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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 16.  En casa del zorro

 

Rukawa se aburría. Era horrible estar todo el día metido en casa, sin poder salir ni siquiera para ir al instituto. Se pasaba las horas entre la cama de su dormitorio y el sofá del salón. Su único entretenimiento aparte del ordenador eran los videojuegos infantiles de su hermano de matar marcianitos.

 

Solo llevaba una semana de reposo, y pensar que tenía que pasar así veinte días...

 

¿Se creería el entrenador Anzai que una gripe durara tanto?

 

Al menos la situación en casa era bastante buena. Su padre y él volvían a hablarse con normalidad, aunque Kojiro le regañó mucho por haber ‘perdido’ la bicicleta y tener que comprarle otra —contando los ‘accidentes’ de camino al instituto ya iban cuatro en lo que llevaba de curso—, Chiyako se había puesto en plan ‘Que ningún médico vuelva a decirme que no comes bien en casa’ y se había comprado varios libros de cocina de los que copiaba recetas —que nunca le salían igual, aunque la intención es lo que cuenta—, Taro no se había puesto demasiado pesado preguntando por qué Kojiro y él habían estado peleados tanto tiempo, y la pequeña Aiko últimamente le dejaba dormir por las noches.

 

Escuchó un gritito desde el parque y se colocó de lado en el sofá para contemplar a su hermana, lo que le costó una dolorosa punzada. Y es que el dolor de su costado, en lugar de remitir, parecía que aumentaba con el paso de los días. Pero no quería abusar de los analgésicos; esos medicamentos le traían malos recuerdos.

 

Aiko parecía enfadada por algún motivo: cogía sus juguetes y los lanzaba al fondo del parque con una expresión ofendida muy graciosa. Cuando acabó de lanzar todos sus juguetes empezó a hacer pucheros. Rukawa se levantó con cuidado y se acercó a la pequeña. En cuanto ella le vio junto al parque, alargó los bracitos para que la cogiera.

 

—Lo siento, pero no puedo... —le dijo Kaede apenado.

 

La niña pareció entenderle enseguida, porque inmediatamente se echó a llorar.

 

—Ay, no... —suspiró. Con la tranquilidad que había en la casa hasta ese momento...

 

Chiyako acudió enseguida. La cogió en brazos y comenzó a pasearla por el salón.

 

—Ya, ya, ya... no llores —le susurraba al oído para calmarla—. ¿Qué te ha hecho el malo de tu hermano? ¿Se ha metido contigo?

 

—Mm... —Rukawa sabía que su madre lo decía en broma pero ese tipo de comentarios no le habían hecho nunca gracia.

 

Mientras Chiyako calmaba a Aiko paseándola de un rincón a otro del salón y susurrándole al oído, Rukawa observaba en silencio la escena. Los celos se hicieron presentes de nuevo. Chiyako le había contado hace poco que a él también le calmaban así cuando lloraba de pequeño, pero... ¿y ella? ¿También hacía lo mismo?

 

—Cariño, Taro estará por llegar, y tu padre hoy vendrá también temprano, así que...

 

Chiyako no terminó la frase porque se dio cuenta de que estaba sola en el salón. Unos segundos después se empezó a escuchar música desde la habitación de Kaede. La mujer suspiró pero desistió de ir a pedirle que bajara el volumen al ver que a Aiko no parecía molestarle. La dejó de nuevo en el parque e iba a volver a la cocina cuando escuchó el sonido de un autobús en la calle. Un momento después tocaron al timbre.

 

—Hola cariño —le dijo a Taro después de agacharse para darle un beso en la frente—. ¿Qué tal el día?

 

—¡Bien! —Taro se descalzó rápidamente y entró corriendo en la casa.

 

—¡No corras! —le riñó, pero el niño no hizo caso y desapareció escaleras arriba en dirección a su habitación, con la intención de dejar la mochila y bajar de nuevo a mirar la televisión. Su programa favorito estaba a punto de empezar.

 

La mujer suspiró, e iba a cerrar la puerta cuando le pareció ver a alguien en la calle que se escondía tras la tapia del jardín. Volvió a mirar pero esta vez no vio nada. Cerró la puerta y volvió a la cocina.

