clínica de salud mental. Dentro, sucedieron muchas cosas, me acuerdo. Los enfermeros que ahí cuidaban nos pegaban si hacíamos algo inusual. Sí nos tardábamos bañándonos, nos pegaban en las nalgas para que nos apuráramos. Creo que el propósito era decirnos que el dolor que hay físico es mayor al mental. Que hay muchas cosas que podemos hacer sin sentirnos mal. Aunque, de verdad… yo no lo entendía. Aborrecí todo lo que tuviera que ver con esa clínica, porque me maltrataron y me dejaron marcas.


Con cuidado, tanteo mi jabón y cuando doy con él, se me resbala y cae dentro de la bañera. Dejo caer algunas lágrimas y siento cómo Kouyou mete el brazo para poder sacar el jabón. Me acaricia las piernas lentamente y mi llanto aumenta velozmente. Yo sé que se asusta, porque hasta yo estoy asustado. Me aterroriza lo mal que mi cerebro se pone, lo ansioso que me siento. Las taquicardias. La paranoia de que algo va a salirme mal. Y de pronto, los lugares soleados en donde me encuentro. Porque si tan mal estamos, si tan mal me encuentro, siempre termino por vomitar hasta que mi cabeza duele, pero cuando pasa, mi cerebro reacomoda recuerdos y mentiras.


—Lo mejor que tuve, Kou… es tan sólo un recuerdo… mis colores. Mis colores me rechazan. Están escupiéndome. La paleta de colores, aunque los pinte, se van a ver grises…


—Ya cállate.


—Estoy tan triste… soy como una prostituta borracha, violada, y sin ganas de vivir.


—Eres muy dramático.


—Me duele la cabeza.


—Te va a doler más si sigues tomándote esa basura.


—Tengo frío…


—El agua está hirviendo…


Me toco el pecho y gimo. Las heridas ahora sí que duelen. Entonces, miro a Kouyou, pero Kouyou no está ahí. Estoy yo solo, en la regadera, dejando que me caiga el agua.


No tengo bañera. Kouyou no ha venido, no ha habido nada de nada. Estoy completamente solo, como al inicio.


Qué… no, ya no sé cómo decirlo.


Me sujeto las rodillas, me abro las piernas, y veo como las gotas caen una por una, mientras intento enfocar mi vista de poco en poco. Mientras lo hago, pienso que hablé solo. Lo que sí pasó fue lo del vómito. Qué pendejada. Qué estúpido. Me froto todo el cuerpo. Me duelen las heridas. Me levanto de la bañera, salgo desnudo y mojado. Tomo la toalla que uso para secar las manos y me froto todo el cuerpo, dejándola llena de rojo, pero al menos mi cuerpo logra estar seco. Me enfado, la aviento, y corro hasta mi armario. Saco unas bragas rojas, un sostén negro. Las medias de red que Shiroyama Yuu afirma con vehemencia agrado absoluto. Me pongo la ropa íntima, luego busco una falda roja y me la pongo. Busco una playera sin mangas color blanco y me la meto por la cabeza. Luego, la chaqueta de cuero que compré hace dos semanas. Busco con desesperación en el tocador mis cosméticos, para poder delinearme en una patética línea el ojo izquierdo, obtengo el mismo feo resultado en el ojo derecho, claro que todo esto estoy imaginándolo, porque, mi espejo se estrelló contra mi pecho cuando me caí de la cama. Me pongo labial pero creo que no seguí con precisión mis labios. El pulso me tiembla. Todo mi cuerpo mantiene una adrenalina inexplicable que me hace temblar. Aprieto los labios, corriéndome el labial rojo todavía más. Me pongo una sombra de brillos sobre los párpados. No me pongo base de maquillaje, hoy no. Ni puedo. El cabello está todo mojado y desordenado. Intento peinarlo con los dedos. No sé cómo quedó, pero me acerco a mi armario y saco esos hermosos tacones rojos de punta afilada. Me los pongo, me siento más alto. Camino hasta la puerta de salida y me regreso inmediatamente. Saco otra bolsa de polvillo, hago lo mismo: lo pongo en mi mano e inhalo hasta que siento que me quemo la nariz. Toso bien fuerte, quedándome con el dolor del esfuerzo en el pecho.


Y me largo de casa.


