Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

SD2: Are You Ready For This? por Khira

[Reviews - 151]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Aquí un capítulo en el que la historia realmente avanza, así que creo que os gustará. Un beso muy grande, y gracias por los reviews! 

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 37. Entrenamiento personal

 

 

Hacía un frío de mil demonios, y además soplaba un poco el viento. Los tres estaban solos en la cancha: Rukawa, Sakuragi y Mayden. El ambiente era, si bien no tenso, sí algo incómodo. Mayden no sabía qué había pasado entre esos dos, pero algo empezaba a sospechar.

 

El universitario suspiró. Esa mañana de domingo iba a ser muy larga.

 

—Vamos a ver. —Mayden miró a Sakuragi—. ¿Sabes hacer un gancho?

 

—Claro que no —susurró Rukawa en voz baja, pero no lo suficiente: Sakuragi le había oído y ya estaban discutiendo otra vez.

 

—¿Te llamas Sakuragi, zorro estúpido?

 

Do’aho.

 

—¿A quién llamas doa’ho?

 

—¿Ves algún otro por aquí?

 

—¡Serás…!

 

Sakuragi hizo un amago de agarrar a Rukawa de la camiseta. Sin embargo, pareció recordar algo y se controló. Rukawa desvió la mirada y se mordió el labio, en un gesto inconsciente pero tremendamente sexy.

 

«Muy, muy larga», se dijo Mayden.

 

—No, no sé hacer ganchos —reconoció Sakuragi, repentinamente más calmado—. Solo sé tirar bajo el aro y tiros en salto. Ah, y tiros vulgares.

 

—¿Tiros vulgares?

 

—Bandejas —explicó Rukawa.

 

Mayden sonrió. Por suerte, Rukawa era como un diccionario Sakuragi/japonés.

 

—¿Cuánto tiempo hace que juegas a baloncesto, Sakuragi?

 

—Desde abril del año pasado.

 

«Menos de un año. Pues tal y como jugó el viernes, no lo parecía», pensó Mayden, impresionado.

 

—Bien, pues lo primero será enseñarte a tirar ganchos. Rukawa, muéstrale cómo se hace un gancho normal.

 

—Tsk. Ya estamos otra vez —se quejó el pelirrojo en voz baja.

 

—¿Qué sucede?

 

—Nada.

 

Rukawa cogió el balón que le pasó Mayden y miró a Sakuragi.

 

—¿Vas a hacerme la trabeta o algo? —preguntó muy serio.

 

Sakuragi alzó las manos en señal de paz.

 

—Nope —aseguró.

 

Mayden no entendía nada pero pasó de preguntar.

 

Rukawa se colocó bajo la canasta que tenían más cerca. Estiró el brazo derecho hacia un lado, y luego lanzó la pelota de forma que dibujara un arco lateral hacia la izquierda. El balón entró limpiamente en la red.

 

—Esa jugada Sendoh la hace mucho —murmuró Sakuragi. Pretendía parecer impasible pero la admiración que sentía por su compañero de equipo era más que evidente, al menos para los ojos escrutadores de Mayden.

 

—Sí —asintió Rukawa—. Es cierto, es una de las jugadas favoritas de Sendoh.

 

Tras ese pequeño intercambio de observaciones el ambiente se relajó un poco. Mayden recogió el balón y se lo volvió a pasar a Rukawa.

 

—Ahora con la izquierda.

 

Rukawa frunció el ceño, revelando que no estaba acostumbrado a tirar ganchos con la mano izquierda. Lo intentó, pero el balón rebotó en el aro y no entró.

 

—Tsk.

 

—No te preocupes —dijo Mayden—. ¿Los dos sois diestros?

 

Los dos chicos de bachillerato asintieron.

 

—Bien, pues nos centraremos en el lado derecho. —Mayden le pasó el balón a Sakuragi—. Inténtalo.

 

Sakuragi se colocó en el mismo lugar que Rukawa un minuto antes. Intentó imitar el movimiento, pero el balón rebotó en el aro y salió fuera.

 

—Maldición —bufó el pelirrojo en voz baja—. Esto es difícil.

 

—Ya verás que no. Yo te ayudaré. Rukawa, tú ve a seguir practicando en la otra canasta. Con la derecha y en movimiento.

 

No muy de acuerdo con ser apartado, Rukawa apretó los labios, pero hizo lo que se le decía.

 

Tanto Rukawa como Mayden llevaban aún una sudadera encima, pero Sakuragi iba ya en camiseta de tirantes. Mayden no entendía cómo podía ir así y no temblar de frío. Ese pelirrojo era una roca. Y tenía un físico envidiable. Mayden se colocó tras su espalda, le puso el balón en la mano derecha y le estiró el brazo.

