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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 14. Reconciliación

 

Después de insistirle unas cinco veces, el taxista se decidió a hacerle caso a Kojiro y apretar más el acelerador. Aún así y debido al tráfico que había por la ciudad a esas horas de gente que regresaba del trabajo, no llegaron al hospital Kitamura hasta media hora después de hablar por teléfono con Chiyako. En recepción le informaron que habían trasladado a Kaede a planta, a la habitación 208.

 

«Si ya no está en urgencias es buena señal, ¿no?», intentó calmarse mientras subía corriendo las escaleras de dos en dos peldaños. Cuando por fin estuvo delante de la puerta de la habitación 208, casi se abalanzó sobre ella.

 

La visión con que se encontró no le abandonaría en mucho tiempo. Su hijo estaba tumbado en la única cama de la habitación, al parecer inconsciente, con una gasa en la frente, el ojo izquierdo completamente morado y los dos labios partidos. Se quedó en el umbral de la puerta, completamente paralizado. No era la primera vez que veía signos de pelea en la cara de Kaede, pero esta vez eran demasiados, y ver a su hijo, un muchacho de casi metro noventa, postrado en una cama con apariencia tan frágil, le había impresionado.

 

Chiyako estaba sentada junto a la cama, con una mano cogía la de Kaede, inerte sobre las sábanas, y con la otra le apartaba mechones de flequillo de la frente.

 

—¿No vas a entrar? —preguntó con voz ausente.

 

Kojiro dio un respingo y volvió a la realidad.

 

— ¿Q-que le ha pasado...?

 

—Una pelea —dijo Chiyako, cambiando su tono a enfadado—. Eso le dijo a los médicos. Una pelea, como siempre.

 

—¿Como siempre? —exclamó Kojiro—. ¡Nunca una pelea le había mandado al hospital!

 

—Pues esta vez sí...

 

Y le apretó la mano más fuerte a Kaede. Kojiro se dio cuenta de que Chiyako tenía los ojos enrojecidos. Dio un par de pasos para situarse junto a ella y le puso una mano tranquilizadora en el hombro.

 

—¿Está inconsciente? —preguntó. Aunque parecía evidente, conociendo a su hijo, no le habría extrañado que le dijeran que solo estaba dormido.

 

—Más o menos... Le han puesto un calmante muy fuerte porque le dolía mucho el pecho.

 

—¿Qué le pasa, tiene alguna costilla rota?

 

—No, solo una fisura. Nada grave, gracias a dios...

 

—¿Y cómo ha llegado hasta aquí? ¿En ambulancia? ¿Dónde ha sido la pelea? ¿Y con quienes? —Kojiro estaba seguro de que una persona sola no podría dejar a su hijo en ese estado.

 

—No, llegó por su propio pie...

 

—¿Por su propio pie? —se sorprendió.

 

—Ajá...

 

Chiyako le resumió brevemente todo lo que le habían contado los médicos, por ejemplo que tendría que quedarse esa noche en observación. Luego se quedaron en silencio un rato, sin quitarle la vista de encima a Kaede.

 

—¿Cuándo vas a hacer las paces con él? —preguntó Chiyako de pronto.

 

—No quiero hablar de eso ahora — contestó Kojiro.

 

—Pues a mí me parece un buen momento.

 

—Te he dicho que no quiero hablar de eso.

 

Chiyako suspiró. Y luego Kojiro se preguntaba de quien había ‘heredado’ Kaede la testarudez...

 

xXx

 

Le costaba tanto abrir los ojos que parecía que le hubieran pegado los párpados con pegamento. Cuando por fin lo consiguió y distinguió la figura borrosa de su madre, se dio cuenta de que no veía nada del lado izquierdo.

 

—Mamá... —susurró.

 

—Hola cariño... ¿Cómo estás? —preguntó Chiyako.

 

Rukawa miró a su alrededor, cerciorándose de que aún estaba en el hospital. Lo último que recordaba antes de adormecerse por el calmante era que le estaban trasladando a planta en camilla desde urgencias. Ahora ya era de noche.

 

—N-no... no lo sé... no siento nada... —era cierto, no podía mover ni un músculo.

 

—Tranquilo, debe ser por el calmante...

 

Miró con más atención a Chiyako y contempló apenado sus ojos enrojecidos. Genial, había hecho llorar a su madre. Se sintió miserable. Desde que comprendió su situación familiar se prometió que ni ella ni su padre se disgustarían jamás por su culpa, que ya bastante habían hecho aceptando hacerse cargo de él. Y ahora no solo Kojiro no le hablaba sino que Chiyako estaba muy preocupada por su culpa.

