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Seducido por un idiota por PruePhantomhive

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CAPÍTULO 12


Pánico por un beso


Edward abrió la puerta de la casa con su propia llave, pues pasaba de la media noche y no quería molestar a Alphonse. El sonido de campaneo de la cerradura le hizo ver, por fin, en dónde demonios estaba, por lo que estuvo a dos segundos de no empujar la puerta y girar sobre su eje para marcharse, de nuevo, «por ahí».


Lo hubiera preferido todo antes que entrar a su casa y arrastrar hasta su cama esa sensación de pánico que lo había acompañado desde que había salido de casa de Mustang. Y aunque pareciera que había tenido un largo trecho para pensar en lo que había pasado, hasta que se encontró en el vestíbulo de su hogar se dio cuenta de la magnitud de las cosas: se había besado con Mustang.


De inmediato, el sentimiento de agonía lo invadió, las piernas le fallaron y estuvo a punto de caer, en medio de la oscuridad, incapaz de estirar una mano para buscar el interruptor de la luz. De haber podido, hubiera gritado hasta lastimarse la garganta y se hubiera rasguñado los brazos hasta llenarse las uñas de sangre, pero no creyó que esa actitud autodestructiva le sirviera demasiado. De todas maneras, no podía borrar lo que había pasado y tampoco podría sacarse el calor de los labios de Mustang de los suyos, por lo que de nada le serviría arrepentirse.


Ni sentirse tan mal como lo hacia en esos instantes le estaba sirviendo de algo. Posiblemente lo mejor que podría hacer sería irse a dormir, aguardando por despertar de nuevo y pensar que todo había sido un sueño… una pesadilla, pero tenia el presentimiento de que esa noche la pasaría en vela.


¿Por qué demonios lo había hecho]? ¿Por qué diablos había permitido que Mustang se acercara tanto? ¿Por qué le había permitido besarlo? Y, por sobre todas las cosas, ¿por qué Mustang había hecho algo tan descabellado como eso si llevaba semanas enteras sufriendo por la muerte de su esposa, incluso delante de él?


En una milésima de segundo, Edward comprendió las cosas y esa fue, exactamente, la misma cantidad de tiempo que tardó en helársele la sangre de todo el cuerpo: Mustang sólo estaba confundido, buscando un sustituto para llenar el vacio que le había dejado su esposa, y parecía que le importaba muy poco que se tratara de él, el chico con el que no se había llevado bien desde el primer instante, con el que había tenido un altercado tras otro pero al que también había intentado apegarse con una dolorosa desesperación que había estado molestándolos a los dos.


Y Edward, como el alegre pececillo que se deja arrastrar por las aguas del río hasta las fauces del cocodrilo, había permitido que lo usara. Perfecto. ¡Perfecto! Ahora lo único que tendría que hacer sería alejarse de ese estúpido para que no comenzara a pensar que ese beso había significado algo, que esperaba más. ¡Y no era que él estuviera esperando más! De hecho, ese… ese beso había sido tan… tan insignificante… tan… poca cosa… tan… tan…


¿Por qué demonios tenía que latirle el corazón tan fuerte al acordarse de eso? ¿Por qué diablos sintió un pánico indescriptible al pensar en la posibilidad de que Mustang sólo lo estuviera usando? ¿Por qué… la posibilidad de tener que alejarse de él le provocó semejante sensación de angustia en el pecho?


Arrastró los pies por el corredor y subió con lentitud a su habitación, tropezando con los escalones, sintiendo miedo de la oscuridad que se cernía a su alrededor.


 


Un detalle del que Roy se había percatado desde el primer momento sobre Berthold, era que el niño parecía completamente incapaz de levantarse temprano. Él, que tenia el hábito arraigado de despertarse antes de que despuntara el alba, tomaba una ducha, se vestía pulcramente para el trabajo y todavía alcanzaba a preparar las cosas del niño para llevarlo a casa de los Hughes antes de que el pequeño fuera derrotado por fin por su insistencia y se levantara, pestañeando y con el cabello alborotado.


Siendo Berthold Hawkeye, el padre de Riza, un profesor (que había colaborado en buena medida en la educación del mismo Roy), podía suponer con libertad que el niño había sido educado muy bien en casa, pero como él no disponía del tiempo suficiente para transmitirle a su hijo sus conocimientos, pensaba que pronto tendría que comenzar a preocuparse por inscribirlo a un jardín de niños o a una guardería. Le preguntaría después a Maes.


