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Seducido por un idiota por PruePhantomhive

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CAPÍTULO 22


Una oportunidad



Tal vez me estoy equivocando, pensó Edward mientras el traqueteo del autobús lo sacudía de un lado a otro.


Las conversaciones de las personas a su alrededor no eran lo suficientemente fuertes para apagar el ruido de sus pensamientos y eso lo estaba desesperando: ¿por qué demonios las cosas tenían que ser de esa manera? ¿Por qué había un nudo apretado palpitando al lado de su corazón? ¿Por qué las dudas le seguían carcomiendo el cerebro y sus pensamientos no hacían más que divagar en dirección de lo que sentía por Roy Mustang?


Bufó cuando el vehículo se detuvo en la parada más cercana al centro comercial y tuvo que levantarse, con la mochila columpiándose de uno de sus hombros y el ánimo por los suelos, para caminar detrás de un puñado de gente de gente que pretendía salir por la puerta eléctrica hacía la acera.


Después del largo trayecto, se dio cuenta de que lo único que necesitaba era darse un tiempo para pensar y ya no estuvo tan seguro de querer estar en el Centro Comercial: tal vez lo mejor sería volver a sentarse y dejar que el autobús lo llevara a casa, en donde podría seguir pensando en soledad. En silencio. En donde podría recapacitar sobre sus verdaderos sentimientos por Roy Mustang. Pero antes de darse cuenta, sus pies ya habían bajado los tres peldaños de hierro del transporte público y lo habían dejado en medio de una empapada y transitada calle, perdido bajo las gotas de lluvia, con el rostro vuelto hacia el centro comercial, que se imponía gigante delante de él.


Observó con ojos vacios los altos muros blancos durante un segundo.


¿Qué estaba haciendo ahí? Debería de ir a casa, en donde podría poner su cabeza en orden. Pero de pronto fue demasiado tarde, pues el autobús se había ido y sería problemático esperar a un segundo bajo la lluvia, puesto que el techo de la parada ya estaba siendo acaparado por todas las personas que habían salido de sus trabajos, aprovechando la hora del descanso.


Caminó hacia la entrada del centro comercial, la cual se abrió apenas puso los pies sobre el sensor, pero no hubo bien entrado cuando sintió una mano pesada dejándose caer descuidadamente sobre su hombro derecho, provocándole una aguda sensación de dolor.


Levantó el rostro para observar a la persona que lo había interceptado, pero hubiera sido mejor ignorarlo y huir: no había esperado encontrarse con Ling Yao ahí. Lan Fan aguardando a sus espaldas.


—Hey, Edward —saludó el joven oriental, levantando la mano del hombro del chico rubio e hizo un gesto con ella a modo de saludo—, ¿vienes de compras, podemos acompañarte?


Y, antes de que pudiera terminar de abrir la boca para decir que no, Edward se vio interrumpido por el estrepitoso sonido del estómago hambriento del chico de ojos rasgados.


 


Roy se sacudió las gotas de lluvia de la chaqueta apenas entraron al amplio vestíbulo del centro comercial. No había esperado que en los cinco minutos que habían hecho desde la jefatura de policía hasta ahí arreciara la lluvia.


Maes, a su lado, se limpiaba las gafas con un paño blanco.


—Primero tomemos algo caliente, ¿quieres? Gracia adora ese café de ahí, ¿lo ves? Es cómodo y venden postres deliciosos —comentó, echando a andar después de enganchar una de sus manos en el codo de Roy, tirando de él.


—No me gustan los dulces, Hughes, compórtate —amenazó, soltando su brazo de un tirón al ver que un grupo de jovencitas comenzaba a reír a su lado, con la mirada clavada en ellos.


—De acuerdo. Un café sin azúcar, como te gusta —prometió el hombre de gafas, levantando ambas manos en señal de resignación mientras seguían caminando.


