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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Ahora sí, el último capítulo de la primera parte! perdón por la demora y muchas gracias por los comentarios.

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 26.  El cumpleaños de Rukawa

 

Rukawa estaba nervioso. No era la primera vez que Sakuragi venía a cenar a casa, pero sí la primera vez que él sabía que iba a venir. Y estaba muy nervioso. Se paseaba de una parte a otra de la casa sin saber en que ocupar el tiempo hasta la hora de la cena. Chiyako, que se la pasaba entre el comedor y la cocina preparándolo todo, estaba ya histérica de verle pasear.

 

—Kaede, estáte quieto ya. Me pones nerviosa a mí también.

 

—Esto es culpa tuya por invitarle —replicó el muchacho—. De lo contrario yo no estaría así.

 

Chiyako no pudo evitar reír por lo bajito al ver a su hijo con esa pose tan ofendida. Dejó los platos que estaba colocando sobre la mesa y se dirigió a él.

 

—Pero no me negarás que te alegra que venga —le picó.

 

Rukawa se encogió de hombros y miró por la ventana del salón. La verdad era que no sabía si alegrarse o no. Todo dependía de si Sakuragi venía de verdad porque quería o por compromiso con la pesada de su madre.

 

—Kaede —le llamó Chiyako, su voz de repente se había puesto seria—. Ven un momento. Quiero darte algo.

 

—¿El qué?

 

—Tú ven.

 

Rukawa la siguió escaleras arriba. Entraron en el dormitorio principal, donde Aiko estaba durmiendo en su cuna, para variar. Chiyako se sentó en la cama y le hizo un gesto a Kaede para que se sentara a su lado. Abrió el último cajón de su mesita de noche y sacó una cajita de madera.

 

—Este es tu regalo —dijo ofreciéndole la cajita a Kaede.

 

—¿Por qué no me lo das por la noche, como siempre? —se extrañó el muchacho.

 

—Porque quiero contarte que significa, y no puedo hacerlo delante de Taro.

 

Con esas palabras Rukawa comprendió al instante que ese regalo tenía algo que ver con su madre biológica. Sostuvo la cajita un momento entre sus manos hasta que se decidió a abrirla con cuidado.

 

La cajita era en realidad un estuche que contenía una cadena de plata y un pequeño colgante negro de forma prismática. Rukawa lo sacó del estuche y lo contempló sobre la palma de su mano.

 

—¿Qué es? —preguntó.

 

—Es un colgante de ónix. Era de tu madre.

 

Rukawa la miró con sorpresa, era la primera vez que le regalaban algo de ella a excepción de fotos.

 

—¿Por qué no me lo has dado hasta ahora?

 

—Porque a ella se lo regalé yo también cuando cumplió los dieciséis años. —Hizo una pausa—. Dicen que el ónix, portado diariamente y empleado adecuadamente en la meditación, proporciona un equilibrio emocional, aumenta el control de la voluntad y mejora la concentración... No creo mucho en estas cosas, pero a ella le gustaban y por eso se lo regalé. ¿Te gusta...?

 

—Me acuerdo... —musitó Kaede de pronto con voz temblorosa. Antes la mirada interrogante de su madre se explicó mejor—. Me acuerdo de este colgante. Ella lo llevaba siempre...

 

A Chiyako también le tembló la voz cuando habló.

 

—Sí, es cierto... Decía que era su amuleto, y que le daba suerte... —Le cogió la cadena de entre las manos y se la pasó por el cuello para abrochársela por detrás, mientras Kaede contemplaba el colgante ahora en su pecho—. ¿De verdad que lo recuerdas?

 

—Sí...  —Rukawa, por esa vez, apenas podía ocultar su emoción—. Me acuerdo que cuando ella se inclinaba hacia mi, el colgante se le salía del interior de la blusa y yo intentaba cogerlo con las manos...

 

Era curioso: en la visita al cementerio no había sentido nada y ahora en cambio una simple piedra estaba a punto de hacerle saltar las lágrimas, a él y a su madre. La apretó fuertemente en su puño.

 

—Ojalá recordara más cosas de ella... —continuó en voz baja—. Pero no puedo...

 

—Es normal, solo tenías tres años...

 

El chico de ojos azules se giró hacia su madre sin soltar el colgante.

 

—Gracias...

 

—No hay de qué...

 

Le dio un pequeño abrazo, se levantó y salió de la habitación. Chiyako se quedó sentada en la cama unos minutos, secándose los ojos húmedos con una manga. Abrió de nuevo el cajón de su mesilla y sacó de él un pequeño álbum de fotos.

 

Fue pasando las páginas una por una muy lentamente, aunque tanto ella como Kaede se sabían cada fotografía de memoria. La mayoría eran fotos de ella y Kanako de niñas. Fotos de juegos y de risas. Recordó con nostalgia todas las veces que su madre la reñía por no vigilar lo suficiente a su traviesa hermana pequeña.

