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Apuntando a la luna por Fullbuster

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Su corazón se aceleró. El pecho de Kuroo apoyado sobre su espalda le ponía nervioso. Ya no era sólo su corazón, sino el del propio moreno tras él. Sin embargo, el de Kuroo seguía latiendo a ese ritmo constante mientras el suyo se desbocaba por momentos. ¡Le amaba! Y no podía evitarlo, amaba todo de él, pero simplemente… no podían estar juntos, eso intentaba repetirse una y otra vez.


- Vamos, te acompaño a tu residencia – dijo finalmente Kuroo, alejando sus manos del chico para volver a caminar por la pasarela.


- Kuroo…


Al escuchar su nombre, se giró inmediatamente. Su atracción hacia Tsukki era inevitable, por él haría cualquier cosa, era su mayor debilidad aún sabiendo que nunca sería lo suficiente para estar con él. No podía entender la razón de por qué a veces parecía amarle y otras… le alejaba. Tsukki era muy extraño.


- ¿Crees que a veces… la luna podría llegar…?


- La luna nunca se mueve, Tsukki – sonrió Kuroo – y yo sólo soy un gato callejero que se sentaba en la tapa de un pequeño cubo de basura y soñaba con alcanzar la luna. Pero por mucho que sueñes… la luna no bajará, no hay forma de alcanzarla – comentó Kuroo finalmente, cortando la frase que Tsukki quería decir.


Volvió a caminar, creando una separación de apenas unos metros, pero unos metros por los que Tsukki empezó a sentir que perdía la respiración. Le daba terror perder a ese chico, sólo el hecho de que se alejase de él, por muy poco que fuera, le aterrorizaba, por lo que aceleró el paso y estiró la mano para poder agarrar la chaqueta de Kuroo.


Sus dedos se aferraron con fuerza, impidiendo que Kuroo siguiera caminando pero no se girase. Podía sentir claramente la presión en su espalda de aquellos dedos y al instante… cómo apoyaba la frente también contra lo alto de su espalda, justo entre sus hombros.


- Yo… yo sí… te vi – susurró Tsukki – sí… sí vi a ese gato callejero que observaba la luna y… deseo tanto bajar con él – sollozó, lo que dejó a Kuroo con una tensión fuera de lo normal.


¿Por qué le hacía esas cosas? ¿Por qué tenía ese sentimiento proteccionista? Tan sólo quería girarse, abrazarle, besarle, decirle que estaba allí y consolarle. Ansiaba decirle que le amaba pero luego ocurriría algo que volvería a alejarle y al final… ambos sufrían. No entendía la razón por la que se acercaba y se alejaba.


- Kei… - le llamó por su nombre – sabes todo lo que siento por ti, sabes que eres mi mayor debilidad y que ahora mismo estoy luchando conmigo mismo para no girarme y abrazarte, porque al final, volveremos a sufrir. O me cuentas qué ocurre o… no podemos seguir así. Soy tu ex novio.


- Lo sé – dejó Tsukki que las lágrimas cayesen, mojando la chaqueta roja del Nekoma – pero nunca debí dejarte ir.


¿Cómo podía resistirse a algo así? Era imposible. Ese chico era completamente su debilidad y no soportaba la idea de verle sufrir. Su corazón se hacía añicos cada vez que le veía, cuando hablaba con él, cuando tenía estos momentos tan tiernos que luego se convertían en su infierno, pero… no podía evitar seguir estando allí para él.


Sentía esas manos deslizándose por su chaqueta, dando la vuelta a su cintura hasta que observó el cabello rubio y las mejillas sonrojadas de Tsukki frente a él. ¡No había querido darse la vuelta para no caer de nuevo! Pero allí estaba Kei, él sí se había puesto frente al moreno y apartó sus gafas con delicadeza, permitiéndole ver esos ojos tristes y desconsolados que le pedían a gritos “consuélame”.


Sus labios estaban muy cerca, ¡demasiado!, tanto como para que Kuroo cerrase los ojos intentando no mirar lo que se avecinaba. Su mente le gritaba “corre, huye, van a romperte de nuevo” y su corazón herido simplemente… no deseaba bombear la sangre necesaria a sus piernas para moverse. Era su grito para que se quedase, creyendo que ese chico sería su sanación pese a que el cerebro decía que era su perdición.