Se aseguró de que Berthold se abotonara bien los botones de la camisa, le puso la chaqueta y el gorro y lo cargó para bajar con él las escaleras y salir a la fría mañana, iluminada por los blanquecinos y helados rayos de sol. Subió al niño a la parte trasera del auto, le colocó el cinturón de seguridad con cuidado y puso la mochila con sus cosas a su lado. Berthold se dejó hacer mientras se tallaba un ojo con una de las manos.


—Papi —dijo mientras Roy se subía al asiento del conductor—, ¿por qué Ed no se despidió de mí anoche? —preguntó, obviamente sin percatarse del repentino mutismo de su padre, quien se petrificó sobre el asiento un instante. Luego, aunque no tenia necesidad de hacer algo como eso, Roy fingió acomodar el espejo retrovisor para poder echarse un vistazo a la cara: tenía los ojos irritados por culpa de la mala noche que había pasado y la sombra de una barba descuidada comenzaba a asomar, pero no le daría problemas hasta al día siguiente, creyó, por lo que no tenia que preocuparse de lucir desaliñado en la oficina.


—Porque ya estabas dormido y no quiso molestarte —explicó, ausente, mientras ponía el auto en marcha. Berthold pareció conforme.


Para cuando llegaron a casa de los Hughes, un sol dorado bañaba los macizos de flores que rodeaban la casa y que Gracia se encargaba de cuidar. De cierto modo, a Roy le disgustó ver tanta luz: se había acostumbrado al clima nublado casi como si fuera una condición propia de su vida, por lo que perderlo en esos momentos no se convertía más que en un problema que lo ponía de mal humor.


Bajó a Berthold y sus cosas del auto, lo llevó hasta la entrada de la casa y llamó a la puerta con golpes secos, siendo incapaz de molestarse en levantar la mano y tocar el timbre. Demasiado problemático. Ésta vez, fue el propio Maes quien abrió, ya listo para marcharse a la oficina con Roy.


—Vaya, tienes una cara espantosa —fue su saludo matinal, mientras dejaba que Berthold entrara en la casa, llevando a la espalda sus cosas, y se perdiera en la sala, aunque los dos ya sabían que iba directo a la televisión—, ¡Gracia, querida, me marcho! ¡Cuida muy bien de mi pequeña Elisia! ¡Te amo! —exclamó, lanzando besos con los dedos a Gracia, quien apareció a sus espaldas, secándose las manos en el delantal violeta que llevaba puesto. Le sonrió amablemente a Roy y se despidió con un gesto de las manos, ya secas, de su esposo al tiempo que éste cerraba la puerta.


Una vez solos los dos hombres, caminaron hacia el auto en un completo silencio. Roy llevaba las manos metidas en los bolsillos del pantalón con aire causal, aunque su figura entera emanaba un aire seco, como si hubiera perdido toda clase de vitalidad.


Maes, que se percató de eso, pensó que ya encontraría el momento de hablar con él y preguntarle cómo le habían ido las cosas durante la noche, aunque no tenia idea de cómo había estado la situación: ¿Habían pasado un rato a la casa de Roy o éste simplemente se había ofrecido a llevar a «su» niñera a su casa para que no pagara transporte?


La curiosidad le palpitaba en las sienes mientras el auto se movía como una serpiente por las callejuelas embotelladas, buscando espacios para colarse con lentitud hasta llegar a la calle principal. El mutismo de Roy hacia sentir a Maes como si tuviera chofer, aunque esperaba que su amigo no comenzara a cobrarle por sus servicios.


Cuando llegaron a la jefatura, Roy se estacionó en el sitio de siempre, sin embargo, no hizo ademán de moverse. En la oscuridad del estacionamiento, en donde los rayos del sol no podían penetrar ni de broma, parecía sentirse más cómodo, como si ese fuera su refugio secreto.


 Maes supuso que si preguntaba, Roy no se molestaría, pero también era probable que no le quisiera responder, por lo que se aclaró la garganta antes de hacer cualquier movimiento y, al percatarse de que los ojos de Roy estaban fijos en él de manera angustiada, hizo la pregunta que Roy necesitaba:


—¿Qué pasó entre ustedes? —murmuró, su voz sonando como el siseo de una serpiente que se arrastraba entre los pies de ambos. Roy se sintió a la intemperie.