 

«Tenías razón, mamá... No la vigilé lo suficiente...»

 

No lo hizo, y ahora su hermana Kanako estaba muerta. Lo único que le quedaba de ella era su hijo... el de ambas. Y no cometería el mismo error dos veces.

 

xXx

 

En ese mismo momento Sakuragi estaba a punto de salir de su casa. Cuando acompañó a Yohei de compras aprovechó para mirar los artículos de hombre rebajados y se compró un jersey blanco de cuello en pico y unos pantalones marrones que decidió estrenar esa noche. Se peinó, se echó un poco de colonia, se puso un abrigo y salió a la calle, no sin antes dejarle una nota a su madre felicitándola por el año nuevo. Como en esos días previos al cumpleaños de Rukawa no se le había ocurrido nada, disponía de apenas un par de horas para encontrar algo que regalarle al zorro.

 

Y lo tenía difícil, porque al ser 31 de diciembre la mayoría de tiendas estaban cerradas. Fue a la tienda de deportes del señor Cheko, pero también estaba cerrada.

 

—¡Mierda! —exclamó en voz baja—. ¿Y ahora qué hago?

 

Si no era algo de deporte no tenía ni idea de que regalarle al dichoso kitsune, y no conocía ninguna otra tienda de ese tipo que estuviera cerca. Decidió subir por una calle peatonal comercial en busca de una o en su defecto de la inspiración que necesitaba para que se le ocurriera otra cosa. Y apenas había avanzado un par de pasos por esa calle cuando los vio.

 

«¿Por qué no?», se dijo. Era un regalo original, a sus hermanos seguro que también les gustaría, y encima le saldría gratis. El único problema posible era que alguien de la familia fuera alérgico...

 

xXx

 

Cuando Rukawa terminó de vestirse bajó al salón y se sentó en el sofá junto a Taro, quien jugaba con su videoconsola. Chiyako estaba dando los últimos retoques a la decoración de la mesa. Todo estaba listo para la cena de nochevieja, sólo faltaban su padre y los invitados.

 

—¿Por qué te has vestido así, oniichan? —le preguntó Taro.

 

—¿Así como? —preguntó Rukawa a su vez.

 

—Estás raro... como siempre vas de deporte...

 

Chiyako tuvo que reprimir la risa y Rukawa la miró ofendida.

 

—Pero si está muy guapo... —dijo acercándose para pellizcarle la mejilla a modo de broma.

 

—Auch... —se quejó.

 

Su madre no se lo decía por decir; era cierto que se veía muy bien. Se había puesto unos vaqueros estrechos azul oscuro y un jersey negro que le quedaba como una segunda piel pero que sin embargo le hacía parecer un poco más pálido de lo que ya era, a juego con el colgante que aún no se había quitado —ni pensaba quitarse nunca.

 

Chiyako volvió a la cocina y en ese momento sonó el timbre. Rukawa se levantó de un salto del sofá y salió disparado en dirección a la puerta. Antes de abrir se pasó una mano por los cabellos y respiró hondo.

 

Abrió la puerta, y en efecto, era Sakuragi. Casi se quedó sin aire al ver lo guapo que se había puesto el pelirrojo.

 

Konbanwa... —saludó intentando que su voz no sonara tan fría como era habitual en él. Había decidido que esa noche intentaría no ser el borde de siempre.

 

—Hola... —saludó el pelirrojo con las manos a la espalda.

 

Rukawa se hizo a un lado para dejarle pasar, pero Sakuragi no se movió. Por un instante Rukawa tuvo el horrible pensamiento de que Sakuragi se había echado atrás y que sólo se había pasado a saludar o a felicitarle.

 

—¿No entras...? —le preguntó.

 

—Ehm... sí... es que... —Sakuragi le enseñó la caja de cartón que había escondido detrás—. Este es tu regalo, y no sé si puedo entrar a la casa con él...

 

Se quedó desconcertado, en ningún momento se le había ocurrido que el pelirrojo le traería un regalo.

 

—¿Qué es...? —preguntó.

 

—Ábrelo.

 

Sakuragi le ofreció la caja, y Rukawa iba a cogerla cuando de pronto esta se movió y el moreno apartó las manos de golpe.

 

—Jajaja, no sabía que fueras tan asustadizo, zorro —se rió el pelirrojo.

 

—Es sólo que no me esperaba que la caja se moviera, idiota.

 

Por primera vez Sakuragi ignoró completamente el insulto del otro chico. Rukawa se dio cuenta de que el número 10 del Shohoku parecía estar de muy buen humor. Se alegró.

