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Caballo de Cartón por kakashiruka

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Notas del fanfic:

Hola a todos. Debo admitir que no es neta inspiración mia, sino en una de las canciónes de Joaquin Sabina llamada así mismo, "Caballo de Cartón", les invito a escucharla =D, pero no mientras leen el fic XD para que se concentren.

Hacía años que no escribia y/o publicaba y demoré mucho en tenerla lista. 

Les aviso que este es mi primera historia de lo que quiero llamar la serie "Peces de Ciudad". Ello será una mescla de varios One-shot del mismo universo que espero os guste.

A propósito, visiten mis páginas:

El fansub :  http://kevin-fansub.blogspot.com/

El Historias Yaoi:  http://originalesykakairu.blogspot.com/

Notas del capitulo:

Espero que os guste, es un trabajo que ya tenía en el tintero bastante. 

Gracias a los que aún me siguen (?), incluso recibí en mi blog un comentario sobre Konoha University y quedé O.o, muy maravillado de que les halla gustado mi trabajo =D

Con respecto al fic es el primero donde narro en primera persona, cosa que me cuesta bastante, asique perdonden mis errores :D

Desde ya gracias por leer.

 

Así es siempre.

Bostezo. Una amenaza al despertador. Raros murmullos que salían de una boca que pocas veces dejaba aflorar suaves palabras. Unos pies que hacían temblar hasta el departamento inferior. Imposible no notar cuanto odias levantarte antes de que nazca el sol.

Con el tiempo dejé de criticar tu manera de desayunar. Tu hostil razonamiento ya me causa bastantes problemas para acceder a tu cama. Ni mencionar los años que envanecí para intentar frustradamente llegar a tu corazón. Pero sin importar el tiempo que pase aún me llama la atención aquella pasión con que miras hacia el exterior por la ventana que se encuentra frente a tu faz cuando ocupas el escritorio como mesa. Hace unos  años iba a atreverme al fin a preguntar por aquello, aunque he aprendido que contigo a veces es mejor callar antes de salir herido por ese cuchillo que llamas lengua.

Me vestí rápido tras tomar una ducha, a lo cual noté ya no estabas. Nunca te despides, nunca aprendiste esos hábitos. Lo peor es el sentimiento de no saber quien fuera culpable de ello.

Entre los restos de tu desayuno encontré una mitad de croissant que devoré de un bocado, mientras bajaba las escaleras y me dirigía a la estación del metro. La ímpetu de otros días no me acompañaba en los pasos que daba, en especial si el tiempo me había enseñado lo suficiente para mentirle a María sobre aquellas noches en que a través de un efímero mensaje de texto me suscitabas hacía ese lugar que acabo de abandonar.

Cuando llegué también me hallé solo. María de seguro estaba a puertas de la escuela en donde debía dejar a Martín. Ese pequeño monstruito acababa de cumplir ocho años, pero crecía aún más rápido de lo que mis ojos lograban dimensionar. Los años nos corren a todos, y más rápido a mí, que he tendió ese terror de pisar los cuarenta. Debe ser duro llegar al espejo y ver que ya no soy ni la décima parte de lo que dejé en la primavera de mi vida. Diría personalmente que los treinta son como el verano humano; en vías de estar marchito.

Junto con el sonido de la puerta se le acopló el beso que depositó en mis labios María tras hacer las compras en el mercado para preparar el almuerzo. Recuerdo que prometió hacer algo especial debido a que hoy estaría libre, pero no específicamente el platillo que prepararía.

Siempre la mejor, y la envidia de cualquiera de los que me conocieron durante la universidad. Una mujer virtuosa, al punto que cada domingo me arrastra a la iglesia junto con ella. Cada una de esas mañanas se empecinaba en lograr hacer relucir a Martín, aunque poco le duraba porque cuando se juntara con los demás chiquillos perdiera todo el encanto que su madre invirtiera, aunque tampoco ello la desanimaba en volver a emprender ello a la semana siguiente.

Estando los platillos sobre la mesa, y los dos, uno frente al otro, ella consultó por mi viaje de negocios. Le expliqué todo con tecnicismo que no fuera a entender sobre el supuesto ajetreo que tuviera el gerente de ventas en sus trámites. Si me lo preguntan — porque Pedro en más de una ocasión me calló con esa interrogante — ya no me duele mentirle con tal descaro. En cambio a Martín sí; a él solo le digo que papá estuvo ocupado. Este pensamiento, que hace tan pocos años logré entender, es el mismo que me inculcó mi padre antes de largarse con su amante cuando tuviera quince años; a tu mujer le podrás negar hasta lo que está a su vista y por amor lo creerá, a un hijo eso es imposible.

