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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Guerra.

 

Esto no era una cuestión de honor, ni de defender su masculinidad ni el derecho a expresar su desacuerdo. Esto se trataba de luchar por aquello que amaba.

Sin embargo, estando tan convencido como estaba que tenía que hacerlo, de que su futura felicidad dependía de su próxima decisión, era incapaz de dar un paso adelante y derribar las puertas que se interponían en su camino.

Tenía un nudo horrible en la garganta, tenía escrito en el alma un odio sin timón y sin brújula, que vagaba en la deriva de su corazón deshecho y que, siendo incapaz de encontrar un puerto adecuado donde atracar, se dirigía a sí mismo. Porque se odiaba en ese momento como nunca lo habría imaginado.

Odiaba su cobardía y su incapacidad para llorar, porque de verdad necesitaba hacerlo. Lo odiaba a él, porque sabía que se estaba casando con alguien que en verdad no amaba.

Odiaba pensar en aquella vocecita que le advirtió en los primeros días que su relación no duraría y que había mandado a callar porque no quería pensar en esa posibilidad.

Odiaba sentir a sus pies clavados en el suelo por el peso de su melancolía y sus ojos fijos en la iglesia que tenía frente a él, fijos con una estúpida fascinación.

‘Eres un puto masoquista’, dijo la vocecita con dulce amargura y Fugaku no tuvo fuerzas para corregirla.

Porque no era su impotencia lo que odiaba, ni su inhabilidad para seguir sus propios principios.

Odiaba saber que todo era cierto.

¿Acaso era verdad que él ya no lo quería, que probablemente nunca lo quiso? ¿Qué tal si en verdad Minato quería estar con esa mujer, como sea que ella se llamara? Él nunca podría darle una familia apropiada, esos hijos con los que tanto soñaba. Y sería mentira decir que él podría tomar el papel de una esposa.

—¿Ku-chan?

Eso era karma. Alguien allá arriba estaba riéndose de él, lo sabía.

Volteó la cabeza solo para encontrarse con la visión de Madara e Izuna. Ellos también estaban afuera porque ningún Uchiha relacionado con Minato estaba invitado a la boda. A la novia no le caían muy bien.

—¿No vas a entrar allí para objetar? —preguntó Madara.

—No puedo hacer eso. ¿Qué pasaría si entro y descubro que ya no me quiere?

—¿Eso es lo que piensas? —preguntó Izuna, que le miraba con atención.

—Más o menos.

—Ya veo —dijo su primo sin que la menor emoción se adivinara en su voz.

Provocó que las pocas fuerzas que quedaban dentro de Fugaku lo abandonaran.

—Izu, ¿estás listo?

—Cuando digas, Madara.

—¿Sabes, Ku-chan? Es bueno que nos tengas a nosotros como familia, porque así podemos ayudarte a ponerte de pie cuando no puedes hacerlo tú solo.

Fugaku los miró incrédulo, todavía procesando las palabras.

—¿Pero qué-?

—Si algo sale mal, solo quiero decir que todo fue idea de Izuna.

No tuvo tiempo para replicar nada porque en ese preciso momento Madara e Izuna pasaron por su lado, abrieron las puertas de una patada y gritaron al unísono:

—¡Nosotros nos oponemos!

Sonrieron despectivos a la pelirroja que los miró con ojos que prometían el infierno.

No tenía ni idea de con quiénes estaba jugando y la harían pagar por meterse con la felicidad de su niño.

 


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