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Seducido por un idiota por PruePhantomhive

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CAPÍTULO 20


Sentimiento no reconocido


Alphonse dejó el balde con agua jabonosa al lado de la mesa, tomó la jerga mojada y comenzó a limpiar la superficie del mueble. La mirada de Edward estaba clavada en su espalda.


—Hermano, ¿puedo preguntarte algo? —dijo el menor de los Elric con voz serena, sin detener su trabajo.


Edward se aclaró la garganta con un ruido desesperante y se acomodó mejor en el sillón. Tomó un cojín y lo colocó sobre sus piernas. Había comenzado a llover y un viento gélido se colaba por debajo de la ventana y le arañaba la espalda. Los hermanos eran acompañados únicamente por el sonido de las gotas y el de sus voces.


Edward sabía de antemano lo que su hermano quería preguntarle.


—Claro —respondió temeroso—, ¿qué pasa, Al?


Antes de externar sus dudas, Alphonse dejó de tallar la mesa con el paño mojado y separó los labios para halar aire por la boca y después dejarlo ir por la misma vía. Su corazón latía con la fuerza de una docena de caballos desbocados, sus manos estaban temblando, sus mejillas lucían un chispazo de color rojo y su mente le gritaba «¡DETENTE!», pero por más que luchó no pudo hacerle caso.


Eso era algo que necesitaba saber. Y Edward también necesitaba darse cuenta en caso de que las cosas fueran como él las estaba imaginando.


—Si fueras a perderte en una isla desierta —comenzó Alphonse, dándose cuenta de que con esa metáfora solamente complicaría las cosas, pero sin poder evitarlo por el bienestar de su propia salud mental— y se te permitiera llevar a una única persona contigo para pasar el resto de tus días con ella, ¿quién sería: Winry o Roy Mustang?


Silencio.


El sonido de la lluvia crepitaba en sus oídos como si la tormenta se desarrollara dentro de sus cabezas. Agua, agua, agua… una fuerte corriente de pensamientos comenzó a fluir en el interior de la mente de Edward con la potencia de una cascada.


—Te elegiría a ti, por supuesto —respondió Edward después de dudar durante largos segundos en los que su corazón se estrujo con dolor un par de veces.


A pesar de que estaba sonriendo, la pérdida de color de sus mejillas indicaba que estaba sufriendo, al igual que la pérdida de luz de su mirada. Posiblemente Alphonse había hecho la pregunta de  manera equivocada, pero una vez llegados a ese punto, había muchas cosas que le hubiera gustado averiguar sobre la extraña relación de su hermano mayor con Mustang.


—¡Sabes que no es eso lo que te estoy preguntando! —exclamó exaltado, sin girarse a observar a su hermano. Pasó el paño húmedo por la mesa un par de veces, como si eso le ayudara a aclarar sus ideas—. Ahora respóndeme la misma pregunta de forma correcta, ¿de acuerdo? Entre Winry y Roy Mustang, ¿a quién elegirías para llevar a una isla desierta?


De nuevo, silencio. Sonido del continuo fluir del universo por medio de una tormenta, como si los problemas románticos de un muchacho de dieciocho años no fueran lo suficientemente graves para detenerlo.


Edward se levantó del sillón sin darse cuenta, provocando que el cojín que tenia sobre las piernas se precipitara hacia el suelo. El libro que había estado leyendo antes de llamar a Mustang por teléfono había quedado abandonado sobre los mullidos colchones del sofá, al igual que su teléfono móvil de caratula roja.


Pensó en enojarse y en salir airadamente de la habitación como la mejor de las respuestas de las que podía disponer, pero se dio cuenta de que Alphonse no se estaba burlando de él al preguntarle, sino todo lo contrario: su hermano menor solamente se preocupaba por su bien, como siempre, así que intentó sincerarse con él, pero era algo complicado tomando en cuenta que ni siquiera él mismo sabia a ciencia cierta lo que estaba sintiendo.


Winry. Di que escogerías a Winry y a eso se resumirá tu existencia a ojos de Al. Él no tiene porqué saber… él no va a saber en lo que te has convertido por culpa de Mustang: una piltrafa humana sin pies ni cabeza.


—Yo… ¡Ay, Al, es obvio que elegiría…! ¡Yo escogería a…! —A Mustang, no me preguntes por qué—. A nadie.


