Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Seducido por un idiota por PruePhantomhive

[Reviews - 230]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

CAPÍTULO 10


Pensamiento equivocado


Edward bajó al comedor para buscar un poco de jugo en el refrigerador, esperando que Alphonse y Berthold no se lo hubieran terminado todo, pero en cuanto entró en la habitación, se encontró con una mirada iracunda de parte de Winry y una aterrada de Alphonse.


Se preguntó si la chica sólo estaría de mal humor o si su malestar se debería a algo dicho por Alphonse, pero fuera lo que fuera, hubiera preferido no enterarse: Winry, que estudiaba tecnología y mecánica (como hobbie gracias al viejo trabajo de su abuela), solía llevar llaves inglesas en los bolsillos como si se tratara de horquillas para el cabello. Edward, que había crecido lleno de moretones gracias a esa costumbre, sabia que era mejor evitarla cuando estaba de malas que intentar convencerla de que se animara un poco más.


Abrió el refrigerador y sintió los ojos de Winry, tan azules como un cielo despejado, fijos en su nuca, por lo que se estremeció y pensó que sería mejor huir, en vez de seguir buscando el jugo entre la cesta de huevos y las cajas de leche (puaj).


—Edward —dijo la muchacha, llevándose cualquier oportunidad de escape. Su voz era tan fría, que Edward temió un regaño más fuerte de lo que en verdad se estaba imaginando. Intentando mantener la calma, encontró por fin la caja de jugo, la tomó, cerró la puerta del frigorífico y fue a buscar un vaso, siempre consciente de que los ojos de Winry seguían cada uno de sus movimientos como él había seguido los de Alphonse durante la mañana, cuando hablaba con Mustang.


Lo irónico de la situación era que él también estaba buscando jugo.


—¿Qué-qué pasa, Winry? —dijo, fingiendo que se aclaraba la garganta para ocultar su titubeo. Encontró un vaso de color azul en el mueble sobre el fregadero y lo tomó, sirviéndose los restos de jugo en el interior de la caja todavía sin observar a la muchacha.


Alphonse estaba tan silencioso, que Edward casi ni se había percatado de que se encontraba ahí. Temblaba y observaba alternativamente a Winry como a su hermano mayor, quien, dando un sorbo a su vaso, por fin giró sobre los talones para observar a Winry, no sin antes poner los ojos en blanco.


—Alphonse acaba de decirme algo que me está… preocupando —dijo la muchacha, intentando adoptar un tono de voz dulce y calmado y no uno feroz e intimidante—, ¿desde cuándo tienes la costumbre de traer invitados a la casa y permitirles pasar más allá de la sala para que visiten tu recámara estando desnudos?


Edward, que nunca había tenido un control lo suficientemente domado sobre sus emociones, estuvo a punto de escupir el jugo que se estaba tomado y de inaugurar sus fosas nasales como fuentes de líquidos dulces. De haber tenido un poco más de jugo en la boca, estaba seguro de que se hubiera ahogado también.


—¿Qué demonios…? Alphonse, ¿qué diablos fue lo que le dijiste? —preguntó, encarando a su hermano, que para esos momentos estaba más blanco que la cal y sudaba a borbotones, como si hubiera corrido una maratón. Posiblemente la fiebre le estaba volviendo.


—Yo-yo no dije lo que estás pensando que dije, hermano —exclamó, levantando ambas manos a modo de barrera entre él y Edward, que había fruncido el entrecejo—, yo sólo dije… dije que el señor Mustang había estado en tu habitación… sin camisa… eso fue lo que dije… —exclamó a modo de defensa, sin darse cuenta del pleonasmo.


—¡Pues entonces también debiste decirle a Winry que Mustang estaba en mi habitación porque su hijo le tiró encima el café y porque me ofrecí a prestarle algo con qué cubrirse mientras le secaba la ropa! —exclamó, enojado, dejando el vaso con tanta fuerza sobre la mesa que parte de su contenido se derramó, salpicando a Winry y Alphonse, que instintivamente se hicieron hacia atrás, con el sonido de las patas de madera de sus sillas arrastrándose sobre el suelo.