 

—Lo siento, mamá... —musitó con la voz rota.

 

—Cuéntame que ha pasado, cariño...

 

Rukawa cerró los ojos y rememoró la horrible pelea de esa tarde. Recordaba haber mordido a Ryu cuando este pretendía obligarle a hacerle una mamada, y después de conseguir soltarse haber golpeado a diestro y siniestro como si le fuera la vida en ello para librarse de una vez por todas de esa pandilla de indeseables. Cuando por fin terminó con todos, exhausto y con un dolor terrible en la cabeza y en el costado, se vio incapaz de montar en su bicicleta. Caminó lentamente durante un largo rato por una calle, apoyándose en la pared de un muro, con la mala suerte de que no se encontró con nadie que pudiera llevarle, hasta que sin saber muy bien cómo se encontró en la entrada de ese hospital, pidiendo por favor que le atendieran. Quizás inconscientemente recordaba el camino de cuando fueron a visitar al entrenador Anzai.

 

Pero no se vio con fuerzas de contarle nada de esto a su madre. Además que no le gustaba dar explicaciones.

 

—Solo fue una pelea...

 

—Ya...

 

—¿Y papá...? —preguntó para cambiar de tema. Y antes de que su madre le respondiera, tuvo el horrible pensamiento de que su padre no había querido ir a verle.

 

—Ha ido al baño —le tranquilizó Chiyako—. Y por cierto, está tardando mucho. Voy a buscarle, enseguida vuelvo.

 

Al soltarle la mano Rukawa se dio cuenta de que se la había estado sujetando hasta ahora.

 

Chiyako salió de a habitación y enseguida encontró a su marido, apoyado en la pared del pasillo.

 

—¿Qué haces aquí? —preguntó—. ¿Por qué no entras?

 

—Ha despertado, ¿no?

 

—Sí, ha despert... Un momento. ¿Por eso no entras? ¿Porque está despierto? —inquirió sorprendida.

 

—Sí. Creo que es mejor que me vaya a casa. Recogeré a Taro y a Aiko y me quedaré con ellos esta noche, y tú te quedas aquí con Kaede.

 

—Me parece bien que me quede yo, pero antes has de entrar y hablar con tu hijo. Por favor, Kojiro, ¿que no ves que te necesita?

 

Kojiro se incorporó y dio un paso hacia las escaleras.

 

—Hasta mañana.

 

—Kojiro...

 

Chiyako no pudo hacer más que observar a su marido alejarse. Cuando entró de nuevo en la habitación, supo por la expresión de Kaede que lo había oído todo.

 

—No te preocupes, cariño... Ya se le pasará...

 

— Eso dijiste hace dos semanas...

 

La mujer no supo qué replicar.

 

En ese momento tocaron a la puerta y apareció la doctora Kinomoto, la médica que trataba a Kaede.

 

—Buenas tardes. Veo que el bello durmiente ya ha despertado...

 

—Sí... —dijo Chiyako.

 

«Idiota...», pensó Rukawa, molesto por el mote.

 

—Vamos a ver, Kaede, tengo que hablar contigo (y con tu madre) de una cosa. Pero antes vamos a revisar este ojo...

 

La doctora Kinomoto dejó la carpeta que llevaba a los pies de la cama de Rukawa y se sacó una pequeña linterna del bolsillo de la bata. Se acercó al muchacho, se inclinó hacia él y la encendió. Estuvo un par de minutos examinándole el ojo, y cuando se incorporó tenía una expresión tan preocupada que Rukawa empezó a sudar frío. No veía nada por ese ojo, ni siquiera la luz, pero eso era simplemente porque casi no lo podía abrir del golpe... ¿no?

 

Se puso más nervioso al recordar que era el mismo ojo en el que le golpeó Minami tan fuerte que le dejó inconsciente. Pero la doctora pronto relajó su expresión.

 

—Has tenido suerte, chico —dijo apagando la linterna y volviendo a meterla en el bolsillo—. Un golpe así podría haberte dañado el globo ocular, o causarte un desprendimiento de retina. Afortunadamente no ha sido así. Ten más cuidado la próxima vez.

 

—Lo hará... —se apresuró a decir Chiyako mientras Rukawa fulminaba con la mirada a la doctora por el susto que le había dado al poner esa expresión preocupada—. ¿De qué quería hablarnos?