 

Cogió la caja sosteniéndola con la mano izquierda y con la derecha levantó la tapa, que estaba agujereada, y en seguida comprendió por qué. En el interior de la caja había un cachorro de pelo dorado medio dormido. Ahora sí que estaba desconcertado. ¿Sakuragi le había regalado un perro?

 

Para entonces tanto Taro como Chiyako se habían asomado ya a la puerta.

 

Konbanwa, Sakuragi —saludó la mujer con una amable sonrisa. Cuando vio el interior de la caja sus ojos castaños se abrieron con sorpresa—. ¿Un perro?

 

—¿Un perro? —exclamó Taro. Empezó a saltar—. ¡Yo quiero verlo, yo quiero verlo!

 

Rukawa se agachó para que Taro pudiera contemplar al cachorro.

 

—¡Que guapo! —exclamó el pequeño.

 

—Yo... no sabía si sería buena idea —dijo Sakuragi dirigiéndose a Chiyako—. Tienen jardín, pero quizás no vayan de perros...

 

—Oh, la verdad es que nunca hemos tenido uno —dijo Chiyako—. Pero si Kaede se lo quiere quedar por mi no hay ningún problema.

 

—¡Sí que te lo quieres quedar! ¿Verdad, oniichan?

 

Sakuragi esperó expectante la respuesta del zorro.

 

—Claro que sí —sonrió Rukawa a la vez que levantaba la vista hacia el pelirrojo—. Muchas gracias, Sakuragi...

 

Hanamichi se sorprendió por partida doble. Primero, había visto sonreír a Rukawa, y no con una mueca de superioridad como la que le mostró a Sawakita en el partido contra el Sannoh, sino con una verdadera y cálida sonrisa que había hecho cambiar completamente sus facciones. Y segundo, por primera vez desde que se conocían, le había llamado por su apellido.

 

—N-no hay de qué... —murmuró.

 

Chiyako les instó a entrar antes de que se enfriara la casa. Todos pasaron al salón y se sentaron en los sofás. Rukawa sacó al cachorro de la caja y lo colocó sobre sus muslos.

 

—¿Qué raza es? —preguntó mientras le acariciaba el hocico—. Parece un labrador...

 

—Exacto... —O eso le había dicho el niño que los regalaba en medio de la calle.

 

—¡Déjamelo, déjamelo! —pidió Taro.

 

Rukawa le pasó el cachorro a Taro, quien continuó acariciándolo.

 

—Habrá que comprarle una cesta para que pueda dormir en casa este invierno —dijo Chiyako, también acariciando al cachorro—. Pero esta noche se tendrá que quedar en la caja.

 

—No pasa nada, está acolchada —dijo Kaede.

 

Se escuchó ruido de llaves y unos segundos después aparecieron en el salón Kojiro y una anciana, vestida con un elegante kimono de color granate con bordados en blanco y naranja.

 

—Buenas noches familia —saludó Kojiro—. Mirad quien ha venido.

 

—¡Obaasan! —Taro le devolvió el cachorro a Kaede y corrió a abrazar a su abuela.

 

Rukawa dejó el perrito en la caja y se levantó, siendo imitado por Chiyako y Sakuragi.

 

—Hola cariño —le dijo la anciana a su nieto—. ¿Cómo estás?

 

—¡Muy bien! ¡Nos han regalado un perro! —anunció Taro.

 

—¿Un perro? —repitieron Kojiro y la anciana a la vez.

 

—Sí —dijo Chiyako. Se acercó a la anciana y la saludó con una inclinación—. Konbanwa, señora Rukawa. Cuanto tiempo sin vernos.

 

Konbanwa, Chiyako. Cada vez que te veo estás más guapa.

 

—Usted sí que se ve bien.

 

Entonces Sakuragi vio perfectamente como Chiyako le hizo un gesto rápido por la espalda a Rukawa para que se acercara. Rukawa obedeció y saludó a su abuela paterna con otra inclinación.

 

Konbanwa, obaasan.

 

Konbanwa, Kaede —le saludó la anciana educadamente pero bastante seca, cosa que no le pasó desapercibida al pelirrojo.

 

—Y este es su amigo Sakuragi, que cenará con nosotros —dijo Chiyako.

 

Konbanwa —se apresuró a saludar Hanamichi.

 

La señora Rukawa también le devolvió el saludo a Sakuragi, no sin mirar su peinado con sorpresa, pero inmediatamente se volvió a dirigir a Chiyako

 

—¿Y la pequeña de la casa? —preguntó.

 

—Arriba, durmiendo. Subamos a verla si quiere.

 

Al final subieron todos menos Rukawa y Sakuragi. Rukawa se sentó de nuevo en el sofá con el cachorro en brazos y Sakuragi no tardó en imitarle.

