Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Carta para dos por Tala_Kiishan

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

En respuesta al desafío del Grupo Rock 'n Ink -las otras caras del amor con el tema de Amor Ilegal

 

Personajes: Shinya y Kaoru (Dir en Grey) y Miya (Mucc)

 

¡Espero que disfruten!

 

Shinya se sentó ante el ordenador. Dejó en la mesa el cenicero junto con el paquete de tabaco y el encendedor. Al otro lado unas latas de cerveza que pensaba beberse. Abrió el procesador de textos y puso nombre a dos archivos: Miya y Kaoru. Dejó uno de ellos minimizado y puso el otro en una ventana grande. Ya había terminado el tiempo, ya no podía seguir como hasta ahora. Todo había llegado a un punto en el que no podía dejar que su vida siguiera el mismo curso que los últimos meses.

Así que empezó a escribir:

 

MIYA

¿Recuerdas nuestro aniversario? Cumplimos 7 años. Sonrío sólo de recordarlo, con un poco de añoranza. No fue nada del otro mundo; una botella de champagne junto a una cena casera, un par de regalos y muchos besos y caricias.

Te he amado tanto, Miya, tanto que me duele escribir esto, como si sólo en este momento te estuviera siendo infiel.

Esta carta nunca te la voy a entregar, simplemente la necesito para poner en orden mis sentimientos, mis pensamientos. Siento que, si parece que te la estoy escribiendo a ti, tendrá todo más sentido, podré expresarme mejor, seré capaz de saber qué demonios hacer con mi vida.

Es irónico, ¿verdad? Siempre quise ser psicólogo social, especializado en parejas. Y ahora estoy aquí, sentado frente a este maldito ordenador, sin saber qué hacer contigo, conmigo,... o con él.

Te recuerdo –o me recuerdo– el día de nuestro aniversario porque ese día fui feliz, no necesitaba nada más que estar contigo, en tus brazos, a tu lado. Al día siguiente todo empezó a truncarse.

Quiero ir recordando todo lo que pasó, quiero explicarte –en sentido figurado– qué fue lo que pasó.

 

 

KAORU

Igual que a Miya, a ti también te escribo, para poder arreglar este lío que tengo en la cabeza, para saber lo que por ti siento. Pero, igualmente, no pretendo enviarte esta carta, simplemente quiero ser capaz de autoanalizarme.

Al día siguiente de mi séptimo aniversario entraste en mi despacho. Siempre había soñado con montar una pequeña consulta de ayuda a parejas pero, por miedo o falta de valentía, no fui capaz, era algo arriesgado. Nunca tuve el coraje suficiente para llevar las riendas de mi vida sin preocuparme el futuro. Así que, cuando terminé los estudios de psicología y la empresa en la que había hecho las prácticas me llamó interesada en mis servicios, me rendí y acepté.

Así que ahí estaba, en un pequeño receptáculo de una gran empresa en la que tú trabajabas.

¿Te acuerdas de cómo fueron mis prácticas? Francamente, lo dudo. No llegaste a dirigirme la palabra ni una sola vez, no te importaba nada, a fin de cuentas, era un vulgar estudiante que en pocos meses se iría de ahí para siempre. Nada que ver con la realidad.

Pero ahora era distinto, hablábamos mucho y siempre nos divertíamos cuando salíamos con el jefe de fiesta, esas típicas fiestas tan aburridas como obligatorias a las que debíamos ir todos los del departamento de la séptima planta. Ahí está, otra vez el número siete.

Ese día entraste y te sentaste en una de las dos sillas que estaban enfrente de mi escritorio. Me miraste largo rato, mientras yo esperaba expectante un saludo o una tontería típica de las tuyas. Nunca habías venido a mi despacho a no ser que fuera para que te ayudase con el despido de algún compañero. Era la unión que había entre un psicólogo y el jefe de personal. Poco más.

Al fin, hablaste:

−Hola, guapa. −Fruncí el ceño, mirándote enojado. Bromas así eran muy tuyas y, en el fondo, no me importaban, pero tenía que aparentar lo contrario.

–Si no quieres nada importante podrías ir saliendo, tengo mucho que hacer –te respondí serio.