 

—A ver. —La médica cogió de nuevo su carpeta y sacó una hoja impresa—. Le hemos hecho un análisis rutinario a su hijo y algo no ha salido bien. Parece que tienes un poco de anemia, chico.

 

—¿Anemia? —se sorprendieron.

 

—¿Has sufrido fatiga, palpitaciones, mareos o dolores de cabeza últimamente?

 

—Pues... sí —admitió Kaede—. Últimamente me duele la cabeza a menudo...

 

—Pero... él se alimenta bien —interrumpió Chiyako.

 

—Según estos análisis, no lo suficiente —replicó la doctora Kinomoto—. Pero no se preocupe, parece solo una deficiencia de hierro. Un tiempo tomando un suplemento de gluconato de hierro y estará como nuevo.

 

—¿Seguro? —insistió la mujer.

 

—Claro que sí. Y mañana por la mañana ya puedes irte a casa. ¿De acuerdo, chico?

 

Rukawa la fulminó con la mirada otra vez. Ya estaba bien de dirigirse a él como ‘chico’.

 

xXx

 

Se le hizo muy extraño pasar la noche en el hospital, ya que era la primera vez que le ingresaban en uno. Se sentía incómodo, y fuera de lugar. Además no podía moverse porque cada vez que lo intentaba sentía punzadas muy dolorosas en el costado. Y según le había dicho la doctora, el dolor se prolongaría durante por lo menos veinte días. Veinte días en los que tendría que hacer reposo en casa. Nada de salir, ir a clase, y lo peor, nada de jugar a baloncesto.

 

No podía quejarse. Podría haber salido mucho peor parado de esa pelea. Incluso ciego, según la doctora.

 

«O calvo...», pensó acariciándose instintivamente el cabello de la nuca, de donde le habían arrancado dolorosamente un par de mechones cuando se soltó a la fuerza del agarre de Ryu. Definitivamente llevar el pelo largo era un peligro en medio de una pelea, ya que no era la primera vez que lo usaban en su contra. Pero no se imaginaba a si mismo con el pelo corto o la frente despejada, quizás era cierto eso que le decía su madre a veces de que el peinado refleja más la personalidad de alguien que la ropa, por ejemplo que llevar flequillo es un signo de timidez.

 

«Puede ser, basta ver el peinado de Sakuragi lo bien que casa con su carácter...»

 

El silencio era absoluto en la habitación. Su madre, dormida en un sillón junto a él, no producía ningún sonido al dormir —muy al contrario que su padre—, y no se oían ruidos desde el pasillo, ni siquiera desde la calle. Pero las luces de los coches que pasaban se reflejaban en el techo a través de la ventana, y le mantuvieron estúpidamente entretenido durante aquella noche de insomnio en el hospital.

 

Pensó largo rato en su padre. No aguantaría mucho tiempo más esa situación.

 

La mañana le pilló por sorpresa; al final sí que se había quedado dormido. Se sintió un poco inseguro al verse solo en la habitación, pero enseguida escuchó la voz de su madre en el pasillo, y un minuto después la mujer entraba con una bolsa de deporte en la mano, pero no la que llevaba el día anterior.

 

«¿Qué habrá sido de mi bicicleta...?», se preguntó.

 

—Hora de irse, cariño —sonrió Chiyako—. Ya tienes el alta.

 

—¿Y el desayuno? —no supo por qué lo preguntó, ni siquiera tenía hambre.

 

—Estabas dormido y a la enfermera y a mí nos dio pena despertarte. Pero no te preocupes que te prepararé algo rico en casa. Además, con la bazofia que dan en los hospitales, te empeoraría la anemia —bromeó. A continuación dejó la bolsa encima de la cama—. Kojiro te ha traído ropa para que te cambies.

 

—¿Está afuera...?

 

—Sí. En cuanto te cambies nos marcharemos juntos. ¿Puedes hacerlo solo? —preguntó, sabiendo que hacía años que Kaede se molestaba si lo pillaba desnudo en el baño o en su dormitorio.

 

—Creo que sí. —Rukawa se incorporó poco a poco y comprobó que no le dolía tanto el costado como por la noche. Quizás le habían suministrado algún otro calmante mientras aún dormía.

 

—Entonces te espero afuera con tu padre.

