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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 13. Dolor

 

Lo primero que pensó Rukawa al ver a esa pandilla de indeseables fue que debería dar media vuelta y marcharse de allí cuanto antes, pero eso sería huir, pero su orgullo se lo impedía. Además, que ya había hecho bastante el ridículo por un día por culpa de los imbéciles del Shoyo.

 

¿Pero por qué tenía que tener tan mala suerte?

 

El propio Ryu fue el primero que le vio. Dio una última calada al cigarrillo que se estaba fumando, lo tiró al suelo y lo pisoteó, y empezó a caminar hacia él.

 

—Mira a quien tenemos aquí... —exclamó con una sonrisa cínica.

 

Entre él y el resto de la banda rodearon rápidamente a Rukawa, quien no lo dudó y se bajó de la bicicleta, dejando que esta cayera al suelo haciendo un estruendo.

 

Estaban en una calle poco concurrida y a esas horas de la tarde y ya oscureciendo no pasaba mucha gente, pero no estarían solos mucho tiempo, tarde o temprano alguien cruzaría por allí. Pero en el lado de la derecha a unos cinco metros la calle estaba atravesada por un callejón mucho más estrecho, y Rukawa supuso que en cualquier momento le obligarían a meterse en él.

 

Pero no sentía ningún miedo. Ya no.

 

—Pero si es uno de los compañeros de equipo de Mitsui... ¿o deberíamos decir el maricón de Shohoku? —preguntó Ryu.

 

Esta vez Rukawa ya no se sorprendió. Se estaba haciendo a la idea de que toda la ciudad estaba enterada de su homosexualidad.

 

Ryu se colocó justo frente a Rukawa, sacó un paquete de tabaco y un mechero y encendió otro cigarrillo. Le dio una calada y le tiró todo el humo en la cara. El chico de ojos azules no se inmutó.

 

—Tenía ganas de volver a verte —gruñó—. Tú y yo tenemos algo pendiente...

 

Eran cuatro. Excepto Mitsui y Tetsuo, eran los mismos que atacaron el gimnasio. ¿Podría solo contra ellos?

 

—Mira que dejarte vencer por un maricón... —se burló uno, rubio con pecas. Rukawa recordó vagamente haberle pateado el estómago antes de que Tetsuo le noqueara de un empujón.

 

—¡Cállate, Masao! —gritó Ryu, furioso—. Me pilló de sorpresa, eso es todo. Pero esta vez se va a enterar.

 

Dio otra calada al cigarrillo y de nuevo le echó el humo a Rukawa en la cara, quien apretó los puños pero no se movió. Pero a la tercera vez, dio un manotazo y el cigarrillo cayó al suelo.

 

—Ja... —Ryu mostró una sonrisa triunfante.

 

Echó el cuerpo hacia atrás para coger impulso y estrellar su puño en el rostro de Rukawa —«Demasiado lento»—, pero este lo esquivó y lo golpeó fuertemente en el estómago.

 

—¡Ryu! —exclamaron sus compañeros.

 

Cof, cof... maldito... —jadeó el aludido. Había hecho mal en subestimarlo (otra vez). Se irguió y atacó de nuevo, esta vez consiguiendo golpear a Rukawa en la cara.

 

Kaede recibió el golpe con entereza y se lo devolvió rápidamente. Ryu intentó hacer lo mismo pero Rukawa era más rápido y peleaba mejor. Un par de golpes después Ryu empezó a admitirlo y le escupió a Rukawa en la cara. Era la señal.

 

El moreno se limpió con una manga, e iba a darle otro puñetazo, cuando una mano grande y áspera le detuvo. Un chico castaño con el pelo largo, algo rellenito. Rukawa iba a zafarse cuando de pronto fue sujeto por el otro brazo. Y antes de que pudiera reaccionar, un violento rodillazo en la boca del estómago le dejó sin aire y le hizo doblarse en dos.

 

«Cobardes...», fue la única palabra que su mente fue capaz de formar mientras el aire volvía lenta y dolorosamente a sus pulmones, a la vez que era arrastrado, como ya se había temido, al callejón.

 

Ryu no desaprovechó, y después de un puñetazo en los labios y otro rodillazo en el estómago, ahora era Rukawa, aún sujeto por los brazos y a cuatro patas, el que escupía sangre en el suelo. Pero Ryu no estaba dispuesto ni a dejarle escupir tranquilo. Le agarró del cabello y le obligó a levantar la cabeza para que le mirara a los ojos.

 

—Quizás vosotros habéis olvidado lo que pasó en el gimnasio —siseó el líder de la banda—. Pero nosotros no. Y ya desperdiciamos la oportunidad de vengarnos una vez. No lo volveremos a hacer —le soltó y le golpeó tan fuerte en el ojo que por poco le hizo perder el sentido.