Si le contestaba, se arriesgaba a que Maes hiciera un escándalo por algo que no lo merecía, a que se burlara o a que lo aleccionara sobre una situación en la que no cabían las palabras ajenas, pero creyó que necesitaba decirlo. Preguntarle a Maes si era normal que se sintiera tan satisfecho consigo mismo y orgulloso de sus acciones, si era común que hubiera experimentado tal sensación de placer por algo tan irrelevante como un beso con una persona a la que casi no conocía nada. Y sin embargo, habían compartido un beso, ninguno de los dos obligado por nadie, cediendo ante el instinto por voluntad propia.


¿Es normal que haya dejado de sentirme triste un mísero segundo de mi vida para experimentar esa sensación de triunfo? Quiso decir, pero se sintió confuso. Era como si hubieran encerrado a su parte racional en la jaula y hubieran soltado a la hiena conquistadora, al idiota seductor. ¿Y ella? ¿Por qué después de besarlo a él no podía dejar de pensar en su nombre? Como si no importara, como si fuera extraño, como si fuera mejor dejarlo ir, como si necesitara que su recuerdo me dejara en paz un segundo. Y después la extrañé y no deseé hacer otra cosa más que pensar en ella durante gran parte de la noche… sintiéndome un traidor…


Se aterró ante la posibilidad de que «su» nombre fuera mencionado en esos momentos. Le dio miedo tan sólo pensar que ella no tenía ni dos meses fuera completamente de su vida y él ya había buscado consuelo en los labios de alguien más… Oh, no, seguía comportándose como el estúpido adolescente… ¿y el crecimiento emocional, y el desarrollo personal? ¿En dónde estaban, en dónde debían ser usados y cómo se hacia? ¿Por qué las cosas se complicaban tanto por algo tan estúpido como un beso?


Y comprobaría que la situación era idiota en cuanto lo dijera en voz alta…


—Nos besamos —dijo, observando con atención los relieves de la cubierta plástica del volante, al que seguía aferrado como si se tratara de un salvavidas. No se animó a ver la expresión de Maes, aunque la presentía: estaba sonriendo, seguramente.


Maes tosió y Roy no pudo evitar levantar el rostro para observar el de su amigo por medio del espejo retrovisor: a diferencia de lo que había pensado, Maes no estaba burlándose de lo que le había dicho. Estaba tan serio, que un estremecimiento recorrió por entero la espalda de Roy, quien dejó de mirarlo por el espejo y lo hizo directamente. Pensó que Hughes diría algo irrespetuoso a continuación, pero lo que hizo fue soltar un suspiro.


Levantó ambas manos y se las pasó por el cabello oscuro, moviéndose un poco las gafas al deslizar sus manos por detrás de las orejas hasta llegar al cuello, en donde las dejó descansar un par de segundos antes de bajarse del auto. Roy, anonadado, se quedó paralizado una milésima de segundo antes de imitar las acciones de Maes.


—¿No dirás nada? —preguntó, sinceramente sorprendido.


—¿Sobre qué?


—Lo que te acabo de decir…


—Sí, se besaron, ¿y qué? —preguntó Maes, con un tono de voz calmado y poco exaltado, por lo que Roy se confundió todavía más y se quedó plantado en donde estaba, sin perseguir los pasos de su amigo, que resonaban contra las paredes del estacionamiento como el botar de una pelota en una cancha de basquetbol.


¿Esa sería su única respuesta? ¿«Y qué»? ¿Qué se suponía que debía hacer con eso? ¿A partir de ese momento comenzaría a justificar sus acciones diciendo solamente «Y qué»?


De pronto, comenzó a sentirse como si fuera una marioneta cuyos hilos comenzaban a tensarse más de lo que podían soportar. Hubiera preferido cualquier reacción de parte de Maes, una burla, una queja, pero no esa. Estuvo a punto de adelantarse para reclamarle, pero la sensación de que estaba comportándose como un idiota de nuevo lo invadió, al igual que la culpa.


Realmente, no era como si Edward y él hubieran hablado mucho al respecto de eso cuando «terminó». Sólo se habían observado un poco y Edward había dicho que tenia que marcharse, no sin antes aceptar el pequeño apretón de manos que Roy le dio. Le hubiera gustado saber también qué demonios había pasado por su mente para permitirle hacer algo como eso.


Respiró profundo, decidió que lo mejor sería tranquilizarse y apretó el paso, caminando al lado de Hughes, que pareció animarse un poco más.


