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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 32. La traición de un amigo

 

Ir en bicicleta con la vista nublada era peligroso. Pero Rukawa solo quería llegar cuanto antes a casa, aunque sus ojos no dejaran de lagrimear y apenas distinguiera lo que tenía delante. Se odiaba a sí mismo por haber permitido que Sakuragi le hubiera visto de aquella manera, pero después de todo lo que había pasado en las últimas semanas, de lo que había pasado durante el entrenamiento, no había podido aguantarse más. Por estoico que pudiera parecer ante los demás, como todas las personas, tenía un límite, y ya lo había sobrepasado con creces.

 

Por un milagro, llegó a casa sano y salvo. Dejó la bicicleta en el garaje, y trató de calmarse. No podía dejar que sus padres también le vieran así. Cuando su respiración se hubo normalizado y sus ojos ya no estaban rojos (lo comprobó en el retrovisor de la bici), entró en la vivienda.

 

Tadaima… —murmuró mientras se descalzaba en el vestíbulo con la cabeza gacha.

 

Okaerinasai, Kaede —dijo una voz que no era la que se esperaba.

 

Rukawa alzó la cabeza tan rápido que casi le dio un tirón. Frente a él, Satoru Rukawa correspondió su sorpresa con una sonrisa que desapareció tan pronto le vio las magulladuras de la cara.

 

—¿Qué demonios te ha pasado?

 

—Tío…

 

Por lo general, Rukawa siempre se alegraba mucho de ver a su tío. Él era la única persona con la que podía hablar de casi todo. Pero en esa ocasión, la alegría fue máxima.

 

Sin pensarlo, Kaede se lanzó sobre su tío y le abrazó. Rukawa no era precisamente alguien dado a los abrazos, por lo que la sorpresa de Satoru era normal. Sin embargo, Kaede se avergonzó y se arrepintió del gesto, por lo que se separó de inmediato.

 

—Lo siento —balbuceó el muchacho—. Es que no sabes lo contento de verdad que estoy de verte.

 

—Ya lo he notado —dijo Satoru, sonriendo—. ¿Qué ha pasado?

 

—Luego te lo cuento. ¿Qué haces aquí? ¿No estabas de viaje?

 

—Lo estaba. Ya he regresado.

 

«Obvio», pensó rukawa, sintiéndose un poco estúpido.

 

De pronto notó que había mucho silencio en la casa.

 

—¿Y mis padres?

 

—Están en el hospital. —Rukawa abrió mucho los ojos, pero antes de que pudiera decir nada Satoru alzó una mano y continuó—: Pero no pasa nada grave. Taro y Aiko tenían un poco de fiebre. Seguramente se hayan contagiado algo entre ellos, así que tus padres se los han llevado a que les vea un pediatra. Volverán en un rato.

 

Rukawa suspiró aliviado. No era la primera vez ni sería la última que sus padres tenían que ir al hospital a causa de sus hermanos. Los niños pequeños solían enfermar y los padres de hoy día solían correr a urgencias enseguida.

 

«Aunque ella no era así», pensó Rukawa recordando a su madre biológica con algo de rencor. Ella nunca se había preocupado tanto por él como para llevarlo a un hospital por un simple resfriado.

 

—¿Qué tenías que contarme? —inquirió Satoru, intrigado, sacándole de sus pensamientos.

 

—Vamos a sentarnos —dijo Kaede—. Es un poco largo.

 

Tras acomodarse en el sofá, Rukawa le contó a su tío con pelos y señales todo lo sucedido recientemente con Sakuragi. Todo.

 

—¡¿Pero sabes que es lo que me da más rabia de todo?! —Rukawa, quien se había ido calentando a medida que avanzaba en su relato de los acontecimientos, no esperó respuesta a su pregunta retórica—: ¡Que me ganara en la dichosa pelea!

 

—Un codazo no es una manera limpia de ganar... —puntualizó Satoru, aún sorprendido por el relato de lo acontecido en las duchas de Shohoku.

 

—No era un combate de boxeo, ojiisan. Era una pelea. La primera vez que Sakuragi y yo peleábamos en serio. ¡Y me ha ganado!

 

—Aún así...

 

—Hacía mucho tiempo que no me sentía tan humillado... —continuó Rukawa sin escuchar a su tío—. ¡¡Joder!! ¡¡Qué rabia!! —Y le pegó un pequeño puñetazo a la pared.