 

—¿Tu abuela paterna, no? —preguntó Sakuragi más que nada para romper el incómodo silencio que se había formado.

 

—Sí... —murmuró Rukawa.

 

Hanamichi observó atentamente al zorro. Unos minutos atrás le había visto más sonriente que nunca y ahora tenía cara de funeral. ¿Qué había pasado?

 

También se fijó en su ropa y en el colgante que reposaba en su pecho.

 

—¿Otro regalo? —preguntó señalándolo.

 

—Sí. Me lo ha regalado Chiyako, era de mi madre biológica —explicó Kaede.

 

Y ya no explicó más porque en ese momento Taro entraba de nuevo en el comedor. Le arrebató al cachorro, que parecía ya más espabilado, y lo sostuvo en brazos.

 

—¿Qué nombre le ponemos? —preguntó balanceando al pobre chucho como si fuera un bebé.

 

—Déjame pensar...

 

—¿Shiro?

 

—No tonto, hay que ser más original... —dijo Rukawa. (N/A: ‘Shiro’ significa ‘blanco’, y es un nombre muy común en Japón para ponerle a un perro, como aquí ‘Toby’, por ejemplo)

 

—¿Entonces?

 

—Mm... ¿que tal Tensai? —preguntó mirando a Sakuragi con expresión neutra, pero con un brillo divertido en los ojos.

 

Sakuragi abrió la boca e iba a quejarse por ponerle su autodesignación a un chucho, pero Taro le interrumpió.

 

—¡Síii! ¡Tensai me gusta!

 

—Decidido pues.

 

Taro volvió a subir escaleras arriba con el perrito en brazos, seguramente para anunciar que ya estaba bautizado.

 

Rukawa y Sakuragi se quedaron pues solos en el salón, y se hizo un silencio un poco incómodo. Sakuragi se fijó en el colgante que llevaba el zorro pero no comentó nada al respecto. El moreno por su parte se retorcía las manos intentando desesperadamente encontrar un tema de conversación; afortunadamente Sakuragi le ayudó.

 

—Bueno, ¿qué tal los entrenamientos? —preguntó el pelirrojo al cabo de unos segundos.

 

—Bien... —Él tan elocuente como siempre.

 

—¿Alguna novedad?

 

—Mmm... —Rukawa pensó que podría contarle que le interesara—. Pues... parece que Ayako y Miyagi discutieron, porque no se hablan desde hace unas cuantas semanas...

 

—¿Ah, no?

 

Sakuragi se extrañó de no haberse enterado de eso, pero lo cierto era que Ryota y él ya no charlaban tanto. Esperaba que cuando volviera al equipo todo volviera a ser como antes.

 

Cuando volviera al equipo...

 

Aún le costaba creérselo, y de hecho hasta ahora no se lo había contado a nadie para no gafarlo, pero en ese momento sintió que tenía que hacerlo. El pelirrojo pensó que era extraño que la primera persona a la que se lo contaría fuera el zorro, pero por otro lado... se lo merecía. No en vano incluso le había perseguido hasta una discoteca para sermonearle, pero también para animarle.

 

—Voy a regresar al equipo... —dijo en voz alta.

 

—¿Cómo...? —se sorprendió Rukawa.

 

—Que voy a regresar al equipo —repitió muy sonriente—. Mi fisioterapeuta me ha dado luz verde para hacerlo. Dice que mi columna está casi curada del todo.

 

Rukawa sintió un cosquilleo en el estómago. ¡Sakuragi iba a volver por fin al equipo! Volvería a verle todos los días, a jugar con y contra él, a pelearse en cada entrenamiento... bueno, deseó que eso último ya no pasara tanto.

 

—Eso es... estupendo —dijo sinceramente al cabo de unos segundos.

 

—Sólo podré realizar ejercicios básicos durante un tiempo, pero algo es algo, ¿no? —dijo Hanamichi.

 

—Claro que sí...

 

A Sakuragi se le hacía aún extraño conversar tan amigablemente con el kitsune, pero no pudo evitar pensar que, quizás, sólo quizás, podría acostumbrarse...

 

xXx

 

Esa noche la cena no le pareció tan distendida a Sakuragi como la primera vez que fue a esa casa. Y no tardó en confirmar que la causa de todo era la abuela paterna de Rukawa, o más bien, la abuela de Taro y Aiko, porque no paraba de hablar de ellos, de cómo habían crecido y lo guapos que estaban, y a Rukawa, quien por cierto también parecía mucho más tenso que la otra vez, no le hacía ni puñetero caso. Era como si el chico fuera invisible para ella.

 

«Estúpida vieja...», pensó Hanamichi, intuyendo lo que pasaba al saber un poco de la historia familiar de su compañero de equipo.

