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Seducido por un idiota por PruePhantomhive

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CAPÍTULO 15

 

Whisky y jugo de naranja

 

Esa noche volvió a llover.

 

Edward quiso utilizar de pretexto la luz de los relámpagos y el ruido de los truenos para justificar su falta de sueño, pero era consciente de que sus preocupaciones no se debían a simples miedos infantiles.

 

Sentado contra la cabecera de su cama, con las rodillas flexionadas y los brazos acomodados sobre ellas, observaba su teléfono móvil, medio escondido entre los pliegues de las mantas azules, que se iluminaban intermitentemente conforme la luz de los rayos se colaba a través de las cortinas de encaje de la ventana. Podía ver, también, las sombras de las gotas de lluvia proyectándose sobre la cama y sobre sus manos en medio de la penumbra de la habitación.

 

Esa semana el buen clima había perdurado, por lo que era una sorpresa el que hubiera comenzado a llover de repente y con tanta fuerza cuando el cielo había estado despejado durante gran parte del día. Se preguntó porqué algo tan simple como el tiempo hacia que se sintiera angustiado.

 

Si tan sólo Mustang le enviara otro de sus estúpidos mensajes para dejar las cosas todavía más claras entre ellos. No le hubiera importado leer algo como «Lo siento, no volveremos a vernos, pero gracias por tu tiempo» porque, aunque decepcionantes, esas palabras significarían no dejarlo en blanco, angustiado como estaba.

 

Incluso se planteó la posibilidad de llamar por sí mismo, preguntar si habían llegado bien a su casa y tal vez si Berthold no estaba asustado por los relámpagos. A lo mejor podría preguntarle también la razón de su malestar y el porqué de que hubiera llegado precisamente a su hogar en semejante estado decrepitó, obligándolo a pensar en su bienestar.

 

No, Edward se había preocupado por Mustang desde el primer momento, porque lo había visto como un hermano de sufrimiento, como un hombre que compartía su penar y que necesitaba una mano amiga que lo pudiera ayudar a escalar el peñasco en el que se había despeñado. Y ahora que Mustang le pedía indirectamente que le dejara tranquilo, no podía simplemente alejarse. En lo personal, él hubiera deseado que alguien más, no solamente Winry, Pinako o Alphonse, le insistiera con que debía salir adelante y no dejarse vencer. Tal vez si hubiera tenido esa clase de apoyo moral, no hubiera decidido que lo mejor era mudarse de Rizenbul a la ciudad, arrastrando a Alphonse a un mundo completamente distinto del suyo, aunque habían terminado adaptándose a pesar de que, a diferencia de lo que había pensado, el recuerdo de Trisha se había estirado desde su tumba en el campo como si se tratara de una goma elástica y los había acompañado.

 

Y la verdad era que, viendo a Mustang, se daba cuenta de que éste estaba pasando por una mala Fase de Duelo, motivo por el cual parecía tan confundido con su propia existencia y, sobretodo, con la de Berthold, que estaba directamente puesto en sus manos tal y como ellos habían estado en las de Hohenheim, que había preferido marcharse, a vivir lejos de ellos antes que someterse al recuerdo de su amada Trisha proyectado en el rostro de Edward y a su expresión amable, gravada dulcemente en los ojos de Alphonse.

 

Se preguntaba si esa tarde Mustang había huido de Berthold al correr a dejarlo en casa de los Elric antes de salir presurosamente acompañado de su desesperación. Él, de manera masoquista, había hecho eso muchas veces también, escabulléndose al campo, lejos de su casa en Rizenbul, hasta que la prueba definitiva de la falta de afinidad con su pasado había sido esa decisión final de marcharse a otro lado, algo que no había servido en lo más mínimo ni para cambiar la página del libro ni para cerrar sus tapas y comenzar otro: lo único que había hecho había sido colocar un separador…

 

Tomó el teléfono y seleccionó el número de Mustang de su agenda, sintiendo que las manos comenzaban a temblarle, presionó la tecla de marcado y se pegó el artefacto al oído, esperando. Un timbre, dos timbres. Colgaron. El continuo timbrar de la línea mientras aguardaba por una respuesta había sido cortado de golpe, pero no quiso pensar que Mustang había hecho algo como eso deliberadamente.