 


Todo el mundo puede verme desde aquí. Está iluminado. Hace viento. Hace mucho viento. El cabello se me secado desde que llegué a esta azotea. Entré al club hace media hora, pero lo dejé cuando me di cuenta de que me tambaleaba en la pista de baile. Y he subido, hasta aquí, a mirar la ciudad. Hay toda una ciudad para poder amar y yo aquí solo, sin una gota de alcohol. Lo único que tengo es una excitación que podría corromper a cualquiera.


Nadie puede verme desde aquí. Está iluminado, pero nadie mira hacia arriba para ver a un tipo con un maquillaje horroroso. No voltearía aquí ni para verme los calzones. Y me he puesto unas bragas impresionantes, despampanantes. No importa exactamente que mis testículos se salgan entre los calzones.  Ni siquiera Kouyou debería verme, no, nadie. Estoy debajo de la luz, cerca de la esquina de la azotea, mirando entre cada rendija. Mirando las luces de la ciudad, opacas y sin sabor. Escucho a los autos como si los tuviera arriba de mí, rugiéndome. Espero por la acción, espero por un jugo de naranja. La cabeza me da vueltas, el piso se mueve como si follara con algo. Conmigo, quizá. Le veo los puntos negros y me dan ganas de devolver el estómago.


Estoy calientísimo.


Si la reja no existiera, me hubiera matado desde hace media hora ya.


Las lágrimas de pronto van y de pronto vienen. Pienso en la luminosidad de Akira… pienso en que la gente debería tomarme por los hombros, sacudirme y decirme: ¿qué diablos pasa contigo, eh?


Estúpido Akira.


Tengo treinta años… y yo sigo imaginándome. Tengo treinta años,  ha pasado ya mucho tiempo luego de eso, del accidente,  y sigo imaginándome a Kouyou.


—¿Qué haces, Ruki?


—¡Señor Shiroyama!


—Ah, ah, ¿pero cómo te has puesto el maquillaje, hoy? Pareces una putilla.


—Mi espejo se rompió…


—¿Compramos uno nuevo?


—Seguro.


—Primero la paga, eh.


—¿Qué paga?


—Bésame.


Me sujeta por los brazos y me besa de una manera tremenda.


 


La cabeza me duele terriblemente. Mi ropa quedó muy desordenada. Yuu Shiroyama me llevó a un hotel bonito y me pidió que se la chupara. Lo pidió amable; no iba a violarme, no iba a pagarme tampoco, claro. Lo hice porque no vi que estuviera mal. Me besé con él durante una hora más y le dije que tenía que irme. Él no me dijo nada, así que me fui. No dijo nada sobre mi cuerpo desnudo y lleno de heridas. Me respetó. Es un hombre increíble. Y solitario.


Ahora, que me punza la cabeza de dolor, que tengo mareos constantes, casi sin ropa, me veo en la necesidad de mirar insistentemente la casa de Akira Suzuki, el chaval que lloró y me violó la cabeza con tantos colores. Pero bueno, puras tonterías. ¿Qué puedo obtener de él? Sólo lo he besado una vez (que con tan solo una se robó casi toda mi alma). Prácticamente nada. Nada de nada. Estoy bajo el farol, uno de luz cálida. Veo con detenimiento sus ventanas, hasta que me doy cuenta de que se escuchan ruidos extraños. Platos rotos, imagino. Luego hay silencio. Me preocupo. Camino hasta la puerta. Me miro los pies, no sé dónde he dejado mis tacones.


Toco la puerta y nadie contesta.                                            


*


Sinceramente, hace media hora, mientras corría con Akira Suzuki entre mis brazos, lleno de vomito, la situación parecía como si fuéramos dentro de un camión lleno de arcoíris. Ahora, que, en la frialdad del hospital espero con falsa paciencia, sin tacones, con ganas de orinar, siento que la vida apesta de pies a cabeza.  Las personas me miran con curiosidad, mi aspecto no debe ser el más agradable. Me enferma que me miren tanto.


Salgo del hospital y voy hasta un teléfono público. Llamo a Kouyou para que me asesore con lo que debo hacer, porque no entiendo qué pasó. Me pregunto quién va a responder.


—Puede ser una intoxicación. O no sé, deberías estar esperando a que te digan qué le pasó.


—¿Y qué pasará cuando me digan?


—Pues nada. Te lo traes a casa o esperas a que lo den de alta.


—Oye, ¿podrías venir, por favor?