 

Cenaron los típicos tallarines toshikoshi soba y bebieron un poco de sake, excepto ellos dos y los pequeños, mientras veían por la televisión las celebraciones de Año Nuevo de los pocos países que les llevaban ventaja horaria. No en vano a Japón se le llamaba el País del Sol Naciente. Cuando hubieron terminado de cenar y faltaba menos de una hora para las doce, el pelirrojo se sorprendió al ver que Chiyako empezaba a recoger la mesa y los demás se levantaban.

 

—¿Nos vamos? —preguntó Sakuragi a Rukawa en voz baja, también levantándose.

 

—Sí, vamos al templo a hacer sonar las campanas —explicó Kaede como si fuera obvio—. ¿O no has ido nunca...?

 

—No, en mi casa mi madre y yo escuchamos las campanadas por la televisión...

 

Chiyako le oyó y se acercó a él después de dejar los platos vacíos en la cocina.

 

—No te preocupes, Kaede te dejará un kimono para acudir al templo.

 

—Ah, ¿hay que ir en kimono...?

 

Taro se rió por lo bajo y Hanamichi se sonrojó porque un niño se supiera mejor que él la tradición.

 

Mientras los padres y el hermano de Rukawa se cambiaban, el moreno condujo al Sakuragi a su habitación y abrió el armario.

 

—Creo que este te irá bien —dijo sacando un kimono gris con bordados blancos que a él le iba un poco grande.

 

—¿Cuántos kimonos tienes? —preguntó el pelirrojo cogiendo la prenda.

 

—No muchos, tres... —murmuró Rukawa, sin querer darle importancia.

 

Escogió el suyo, uno azul marino con bordados plateados, cerró la puerta del armario y se giró otra vez, justo para ver como Sakuragi ya se estaba quitando el jersey.

 

La sangre le bajó de golpe a cierta parte de su anatomía e inmediatamente se dio media vuelta de nuevo hacia el armario sin que el pelirrojo notara lo brusco del movimiento.

 

Si había algo peor que tener a Sakuragi en su habitación, era tener a Sakuragi desnudándose en su habitación. Y ahora no tenía un chorro de agua fría que dirigir a su miembro para obligarlo a calmarse como cuando se duchaban en los mismos vestuarios.

 

«Vale, calma... —intentó tranquilizarse—, y sobre todo no mires hacia la cama...»

 

Decidió desvestirse y vestirse con el kimono permaneciendo de espaldas a él, mejor pasar por vergonzoso que por pervertido. Sakuragi no se dio cuenta de nada y unos minutos después ambos bajaban las escaleras ya vestidos con sendos kimonos.

 

—¿Seguro que podemos dejar a Tensai solo? —preguntaba Taro señalando la caja donde dormitaba el perrito.

 

—Sí, está durmiendo, y además en una horita estaremos de vuelta —le tranquilizó Chiyako, que llevaba el carrito con Aiko. Levantó la vista y observó a los muchachos—. Hay que ver, lo bien que les sienta el kimono a los chicos de vuestra edad, es una pena que siempre andéis en chándal —bromeó.

 

«Y que lo digas...», pensó Rukawa mirando de reojo a Sakuragi, que se había puesto algo colorado por el cumplido.

 

Salieron todos de la casa en silenciosa procesión en dirección al templo más cercano; no tardaron más que diez minutos para llegar. Sakuragi supuso que los Rukawa conocían a los monjes desde hacía tiempo por la familiaridad con la que se hablaron, y además, aunque había más gente, los monjes no dudaron en ofrecerles a ellos primero para hacer sonar las campanas.

 

Ese año el encargado de hacer sonar las campanas del templo era el pequeño Taro. Tenía que hacerlo 108 veces, el mismo numero de pecados que afligen a los humanos según las creencias budistas. Pero cuando llevaba 21 ya estaba cansado y terminó su hermano por él.

 

—Felicidades, Kaede —le dijeron sus padres cuando fueron las doce de la noche en punto.

 

—Felicidades, oniichan —le dijo Taro.

 

—Gracias...

 

—Felicidades, kitsu... Rukawa —dijo Hanamichi.

 

—Gracias —repitió Kaede.

 

—Ten, tu regalo —dijo Kojiro.

 

Rukawa cogió el pequeño paquete que su padre le ofrecía. Lo desenvolvió allí mismo: era un teléfono móvil.

 

—¿Te gusta...? —preguntó su padre.

 

—Sí... —Y no mentía, pero después del colgante que le había regalado su madre, y el cachorro que le había regalado Sakuragi, aquel teléfono le parecía un regalo tan consumista... Sin contar los pocos contactos que de seguro tendría...

 

—¡A ver, a ver! —gritó Taro.