 

Se acomodó mejor contra la cabecera de su cama, con el teléfono entre los dedos, y cerró los ojos, sintiendo que la oscuridad a su alrededor lo engullía por completo. De pronto, recordó el rostro de Roy acercándose al suyo, el frágil aliento que le había golpeado la frente y la nariz antes de que Mustang se inclinara lo suficiente para alcanzar sus labios. El aroma fresco que despedía su piel húmeda mientras se besaban. El sentimiento de impotencia mientras Roy deslizaba sus labios por encima de los suyos, sin dejarle vías para poder huir.

 

Se sonrojó y tuvo que darse unas palmadas en la frente para no ponerse a gritar debido a la vergüenza que sentía. Comenzó a pellizcarse la palma de la mano inconscientemente, provocando que el teléfono móvil se le resbalara y cayera sobre las cobijas, ente las que se escondió nuevamente. Se cubrió la cara con ambas manos a continuación, como si cientos de personas pudieran verlo a pesar de que estaba en la privacidad de su habitación oscura.

 

Cuando se sintió un poco más tranquilo de nuevo, buscó con las palmas de las manos el móvil. Ésta vez, seleccionó la opción para enviar mensajes de texto y escribió con suma lentitud, sintiendo que las palabras se le habían borrado de la mente por arte de magia.

 

¿ESTÁS BIEN?

 

Pero era posible que Mustang no respondiera esa simple pregunta ni siquiera si se la enviaba por escrito, así que, con la misma lentitud de antes, borró las letras, sintiéndose vencido por las ganas de seguir manteniendo cierta comunicación con Roy aunque fuera por medio de algo tan banal como la tecnología.

 

ALPHONSE Y YO ESTAMOS PREOCUPADOS.

 

No, no: eso hubiera sido mentir. Realmente, Alphonse se había mostrado mucho más preocupado por la cara que Edward había mostrado después de que Mustang se marchara con Berthold. Borró ese mensaje también y comenzó a desesperarse.

 

¿CREES QUE PODRÍAS HACER EL FAVOR DE PAGARNOS POR CUIDAR A BERTHOLD HOY?

 

¡Perfecto! Y lo peor de todo fue que, aunque no estaba del todo convencido, envió el mensaje antes de darse cuenta de que lo estaba haciendo. Entonces, sintió como algo se le oprimía en el pecho: si Mustang estaba teniendo problemas, no quería pretender ser otro. Además, la felicidad de Alphonse, que no se preciaba tampoco de tener demasiados amigos con los que pudiera compartir gustos, podía considerarse como pago suficiente por cuidar al niño.

 

Y confirmó, después de quince minutos sin respuestas, que Mustang quería cortar cualquier clase de comunicación con él (o, tal vez, con el mundo entero).

 

De una vez por todas, apagó el móvil y lo dejó en la mesilla de noche, pero tardó un rato más en acostarse. Permaneció sentado en la misma postura de antes, dejando de escuchar durante un largo momento la refriega de los truenos que sacudían los cristales de su habitación y el viento, que empujaba la puerta como si se tratara de un intruso.

 

Nerviosamente, entrelazó los dedos de sus manos y comenzó a moverlos con compulsión, presionándolos y haciéndose daño. ¿Por qué no podía hacerse el desentendido con los problemas de Mustang? ¡Sólo habían compartido un beso, nada más que eso! ¡No era como si se hubieran enamorado ni nada por… el estilo!

 

Harto, se tumbó sobre las almohadas, pero aunque pretendía quedarse dormido, pasó largo rato aún antes de que lograra su cometido, no sin antes dedicarle incontrolables y flagrantes pensamientos a Roy Mustang.

 

 

 

Eran las cinco y media de la mañana cuando Roy aceptó por fin que no podría conciliar el sueño, por lo que se levantó de la cama y comenzó a pasearse por la habitación, dejando que sus dedos corrieran como las cerdas de un cepillo entre su cabello despeinado mientras era victimado por la ansiedad y la desesperación.

 

Los seres humanos debían de poseer alguna clase de mal que los obligaba a pensar. ¡Sí tan sólo el pudiera dejar de hacerlo! Cada vez que creía que por fin podría dormir un poco, un nuevo pensamiento se formaba en la profundidad de su cabeza, acompañado del terror, y tenía que hilarlo de alguna manera con el anterior para saber que lo tenía dominado, aunque en el fondo era consciente de que no era así.