—¿A qué?


—Es que… Kou… yo… estuve en casa, bailando. Luego me metí lo que no debí y acabé con el Señor Shiroyama, se la chupé y me comprará uno o más espejos. Estoy descalzo y la gente me mira raro. Tal vez podrías traerme algo de ropa. O no sé, un poco de tequila para aminorar los nervios.


—Tienes una jodida suerte de que mañana sea domingo, Takanori. ¿En qué hospital?


—En el general, cerca del bar en donde dijiste que odiaste los vampiros.


—Ah, ya. Voy para allá. Voy a llevarte unos pantalones, que has de andar con una falda cortísima. Cuídate de los pervertidos en lo que llego. Adiós.


Cuelgo el teléfono y regreso hasta donde estaba esperando. Un doctor está llamando a quien conozca a Suzuki, porque ya tiene qué pasó. Me acerco apresurado.


—¿Quién es usted?


—Takanori Matsumoto, Señor. Yo traje a Suzuki.


—¿Qué es de él?


—Su amigo.


—Bien, Matsumoto. Su amigo tiene fiebre tifoidea. Ha vomitado tanto que no tiene nada en el estómago. Ha tenido mucha diarrea también. Ahora mismo ya está bien. Le he puesto sueros para que se rehidrate, ya está consciente, su color mejoró. Va a tener que darle cotrimoxazol. Eso va a ayudar mucho. Mire, le daré está cantidad— anota en una hoja, mientras me ve a mí, seguro que piensa que soy extraño usando una camisa y ligueros—. Cuídelo mucho. Y cuídese usted también. Es una enfermedad muy contagiosa y podría adquirirla también. Akira podrá salir de esto en unos cinco días, necesita cuidados. Dígale a sus padres. Que no olvide la medicina por ningún motivo. Ah, y también, asegúrese de lavar muy bien su ropa, sábanas, baño, plato. Todo, ¿me oyó? Absolutamente todo con lo que se expuso.


—¿Cómo evito enfermarme yo?


—Lave todo con cloro y mantenga al joven Suzuki descansando en su cama y limpio. No beba de lo mismo que él bebe ni haga un contacto innecesario con él, si sabe a lo que me refiero.


—Sí, seguro.


—Puede llevárselo en unas dos horas, cuando haya recuperado toda la fuerza posible. Por ahora, espere.


 


Es muy difícil cuidar de alguien. Verdaderamente lo es.


He aprendido muchas cosas los últimos cinco días.


Kouyou llegó como media hora después de la noticia. Me cacheteó porque me había drogado pero se preocupó porque estaba llorando porque Akira tenía fiebre tifoidea y yo no sabía qué carajos era eso. Él me explicó con más calma, me pasó los pantalones y me dijo que él me ayudaría a cuidarlo. Lo ha cumplido. Yo no he ido a trabajar, claro Luego del trabajo, él viene a visitarlo, a ver cómo esta. La primera noche fue terrible. Para nosotros, claro. Akira llegó y se tumbó en su cama, quedándose dormido al instante. Probablemente por los varios medicamentos que le dieron. Kou había llevado con él mi teléfono móvil, así que pude programar las horas de las medicinas para que no se nos fueran a pasar. Luego salimos a la farmacia para poder comprar guantes; cuando los tuvimos en las manos, puestos, comenzamos a limpiar.  Lo hicimos a concienzudamente y con la mayor precaución que pudimos. Al día siguiente le subió la fiebre, la cual, duró poco, pues el medicamento y las toallitas húmedas ayudaron a salvaguardar la integridad de Akira. Kouyou ha hecho la mayoría del trabajo.


Él nos agradece cada que nos ve ahí, en su casa. Nos dice que no deberíamos, que las cosas salieron mal porque él había comido camarones en la costa y, seguramente, estaban contaminados. Kouyou y yo le decíamos que estaba bien, que mejor se recuperara pronto.


A veces suda, como ahora, mientras duerme. Yo velo por sus pesadillas, para que pasen rápido. Sí veo que está muy alterado, lo despierto.


Ahora, lo miro con atención, como si de un momento a otro, fuera a devolver.


También pienso en Kouyou. En él y en su mirada preocupada cada que cuidamos de Akira. Siempre me dice que lo vea bien, que mire su casa, cómo está en dónde está; me lo dice con los ojos cristalinos. No sé qué tenga Akira que haga llorar a Kouyou.