La cafetería, en efecto, era pequeña, pero tenia dos pisos, el primero compuesto por el mostrador, tres mesas cuadradas rodeadas de banquillos blancos y pequeños y cubiertas por un mantel azul, además de las largas escaleras que llevaba al piso superior. El local estaba vacio a excepción de dos meseras, quienes parecieron reconocer a Hughes, puesto que lo saludaron con verdadera alegría al verlo entrar.


Roy se sintió escrutado cuando una de las chicas le ofreció la carta, por lo que fingió acomodarse mejor en el banquillo, aclarándose la garganta. Maes le guiñó un ojo con descaro.


—Deberías darte una nueva oportunidad —lo amonestó una vez la mesera se hubo retirado, brindándoles espacio para observar mejor la carta, que no contenía más que bebidas calientes, helados, pasteles y refrescos.


Roy contuvo las ganas de golpear con el pedazo de cartón forrado de terciopelo rojo la cara de su mejor amigo: ¿qué no se suponía que llevaba casi dos meses exigiéndole que se diera una oportunidad con Edward Elric? ¿Había cambiado de opinión tan rápidamente?


Además… no era como si Roy pudiera poner sus ojos en alguien más: su mente estaba ocupada únicamente por Riza y…


Él.


Un espeso rubor le cubrió la cara al darse cuenta de que nunca antes se había puesto a pensar en Edward como una opción de manera tan abierta, a pesar de todo... ¿le estaba teniendo consideraciones? ¿Cómo un conocido o como una posible pareja?


—Quiero un café americano, por favor —pidió Hughes, interrumpiendo sus pensamientos al hacerle notar que la mesera había vuelto.


—Lo mismo —susurró sin fijarse, sintiendo las mejillas calientes.


El sonido de la voz de Edward en la llamada del día anterior se le vino a la mente como si estuvieran hablando por teléfono en ese preciso momento. El recuerdo de sus labios apresados entre los suyos le acarició la boca como el roce de un trozo de nube.


Se avergonzó al pensar que su cara debía lucir estúpida mientras pensaba en esa clase de cosas. ¿Qué diría Maes? Pero su amigo no se había percatado de eso, pues estaba al pendiente de las personas que caminaban al lado de la pequeña cafetería, analizando cada uno de sus rostros mientras sujetaba su barbilla con la punta de sus dedos.


La mesera regresó con las tazas de café. El aroma que se desprendía de las tazas le recordó a Roy aquella noche que había compartido con Edward en la cocina de su casa después de enterarse de que el asesino de Riza estaba libre.


La sensación agonizante en la boca de su estómago le dijo que la bebida sería más amarga de lo normal.


—¿Podemos hacer esto rápido? —Preguntó, decepcionado, tomando la taza por la oreja de porcelana y empinándosela contra los labios, que se le quemaron al contacto del líquido caliente—, quiero volver al trabajo.


—Espera —pidió Maes, irguiéndose un poco más, intentando observar entre los huecos que dejaba la multitud al caminar a su lado.


—¿Qué sucede? —quiso saber Roy, bajando la taza y posándola en el platillo.


—Creí ver a tu niñera —contestó Hughes sin cuidado, sin darse cuenta del sobresalto que sufrió Roy—, estaba caminando entre los baños y esa tienda de CD’s, acompañado de un chico, pero de pronto lo perdí. Es posible que lo haya confundido, pero no he visto a muchos chicos en Central usando esa clase de abrigos rojos y llevando el cabello largo sujeto en una trenza… ah —sonrió, observando a Roy—, estás pálido. Ahora estás rojo. ¡Tus orejas! ¡Hombre, sí que debe gustarte!


Mustang hizo el intento de negar con la cabeza, pero fue inútil al escuchar un chasquido de parte de los huesos de su cuello. Estaba tan tenso…


—¿Un chico, has dicho? —preguntó, intentando parecer desinteresado. Volvió a dar un sorbo a su taza de café. Volvió a quemarse los labios.