—¡Es que no pude explicarle! —se defendió Alphonse, molestándose un poco también. A pesar de eso, Winry parecía ser la más enojada de los tres. Se levantó y encaró a Edward, a quien rebasaba en altura por unos cuantos centímetros.


—¡No te desquites con él! —Ordenó a voz en cuello—, ¡él sólo hizo un comentario y es verdad que yo lo malinterpreté! ¡Sólo me interesa saber desde cuándo demonios metes a personas a tu habitación como si se tratara de otra parte de la casa y les permites andar por ahí con semejante libertad cuando ni siquiera te preocupas por tener más amigos! ¡Pensé que tú y ese tal Mustang eran…!


—¡¿Qué?!


—¡¿Qué de qué?! —se defendió la muchacha, con las mejillas coloradas, dándose cuenta de que podrían empeorar las cosas en caso de decir lo que verdaderamente se había estado imaginando: que Edward tenía algo qué ver con Mustang. Algo que iba más allá de una simple amistad.


—¡Dime qué demonios pensaste! —aulló Edward, alzándose inconscientemente sobre las puntas de los pies para mirarla directo a los ojos. Esa simple diferencia física hizo que Winry se tranquilizara, dándose cuenta del fuerte latido de su corazón y del enojo que burbujeaba en su estómago como si se tratara de lava hirviendo.


Creyó que, definitivamente, había malinterpretado las cosas. Y pensó, también, que los celos le habían ganado porque, hasta ese momento, ella, aparte de Alphonse y Pinako eran las únicas personas que tenían permitido el acceso a la habitación de Edward, algo casi pueril y banal para otras personas, pero algo que, también, demostraba el grado de confianza que alguien como Edward Elric podía llegar a tener en las personas, pues desde la muerte de su madre, Trisha, era muy poco lo que se había esforzado en mantener relaciones sociales.


—Yo… no pensé nada, Ed —dijo, usando el diminutivo cariñoso para darle a entender a Edward que le pedía disculpas. Agachó la cabeza, dejando que su flequillo rubio le cubriera los ojos. Tenía las manos apretadas en puño.


Edward la observó de pies a cabeza y después intercambió una mirada con Alphonse, que había apoyado los codos sobre la mesa y había entrelazado sus dedos para después dejar descansar sobre ellos su mentón. Tenía las mejillas rojas, pero observaba la situación con sorprendente tranquilidad, tal vez esperando a que los ánimos se calmaran para, de nuevo, hacerse participe de las cosas. De todas formas, observaba a Edward de manera extraña.


—Basta, ¿de acuerdo? —dijo Edward con un murmullo. La ira que sentía se evaporaba con lentitud como si se tratara del agua en un charco alcanzado por los rayos del sol—. Mustang quería hablar conmigo antes de que Berthold le tirara la taza de café encima —explicó, observando a Alphonse—, le ofrecí subir a mi habitación porque era un tema serio y no quería que ni tú ni Berthold lo escucharan.


—¿Por qué? —preguntó Winry, cuyas manos temblaban. El perfume que despedía su esbelto y blanco cuello inundaba la cocina, llenándola de frescura.


—Me preguntó por mamá —dijo Edward, encogiéndose de hombros para restar importancia al asunto, aunque, en el fondo, recordar la conversación que había tenido con Mustang le dolía y le fastidiaba mucho. Mientras hablaba, pensó en el momento en el que le había mostrado la cicatriz de su brazo derecho a Roy y éste lo había sujetado para ver mejor. Casi sintió de nuevo el choque eléctrico que provocó su piel sobre la suya…


—¿Por qué? —preguntó ésta vez Alphonse, cuya voz había adquirido un matiz serio y un poco forzado. Winry permanecía inmóvil, a unos cuantos pasos de Edward, quien no la observó.