*


Luego de semanas he podido ver un poco más de Akira.


Su mirada pensativa cuando le digo algo acerca de lo que pasa en mi trabajo, su mirada sorpresiva… es bastante expresivo en cualquier sentido. Es un buen chico. Ha mejorado en inglés desde que le pedí al Señor Shiroyama que lo asesorara. Parece agradecido. Seguramente él no estaba acostumbrado a tener amigos como yo; estoy acostumbrándolo a mí.


Aunque yo no pueda acostumbrarme a él.


Siempre que ronda cerca de mí me desconecto de mi cabeza. Es decir, pareciera que mi piel se funde con la materia gris de mi cerebro para poder hacerme actuar con el tacto. Mi corazón también se derrite y se adhiere a mis costillas cada que le miro los labios. Me paseo por la casa como un ama de casa, pensándome en cuánto amor le tengo, cómo lo deseo, y cómo me fundo con él sin que nos demos cuenta.


Cuando habla… me recorre una sinapsis torrencial que hace tanto esfuerzo por entender de qué carajos me habla, que al final no le entiendo, pero me postro ante su voz.


Cuando me abraza tengo la sensación de que la vida está mejorando. Cuando me inyecto algún sedante para no drogarme mientras él no está, siempre me destello con los colores del dolor y el sopor. Pero me grito que tengo que tener ganas de vivir, saludablemente, para poder estar con él. No puedo ser yo cuando estoy con él. Necesito ser los dos al mismo tiempo.


Kouyou parece todavía más preocupado por mi estado. A veces me llama cada veinte minutos para saber cómo estoy llevando la tarde. Lleva comida para que pueda almorzar algo decente. Se preocupa tanto por mí que siento que mi ilusión viaja más allá de lo normal. Sinceramente, este Kouyou, está siendo extravagante conmigo. Él debe sentirse culpable por orillarme a donde estoy, pero yo también me dejé llevar. No tiene por qué cargar conmigo. Ni con Akira. Ni con nadie.


Hace un rato estaba en una pelea interna acerca de ir o no ir a comprar condones.


Al final, me he puesto a comer un poco de sandía.


 


Tocan la puerta.


Abro, con parsimonia, esperando encontrar a Kouyou, sin embargo, es Akira. Lo dejo pasar, apantallado de que esté aquí. Le ofrezco agua natural y la acepta, porque asegura haber estado caminado durante horas hasta que llegó a aquí. Le pregunto qué tiene. Él responde que, naturalmente, como todo adolescente, está triste. Me recuerda la vez en que me explicó cosas de muerte, cuando estaba preocupado por él y por mi treintena. Le ofrezco mis brazos. Solo tengo puesto un camisón, sin embargo, quiero acogerlo conmigo tanto como pueda. Pongo una CD de Artic monkeys, y escuchamos fluoresent adolescent, mientras él me dice que yo soy una persona muy extraña, pero agradable. Su cabeza reposa en mis piernas y yo le acomodo los mechones de cabello que están rebelándose. Me sonríe, me dice que está  muy triste porque no siente que existe, porque tiene la esperanza de morir y sentir qué es eso.


Yo lo beso.


Éxtasis.


Lo estoy.


Me sonríe. Veo cinco de sus sonrisas.


Dice que se siente vacío. Que ha comido por dos horas pura porquería, que podría vomitarla de tan lleno que está su cuerpo, pero que está vacío. Le digo que entiendo la situación. Me trago la pastilla e ignoro el pitido de mi teléfono celular, Kouyou puede esperar. Le acaricio las mejillas. Él lleva mi mano a su vientre, para que sienta cómo se abultó por tanta comida. Le sonrío, le digo que cuando yo era joven también me sucedió algo similar. Que lo deje pasar y que esté conmigo, porque yo al menos puedo hacerlo sentir en compañía. Él ha accedido.


Lo vuelvo a besar. Esta vez, puedo sentir su lengua junto con la mía. La suya es húmeda y la mía la siento seca.


Le beso los párpados. Le pregunto si es virgen, y él me responde que sí. Le sonrío con amabilidad, mientras pienso que si corrompo a Akira; tal vez él no vuelva a ser el mismo de siempre. Más, pasado un tiempo de estar besándonos, yo siento que su cuerpo reacciona con él mío.


Estoy feliz.


