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Seducido por un idiota por PruePhantomhive

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CAPÍTULO 21


Demasiado complicado


El primer periodo de clases terminó y Edward no tuvo idea de porqué terminó arrastrando a Ling fuera del salón, siendo seguidos de cerca por Lan Fan, la eterna acompañante del muchacho asiático.


—Si te mueres de hambre durante las clases, ¿por qué demonios no traes algo para comer contigo? Un paquete de galletas, un sándwich, un dulce, un bocadillo… —preguntó mientras bajaba las escaleras hacia la segunda planta, en donde estaba la cafetería, sin preocuparse demasiado por que las piernas de Ling Yao golpearan los peldaños de manera violenta detrás de él—. ¡Camina bien!


—Sí, pero —protestó el joven, cuyo uniforme desaliñado se arrastraba— deja de hablar de comida, por favor. ¡Dame comida, Edward!


Edward puso los ojos en blanco. Subió los peldaños de acero reforzado hacia la cafetería, tirando de los brazos de Ling que colgaban de sus hombros, y lo llevó a rastras hasta una de las mesas desocupadas al final de la cafetería, dejándolo caer de golpe sobre uno de los banquitos altos, recibiendo una mirada fulminante de parte de Lan Fan.


—Ya, basta. Ve a comprarle algo —le dijo Edward a Lan Fan, acomodándose mejor el bolso en el hombro, frunciendo el entrecejo al mismo tiempo que buscaba con la mirada una mesa vacía en medio de la concurrencia de personas que llenaban el lugar. No le gustaba pasar tanto tiempo cerca de Ling: eso significaba una perdida monetaria constante—, yo me largo.


Ling hizo un esfuerzo sobrehumano para levantar el rostro y observar a Edward. Lan Fan se había marchado a cumplir la orden de su compañero de clases, aunque no lo hacia porque tuviera muchas ganas de obedecer, sino porque Ling solía desfallecer cuando pasaba más de dos horas sin probar alimento.


—¿No te quedas con nosotros?


—No.


—¿Y quién va a pagar la cuenta, eh?


Edward frunció el entrecejo y se contuvo para no comenzar a gritarle y a apuntarlo con el dedo. Aunque Ling y Lan Fan no eran su compañía favorita en horario de escuela, debía admitir que, en ausencia de Alphonse (que en esos momentos debía de estar disfrutando de un buen programa de televisión en casa de la abuela, comiendo tarta de manzana) eran una buena distracción para no pensar únicamente en Mustang.


Por un momento, pensó en la posibilidad de quedarse a desayunar con ellos para compartir un poco más de tiempo con otras personas que no fueran Alphonse, la abuelita Pinako, Winry o Mustang y Berthold.


Se sentía patético: tenia dieciocho años y, a lo largo de su vida, sólo se había dedicado a alejar a los demás, no porque ansiara la soledad o porque se sintiera cómodo viviendo en el sufrimiento que ésta conllevaba con eventualidad, sino porque nunca había encontrado a alguien lo suficientemente fuerte, como el mismo Alphonse, para soportar su orgullo y tomar las riendas de su persona a su lado.


Por alguna extraña razón, sentía que ese sujeto podía ser Roy Mustang, pero algo en el interior de su pecho le decía que eso no era lo correcto. En más de mil sentidos.


Derrotado, se dejó caer en la silla enfrente de Ling, observando el mantel de la mesa. Ling levantó la cabeza nuevamente y clavó sus ojos como rendijas en él. Ellos no eran amigos y nunca habían pretendido serlo, pero al menos podían autodenominarse hermanos de la misma soberbia y terquedad. Nunca hubo silencios lo suficientemente incómodos entre ellos como los que Edward solía mantener con los demás.


—Desde hace unos días, Edward, te noto un poco distante —comentó Ling con un murmullo hambriento que Edward casi no pudo escuchar puesto que el estómago del joven de cabello negro rugía con la misma fuerza de un león—. Estás pálido y distraído. ¿Seguro que te has recuperado completamente de esa gripe que te dio hace poco?