—Por su esposa. Le está siendo muy difícil sobrellevar su… bueno, ya sabes. Además, nunca ha tenido una relación muy buena con su hijo, así que ahora hacerse cargo de él le está costando mucho trabajo —dijo, no queriendo ahondar mucho más en un tema que sentía que no le correspondía.


—Sí, me pareció que Berthold le tiene un poco de rechazo, de temor, aunque parece que lo quiere también —comentó Alphonse con un dejo de cariño en la voz. Posiblemente por eso se había llevado tan bien con el niño, pensó Edward, porque Alphonse había pasado por una etapa similar después de la muerte de Trisha.


—Todo es muy complicado —siguió Edward, ignorando el hecho de que Winry había posado una mano sobre el respaldo de su silla, como si temiera perder el equilibrio—, además, tomemos en cuenta el hecho de que Mustang es un idiota. Creo que le cuesta mucho trabajo lidiar con sus propios sentimientos sin portarse egoísta, lo que lo está orillando a un fuerte caso de estrés postraumático. Y piensa que el único amigo que tiene no lo comprende, así que está buscando nuevos panoramas.


—Entiendo —dijo Alphonse, cuya visión de Mustang cambió totalmente—. Creo que es bueno que hables con él, hermano, si necesita apoyo…


—Pero es un idiota —se quejó Edward, sobándose las sienes al sentir cansancio tan sólo de pensar todos los altercados que habían tenido hasta ese momento y en el hecho de que seguían hablándose como si nada hubiera pasado.


De pronto, Winry se dejó caer con pesadez sobre el asiento acolchado de su silla, dejando que los tacones de sus botas resbalaran en el piso blanco mientras unía sus manos en actitud penosa. Edward pensó en decir algo, pero no pudo, pensó que sería mejor dejarla en paz: de todas formas, no tenia idea de qué demonios podría haberse imaginado y tal vez sólo se estaba preocupando por él.


Salió de la cocina y, bostezando, subió las escaleras con las manos dentro de los bolsillos, lamentando haber faltado cinco días al colegio, puesto que ahora tendría que ponerse al corriente con las materias antes de que sus estrictos maestros comenzaran a quejarse.


En la cocina, Winry se mantuvo con la cabeza agachada mientras Alphonse se levantaba a apagar la olla de caldo colocada sobre la estufa, pues ya estaba silbando. El aroma comenzó a extenderse con lentitud por la habitación cuando se puso el guante de cocina que colgaba del ganchillo metálico en la pared y levantó la tapa para asegurarse de que todo estaba bien. Winry se aclaró la garganta, intentando llamar la atención.


—Al —susurró—, no le menciones lo que te dije, ¿de acuerdo? Me equivoqué.


—Uhm… pero es cierto que es extraño que él le permita una confianza como esa a un hombre que apenas conoce. Pienso que hay algo más entre ellos, ¿sabes? ¡Pero no es nada como lo que te has imaginado! —Exclamó, al observar por encima del hombro y percatarse de que la expresión de su amiga de la infancia no mostraba más que decepción y derrota—, ¡creo que mi hermano está ayudando a Mustang a no convertirse en una versión de mi padre!


—¿Qué?


Alphonse volvió a poner la tapa metálica sobre la olla, se quitó el guante de cocina y lo puso en su respectivo lugar antes de volver a sentarse en su silla, delante de Winry. Los restos de jugo que habían quedado sobre la madera (sin mantel después del accidente con el café), habían comenzado a formar un pequeño surco que se extendía con lentitud hasta chorrear por un borde de la mesa.


—Mustang perdió a su esposa hace un tiempo. Al menos eso es lo que mi hermano me ha comentado —explicó. Winry asintió con la cabeza para demostrar que le seguía el hilo—, a mi hermano no le gusta ni le parece atractivo, mucho menos creo que tenga esa clase de gustos —negó con la cabeza para apoyar con más firmeza sus palabras—, pero pienso que teme por Berthold y no quiere que Mustang se convierta en el mismo desastre que es nuestro padre, después de verlo de nuevo. Sabes que todo el tiempo que estuvo aquí ésta semana, mi hermano no salió de su recámara ni una sola vez.