 

Le mostró la caja al pequeño y mientras Taro observaba el móvil Rukawa le dio las gracias a su padre por el regalo. Luego su mirada se cruzó un momento con la de su abuela. Si no fuera porque sabía que no tenían ningún lazo de sangre con esa mujer juraría que su mirada de hielo la había heredado de ella.

 

«Un mocoso como tú no debería llevar el apellido Rukawa. ¿Me oyes? Da gracias porque el estúpido de mi hijo te acogiera; seguramente nadie más habría querido quedarse con el hijo de una loca.»

 

—¿Nos vamos...? —preguntó Kaede con la garganta seca.

 

—Sí, vámonos, que hace mucho frío —dijo Chiyako agarrando a Taro de la mano.

 

Emprendieron el camino de vuelta bajo fuegos artificiales y envueltos por sonidos de campanas. Estaban ya llegando a casa cuando Rukawa se detuvo en seco y los demás le imitaron.

 

—Mamá, ¿podemos quedarnos Sakuragi y yo a dar una vuelta? —preguntó, ignorando la mirada interrogante del pelirrojo.

 

—Claro, pero no estéis mucho rato, ¿eh? Aunque sea Nochevieja no me hace gracia que estéis paseando por la calle de madrugada.

 

—No, no estaremos mucho rato —prometió—. Taro, ¿me dejas esto en mi habitación?

 

—¡Sí! —accedió el pequeño cogiendo el teléfono móvil.

 

Hanamichi observó como la familia Rukawa se alejaba y él se quedaba a solas con el zorro. Este empezó a caminar en dirección contraria y Hanamichi se apresuró a seguirle.

 

—¿Por qué no has querido volver a la casa? —le preguntó intrigado.

 

Rukawa se encogió de hombros.

 

—Prefería pasear...

 

Caminaron en silencio un par de calles. Sakuragi no conocía bien el barrio así que se limitó a dejarse guiar. Llegaron a un parque muy bonito y se adentraron en él.

 

El corazón de Kaede latía con fuerza. Había tenido el impulso de querer quedarse a solas con Sakuragi como fuera y ahora se arrepentía un poco. Tenía mucho miedo de no contenerse y meter la pata.

 

—Tu abuela pasa un poco de ti, ¿no? —preguntó de pronto Sakuragi, sin tapujos—. Ni siquiera te ha felicitado...

 

—Ya... —murmuró Rukawa—. Siempre es así. Nunca estuvo de acuerdo en que su hijo y su nuera me adoptaran cuando murió mi madre...

 

«Estúpida vieja...», repitió Sakuragi mentalmente, después de confirmar sus sospechas.

 

—Vaya, entonces no debe ser muy agradable tener que celebrar tu cumpleaños con ella... —dijo pensando que quizás ese era el verdadero motivo por el que Rukawa no había querido regresar a la casa.

 

—No... pero hasta hoy mi tío Satoru también venía a la cena, y como tampoco se lleva bien con ella, entre los dos le hacíamos ‘frente’, por decirlo de alguna manera...

 

—¿Tu tío Satoru? Ah sí, ya me acuerdo: el del trabajo secreto. ¿Y por qué no se llevan bien?

 

—Porque también es gay, y ella lo sabe.

 

—Ah...

 

Era la primera vez que sacaban el tema de la homosexualidad. Rukawa había enfatizado adrede el ‘también’, y esperó algún comentario del pelirrojo acerca de eso, pero este no dijo nada y el chico de ojos azules se quedó sin saber que pensaba Sakuragi al respecto.

 

Para entonces habían llegado al final del parque. Había una pequeña explanada con un mirador, y se dirigieron hacia allí. Se apoyaron en la baranda de piedra y estuvieron un rato callados observando los fuegos artificiales de todos los colores que aún brillaban en el cielo.

 

Oi, Rukawa... —Hanamichi cogió aire—. ¿De qué murió tu madre? —se atrevió finalmente a preguntar.

 

Kaede también respiró hondo.

 

—Se suicidó...

 

—¿Cómo...? —quiso creer que no había oído bien.

 

—Se suicidó... —repitió Rukawa.

 

El pelirrojo se le quedó mirando, atónito. Rukawa a su vez miraba al cielo, a los fuegos artificiales, y estos se reflejaban haciendo aguas de colores en su pálido rostro. Por primera vez Sakuragi se dio cuenta de que la expresión seria que siempre mostraba el kitsune no era más que tristeza.

 

—¿Y tus padres adoptivos te lo contaron tal cual? —preguntó, imaginando el shock que le representaría a un niño enterarse de eso además de que era adoptado.