 

Chiyako salió de la habitación, y Rukawa abrió la cremallera de la bolsa. Su padre le había traído unos vaqueros y una camisa que se abrochaba por delante. Lo agradeció, pues supuso que no le sería nada fácil pasarse una camiseta por el cuello, ya que no podía casi levantar los brazos: el derecho porque lo tenía adolorido y el izquierdo por la fisura. Se sentó en el borde de la cama y empezó a quitarse la fina camisola que le habían puesto en el hospital. En calzoncillos, se bajó un momento de la cama para pasarse los vaqueros, y luego se sentó de nuevo para intentar ponerse la camisa.

 

Fuera de la habitación, Chiyako y Kojiro discutían, esta vez en voz muy baja.

 

—No pienso irme de aquí sin que hables antes con él —dijo ella—. Ya está bien, Kojiro. Si lo que en realidad te tiene tan molesto es que no te lo contara antes, tienes que decírselo. No quiero que Kaede siga pensando que le odias por ser homosexual.

 

—Él sabe que no es odio, no digas tonterías —replicó Kojiro.

 

—No, no lo sabe. Y lo seguirá pensando hasta que le saques de su error.

 

—Es mi hijo, ¿cómo voy a odiarle?

 

—Es que estoy convencida de que eso es parte del problema. Que como Kaede sabe que no es hijo biológico tuyo, quizás crea que ya nunca le vas a perdonar.

 

—No tengo nada que perdonarle. Es solo que...

 

—¿Solo que qué...?

 

—...

 

—Kojiro, por favor, habla con él ya. Por favor.

 

El hombre la miró contrariado, pero terminó accediendo con un gruñido. Lo cierto era que había dejado pasar tanto tiempo que ahora se le hacía difícil encarar el tema. Chiyako sonrió y se alejó un poco por el pasillo haciéndole saber que les dejaba intimidad.

 

Cuando Kojiro entró en la habitación encontró a Kaede sentado en el borde de la cama, desnudo de cintura para arriba, y con una expresión de dolor en el rostro, que cambió a sorpresa en cuanto le vio.

 

—¿Qué sucede? —preguntó Kojiro colocándose frente a él.

 

—¿Eh? —Rukawa estaba tan sorprendido de que su padre por fin le hablara que tardó en comprender la pregunta—. Ah, nada... que me duele y no consigo ponerme la camisa...

 

—Yo te ayudaré...

 

Dicho y hecho, Kojiro cogió la camisa y ayudó a Kaede a pasar los brazos por las mangas con el mínimo movimiento para que no le doliera el costado. Incluso empezó a abrocharle él mismo los botones, hasta que se detuvo a la mitad, y se quedó inmóvil mirando el siguiente.

 

Rukawa estaba tan nervioso que le temblaban levemente las manos. Sabía que era su oportunidad para hablar con su padre, pero no sabía que decir. Inesperadamente fue Kojiro quien habló primero.

 

—¿Satoru sabe que tú también eres homosexual? —preguntó sin levantar la vista.

 

La pregunta le pilló desprevenido. Pero unos segundos después empezó a comprender.

 

—Sí... —cogió aire, y entonces preguntó él—. ¿Te molesta que se lo contara a él primero...?

 

Oyó suspirar a Kojiro, y a continuación este levantó la mirada para clavar los ojos en los azules de su hijo.

 

—Sí... —suspiró de nuevo—. Supongo que sí...

 

—Pero... es que... —en el fondo Rukawa se alegraba de que su padre tuviera celos de su relación de confianza con Satoru—. Es que... tú siempre te estás metiendo con él... por su homosexualidad... Y por eso yo... por eso no me atreví a contártelo antes...

 

Kojiro suspiró de nuevo.

 

—¿Crees que odio a tu tío por ser gay...?

 

—Pues... —Kaede estaba descolocado—. Sí. Creía que sí.

 

— Yo no odio a tu tío por ser gay —dijo Kojiro con voz firme—. En realidad no le odio por ningún motivo. Pero sí es cierto que estoy un poco resentido con él...

 

—¿Por qué...? —se atrevió a preguntar el muchacho.

 

—Porque... —Se detuvo un momento, aquello no era fácil de contar—. A ver, ¿tú recuerdas cuando murió el abuelo?

 

—¿El abuelo Jigoro?

 

—Ajá.

 

—Sí. Bueno, no mucho tampoco.

 

—¿Sabes de que murió?

 

—De una enfermedad renal, ¿no?

 

—Sí. Llevaba mucho tiempo con ella a cuestas, pero empeoró de repente, por un disgusto que tuvo por aquella época.