—Sí. Es tan inmaduro —confirmó Winry, cuyos ojos estaban un poco irritados—, ¿pero a él qué más le da ese sujeto, Mustang?


—Bueno, tal vez se estén volviendo amigos…


—Amigos…


—Amigos —confirmó Alphonse, tajante ante la duda que demostraba Winry y la que él mismo había tenido antes—, sobre todo si se sienten compañeros de la misma soledad.


 


Cuando por fin terminó de estudiar los temas que suponía sus compañeros habían visto, Edward se levantó de la silla de su escritorio y caminó con desgana hasta su cama, en la que se derribó con pesadez al sentir la punzada violenta de su mano. No le gustaba escribir tanto. En esos momentos, pensaba que un Automail como los que se mostraban en las fotografías pegadas a su panel de madera en la pared le serviría para no sentir dolor.


Hundió el rostro en su almohada y se acomodó mejor. Iba a cerrar los ojos cuando se percató de que cierto aroma familiar estaba impregnado en una parte de sus cobijas, pero le costó trabajo reconocerlo hasta que vio la toalla blanca tirada en el suelo. La había tirado él mismo al arrojarse sobre la cama sin contemplaciones. Se estiró por el borde de la cama y la levantó, dejándola a su lado por la pereza que le daba levantarse y llevarla al cuarto de baño.


El aroma de Mustang se había impregnado en toda la tela y, al tenerla más cerca, se elevó hasta sus fosas nasales como la vaharada de un perfume exótico. Tenia que admitir que le gustaba más el aroma de Mustang que el que su padre solía impregnar en las habitaciones cuando entraba a observar a sus hijos dormir. Posiblemente eso era porque odiaba todo lo que tuviera que ver con Van Hohenheim.


Bostezó y giró en la cama para acomodarse boca arriba y observar el techo. La verdad era que, durante su estancia en su recámara, no se había concentrado sólo en las cicatrices que Mustang lucia por el cuerpo, sino que había pensado también en su físico en general, en la forma en la que sus ojos y cabello negros parecían acoplarse a la perfección con su piel blanca, en como parecía tener las medidas perfectas. En la simetría de su cara… en su cabello despeinado… en el aroma que ahora reposaba a su lado impregnado en una toalla blanca…


Enrolló la tela hasta hacerla un ovillo y la arrojó con fuerza contra la puerta del baño, en donde se estrelló y se desmadejó hasta llegar al suelo. No necesitaba pensar en esa clase de cosas. Mucho menos necesitaba caer en la conmiseración o la lástima. Sabía que eso no era lo correcto.


 


Cuando bajó a comer, Winry se había ido ya, pues se había citado con unas amigas en el centro comercial, aprovechando un poco el buen clima de esa mañana. En secreto, Edward se alegró muy poco, porque no tenía ganas de contemplar su expresión. Posiblemente siguiera un poco enfadada, así que no quería sentirse responsable.


Alphonse estaba un poco distraído en la sala, con el televisor prendido en un documental sobre aves que, generalmente, ni de broma le hubiera llamado la atención. Tenía delante un plato con comida medio lleno y sujetaba entre los dedos un tenedor que parecía estar a punto de perder todo su equilibrio y precipitarse al suelo. Los ojos del muchacho estaban fijos en un punto sobre la pantalla del televisor con una atención inquietante.


Edward se quedó de pie bajo el dintel de la entrada a la sala, observándolo con cierta curiosidad, pero pronto decidió que era más importante la atención a su estómago, por lo que giró y fue hacia la cocina. Escuchó el ruido de los resortes del sillón cuando Alphonse se levantó y también sus pasos cuando lo siguió, sin embargo, no dijo nada.


—¿Por qué estaba enojada Winry? —preguntó Edward, buscando un plato lo suficientemente grande en el mueble al lado del refrigerador. Alphonse no respondió de inmediato.