 

xXx

 

«Casi...», suspiró Sakuragi volviendo a mirar cuidadosamente a través de la puerta de hierro que daba al jardín de la casa y que el niño que acababa de entrar tras bajarse de un autobús escolar —y que por poco no lo había pillado escondiéndose tras una esquina— había dejado abierta.

 

No se esperaba que Rukawa tuviera un hermano. Pero en realidad, nunca se había preguntado cómo sería la familia del zorro, ni su casa, ni su vida. Siempre que pensaba en él era Rukawa a secas, un chico creído y arrogante cuya única razón de ser era amargarle a él la existencia.

 

La casa era muy bonita. Unifamiliar, de dos plantas, y las fachadas pintadas de color azul muy claro. El barrio también era muy bonito, de estilo residencial. Le dio un poco de envidia...

 

«Bueno, a ver... —pensó mirando su reloj—, toco el timbre, pregunto por Rukawa, compruebo que el zorro aún tiene cola y me largo».

 

Dio un paso hacia la puerta, pero después dio media vuelta y dio otro paso en dirección contraria.

 

«¡Joder! ¿Pero por qué estoy tan nervioso? ¡Solo es la casa del kitsune

 

Se giró nuevamente y dio otro paso. Colocó la mano sobre la cancela del jardín y la abrió lentamente, entró y la cerró. El corazón le iba a cien.

 

«Espero que no tengan perro...», pensó de pronto echando un vistazo al jardín.

 

Cuando finalmente estuvo frente a la puerta principal, aún tardó un par de minutos en colocar su dedo índice sobre el timbre, sin decidirse a apretar.

 

—¡A—achussss!

 

¡Riiing!

 

«Mierda.»

 

Por culpa del estornudo había tocado el timbre sin querer. Y antes siquiera de considerar la posibilidad de salir por patas, una mujer de pelo negro, ojos castaños y muy bonita le abrió la puerta.

 

—Hola, soy Hanamichi Sakuragi, ¿está Rukawa? ¿Digo, Kaede? Soy un compañero de equipo —soltó de tirón. Esperó la respuesta de la mujer, que supuso sería la madre del zorro, pero esta parecía en trance.

 

Y es que Chiyako estaba muy sorprendida. Nunca, absolutamente nunca, había venido un chico o una chica a casa preguntando por Kaede. De pequeño porque ya era bastante cerrado y tímido, y después de lo que le pasó, mejor dicho, intuía que le había pasado en el colegio de Tokyo, entendía que su hijo no quisiera amigos.

 

—Eh, sí... —reaccionó por fin ante la confusa mirada del pelirrojo—. Pasa, por favor.

 

Se hizo a un lado y Sakuragi pasó al interior de la casa, cerró la puerta y le condujo al salón, al comienzo de las escaleras. «Que peinado más... peculiar», pensó Chiyako contemplando los cabellos rojizos del tensai.

 

Mientras, Sakuragi observaba disimuladamente la casa, decorada enteramente al estilo occidental. Sentado en el suelo apoyado en un sofá estaba el niño al que había visto entrar minutos antes, y que le miró algo asustado, supuso que por su aspecto. Pero Hanamichi le sonrió y le guiñó un ojo. Entonces se fijó en la cuna—parque que había en el salón y en la niña que había dentro metida.

 

«Vaya, así que también tiene una hermana...»

 

—Está en su habitación —sonrió Chiyako—. Sígueme, por favor.

 

Chiyako empezó a subir las escaleras seguida de Sakuragi. Al llegar arriba se detuvieron frente a una de las puertas del pasillo en el que desembocaban las escaleras, tras la cual se escuchaba música de Dir en Grey. Chiyako dio un par de golpes con los nudillos y sin esperar respuesta entró.

 

—Kaede, tienes visita.

 

Rukawa, que hasta que su madre habló no despegó la vista de la pantalla del ordenador, giró la cabeza y se encontró con la imagen del mismísimo Hanamichi Sakuragi esperando en el umbral de la puerta de su habitación.

 

Su expresión de desconcierto fue total. El pelirrojo se habría reído sino fuera por el feo moratón que aún era visible en su ojo izquierdo.