—¿Y cómo estuvo? —preguntó, dándole un codazo en las costillas. Roy notó que estaba ruborizándose, al igual que él mismo—, vamos, tenme confianza… ¿qué le dijiste, qué te dijo, cómo pasó?


—Pensé que no te importaba —dijo, llegando al área de elevadores, presionando el botón  rojo instalado en una placa metálica pegada a la pared.


—No me malentiendas, es sólo que pensé que las cosas no irían tan rápido, me había hecho a la idea de darles unos meses, incluso años, si es que en verdad podían ir más allá de una «amistad», aunque creo que se han saltado por completo ese paso —rió, socarrón, mientras las puertas del elevador vacio se abrían y Roy pasaba primero al interior de la cabina con olor a desinfectante de pisos—, te pregunto, Roy, se han besado, ¿y luego qué?


Roy meció la cabeza con perturbación, dándose cuenta de que había pensado en todo, menos en eso: ¿y si le mandaba un mensaje de texto para preguntarle cómo iban las cosas (cualquier cosa) y Edward no le contestaba? ¿Y si lo buscaba a la salida del colegio y lo pasaba de largo? ¿Y si, simplemente, no se volvían a ver? Por la expresión que tenia al marcharse de su casa, Roy intuyó que Edward no daría pie a un nuevo encuentro. Lucía verdaderamente desilusionado y comenzó a preguntarse si era culpa de él.


—No lo sé —respondió por fin. Y la ignorancia sobre un asunto que lo involucraba le hacia sentir mal, como si navegara en medio de un mar turbulento con remos de goma.


—¿Quién dio el primer paso? —preguntó Maes, interesado, levantando una mano para sobarse la barda rasposa, ocultando sus ojos tras el destello blanco de sus gafas.


—Yo, creo. Es decir… se quedó de pie en medio de mi habitación, me acerqué a él y no se apartó, luego le puse las manos sobre los hombros y se quedó quieto. Y cuando me acerqué, bueno, dudé un segundo, pero él ni siquiera parpadeó —explicó, con la vista clavada en la planta decorativa que estaba a su lado, levantó una mano para tocar una de sus hojas. Maes soltó una risita boba—. Fue algo bastante tonto, Maes, incluso insignificante. Fue como esos besos de cuento de hadas, insípidos y sin relevancia más que para dar contexto a un epílogo.


—Pero creo que tu niñera todavía no llega al epílogo, ¿verdad? Recuerda que en los cuentos de hadas solamente se dice «Y vivieron felices para siempre», Roy, nunca se relata cuando los príncipes llegan a la recámara nupcial. Y ese beso que se muestra es sólo el primero de muchos… —dijo, obviamente mofándose de la expresión de Roy, que jugueteaba con la planta como si ésta le llamara mucho más la atención que la conversación. Sus mejillas parecían dos focos encendidos.


—Posiblemente él no quiera un «Vivieron felices para siempre», Hughes. Literalmente, huyó.


—¡Como Cenicienta! ¿Por casualidad no tienes una zapatilla de cristal abandonada?


—No, pero tengo su número de teléfono.


—Eso le quita diversión a las cosas, pero supongo que también sirve —dijo, encogiéndose de hombros ya sin demasiada emoción—. No puedo creerlo, hasta hace unos días te quejabas de que insistiera tanto con que tuvieras una posible relación con el muchacho y te negabas a más no poder. ¿Sabes? Eres más terco que una mula cuando te lo propones, Roy, pero creo que ya estás superando tu situación. Creo que debes darte una oportunidad con el muchacho, sobre todo ahora que han dado un paso tan drástico.


»Posiblemente esté igual de confundido que tú, pero si los dos hablan y ponen las cartas sobre la mesa, creo que pueden llegar a un punto en común. No te cierres, Roy, ni te espantes. Tal vez me equivoqué en propiciar que las cosas fueran tan rápido, pero ahora que te has parado en ese peldaño, no puedes solamente bajar un pie, intentando volver al otro, lo sabes.


Roy movió afirmativamente la cabeza sólo porque no quería discutir. ¿Sólo decir «lucha», intentar hacerlo y olvidarse de todo lo demás? Oh, porque había más, mucho más… todo eso sonaba demasiado egoísta, demasiado mundano, como una pesadilla de la que estaba por despertar. Posiblemente nada de eso existía en verdad y él solamente se estaba complicando las cosas por mera terquedad.