—Ah, uhm… creo que estaba un poco irritada desde antes de llegar a la casa —mintió, tamborileando sobre la superficie de la mesa con sus largos dedos blancos.


—¿Entonces porqué pareces tan preocupado? ¿Y qué demonios le interesaba a ella si meto a un hombre o no a mi habitación, o a una mujer? —aclaró, pues el rostro de Alphonse se puso rojo como una manzana ante la primera proposición.


—Creo que es cierto que a los dos nos llama un poco la atención tu relación con el señor Mustang. ¿No se han vuelto demasiado cercanos en muy poco tiempo? —preguntó, hablando con lentitud, tanteando el terreno. Edward, que se estaba sirviendo la carne en esos momentos, no captó el significado de sus palabras muy bien—. ¿No habías dicho que no volverías a trabajar y que tramitarías una beca en el colegio para no volver a tener más problemas de dinero? —le recordó, sintiendo que se tensaba un poco.


Edward, por otro lado, no le dio mayor importancia a las cosas. Se encogió de hombros y fue a buscar los cubiertos a un cajón.


—Sí, lo dije y luego caí enfermo y he faltado al colegio durante una semana, ¿recuerdas? Además, me da pena el niño —explicó, sin exaltarse demasiado. Todo lo que se tuviera que decir sobre ese tema, creía que ya lo había gritado esa mañana.


—Pero ahora sí la tramitarás y después no tendrás nada que ver de nuevo con Mustang —insistió Alphonse, interesado.


—Supongo —admitió Edward, aunque una punzada de incomodidad hizo que le doliera el estómago. Puso los platos en la mesa, indispuesto a llevarlos hasta el salón—, ¿qué te traes con Mustang, eh? Sé que es estúpido, pero en el fondo pienso que no es tan mal tipo. Es decir, se está esforzando.


—Sí, bueno, si tú lo dices…


Edward, dándose cuenta de que esa era una respuesta demasiado abierta para el tema, se preguntó si en verdad Alphonse se encontraría bien. Supuso que su malestar tenía que ver con el escándalo que había armado Winry durante la mañana y lo lamentó, porque en verdad que él no estaba haciendo nada malo como para que se lo reprocharan. Además, Mustang no podía ser considerado ni siquiera un amigo… ¿de qué se preocupaban? Tal vez les molestaba que se rodeara de gente mayor… pero él nunca había tenido inconvenientes con eso.


—Ya basta —amonestó, poniéndose serio. El zumbido del televisor que se escuchaba desde la sala acompañaba el murmullo de sus palabras—, dime qué demonios te pasa.


—¿Eh? —Siseó Alphonse, quien sintió que comenzaba a sudar—, na-nada…


—¿Qué te ha metido en la cabeza Winry, uh? —insistió Edward, incomodándose.


—Pues…


—¡Sólo dilo! —exclamó, exasperado de una vez por todas. Alphonse se sobresaltó ante su grito, por lo que terminó aceptando que debía decir las cosas, aún si eso iba en contra de la petición de Winry.


—Es que ella cree… no, creyó que tú y Mustang…


—¡¿Qué?!


—Se gustan… —terminó Alphonse. La cara de sorpresa e incredulidad de Edward fue mucho más de lo que el menor de los Elric pudo soportar, por lo que pensó en alejarse lentamente hasta llegar a la sala, pero, de todas formas, era como si Edward se hubiera petrificado en su sitio: de hecho, Alphonse pensó que ni siquiera estaba respirando.


 


La tranquilidad del hogar era algo que Roy añoraba cuando el trabajo lo cansaba al grado del desmayo, pero en esos momentos le hubiera gustado en cualquier otro lugar, posiblemente acompañado de unas cuantas personas que no hablaran mucho, escuchando música a un volumen moderado, bebiendo una copa e ignorando los sutiles coqueteos de una dama, pero en vez de eso, permanecía sentado en su cama, escuchando las risas de Berthold provenientes de la sala, pues ese día emitían su programa favorito.