 

Entonces Rukawa recordó que un día escuchó contar a Miyagi que Mitsui y Sakuragi llegaron tarde al primer partido del torneo de la prefectura porque se habían topado con la ex—banda del tirador de triples, y que habían conseguido llegar a tiempo porque los amigos de Sakuragi les ayudaron.

 

Pero él no tenía a nadie. Ningún amigo iba a aparecer para ayudarle.

 

Ese pensamiento le golpeó con fuerza, y le dolió más que los puñetazos y rodillazos recibidos. Más consciente ahora de su situación, Rukawa intentó zafarse con más fuerza de los que le sujetaban, pero no lo consiguió, estaba demasiado cansado por el esfuerzo del partido. De pronto sintió que le retorcían el brazo derecho.

 

—Ngh... —lo último que quería en ese momento era dejar escapar un grito de dolor.

 

—¿Duele, verdad? —preguntó el chico que le estaba retorciendo el brazo, el rellenito—. A mí casi me lo partiste, capullo.

 

En efecto, ese chico era el mismo al que Rukawa había retorcido el brazo en el gimnasio, del que después se ocupó Ryota tras haberle dado una bofetada a Ayako.

 

«Mierda...»

 

El brazo le dolía tanto que estaba seguro de que se lo iba a romper. Y por primera vez en toda la pelea, sintió miedo. Miedo a que le rompieran el brazo, a que le lesionaran, miedo a no poder jugar a baloncesto. ¿Pero que podía hacer? Entre el cansancio por el partido y la inferioridad numérica estaba en completa desventaja. Esa pelea no la podía ganar solo.

 

«Solo... »

 

Dolía...

 

«Ayuda... »

 

Su mente, inconscientemente, le daba la solución. Tenía que pedir ayuda, y a gritos, si quería que alguien le oyera y acudiera.

 

“Ayuda...”

 

Su mente repetía la palabra, pero él era incapaz de pronunciarla en voz alta. Nunca había pedido ese tipo de ayuda, se había vuelto demasiado orgulloso para hacerlo.

 

«No puedo... »

 

Podía escuchar la risita del chico que aún no habían participado en la pelea. De repente, a pesar del dolor en su brazo y de que su mente era un caos, Rukawa distinguió perfectamente el sonido de una cremallera al bajarse.

 

Inesperadamente la imagen de Sakuragi le vino otra vez a la mente. ¿Que pensaría el pelirrojo de él si le viera en esa situación?

 

«Mierda, reacciona... », se dijo a sí mismo cuando sintió que le tiraban más del pelo. Poco a poco su mente se fue aclarando, aunque lo disimuló, y en cuanto Ryu bajó la guardia, Rukawa estaba listo para algo más que para defenderse.

 

xXx

 

La ceremonia de entrega de premios fue larga y aburrida. Los del Ryonan se marcharon, si no habían ido a la de su instituto, menos se quedarían a la de Shohoku. Pero los de Shoyo tuvieron que quedarse, más después de haber ganado. Algunos alumnos abuchearon cuando Fujima recogió el premio, las alumnas en cambio le miraban con admiración. Su perilla hacía furor.

 

—Vamos Ryota, anímate... —le dijo Ayako a su capitán en cuanto la ceremonia terminó, mientras caminaban hacia la salida.

 

—Pero hemos perdido... —era lo único que repetía el chico—. No soy un buen capitán...

 

—¡Sí que eres un buen capitán! Lo estás haciendo muy bien en los entrenamientos...

 

—¿Pero de qué sirve hacerlo bien en los entrenamientos si luego en los partidos perdemos?

 

—Solo es un partido, Ryota. El próximo lo ganaremos.

 

—Ayako tiene razón, Miyagi. No debes desanimarte.

 

Ryota levantó la vista del suelo y se encontró a Akagi y Kogure que les habían alcanzado.

 

—Capitán...

 

—Ya no me llames así, Miyagi —dijo Akagi—. Ahora el capitán eres tú. Yo ni siquiera estoy ya en el equipo.

 

—Cuesta acostumbrarse... Akagi.

 

—Sí, es cierto —suspiró el ‘gori’, que al igual que Sakuragi, se había muerto de ganas de bajar a la cancha a jugar. Pero los estudios eran lo primero.

 

—Yo creo que habéis jugado muy bien —intervino Kogure—. Y no os preocupéis porque en el torneo de la prefectura de la próxima primavera, ellos ya no tendrán tampoco a sus jugadores de tercero. A no ser que repitan curso, claro...

 

—Eso no me consuela —gruñó Ryota—. Era mi oportunidad para vencer a Fujima.