–Necesito contarte una cosa. Y tú eres el psicólogo, o eso me parece a mí, ¿no?–Sonreías medio burlón, acomodándote mejor en la silla, alzando una pierna sobre la otra.

–De acuerdo– Dejé los papeles a un lado y me senté mejor en la silla-. Cuéntame.

–Soy gay, bueno, gay no, bisexual.

 

¿Sabes cómo me dejaste cuando escuché aquello? Oh, Kaoru, por Dios, ¿por qué tuviste que decírmelo?, ¿por qué no te quedaste callado y arreglaste eso en tu vida personal, fuera del trabajo, sin mí?

En un principio pensé que te estabas metiendo conmigo, como siempre. Te burlabas de mi condición sexual, de mis pequeñas peleas con Miya que te contaba o de las cosas buenas que me ocurrían con él y también te contaba.

Pero me estabas hablando en serio, muy en serio.

Y, de repente, mi corazón empezó a palpitar.

 

 

MIYA

–¿Recuerdas a Kaoru, el jefe de personal? –te pregunté a la noche siguiente, mientras hacíamos una ensalada entre los dos– Ha venido a mi despacho y, con todo el descaro, me ha dicho que le gustan también los hombres.

Reíste.

 –Vaya, al final ese fanfarrón no ha podido evitar el salir del armario. Tanto criticarte a ti y mira.

Esa fue la conversación, no dio para más, enseguida cambiaste de tema sin darle importancia.

Pero yo esa noche no dormí. Estuve haciendo cuentas. Mis prácticas de empresa las hice con 20 años y ya tenía 34 años. Le conocí hace 14 años, 7 más que a Miya.

Pero lo importante no es que le conociera desde hace tanto, otro siete más que meter en la lista, lo importante es que, hasta que te conocí, había estado enamorado de él.

Él sólo quería de mí lo que un amigo podría querer; alguien que te escuche, que te anime, que salga contigo de fiesta, pero nada más, nada comparado con lo que yo siempre habría querido que me diera.

Te conocí gracias a un amigo común, alguien que había sido mi compañero en el instituto. Él había estudiado contigo Ciencias Empresariales y habíais creado una relación muy estrecha. Empezaste a salir con nosotros de fiesta. Uruha, nuestro amigo común, me iba contando todas esas cosas tan bonitas y empalagosas que decías de mí. De hecho, gracias a él, tuvimos nuestra primera cita a solas.

Habíamos quedado en ir al parque de atracciones todos juntos; ya sabes, Uruha, Tatsu, Aoi, Toshiya... nuestros colegas. Pero él se encargó de que nadie apareciera. Solos tú y yo. Al principio... ¿Recuerdas cómo te comportabas? Ahora me río cuando lo recuerdo, de hecho no soy capaz de escribir sin detenerme, la mente divaga y empiezo a tener presente cada uno de los pequeños detalles de ese gran día. Me compraste un helado que, antes de que llegara a mis manos, tiraste al suelo. En las atracciones, si yo me arrimaba un poco a ti, mirabas hacia el lado contrario, aunque eso quisiera decir hacer giros realmente extraños con tu cabeza. Lo pasé genial.

Miya... te amo tanto... Es recordar todo ese tiempo y mis piernas flaquean, mis ojos se anegan de lágrimas. El problema es que no son lágrimas de felicidad, tesoro, son lágrimas amargas, hirientes. Jamás debería haberte hecho todo el daño que te estoy haciendo...Lo siento, lo siento mucho, pero es que ya no sé cómo acabar lo que empecé. Ahora no sé cómo hacer para que dejes de sufrir. Ojalá siguiera siendo nuestro séptimo aniversario y yo pudiera leer mis palabras. En ese caso, te prometo que en ese caso, esto jamás hubiera pasado.

El caso, Miya, es que ahí te ganaste un pedacito de mi corazón y, con el tiempo, empecé a quererte, y a amarte.

Y, gracias a ti, olvidé ese amor no correspondido que sentía hacia Kaoru.

 

 

KAORU

Pasé toda la noche sin dormir, Kaoru, después de tu revelación.