 

Un hombre no puede dominar al terror cuando no ha enfrentado completamente a su miedo, el cual, para Roy, era saber que en esos precisos momentos, el hombre que había provocado la muerte de Riza estaba libre en algún sitio, paladeando el gusto sensual del sueño sin las mismas preocupaciones que él, pensando en que al día siguiente el mundo le mostraría un nuevo panorama al cambiarse de casa, posiblemente en una nueva ciudad en la que no conocería a nadie y, por lo mismo, no tendría nada de que angustiarse.

 

Ni siquiera por un esposo sufriendo y un hijo abandonado que padecía las sobrecargas emocionales de su padre. ¿Ese maldito cerdo asqueroso sabría que Riza era madre? ¿Sabría el hijo de puta que era su esposa? ¿Se imaginaria ese sucio bastardo lo mucho que Roy estaba sufriendo, al igual que Berthold?

 

Entonces, le entraron unas ganas terribles de obtener respuesta a esas preguntas y en eso se le había ido la noche entera: en elucubraciones, en imaginaciones, fantasías tenebrosas y deseos negros. Y, cuando sus pensamientos lo habían desgastado al grado de que se le cerraban los párpados bajo el peso del cansancio, pero luchaba contra éste debido al pavor que le daba quedarse dormido y olvidarse de las cosas horrendas que ese día había descubierto como si se tratara de algo banal, había decidido enfrentar al sueño de una vez por todas.

 

Salió de su recámara, bajó a la cocina y abrió la gaveta en la que guardaba licores varios. Tomó una botella de whisky, sacó un vaso de la alacena y se sirvió en él una generosa cantidad. Antes de empinar el cristal contra sus labios, recordó que Edward le había enviado un mensaje de texto después de hacerle una llamada telefónica, ninguno de los cuales había querido ver o contestar.

 

El muchacho siempre se había mostrado incómodo ante su preferencia por el alcohol, ¿no?, pero, realmente, ¿qué demonios sabía él? ¡¿Qué demonios podía saber un niño creyéndose un hombre?! De hecho, ¿por qué diablos le había pedido consejos a alguien como él, más joven que nadie que Roy conociera, más atractivo que un vaso de vodka, uh?

 

Se bebió el líquido de un trago, siendo a esas alturas un experto bebedor que no siente nada a la primera copa. Lamentablemente, en esos momentos su propósito más grande era emborracharse, sin importarle nada más. Se sirvió un poco más de whisky y lo apuró tan rápido como el primer vaso.

 

Por casualidad, observó el reloj circular pegado a una de las paredes. Cinco cuarenta y cinco, estaba bebiendo a las cinco cuarenta y cinco, pretendiendo emborracharse. Pobre, pobre tipo. E idiota, como le había llamado su profesor. Como seguramente Edward le había dicho una vez dada su despedida. Como se sentía, secretamente, desde que había dejado que Riza se marchara de su lado por «el bienestar de su sueño».

 

Quédate conmigo, déjame soñar contigo.

 

Prometo que todos mis deseos serán diferentes a partir de hoy si te tengo a mi lado.

 

¿Por qué no te quedas conmigo?

 

¿Dejas que te invite una copa?

 

Riza… hey, Riza…

 

Un relámpago atronador cortó cualquier clase de pensamientos que estuviera teniendo a su sexta copa, porque se sobresaltó, derramando parte del alcohol que tenía en la boca por su barbilla, dejando que resbalara hasta su cuello y, de ahí, a su camisa de dormir. Desde la muerte de Riza, los ruidos demasiado fuertes solían sobresaltarlo, pues era consciente de que se mantenía en un constante e insoportable estado de alerta que a veces también le provocaba cambios generales de humor, pero cuando se encontraba a solas, las cosas se ponían mil veces peor.

 

Tal vez por eso había buscado rodearse de personas antes de que fuera demasiado tarde. A lo mejor había querido prever una situación de locura en la que Berthold tuviera alguien a quien recurrir en caso de que él se diera por perdido. A veces, confiaba en estar volviéndose loco o estarlo ya.