Alphonse tragó saliva al escuchar la respuesta de su hermano, que había sonado sincera a pesar de la desesperación que maculaba su voz. Terminó de limpiar la mesa y, una vez la superficie de madera quedó libre de cualquier mancha, arrojó con suavidad el trapo dentro del agua sucia del balde, en donde se hundió lentamente después de absorber suficiente líquido.


Las lámparas de la sala estaban apagadas y el día poco a poco se quedaba sin luz debido a la tormenta repentina. El rostro de Edward, oculto por el destello blanquecino que lograba atravesar la cortina de la ventana a sus espaldas, lucía como el de un zombi acabado de salir de la tumba. Estaba tan ojeroso y despeinado que parecía ser la cáscara del verdadero Edward, endureciéndose con lentitud, esperando el momento en el que podría resquebrajarse por completo.


—¿Por qué no llevarías contigo a nadie? —preguntó Alphonse, levantándose con gracilidad después de sujetar la agarradera de la cubeta de metal para sacarla de la habitación que, una vez limpia, lucía espectacular, sin las bolsas de papas fritas arrojadas sobre el suelo, las páginas de libretas arrancadas y tiradas sobre los sillones y, sobre todo, sin las manchas de dedos y comida que eran inevitables sobre la mesa.


Edward dio un paso hacia atrás, dispuesto a sentarse nuevamente para no perder el poco equilibrio que le quedaba. Era imposible que se rompiera internamente de esa manera solo por una pregunta inocente.


Inocente…


Y era extremadamente necesario que respondiera para poder aclararse las cosas a sí mismo de una vez por todas, pero no quería llevarse entre las piernas a Alphonse. Era obvio que el menor de los Elric ya se imaginaba algo, un hecho demasiado delicado que bastaba para llenarlo de pánico.


—Bueno, Winry es nuestra mejor amiga desde que éramos unos niños, siempre la hemos querido y protegido como si fuera nuestra hermana menor —comenzó, dejándose caer sobre el sillón. Sintió el golpe de viento helado proveniente de la ventana acariciándole el cabello y la nuca ésta vez. Sentía como si su cuerpo se hubiera vuelto de yeso repentinamente—, sus padres también nos quisieron mucho y la abuela nos ha apoyado en todo desde la muerte de nuestra madre y la cobarde huida de Hohenheim, incluso con nuestra decisión de mudarnos a la ciudad, porque aunque no lo diga, ellas nos siguieron para protegernos, así que no es poco por lo que le estoy agradecido.


»Sin embargo, tiene su temperamento, así que no seria conveniente llevarla conmigo a una isla desierta a sabiendas de que puede perseguirme por toda la circunferencia de ésta con una llave inglesa en caso de que no haya más que cocos para comer y yo no sepa construirle una casa decente, así que la decisión de no llevarla la hago por mero instinto de supervivencia.


Y sin embargo, hace un par de meses sin duda alguna la hubiera elegido a ella…


Alphonse rió, acercándose al interruptor de la luz para encender la pequeña lámpara de araña sobre sus cabezas. El baño de luz dorada que cayó sobre ellos arrancó destellos dorados a las matas de cabello rubio de los dos muchachos. El menor de los Elric se sintió un poco preocupado al contemplar bajo esa nueva iluminación el rostro de su hermano, quien realmente parecía angustiado.


Se sentó en el sillón de una sola plaza para no incomodarlo al invadir su espacio personal mientras se animaba a hablar de algo tan privado. Aunque la pregunta fuera sencilla, las cosas complicadas no podían ocultarse del todo detrás de ese simple disfraz.


Edward separó los labios. Los dientes le castañeaban y las piernas le temblaban con un tic nervioso, pero estaba seguro de que eso no tenía nada que ver con el hecho de que la lluvia estaba provocando que bajara la temperatura de la habitación. Su sistema nervioso estaba trabajando a gran velocidad. Algo dentro de su cabeza le pedía que guardara silencio para no hacer las cosas más grandes, pero ya era imposible parar. Se volvería loco si no hablaba de eso con alguien.


—¿Y a Mustang? —preguntó Alphonse, entornando un poco los ojos un poco. De pronto, Edward sacudió el rostro para ocultarlo mucho mejor tras los largos flequillos de cabello rubio. La antena en la punta de su cabeza se meció suavemente con el movimiento repentino.