—No seas tonto, Roy —insistió Maes—, no desperdicies la oportunidad. Llámalo. Y deja de sentir tanto miedo, ¿de acuerdo? Se te refleja en la cara y eso no es bueno ni para tu salud mental… ni para la meta que quieres alcanzar.


—Sí, la cima —susurró, recordando el punto exacto al que había estado deseando llegar antes de que el caos se desatara a su alrededor. La verdad era que el triunfo que había estado esperando desde siempre ya no le parecía tan atractivo.


—Llámalo.


—Lo haré —dijo, pero no a modo de promesa, pues sabia que era posible que Edward no le respondiera el teléfono…


 


—Estás muy callado —dijo Alphonse, viendo como Edward cerraba la puerta de la casa con llave. Edward se encogió de hombros, intentando dejar en claro que no le pasaba nada, aunque la verdad era que había pasado muy mala noche.


Y cuando se había convencido de que no podría dormir, se había levantado, se había dado una ducha y había bajado a desayunar, aunque más que estar masticando las hojuelas de cereal, sentía como si con los dientes triturara sus propios pensamientos.


El cansancio, la culpa y la incertidumbre le hacían pensar mal de todo el mundo, desconfiar incluso de Alphonse, como si todos supieran lo que había pasado la noche anterior y solamente fingieran que todo era como de costumbre para no hacerlo entrar en una crisis de pánico. Aunque Edward ya estaba con un pie dentro de una.


¿Qué demonios ocurriría si Alphonse se enteraba de lo que había hecho con Mustang? ¡Si Winry se enteraba, por todos los cielos! ¿Qué pasaba con sus propias sensaciones? ¿Por qué seguía tan perturbado anímicamente? ¿No podía dejar sólo que las cosas se fueran de largo, verdad?


Si había tantos jóvenes por ahí repartiendo besos a cuanta mujer se les pasara por delante, ¿por qué demonios él no podía dejar de pesar en un simple roce intrascendente con una sola persona? Además, no era como si Mustang hubiera hecho las cosas pensando muy claramente. Posiblemente se había sobrecogido por todo lo que le había pasado en esas últimas semanas y había querido desquitar toda su frustración creyendo cosas que no eran…


¿Y si se volvía a encontrar con él? ¿De qué diablos hablarían, qué se dirían? ¿Y si quería repetir? ¿Y si malentendía las cosas? ¿Y si solamente estaba jugando con él? ¿Y si el usado era únicamente Edward? ¿Por qué diablos lo había dejado acercarse tanto? ¿Por qué, por qué, por qué, por qué, por qué, por qué…?


—Hermano, ¿estás seguro de que te sientes bien? —preguntó Alphonse, que caminaba a su lado como un alto guardián. El cabello rubio de ambos brillaba con diligencia bajo la luz del sol—, estás sudando mucho y no tienes nada de color en la cara. ¿No quieres quedarte en casa? Posiblemente sigues enfermo.


—No —susurró Edward, dándose cuenta de que su voz era apenas un hilo audible. Hablar con Alphonse le causaba pena, pues necesitaba hablar con alguien de lo que había pasado con Mustang, pero no podía ser su hermano menor. Sentía que con eso terminaría de echar por la borda todo el respeto que Alphonse le tenia, sobre todo si el muchacho le había creído a Winry que él y Mustang se… se gustaban—, me encuentro bien, es sólo que no pude dormir. Hace calor, ¿no?


—¿No vas a decirme en dónde estuviste toda la tarde? —Preguntó Alphonse con congoja mientras abría la rejilla del jardín y permitía que Edward pasara primero y echara a caminar por la acera—, tardaste mucho. Winry se había propuesto hacer las paces contigo ayer, pero como no llegaste temprano, se marchó. Y sé que llegaste de madrugada.


—No seas exagerado, Al, era media noche —aclaró Edward, un poco irritado al proyectarse una imagen del rostro de Mustang terriblemente cerca del suyo. Si seguía recordando lo que había pasado, estaba seguro de que le daría un ataque de nervios. ¿Cómo había caído en eso? ¡¿Cómo demonios había terminado besándose con un hombre?!


—Pero, ¿en dónde estabas? —insistió Alphonse.