 

¿Quién demonios podía seguir soñando con un feliz final después de que el cuento hubiera terminado ya, pero mal?

 

 

 

El domingo temprano, Winry llegó a la casa de los Elric con un pie de manzana en las manos, obsequio para Edward y Alphonse. Aunque el primero seguía dormido cuando la muchacha llamó al timbre de la puerta, Alphonse ya estaba despierto, como siempre, por lo que fue él quien la atendió.

 

Gotas de lluvia caían del pequeño techo, que no rebasaba los cincuenta centímetros de largo, de tejas colocado sobre la puerta. Había charcos tanto en el camino de losas que llevaba de la calle a la casa como en el pasto podado del patio principal. Hacía frío y, debido a eso, Winry llevaba puesta su mejor gabardina y un sombrero de ala ancha, como le gustaba usar.

 

—Buenos días, Alphonse —le sonrió amablemente al muchacho, quien se sonrojó un poco al verla, pero de inmediato se hizo a un lado para dejarla pasar, algo que ella hizo con un contoneo de la cabeza que dejó que su largo cabello rubio comenzara a balancearse. Los muchos pendientes que llevaba en ambas orejas brillaron con la suave luz del recibidor.

 

—Hola, Winry. Ah, ¿qué es eso que traes ahí? —preguntó, interesado, pues un aroma crocante y dulzón le llegaba a la nariz. Aunque él era el encargado, generalmente, de hacer las labores del hogar, puesto que Edward no tenia muy buena mano para esa clase de cosas, le gustaba mucho seguir siendo parte de las dotes culinarias de una dama, como cuando vivía su madre.

 

—Es un pie de manzana, Alphonse. Es para disculparme con Edward, ya que la vez pasada no hablamos demasiado y creo que las cosas no quedaron demasiado claras —dijo ella, caminando hacia la cocina y viendo que Alphonse estaba preparando el desayuno, pues en la mesa estaba la canasta de mimbre llena de huevos, ovalados, pequeños y blancos, y una bolsa de pan—. Oh, ¡te ayudaré! —dijo ella, dejando el plato rodeado de papel aluminio sobre el horno de microondas, para después quitarse el sombrero y la gabardina y dejarlos sobre una silla.

 

—Gracias, Winry —sonrió Alphonse mientras le pasaba uno de los delantales que colgaban de una de las puertas de la alacena. Él ya llevaba puesto el suyo—. Mi hermano todavía no se despierta, creo que pasó una mala noche, ¿sabes? Se trata de Mustang —dijo, al percatarse de la mirada de extrañeza que le regaló la muchacha, puesto que todo el mundo que se preciara de conocer a Edward Elric sabía que el muchacho caía rendido como piedra apenas su cuerpo tocaba una cama.

 

Winry se sonrojó: aunque parecía que las cosas ya se habían aclarado entre ella y Edward desde la última vez que se habían encontrado, una vez que había malpensado, era inevitable que siguiera haciéndolo antes de que consiguiera relajarse y confiar en Edward de nuevo. Además, era consciente de que estaba un poco celosa de la relación tan amena que Edward parecía tener con ese tal Mustang.

 

Agachó un poco la mirada, dejando que el flequillo le cubriera los ojos, respiró profundo y casi de inmediato se recompuso, no queriendo comenzar una discusión con Alphonse como la vez pasada sobre los posibles gustos de Edward.

 

—Bien —susurró, intentando fingir que no pasaba nada—, uhm, creo que eso es asunto de ellos, ¿no es cierto? —dijo, comenzando a reír con fuerza, haciendo que Alphonse, que se disponía a romper el cascaron de algunos huevos para dejar que su contenido cayera en el interior de un cuenco, se apenara un poco—, pero, dime, ¿por qué piensas que Edward ha pasado mala noche por él? Es decir, no es que me importe el tipo de relación que tengan, Edward me lo ha dejado muy en claro, pero me preocupa un poco que deje de dormir: no es su hábito propasarse a menos que se trate de asuntos académicos.

 

—Sí, así es —confirmó Alphonse, provocando que el corazón de Winry comenzara a latir con fuerza inusitada—. Parece que pelearon. Mustang tenía una cara enferma cuando se despidió. Y mi hermano lucía un poco desmejorado, angustiado, como si hubieran hablado durante largo rato de algo desagradable, pero cuando le pregunté si había sido así, él lo negó todo.