Hughes sonrió. Sus ojos se ensombrecieron detrás de sus gafas, por lo que a Roy le resultó difícil descifrar su verdadera expresión. Eso nunca le había gustado de Maes: era un hombre bueno, amable y leal, pero cuando se le metían ideas macabras a la cabeza, podía convertirse en todo un demonio.


—¿Preocupado? —preguntó sin cortesía, haciendo que su acompañante se ruborizara ésta vez desde la base del cuello hasta las raíces del cabello.


—¡Tal vez era su hermano! ¡Tiene un hermano! —informó, escandalizado, dando un golpe sobre la superficie de la mesa con la palma de la mano, provocando que un chorro de café de su taza manchara el mantel, pero no se dio por enterado a pesar de que varias personas le dirigieron una mirada acusadora y ambas meseras decidieron que no era lo suficientemente guapo como para no pedirle más propina de la cuenta por lo que acababa de hacer.


—No creo que fuera pariente suyo: tenía el cabello negro y ojos rasgados, posiblemente sea un ciudadano de Xing —aclaró Maes, bebiendo por primera vez de su taza. Sus ojos se clavaron en la mancha impregnando el mantel.


Roy, de pronto, sintió cierto vacío en el estómago.


Según él, Edward no tenía demasiados amigos. Parecía un chico bastante pegado de sí mismo y solitario, lo suficientemente soberbio como para querer estorbos a su lado, pero eras posible que estuviera equivocado, porque, de todas formas, ellos no se conocían lo suficiente… Al menos, todavía no se confiaban cuáles eran sus pasatiempos favoritos, programas de TV preferidos o colores elementales en la vestimenta… algo que Roy siempre recordaría de su relación con Riza, para su desgracia.


Consciente de que su cara debía expresar cierta frustración, estiró una mano por encima de la mesa para tomar el azucarero y vaciar una cascada de dulce sobre su café, que se estaba enfriando. Removió el contenido de la taza con la cucharilla y observó la nube de espuma que se dibujó en él.


Los latidos desesperados de su corazón le parecían exagerados.


Fingiendo desinterés, comenzó a sortear con la mirada el mar de personas que andaban por delante de ellos, buscando algún destello dorado en medio de la multitud.


 


Edward apoyó la espalda en una columna de cemento cuando Ling quiso entrar a una tienda más.


Lan Fan, al igual que él, llevaba los brazos ocupados por bolsas y parecía cansada, pero no tenía los ánimos suficientes para decir nada, aunque Edward adivinaba que estaba pensando lo mismo que él: esa no era su idea de una tarde divertida.


—¿Por qué estoy haciendo esto? —preguntó, observando por el cristal de la tienda a la que Ling había entrado cómo su compañero de clase pedía un paquete grande de dulces de color rojo brillante—. Creo que me he quedado sin dinero.


Lan Fan bufó, dejando caer al suelo de una vez por todas las cinco bolsas que sostenía con estoicismo.


—Pronto volveremos a Xing —dijo resueltamente—, así que quiere disfrutar un poco más de todo lo que ha conocido aquí.


Edward se sorprendió en contra de su voluntad. La forma en la que la chica había dicho las cosas le había hecho pensar que jamás los volvería a ver.


—¿No regresarán? —quiso saber, ocultando la presión que había nacido en su pecho: Ling y Lan Fan eran las únicas personas en el colegio con las que se relacionaba aparte de Alphonse. Y, aunque en apariencias se llevaran mal, le agradaban.


Suponía que, una vez que se marcharan a Xing, la vida se volvería muy simple y solitaria y se quedaría sin distracciones para no pensar más en Roy Mustang.


Lan Fan suspiró profundamente.


—Todo depende de lo que decida su padre.


—Vaya —fue lo único que Edward pudo decir ante la repentina seriedad de la chica, cuyo rostro se había ensombrecido.