—¡En donde tuviera que estar! —Exclamó, enojado, echándose a correr calle abajo—, ¡Y apresúrate, porque si no perderemos el autobús! —Alphonse fue detrás de sus pasos, alcanzándolo en poco tiempo debido a que sus piernas eran más largas que las de Edward.


Debido a la velocidad de la carrera, ninguno de los dos siguió hablando, algo que Edward agradeció, pues el tema lo estaba desquiciando. Deseaba, en lo más profundo de su corazón, no volver a encontrarse con Mustang.


 


Roy estuvo gran parte del día laboral lidiando con el impulso de enviarle un mensaje de texto a Edward. Aunque tenía el móvil en la mano y estaba a punto de teclear algo con gran velocidad, se arrepentía por temor a que el muchacho no le contestara. Le daba pavor la posibilidad de ser ignorado por Edward ahora que posiblemente tenía un motivo.


Oh, pero, ¿y si se estaba haciendo una tormenta en un vaso con agua? ¿Y si Edward quería que le llamara o comunicarse con él como lo habían estado haciendo en los últimos días? ¿Qué pasaba si sólo se estaba imaginando cosas tontas al respecto solamente porque era él quien verdaderamente tenia miedo? Le hubiera gustado mucho salir de la oficina temprano para ir a tomarse una copa en el bar de Madame Christmas. Aunque le hubiera gustado mucho más encontrarse con Edward furtivamente.


Apoyó los codos sobre la mesa y dejó que su frente reposara una milésima de segundo sobre las palmas de sus manos, antes de darse cuenta de que Fuery lo estaba observando, por lo que intentó conservar un poco de recato. ¿Por qué seguía teniendo esa clase de actitudes delante de esos hombres que lo conocían mejor que a la propia palma de su mano? ¿Por qué no simplemente podía darle la espalda a la situación y ser el viejo Mustang que no tenia problemas en repartir amor por media ciudad? De hecho, se imaginaba que podría criar a Berthold mucho mejor al lado de una nueva dama, así que ¿por qué no irse de cacería y olvidarse de una vez por todas del asunto «Edward Elric»?


Antes de darse cuenta, estaba escribiendo un mensaje de texto con una rapidez inusual. Puso cualquier tontería y lo envió sin más demoras al destinatario. Observó la pantalla del teléfono iluminándose al informar que el texto había sido enviado y esperó… y esperó… y siguió esperando… esperó más… más espera… más, más incluso de la que se sentía capaz de soportar…


—Ah, señor —dijo Fuery desde su propia mesa, acomodando unos cuantos papeles dentro de unas carpetas pero con la atención puesta en Mustang, quien sentía que comenzaba a sudar debido a la ansiedad—, ¿se encuentra bien?


—Mejor de lo que debería, Fuery —mintió Mustang, evitando observar cualquier otra cosa que no fuera la pantalla de su teléfono móvil, que se apagó después de unos segundos sin respuesta. Se estaba desesperando. Edward podría haberle respondido con un insulto, no tenia problemas, pero el chiste era precisamente eso: «que respondiera».


Posiblemente esté en clases, así que no puede atenderme. Tal vez haya dejado apagado su teléfono, así que definitivamente no va a responderme por el momento. Aunque quizá esté ignorándome. Y si es así, puede estar haciéndose el idiota por ahí, fingiendo que no acabo de enviarle un mensaje de texto preguntándole cómo está mientras piensa que soy un completo imbécil. Aunque supongo que los chicos de hoy en día no van por ahí besuqueándose con personas a las que consideran idiotas, así que todavía puedo tener un punto a mi favor… a menos que sea uno de esos promiscuos que van por la vida viendo a quién demonios le echan el diente, aunque creo que esos no trabajan de niñeras, sería mucho problema... y a pesar de todo, parece decente…


—Señor, quería comentarle —dijo Fuery, sintiéndose con más confianza debido a que Mustang no había hecho ademán de para la platica, aunque el muchacho de gafas no tenia idea de que era porque Mustang estaba sumergido en sus propias elucubraciones al respecto de un muchachito de baja estatura y carácter violento— que llamé al señor Hawkeye ayer por la noche para preguntarle por… —hizo una pausa al darse cuenta del repentino exceso de atención de parte de Roy, quien se había sobresaltado al escuchar el apellido de su esposa. El corazón le dio un vuelco cuando una imagen de Riza, sonriendo, se proyectó en su mente: ¿qué demonios había hecho?— por Black Hayate.