—Parezca lo que parezca: él es la peor de mis opciones, Al —respondió después de una larga pausa. Alphonse sintió como si se hubiera tragado un limón: ¿era su impresión o su hermano acababa de ruborizarse?


—¿P-por qué, hermano? —tartamudeó, apretando los dedos sobre uno de sus muslos, haciéndose daño.


Edward se cubrió los ojos con una mano estremecida dramáticamente, aunque no lo hizo de manera consciente. Su boca estaba abierta y sus labios vibraban con la misma ligereza que sus dientes, que ya no podían chocar entre sí.


Sin que lo esperara o evocara por sí mismo, la imagen de Mustang sentado en el borde de su cama le vino a la mente y, en contra de su voluntad, atrajo también el recuerdo de la sensación de sus manos cerrándose con fuerza sobre sus hombros, de sus labios acercándose a los suyos e impactando aquella primera vez.


Se sintió como si en verdad las manos de Roy estuvieran sobre sus hombros, aferrándolo, apretándolo y haciéndole daño. Un sonido quejumbroso escapó de su boca.


No pienses en eso, no pienses en eso, no pienses en eso.


Y entonces, estaba en el interior del auto de Roy, con él justo enfrente de su cara, apretándole los brazos con esas mismas manos de antes, mientras le explicaba porqué no se atrevía a conseguir a otra persona que se hiciera cargo de Berthold. Y las piernas de Edward perdieron fuerza de la misma forma que aquella vez y algo en su estómago comenzó a ronronear como un gatito siendo acariciado en el mentón.


Su sangre estaba hirviendo. Su piel sentía frío. Su cuerpo, su mente y su alma parecían haber dejado de hacer clic durante un momento y danzar cada uno en su propio espacio, evitando chocar entre ellos.


—Porque no, Al. Desde cualquier punto de vista, él me vuelve loco. A veces no consigo dormir pensando en él. Todo pierde sentido. Es un asco —dijo de forma atropellada. Se estaba estremeciendo tanto que le era casi imposible coordinar sus palabras con el castañeo de sus dientes—. Es mentiroso, manipulador y cree que tiene al mundo en su puta mano, además, es un idiota redomado.


Alphonse sonrió con cierta melancolía. Edward estaba rehuyendo su mirada de una forma bastante inefectiva.


—A pesar de todo eso, hablas de manera muy apasionada de él. Debe de gustarte al menos un poco para que lo critiques con una molestia todavía más grande de la que sueles emplear al hablar de Winry —susurró, jugando con los cordones de su sudadera—.  Abre los ojos, hermano. Desde el momento en el que sentiste un poco de piedad por ese hombre, vi que algo en tu corazón estaba cambiando. Te estás…


—¡Aquí nadie se está enamor…!


—Humanizando —terminó Alphonse, interrumpiendo a Edward.


Se hizo el silencio entre ellos de nuevo. La tormenta arreció y el granizo aporreando las ventanas de la casa sonó como el grito de guerra de todas las emociones que Edward estaba experimentando en ese mismo momento.


Alphonse, que era más inteligente que su hermano en todo aquello que tenia que ver con las emociones de los demás, se quedó estático un segundo, sonriendo con resignación: Enamorando. Aquí nadie se está enamorando.


No, claro que no. ¿Ya para qué? Una vez hundido por completo en las arenas movedizas, era imposible salir a la superficie.


—¿Qué te parece si hago sándwiches para cenar y tu pones una película? Con esta lluvia no tenemos muchas opciones —propuso, levantándose y echando a andar hacia la cocina mientras Edward parecía feliz de poder salirse por la tangente.


—¡Perfecto, me parece perfecto! —exclamó, parándose de su asiento también para acercarse al mueble del televisor para buscar una película de acción: esas siempre le ayudaban a combatir el estrés.


 


Roy no durmió esa noche, pero por primera vez en mucho tiempo sus pensamientos no tuvieron nada que ver con Riza y la vida que pudieron haber compartido en caso de tomar mejores decisiones.


El tamborileo de las gotas de lluvia contra el cristal de su ventana era el acompañamiento perfecto para la voz de Edward gravada en el interior de su cabeza, resonando contra las paredes de su cráneo como si se tratara de un eco.