Ling salió de la tienda después de varios segundos de silencio y los observó a ambos con cierta curiosidad. Edward, por primera vez en ese día, pudo notar la sombra de irritación que le cruzaba la cara, ¿cómo no se había percatado antes?


—¿Quién cargará esto? —preguntó Ling, poniéndole la nueva compra en los brazos a Edward antes de que pudiera responder que él no lo haría—. Esperen, quiero lavarme las manos: me quedaron un poco pegajosas después de ese helado —y se marchó con resolución a los servicios, que se encontraban justo al lado de ellos, semi ocultos por columnas y una alta pared de madera y cristal.


—Parece un poco deprimido —comentó mientras luchaba por desentumecer sus dedos, dejando en el suelo, como Lan Fan, algunas de las bolsas.


—No quiere marcharse —aclaró la muchacha, cruzándose de brazos—, en Xing no posee la misma libertad que aquí, en Central.


Y Edward hubiera asentido con la cabeza si en ese momento no se hubiera abierto un hueco entre el tumulto de personas que los rodeaban, permitiéndole ver la cafetería de enfrente.


El corazón le dio un vuelco y sintió el impulso de comenzar a comportarse estúpido para que Roy Mustang no se diera cuenta de que lo había visto, pero, ¿cómo hacerlo si los ojos del color de la obsidiana del oficial de policía estaban clavados en él, desnudándolo completamente?


¡Demonios! ¿Por qué sus piernas tenían que debilitarse de esa manera? ¿Por qué estaba temblando? ¿Y ese calor que le inundaba el cuerpo entero?


Estaba avergonzado, sí. Pero también…


—Voy a lavarme las manos también —farfulló, abandonando las compras a los pies de Lan Fan y entrando al baño de hombres detrás de Ling.


La luz blanca del pequeño espacio le iluminó la cara, provocando que se sintiera deslumbrado. Ling no estaba por ninguna parte, por lo que supuso que había decidido entrar a uno de los cubículos, algo que agradeció: su cara estaba más roja que un tomate y las manos le temblaban como si acabara de bajarse de una montaña rusa.


Caminó hacía los lavamanos y evitó por encima de todas las cosas observarse en el espejo. Abrió el grifo y se empapó las palmas de las manos para después restregarlas por su cara, sintiendo el agua fría aliviando el calor que se extendía desde su cuello hasta su frente.


Lo que había estado pensando en el colegio… lo que había estado meditando en el autobús… todo eso se abalanzó sobre él como un maremoto.


Podía sentir el palpitar de su corazón en la garganta. El estómago, vacío, le punzaba. ¿Tenía que ponerse nervioso solamente por verlo? Si Alphonse lo viera, seguro se reiría de él por perder el control de esa manera solamente por el influjo de una persona.


Intentó tranquilizarse.


Cerró los ojos unos segundos y apoyó las manos en el borde del lavamanos.


Abrió el grifo nuevamente y ésta vez humedeció sólo las puntas de sus dedos para pasarlos después por sus párpados, combatiendo la irritación que sentía en los ojos.


Una de las tres puertas a sus espaldas se abrió. Ling apareció y se sorprendió al verlo ahí, pero le sonrió de manera lisonjera y se acercó a él. Edward levantó el rostro para observarlo por medio del espejo.


Su cara no lucía extraña, detalle que agradeció, pero sus ojos… en ellos había un vacio mortal.


—Estás pálido, Edward, ¿te sientes mal? —preguntó Ling mientras rociaba en la palma de su mano un montón de jabón liquido verde del dispensario.


—No —mintió Edward, tomando una toalla de papel del depósito colocado a un costado para secarse las manos.


Ling sonrió.


—Podemos irnos —propuso, enjuagándose la espuma de las manos con rapidez—, pero eso no será divertido. Hay muchas cosas aquí que aún no he visto.