Si pudiera morir viendo cómo me sonríe, moriría mil veces. Podría querer morir tanto como me sonriera.


Me lo llevo a la cama. Está rojo como un atardecer. Le digo que lo quiero, que lo quiero muchísimo y que yo nunca voy a hacerlo llorar. Aunque le diga esto, siento en lo más profundo de mi conciencia que estoy jugándome un partido en el que perderé, porque él está triste, y aunque yo no quiera decirlo claro, yo soy más suyo que mío. Ya no se puede hacer nada. Le quito los pantalones, mirándole cada centímetro de piel. La música retumba en mis oídos. Me acuerdo que de más joven, sí, conseguía todo con mi cuerpo. Conseguía todo de todos, porque se rendían ante mí. Ahora yo, me he rendido. Estoy besándole los pies al humano más aleatorio que pude haberme encontrado pero lo hago con gusto, porque precisamente, por ser él, estoy aquí.


Su sexo no parece reaccionar a las caricias que le doy, así que me lo meto a la boca. Akira parece querer quitarme, pero yo succiono, sintiendo cómo consigue una erección. No es grande, así que puedo tenerlo dentro de mi boca fácilmente. Después de tres minutos él está abriéndome más las piernas, diciéndome que continúe, que eso está bien. Lo saco de mi boca y lo masturbo rápidamente. Alza sus caderas. Me grita que lo haga más deprisa y luego, su barbilla ha sido manchada por el júbilo de su semen. Ha dejado una línea recta hasta casi sus labios, y deja más gotas en el sitio en que el que está. Akira se remueve debajo de mí, frunciendo los labios y cerrando los ojos. Mantengo mi mano en su sexo, para luego acariciarle la punta de nuevo. Me pide que me detenga, pero lo hago de vuelta, solo para ver cómo salta su cuerpo.


Mientras él disfruta sus últimos segundos de orgasmo, yo me quito el camisón.


Y me lamo los dedos… para poder internarlos entre las paredes de su ano. Me grita alguna palabra altisonante, y le pido disculpas. Le vuelvo a hacer una felación mientras lo preparo y deja de reclamarme cosas. Cuando he tenido dos dedos en él y ya no se queja, escupo en mi mano y unto la saliva en mi falo, para poder introducirme en él.


Me mareo. Él me ayuda a sujetarme mientras me pregunta si estoy bien.


Pero es que estoy… muriéndome de felicidad.


De a poco me voy desintegrando en un desagradable nudo de emociones. Las buenas predominan, pero mi placer es negro y pálido, así que se concentra más. Me punza la cabeza. Y lo embisto. Se queja, me hace detener, me siento, me lo traigo conmigo, y le digo que me cabalgue. Lo hace. Sus mejillas las oculta en mi cuello. Siento cómo se contrae, la fricción de su cuerpo y el mío. Está sudando. Yo estoy todo mojado debajo de las axilas. Debo apestar. Pero él no se detiene. Rebota sobre mi sexo como si fuera su trabajo. Me abrazo de él y le susurro cuánto lo amo. Le beso el cuello y le digo, mil veces, que lo quiero. Hasta que me corro dentro de él y se detiene, por incomodidad. Lo masturbo y no tarda ni medio minuto en correrse. Cae rendido a la cama, y, bocabajo, se queda dormido.


Y me pongo a llorar.


*


—Eres un idiota. Tienes más de una década menos que yo y soy yo quien se la pasa llorando por ti. A veces no te entiendo, Akira. A veces ni yo me entiendo, ¿pero para qué te miento? Estoy jodido por ti.


—Querrás decir, que, ¿estás enamorado de mí?


—Sí, niño, eso.


En ocasiones realmente pierdo la cuenta de cuántas horas he pasado llorando en mi habitación.


Después de hacerle el amor a Suzuki Akira, el chaval que se me incrustó en el corazón como una daga, me siento completamente perdido. No he dormido. Velé sus sueños después de su orgasmo y desde entonces, he estado llorando. Él me mira, con intención de llorar también. No quiero que lo haga. Aunque yo derrame por horas líquido de los ojos, de alguien más, parece terrible. Aun así, él parece desafiarme haciéndolo.


—Yo te quiero, Takanori.


Gimo un poco más, destrozándome la garganta.