—¿Ah, sí? ¿Y que te ha dicho el viejo profesor, Fuery? Si mal no recuerdo, su carácter no era especialmente abierto ante personas desconocidas —comentó, sintiendo que la mano le temblaba mientras se disponía a firmar un papel. Su cabeza se convirtió en un torbellino de pensamientos dolorosos mientras deseaba con todo su corazón que Fuery no tuviera mucho que decir.


—Aparentemente, el perro no es muy de su agrado, por lo que le está costando un poco de trabajo dominarlo, así que me ha pedido que éste fin de semana vaya por él —comentó, un poco descorazonado, pero resignado a fin de cuentas—, quería comentárselo y preguntarle si usted quiere hacerse cargo de él.


Roy le lanzó una mirada agobiada: le gustaban los perros, pero no al extremo de querer uno en su casa. Podría decirse que prefería verlos de lejos.


—Yo ya me encargo del niño, Fuery —dijo tal y como había hecho en días pasados, provocando que sus hombres intercambiaran una mirada seria y rotunda: la respuesta para la pregunta de Fuery, obviamente, era «¡NO!».Y era completamente lógico que en esos momentos la menor de sus preocupaciones fuera un perro que no socializaba con su nuevo dueño.


—Ah, bien, señor —dijo Fuery, un poco dubitativo mientras observaba como Roy seguía encargándose de sus papeles, aunque con mayor fragor—, lamento incomodarlo —insistió Fuery, dándose cuenta de las palpitaciones irritadas en las sienes de Roy, quien sujetó el bolígrafo con mayor fuerza y apoyó su punta sobre el papel de igual forma.


—No te preocupes por algo como eso —lo disculpó Mustang, aunque en el fondo estaba más molesto que antes: de pronto, la imagen de Riza se había gravado en su memoria al rojo vivo, sin que tuviera la posibilidad de sacarla de ahí aunque intentara concentrarse en otras cosas, tales como el trabajo, la conversación de Fuery… los labios de la niñera…


 


Cuando la clase terminó, Edward pudo apoyar libremente la frente sobre la superficie helada de su libro de texto. Cansado, cerró los ojos un momento, escuchando el ruido parecido al zumbido de montones de abejas que hacían sus compañeros al marcharse.


Él, que no había podido concentrarse durante la mayor parte de la clase, se sentía un poco derrotado por sus propios sentimientos, con un cansancio mental tremendo que poco a poco lo obligó a sumirse en pensamientos neutros. Había recibido un mensaje de texto de Mustang momentos antes, pero no lo respondió. En primer lugar porque se suponía que debía mantener toda su atención puesta al frente del salón y en segundo porque no se sentía con ánimos de hablar con él.


¿Qué demonios podría haber dicho? Además, ya estaba casi completamente convencido de que Mustang solamente estaba jugando, flirteando como un colibrí entre las campanillas, ¿por qué no podía quedarse quieto solamente con un beso? ¿Todavía podía querer más? Las mejillas se le ruborizaron al pensar eso: ¿Qué otra cosa podría querer Mustang de él? Y si era lo que se estaba imaginando, el oficial podía estar seguro de que no se lo iba a dar. No tan fácilmente como había conseguido ese beso.


¿Y para qué negar el sentimiento de culpa que le estaba apresando el corazón? ¿Para qué intentar seguir combatiendo la ansiedad que la situación le había provocado? ¿Sería tan complicado comprender que se había dejado arrastrar por las tonterías que Winry y Alphonse había estado pensando y había terminado haciendo algo impensable?


Con lentitud, se llevó los dedos a los labios y los tocó con sutileza, en caso de que alguien lo observara. No quería poner una cara delatora. La sensación cremosa de los labios de Mustang había impregnado los suyos como si se tratara de betún y cada vez que cerraba los ojos, se imaginaba repitiendo la experiencia una y otra vez, sintiendo el aliento cálido de Roy acercándose a su rostro sin premura alguna…


¿Era alguna clase de pervertido? ¿Por qué a pesar de que el beso no le había parecido tan desagradable en un principio ahora no podía dejar de pensar en eso más que como si fuera una aberración, como si se estuviera hundiendo en lo más profundo del fango sin la posibilidad de una relativa salvación?¿Y si le ofrecían la oportunidad de repetir las cosas? ¿La tomaría, la dejaría, la negaría?


La respuesta era obvia, desgraciadamente: la tomaría. 


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