—Tonterías —susurró Edward, sintiendo como sus uñas se clavaban en la palma de su mano: esa conversación no la había tenido con Alphonse el día anterior y, si bien sentía que las entrañas se le desgarraban al mantener semejante silencio con respecto a sus perturbaciones, no sustituiría a su hermano como confidente con Ling Yao, un tipo que, como él mismo, muchacha siempre de parte de sus propias conveniencias—. No tengo nada, estoy bien. Demasiado trabajo, eso es todo.


—Ah, vaya —suspiró Ling, viendo como Lan Fan regresaba hacia ellos con los brazos llenos de paquetes de alimentos y latas de soda. Por supuesto, todo eso era para él—. Me imaginaba que eran otras cosas, ¿sabes? Últimamente gritas menos, pero pareces más nervioso. Te exaltas con facilidad y a veces observas por encima de tu hombro como si alguien te estuviera persiguiendo. ¿Tienes la consciencia sucia?


—¡¿Pero qué estás diciendo, estúpido?! ¡Aquí quien más sucia debe de tener la consciencia eres tú! —exclamó Edward, levantándose de un salto de la silla, apuntando al joven con un brazo mientras mantenía el puño cerrado. Estuvo a punto de darle un golpe a Lan Fan sin querer, pero la chica lo esquivó ágilmente, sin librarlo de una mirada fulminante.


—¡¿Lo ves?! —se defendió Ling, revolviendo entre los paquetes que Lan Fan acababa de dejar sobre la mesa. Eligió el más grande de todos y comenzó a romper la envoltura de papel, liberando un trozo de pan glaseado al que le dio un mordisco sin dudar—. Cálmate, cálmate —dijo con la boca llena. Edward volvió a sentarse—. Te devuelvo la goma de mascar —informó, revolviendo con las manos entre los paquetes, encontrando una caja pequeña y alargada que contenía gomas de mascar con sabor a menta.


Edward cogió la caja solamente porque no tenia nada mejor que hacer, sacó una barra y con rapidez se la metió a la boca después de quitarle el papel encerado que la envolvía. Sus dientes comenzaron a moverse espasmódicamente y ese movimiento fue suficiente para relajar sus mandíbulas. La tensión que sentía en toda la cara desapareció poco a poco.


Lan Fan, sentada al costado derecho de Edward y al izquierdo de Ling, observaba con atención las manos de éste ultimo, que se movían con habilidad entre los montones de paquetes, las latas de soda y los empaques vacios. Edward se dedicó a contemplarla un rato a ella.


De pronto, lo invadió cierta curiosidad.


—Ustedes dos siempre andan juntos, desde que fueron transferidos a Central desde Xing, ¿no es así? ¿Son novios o algo por el estilo?


Lan Fan le dio un puñetazo en el hombro derecho que casi lo tiró de la silla.


 


Alphonse salió de su casa tras levantar el cuello de su chamarra de piel. cerró la puerta con llave y caminó por el pequeño jardín hacia la puerta de madera que lo llevaría a la calle. Edward nunca la cerraba. Él sí lo hizo.


El clima era frío y una brisa suave le golpeaba la coronilla. Esperaba que no lloviera antes de llegar a casa de las Rockbell, pues no llevaba ningún paraguas con él y no deseaba enfermarse de nuevo y causarle más problemas a su hermano mayor.


Mientras alcanzaba la parada del autobús y se sentaba en la banca de hierro, al lado de una mujer que hablaba por su teléfono móvil en voz muy alta, comenzó a pensar que su gripe había sido el comienzo de los problemas de su hermano con Roy Mustang: así se habían conocido, así se habían relacionado, ¿así se habían gustado?