Creo que es importante imprimir un poco de las emociones que tenemos y dárselas a quien se las merece. No sé si él merezca mis emociones, pero yo, siempre intento decir que está bien que él sea quien complete mi alma. Sí yo, desnudo, aquí, ante él, me desvisto de la cáscara que es mi cuerpo, incinero mis huesos y quedo yo, Takanori —o como sea que me llame—, en el más puro estado, él puede más o menos, a su joven edad, ofrecerme lo mismo. Tal vez no igual hablando de magnitudes, pero entiendo que él quiere devolverme un sentimiento de comprensión. Desnudo.


Entre los dedos de los pies, guarda pelusa. Las uñas, sin aspecto amarillento, saludables, están más o menos a un milímetro del ras de la piel del dedo. Tiene el pie plano. Eso, creo yo, es un problema para caminar. Los tobillos los tiene delgados, quebradizos. Si le miro las piernas, debajo de la rodilla, está peludo. No como para darme asco, sino más bien, como… no sé. No lo entiendo. Me gusta con su vello grueso y todo. Las rodillas las tiene más oscuras que su cuerpo en general… no tengo ni idea de por qué podría pasar esto. Las personas que tienen ese problema, en general, son las mujeres, porque ellas usan faldas y medias, por eso se queman esa parte de piel, día tras día. Los muslos, en la parte interna, comienzan a escasear en vello, pero las nalgas y muslos externos, poseen tanto como la parte baja de sus piernas. Las caderas las tiene bien angostas, saltándole a la vista el hueso. La ingle la tiene más oscura, como sus rodillas. Su vello púbico huele a mar. Su pene, flácido, es pequeño y sus testículos, grandes y llenos. Su ombligo también alberga pelusa. Ese suéter azul marino que llevaba puesto ayer deja mucho residuo. Los pezones los tiene oscuros y dormidos. Tiene una espalda ancha, carente de vello. Los brazos son delgados. Sus codos también son más oscuros, pero eso también me pasas a mí y simplemente, no entiendo por qué. Las axilas las tiene llenas de vello, porque él no se depila absolutamente nada. En las manos, en la derecha, tiene un anillo, que puedo pensar, era de su papá. Su cuello tiene una medida perfecta, junto con unos moretes que me encargué de dejarle anoche. Los labios los tiene rojos e hinchados. Los ojos lagañosos y rojos. Las orejas rojas. El cabello rubio y maltratado. Y la nariz… pequeña, como siempre. Mira el techo, yo le miro, desde el piso, observándole toda la desnudez.


—¿Qué hora es, Takanori?


—Las dos y media de la mañana.


—¿A qué hora me dormí?


—A las ocho y treinta de ayer, en la noche.


—¿Y tú?


—¿Yo qué?


—¿Has dormido algo?


—No. Eyaculé dentro de ti, y me vine a sentar aquí. Tú te quedaste tranquilo y pacífico, dormido sobre mi cama.


Sus mejillas se sonrojan de una vergüenza inocente. Es de esas cosas en las que uno realmente puede pensar que fue el primero. Yo fui el primer hombre de Akira, del chico de colores brillantes y luminosos. Baja su cabeza, como mirándose los pies, ahora, sentado en la cama. Creo que debe sentir mi semen, dentro de él. Tal vez seco, tal vez no. Lo miro desde abajo, esperando por cualquier cosa.


—Takanori…


—¿Sí?


—¿Quieres ir a algún lugar conmigo?


—¿A qué?


—A ver personas.


—¿Personas?


—Sí.


—Akira, te acabo de hacer el amor. ¿Quieres ir a ver personas? ¿Qué necesitas de ellas?


—No sé. Siempre he querido ir  lejos y poder verlas. Tal vez sean diferentes.


—¿Ya? ¿Tienes dinero?


—El suficiente.


—Está lloviendo.


—No me importa. Tomemos un tren. Vaguemos  hasta que caigamos rendidos, busquemos a las personas. Pero vámonos.


—¿Y qué me llevo?


—¡Nada! Ponte algo y vámonos corriendo. Tengo mi tarjeta de crédito.


—¿Y el equipaje?


—Vienes conmigo y yo soy el hijo de un hombre que robó catastróficas cantidades de dinero, y eso, mi querido Matsumoto, abre las puertas. Vístete, rápido.