Él… ¿estaba decepcionado? Esa era la impresión que le había dado mientras charlaban por teléfono. En ese primer instante, Roy no identificó esa emoción problemática en la voz del joven de cabello rubio, pero ahora que se encontraba en la calma de su recámara y podía pensar con toda la libertad del mundo, se preguntaba si habría dañado los sentimientos de Edward.


Él fue quien me pidió conseguir a alguien más protestó una voz terca dentro de su cabeza, apagando el sonido de la de Edward por un segundo, mismo tiempo durante el cual fue incapaz de seguir escuchando el ruido de la tormenta, como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido. No comprendo de qué se queja ahora.


Pero, a pesar de todo, Roy había considerado durante un momento la posibilidad de decirle que cancelaria su trato con Kate para permitir que su hermano menor, Alphonse, se hiciera cargo de Berthold. Él también tenía inconvenientes con dejar a su pequeño hijo en las sedosas manos de una mujer que, si bien había compartido su cama, le era completamente desconocida en otros aspectos a pesar de su voz enamorada a través del teléfono.


Sonrió melancólicamente en la penumbra de la estancia. ¿Desde cuándo se había convertido en esa clase de hombre meticuloso que desconfían incluso de las buenas intenciones de una dama? Él, que siempre había sido un coqueto imparable, tenia sus propias costumbres y creencias con respecto a las mujeres y, habiéndose criado con una especialmente serena, directa y fuerte, el primero de sus instintos era siempre tenerles confianza, al menos hasta que fuera inevitable darse cuenta de que ellas no eran dignas de semejante buen trato, por supuesto.


Aún estás a tiempo… dijo la misma voz cotilla en el interior de su cabeza. Esa, personalmente, era una frase escalofriante para él: desde lo ocurrido con su esposa, no había un solo día en el que se despertara sin pensar de manera pesimista en esa oración tan simple y agobiante a la vez. Si tan sólo le hubiera pedido que permaneciera a mi lado aunque tuviera que deshacerse de todas mis aspiraciones y mis sueños de grandeza… si tan sólo hubiéramos luchado un poco más por ser la familia perfecta que ella siempre deseó… A veces se daba cuenta de que, pensando esa clase de cosas, se obligaba a llevar a cabo diversas acciones que le causaban verdadero pesar, como cepillarle el cabello a Berthold a pesar de que el niño no parecía tener incomodidad con llevarlo despeinado o prepararle un poco de jugo de naranja antes de llevarlo a casa de Maes, en donde sabia que Gracia le daría de desayunar de forma mucho más asertiva que él…


Esa era la causa de que obedeciera a Edward cuando le pedía que se comportara como un padre más responsable a pesar de que algo en su interior le gritaba que no tenia porqué obedecer las exigencias de un enano mandón o las peticiones de Maes de conseguirse a alguien más. No quería relegar cosas que él consideraba importantes por culpa de sus deseos nunca más.


No quería volver a pensar cosas como Al diablo con Berthold de manera inconsciente para después sentirse increíblemente mal. Estaba poniendo todo lo que tenia de su parte para convertirse en una mejor persona. Incluso para sí mismo.


Cuando vio los primeros rayos de luz matutina colándose a través de sus cortinas, se dio cuenta de que no valdría la pena seguir intentando conciliar el sueño. Se sentó en la cama, con las piernas cubiertas por las sábanas de color arena y el grueso cubrecama café. Observó la sombra luminosa del amanecer extendiéndose poco a poco por el pedazo de cielo que alcanzaba a ver a través del encaje de las cortinas.


Sólo tendría que alzar su mano, tomar el teléfono de la mesilla y marcar el número telefónico de Edward para decirle que aceptaba que Alphonse cuidara de Berthold y tal vez aclararle que no tenia nada que ver con Kate desde hace años… y tal vez proponerle que dejaran a Berthold con Alphonse toda la tarde y ellos escaparse por ahí, a caminar bajo la lluvia o a tomar un cappuccino en algún pequeño café escondido entre los grandes edificios de la ciudad.


Pero no, eso sería seguir actuando de manera impertinente. Con dificultad, comenzó a hacerse a la idea de que tal vez era mejor que Kate cuidara de Berthold… de manera permanente en caso de que ella tuviera la oportunidad.


Salió de la cama y, sin perder tiempo, fue a tomar una ducha rápida para comenzar el día.


 


Ella era realmente hermosa.