Se sonrojó: ya no tenía más dudas sobre eso, sobre todo después de la conversación que había tenido con su hermano durante la tarde del día anterior, pero tampoco le parecía algo demasiado fácil de aceptar. Siempre había idealizado que entre su hermano y Winry había algo más, por lo que enterarse ahora de que su hermano prefería a alguien como Roy Mustang era algo que lo hacia querer empezar a hiperventilar.


Sus dedos estaban temblando cuando metió la mano en su cartera para buscar dinero.


Supuso que las cosas tampoco eran fáciles para Edward, quien después de todo parecía no haberse dado cuenta de nada todavía… ¿o sería que él se estaba equivocando y estaba dando por sentadas cosas que no eran? No, eso sería mantener demasiado viva la esperanza.


El autobús arribó con lentitud a la parada y lo abordó con paso pausado después de la mujer que seguía hablando por teléfono. Buscó un asiento después de pagar su pasaje y se sentó con cansancio. Había pasado una pésima noche y el agotamiento le pasaba factura. Había estado preguntándose cómo era que nunca se había dado cuenta de que su hermano era… cuando dos meses atrás, parecía que lo hubiera dado todo por intentar un movimiento que lo dejara más cerca de Winry.


Sobre el amor, hay cosas muy complicadas, supongo. Pero lo que me parece verdaderamente difícil entre ellos es su situación actual. Mustang acaba de perder a su esposa y mi hermano nunca se ha mostrado demasiado interesado en abrirse a los demás, al contrario: pareciera que la existencia de otras personas a su alrededor le incomoda porque no alcanza a comprenderlas. Y ahora ha caído en un pozo sin fondo como éste.


Pienso que los dos son un par de estúpidos… Y a mí lo que me da pavor es que él salga lastimado por una situación que inevitablemente se le escapará de las manos.


Apoyó sus codos en la barra de acero sobre el asiento enfrente del suyo y se cubrió la cara con las manos. El bamboleo del autobús lo mecía y a lo lejos, el ruido de la lluvia aumentando era como una nana para poder dormir. Estaba tan cansado. Pero en esos momentos no podía concentrarse en otra cosa que no fuera el terror.


 


Edward aprovechó los últimos cinco minutos de su descanso para ir a uno de los baños del piso superior, pues estos siempre permanecían vacios y silenciosos puesto que no había demasiados salones de clases a su alrededor.


Se quitó el abrigo rojo, lo dejó al lado del lavamanos y levantó la manga de su camisa negra: Lan Fan tenia un brazo bastante bueno, así que no le sorprendió descubrir marcas de nudillos ahí en donde el puño apretado de la chica le había alcanzado.


Esto es algo demasiado rudo para una muchacha, pensó con desilusión mientras abría el grifo del agua fría para humedecerse los dedos y después posarlos sobre la marca roja de su brazo. Aunque ya debería estar acostumbrado, ya que Winry suele ser igual de ruda… creo que prefiero un puño a una llave inglesa…


Pero eso no era lo que realmente le estaba preocupando.


Desde la mañana, había estado completamente distraído, divagando sin poder concentrarse en clases, pensando en cosas que nunca antes le habían llamado la atención. Su pulso cardiaco estaba alterado, su respiración era más rápida de lo normal y sentía que había perdido por completo el control de sus extremidades, ya que sus piernas se movían con un tic compulsivo y nervioso que él era incapaz de detener y sus dedos solían tamborilear sobre cualquier superficie como si tuvieran vida propia.


Por supuesto, desde que se había despertado, estaba pensando en Roy Mustang.


Posiblemente, a esa hora del día, ya se había encontrado con la chica que cuidaría de Berthold. ¿Sería bonita? Se había pasado la ultima media hora preguntándose eso. Aunque no conocía los gustos de Mustang, se imaginaba que el sujeto no era nada conformista en cuanto al aspecto personal de otros. Ella debía ser muy bonita.


Me estoy torturando a mí mismo… pero, de todas formas, ¿a mí qué me importa? Winry también es bonita… ejem… Lan Fan también lo es… aunque tenga un puño de fuego… ¡ejem! ¡Yo también me relaciono con chicas bonitas!