 

Alphonse comenzó a quebrar los cascarones, dándoles un pequeño golpe en el borde de la mesa para después cascarlos sobre el plato blanco que tenia delante. Winry, por otra parte, estaba tomando rebanadas de pan y colocándolas meticulosamente dentro del tostador. Su expresión era un poco agria a pesar de que había llegado sonriendo a la casa. Alphonse fingió no darse cuenta de nada.

 

—Dime algo —pidió la muchacha—, ¿por qué Edward dijo que cuidaría al hijo de Mustang una noche y, sin embargo, sigue haciéndolo, incluso aquí, en su casa, como si en verdad fuera alguna especie de niñera? ¿Tienen más problemas de dinero?

 

—No se trata de eso —dijo Alphonse, no queriendo alargar la conversación, no mientras fuera sobre ese tema. Él también se sentía un poco incómodo con todo eso porque, después de todo, él era la única persona sobre la faz de la tierra que podía jactarse de conocer a Edward Elric mejor de lo que se conocía él mismo. Y temía que, desde la noche pasada, había confirmado el peor de todos sus pensamientos, pero exponerlo ante Winry sería como clavarle una espada en el corazón a la muchacha enamorada, por lo que prefirió callar—, lo único que puedo decirte es que Berthold Mustang es un buen niño, pero está muy solo. En lo personal, me agrada que mi hermano lo cuide, porque así me relaciono con él también. Está muy triste desde la muerte de su madre, ¿sabes? Y lo pasa mal, porque aunque su padre es bueno con él, le da un poco de miedo.

 

—¿Lo asusta a propósito? —preguntó Winry, esperanzada: si así era, podría comenzar a sentir repulsión por Mustang con mayor libertad a pesar de que no lo conocía en persona.

 

—¡No, no! —se apresuró a responder Alphonse, levantando una mano en son de tregua, algo que comúnmente hacia solamente delante de Edward—, lo que pasa es que el niño vivió con su madre muchos años, en otra ciudad, entonces, se veía poco con Mustang, y cuando comenzó a vivir con él, era muy poco lo que se conocían, realmente. Lo sé por cosas que ha dicho mi hermano y porque Berthold me ha hablado un poco de su madre.

 

—Digas lo que digas, suena que es un padre terrorífico —insistió Winry, suspirando ante sus propias palabras, pero encogiéndose de hombros también—, es decir —buscó una excusa—, si mis padres vivieran todavía, yo haría todo lo posible para no despegarme de ellos ni un solo instante, en cambio, éste hombre parece no querer apegarse demasiado a su hijo, ¿no? Terrible.

 

Alphonse rió con su comentario, aunque no estaba divertido. Sabía que las cosas con Roy, su esposa y Berthold eran mucho más complicadas de lo que él y Winry solamente podían imaginar, pero estaba al tanto de que Edward conocía los pormenores que habían llevado al caos total a la familia Mustang. Lamentablemente, alguien empático con las desgracias ajenas como lo era Edward no podía simplemente girar el rostro y fingir que absolutamente nada estaba pasando.

 

—Bueno, nuestro padre también hace lo posible para no estar cerca de nosotros —dijo Alphonse, recordando repentinamente la visita de su padre en las semanas anteriores y la manera tan tonta en la que su hermano mayor había pretendido huir de su presencia al encerrarse en su habitación padeciendo una gripe inaguantable. Winry hizo ademán de abrir la boca para contradecirlo, pero Al fue más rápido—: él prefiere seguir estudiando y trabajando para la universidad que financia sus investigaciones. Nosotros somos algo que permanece guardado en su mente, en forma de recuerdo, pero algo más físico solamente serviría para destrozarle los nervios. Creo que en ese sentido mi hermano tiene un poco de razón al criticarlo, pero sólo un poco…

 

»Cada persona vive de la manera que quiere, pero en el fondo, pienso que todos existimos de la manera en que podemos, ¿no lo ves así? Posiblemente, mi padre enloquecería en caso de pasar con nosotros algo más de una semana.