Edward, por un segundo, se olvidó de la presión que había en su pecho para centrarse en el hecho de que Ling y Lan Fan se marcharían de Ciudad Central y era posible que no volvieran a verse en demasiado tiempo. Ese también era un motivo para deprimirse.


—Lan Fan me ha dicho que volverás a Xing —comentó, recargándose en la pared blanca del baño. Ling ensanchó su sonrisa. Su rostro no mostraba más que fastidio.


—Sí. El próximo miércoles. El lunes y el martes no iré al colegio para empacar, así que me temo que ésta será la última vez que nos veamos: en honor a eso, deberíamos pasar más tiempo juntos, ahora que podemos —añadió, observando la puerta, obviamente pensando en su eterna acompañante.


Edward, que llevaba un buen rato planteándose la posibilidad de marcharse del Centro Comercial, tuvo que luchar contra sus instintos para no parecer desinteresado en el próximo viaje de sus amigos.


Amigos, ¿no?


¿Por qué era más fácil para él poner a Ling, Lan Fan… y Winry en la categoría de amigos mientras que con Roy tenía tantos problemas para decidirse?


—De acuerdo —respondió, comprometiéndose.


Las manos volvieron a temblarle. Su mente era un caos total y su cuerpo parecía responder a eso con temblores y sacudidas involuntarias.


Ling hizo un gesto de triunfo con el puño y después le rodeó el cuello con el brazo, arrastrándolo hacia la salida del servicio de varones, en donde los esperaba Lan Fan, un tanto irritada. Ling le regaló una sonrisa zurumbática y eso fue suficiente para aplacarla, como siempre.


Edward, por otro lado, luchó con todas sus fuerzas para no girar el rostro en dirección del sitio en donde había visto a Roy… pero las ganas fueron suficientes como para no poder contenerse y terminar rindiéndose.


Parpadeando, torció el cuello lo mínimo que pudo, observando por encima de la manga amarilla de su acompañante, pero el número de personas había aumentado, por lo que apenas podía ver la cafetería en donde Mustang había estado sentado.


Tal vez eso era lo mejor.


Una vez que hubieron levantado todas las bolsas de compra de Ling (pagadas al menos en un sesenta por ciento con dinero de Edward y Lan Fan), caminaron en dirección contraria a la de los demás, atraídos por el superficial aroma proveniente de los restaurantes.


Edward pensó en desembarazarse del abrazo de Ling y observar por encima del hombro como si se tratara de una casualidad, pero sus instintos de sobrevivencia le dijeron por enésima vez que eso no sería lo correcto, puesto que quedaría completamente exhibido delante de Mustang, pero justo cuando sus diatribas estaban finalizando de una vez por todas, una mano conocida lo sujetó con fuerza de la muñeca, de la misma forma como lo había hecho en el interior de un auto días atrás.


El corazón estuvo a punto de salírsele por la boca cuando sintió la alta presencia a sus espaldas. Ésta vez no podía tener dudas.


—Ah, ¿pasa algo, Edward, te metiste en problemas? —preguntó Ling, quien fue más rápido en observar. Su brazo se deslizó por el hombro de Edward, liberándolo por fin, permitiéndole encarar a quien aun lo sujetaba de la muñeca.


Ahora que estaban de frente, Edward creyó que su nerviosismo había disminuido, pues su cara no enrojeció, pero el latido de su corazón alertándolo de que Roy Mustang estaba cerca aumentó y fue tan molesto como un ataque de hipo.


—¿Qué es lo que quieres ahora, Mustang? —preguntó, dejando que sus emociones pasaran desapercibida. Estaba en medio de uno de esos momentos en los que su boca tomaba el mando de la situación sin dejarle espacio para pensar.


Los ojos de Roy se abrieron con sorpresa al escuchar sus palabras y su expresión fue la misma de alguien que acaba de recibir una bofetada.


Maes estaba a pocos pasos de él. Con sus uniformes de policía, atraían ciertas miradas.