 

—¿Q—qué haces tú aquí...? —preguntó Rukawa después de quitar la música.

 

—Kaede, ¿qué manera es esa de tratar a las visitas? —le reprendió Chiyako. Ambos muchachos tuvieron la sensación de un deja vú.

 

Rukawa no respondió, y como Sakuragi tampoco parecía tener intención de decir nada, Chiyako decidió dejarlos solos a pesar de la curiosidad.

 

—Bueno, vuelvo abajo —se giró hacia Sakuragi—. Por cierto, encantada, Sakuragi. Yo soy Chiyako Rukawa, la madre de Kaede.

 

—Encantado —dijo Hanamichi devolviéndole la leve inclinación.

 

—Hasta luego chicos —salió y cerró de nuevo la puerta de la habitación.

 

Sakuragi echó un vistazo rápido al dormitorio. La cama, de estilo occidental igual que el resto de mobiliario de la casa, estaba situada bajo la ventana, al fondo de la habitación. A su lado una mesita de noche y el escritorio donde estaba sentado Rukawa, con un ordenador de pantalla plana encima. En la pared opuesta, una mesa de dibujo de aspecto profesional. Sakuragi recordó que Rukawa estaba en el salón 1—10, así que iba a ciencias, pero dudó de que sus compañeros de clase de dibujo técnico también contaran con una mesa similar en casa. Un par de pósters de los Ángeles Lakers y una camiseta del mismo equipo también colgada en una de las paredes decoraban la habitación.

 

—¿Qué haces aquí? —repitió Rukawa.

 

—Me enteré de que te topaste con los ex amigos de Mitsui —respondió el pelirrojo.

 

Rukawa se sorprendió un poco, pero lo disimuló.

 

—¿Y qué?

 

—Pues... pasaba por aquí. —Sakuragi empleó adrede las mismas palabras que Rukawa en la clínica—. Así que he aprovechado para ver como estabas...

 

A Hanamichi no le hacía ninguna gracia mostrar preocupación por el zorro, pero mejor eso que una excusa estúpida. Por su parte Rukawa estaba que no se lo creía, pero por supuesto también lo disimuló.

 

Rukawa se fijó en que el pelirrojo no iba vestido de uniforme, sino con unos vaqueros y una sudadera azul marino, señal de que no había venido directamente desde el instituto sino que había pasado por su casa para cambiarse.

 

Como no había otra silla en la habitación más que la que estaba usando Rukawa, y este no parecía tener intención de ofrecerle asiento, Sakuragi optó por cruzar despacio la habitación ante la atenta mirada del 11 de Shohoku y sentarse en la cama, quedando a un escaso metro de distancia de él.

 

La situación por supuesto era incomodísima. Kaede no sabía que hacer ni a donde mirar, ya que le pareció de muy mala educación ignorarle y seguir trabajando en el ordenador, además que aún estaba shockeado por las palabras del pelirrojo. Sakuragi continuó inspeccionando la habitación, hasta que su vista reposó de nuevo en el magullado rostro del kitsune.

 

—¿Cómo fue? —preguntó de pronto.

 

—¿El qué? —preguntó a su vez Rukawa.

 

—La pelea.

 

—¿Por qué, es que nunca te has peleado? —inquirió sarcástico.

 

—Imbécil —bufó el pelirrojo—. Me refiero a donde fue, cuantos eran, etc.

 

—Y eso qué importa... —suspiró Rukawa con voz cansada, pues no le apetecía recordarlo.

 

—Importa si acabó contigo en el hospital.

 

Rukawa abrió los ojos un poco más de lo normal, más sorprendido por la sensación de que realmente Sakuragi estaba preocupado por lo que le había pasado que porque supiera que le habían tenido que ingresar. Sin embargo solo podía preguntar por lo segundo.

 

—¿Cómo sabes que estuve en el hospital?

 

—Porque resulta que te atendió la hermana de Mitsui.

 

—¿La hermana de Mitsui? —repitió—. ¿La doctora Kinomoto?

 

—Supongo, no me dijo como se llamaba.

 

—...

 

—Lo que te decía, queremos saber quienes fueron exactamente. Esto no va a quedar así, ya es la segunda vez que atacan a alguien del equipo, y no vamos a permitir que sigan por ese camino.