 

—¿Un disgusto? —De pronto Rukawa se sintió mal—. ¿Tuvo que ver con el tío Satoru...?

 

—Sí. Tu tío anunció a la familia que era homosexual el mismo día que cumplió la mayoría de edad, y el abuelo no se lo tomó nada bien.

 

—Pero... quieres decir que... —Kaede no se atrevía ni a decirlo en voz alta. Recordó las palabras de su madre.

 

«Tu padre no odia a tu tío por ser homosexual... Está enfadado con él por algo relacionado, pero no por eso realmente.»

 

¿Estaba enfadado con Satoru porque le culpaba de la muerte del abuelo?

 

—No, no digo que muriera por su culpa —dijo Kojiro para su alivio. Suponía que eso era lo que estaba pensando Kaede—. Pero sí es cierto que empeoró tanto que se veía venir que no duraría mucho. Yo... le pedí que tu tío un favor... y él no quiso hacerlo.

 

—¿Qué le pediste...?

 

—Que le dijera al abuelo que era mentira que era homosexual. Que lo había dicho porque estaba confundido o algo así. Para que el abuelo muriera tranquilo.

 

Durante un minuto se hizo de nuevo el silencio en la habitación. Rukawa empezaba a comprender muchas más cosas.

 

—Por eso te metes con él... no porque sea gay, sino porque no quiso negarlo...

 

Kojiro asintió débilmente.

 

—Pero... —Rukawa cerró los ojos y respiró hondo, sabía que se arriesgaba a ponerse de malas de nuevo con su padre si defendía a Satoru, pero no podía evitarlo—. En parte comprendo que no quisiera hacerlo. Estoy seguro de que lo que él quería era que el abuelo le aceptara tal y como es. Seguro que mantuvo las esperanzas hasta el final...

 

De pronto notó sorprendido como Kojiro le acariciaba el pelo, tal y como solía hacer Chiyako.

 

—Supongo que tienes razón... —suspiró el hombre—. Pero yo estaba muy unido a mi padre, y me dolió que muriera así. Además, tu tío se marchó inmediatamente después, y desde entonces apenas hemos tenido ocasión de hablar del tema.

 

Rukawa decidió entonces que haría lo posible para que su padre y su tío se reconciliaran.

 

—Lo siento mucho, Kaede. Siento no haber hablado contigo de esto antes...

 

—Yo también siento no habértelo contado a ti primero...

 

Kojiro sonrió por primera vez en muchas semanas, y acto seguido le palmeó la mejilla con cariño. Kaede se tensó un poco, ni siquiera recordaba muy bien la última vez que su padre le había tocado de esa manera. Era extraño, porque se sentía incómodo —puro síndrome de la adolescencia— y al mismo tiempo experimentó una sensación de paz desconocida hasta ese momento. Hasta que de pronto una punzada le hizo exclamar un quejido.

 

—Esa fisura tiene que ser muy dolorosa —comentó su padre preocupado—. Mejor termino de abrocharte, y nos vamos a casa, ¿de acuerdo?

 

—Vale... —dudó un momento y luego continuó con el tema—. Entonces... no te molesta que yo sea...

 

—Claro que no... Supongo que me costará un poco hacerme a la idea, pero nada más...

 

Rukawa no era muy creyente pero en ese momento agradeció a los dioses por la aceptación de su padre.

 

—Cuéntame, Kaede... —le pidió su padre en cuanto hubo acabado de abrocharle la camisa—. ¿Con quién te has peleado?

 

—Con unos chicos de otro instituto que me pararon en la calle... —En realidad dudaba de que Ryu y los demás fueran aún al instituto, pero no quería dar detalles, ni mucho menos tener que explicar que habían sido amigos de uno de sus actuales compañeros de equipo.

 

—¿Y por qué? ¿Empezaron ellos?

 

—Claro que sí —dijo un poco ofendido por la pregunta.

 

—¿Tiene algo que ver con que tú seas...?

 

—No... Me habrían atacado igual.

 

—¿Cuántos eran?

 

—Cuatro.

 

—¿Contra ti solo?

 

—Sí.

 

—¿Y les ganaste...?

 

—Sí...

 

—¿A los cuatro...?

 

—Sí...

 

Kojiro sonrió de nuevo.

 

—Que tu madre no me oiga decir esto, pero... bien hecho, chaval.

 

Kaede le devolvió tímidamente la sonrisa. Parecía que, al menos en casa, las cosas se estaban arreglando.

 

Continuará...


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