Tú no lo podías imaginar, no tenías ni la más remota idea de todo lo que te había querido en el pasado. Un amor no correspondido, un amor plátonico, lo que fuera. No lo sabías. Siempre había tenido cuidado de que no se me notara. Y, poco a poco, ese amor se había ido enfriando hasta que lo había olvidado.

No eras capaz de saberlo, ¿verdad? Pero esa confesión me habia dejado paralizado. ¿Por qué tan tarde?, ¿por qué no habías sido capaz de saber o decir algo tan importante como eso hace años?

Al día siguiente volviste a mi despacho y estuvimos más de una hora hablando del tema, de cómo te habías dado cuenta, de las oportunidades que habrías perdido por estar tan cerrado a la simple idea de que te pudieran gustar también los hombres.

Me dijiste que estabas triste, no, más que eso, que estabas desolado. Que te sentías perdido, que sentías que todos estos años los habíais desperdiciado. Y yo, metido en mi papel de psicólogo, estuve ayudándote a comprender lo que había pasado, a aceptarlo, a no sentirte mal.

Pero, Kaoru, ahora que lo estoy recordando todo siento que no fuiste sincero conmigo. Tú, un triunfador a mi modo de ver, que siempre ha hecho lo que ha querido, que no le han importado los medios con tal de alcanzar su meta... ¿tramabas algo? Siempre has sido un tipo listo, de esos que saben controlar sus sentimientos y aparentar justo lo que quiere que vean de él.

Ahora pienso que lo hiciste para enamorarme. Maldito cabrón seas, Kaoru, si eso es así. De todas maneras ahora no puedo enfadarme contigo, no por ahora, no en este momento de la historia que empiezo a relatar, casi acabamos de empezar.

Esa semana te acercaste mucho a mí. Admito que yo también lo hice, sin necesidad de que me buscaras, yo iba a ti, a preguntarte como estabas, a ver qué podía hacer por ti, siempre poniéndome como excusa que estaba siguiendo el proceso que cualquier psicólogo realizaría con su paciente.

De repente, de ser amigos, empezamos a ser casi íntimos. ¿No podrías haberte enamorado de otro, Kaoru?

 

 

MIYA

Habían pasado un par de semanas en las que me había acercado más a mi compañero del trabajo. Pero no te dije nada, Miya. A fin de cuentas esa cercanía había sido en el trabajo, hasta ese día que decidimos quedar el domingo, relajados, para hablar sin ninguna tarea pendiente u otro compañero que necesitara de nuestros servicios.

Acababas de llegar a casa, era ya tarde. Yo estaba en la cocina preparando la cena. Viniste hacia mí y me saludaste, igual de cariñoso y cansado que siempre. Abriste la nevera, preguntándome cómo me había ido el día.

Empezamos a relatarnos los sucesos, tranquilamente. Habías sacado una cerveza que aún mantenías cerrada cuando te hice la pregunta.

 –El domingo he quedado con Kaoru para tomar un café. –Me miraste sorprendido y un escalofrío recorrió mi espalda. Estaba haciendo mal. No debía quedar con él, teniéndole ya miles de hora en la oficina. Fue ese el primer instante en que lo pensé. Pero, a los segundos, sonreíste, haciendo que bajara la guardia y que pensase que había sido una tontería asustarme por aquello.

–Claro, mi vida. Ese es el gay, ¿no? Seguro que necesita de un amigo para soltar sus preocupaciones. Haces bien –Te acercaste a mí y me diste un beso en la mejilla–. De hecho, si te apetece, también puedes invitarle a casa. –Abriste la cerveza y abandonaste la cocina; fuiste al salón, te sentaste en el sofá, pusiste las piernas sobre la mesa que utilizábamos para comer –¿cuántas veces te tendré que decir que eso no se hace?– y encendiste la televisión.

Asunto tratado y finiquitado. No había más leña que cortar. No era algo por lo que sentirte ansioso o preocupado.

Miya, si te hubieras sentido celoso o posesivo yo, probablemente, no hubiera ido. ¿Ves que esto también pudo tener algo de culpa por tu parte?