 

—Falta la Winter Cup. Y siempre te quedará la universidad.

 

—Si llego a la universidad...

 

¡Plaf!

 

—¡Auch! ¡Ayako! ¿Qué he dicho ahora?

 

—¿Cómo que ‘si llegas’? —exclamó la chica, abanico en mano—. ¡Por supuesto que irás a la universidad!

 

—Es que...

 

—¡Es que nada! El invierno que viene dejas el equipo y te pones a estudiar en serio como Akagi y Kogure, y ya verás cómo lo consigues. —En ese momento Ayako distinguió a Miuyo entre la marea de estudiantes que abandonaban el instituto—. Bueno chicos, yo me voy. ¡Hasta mañana!

 

—Hasta mañana —se despidieron los tres.

 

—Ey, ¿no creéis que Ayako ha adelgazado mucho últimamente? —preguntó Kogure ajustándose las gafas en cuanto la asistente se hubo alejado.

 

—¿A que sí? —preguntó a su vez Ryota—. Ya sabía yo que no eran cosas mías...

 

—De cosas tuyas, nada, es cierto que está muy delgada —dijo Akagi.

 

—Demasiado... —murmuró el chico del pendiente.

 

Ayako corrió un par de metros y alcanzó a Miuyo justo en la salida de Shohoku.

 

—¡Hola!

 

—Hola, Ayako —saludó a su amiga—. Siento que no hayáis ganado.

 

—Pensé que no habías venido. No te he visto en la grada.

 

—No suelo ponerme en primera fila.

 

—Oye Miuyo, respecto al jugador que te...

 

—No quiero que hagas nada —interrumpió. A continuación al ver la cara de su amiga suspiró—. Ya sabes quién es, ¿verdad? Es que no sé disimular...

 

—Sí, la verdad es que después de ver la cara que tenías aquel día en el gimnasio al escuchar a Mitsui decir barbaridades... me imaginé que era él. Y ayer busqué algo y me lo confirmó.

 

—¿Que lo confirmaste? ¿Cómo?

 

—Fuiste al colegio Takeishi, igual que Mitsui. Era mucha casualidad, ¿no?

 

—...

 

—¿Te gusta desde entonces?

 

Miuyo se detuvo y Ayako la imitó. Se habían alejado ya unas calles del instituto. La chica de ojos claros tenía la expresión muy triste.

 

—Vine a Shohoku por él, un año después de que él ingresara. Para volver a verle. Para verle jugar.

 

—Y él ya no estaba en el equipo... —susurró Ayako.

 

—No. Por lo visto se había lesionado y había dejado el equipo apenas un mes después de entrar. La primera vez que me crucé con él me asusté. Se había convertido en un... en un...

 

—En un gamberro —terminó la asistente.

 

—Sí... —suspiró Miuyo—. No me lo podía creer... Ese no era el Mitsui del que me había enamorado en Takeishi. Era... otra persona.

 

—Pero aun así...

 

—Sí, aun así seguí enamorada de él como una boba. Y no sabes cuanto me alegré al enterarme de que había vuelto al equipo. Desde entonces no me pierdo ni un partido —sonrió por fin.

 

—¿Él te conoce? —preguntó Ayako.

 

—Hablé un par de veces con él en Takeishi, no muchas porque al ser él un año mayor... era difícil llamar su atención. Además durante el año que él estuvo en Shohoku y yo aún estaba en Takeishi cambié mucho. Bueno, solo me puse lentillas, la verdad... Pero no, él no me ha reconocido ninguna de las veces que nos hemos cruzado.

 

—Bueno... no por eso debes rendirte. Déjame ayudarte.

 

—Que no, Ayako. En serio.

 

—¿Pero por qué no?

 

—Si quiero acercarme a él, he de hacerlo por mí misma. Y tú deberías preocuparte más de Ryota y no por mí.

 

—¡Que a mí no me gusta Ryota!

 

—Ya, ya... ¿Y por qué te pones roja cada vez que lo dices?

 

Ayako se puso más roja aún y Miuyo se echó a reír.

 

xXx

 

Sakuragi y sus amigos estaban en el Danny’s tomando unos refrescos y comentando acerca del festival. Pero el pelirrojo apenas hablaba, y parecía haberse quedado atontado mirando la pajita de su refresco.

 

—Hanamichi, ¿estás bien? —le preguntó Yohei.

 

El muchacho levantó la mirada y la clavó en los ojos negros de su amigo. A continuación volvió a mirar su refresco, después a Yohei, y después otra vez a su refresco.

 

—Sí...

 

—¿Estás triste por no haber podido jugar...?

 

—Sí... supongo...