¡Un gato callejero enamorado de la luna! Eso es lo que él era, un simple gato que jamás podría alcanzar lo más preciado y sólo… miraba desde la distancia todas las noches. Una luna que aplacaba su sufrimiento cada noche y que le devolvía a la cruda realidad cada mañana con un nuevo sol.


El roce de sus labios traía consigo esa dulce brisa marina que provocaba escalofríos en cada rincón de su cuerpo. Besarle le recordaba a las largas y solitarias noches en el puerto Minato, cuando acudía a ver los barcos que llegaban a puerto, con esa brisa que soplaba desde el mar con la suave marejada que la luna provocaba en el agua.


¡No podía apartarse! Tampoco quería hacerlo. Deseaba a ese chico y sabía que el dolor al día siguiente sería demasiado intenso cuando desapareciese nuevamente, pero ahí estaban sus manos, apresando con fuerza la cintura del rubio para evitar que pudiera alejarse esa noche de él.


En cuanto las manos del rubio subieron por su nuca y se deslizaron por su cabello sin cesar el pasional beso, Kuroo entendió que todo iba de cabeza al abismo. No podía escapar de él ni de lo que sentía. Simplemente, dejó que su mano jugase con su cabello antes de bajar hacia sus hombros, arrastrando la chaqueta del Nekoma sobre sus brazos para quitársela.


- ¿Aquí? – fue su única pregunta.


- En mi residencia están todos los del Karasuno – susurró Tsukki.


- En la mía todos los del Nekoma – suspiró frustrado Kuroo.


La verdad era que a él le importaba muy poco que le vieran, pero Tsukki era incapaz de dejarse ver en esas situaciones por alguien. No quería que nadie supiera su relación sexual con él, al fin y al cabo, era un hombre. Kuroo siempre imaginó que simplemente… él no estaba preparado para dar la noticia al mundo, así que tuvo paciencia. ¡Tanta paciencia que acabó rompiendo la relación antes que admitir que le gustaban los hombres! Con Tsukki nunca parecía haber una respuesta correcta.


Si no hubiera esperado, habría roto con él por confesar que le gustaban los hombres, sin duda se habría enfadado puesto que era un tema que él debía solventar. Así que prefirió la paciencia… y eso le llevó a que rompiera porque no estaba listo para confesar su romance. ¡Cualquier opción era mala!


- Conozco un sitio – afirmó al final Kuroo, todavía con los ojos cerrados y dejando que el rubio mordisquease su labio inferior.


- Donde sea mientras…


- Sí, lo sé… donde nadie te vea.


Su voz sonó cargada de resignación, pero era una faceta que no podía cambiar en ese chico. Deshizo el agarre de Tsukki y tomó su muñeca para conducirle hacia el lugar que tenía en mente.


¡Calidez! Sentía calidez y más cuando su mano bajó de la muñeca hasta la palma, entrelazando los dedos con los del rubio. Aquella sensación la extrañaba, rara vez habían caminado de aquella forma, sobre todo por miedo a ser vistos, pero Tsukki reconocía que le gustaba demasiado. Él siempre era tierno aunque intentase aparentar ser un chico más duro de lo que realmente era.


El pabellón apareció frente a ellos en cuanto terminaron de cruzar aquel pequeño bosque. En él habían entrenado sus bloqueos años atrás pero el último año… todo había cambiado entre ellos. No habían vuelto a entrenar juntos, Kuroo ya no le había vuelto a insistir en que bloquease para él o en que necesitaba algún jugador para probar algo nuevo. Tenía cierta nostalgia de volver a entrar allí con ese chico, pero no pronunció palabra alguna.


Tsukki fue el primero en acercarse a la puerta y tratar de abrir, pero nada sucedió. La puerta estaba cerrada con llave. Era normal que lo hicieran, había mucho equipamiento deportivo en el interior y tendrían miedo a vandalismo o que robasen cosas. Querían mantener el orden en el gimnasio.


- Cerrado – suspiró Tsukki.


- Yo tengo llave.


- ¿En serio?


- ¿Qué? Soy el capitán del equipo del Nekoma, suelo entrenar por las noches, me dieron una llave.


Del bolsillo de su pantalón, sacó un llavero. En él no es que hubiera demasiadas llaves, Tsukki pudo contar más o menos unas tres cuando las movió con rapidez entre sus dedos para buscar la apropiada. La puerta se abrió y entraron en aquel inmenso espacio oscuro y solitario.


Fue Kuroo quien encendió las luces y cerró la puerta tras de sí dejando la llave puesta para evitar que nadie más con acceso pudiera acceder.