Sí, pero… posiblemente a él no le importe.


Se bajó la manga de la camisa y abrió de nuevo el grifo de agua fría para mojarse las manos y después empaparse la cara. Sus mejillas estaban calientes. Tenia la garganta seca y una estúpida molestia en la boca de su estómago le indicaba que le incomodaba la posibilidad de que Mustang le fuera indiferente.


Eso era una condena en carne viva, viéndolo desde el ángulo que fuera. Lo peor de todo era que él estaba contemplando las cosas de manera pesimista desde que se habían besado por primera vez. De todas formas, ¿qué clase de oportunidad podría tener él?


Él era un juguete en manos de un idiota, eso era todo. Le había permitido a Mustang usarlo como Caja de Pandora para depositar en su interior todas sus dudas e inseguridades. Ahora sentía que había perdido completamente el derecho de quejarse y que toda esa confusión que palpitaba en su pecho y navegaba en el interior de su cabeza era más que merecida. Ese era un buen castigo para su propia estupidez.


Se empapó la cara una vez más y después sacó varias toallas de papel del dispensador negro pegado a la pared para secarse la frente y las mejillas.


Todo eso era demasiado doloroso.


Todo eso era demasiado complicado.


 


Alphonse presionó el timbre de la casa de las Rockbell y pasó poco tiempo antes de que Pinako le abriera la puerta. La mujer se mostró contenta al encontrarse con él y le permitió el paso a la casa de inmediato, prometiéndole un poco de chocolate caliente y una rebanada de pastel, algo que Alphonse había estado esperando: los caramelos servían para tranquilizar un poco su alebrestado corazón.


Se sentó en el sofá largo de la sala y aguardó a que Pinako volviera con dos tazas llenas a rebosar de humeante chocolate y un plato con una deliciosa rebanada de pastel de naranja. Ella no era demasiado adepta a comer dulces, pero los preparaba gustosa por su nieta y los Elric.


Alphonse tomó la taza de porcelana y, soplando por encima de ella para apartar el vapor que desprendía, le dio un trago pequeño, preparando a su lengua y sus labios para quemarse al primer sorbo, pero no fue así: temperatura perfecta, como siempre.


Los ojos pequeños de Pinako estaban centrados en su rostro, observando cada pequeño gesto en las facciones del menor de los Elric que, al tanto de esto, intentaba mantener el rostro relajado, sin ninguna clase de gesto delator: lamentablemente, esa mujer era una experta en leer los sentimientos de los demás en sus caras.


—Desde que llegaste, te noto un poco preocupado —dijo, buscando su pipa en el bolsillo de su delantal, encontrándola e introduciendo en ella un poco de tabaco que después encendió con una cerilla. Alphonse estaba tan acostumbrado a ese aroma particular que, cuando éste llenó la habitación, se sintió en un ambiente mucho más cómodo y familiar—. ¿Por qué no fuiste al colegio hoy?


—Ah, eso —suspiró Alphonse, contento de que Pinako no pudiera leerle la mente: de lo contrario, estaba seguro de que hubiera metido a su hermano en un grave aprieto—: una de mis profesoras tuvo un accidente y le dieron incapacidad por un tiempo, así que no tendré esa clase hasta que encuentren un remplazo y otras materias las tuve libres también por casualidad. Quise aprovechar la oportunidad para venir a visitarte abuelita.


Pinako sonrió con rigidez.


—A mí no me engañas: Ed te ha pedido que vinieras a buscar más tarta, ¿no es así?


—Hay un poco de eso también —sonrió con vergüenza, dejando la taza de chocolate caliente sobre la bandeja en la mesa y tomando con la cucharilla de acero un poco de pastel. Sabía delicioso, como siempre.


Pinako seguía escrutando con la mirada el rostro del muchacho, sin dejar en ningún momento de fumar de su pipa, que soltaba gruesas nubes de humo por delante de su cara, empañando un poco su visión.