 

—Tirar un gancho no tiene nada que ver con bandejas y menos con tiros bajo el aro o en salto. Olvida momentáneamente todo lo que has aprendido hasta ahora sobre lanzamientos. Has visto la curva que tiene que hacer el balón, ¿no? Pues céntrate en cómo conseguirlo a partir de esta postura.

 

Sakuragi lo volvió a intentar pero en esta ocasión la pelota ni siquiera tocó el aro.

 

—Maldita sea. ¿Qué he hecho mal? ¿Es la postura?

 

—No. Demasiada fuerza. En los ganchos, la postura es mucho más flexible. Solo tienes que hallar cuál es la fuerza y la curva que necesitas para que el balón entre.

 

Mayden recogió el balón y tiró un gancho con la izquierda. El balón entró limpio en la red.

 

—Yo ya sé de memoria cuánta fuerza debo aplicar con mi altura para que el balón entre, esté en la posición que esté. —Le devolvió el balón al pelirrojo—. Otra vez.

 

Mientras Sakuragi lanzaba una y otra vez, sin éxito de momento, Mayden echó un vistazo al otro lado de la cancha. Rukawa acababa de recoger el balón del suelo y, casualidad o no, en ese momento les estaba observando.

 

—Sigue intentándolo —le dijo Mayden al pelirrojo—. Ahora vuelvo.

 

Mayden acudió a la otra canasta donde estaba Rukawa. El moreno no parecía tener problemas con los ganchos con la derecha: metía aproximadamente cuatro de cada cinco.

 

—¿Qué tal con algún obstáculo de por medio? —propuso Mayden.

 

Sabiendo a qué se refería, Rukawa asintió. Mayden se colocó en la posición de defender, y Rukawa a un paso de él.

 

—Intenta meterla de gancho si puedes —le retó Mayden.

 

Rukawa no se hizo de rogar. Botó un par de veces el balón, cambió de ritmo, se abalanzó hacia la derecha, hizo una finta, cambió el balón de mano… y dribló al universitario por la izquierda. Con el balón aún en la mano izquierda, lanzó el gancho… y suerte o no, el balón rebotó en el tablero y entró por la red.

 

Mayden puso los brazos en jarras.

 

—Habíamos quedado en que nos centraríamos en los ganchos con la derecha —le recriminó, pero no pudo evitar sonreir. La habilidad de Rukawa era realmente excepcional.

 

El más joven se encogió de hombros.

 

—No vi hueco por la derecha —dijo simplemente.

 

En ese momento, se oyó un grito desde la otra canasta.

 

—¡SÍIIIIII! ¡Lo conseguí! ¡Soy un genio!

 

Mayden y Rukawa se giraron hacia Sakuragi, quian ahora señalaba con un dedo al primero.

 

—¿Has visto eso, jubilado? ¡Ha entrado!

 

—Me alegra, Sakuragi, pero solo uno no…

 

Sin dejarle terminar la frase, el pelirrojo recogió el balón, volvió a lanzar… y encestó. Volvió a coger el balón de nuevo… y encestó otra vez.

 

—Qué cabrón —se le escapó a Mayden. Luego sonrió con nostalgia—. Yo tardé días para que me entraran más de dos ganchos seguidos.

 

—Y yo —murmuró Rukawa.

 

—¿Siempre aprendre tan rápido?

 

Rukawa asintió.

 

—Es como una esponja. Lo absorbe todo.

 

Y aunque la expresión de Rukawa era bastante pétrea, su leve ceño fruncido y sus ojos brillantes revelaban algo más. Así que la admiración era mutua, se dijo Mayden. Pero… ¿solo eso?

 

Mayden decidió probar una cosa. Se giró hacia Rukawa.

 

—Sabes, me he fijado que llevas el pelo muy largo —le dijo al moreno. Y con lentitud exagerada, le pasó ambas manos por el negro cabello para colocárselo tras las orejas en una larga y sensual carícia.

 

Rukawa abrió mucho los ojos, sorprendido, pero no se movió. Mayden miró entonces a Sakuragi, a quien se le había caído el balón de la mano por la impresión. Al darse cuenta que Mayden le miraba, el pelirrojo se ruborizó un poco y se dio la vuelta.

 

—¿Qué haces? —exclamó Rukawa con voz ahogada en cuanto Mayden le soltó.