 

 

KAORU

Ese café fue delicioso. El tiempo pasó como por arte de magia y decidimos seguirlo con unas cervezas. Se me olvidó por completo que mi enamorado novio estaría en mi casa esperándome para cenar.

Fuiste dulce, amable, delicado. Hablamos de mil y un temas. Me empecé a sentir tan unido a ti… Esa llamita que pensé apagada empezó a revivir, haciéndome sentir entre alegre y nervioso, como una niña enamorada de su compañero de instituto.

Quizá fue el alcohol el que no me hizo pensar con raciocinio pero, cuando te abalanzaste sobre mí y me besaste, no pude negarme. Continué aquel beso cargado de pasión, de fuerza. Tus manos fueron a mi cabello, atrayéndome más hacia ti. Mis brazos rodearon tu cuerpo. Y, entonces, me aparté, completamente desorientado.

–¿Pero qué demonios acabas de hacer? –Me eché hacia atrás, apartándote con un empujón. Tu mirada, hasta ese momento con una fuerza magnética hechizante, se volvió apagada. Miraste hacia abajo, excusándote en un susurro– No, Kaoru. ¿Por qué me has besado?

–Lo siento, Shin. El alcohol quizás. No lo he pensado siquiera. –Volviste a mirarme, aún triste, y me cogiste la mano– No pretendía hacerlo. Lo siento.

Ese fue el final del día. Cogí mi bolso y abandoné el bar. No supe cómo reaccionar.

 

 

MIYA

Llegué corriendo a casa, casi me faltaba el oxígeno. Había detenido el beso pero, a fin de cuentas, lo había continuado. No valían las excusas, había participado en ese acto infiel.

Era sólo un beso, me repetí constantemente en esa carrera hasta ti, era sólo un beso. Entonces, Miya, ¿qué era ese dolor que sentía en mi interior? Sentía que mi corazón estaba siendo apretado por una fuerza mayor, me hacía daño.

Justo cuando llegué a la puerta paré, observando mi respiración para poderla controlar.

–Fue sólo un beso, Shinya, nada más –me lo repetí cinco veces antes de abrir la puerta y poner la mejor de las sonrisas.

Pero ya no estabas en el salón, donde había presupuesto, enfadado o algo molesto por mi tardanza. Estabas en la cama, durmiendo plácidamente.

Trabajas muchísimas horas, apenas te daban un respiro. Era tan poco el tiempo que podía pasar a tu lado… Y, el domingo, que era el día para nosotros, me había ido dejándote solo.

Fui a la cocina, necesitaba un gran vaso de agua. Estaba la comida preparada, con pequeños platos superpuestos para que no se estropeara o se enfriara. Pero ya estaba fría. Una lágrima cayó por primera vez, viendo como habías preparado todo con tanto esmero.

Ahora también estoy llorando, Miya. Apenas me quedan lágrimas por echar pero, al recordarlo, no soy capaz más que de llorar. Con la poca fuerza que me queda. Te amaba tanto… Te amo tanto… ¿Por qué no corté ahí la relación con Kaoru? No había pasado nada. Podría haberlo hecho. Si tanto te quiero, Miya, ayúdame a entenderlo. ¿Por qué no tuve la suficiente fuerza de voluntad para dejar de lado esa creciente amistad?

Si leyeras la carta estarías cabreado, gritando. Dirías que es mentira que te quiero tanto, que si te quisiera de esa manera jamás habría hecho lo que hice. Pero no es mentira. Te amo, Miya. No puedo probarlo de ninguna manera ahora. Por eso te lo repetiré en esta interminable carta una y otra vez; te amo, te amo, te amo.

 

 

KAORU

Al día siguiente, en el trabajo, hablamos de lo que pasó. Nos pedimos perdón mutuamente, el beso, la fría despedida. Estuvimos un par de días un poco distantes, no nos acercábamos a excepción de cuando era preciso.

Hasta el viernes, que volviste a mi pequeño despacho. Como siempre, fuiste directo a la silla, sin pedir permiso. Me miraste de nuevo con esos ojos que echaban fuegos. Los de Miya siempre habían sido relajados, serenos, nada que ver con los tuyos. Muy distintos.

–¿Y bien? –te pregunté, sonriente.