—Pero eso no es todo, ¿verdad? A ti algo te pasa. Estás preocupado. Se te nota en la cara —comentó con suavidad, no queriendo espantar a Alphonse, quien frunció un poco el entrecejo mientras se metía la cucharilla de nuevo en la boca.


Mientras saboreaba el caramelo del pastel, se puso a pensar: no había ido ahí para delatar a su hermano, pero sí en busca de un consejo que le ayudara a asimilar las cosas mejor. Era consciente de que su imagen de Edward había cambiado demasiado de la noche a la mañana y eso era inadmisible después de todo lo que habían vivido juntos. Se concentró durante largo rato en las palabras correctas que debería utilizar para encontrar ayuda sin meter a su hermano en problemas o entredichos.


—Digamos que… —comenzó, sin estar muy seguro aún de cómo debía manejar las cosas—, me siento un poco confundido, pero es algo que no puedo comentar con mi hermano, porque es algo demasiado personal y me… apena.


Pinako sonrió de medio lado: Alphonse siempre había sido un libro abierto.


—Pues habla, muchacho. Te ayudaré lo mejor que pueda —prometió la anciana, ofreciéndole seguridad.


Alphonse se sintió más confiado y antes de volver a hablar dio otro sorbo a su taza de chocolate caliente.


—Bien —suspiró—. Uhm… me enteré de que a mi hermano le gustan ciertas… cosas que yo antes no hubiera creído posibles, así que… desde entonces, siento que no puedo tratarlo de la misma forma, aunque lo he intentado. Es difícil. Ah… uhm… creo que él no sabe que yo sé que él… más bien, creo que él no sabe que yo sé que él debería saber que… no… él no se ha dado cuenta de que éstas cosas le gustan, pero yo sí sé, así que no sé si él deba saber que… ¡Ay! —exclamó, agachando la cabeza, dejando que el flequillo le cubriera los ojos.


Pinako estuvo a punto de soltar una carcajada, pero no lo hizo pues prefirió darle una nueva calada a su pipa. El humo que salía de ella y el de las tazas de chocolate caliente comenzaba a mezclarse homogéneamente en el aire, en medio de ellos.


—Al, si puedo preguntártelo, ¿qué cosas son las que le gustan? Creo que los dos sabemos que tiene un pésimo gusto, así que comprendo que te sientas mal —comentó.


Alphonse sonrió: era verdad, Edward carecía completamente de buen gusto, pero en esa ocasión se le había pasado un poco la mano.


—No puedo decírtelo, abuelita —se disculpó, aun sin levantar la cara—, perdóname.


—¡Oh, está bien! Pero si te está haciendo sufrir, te sugiero que se lo hagas saber, porque con el paso del tiempo esta diferencia hará que comiencen a distanciarse y eso no será sano. Ustedes dos son los mejores hermanos del mundo, Alphonse. Y aunque él es un poco falto de seso cuando se trata de sentimientos externos, a los tuyos nunca se ha mostrado indiferente, así que ésta vez tendrá que escucharte y posiblemente encuentren una solución entre los dos. No te cierres —le aconsejó, dando pequeños caladas a su pipa, soltando el humo del tabaco como si se tratara de una chimenea.


 —Sí, pero… no es tan simple: involucra a otra persona —dijo, sintiendo como la cara se le ponía roja lentamente.


—¡¿No estarás hablándome de Winry, verdad?! —exclamó la mujer anciana, sobresaltada, escupiendo todo el humo que tenia dentro de la boca de golpe.


—¡No, no, por supuesto que no! —exclamó, tal vez más alto de lo que debería. Se dio cuenta de que estaba nervioso cuando sus piernas comenzaron a temblar sin que pudiera controlarlas. Se rió de forma estridente—. Es otra persona.


—Ah, bien —suspiró Pinako, volviendo a sujetar la pipa entre los dientes con aire taciturno.