 

—Comprobar una cosa —dijo Mayden—. Aunque hay algo que sigo sin tener claro. ¿Él está interesado en ti, o tú en él?

 

—¿Q-qué?

 

—Es evidente que no estáis juntos, pero algo ha pasado, ¿no? —Rukawa, ruborizado, no respondió, y Mayden suspiró—. Quizá debería preguntarle a él…. —Y miró hacia Sakuragi, que estaba de nuevo practicando ganchos.

 

—¡No! —El más joven tragó saliva—. Soy yo. Yo estoy interesado en él. Y… nada más.

 

—Ah, el amor adolescente… siempre tan complicado, ¿verdad?

 

Mayden intentaba bromear, pero estaba realmente disgustado. Rukawa le gustaba de verdad.

 

—Lo siento… —murmuró Rukawa.

 

—¿Por qué? ¿Intentabas darle celos conmigo?

 

—¡Claro que no!

 

Y era cierto, pues Rukawa nunca había intentado ponerle frente a Sakuragi. Mayden suspiró de nuevo.

 

—Bueno, pues sigamos con el entrenamiento. —Y antes de que Rukawa pudiera agregar nada, llamó al que faltaba.

 

El pelirrojo acudió con semblante serio, pero no hizo ningún comentario sobre lo que había visto minutos antes.

 

—Bien, se acabó el calentamiento —dijo Mayden—. Es hora de sudar.

 

xXx

 

Tres horas después, ni siquiera Rukawa tenía ya frío. No sabía si Mayden estaba de veras molesto o si era cierto que pretendía enseñarles una jugada tan difícil en solo un día. La cuestión era que desde que habían empezado a practicar en serio la jugada una y otra vez, no habían descansado ni un minuto.

 

Ahora era el turno de Sakuragi de intentarlo. Rukawa se colocó en posición de defender. Sakuragi entró una vez más a canasta como si fuera a hacer una bandeja, pero en realidad iba a hacer un gancho tras el tablero: Rukawa lo sabía y eso le facilitaba la defensa. El problema era que empezaba a faltarle fuerza en los brazos, que sentía entumecidos. Sakuragi saltó, pero al parecer a él también empezaban a fallarle las extremidades, pues el salto fue errático y acabó llevándose por delante a Rukawa.

 

—¡Ouch! —exclamó el moreno al caer de espaldas sobre el duro suelo.

 

Sakuragi había aterrizado encima de él y por eso había caído en blando. Se quitó de encima enseguida y sin pensarlo le ofreció la mano a Rukawa para ayudarle a levantarse.

 

—Lo siento.

 

—No pasa nada.

 

Mayden se acercó a ellos.

 

—¿Estáis bien?

 

—Sí.

 

—¿Seguro? Rukawa, estás sangrando.

 

—¿Eh?

 

Rukawa siguió la mirada de Mayden y levantó el codo. Se había raspado medio antebrazo y, efectivamente, estaba sangrando.

 

—Voy a echarme un poco de agua. —Al ver la expresión de Sakuragi, añadió—: No te preocupes, do’aho, no es más que un rasguño.

 

Mientras Rukawa se lavaba la herida, Mayden y Sakuragi practicaron dos lanzamientos más y luego fueron con él.

 

—Por hoy lo dejamos aquí —dijo Mayden—. Tengo una comida familiar y ya llego media hora tarde. Avisadme si quereis quedar otro día. Rukawa sabe dónde encontrarme.

 

Y dicho esto, recogió sus cosas y se marchó.

 

Sakuragi suspiró y se pasó la mano por la frente sudada.

 

—Uf, este tío es peor que Gori y Ryota juntos —comentó. Luego miró la herida de Rukawa, que no dejaba de sangrar, y que el moreno trataba de vendar con un pañuelo—. No tiene muy buena pinta. Deberías desinfectarla antes de vendarla.

 

—Lo haré al llegar a casa —murmuró Kaede. Aún se sentía mal por Mayden.

 

—Ven a la mía —dijo Sakuragi de pronto mientras se ponía la sudadera—. Está aquí al lado.

 

Rukawa estuvo a punto de decir que no, pero le entró la curiosidad. Nunca había estado en casa de Sakuragi, ni siquiera cerca, y realmente quería saber cómo vivía el pelirrojo, cómo era su habitación, qué había en ella. Por eso se sorprendió a sí mismo asintiendo.

 

—Vamos entonces. —Sakuragi cogió su bolsa de deporte y también la de Rukawa.

 

—Puedo llevar mi bolsa. No me he quedado sin brazos.