Se había desabotonado la camisa hasta el pecho, permitiendo que la brisa fresca de la tarde le diera un poco de paz. Ni siquiera se había molestado en cambiarla, pues Edward había hecho un trabajo fantástico lavándola y secándola, pero era consciente de que debería tomar un baño para eliminar el penetrante olor a café que se le había impregnado en la piel. Era sólo que se sentía incapaz de moverse… incapaz de hacer cualquier tipo de esfuerzo.


Le hubiera gustado simplemente dormir y dejar de pensar en el tormento que le ofrecían sus pensamientos, que viajaban desde un tema a otro como si se tratara de un barco encallando de puerto en puerto sin oportunidad de encontrar la verdadera paz.


Cerró los ojos y deseó poder dejar de contemplar sus pensamientos como si se tratara de gotas de lluvia cayendo en un campo desértico en el que sólo abundan los árboles, sus hojas, sus matorrales. Su cabeza en esos instantes era una verdadera selva, tan salvaje como los animales que debían de habitar ahí… tan fiera e instintiva…


El teléfono comenzó a sonar y, aunque tuvo el impulso, no se sobresaltó. Estiró uno de sus brazos por encima de la mesilla de noche y tomó el aparato de color negro, presionó un botón con un dedo de la misma mano con la que lo sujetaba y lo colocó contra su oreja.


—Roy, querido amigo, ¿cómo te encuentras? —preguntó la cantarina voz de Maes al otro lado de la línea, sonando tan despreocupada y jovial como siempre. Roy rió despectivamente por medio de su nariz.


—Me encuentro, ¿es esa suficiente respuesta para ti? —dijo, recostándose contra las almohadas, sintiendo que, en esos momentos, la ropa, hasta la piel, le estorbaban. Hubiera querido quitarse todo eso de encima, aunque sabía que no eran el verdadero problema: la tristeza y la ambigüedad se lo estaban comiendo vivo como si se tratara de serpientes unidas por el mismo cascabel.


—Suenas bastante deprimido, ¿qué te pasa?, ¿no te divertiste con tu niñera o es que te trató mal y te sientes solo y abandonado por eso? Debes tratarlo con más amor, amigo —dijo Maes, sonriendo. Roy podía escuchar su respiración por medio del teléfono casi como si lo tuviera a su lado.


—No creo que mi amor baste. Realmente, ¿sirve de algo un concepto tan abstracto? Hablamos, Maes, largo rato, y digamos que me siento un poco extraño por todo lo que dijo… como si me hubieran quitado por fin una venda de los ojos. Ahora sé que Riza no va a regresar. Y me siento como un condenado por poder decirlo en voz alta —confesó. La risa que Maes había sostenido desde que lo escuchó decir «No creo que mi amor baste» se detuvo de golpe—. Confieso que no estoy en mi mejor momento.


—¿De qué demonios hablaste con él, Roy? —preguntó Hughes, ya no muy seguro de que la compañía de Edward le estuviera ayudando a su amigo.


—De su madre. De sus sentimientos, de sus sensaciones. De todas esas emociones extrañas que uno siente cuando le han arrebatado a alguien. Creo que hasta este momento lo había estado menospreciando por ser joven, pero me doy cuenta de que tiene más capacidad emocional de lo que yo jamás he tenido y posiblemente tendré —dijo, mofándose de sí mismo. Creyó escuchar a Hughes decir «Ay, Roy», pero no estuvo demasiado seguro—. ¿Por qué las cosas se vuelven tan complicadas, Maes, no debería yo, un oficial de policía, estar acostumbrado a ésta clase de cosas, no debería saber que mi subida a la cima dejará bajo mis pasos un rastro de sangre que ha comenzado con Riza?


—¡¿De qué demonios estás hablando, Roy Mustang?! —exclamó Maes, sobresaltado y enojado. Roy no cedió ante la molestia de su amigo y no se excusó. Necesitaba sacarse todo aquello de la cabeza antes de terminar volviéndose loco—, ¡tú en ningún momento le pediste a la teniente Hawkeye que fuera a la casa de al lado a defender a su amiga, en ningún momento le ordenaste que se metiera en la pelea y se dejara someter! ¡No es tú culpa la manera en la que terminaron las cosas, imbécil!