Alphonse se terminó su taza de chocolate caliente. Los dos permanecieron en silencio un rato, solamente acompañados por el acompasado murmullo de la lluvia.


De pronto, un grito quebró la templanza del ambiente. Alphonse se sobresaltó y se puso de pie. Pinako bajó la pipa y observó al suelo con mirada penetrante.


—¿Qué-qué fue eso? —preguntó Alphonse cuando el grito se repitió. Se acercó a la ventana y apartó la cortina para ver hacia la calle, pero ésta estaba vacía y empapada.


—Son los vecinos. Es una rutina casi diaria. Winry y yo hemos intentando saber qué pasa, pero nos han cerrado tantas veces la puerta contra las narices que hemos desistido completamente. Ella es demasiado sumisa y él… bueno, tiene problemas. Tranquilo, Al. Siéntate de nuevo.


—Pero…


—En casos como esos, es mejor no intervenir. Me consta que la vecina de enfrente ha llamado a la policía un par de veces, pero ni siquiera eso lo detiene —explicó sin lamentarse. Alphonse tragó saliva con cierta dificultad. El sabor del chocolate caliente se le había quedado impregnado en la garganta.


—Pero… ¿la está golpeando?


—Eso parece.


—¿A plena luz del día?


—Así es.


—¡Eso es tan…!


—Tranquilo, Alphonse, no hay nada que podamos hacer.


—¡Pero…!


—¡Aunque te inmiscuyas, las cosas se repetirán una y otra vez! ¡Siéntate e ignóralos, no hay nada que puedas hacer!


Decepcionado e impresionado, Alphonse obedeció a regañadientes. Tomó el plato en donde quedaba un poco de pastel y se lo terminó con dos cucharadas, aunque el pan se le atragantó.


Hubo más gritos a lo largo de cinco minutos. Llantos, groserías y palabras. Aunque no tenia un oído demasiado bueno para saber con exactitud lo que estaban diciendo, le quedaba claro que se estaban insultando y reprochando cosas. Cerró los ojos e intentó hacer lo mismo con sus oídos, pero no lo consiguió.


Como punto final, Pinako encendió el televisor y subió el volumen, algo que contribuyó a apagar por fin los gritos.


 


A las dos en punto, las clases del viernes terminaron oficialmente. Ling y Lan Fan se marcharon más rápido de lo que Edward fue capaz de ver, al igual que el resto de sus compañeros, pero él se tomó su tiempo para meter los libros en la mochila y marcharse.


Por alguna extraña razón, no tenia ganas de llegar a casa. No era la misma sensación que había tenido cuando procuraba no encontrarse con Winry, sino que esta vez tenía la necesidad de no volver. Y en el fondo permanecía la estúpida esperanza de encontrarse con él.


Harto, metió bruscamente su lapicera entre un par de cuadernos y cerró la mochila. Tuvo el impulso de dejarse caer sobre la banca y quedarse ahí hasta que lo corrieran. Sentía que si se quedaba en la calle, haría una tontería (y la que más le pasaba por la cabeza era la de llamarle por teléfono). Además, estaba lloviendo.


Se sentó en su silla y comenzó a hacer molinetes con sus dedos, estrujándolos de vez en cuando y haciendo que sus huesos chasquearan. Se estaba desesperando. ¿Por qué demonios tenía que ponerse así por una persona tan tonta como Mustang?


No puedo esperar nada de alguien como él. Todo esto es enfermo…


Pero si tan sólo pudiera verlo, hablar con él, darle a entender cómo se sentía. Preguntarle porqué demonios pretendía que le pusiera sus sentimientos en las manos para después estrujar su corazón de esa manera tan cruel. Posiblemente, Mustang, once años mayor que él, sabía cosas sobre la vida que él no y se sentía con el derecho de jugar con los sentimientos de un mocoso, pero sin compromisos.


Bastardo.