Me avienta un camisón blanco y él se pone unos pantalones, una playera y unos tenis. Yo me pongo el camisón y unas sandalias. Busco unos bóxers y me los pongo. Paso al baño a orinar, y me miro al espejo. Mi cabello es un desastre. Su pasión me alborotó el peinado. Me grita desde afuera, que quiere entrar, y lo dejo pasar.  Me siento en la cama, destendida y lo espero. Cuando sale, me agarra por la muñeca y me saca afuera. No cerramos la puerta de mi casa. Yo lo sigo, corro junto a él. Me patino en el piso, cayéndome con frecuencia mientras corremos, pero, lo sigo. Lucho junto a él. Akira también ha caído ya muchas veces. Nos esperamos mutuamente cuando eso sucede. Pero mientras más troto, más miedo me entra.


Akira está pidiéndome algo que no entiendo y debo irme con él. No suena absurdo, pero tengo la sensación de que no volveré a ver al señor Shiroyama o a Kouyou. El cabello se me pega a la cara. Deseo con desesperación a Akira Suzuki, sin embargo… él, me aleja de lo que establecí. Lo que me aterra, es que no tengo miedo de volver a dejarme ir. Aunque la última vez haya terminado en un hospital, con muchos moretones y sin colores durante meses, creo que puedo dar todo de mí.


Pero lo pienso y me aterro. Y si él… va a… ¿abandonarme?


Voy a morir ese día. Esa hora. No hablo metafóricamente, lo digo en serio. Se convirtió en la nueva cosa en qué depender. Si me deja, tendré problemas. Así que por eso, lo miro desde la entrada de la estación de trenes; temblando de expectación y frío, porque hace una lluvia tan tremenda que no sé cómo carajos llegamos aquí. Él me mira, como si confiara plenamente en que lo seguiré. Dudo. Él me hace un gesto con la mano, me dice que lo siga. Y lo hago, ¿por qué no?


A la mierda con todo. Llevo dos prendas y un par de zapatos, estoy todo mojado y confundido, queriendo más a la persona que está delante de mí que a mí mismo. Confío y le doy mi alma a esa persona, que está abarcándolo todo en mi pequeño cerebro. Comienzo a avanzar, solo guiándome por su voz que no deja de pronunciar lenguaje. Quiero vomitar.


Ya no hay Takanori, si es que así me llamaba, si es que eso era. No sé qué soy.


Akira compra un par de boletos y esperamos el tren. Yo me siento y miro las vías. No sé de qué hable, pero parece interesante. No parece importarle que no le preste atención. Está haciendo lo mismo durante más de hora. Luego, llega el tren y ambos abordamos. Me siento a su lado y me pregunto quién soy una y otra vez. Él dejó de hablar hacer ya media hora. La gente nos mira extraño. Yo suelto el aire y respiro cada que creo que debería hacerlo. Siento que de un momento a otro voy a vomitarle a todas las personas que están sentadas a nuestro alrededor y creo que eso a nadie le va a gustar.


Entonces, miro a mi derecha, donde está mi acompañante, y veo el asiento vacío. Hay una niña con un vestido naranja a mi izquierda, con su mamá, pero nada de mí Akira. El estómago se me revuelve de a poco. Intento acordarme si vinimos a la estación de trenes juntos, pero algo me dice que vine solo. Claro que, solo intento auto—decirme que nadie me ha dejado. Yo sé que él estaba conmigo. Yo sé que él no se limpió el culo porque quería venir hasta acá conmigo. Eso lo dijo y yo confío.


El pánico me comienza a carcomer de a poco.


¿Dónde está… Akira?


No lo resisto más: vomito. Abro los ojos y estoy en el piso, tirado. Las luces me ciegan. Respiro y el vómito entra a mis fosas nasales. Exhalo. Mi respiración se agita, como si estuvieran pegándome y me hubiera sofocado.


Toso. Me siento como un viejo.


—Ese hombre… —hay gente a mí alrededor. Están hablando. Me están viendo. ¿Tengo ropa interior bonita?


 ¿Y Akira? Miro las zapatillas de una mujer, son de un rojo muy intenso.


Comienzo a llorar. Cierro los ojos. Ya no quiero imaginarme más colores.


No sé dónde está Kouyou.


No sé dónde está, ni quién es Akira.


No sé quién soy yo.


 

Notas finales:

Me dijeron cruel por la idea.

Pero... ¿me van a decir cruel, ustedes también?

Me he divertido mucho escribiéndolo. Muchas gracias <3.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).