 

—Kaede...

 

Satoru se levantó y cogió a Kaede de la muñeca para evitar que repitiera. Para él era evidente que lo que tenía así a su sobrino no era haber perdido la pelea, sino el rechazo de ese chico.

 

—Mierda... —susurró el muchacho al sentir el dolor de su mano. Ya era la segunda vez que casi se la rompía por nada.

 

—Kaede, escúchame —le pidió Satoru buscando su mirada ausente—. Está claro que necesitas desahogarte.

 

—No tengo ganas de llorar —replicó con voz cansada—. Ya no.

 

—No me refería a eso —sonrió Satoru—. No me parece mal que te desahogues a golpes, pero contra una pared no es lo más adecuado, ¿no crees?

 

A Rukawa se le iluminó un poco la mirada.

 

—¿Quieres decir...?

 

—Sí. Es mucho mejor un saco de boxeo. Así que, ¿qué te parece si hacemos una visita al gimnasio Midorikawa?

 

—Eso sería genial... —admitió Kaede.

 

—Pues vístete y nos vamos.

 

—¿A estas horas?

 

—El gimnasio no cierra hasta las 22:00.

 

—Pero, ¿qué dirán mis padres si regresan y no estamos aquí?

 

—Les dejaremos una nota y que digan lo que quieran.

 

A Kaede sí le importaba lo que dijeran, pero si sabían que estaba con Satoru no podían enfadarse. Y realmente le apetecía dar golpes a algo.

 

—Además, así tendrás una excusa para la cara que llevas.

 

Eso terminó de convencer a Rukawa.

 

xXx

 

Aquella noche, Sakuragi fue a buscar a Yohei para ir a dar juntos una vuelta. Si bien no pensaba contarle nada de lo sucedido con el zorro, igualmente necesitaba la compañía de su amigo. Últimamente tenía la sensación de que se habían distanciado y seguramente era por su culpa, la lesión le había distanciado de muchas cosas.

 

Los dos amigos estaban sentados en lo alto de una pista de skate callejera, bebiendo un té caliente que habían comprado minutos antes en una máquina expendedora. En Japón se podía comprar de todo en las máquinas expendedoras. Estaban a mediados de enero y hacía mucho frío para pasear o estar en la calle, pero Yohei no se había quejado ni una sola vez. Por supuesto la pista estaba desierta y no se oía a nadie en los alrededores. A pesar del frío y el viento, era agradable estar ahí.

 

—Gracias por venir conmigo —dijo Sakuragi, a la vez que una nubecita blanca escapaba de sus labios—. Realmente no quería estar ahora solo en casa. —Como era habitual, su madre llegaría de trabajar a las tantas.

 

—¿Estás bien, Hanamichi? —preguntó Yohei.

 

—Más o menos.

 

—¿Es por la pelea con Rukawa?

 

«Ojalá solo hubiera sido eso: una pelea».

 

—El zorro me da igual —mintió—. Es por… todo.

 

—Defíneme “todo” —pidió Yohei.

 

—Mi madre. Mi padre. La lesión. El dolor. —«Rukawa»—. Haruko.

 

Al oír el último nombre, Yohei se enderezó como si le hubieran dado una bofetada. A Sakuragi le extrañó muchísimo esa reacción.

 

—¿Haruko? —murmuró el chico moreno, inquieto—. Hace tiempo que no la mencionas. Creí que… ya no te gustaba. Que lo estabas superando.

 

—Que ya no esté obsesionado con agradarle no significa que no sienta nada por ella —replicó el pelirrojo.

 

—Entonces… aún te gusta.

 

—Sí.

 

«Eso creo», pensó Hanamichi de repente, al darse cuenta de que su corazón ya no se aceleraba tanto como antes cuando pensaba en la supuesta chica de sus sueños. De hecho la había incluido en su lista por pura inercia.

 

Miró de reojo a Yohei. Estaba pálido.

 

—Oye, ¿estás bien? —preguntó Sakuragi. Sin esperar respuesta, se levantó—. Siento haberte traído. Hace demasiado frío. Deberíamos irnos antes de que te dé una hipotermia.

 

—No es por el frío —susurró Yohei.

 

—¿Qué? —Hanamichi apenas le había oído.