—Pero si no la hubiera dejado marchar, creyendo que nuestra separación sería lo más conveniente para las aspiraciones de ambos, Maes —insistió Roy, con voz serena pero demacrada—, posiblemente ahora viviríamos juntos y felices, con nuestro hijo, a quien yo hubiera aprendido a querer y cuidar si ella me hubiera enseñado a hacerlo…


Hughes guardó un silencio sepulcral que hizo pensar a Roy que la comunicación se había cortado. Un sentimiento de soledad y vacio que iban en aumento comenzó a palpitarle en todo el pecho, pero se lo tragó porque sabía que terminaría llorando y eso nunca había estado en su lista de Cosas Honorables por hacer.


Si tan sólo pudiera de pensar en Riza. En las facciones de su rostro, que siempre le habían gustado, en el color de su cabello, en el destello de sus ojos, en el sonido de su voz, en el perfume que despedía su cuerpo cada vez que la abrazaba y se fundía con ella para convertirse en un solo ser…


De pronto, escuchó a Maes carraspeando con fuerza, como si temiera que le flaqueara la voz. Cuando su amigo volvió a hablar, lo hizo con voz tranquila, pero Roy pudo darse cuenta de la sentimentalidad que lo embargaba.


—Escucha, Roy, tomamos buenas o malas decisiones. Lamentablemente, en su momento, decidiste que lo mejor seria permanecer lejos de Riza Hawkeye, por el bienestar de ella y del niño, pero, ¿realmente piensas que al casarse contigo y tener al bebé ella perdió completamente su identidad y su consciencia? —preguntó, haciendo que Roy se confundiera durante un segundo, después, comprendió, pero Maes lo externó para dejar las cosas en claro de todas formas—, ella seguía siendo la mujer valiente que todos conocimos, con una calma inquietante para quienes no la conocieran, pero contagiosa para los que la rodeábamos.  Empática y solidaria hasta la médula, Roy, ¿crees que en verdad ella hubiera podido quedarse quieta mientras un sujeto golpeaba a su amiga cuando ella tenia la capacidad de defenderla? Respóndeme.


Roy se tragó el nudo que se le había formado en la garganta. Era victima de estremecimientos incontrolables que le hicieron desear poder meterse bajo las mantas y no salir de ahí jamás.


—No.


—Correcto —aceptó Maes, contento—. Y quiero que sepas que no permitiré jamás que vuelvas a culparte de lo que pasó, ¿escuchas? Es estúpido de tu parte querer poner esa clase de responsabilidad sobre tus hombros cuando ni siquiera estabas ahí, ¿entiendes? La teniente Hawkeye se decepcionaría mucho si te escuchara decir algo como eso.


—Sí…


—Y, si quieres otro consejo de mi parte, con respecto a tu niñera: no vuelvas a preguntarle esa clase de cosas. Basar una relación, amistosa o amorosa, en la tristeza, no sólo es estúpido, sino también lamentable —dijo con severidad. Roy rió—. Todo éste tiempo he estado bromeándote con que deberías confesártele, pero es cierto que con ésta clase de cosas no se puede jugar. Aunque el chico se ve lindo con pantalones apretados, Roy, la decisión es completamente tuya y yo ya no te voy a forzar. Es rudo de mi parte.


—Sí, un poco.


—Pero esa es mi personalidad.


—Sí, lo sé.