No era que ya no le viera, es más, el verano pasado nos juntamos para ir de pesca solos. En dicha salida no me asombré, como lo hice a mis quince años, de los amoríos de mi padre. También confesé el mío, pero omitiendo el gran detalle; mi amante es un hombre.

Con pocas personas logro hablar de mis raros líos que obtengo con la relación clandestina junto a Pedro — mayores que los que le proporcionaba el matrimonio —, entre ellos con el secretario general, Alex, del presidente de la compañía, a quien conozco desde la preparatoria. Ambos sabemos de las aventuras del otro, aunque en el caso de Alex siempre ha sido soltero. En parte su caso me preocupa; es raro ver a un adinerado — aún más que yo — recurriendo a prostitutas, siendo que mujeres, e incluso hombres, nunca le faltaron.

— ¿Tantos años y aún el bastardo no te dice donde trabaja? — Se burlaba de mi mientras sujetaba un cigarrillo en la azotea del edificio laboral —, por eso mismo yo busco las putas. Les pagas sus honorarios y te puedes marchar.

La nostalgia que le vi en el rostro me asombró. Nunca fui uno al que recurrieran por concejos — me cuesta leer los sentimientos —, pero la tristeza de Alex fue idéntica a la que remontaba en el rostro de Pedro cuando le veía viajar, a la distancia dentro del mismo vagón, durante la hora en que los oficinistas abandonan sus grises pupitres.

Pedro siempre ha sido melancólico. Frustrado por su mismo destino de miseria. Odiaba todo, hasta hoy es difícil verlo o hacerle feliz. Incluso es asombroso como aún durante el sexo llora ante una impotencia misteriosa que maldigo por callársela para él mismo.

— Cervantes. Hospital. Rio Claro. Los Héroes. Son las estaciones en donde le he visto ingresar por las tardes en el tren subterráneo — agregué mientras limpiaba las cenizas de mi cigarrillo.

Esa misma noche, cuando pensaba que llegaría a saludar a Martín, recibí la llamada de emergencia. Ya ni leo los mensajes, el timbre que le destiné a su número me avisa para evitar preguntas de las veces que María me consultaba del por qué llamaban tan tarde de la oficina.

Tomé un taxi. El auto lo había dejado nuevamente en casa, en especial si me puedo ahorrar dinero por las mañanas al tomar el subterráneo. Mirando por la ventana noté como ya el día estaba acabado y los bares encendían sus neones; es gracioso cuando pienso que ello se puede idealizar como el labial que ocupa para seducirnos esta puta ciudad.

Abrí la puerta con la llave que dispongo en mi manojo. Él miraba por la ventana de siempre hacía el exterior. El lugar solo tenía encendida una ampolleta que colgaba del techo. Pese a lo sombrío que es este lugar siempre logramos llegar al orgasmo que nos enseñó la juventud y que intentamos quitarle de las manos a la madurez.

Le tomé por la espalda mientras le besaba el cuello y con mis manos le desabotonaba la camisa usando una velocidad que ya a este punto no era para asombrarse. Me molesta cuando él se empeña en mirar al exterior y hace como si me ignorara. En esos momentos, como éste, me siento odiado por él. Pero no quiero debatirle. Para qué. Ya es tarde para lamentarse, ya no vale la pena.

—Nacimos para perder, Joan — enunció en un murmullo que robó mis pensamientos, pero no detuvo ni mis manos ni boca.

Solía tener gran habilidades para la filosofía, y en ocasiones acostumbraba llegar a ser su gran tobogán de depresión. Por eso se enamoró de mi — o al menos en medio de risas y besos me lo confesaba en la biblioteca de la segundaria —, yo no suelo pensar mucho.

Al minuto supe a lo que nos llevaría, por ello me antepuse al momento, y tomando uno de sus brazos besé los cortes que se auto proporcionaba con el filo robado de algún sacapuntas. Los más antiguos ya desaparecían, o al menos eran opacados por los más recientes. Me duele pensar que al menos soy el culpable de un gran número de ellos. Los puños de Pedro se cerraron, estrangulando el aire que en el vacío de ellas encerraban. No necesité verle el rostro, supe al instante que lloraba.