—Pero qué grosero: sólo me acerqué para decir hola —aclaró Roy, aflojando el agarre en la muñeca de Edward.


Los ojos de Ling y Lan Fan estaban alertas puestos sobre él, pero al percatarse de que Edward lo conocía por el tono de la breve plática, se relajaron un tanto.


Las mejillas de Edward se pusieron rojas. Pareció no saber qué decir. Sus brazos cayeron exánimes a ambos lados de su cuerpo y clavó la vista en el suelo, abriendo la boca y volviéndola a cerrar un par de veces.


—Si ya lo has dicho, entonces, adiós —terminó, intentando girar sobre los talones para seguir su camino, pero algo en su cuerpo no le respondía demasiado bien: ojalá Mustang se percatara de eso, lo tomara de nuevo del brazo y se lo llevara a un sitio en donde pudieran hablar a solas.


—Espera —pidió Roy con voz apagada.


Su cara estaba un poco tornasolada por la luz del sol que la iluminaba y sus mejillas eran del color de cerezas. Edward pocas veces lo había visto así, por lo que se preguntó si tendría fiebre, algo que en esa época del año era muy común… ¿los oficiales de policía también se enfermaban de gripe?


Él y sus cuestionamientos estúpidos con respecto a Roy Mustang.


—¿Qué? —masculló.


Se percató de que su brazo estaba innecesariamente cerca del de Ling, por lo que dio un par de pasos hacia su costado derecho, movimiento que Roy siguió por reflejo.


—Hablar, necesitamos hablar —dijo con nerviosismo.


El cuerpo de Edward languideció ante el sonido de su voz como si hubiera recibido una descarga eléctrica.


¿Qué demonios? ¿Qué demonios?


—¿Edward? —interrumpió Ling.


—Ah, de acuerdo —terminó aceptando. Aunque no era como si fuera a negarse desde un principio, por lo que ésta vez encaró a Ling y Lan Fan para decirles que se marchaba.


—Ah, ¿seguro? —Preguntó el joven asiático—, no sabía que conocías a un par de policías, ¿estarás bien?


—Sí —se despidió, dando dos pasos hacia Roy— y, bueno… espero que todo te vaya bien en Xing. Hasta luego.


—Adiós —respondieron Ling y Lan Fan al unísono, desubicados ante el repentino cambio de situación, alejándose de ellos a paso lento, como si esperaran que cambiara de opinión. .


Edward se sintió un poco avergonzado por dejarlos ir sin decir nada más, pero algo en su pecho le suplicaba que no dejara marchar a Roy ahora que tenían la oportunidad de estar cerca. Y, de hecho, algo en su pecho también le suplicaba que fueran a un lugar más privado y se observaran el uno al otro hasta aprenderse la más mínima marca facial de memoria, así como recordaba las cicatrices que le marcaban el pecho desnudo…


Encaro a Roy nuevamente y se miraron un par de segundos, antes de padecer el común rubor de sus encuentros y de que alguno de los dos decidiera romper el hielo ahora que estaban solos…


Maes se aclaró la garganta con mucho ruido para recordarles que él seguía ahí. Cuando lo miraron, no hizo más que despedirse con las manos.


—Voy a comprar ese regalo, Roy, nos vemos en el trabajo. Ah, Edward, cuida de él, es un poco torpe, creo que a estas alturas ya debes haberlo notado…


—¡Hughes! —exclamó Roy, avergonzado: se sentía torpe, sí, demasiado.


Maes se marchó y ellos se quedaron en medio de la concurrencia del centro comercial, embadurnados del ruido externo, silentes interiormente, concentrados únicamente en una cosa: estaban juntos. Juntos, solos y sin Berthold. Como cuando hablaban por teléfono, pero en ésta ocasión a un nivel más personal.


El mismo calor y la misma ansiedad los invadieron.