De una manera particular y poco voluble, era tan encantadora como una rosa roja, pues poseía esa clase de belleza que Roy encontraba muy pocas veces, por lo que le fue inevitable observar cada detalle de su escultural figura, desde los pies a la cabeza.


—Roy —sonrió ella con dulzura después de abrirle la puerta. Sus labios estaban pintados de rojo y su largo cabello negro le caía en cascada por la espalda. Roy recordó vagamente el color blanco como la leche de su espalda mezclándose con esa tonalidad negra azabache de su cabello que recordaba a una noche nevada.


Se besaron en las mejillas a modo de saludo y, a continuación, Kate se acuclilló, a pesar de que su apretado vestido de color azul oscuro la privaba un poco de movimiento, y posó una de sus manos sobre la cabeza de Berthold, acariciándolo con suavidad por encima del gorro de lana.


—Él es mi hijo, su nombre es Berthold —explicó Roy, quien esa mañana había tenido problemas para convencer al niño de que pasaría el día entero en una casa desconocida, con una persona igual, y no con Gracia y Elicia o, en su defecto, con Alphonse o Edward. Durante hora y media, había tenido que luchar con todas sus fuerzas contra un berrinche que casi le había destrozado los tímpanos—. Está un poco desacostumbrado a las personas, así que, te lo suplico, sé amable con él.


—Oh, claro, claro —sonrió Kate, dándole a Berthold un beso en la mejilla, manchándolo de lápiz labial. El niño, que tenía un rostro espantado, levantó una mano para limpiarse con los dedos la zona en donde los labios de ella se habían posado. Roy fingió no darse cuenta de eso. Kate rió—. ¿Puedo preguntarte en dónde se encuentra su madre? —inquirió la muchacha, levantándose también, aunque con un poco de esfuerzo debido a sus altos tacones.


Roy sintió que algo duro se apretaba en su pecho.


—Ah, ella… verás… ella… murió.


Kate separó un poco sus labios rojos al escuchar sus palabras y frunció el entrecejo, apenada. Levantó una mano y la posó con suavidad en el hombro de Roy, quien sintió el impulso de alejarla con un manotazo así como Edward había hecho con él cuando había intentado tocarle el cabello…


No.


—Lo siento mucho, Roy —susurró la mujer, alejando su mano del hombro de Mustang para inclinarse después y ofrecérsela a Berthold, quien estaba aferrado al pantalón de su padre con ambas manos—. Vamos, pequeño, hoy me haré cargo de ti hasta que tu padre venga a buscarte. Jugaremos a lo que quieras y te puedo preparar galletas, ¿quieres?


Berthold levantó el rostro para observar el de su padre en busca de aprobación. Roy asintió disimuladamente con la cabeza. La situación se estaba tornando más complicada de lo que había imaginado, como aquella vez en la que había tenido que dejar al niño en casa de los Elric por primera vez y Berthold había preguntado si volvería por él… no era tan simple. Detestaba la posibilidad de que su hijo pensara que lo estaba abandonando.


—Bueno —aceptó Berthold por fin, dándole la mano a Kate para entrar en la casa. Ella le sonrió a Roy, curvando sus perfectos labios pintados de rojo en plena armonía.


—No te preocupes: cuidaré bien de él.


—Gracias —aceptó Roy, con una opresión latente en la boca del estómago, para después mencionarle que, en caso de tener problemas, podía llamarlo al móvil en cualquier momento. No creyó que fuera necesario decirle los números telefónicos que generalmente le ofrecía a Edward, puesto que Gracia estaría fuera de su casa con la pequeña Elisia y no podrían ofrecerle su apoyo.


Comenzó a pensar que esa página en la agenda «de la casa» (en dónde sólo había números serios y no los de las chicas con las que solía encontrarse) la había hecho pensando especialmente en Edward Elric después de decidir que éste sería el niñero de su hijo pequeño: por experiencia propia, sabía lo inútiles y desesperados que los hombres podían ser al ponerse nerviosos, pero en contra de todas sus expectativas, Edward no había hecho más que darle una buena impresión.


Una muy buena impresión.


Se despidió de Kate no sin antes darle un último vistazo a Berthold, quien ya no parecía tan angustiado por la promesa de su ausencia próxima, y giró sobre los talones para ir nuevamente a su auto.