Edward se pasó la mano derecha por la frente, sintiendo retirándose una capa de sudor pegajoso de ella. Estaba más nervioso de lo que él mismo podía soportar. Se levantó de la silla y salió del salón de clases por fin. Los viernes, la escuela cerraba temprano. Había poca gente en los corredores y en las escaleras. Las aulas estaban completamente vacías.


Le parecía anormal que el mundo siguiera funcionando a pesar de que él se sentía estancado, pero también pensaba que era egoísta desear que las cosas se detuvieran solamente por él y sus circunstancias.


Estaba atrapado en la tela de araña y mientras más se agitara, más iba a enredarse.


¡Maldito seas, Roy Mustang!


Salió del colegio y caminó hacia la conocida parada de autobús. No iba a volver a casa: iría al centro comercial, gastaría su dinero en una buena taza de café y tal vez se perdería un rato en las tiendas de libros de segunda mano. Necesitaba distraerse y eso era lo que iba a hacer.


 


La puerta de la oficina se abrió de golpe. Roy, que tenía la punta de la nariz adormecida por el penetrante olor de la tinta de su pluma, levantó el rostro y lo dejó caer automáticamente de nuevo al encontrarse con la sonrisa de Maes debajo del umbral de su puerta.


El hombre de ojos verdes detrás de gafas cuadradas levantó una mano con aires alegres, diciéndole Hola a todo el mundo como si fuera una concursante de belleza mientras caminaba dando saltitos hasta alcanzar la mesa de Roy, quien estampó su firma por millonésima vez en la parte inferior de un documento. Su mano punzaba. Estaba seguro de que Riza estaría orgullosa de él en caso de poder presenciar su agotamiento…


—¿Qué es lo que quieres, Hughes? —preguntó al percatarse de la clase de cosas en las que estaba pensando. No quería comenzar a torturarse tan temprano con las memorias de su esposa, mucho menos en esa clase de sentidos que le traían a la mente un sinfín de recuerdos de las épocas en las que habían trabajado juntos.


—Venía a preguntarte si quieres ir a comer conmigo. Es mi hora de descanso, ¿sabes? Y en la mañana no tuve tiempo de disfrutar del delicioso almuerzo que me envió Gracia porque tenía demasiado trabajo, pero ya lo he terminado. ¿Tú no? —preguntó, observando también por encima del hombro: de Breda, Falman, Havoc y Fuery se desprendía una nube de pesimismo y cansancio que comenzaba a llenar toda la habitación de mal humor.


Roy, quien no se percataba de las desgracias de los demás puesto que su propio malestar se lo impedía, estaba resguardado detrás del muro de su propia tensión.


—No, no hemos terminado, Hughes. Por eso es que te agradecería que salieras de mi oficina y nos dejaras seguir con nuestro trabajo en paz —masculló, masticando cada una de sus palabras como si se tratara de gomas de mascar sin sabor. Estaba salivando demasiado y el gusto metálico de eso contribuía a que detestara tener que abrir la boca para hablar.


Maes silbó, sin apiadarse. Se sentó en la silla delante del escritorio de Roy y cruzó piernas y brazos en actitud comprensiva.


—¿No dejaste a Berthold con la niñera ésta mañana? Te noto de pésimo humor. Generalmente, cuando lo ves, revoloteas como un colibrí enamorado en torno a tulipanes como si en vez de llover hubiera sol —rió por lo bajo, levantando una mano para sobarse la barba descuidada.


Las mejillas de Roy se pusieron rojas y sintió cómo lo invadía el pesimismo.


—Tenía clases hoy, así que no pudo cuidar a Berthold —explicó a regañadientes, intentando concentrarse de nuevo en el documento que tenia que leer, aunque le resultó imposible—. Lo he dejado con Kate, ¿la recuerdas? Mi vieja acompañante de tragos en el Bar de Madame Christmas hace unos años.


—¿La de largo cabello negro?


—Sí.


—Vaya, con razón te vez tan desilusionado.