 

—No es por el frío —repitió más alto. Yohei se levantó despacio, como si le doliera moverse—. Hanamichi, tengo que contarte algo. No puedo ocultártelo más tiempo. No puedo.

 

Pocas veces Sakuragi había visto a Yohei tan… ¿preocupado? ¿Inquieto? No. Atormentado. Esa era la palabra.

 

—¿Ocultarme qué, Yohei?

 

—Y no te va a gustar nada. De hecho, vas a odiarme.

 

—Venga ya, Yohei, no exageres. ¿Qué coño has hecho? —bromeó Sakuragi.

 

—Lo digo en serio. Vas a odiarme, y me lo merezco. Solo déjame decirte que no lo planeé, surgió así. Y lo siento muchísimo, Hanamichi. No sabes cuánto lo siento.

 

El pelirrojo no entendía nada de nada.

 

—¿Vas a decirme ya qué demonios ocurre? —se impacientó.

 

—Es sobre Haruko… y yo.

 

Hanamichi Sakurago nunca había sido alguien perspicaz, ni tampoco suspicaz, y mucho menos con sus amigos. A pesar de la actitud claramente alarmante de Yohei, normalmente habría preguntado como si nada: “¿Qué pasa con Haruko y contigo?”.  Sin embargo, aquella vez… aquella vez, en algún lugar de su mente, se encendió una luz tan roja como su cabellera. Y de algún modo, simplemente lo supo.

 

—¿Estás saliendo con Haruko?

 

Si a Yohei le sorprendió la rápida conclusión de Sakuragi, no lo demostró. Solo tragó saliva y asintió.

 

Sakuragi se quedó mirando al que hasta hacía un segundo era su amigo, aún sin creérselo del todo.

 

Yohei recuperó la voz.

 

—Lo siento, Hanamichi. Yo creía… yo creía que ya no te gustaba, al menos no tanto como antes, que te estabas centrando en el baloncesto, yo… Yo la quiero. La quiero, Hanamichi. No lo pude evitar, también me enamoré de ella.

 

El pelirrojo no quería oír excusas. Se dio la vuelta y bajó de un salto de la pista de skate. Echó a andar de vuelta a casa.

 

—¡Hanamichi! —exclamó Yohei, quien no tardó en seguirle—. ¡Hanamichi, espera! ¡No te vayas así! ¡Dime algo! ¡O golpéame al menos! ¡Sé que quieres golpearme! ¡Hazlo, por favor! ¡Me lo merezco!

 

Sakuragi quería golpearle. Por supuesto que quería. Pero, ¿de qué serviría? ¿Borraría un golpe la traición? ¿Le devolvería a Yohei? ¿A Haruko? Después de golpearle, ¿qué pasaría? Nada. Todo seguiría igual que antes. Seguiría habiendo sido traicionado por su mejor amigo.

 

Yohei le alcanzó y le agarró de un brazo. Sakuragi se deshizo de él con violencia y le empujó al suelo, pero siguió sin alzar el puño.

 

—No vuelvas a hablarme en tu puta vida. Tú ya no existes para mí.

 

Escupió al suelo y se marchó.

 

Yohei no le siguió.

 

xXx

 

El gimnasio Midorikawa no era muy grande, más bien era un gimnasio de barrio, pero tenía una sala dedicada exclusivamente al boxeo, con un ring, varios sacos, y otros elementos útiles para entrenar, como combas, mancuernas y espalderas. Rukawa no había estado ahí en años, el sitio donde su tío le había enseñado a boxear.

 

Kaede calentó con la comba quince minutos y luego se puso los guantes. La sensación fue agradable después de tanto tiempo.

 

—¿Todavía usas este soporte? —preguntó Satoru señalando la banda azul en el brazo izquierdo del muchacho.

 

—Sí. No es que me duela aún el brazo, lo uso por costumbre y porque va bien para secarse el sudor.

 

—Ya veo.

 

Satoru dijo que estaba cansado por el viaje y que se limitaría a sujetarle el saco. Mientras pensaba en cierto pelirrojo y en todo lo que le había salido mal en los últimos tiempos, Kaede se desahogó practicando jabs, uppercuts y otros movimientos clásicos de boxeo. Al cabo de un buen rato se detuvo, con los brazos doloridos y empapado en sudor, pero satisfecho.

 

—¿Mejor? —preguntó Satoru.