- ¿Y si viene alguien?


- ¿A estas horas? Lo dudo – susurró Kuroo – y aunque viniera alguien y no pudiera abrir, les diría que me olvidé quitar la llave y estábamos entrenando.


Aun así, no podía relajarse completamente. ¡Si su padre se enterase de lo que hacía con Kuroo! Era posible que le apartase de él, que le pagase la matricula universitaria en cualquier otra del país, que hiciera todo lo posible por evitar que se supiera que tenía un hijo “marica” como él los llamaba. ¿A qué vida estaba arrastrando a Kuroo? ¡No podía vivir sin él pero tampoco podía hacerlo con él! Se sentía miserable por hacerle algo así, por mantenerle en la clandestinidad, por aprovecharse cuando tenía sus bajones y le necesitaba, pero… por otra parte… se sentía demasiado feliz al estar a su lado. Eran unas horas donde olvidaba todo y sólo importaban ellos dos.


Siguió al moreno hacia el otro extremo. El lugar más escondido de todos y donde nadie miraba… ¡Bajo las gradas! También era el lugar donde muchos jugadores tanto de baloncesto como de voleibol o fútbol sala llevaban a sus ligues para… “un meneo” como Tsukki lo decía de forma suave. Allí los jugadores dejaban que las animadoras o algunas espectadoras con las que habían ligado les hicieran sexo oral o incluso… mantenían relaciones. Que Kuroo supiera aquello no era algo desorbitado, él también lo sabía aunque nunca había hecho algo así, sin embargo, por un momento pensó que quizá… Kuroo sí lo había llegado a hacer.


- ¿Tú…? – intentó preguntarle aquella duda a Kuroo al ver cómo se metía bajo las gradas, pero cuando éste se giró para escuchar su pregunta, pensó que quizá era mejor no saber lo que Kuroo hacía en su soltería, sólo quería sexo con él y no podía ofrecerle nada más – nada.


- ¿Vienes? – preguntó cuando tiró la chaqueta del Nekoma al suelo, buscando un lugar donde sentarse.


¡No quería perder tiempo! Y también conocía a Kuroo… él siempre era ardiente, fogoso, salvaje… la paciencia no era uno de sus puntos fuertes, al menos en el sexo. A veces pensaba que toda la paciencia que tenía para esperar el momento exacto para bloquear y detener los remates, la agotaba en ese deporte, o quizá… como él decía, era como un auténtico gato, inteligente para acechar y esperar el momento y salvaje a la hora de actuar.


La sonrisa de su rostro cuando se sentó, hizo que a Tsukki le dieran escalofríos. Esa penetrante mirada felina, esa sonrisa de medio lado burlona, la forma en que golpeaba con la palma de su mano la tarima incitándole a ir a su lado… todo él era un seductor nato. Ese chaval podría ligarse a quien quisiera y eso le hizo recordar el día en que se encontró con Hinata y Kageyama, aquella estúpida conversación cuando él acababa de romper con su novia y ellos miraban con “ojitos” a Kuroo desde las gradas. Hinata había empezado al ver a Kuroo hablando con una de las hermosas chicas fanáticas del Nekoma con una frase como “ése se ligaría a cualquiera”, a lo que Tsukki, molesto, comentó algo como que “no era para tanto”, pero Kageyama enseguida animó a su compañero con un “se ligaría a mi hermana” y ya… no pudieron parar, lo siguiente de Hinata fue un “y a mi madre”, “y a mi prima” “y a mi tía”, decía una frase cada uno, “se ligaría hasta a mi abuela”, se quejó Kageyama con un ligero sonrojo en sus mejillas. Pero la guinda del pastel… fue sin duda Hinata con un “hasta yo habría caído, es todo un seductor”.


Aquella conversación que llegó a su mente, hizo que Tsukki se sonrojase, porque era totalmente cierto y aunque intentó desmentirles, él había caído en las redes de ese seductor hacía demasiado tiempo y ahora… no sabía cómo salir.


- ¿A qué esperas, Tsukki? ¿No querías esto?


Con decisión y pese al sonrojo en sus mejillas, bajó la cremallera de su chaqueta y la tiró también junto a la del Nekoma, sentándose con rapidez sobre los muslos de ese moreno, apartando sus gafas a un lado y besando con pasión a ese chico que agarraba su cintura y buscaba desnudarle con rapidez.


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