—No es que me moleste que una chica guapa cuide del niño, Hughes, todo lo contrario. Es bueno ver viejos rostros de vez en cuando —dijo, encogiéndose de hombros, mientras firmaba el documento sin haberlo leído por completo. Maes rió despectivamente por medio de su nariz.


—Pero a leguas se nota que esa no era la mejor de tus opciones, ¿no? ¿Estás decepcionado porque él no se hizo cargo, verdad? Es lógico.


—Hughes, hazme el favor de mantener la boca cerrada, ¿quieres? —masculló Roy, apretando su bolígrafo con más fuerza de la que realmente necesitaba, puesto que Havoc y Falman habían dejado de trabajar en sus respectivas lecturas y mantenían la vista estática al frente, concentrándose en las palabras sueltas que podían escuchar de la conversación que mantenían sus superiores.


—Sí, claro… ¿no quieres encontrarte de nuevo con él?


—¡Ya basta! —pidió con los dientes apretados.


Havoc y Falman volvieron a prestar atención a sus asuntos.


—Pero de todas formas te veo un poco más tranquilo de lo que estabas el otro día en el elevador, ¿te acuerdas? ¡Y así me gusta! ¿Entonces no vienes conmigo a comer?


—No tengo tiempo, Hughes.


—Yo invito —insistió el hombre de anteojos.


—¡Qué no!


—Jefe, vaya, descanse un poco, nosotros nos hacemos cargo de esto —intervino Havoc repentinamente, sujetando un cigarrillo entre los dientes, levantando un folder amarillo que estaba lleno a rebosar de papeles impresos y sujetos con clips.


Roy entornó los ojos: no quería salir con Maes porque de alguna manera seguía apenado por lo que había ocurrido entre ellos el día anterior en el elevador de la jefatura. Aunque sabia que las cosas ya estaban menos tensas entre ellos, no quería tener un nuevo arranque de ira que terminara en una discusión todavía más fuerte que aquella con su mejor amigo; ese era el motivo de que lo estuviera evitando tanto.


—Sí, señor —añadió Fuery, levantándose las gafas sobre el puente de la nariz con un empujón del dedo—, no se preocupé por esto, haremos un esfuerzo para tenerlo todo terminado cuando usted vuelva. Vaya a comer.


—¿Por qué siento que quieren deshacerse de mí? —preguntó, convencido, levantándose de la silla mientras tomaba su cartera y su móvil y los guardaba en el bolsillo de su pantalón para después coger su abrigo de la percha cerca de la mesita de café.


—Es que así son más fáciles las cosas, jefe —se burló Havoc, expulsando por medio de la nariz un montón de humo gris que se extendió sobre su mesa como una nube de vapor.


Roy fingió no haber escuchado eso, aunque una vena molesta palpitó en su sien.


—Volveré pronto —advirtió.


—Tómese su tiempo —suplicaron los otros.


Hughes soltó una carcajada mientras salía de la oficina detrás de Roy, quien se ponía el abrigo con ademanes violentos mientras caminaban hacia el elevador.


—Son buenos chicos, Roy —comentó Maes mientras picaba el botón para llamar el ascensor—, se preocupan por ti.


—Son bastante irreverentes —protestó Roy, encogiéndose de hombros: en el fondo, él mejor que nadie sabía lo buenos que eran sus chicos y lo mucho que se preocupaban por su bienestar, pero saberlo no le servía de nada en su situación, al contrario. Se sentía más y más hundido en el abismo—. ¿Vamos en el auto o prefieres algo más cercano?


—Había pensado en pasear un poco por el centro comercial para comprarle un regalo a mi suegro, ya que nos veremos en la noche. Te invito un frappé.


—¿Con éste frío?


—Y yo pensando que cada vez que hablas sobre tu niñera entras en calor —se burló Maes al mismo tiempo que la puerta de acero del elevador se abría, permitiéndoles el paso a su fresco interior.


Roy fingió reírse, aunque el asunto, en verdad, no tenía ninguna gracia. 


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