 

Aunque Sakuragi hablaba de forma impersonal, Rukawa no pudo evitar hacerse ilusiones pensando que el pelirrojo quería vengarse por lo que le habían hecho a él.

 

—¿Por qué hablas en primera persona? ¿Acaso vas a ir tú a devolvérsela? —preguntó despectivo.

 

—¿Por qué no? —preguntó Sakuragi con el ceño fruncido.

 

—Porque es evidente que en tu estado no puedes pelear.

 

—¿Y tú qué sabes? —La expresión ceñuda del pelirrojo se acentuó.

 

—Tsk, es evidente...

 

—¡Teme kitsune! ¿Quieres que te lo demuestre?

 

Rukawa suspiró. Sakuragi era tan doa’ho que era capaz de ponerse a pelear lesionado. Apoyó un codo en la mesa de su escritorio y miró el ordenador, donde ya se había instalado el salvapantallas de Space Jam. Le dolía un poco la cabeza, y eso que ya llevaba una semana tomando el asqueroso gluconato de hierro.

 

De pronto sintió una mano grande y cálida cogerle de la barbilla que le obligaba a girar la cara hacia el centro de la habitación. Sakuragi se había levantado y le miraba atentamente el ojo herido.

 

—Es la segunda vez que te dan tan fuerte en este ojo —murmuró sin darse cuenta de que le estaba acariciando levemente la mejilla con el pulgar.— A este paso te convertirás en un zorro tuerto...

 

Esperó la respuesta mordaz de Rukawa pero esta no se produjo. Y es que Kaede estaba completamente paralizado, excepto su corazón, que se había desbocado por completo. No en vano era la primera vez que Sakuragi le tocaba sin intención de golpearle. Por fin, podía sentir tranquilamente el tacto de su piel contra la suya, aunque solo fuera la de la pequeña superficie de sus yemas en su mejilla.

 

Pero en lugar de alegrarse, de sentirse bien por ese esperado y anhelado contacto, Rukawa se sintió fatal. Porque también se dio cuenta, en ese preciso instante, de que ese tipo de contacto era lo máximo a lo que podía aspirar.

 

Que sus ya de por sí pequeñas esperanzas eran inútiles. Que nunca conseguiría acercarse lo suficiente a Sakuragi para ver cumplidos sus deseos. Que nunca tocaría de forma más íntima su piel, ni sus labios; ni mucho menos haría el amor con él tal y como sucedía en sus sueños más húmedos.

 

No tenía posibilidad alguna.

 

Sakuragi apartó la mano tras unos segundos después de darse cuenta del velo de tristeza que cubría el rostro del zorro. Sus ojos azules, o lo que quedaba de ellos, se habían vuelto opacos de repente y no comprendía el porqué. Iba a preguntarle cuando su atención se desvió a una fotografía enmarcada que había sobre la mesa.

 

La fotografía era un retrato de una chica joven, de no más de dieciocho años, muy guapa, con el pelo largo y negro y los ojos marrones, que sonreía pícaramente mostrando una hilera de blanquísimos dientes. El retrato era de medio cuerpo e iba vestida con un kimono. Parecía una foto de graduación.

 

—¿Quién es? —preguntó sin pensar.

 

Rukawa salió de pronto de su ensimismamiento.

 

—Es mi madre —respondió tranquilamente.

 

—¿Tu madre? —repitió.

 

Hanamichi se aventuró a coger el retrato y lo examinó más atentamente. Efectivamente se parecía a Chiyako Rukawa, pero la muchacha de la foto era más... guapa. No es que Chiyako fuera fea, al contrario, pero la muchacha de la foto era tan hermosa que parecía una modelo de revista. Y tuvo que admitir que se parecía bastante a Rukawa, a excepción del color de los ojos.

 

—No lo parece... —se aventuró a comentar.

 

—No es Chiyako —murmuró Rukawa. Ante la mirada intrigada de Sakuragi dudó un momento y luego se decidió a agregar—: La de la foto es mi madre biológica.

 

Sakuragi le miró con la boca abierta.

 

—¿Tu madre biológica...? —repitió desconcertado. Su mente tardaba en procesar la información y elaborar teorías, pero antes de proponer en voz alta alguna, el zorro se le adelantó.