 

»Yo no conozco las circunstancias de Mustang como las conoce mi hermano, por lo que no me atrevo a juzgarlo, pero parece ser un hombre noble. Y debe serlo si es que mi hermano se ha fijado en él. Lamento decir que las cosas no son solamente trabajo, Winry, sino, también, solidaridad. Mi hermano nunca ha sido capaz de darle la espalda a alguien que parece necesitar un poco de apoyo.

 

»Sin embargo, creo que piensa igual que yo: que Mustang debe aprender a separar su tiempo entre su trabajo y su hijo, ya que lo más importante que tiene es el pequeño Berthold, pero creo que teme enrollarse demasiado con él. La muerte de su esposa ha sido hace poco y debe de ser complicado adaptarse a eso de golpe, ¿no? Creo que ni siquiera ha tenido tiempo para negarlo.

 

Winry hizo un movimiento afirmativo con la cabeza mientras bajaba la palanca azul del tostador. Aunque no dijo nada más y pareció aceptar las palabras de Alphonse como una verdad única, el joven sabía que ese asentimiento solamente había sido para que cerrara la boca. Alphonse obedeció solamente porque no quería incomodarla como constantemente hacia Edward.

 

Escucharon la puerta de la habitación de Edward abriéndose, por lo que imaginaron que pronto lo tendrían entre ellos, así que inmediatamente cambiaron el tema de conversación.

 

Cuando Edward bajó a desayunar, el pan tostado estaba listo y humeando sobre una bandeja de aluminio, la tarta que Winry había llevado había sido colocada al lado de una jarra de fresco jugo de naranja y ella sacaba la mantequilla del refrigerador mientras Alphonse freía los huevos y el tocino. Edward se mostró un poco sorprendido ante semejante comitiva, pero parecía mucho más contento de lo que Winry lo había visto la última vez.

 

—Hola, Ed —saludó la muchacha, ruborizándose. Edward le sonrió a modo de respuesta mientras se sentaba. Parecía más cálido con ella de lo que había estado durante los últimos días, pero Winry fue capaz de percibir cierta esencia de desasosiego que hacia que el ambiente se volviera imperfecto—, te ves un poco cansado —comentó, como si se tratara de algo casual.

 

Edward torció los labios en una mueca que pretendía ser una sonrisa, pero malograda.

 

—Supongo que no puede dormir con la tormenta de anoche —mintió con descaro, provocando que Winry y Alphonse intercambiaran una mirada cómplice mientras el menor de los Elric comenzaba a poner los platos llenos de comida sobre la mesa. Winry se levantó para sacar los vasos de la alacena y Edward, que no se había percatado del gesto de los otros dos, se limitó a suspirar, consciente de que no estaba siendo sincero—. Fue un poco escandaloso, ¿no?

 

—Pues yo dormí como piedra —dijo Alphonse, frunciendo el entrecejo, aunque había pasado una hora entera antes de poder conciliar el sueño escuchando los forcejeos de Edward con las almohadas, el chirrido de los resortes del colchón cuando se levantaba y las constantes quejas y gruñidos que habían perdurado hasta la madrugada y que nada tenían que ver con la lluvia.

 

—¿Cuándo no? —protestó Edward, aceptando un vaso que Winry le ofrecía para servirse un poco de jugo. Hizo una mueca de asco cuando Winry también puso una botella de leche fresca sobre la mesa, muy cerca de su plato.

 

—Ah, Ed —susurró Winry, cautelosa, sentándose de nuevo. Alphonse hizo lo mismo poco después, inundando la cocina del ruido de las patas de las sillas arrastrándose por el piso y el tintineo de las cuchillos y tenedores golpeando los platos—, Al me ha comentado que sigues cuidando de ese pequeño niño, ah, ¿cómo se llamaba? —preguntó, haciéndose la desentendida, tocándose una sien con la punta del dedo. Alphonse bajó la mirada y respondió por Edward, que tenia la boca llena de tocino.

 

—Berthold.

 

—Ah, sí —dijo Winry, sonriendo, aunque su gesto parecía un poco forzado.

 

—Técnicamente —dijo Edward, sin levantar la vista de su plato—, quien cuidó de él fue Al, no yo —corrigió. Alphonse asintió con la cabeza, apoyando sus palabras, y procedió a dar un largo trago a su vaso con leche, algo que hizo que Edward pusiera una expresión de asco infinito nuevamente.