 

A Yohei le extrañó mucho ese ‘supongo’, pero no insistió y se puso a hablar con Takamiya. Mientras Sakuragi daba vueltas a su pajita.

 

Claro que estaba triste por no haber podido jugar el partido, y también porque no lo haría en mucho tiempo. Estaba triste porque el Shohoku había perdido, y al mismo tiempo feliz porque eso significaba que el equipo le echaba en falta, y también apesadumbrado por sentirse así.

 

Pero había algo más.

 

Algo que no tenía nada que ver con el partido.

 

Algo que le oprimía el pecho y le hacía sentir mal sin ninguna razón aparente.

 

Un mal presentimiento.

 

xXx

 

Chiyako miró su reloj de pulsera por tercera vez en diez minutos. Si Kaede no se había quedado a duchar en el gimnasio, y seguro que no se había quedado a la ceremonia de entrega de premios del festival, ya debería haber llegado.

 

Estaba dando de merendar a Taro en la cocina cuando sonó el teléfono, que estaba en el recibidor.

 

Moshi, moshi. Chiyako Rukawa al habla —dijo al descolgar.

 

—#¿Señora Rukawa? Llamo del hospital Kitamura.#

 

—¿Del hospital? —inmediatamente Chiyako se asustó. Una llamada desde un hospital nunca podía ser buena—. ¿Qué ha pasado?

 

—#¿Su hijo se llama Kaede Rukawa?#

 

—¿Sí, por qué, qué ha pasado? —repitió cada vez más nerviosa al saber que se trataba de Kaede.

 

—#Ha ingresado en urgencias hace un momento, si pudiera venir a...#

 

—¡Pues claro que voy para allá! —exclamó asustada al escuchar la palabra ‘urgencias’—. ¡¿Pero qué le ha pasado?! ¡¿Está bien?!

 

—#Lo siento, pero no dispongo de esa información. El médico que le haya atendido hablará con usted.#

 

—D-de acuerdo...

 

Nada más colgar, Chiyako descolgó de nuevo y marcó el número del despacho de Kojiro. El corazón le latía muy aprisa. Taro se colocó a su lado.

 

—¿Qué pasa mamá?

 

—Ahora te lo explico, cariño... Vuelve a la cocina, ahora vengo.

 

«Por favor, por favor, por favor, que no le haya pasado nada grave... —rogaba Chiyako mientras escuchaba los tonos—. ¿Y si le han atropellado con la bicicleta? Maldita sea, mira que le tenemos dicho que vaya con cuidado...»

 

Nadie contestaba, y Chiyako estaba cada vez más histérica. Si le había pasado algo grave a Kaede, algo que ella, de alguna manera u otra, pudiera haber impedido, nunca se lo perdonaría...

 

Y Kanako tampoco...

 

—#Buenas tardes, despacho de arquitectura Rukawa-Misugi.# —se escuchó por fin del otro lado de la línea.

 

—¡Yumi, soy Chiyako, dile a Kojiro que se ponga, por favor!

 

—#Hola, señora Rukawa. Lo siento pero su marido está reunido.# —dijo la secretaria.

 

—¡Me da igual que esté reunido, es importante! ¡Dile que se trata de Kaede!

 

—#De acuerdo, un momento, por favor...#

 

Apenas diez segundos después Kojiro se ponía al teléfono.

 

—#¿Qué sucede, Chiyako? ¿Qué pasa con Kaede?#

 

—¡Que me han llamado del hospital Kitamura para decirme que está ingresado allí! —Chiyako estaba ya tan alterada que la voz se le empezaba a quebrar y parecía a punto de ponerse a llorar.

 

La voz de su marido también sonó muy alterada.

 

—#¿Cómo que está ingresado? ¿Qué le ha pasado?#

 

—¡No lo sé, no me lo han querido decir! Kojiro, yo voy para allá. ¿Vendrás tú también?

 

—#Claro que sí. ¿Pero con quién vas a dejar a Taro y a Aiko?#

 

—Con la señora Uesugi, la vecina.

 

—#Ok, nos vemos allí. Tranquilízate. Adiós.#

 

—Adiós...

 

Chiyako colgó el teléfono, se puso una chaqueta que había colgada al lado y corrió hacia el comedor para recoger a Aiko del parque, a la vez que llamaba a Taro a gritos.

 

«¿Cómo voy a tranquilizarme...?»

 

—Taro, cariño, tenéis que quedaros un rato con la señora Uesugi. Papá y yo volveremos en cuanto podamos.

 

—Mamá, ¿qué le ha pasado a Kaede...? —preguntó Taro, que lo había escuchado todo.

 

—No lo sé, cariño... —admitió Chiyako con un hilo de voz—. No lo sé...

 

Continuará...


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