 

—Se llamaba Kanako y ambas eran hermanas. Murió cuando yo tenía casi tres años y me adoptaron mis tíos —explicó brevemente con voz pausada.

 

Ninguno de los dos entendía del todo por qué Rukawa le había contado algo tan íntimo a Sakuragi. Kaede pensó que no valía la pena mentir, al fin y al cabo no es que fuera un secreto inconfesable, si antes no se lo había contado a nadie era porque simplemente no se había dado la ocasión. Hanamichi por su parte empezaba a darse cuenta de lo poco que conocía realmente a Kaede Rukawa. Aquella breve pero importante información conllevaba un sinfín de intrigantes preguntas. ¿A que temprana edad murió la madre biológica de Rukawa, que él tan solo contaba con tres años? ¿De que murió? ¿Desde cuando sabía Rukawa que era adoptado? ¿Lo sabrían sus hermanos? ¿Y su padre? ¿Por qué no se quedó con él en lugar de con sus tíos?

 

Al final se decidió por formular una de esas preguntas.

 

—¿Y tu padre biológico? —preguntó bajando un poco la voz, temiendo que la respuesta fuera tan dolorosa como en su caso.

 

Vio como Rukawa tensaba las mandíbulas, sin dejar en ningún momento de contemplar la fotografía.

 

—No lo sé.

 

El silencio envolvió pesadamente la habitación. Sakuragi dejó la fotografía en su sitio: Rukawa seguía sin quitarle el ojo de encima. El pelirrojo se sorprendió intentando adivinar que estaría pensando el zorro en esos precisos instantes.

 

Unos oportunos golpes en la puerta les distrajeron, y a continuación Chiyako se asomó por la puerta.

 

—Perdonad que os moleste —dijo con una sonrisa—. Sakuragi, ¿quieres quedarte a cenar?

 

—No —se apresuró a responder Kaede; su madre le miró enfadada y con cara de decir ‘¿Tú te llamas Sakuragi?’, por lo que añadió—: El doa... Sakuragi ya se iba.

 

Y esperó a que el pelirrojo lo corroborara, pero este no dijo nada. Nadie le esperaba en casa, y además ahora que ya llevaba un rato en la del kitsune ya no tenía tantas ganas de marcharse. Quería averiguar más cosas sobre él.

 

—Si quieres puedes llamar a tu casa para avisar —le dijo Chiyako.

 

Y entonces Sakuragi sonrió y asintió, para estupor de Rukawa.

 

—De acuerdo, me quedaré. Gracias.

 

—Así me gusta —sonrió la mujer—. ¿Te gusta el pollo, Sakuragi?

 

—Me encanta.

 

—Ok, pues podéis ir bajando, aprovecharemos que el padre de Kaede está por llegar para cenar temprano —y salió de la habitación.

 

De nuevo solos, Rukawa encaró a Sakuragi.

 

—¿Por qué le has dicho que sí? —preguntó visiblemente enojado. No entendía nada.

 

—Me ha parecido de mala educación rechazar la invitación —contestó el pelirrojo encogiéndose de hombros.

 

Rukawa le miró aún molesto pero no dijo más. Se levantó de la silla e inmediatamente apretó los dientes y se colocó una mano en el costado, mientras se apoyaba con el otro brazo sobre la mesa.

 

—Ngh... —se había levantado demasiado bruscamente, y su costilla se había quejado.

 

—¿Es la costilla rota, verdad? —preguntó Sakuragi al recordarlo, intentando no parecer demasiado preocupado. Ante la mirada intrigada de Rukawa, explicó—: La hermana de Mitsui nos lo contó.

 

—Solo es una fisura —replicó.

 

—Ah... ¿y te duele mucho?

 

—Cuando me rio...

 

Entonces fue el pelirrojo el que soltó una pequeña carcajada.

 

—Jajaja, entonces no creo que sea a menudo...

 

—Tsk... —Rukawa decidió darse la vuelta y salir de la habitación seguido de Sakuragi para no continuar viendo esa sonrisa tan cautivadora en el rostro del número 10 del Shohoku.

 

Continuará...

 

 


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