—¿Qué es lo que quieres decirme? —preguntó Edward, quien en un principio pensó en preguntar por el niño, pero se contuvo porque no quería que Roy se inclinara hacia una conversación sobre Berthold: en ese momento, Edward no era la niñera del pequeño.


—Ah, bien —comenzó Roy, quien no se sentía cómodo hablando en un sitio tan abierto—, la verdad es que no tengo algo específico de lo que quiera hablar contigo, mi principal motivo para interceptarte en verdad era decirte hola. Pero ya que estamos aquí, pensé que podríamos tener una conversación más larga. Lo único que lamento de esto es que hayas tenido que abandonar la compañía de tus amigos.


—Está bien, no hay problema —al menos eso es lo que espero.


Roy miró hacia un costado, intentando ocultar el nerviosismo que se reflejaba en el imparable movimiento de sus manos.


—¿Quieres algo de beber? —preguntó, pensando que eso sería lo correcto para sostener una charla: sentarse, compartir alguna bebida, tener una mesa entre ambos, porque si no terminaría saltándole encima.


—No, gracias.


Buena respuesta, niñera.


—Entonces, podemos sentarnos en algún lugar. ¿Por qué no me cuentas cómo van las cosas en la escuela? —propuso Roy, caminando hacia su costado derecho, en donde había una zona de descanso adornada con altas palmeras artificiales.


—Prefiero que me hables de Berthold —se sinceró Edward, aceptando que era un tema mil veces mejor antes que ponerse a hablar con un adulto sobre la universidad, esa clase de cosas eran las que Hohenheim preguntaba cada vez que estaba de visita—. ¿Cómo te fue con el asunto de encontrar a alguien más que cuidara de él?


Roy se decepcionó.


—Bien, tuve qué hacer muchas llamadas y recordarles a muchas personas quién era, pero al final siempre hay alguien que te recuerda aunque tú no lo hagas, así que… creo que él está bien —respondió al mismo tiempo que se sentaba en una banca de madera.


Edward se acomodó a su lado, a un palmo de distancia, permitiéndole sentir el calor emanado de su cuerpo. Sonrojado, se dio cuenta de que ahora se sentía más tranquilo, acompañado por la persona que le provocaba desvelos y no por sus amigos, a pesar de que estos fueran a mudarse dentro de pocos días. Posiblemente debía ordenar sus prioridades sociales.


Pero en esos momentos no le importaba nada más que él.


—Qué bien. Lamento no haberte llamado antes para informarte que mi hermano no tenia clases: se emocionó cuando se enteró de que podría ver a Berthold de nuevo —le contó, sin darse cuenta de que estaba revelando su desesperación al saber que otra persona se haría cargo del niño.


Roy sonrió.


—Si en éste momento estuvieras cuidando a Berthold, no nos hubiéramos encontrado —comentó con verdadera diversión: si tan sólo pudiera hablarle acerca del sobresalto que había padecido cuando Maes le había dicho que lo había visto caminando por ahí con otra persona…—. Aunque, tal vez, si tu hermano se hubiera hecho cargo de él, podría haberte visto en tu casa.


—Sí.


—Siento que la manera en la que nos encontramos no es la correcta, porque siempre es por casualidad: yo necesito que alguien cuide del niño y te llamo…


—Tú siempre me llamas.


—…O nos topamos en las paradas de autobús, pero nunca es por voluntad propia…


—¿Por qué tendría que ser por voluntad propia, Mustang? —preguntó Edward, desconcertado, girando el rostro para observarlo. No se había percatado de que estaban ridículamente cerca. El aliento de Roy le golpeó la nariz.


—¿No sería más simple de esa manera?


Las manos de ambos estaban más cerca que sus rostros.


—¿Por qué debería ser fácil, Mustang?


Roy tocó con la punta de uno de sus dedos el dorso de la mano de Edward, a manera de invitación.