–Hola, guapa. –te miré enfurruñado por unos segundos, luego reímos– Es algo serio, Shin. –Te levantaste y diste la vuelta a la mesa, sentándote sobre ella, de cara a mí.

Mi instinto quiso hacer que me apartase pero, en vez de hacer eso, me acerqué un poco más.

−Cuéntame, Kao. –Puse mi mano sobre tu muslo, intentando darte acercamiento con ese gesto. Me preocupaba que lo estuvieras pasando mal por esa vorágine de sentimientos que acababa de hacer mella en ti. Pero no me esperaba lo que me ibas a decir.

−Me gustas.

Te miré sorprendido y luego reí, pensando que era una broma. Pero tu rostro mantuvo esa expresión seria que llevaba puesta como una careta. Delicadamente aparté mi mano de ti, ahora asustado.

−No lo dices en serio, ¿verdad?

−Claro que sí. Aquel beso... Fue especial. No he podido evitar dejar de pensar en él. Me sentí tan atraído hacia ti esa tarde… −Me miraste fijamente y cogiste mi mano, volviéndola a poner sobre tu muslo, mientras te acercabas sigilosamente con tu cuerpo a mí− No puedo remediarlo, Shin. Te lo digo en serio.

No supe qué responder, así que me quedé ahí, con cara de tonto, mirándote.

Y, de nuevo, volviste a besarme. Y, de nuevo, dejé que hicieras. Y, de nuevo, correspondí aquel beso. Pero eso no fue lo peor; lo peor fue que lo continué, con todas mis ganas, con todos mis deseos. Me elevé un poco del asiento para besarte más profundamente… Aunque esto no tengo que recordarlo, Kaoru. Seguro que lo recuerdas tan bien como yo.

Aquel beso… fue distinto del anterior. Sentí que mi alma salía por la boca y se tiraba por un precipicio. Sentí que ese aguante que había sentido durante todos esos días llegaba ya a su fin. Pero no sentí que el mundo se desmoronaba a mis pies. Más bien era parecido a una montaña rusa.

Te odio, Kaoru. Te odio tanto como te amo.

 

 

MIYA

Le besé. Para ser reales, él me besó a mí, pero yo continué ese beso, Miya. Y no pensé en ti en todo ese lapso de tiempo. Cuando, al fin, nuestros labios se separaron, seguí sin reaccionar. Él sabía que tú estabas en mi vida y, aún así, lo hizo.

No digo que sea su culpa, fui yo quien no debería haberse dejado, pero me dejé llevar. Sabes que lo único que he sabido hacer bien en la vida es dejarme llevar, Miya.

En mi familia, cualquier cosa que dictaminaba mi padre lo hacía. En la vida laboral me dejé llevar por la marea que me llevó a esa gran empresa. En el amor… en el amor llegaste tú el primero y también te seguí, hasta el fin del mundo, si hubiera sido necesario.

Yo había estado enamorado de Kaoru con anterioridad, pero no luché. El trabajo no era ni mucho menos lo que siempre había soñado. Mi padre era una persona dura y seca que nunca había comprendido a mi madre y, aún así, no había intentado ayudarla, solo había seguido los pasos por él marcados.

Siempre fui un cobarde, Miya, lo sabes. De mí fue de quien te enamoraste. Lamento ser así, te lo juro, pero es como soy. No importa lo que aparente, no importa lo que quiera… Al final lo único que queda es lo que uno es. Y yo soy así. Si no te hubieras enamorado de mí nada de esto habría pasado. No te merezco, nunca lo hice. Pero el destino me puso un bombón como tu en mi camino, ¿quién era yo para decir que no?

Y ahora te hago daño una y otra vez. Aunque siga repitiéndote que te amo no puedo hacer nada.

¿Qué hago? ¿Cuál es la solución? ¡¿Cuál es la puta solución, Miya?! Tú que todo lo sabes, tú tan inteligente que eres, ¡dímelo! ¡Ayúdame a salir de este puto laberinto!

 

Obviamente no te dije nada ese día. Pero, por extraño que parezca, tú preguntaste.

−Oye, ¿cómo está tu amigo? –Estábamos sentados frente al televisor, viendo un programa cutre de la segunda cadena.