 

—Oh, vaya —siguió Winry, apegándose al hilo «desinteresado» de la conversación, aunque tenia las mejillas un poco rojas y cada vez que quería sujetar su tenedor, la mano le temblaba un poco. La luz opaca de la cocina hacía que su cabello se viera casi blanco. Su acostumbrado aroma floral se mezclaba con el de los alimentos sobre la mesa—. La verdad es que estoy un poco sorprendida. Cualquiera diría que ese tal Mustang podría conseguirse otra niñera en cualquier lugar, pero parece querer seguir acudiendo a ustedes, ¿no es así?

 

Parece —dijo Edward, quien de pronto sintió que un trozo de huevo frito se le atoraba en la garganta, impidiéndole el paso del aire. Era cierto que, hasta el momento, Mustang no había hecho ademán de responderle ni su llamada telefónica ni su mensaje de texto…

 

—Nosotros no tenemos inconvenientes con echarle un vistazo a Berthold, Winry, es un niño muy divertido —explicó Alphonse, quien había comenzado a comer muy rápido en caso de que los otros dos volvieran a pelearse, por lo que tenia un trozo de tocino insertado en los dientes de su tenedor y con la mano contraria sujetaba el vaso con leche.

 

Winry le sonrió. Sus mejillas, con cada segundo que pasaba, se ponían más y más rojas.

 

—Háblame de Mustang —susurró, dirigiéndose a Edward, quien puso los ojos en blanco: hablaba con él, pensaba en él, estaba seguro de que INCLUSO soñaba con él, y ahora también tenía que hablarle a las personas DE ÉL. Eso debía de ser alguna clase de castigo o insinuación—. No lo conozco físicamente, pero por alguna razón, siento como si lo hiciera. ¿Es guapo?

 

Edward estuvo a punto de inaugurar una de sus fosas nasales como fuente de jugo de naranja, pero sólo se contentó con escupirlo sobre la mesa, aunque un sabor agrio se le quedó impregnado en la garganta. Alphonse, por otro lado, sintió que las mejillas se le ponían rojas y comenzaban a arderle. Los hermanos intercambiaron una mirada. Winry, repentinamente, estaba sonriente.

 

Edward fue el primero en recuperarse de la impresión, por lo que chilló:

 

—¡¿Y quién demonios crees que se fija en eso?! ¡Es otro tío, por todos los cielos! —pero no pareció demasiado convencido, puesto que la frente y el cuello comenzaron a sudarle. Sus manos, colocadas a ambos lados de su plato sobre la mesa, fueron victimas de cierto temblor que se acrecentó cuando intentó fingir que no pasaba nada y sujetar nuevamente sus cubiertos.

 

—Bueno, yo soy una chica joven —se excusó Winry, encogiéndose de hombros, aunque la expresión sonriente de un momento antes había mutado a una desenfadada y resignada—, tengo derecho de fijarme en hombres apuestos, ¿no es así?

 

—Wi-winry —masculló Alphonse, cuyo rostro estaba igual de rojo que el de Edward.

 

—¿Qué tiene de malo que pregunte? —Se defendió la muchacha—. Edward, al menos dime si es atractivo. Entonces, la próxima vez que venga para que cuiden de su hijo, vendré también para conocerlo, pero deben avisarme con tiempo.

 

—¿Qué? —masculló Alphonse, azorado, mientras Edward levantaba una mano para cubrirse con ella la boca. Había estado a punto de decir «Sí, es atractivo, pero nada del otro mundo». Eso hubiera sido un error, un grave, grave error.

 

—Vamos, vamos, muchachos —insistió Winry, sin desanimarse ante las expresiones confundidas de los muchachos—. ¿Cómo es? ¿Amable? ¿Galante? ¿Seductor?

 

Seductor más que ninguna otra cosa pensó Edward, sin darse cuenta, sobre todo tomando en cuenta esos jodidos labios que tiene… y el color de sus ojos, su cabello despeinado… ese cuerpo que quita el hipo…

 

Edward sintió repentinamente el impulso de levantarse de la mesa, pero se contuvo, dando un pronunciado y ruidoso sorbo de su vaso con jugo. Sentía la frente perlada en un sudor pegajoso y caliente a pesar de que la mañana era fría. ¿Por qué demonios tenía que pensar en el jodido cuerpo de Mustang en esos momentos? ¿Por qué demonios Winry tenia que ponerse a hablar de eso, habiendo tantos otros temas de conversación?