—Te amo — pronuncié en un susurró a su oído cuando le abracé con ambos lazos por el vientre.

—No sé cómo, tras veinte años, sigo creyéndote cada palabra que dices — respondió con lo ronco de su voz —. Mientras tú vives bajo la sombra de la benevolencia de la fortuna, yo me conformo con la tenue luz de la rutina.

A las únicas palabras que mi mente no puede resistir son las de esa boca. Le amo, y aunque es la única cosa en que jamás le he mentido, persiste en no creerme. ¿A caso cree que no me saltan las ganas de ir y abrazarle mientras viaja en un traje sin cuerpo por el tren subterráneo? Nunca me han sido indiferentes tus emociones.

—Te amo — volví a enunciar, pero le abracé con la fuerza que solo la locura comprende.

—Es aún posible cabida al deseo, pero muy tarde para el amor.

Entonces giró a mí y lloró en mi pecho. No poseo la menor idea de su derrame, tampoco deseo preguntárselo, no busco arruinar el momento. Por tantos años he intentado librarle del pasado, de su miseria, de los fantasmas de su niñez que no tenían más que ofrecerle que un pan duro junto a un vaso de agua. Quiero, no, es más, debo librarte de este duro cuento bizarro que te roba de mí, llevarte lejos en un caballo como los que solías admirar durante la juventud.

— ¿Quieres que me quede?

Mediante un raro gemido aceptas. Poco a poco, mientras calmas tus lágrimas, me descubres de lo que llevo puesto. No me miras al rostro, sino que decides perder tu mirada en mi cuerpo.

—No le mires tanto. Me da vergüenza ya no estar tan bueno como antes — reí mientras el otro emuló una sonrisa.

—Para mí siempre serás aquel chico que nunca ha dejado de besar mis heridas.

Me alegró saber ello. Entender que de alguna forma tú sigues pensando en mí. De que veinte años han servido para llegar a ti, pese a que sé tan pocos detalles tuyos.

Los besos con que te voy devorando la boca son casi los mismos que los de hace años. Me encantan, simplemente saben guardar esa mezcla entre hiel y miel.

Sin importar cuanto es el desenfreno con que atas tus manos a mi cuello me pregunto si me has sido fiel, porque lo he sido, no en el cuerpo, ya que si fuera por ello no tendría virtud para codiciarte, más en mi alma siempre has sido tú. No importan los años, siquiera el anillo que llevo en mi mano, no, nada.

Debo admitir que sin importar cuantas veces lo hacemos, sigo eyaculando con la misma lujuria. Mientras me bajo de sobre ti vas lentamente acomodándote hacía tu rincón de la cama, sin mirarme luego de que no te perdiste instantes de mi cuerpo hace algunos minutos. Sí es que crees que la puta aquí eres tú, déjame corregirte; soy yo. Al lograr alcanzarte y calzar mi cuerpo por tras el tuyo bajo las brazadas y sin poseer tela, además de las sábanas, que cubran nuestros cuerpos, te abrazo.

—Ni pienses en excitarte otra vez con mi trasero — repeles con las palabras mi cuerpo.

—No — reí —, estoy cansado.

— ¿Un día duro?

Callé unos segundos. Era difícil por donde comenzar.

—He pensado mucho.

—Ese no es tu fuerte — ríes tú ahora.

—Hey, Pedro.

—Dime.

Dentro de todo este paisaje lo mejor es escucharte reír, eso me alienta a seguir luchando. Luchar por que dejes de levantarle el culo a tu jefe para mantener un trabajo que odias, para que tu desahogo esté en mis labios y no en el filo de las navajas con que flagelas tus brazos, para desarraigar esa amargura que llevas más adherida que tu piel y que tu risa deje de ser tan común como los eclipses. Juro que un día lo haré, al igual que la maldita pregunta que siempre se queda en su lugar y no se atreve a nacer como le dice mi mente. Lo juro, te lo juro Pedro. Un día lo haré, porque si bien todas estas cosas me roban algo de ti, pero sin embargo existe ese algo donde yo sigo reinando. Me robarán todo de ti; tus noches no.  

—Nada.

Notas finales:

Muchas gracias m(_ _)m


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