—Porque las cosas fáciles son siempre mejores. Menos problemáticas.


—¿Qué es lo que estás tratando de decir, Mustang? —preguntó Edward, sintiendo que el corazón se le saldría por la garganta debido a la sensación de la piel de la mano de Roy unida a la suya.


Quería sentir más.


Su cuerpo estaba volviéndose loco.


Hacía tanto calor.


Sus mejillas estaban rojas.


Quiso entrelazar sus dedos con los de Roy, pero la idea le pareció ridícula.


Habla más.


Lléname con el sonido de tu voz.


¡Estoy enloqueciendo sólo con tenerte cerca!


Y, de pronto, Roy se alejó de él, levantándose para sentarse más lejos a pesar de compartir la misma banca.


Edward sintió frío. Así de necesitado debía de estar.


—Nada en particular —respondió Roy, regalándole una mirada perdida que lo sumergió más en la confusión—, estoy pensando en lo complicadas que son las cosas entre nosotros en éste preciso momento a pesar de que estamos sentados el uno al lado del otro, hablando como si nos conociéramos de toda la vida y supiéramos todo el uno sobre el otro, pero la realidad es muy diferente, ¿no es así?: tú eres la niñera ocasional de mi hijo y yo soy un hombre problema que no sabe cómo hacer las cosas y necesita colgarse del cuello de los demás para sobrevivir. Hace cinco meses, ésta conversación me hubiera parecido imposible.


»Hace cinco meses tenía esposa.


Edward hizo una mueca de dolor similar a la de alguien a quien acaban de machucarle la mano con una puerta: cualquiera que fuera el rumbo que hubiera estado esperando para su conversación con Mustang, no era ese.


Su esposa.


¿Por qué esas dos palabras le provocaban esa sensación de vacío en el estómago?


Hubiera sido mejor marcharse con Ling y Lan Fan si para Roy sólo era… la niñera ocasional de su hijo.


Su rostro se ensombreció y Roy pareció percatarse de eso, porque rompió cualquier clase de contacto físico y visual con él. El ruido a su alrededor perdió volumen de pronto y en el universo sólo se encontraron ellos, llevando sobre los hombros sus problemas como si fueran Atlas cargando al Mundo.


—Y hace cinco meses también me consideraba un hombre cuerdo —siguió, sin levantar el rostro, con la vista clavada en sus rodillas, intentando no perder el hilo de sus palabras—: ahora me siento perdido y estoy cometiendo estupidez tras estupidez.


Creo que debo irme a casa pensó Edward, sin atreverse a ponerlo en palabras, aunque su intención fue la de ponerse en pie y dejar a Mustang con las palabras atravesadas en la garganta. No tenia ganas de hablar sobre su esposa. Mucho menos por los sentimientos que aún tenía por su esposa.


Y, de pronto, el temor lo atenazó contra un muro invisible: ¿por qué demonios lo había besado? ¿Por qué demonios le había permitido sentir algo por él si su corazón le pertenecía por completo a otra persona?


A pesar de eso, no creía que Mustang estuviera jugando con él: ¿quién tendría el estómago suficiente para manchar la memoria de su esposa sólo para pasar un buen rato?


—Suele suceder —fue lo único que pudo decir con la voz algo temblorosa. Él también cometía estupideces: estar ahí, con él, escuchándolo, era una de las mismas.


—Pero, quiero dejar esto en claro: en ningún momento se me ha pasado por la mente faltarle al respeto a ella y mucho menos a ti con mis acciones. Solamente estoy perdido dentro de mi propia mente.


Edward asintió con la cabeza. Sentía como si acabara de tragarse un limón entero.


—Lo sé —murmuró con dificultad—, es decir: creo saberlo.


—Bien —aceptó Roy, contento de que las cosas no fueran tan complicadas ahora que estaba hablando sobre lo que le preocupaba—, la pregunta que quiero hacerte es: ¿me darías una oportunidad?


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