−¿Perdona? –Te miré de reojo, esperando que no te hubieras dado cuenta del respingo que pegué.

−Sí, hombre, ese que se metía contigo y ahora es maricón −Exclamé un pequeño grito mientras te pegaba un codazo y tú te reías− Era broma, ¡era broma!

Reí contigo, abrazándome a ti. Maldito mentiroso.

−Pues ahí sigue, buscando su lado femenino. Ahora lleva faldas al trabajo −volvimos a reír y estiré un poco mi cuello para depositar un beso en tu mandíbula.

Maldito mentiroso enfermo. ¿Cómo fui capaz de hacer como si no hubiera pasado nada?

 

KAORU

 

En los días siguientes al suceso me sentiste más distante y así me lo expresaste. Pero seguí huyendo de ti. En los descansos me iba con nuestro compañero Kyo a desayunar o almorzar. Él siempre me hacía reír y no dejaba que por mi mente pasaran nubarrones oscuros.

Aún así yo te seguía con mi mirada constantemente. A donde ibas, yo siempre lo sabía. Andaba detrás de ti sin que lo supieras.

Esa actitud celosa y obsesiva era impropia de mí, pero me vino sin más y, como siempre, tampoco intenté pensar a qué se debía o por qué lo seguía haciendo.

 

Las veces que acudiste a mi despacho me levanté atemorizado y salí huyendo, poniendo como pretexto que justo en ese momento me había llamado el jefe o que tenía que fotocopiar unos expedientes para enviárselos al director de planta.

 

Cuando ya pasó una semana decidí que no podíamos dejarlo por más tiempo, pero no me sentía a gusto hablando de eso en el despacho, así que te invité a comer a un bar de ramen cercano a nuestro edificio.

 

Al principio fue una conversación fría, distante, en la que te dije que yo tenía pareja, que lo sabías, y que no podía corresponderte. Pero tu dabas calor donde fuera que estuviésemos, así que fui relajándome más.

−Shin, me gustas muchísimo. Cada día siento que me gustas más, que necesito estar más contigo. Pero sé que tienes pareja. Te prometo que no quiero involucrarte en nada. −Cogiste mi mano y la acariciaste con la otra− Pero necesito la relación que teníamos. Necesito pasar tiempo junto a ti. Eres el único que me comprende, que puede ponerse en mi situación.

No podía negarte nada. Era imposible negarse a esa mirada enigmática. Cogí la mano con la que sujetabas la mía y te di un tierno beso en ella.

−De acuerdo, Kao. Igual que antes. Yo también te echo de menos. Quiero que vuelvan esas charlas inacabables. Quiero volver a ser tu amigo.

Nos abrazamos. Sentí de verdad ese cariño sincero por tu parte.

 

Y ahora me río. Muchísimo. Claro, si fuera capaz de reírme. Estrategias de un triunfador como tú. Me habrías vendido a tu madre con tal de que hubiera vuelto a acercarme a ti. Ni sonrisas, ni caricias, ni abrazos amistosos. Nada de eso existía en realidad. Sólo tu obsesión por tenerme a tu lado, tu sentido posesivo hacia mí, esa fuerza innata que te obligaba a no perder ninguna batalla.

 

Y, como no puedo evitarlo, vuelvo a no echarte la culpa. Porque soy yo el único responsable de haber hecho todo lo que hice. Por muchas trampas que me hubieras puesto, no debería haberte dejado ganar. Quizás, si lo hubiera hecho así, ahora estarías feliz con alguien que te pudiera corresponder como necesitas; con esa pasión desacerbada con la que vives cada minuto de tu vida.

 

 

 

 

MIYA

Te quiero y no puedo evitar dejar de hacerlo. Si pudiera ya te habría dejado marchar y el daño –aunque daño– ahora sería menor. Pero no fue así; nunca he tenido valor para nada, mucho menos para decirte algo así.

Pasaron un par de semanas, puede que tres. Seguí siendo un amigo tan cercano de Kaoru como en las últimas semanas, seguíamos viéndonos en el trabajo y, muchas veces, a la salida, para tomar algo juntos.