 

—Sí —sonrió Rukawa—. Mucho mejor.

 

—Ey —les llamó una voz desconocida.

 

Los dos se giraron y observaron a un chico joven, de unos veinte años, aproximándose a ellos. Era bien parecido, con el cabello teñido de rubio, alto y de espaldas anchas. Llevaba los guantes puestos.

 

—Te he estado observando —le dijo a Kaede—. No te había visto antes por aquí, pero no lo haces nada mal. ¿Te apetece un sparring?

 

Rukawa miró instintivamente a su tío, quien se limitó a encogerse de hombros.

 

—De acuerdo —dijo Rukawa.

 

—Genial. Mi nombre es Mizutei. Aunque todos me llaman Mayden.

 

—Yo soy Rukawa.

 

—Encantado. El ring está libre. ¿Vamos?

 

—Sí.

 

El joven fue a por los cascos. Rukawa hizo un par de estiramientos.

 

—A lo mejor hoy aún le gano a alguien —dijo medio en serio medio en broma.

 

—No te confíes, ese chico no parece un simple aficionado —dijo su tío.

 

Satoru acertó con su presentimiento. El tal Mizutei alias Mayden resultó ser el hijo del actual gerente del gimnasio y llevaba años practicando boxeo y varias artes marciales. Mayden ganó el combate, pero Kaede fue un oponente digno.

 

—Buen combate —dijo Mayden, quitándose un guante y ofreciéndole la mano a Rukawa.

 

—Gracias —murmuró él, algo malhumorado, pero aceptó el gesto.

 

—Espero verte por aquí otra vez, y lo repetimos.

 

—Claro.

 

Rukawa bajó del ring y se reunió con su tío.

 

—Dos derrotas en un día —suspiró.

 

—Él te habrá ganado el combate, pero tú le has ganado el corazón —dijo Satoru con una sonrisa traviesa.

 

Rukawa miró a su tío con ojos enormes.

 

—¿Pero qué dices? —exclamó en voz baja. Miró a su alrededor con disimulo por si alguien podía escucharles, pero no había nadie cerca. Y Mayden estaba justo en el otro lado de la gran sala.

 

—Créeme que no lo digo por decir. Sé ver estas cosas, tengo más experiencia que tú.

 

El chico moreno seguía sin poder dar crédito a lo que oía.

 

—¿Pero de dónde has sacado una conclusión así?

 

—Mientras estabas con el saco no dejaba de mirarte. El combate de sparring no ha sido más que una excusa para poder presentarse.

 

—O quizás solo quería un combate de sparring. —Kaede puso los ojos en blanco.

 

Sin ganas de discutir por algo que, según Rukawa, solo estaba en la imaginación de su tío, el muchacho se fue a los vestuarios para ducharse y cambiarse.

 

Justo cuando se estaba poniendo los calzoncillos, Mayden entró en los vestuarios. Por culpa de los comentarios de Satoru, Kaede no pudo evitar sonrojarse. Pero el joven solo le saludó con una sonrisa y se dirigió a su taquilla. Kaede meneó la cabeza, terminó de vestirse y salió.

 

Satoru le esperaba en la calle fumando un cigarrillo. Eran casi las diez de la noche y hacía muchísimo frío.

 

—No sabía que fumabas —dijo Rukawa frunciendo el ceño.

 

—No sabes muchas cosas —dijo Satoru alzando las cejas con gesto divertido.

 

—Sé que ese chico solo quería un combate de sparring —insistió Kaede—. En cambio sobre ti es cierto que no sé tanto como debería.

 

—¿Deberías?

 

—Bueno, se supone que eres mi tío, ¿no? ¿Cuándo vas a decirme a qué te dedicas?

 

Satoru apagó el cigarrillo.

 

—En realidad te lo he dicho muchas veces, Kaede —su voz y su expresión de repente eran serias.

 

—Ya, eres un caza tesoros, ¿no?

 

Su tío no dijo nada. Kaede de repente se sintió mareado.

 

—Un momento. ¿Es… era en serio?

 

—Sí —fue la escueta respuesta de Satoru.

 

—P-pero… ¿cómo?

 

—Tengo un barco. A medias con unos amigos. Hacemos inmersiones en zonas de naufragios. Y nos quedamos con lo que encontramos.