 

—Winry, creo que no es sano que nos estés preguntando algo como eso —intervino Alphonse, dándose cuenta de la repentina desesperación de Edward, a quien le había dado un tic en la pierna izquierda—, después de todo, nosotros somos chicos. No entendemos muy bien los gustos de las mujeres.

 

—Vaya, que aguafiestas —siseó Winry, pero en el fondo, estaba contenta, aunque todo rastro de felicidad se le borró de la cara al darse cuenta de la repentina necesidad con la que Edward observaba la jarra con jugo de naranja, mientras su mente parecía estar en otro lugar.

 

Durante un momento, los tres muchachos fueron solamente acompañados por el sonido de sus cubiertos golpeando la porcelana de los platos y el de las tazas y vasos levantándose y volviendo a posarse sobre la mesa.

 

Edward se tranquilizó un poco cuando dejaron de hablar de Mustang, quien para esos momentos estaba bien incrustado en sus pensamientos, casi como si se tratara de una estaca. No quería que ese hombre ocupara su mente. No quería preocuparse por él ni quería sentirse angustiado por su culpa. ¿Qué podía hacer?

 

—Por cierto —llamó su atención Winry, hablando con mayor seriedad—, ¿les había comentado que la casa al lado de la nuestra en la calle principal ya ha sido rentada? Creo que se trata de un matrimonio con muchos niños. Se mudan por la tarde. Mi abuela y yo planeábamos hacerles una visita de bienvenida, así que por eso horneamos pasteles —dijo, señalando la tarta que había llevado para disculparse con Edward—, ¿no les gustaría venir con nosotras?

 

Alphonse se mostró entusiasmado, Edward, no.

 

—A mí me gustaría. Ya he terminado con todos mis deberes, así que yo las acompañaré, Winry —prometió, sonriente, girando de inmediato el rostro para contemplar a Edward, que parecía un poco reticente mientras untaba con mantequilla una rebanada de pan tostado—. Hermano, ¿tú no vienes?

 

—Yo tengo trabajos para entregar pendientes, Al, pero no te preocupes por mí: ve y diviértete un poco. Pero no olvides traerme un poco de tarta —dijo, mordiendo el pan con mantequilla mientras le echaba una mirada coqueta al pie de manzana que Winry había llevado. La muchacha pareció sinceramente decepcionada ante su negativa.

 

—Bueno —aceptó Alphonse, más contento. Aunque no lo demostrara, hablar de Mustang le afectaba tanto como al mismo Edward, porque él mejor que nadie sabia lo que ese brillo que se formaba en los ojos de su hermano mayor cuando se mencionaba al oficial de policía no tenían nada que ver con la solidaridad de la que le había estado hablando a Winry, sino con otra cosa.

 

Cuando terminaron de desayunar, Edward se desperezó antes de subir a su habitación, dejando que Winry y Alphonse recogieran la mesa. Había comido generosamente y pensó tomarse un rato de descanso antes de ponerse a trabajar en los reportes y ensayos que tenia que entregar al día siguiente.

 

Sin embargo, en cuanto se sentó en la cama, su mente comenzó a volar en demasiadas direcciones a la vez y todas relacionadas con Mustang. ¿Qué si era atractivo había preguntado Winry? Edward, de cierto modo, sintió que eso se quedaba corto dentro de una descripción. Las rodillas comenzaron a temblarle y tuvo que recostarse sobre contra los almohadones y cubrirse la cara con las manos antes de perder la razón.

 

¿En verdad no volverían a verse? ¿Mustang no lo buscaría más ni le llamaría por teléfono? ¿No volverían a conversar? ¿No volverían a pasar tiempo juntos? ¿Por qué demonios eso le parecía tan malo? ¿Por qué se sentía tan desanimado y expuesto? ¿Y por qué demonios Mustang cortaba las cosas tan repentinamente?

 

Le hubiera gustado mucho saberlo. 


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