—Así que dejaré de hablarte de él por un tiempo. Es decir, ¡yo ni siquiera lo conozco más que de vista! Pero de todas formas, si te decides a hacer algo, quiero que sepas que cuentas con mi apoyo total. De todas formas, dudo mucho que las cosas entre ustedes vayan más allá de una amistad…


—Uhm, posiblemente. Por la tarde, mientras estaba en su habitación, me di cuenta de que…


—¡¿En su habitación?! ¡¿Por qué demonios no lo comentaste antes?! ¡¿Qué demonios hacías en su habitación?! ¡¿No me digas que el muchacho también se dio cuenta de tu depresión y quiso darte un poco de calor para contentarte?! —exclamó Hughes, emocionado, después poniéndose a aullar como si fuera una cría de lobo estepario. Roy sintió que las mejillas se le ponían completamente rojas mientras se alejaba el teléfono del oído para que no lo lastimaran más los gritos de Maes.


—¡El niño me tiró el café encima y él se ofreció a prestarme algo mientras lavaba y secaba mi camisa, eso es todo, imbécil! ¡¿Qué clase de jodido respeto es ese?! —exclamó, iracundo, aunque sentía que volvía a animarse.


—Trabajo doméstico, ¿eh? ¿Sabes si es bueno cocinando? Después de todo, creo que insistiré en que salgas con él, parece que es un buen partido —dijo, verdaderamente animado.


—Hughes, por todos los cielos, no te contradigas a ti mismo de esa forma tan vulgar. Ya déjame en paz, quiero descansar un poco. Tengo una jaqueca desde ayer que no se ha querido quitar —dijo, palpándose las sienes con los dedos, sintiendo de nuevo la punzada violenta que le daba el aviso de una posible migraña.


—Bien, hasta luego, pequeño Roy. Sueña con darle un beso apasionado a tu niñera…


—¡HUGHES! —exclamó Roy, airado, pero Maes ya le había colgado. Dejó el teléfono en su base, sobre la mesilla, y se acomodó mejor en la cama. Su cuerpo seguía despidiendo ese particular aroma a café, pero se entremezclaba con el perfume de la ropa recientemente lavada, uno al que no estaba acostumbrado.


Escuchó más risas de Berthold provenientes desde la sala y comenzó a sentirse más tranquilo. Si él todavía tenía la capacidad de reír, entonces las cosas debían de estar bien, porque nada podía competir contra la inocencia de un niño, ni siquiera la tristeza o la desesperación. Él, que se sentía completamente embargado por esas emociones, pensó que las cosas podrían ponerse bien para él también en caso de decidirse a seguir subiendo peldaños y no sólo quedarse estancado en uno que parecía demasiado alto.


Todo va a estar bien pensó y deseó con todas sus fuerzas que fuera cierto.


 


Alphonse había estado pensando que Edward reaccionaria a sus palabras de una manera mucho más violenta, pero se alegró al ver que su hermano sólo parecía decepcionado. Muy decepcionado. Desilusionado, mejor dicho.


Winry piensa que me gusta Mustang —dijo a modo de afirmación mientras arrastraba los pies por el pasillo. Incluso se había olvidado de comer—. Winry piensa que tengo esa clase de gustos.


—Cálmate, hermano, ella aceptó que se equivocó. Creo que sólo estaba celosa —lo consoló Alphonse, que estaba al tanto del impacto que las palabras de Winry solían tener en su hermano.


—Pero… ¿en algún momento di señal de que me gustaba un tipo como ese? ¡Y un hombre, además! —chilló, escandalizado, sujetándose a la barandilla de las escaleras para no caerse. Estaba tan conmocionado, que no parecía ver ni dónde pisaba.


—Pues… cuando lo metiste a tu habitación, ciertamente. ¡Es que nunca lo haces! —se excusó Alphonse, un poco acalorado.


—¡Sólo charlamos! ¡No es como si nos hubiéramos estado manoseando o besando, sólo PLATICAMOS! —dijo, desesperado, agitando las manos por encima de su cabeza. Sin embargo, al exponer las otras posibilidades, su rostro se coloreó de un carmín profundo y fue incapaz de seguir protestando. Subió las escaleras como un autómata, murmurando «Besándonos… seguro pensó que estábamos… Mustang y… agh…» mientras que Alphonse le echaba una miradilla preocupada.


Y que constara que Edward mismo había dicho lo de los manoseos y los besuqueos, no él. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).