Yo sabía que él estaba pendiente de mí todo el rato, pero no le hacía ascos a esa situación. Me gustaba ser su centro de atención.

Y nosotros seguíamos igual, como si nunca hubiera pasado nada. Fueron unas semanas tranquilas, relajadas. Pensé que Kaoru se quedaría detrás de esa invisible línea que no debía traspasar.

 

A finales de ese mes tuvimos una fiesta de empresa en un hotel cercano a Kabukicho. Sabes como son esas fiestas puesto que tú también has estado en muchas. Todos comen como animales y beben como si no hubiera un mañana.

Yo estaba igual que los demás, claramente borracho.

Nos fuimos a un karaoke a terminar la fiesta unos cuantos empleados junto con el jefe de planta. Sabes también que es importante no irse de esos numeritos antes que tu propio jefe, no le vayas a hacer un feo o se le presente la ocasión a alguien para hablar mal de ti.

Así que ahí estábamos, bebiendo más cubatas mientras algunos intentaban afinar las notas de las canciones de moda.

Evidentemente, Kaoru seguía ahí.

Se levantaron unos cuantos a por bebidas calientes para bien de sus gargantas. Ashino san, mi jefe, estaba medio dormido encima de la mesa. Kyo acababa de salir corriendo hacia los servicios a vomitar todo lo que llevaba dentro. Y en la ecuación solamente quedaban dos nombres: el de Kaoru y el mío propio.

 

Se acercó a mí, seductoramente. Yo, riendo, le seguí el juego, acercándome a él. Empezó a jugar con los botones de mi camisa, desabrochándolos.

–Kao, ¿qué haces? –Le pregunté tímidamente, quitándole sin mucha vehemencia las manos de encima mía.

–¿No ves? Estás acaloradísimo. Intento que no te dé algo malo aquí dentro –rió mientras volvía a intentarlo, dejándome esta vez abrir un par de botones.

–Pero espera, tú también estás colorado, déjame ayudarte…–Fui a más y le terminé abriendo la camisa por completo, quedándome boquiabierto al ver su musculoso torso. Sin pensar acerqué la mano a él y empecé a acariciarle.

–Tienes unos dedos muy finos, guapa –se rió y me reí con él, golpeándole en el pecho. De repente cogió mi mano y me acercó a su rostro, besándome.

 

No se parecen a nuestros besos, Miya. No son amorosos. No sentía amor en ese momento. Era… pasión. Fuego. Locura salvaje.

 

Me senté sobre él y seguí besándole, enredando mi mano libre en su pelo, mientras él buscaba el final de mi camisa para acariciar sobre la piel mi espalda.

Me eché un poco hacia atrás, buscando aire, mirando de reojo la puerta por si aparecía alguien.

Si te soy sincero, el hecho de que alguien pudiera entrar y descubrirnos hacia que mis niveles de serotonina aumentaran a un ritmo vertiginoso; estaba en medio de un huracán de fuerza sexual. Autagonistofilia, nombre de la parafilia que sirve para nombrar la atracción por ser visto por otras personas mientras se realizan actos sexuales.

He estudiado mucho acerca de todos los casos de parafilias que hay y no me había dado cuenta hasta ahora, al escribir estas líneas, que tengo muchos patrones al margen de la cópula como satisfacción sexual. Y no lo he aprendido contigo, cariño. Lo siento.

Quizá él me descubrió un mundo nuevo que había estado escondido en mi subconsciente pero que quería que saliera de algún modo.

 

No puedo seguir escribiendo esto…mi mente no para de darle vueltas a esta espiral de destrucción en la que me vi involucrado.

 

 

 

Shinya apagó el ordenador mientras estrujaba el último cigarro que le quedaba en el cenicero. Se quedó un rato ante la pantalla oscura, pensando en todo lo que había revivido esa noche. Y eso era sólo el principio. Lo demás vendría todo mucho más rápido.

Se levantó de golpe y fue al cuarto de baño; se metió los dedos en la garganta y vomitó hasta sentir la bilis en su boca. Se sentó en el frío suelo y, llorando, se quedó dormido. Aún quedaba mucha historia que contar antes de que regresase Miya a casa.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).