 

—No exactamente...  —Rukawa respiró hondo de nuevo, no estaba acostumbrado a hablar tanto—. Cuando tenía siete años y me contaron por primera vez que era adoptado me dijeron algo así como ‘Tu madre estaba enfermita y una vez se tomó algo que le sentó mal y se murió’. Un par de años más tarde añadieron que estaba enfermita de la cabeza, otro me dijeron el nombre de su enfermedad, y otro añadieron que lo que se había tomado eran unas pastillas... A los nueve o diez años ya empecé a comprender que lo que había pasado era que mi madre se había suicidado tomándose una mezcla de analgésicos y barbitúricos...

 

Pasaron un par de minutos antes de que Sakuragi se atreviera a seguir preguntando.

 

—¿Qué enfermedad tenía...?

 

—Desorden de la Personalidad Borderline... (N/A: también se le conoce como Trastorno de la personalidad fronteriza o Trastorno límite de la personalidad).

 

—Ah... —Sakuragi no había oído hablar nunca de ese trastorno pero se dijo a sí mismo que lo investigaría.

 

—Oye, ¿podemos cambiar de tema? —preguntó Kaede con voz cansada.

 

—Claro...

 

Pero por lo pronto no se les ocurrió de que otra cosa hablar, de manera que se quedaron callados un buen rato, hasta que finalmente Rukawa se decidió a iniciar él otro interrogatorio.

 

—¿Por qué aceptaste en venir a cenar? —preguntó sin mirarle.

 

—Ya te lo dije —respondió Sakuragi sin mirarle tampoco—. Porque tu madre cocina muy bien.

 

—No es verdad.

 

—¿No piensas que tu madre cocina bien?

 

—Digo que no es verdad que vinieras por eso.

 

—¡Está bien! —aceptó Sakuragi—. Mira, no sé por qué vine. No sé por qué vine a tu casa la primera vez. Nunca me has caído bien, y no es ningún secreto. Pero últimamente... tengo la sensación de que quizás no eres tan capullo como pensaba...

 

—¿Porque te he contado lo de mi madre y te doy pena? —preguntó Rukawa irónicamente mientras apretaba los puños dolido por lo de “Nunca me has caído bien”.

 

—No, te recuerdo que eso me lo has contado hace un momento, y todo esto empezó desde hace tiempo. Pero no negaré que conocer a tu familia influyó en que cambiara un poco de opinión.

 

—¿Por qué?

 

—Supongo que porque por primera vez vi como eras más allá del instituto y del gimnasio —explicó pensativo—. ¿Por qué no te muestras así con todo el mundo, o al menos con los del equipo, en lugar de ser el puto borde que eres? Quizás tendría más amigos...

 

Rukawa no contestó. Como hacerlo, si él tampoco conocía la respuesta. Se giró y se quedó apoyado de espaldas a la barandilla de piedra. Sakuragi se arrepintió un poco de haberlo insultado y quiso decir algo para arreglarlo, pero entonces Rukawa habló, y con un tono de voz cargado de resentimiento.

 

—¿Para qué? —preguntó—. Tú me los habrías puesto en contra igualmente...

 

Sabía que no estaba siendo justo. Cierto era que Sakuragi no le había ayudado en nada a intimar con sus compañeros de equipo del Shohoku, pero era una tontería culparle de su aislamiento. Eso se lo había buscado solo.

 

El pelirrojo por su parte había abierto la boca pero sin pronunciar sonido alguno. Le había sorprendido esa acusación del zorro, pero pensándolo mejor no le faltaba razón del todo. Ambos entraron al mismo tiempo al equipo, Rukawa llevándose toda la atención basquetbolística, pero había sido él, con su carácter alegre y extrovertido, el que más rápidamente se había integrado. Y aprovechándose de eso intentó por todos los medios que los demás le hicieran el vacío al número 11.

 

Una parte de él —la pesada de su conciencia— le dijo que lo suyo sería aprovechar para pedir disculpas. Pero no quiso. Aunque ahora fueran capaces de mantener conversaciones civilizadas, seguía siendo el zorro.

 

—Tienes razón —admitió sin embargo—. No estuvo bien intentar poner a todos los del equipo en tu contra. Te prometo que no lo volveré a hacer.

 

Rukawa no se inmutó ante esa promesa.

 

—Ya... —murmuró incorporándose—. En fin, ¿regresamos?

 

—¿Cómo que ‘ya’? —inquirió el pelirrojo sin moverse.

 

Rukawa simplemente le miró sin contestar. Y como odiaba Sakuragi eso.

 

—¿Qué pasa, no me crees? —preguntó enfadado—. Si te digo que no lo volveré a hacer, es que no lo volveré hacer.

 

—¿Y por qué no?

 

Esa pregunta descolocó a Hanamichi.

 

—Pues... porque no, ya te lo he dicho, eso no estuvo bien...

 

—Me alegro de saber que distingues entre el bien y el mal —dijo Kaede irónicamente, y acto seguido empezó a caminar.