Una vez sentado en el asiento del conductor, resguardado en la calidez de esa cabina metálica con olor fresco y agradable, se preguntó si sería demasiado tarde para arrancar al niño de las manos de uñas rojas de esa atractiva dama y llevarlo al resguardo de los brazos de Alphonse Elric…


Algo que implicaba un posible encuentro con el hermano mayor de éste.


 


Apenas abrió la puerta de la oficina, se dio cuenta de que un olor penetrante en ésta perturbaba la monotonía a la que estaba acostumbrado desde hace años. Algo dulce y a la vez salobre inundaba con su perfume la habitación.


Tuvo un segundo para parpadear antes de darse cuenta de que Breda estaba encaramado sobre su escritorio, lanzando patadas hacia atrás mientras algo le gruñía y Fuery se quejaba en voz alta; Falman y Havoc, retirados, estaban envueltos en sus propias circunstancias y fingían no darse cuenta de que su superior había llegado y observaba con sorpresa la actitud de uno de sus subordinados.


—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —exclamó con fuerza, intentando hacerse oír por encima de las quejas de Breda («¡No te acerques, hazte a un lado! ¡Quítate de aquí, cosa horrenda!»). Fuery levantó la cabeza para explicarle las cosas, pero Roy las había comprendido casi de inmediato al ver la caja de cartón colocada debajo de la mesa en donde tenían la cafetera y los ingredientes para preparar té o café.


El plato de aluminio brillaba con la luz grisácea que entraba por las ventanas, al igual que su contenido líquido. Había croquetas tiradas en el suelo a su lado. El perro ladró.


—Pues verá, señor: no encontré a nadie que se hiciera cargo de él en mi departamento, así que pensé en dejarlo en los jardines de la jefatura, pero está lloviendo y pensé que eso no era humano de mi part… ¡Black Hayate, no hagas eso! ¡Mal perro, MAL PERRO! —Gritó cuando el animal se apartó de la mesa de Breda, a quien había intentado dejar de morderle los pantalones, y corrió hacía Roy, quien por un momento sintió el impulso de echar a correr hacia su propia mesa para encaramarse en ella al igual que Heymans.


En menos de un segundo, Roy tuvo las poderosas patas delanteras del perro apoyadas en su pecho y su espalda golpeada contra la pared. La lengua babosa del animal se restregó por su mejilla derecha con repugnante diligencia. Quiso apartarlo con un empujón, pero no fue necesario, puesto que Havoc se había adelantado y, sin miramientos, había sujetado al perro del collar rojo que llevaba al cuello y lo había arrastrado sin esfuerzo hacia atrás.


Roy, con las mejillas coloradas, sacó su pañuelo del bolsillo para limpiarse la baba. Aunque generalmente le gustaban los perros (motivos bizarros reservados para sí mismo), esa clase de acciones solían ponerle los pelos de punta y llenarlo completamente de repugnancia, pero se abstuvo de estremecerse demasiado delante de sus hombres.


—¡Oh, Fuery, yo cometeré actos inhumanos contra cierta persona si no sacas a ese perro ahora mismo de aquí! —exclamó, restregándose todavía el pañuelo blanco por la cara mientras caminaba a su escritorio.


Black Hayate lloraba de desesperación al querer acercarse a él, pero Havoc seguía aferrando su collar con fuerza indiferente.


—¡Pero, señor…!


—¡Ahora!


—Pero la teniente Hawkeye no habría permitido… es decir, sí, ahora mismo, señor. Vamos, Black Hayate —dijo el muchacho al observar la mirada en los ojos de Roy al escuchar el nombre de su esposa.


Una vez Fuery hubo caminado hacia el animal para arrancar su collar de las manos de Havoc, cuyo cigarrillo amenazaba con desprenderse de su boca si no volvía a sujetarlo entre sus dientes, y salido de la habitación, Breda bajó de su escritorio, se sentó en la silla y comenzó a trabajar nuevamente. Falman se acercó a la mesa de la cafetera para prepararse un poco de café y Havoc se aclaró la garganta con un ruido rasposo mientras se sentaba al lado de Breda.


Roy, por otro lado, metió la mano al bolsillo de su chaqueta azul para tomar su móvil y su cartera, la cual acostumbraba guardar en los bolsillos de su pantalón, pero ese día la había colocado en otro sitio por error. Instintivamente, la abrió.


