Si los sueños se volviesen realidad, Mark Harrison estaría loco. La mayoría de las personas apenas recuerdan sus sueños al despertar, pero él sigue escuchado una suave, pero lastimada voz llamándole; no deja de soñar con una mansión digna de la monarquía londinense, que jura comienza a parecerle conocida, y pistas sobre un amor de su pasado que no puede superar.

Cada vez que Mark lo recuerda no deja de preguntarse si sus sueños tienen un significado, si es alguna parte olvidada de sí mismo. Pero al despertar, y ver a su mejor amigo Christopher durmiendo en la litera sobre él, sabe que ya tiene a quien amar, que sus sueños se sienten como si fuese la vida de alguien más.

Su realidad es que detesta el internado donde estudia, que tiene una estúpida atracción hacia Derek, un chico ególatra que no tiene idea la existencia de Mark suspira por su molesta sonrisa, y que en el primer instante en que le vio, chocando con él en un pasillo, algo le pareció familiar, como si hubiese tenido la oportunidad de conocerlo en otra vida.