 

Sólo dio un par de brazos antes de que de un tirón le obligaran a detenerse.

 

—¿Se puede saber que mosca te ha picado, zorro? —preguntó el pelirrojo bastante molesto al no entender de que iba la película.

 

—Mira, Sakuragi —empezó Rukawa—. No me vengas con historias, ¿quieres? Tú mismo has dicho que esta especie de acercamiento entre nosotros viene desde hace tiempo, y sin embargo delante de los demás me has seguido tratando como siempre. Así que no esperes que me crea que cuando regreses al equipo vas a cambiar de actitud con respecto a mí, porque ambos sabemos que todo seguirá igual.

 

Sakuragi se quedó de piedra. Rukawa hablaba poco, pero cuando lo hacía...

 

Por su parte, viendo que Sakuragi parecía haberse convertido en estatua de sal, Rukawa se dio media vuelta y continuó el camino hacia su casa. Por un momento creyó que esta vez no le detendría, pero afortunadamente se equivocó. Por segunda vez un brazo fuerte le agarró y le obligó a detenerse.

 

—Mira, zorro. —Sakuragi parecía bastante enfadado y a la vez tranquilo—. No es justo que me conviertas en el único responsable de todo esto. Tú también me has pateado e insultado siempre a gusto y además nunca has mostrado ningún indicio de que esa situación te afectara tanto.

 

—Claro, porque soy el Rey del Hielo y ni siento ni padezco, ¿no?

 

Hanamichi ya suponía que Rukawa conocía el mote con el que le llamaban algunos del equipo, pero en ese momento se sintió bastante mal.

 

—Yo más bien diría que eres más frío que la Bruja de Narnia —bromeó para restarle importancia, pero sólo consiguió que Rukawa frunciera más el ceño—. Ok, ok. Está bien, admito que quizás he sido un poco hipócrita.

 

“¿Un poco...?”, Rukawa alzó una ceja y con eso era evidente lo que estaba pensando.

 

—¡Está bien, vale, he sido muy hipócrita! —exclamó Sakuragi. Rukawa parecía una máquina de la verdad—. Pero de verdad que no lo volveré a hacer. ¿Y que tal si tú y yo volvemos a empezar?

 

Kaede le miró sorprendido.

 

—¿Cómo...?

 

Pero el propio Sakuragi no sabía muy bien que había querido decir...

 

—Pues eso, que... no sé, ahora que nos conocemos un poco mejor, y yo voy a regresar al equipo en breve... podríamos empezar de cero... sin puñetazos ni cabezazos... —sonrió al recordar que así había sido su primer encuentro.

 

A Rukawa en cambio no le hizo tanta gracia recordarlo.

 

—Bueno, ¿qué dices? —insistió Hanamichi, y en un gesto instintivo le ofreció la mano.

 

Kaede se le quedó mirando la mano sorprendido por el gesto. Hacía unos meses daba por perdida cualquier posibilidad de acercarse al escandaloso pelirrojo, y ahora sin embargo este le estaba ofreciendo la mano para enterrar así el hacha de guerra. No es que fueran a convertirse instantáneamente en amigos, claro, pero ya era un gran paso.

 

Y aún así, el corazón le dolía al recordarle que no era precisamente su amistad lo que quería...

 

Sin decir nada, le miró a los ojos y le estrechó la mano.

 

Y Sakuragi no supo que significaba esa mirada.

 

xXx

 

Eran casi las cinco de la mañana cuando Kojiro acompañó a su madre y a Sakuragi a su casa en coche. El pelirrojo se llevó el kimono puesto y su ropa en una bolsa, prometiendo que se lo devolvería limpio y planchado. Chiyako le dijo que no corría prisa, pues apenas los usaban. Rukawa le despidió en la puerta y luego se marchó directamente a su habitación. Allí se desplomó en la cama sin ni siquiera cambiarse, también aún en kimono.

 

Cerró los ojos convencido de que se quedaría dormido enseguida pero no fue así. Su mente daba vueltas una y otra vez a la conversación que había tenido unas horas atrás con Sakuragi.

 

Y ahora que lo pensaba en frío... ya no le parecía tan buena idea eso de empezar de cero.

 

Hasta ahora, el hecho de que Sakuragi manifestara su odio hacia él delante de todos, le ayudaba a mantener a raya sus sentimientos y a disimularlos sin ningún problema. El pelirrojo tenía razón cuando le había dicho que él también se lucía con sus insultos, pero si él supiera que no era más que una táctica de supervivencia...

 

Y sin poder escudarse en ellos ni en los de Sakuragi, ¿aguantaría este cambio de situación sin descubrirse?

 

Tenía el presentimiento de que no...

 

Continuará...

 

 

 

 

 

 


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