Ahí estaba la única fotografía familiar que poseía a manera de recuerdo de lo maravilloso que alguna vez había tenido. Y ella, con una sonrisa deslumbrante, tomada de su brazo, era tan hermosa…


Cerró la cartera de golpe. Le hubiera gustado tener más recuerdos como esos, pero esa había sido la única vez en la que se había prestado, dos años atrás, a comportarse como un verdadero padre de familia… ojalá… ojalá lo hubiera hecho más veces.


Ojalá hubiera permanecido a su lado.


¡Mierda!


—Falman, me harías un gran favor si me prepararas una taza de té muy cargado, por favor —siseó, dándose cuenta de que una irritación insoportable se estaba apoderando de sus globos oculares y de que sus manos temblaban con ligereza. Algo en su interior se estaba rompiendo.


Deseó poder hablar con Edward, pero hubiera sido estúpido enviarle un mensaje de texto a sabiendas de que era posible que estuviera en clases en esos momentos. Respiró profundo, intentando vencer al miedo que comenzaba a extenderse por todo su cuerpo.


Repentinamente, se había dado cuenta de que estaba más solo de lo que se había imaginado en un principio. Y esa era la sensación más dolorosa y agonizante que jamás hubiera experimentado en su vida, muy aparte del horror de haber perdido al amor de su vida… su Riza.


 


Edward comenzó a hacer chasquear sus nudillos mientras el profesor impartía la clase. Él no le estaba prestando atención, sino que estaba concentrado en el constante movimiento de las piernas de su compañero, quien había apoyado las puntas de los pies en la rejilla metálica de su silla, espacio designado para colocar los libros o mochilas, y se sacudía espasmódicamente, provocando que Edward se moviera al mismo ritmo.


Cuando no pudo soportarlo más, tiró un manotazo a la pierna de Ling Yao.


—¡Deja de molestar! —ladró entre dientes.


—¡Cállate! ¡Me muero de hambre y ésta clase es una verdadera pesadilla! —Se defendió el muchacho con sorna—, dime, ¿no traes contigo un bocadillo?


—Tengo una barra de goma de mascar, pero…


—¡Comida!


—¡No es comida, estúpido! —berreó con los dientes apretados. El profesor, un hombre entrado en años de cabello cano, seguía hablando con su vocecilla jadeante, sin darse cuenta de que ellos dos estaban hablando.


La clase de Historia Universal siempre era tranquila, pues el profesor hacia lecturas (interminables) durante las que esperaba que los alumnos tomaran apuntes, sin embargo, era más común ver a unos cuantos (aquellos que se sentaban en las hileras traseras) dormidos sobre las bancas y a otros pasándose mensajes escritos en hojas de papel de manera disimilada.


Algunas chicas aprovechaban para retocarse el maquillaje y los chicos, que eran más cínicos, se quedaban perfectamente bien sentados en su silla, agitando las melenas al ritmo de la música que sonaba a todo volumen en sus audífonos.


Edward era el único alumno que podía presumir de prestar completa atención… A veces. Pero casi no lo hacia desde que Mustang se le había metido en la cabeza como único tema de pensamiento.


Sacó la goma de mascar de su mochila y se la entregó disimuladamente a Ling, quien no tuvo la misma cautela al romper el papel encerado que envolvía la pequeña y delgada barra y tampoco al echársela a la boca para masticarla. Edward se arrepintió de habérsela dado: el sonido chasqueante en sus oídos comenzó a ponerlo de malas.


Observó su reloj y se preguntó si Mustang ya se habría encontrado con la mujer que cuidaría a Berthold. Era probable que sí.


Unas agruras desagradables comenzaron a recorrerle la garganta y el paladar al recordar que Mustang había mencionado que él y esa mujer se conocían desde antes. ¿Una novia, quizá? Esa posibilidad le heló la sangre y provocó que se olvidara del sonido que provocaban las mandíbulas de Ling al mascar el chicle.


Se dio cuenta de que estaba tenso cuando quiso acomodar mejor su brazo sobre la mesa y todos sus músculos parecieron protestar. ¿Por qué le molestaba tanto la posibilidad de que Mustang pudiera encontrarse con alguien más? Y, sobre todo, ¿por qué no había podido dejar de pensar en lo mucho que necesitaba hablar con él y tenerlo cerca?


Aquí nadie se está enamorando…


Nadie…


Nadie. 


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