 

Rukawa no sabía qué decir. Todo ese tiempo su tío había dicho la verdad, tan solo velada por una falsa broma.

 

—¿Y eso… es legal? —se le ocurrió preguntar.

 

—No, no lo es.

 

—¿Y entonces por qué lo haces? —exclamó.

 

—¿Y qué quieres, Kaede? Me fui de casa con veinte años, tenía que buscarme la vida.

 

—¡De eso hace ya casi diez años! ¿Es que no has ahorrado nada desde entonces?

 

—Es difícil salirse del negocio...

 

En ese momento varios chicos salieron del gimnasio, interrumpiendo su conversación. Rukawa no pudo evitar fijarse si Mayden estaba entre ellos, pero no era así.

 

—Deberíamos irnos a casa —dijo Satoru—. Hace un frío que pela.

 

Sin esperar respuesta por parte de Rukawa, el hombre echó a andar. Kaede se apresuró a seguirle. Caminaron varios minutos en silencio.

 

—¿Lo saben mis padres? —preguntó finalmente el más joven.

 

—Más o menos. Tu padre lo sospecha. Pero no quiere preguntarme nada, supongo que para no implicarse.

 

—¿Pueden encarcelarte por hacer esto?

 

—Es poco probable. Lo más habitual son multas y que te prohíban navegar en según qué territorios.

 

—Aún así… deberías dejarlo.

 

—Algún día, Kaede. Algún día.

 

Cuando llegaron a casa, los padres de Rukawa ya habían llegado. Taro y Aiko estaban bien, solo tenían un resfriado. Chiyako pasó de preocuparse por ellos a preocuparse por Kaede. La excusa del combate de sparring no la convenció demasiado.

 

—Creía que en el sparring se usaban cascos —señaló la mujer con los brazos en jarras.

 

—Se usan, pero no son infalibles —dijo Satoru.

 

—¿Ah, no? —Chiyako empezaba a molestarse. Kojiro no decía nada. Kaede decidió que era mejor desaparecer de escena cuanto antes.

 

—Me voy a la cama, estoy agotado. Buenas noches.

 

—No te creas que te vas a librar de mí tan fácilmente, jovencito. Mañana voy a sonsacarte qué ha pasado.

 

«Espero que no», pensó Rukawa, aunque en el fondo le gustaba que Chiyako se preocupara por él.

 

Eso hacían las madres, al fin y al cabo.

 

xXx

 

En otro barrio más humilde, otro adolescente se iba por fin a la cama después de deambular a solas por media ciudad durante horas.

 

Sin embargo, Hanamichi Sakuragi sabía perfectamente que esa noche no iba a pegar ojo. La traición de Yohei había sido demoledora, era imposible que pudiera sacársela de la cabeza, seguramente iba a darle vueltas al asunto hasta el amanecer.

 

Lo que más le dolía de todo el asunto —aparte de que Yohei se hubiera puesto a salir con Haruko a sus espaldas, claro— era el hecho de que, cuando al parecer la chica se había olvidado por fin de Rukawa, se había fijado en Yohei y no en él.

 

¿Pero por qué? ¿Por qué precisamente Yohei? ¡Si Yohei ni siquiera sabía jugar a baloncesto! Haruko se había pasado años obsesionada con un jugador de baloncesto, y de repente se ponía a salir con un chico que no había hecho deporte en su vida. Aparte de pelear, claro. De hecho, Yohei era incluso más macarra que Hanamichi, y el ser un macarra era algo que justamente había hecho que Haruko se alejara de él en un principio.

 

Sakuragi no entendía nada.

 

Las horas pasaban y como era de prever, Hanamichi no pudo conciliar el sueño. De madrugada escuchó llegar a su madre. Cuando era más niño, ella siempre pasaba por su habitación para darle un beso en la frente, procurando no despertarle. Y aunque le despertara, él seguía haciéndose el dormido. Pero esa costumbre ya se había terminado. «Soy demasiado mayor, supongo», pensó el pelirrojo.

 

Un rato después la casa volvió a quedarse en silencio.

 

Sakuragi decidió que al día siguiente no iría a clase. No quería ver a Yohei, ni a nadie de su gundam, ni a Haruko, ni tampoco a Rukawa.

 

Demasiadas personas en su lista negra, se dijo con tristeza.

 

Hanamichi no se había sentido nunca tan solo.

 

Continuará…


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