 

Sakuragi, ya encaminándose fuera de la cancha, no respondió. Rukawa rodó los ojos y le siguió.

 

Dos minutos más tarde llegaban a casa de Sakuragi. Era una vivienda unifamiliar de una sola planta, tradicional japonesa, muy bonita, aunque un tanto descuidada. La fachada principal necesitaba una pasada de pintura, y en el pequeño jardín había un par de plantas secas.

 

—Con permiso —musitó Rukawa al entrar, aunque la vivienda estaba claramente vacía—. ¿Tu madre no está?

 

—Está trabajando.

 

—¿En domingo?

 

—Trabaja todos los días —señaló Sakuragi, y Rukawa no preguntó más.

 

Sakuragi guió a Rukawa hasta su dormitorio: una sencilla habitación amueblada únicamente con una gran estantería, un escritorio, y el futón enrollado a un lado. Sakuragi cogió dos cojines de dentro del armario empotrado de puertas correderas y los dejó en el suelo de tatami.

 

—Espérame aquí —le indicó señalando uno de los cojines—. Voy a por el botiquín y vuelvo.

 

Pero Rukawa no se sentó inmediatamente, ya que no pudo evitar que le llamaran la atención la gran cantidad de libros y mangas que copaban la enorme estantería. Las temáticas tanto de unos como otro eran muy variadas, sobre todo en los libros, pues había desde novelas hasta libros de jardinería y bricolaje. En cuanto a los mangas, la mayoría eran shounen, pero también había muchos seinen, algunos mecha, e incluso un par de ecchi.

 

Nunca habría pensado de Sakuragi que fuera un adicto a la lectura.

 

«Aún no lo sé todo de ti», se dijo Kaede. Y él quería saberlo todo.

 

Maldita sea, ¿por qué Sakuragi?, se preguntó a sí mismo. Mayden era un chico estupendo… ojalá se sintiera atraído hacia él, y no hacia ese tonto pero adorable pelirrojo cabeza hueca.

 

xXx

 

Sakuragi regresó a la habitación con el botiquín en la mano.

 

—¿Te gusta el manga? —preguntó al encontrar a Rukawa mirando fijamente su librería.

 

Rukawa se sobresaltó un poco, al parecer se había quedado ensimismado.

 

—Algunos —murmuró.

 

—Ven, siéntate —indicó Hanamichi—. Vamos a curar eso.

 

Ambos chicos se sentaron sobre los cojines. Sakuragi abrió el botiquín y sacó suero fisiológico, una esponja y una venda. Cogió el suero con la derecha y con la mano izquierda le hizo un gesto al moreno para que alargara el brazo herido.

 

—Puedo hacerlo yo —dijo Rukawa.

 

—Si lo hago yo será más rápido —insistió Sakuragi—. Y vendarte no podrás vendarte solo.

 

—No necesito vendar nada. Solo es un rasguño.

 

—No seas terco, zorro, y acabemos cuanto antes. —Y diciendo esto, Sakuragi cogió a Rukawa del brazo y le estiró un poco hacia él para ver bien la herida.

 

No era un rasguño, era una fea quemadura por abrasión. La gravilla de la cancha de baloncesto no había tenido piedad con la piel blanca y delicada del antebrazo del zorro. Sakuragi frunció los labios. No le gustaba saberse el causante, aunque hubiera sido sin querer.

 

—No es nada —insistió Rukawa.

 

Hanamichi miró hacia él con la intención de contradecirle, pero al ver la expresión ruborizada de Rukawa se quedó sin palabras.

 

¿Por qué estaba tan sonrojado el zorro? Sakuragi no tardó en darse cuenta. No solo estaban muy cerca el uno del otro, sino que Sakuragi le mantenía cogido por la muñeca.

 

«Esto es realmente incómodo», pensó el número diez del Shohoku, así que sin perder más tiempo discutiendo se dispuso a tratar la herida. Primero vertió el suero sobre ella, y luego con la esponjita la frotó un poco para limpiarla. Rukawa siseó, y Sakuragi decidió decir algo para distraerle. Pero solo se le ocurrió una pregunta que le sorprendió incluso hasta a él.

 

—¿Estás saliendo con Mayden?

 

Como Sakuragi no desvió la mirada de lo que estaba haciendo, no puedo ver la expresión de Rukawa, quien se tomó su tiempo en contestar.

 

—Claro que no —respondió finalmente. En su voz había un matiz de sorpresa—. ¿Por qué dices eso?

 

—Bueno, parecíais bastante íntimos esta mañana. —Sakuragi se aventuró a mirar de reojo al zorro.

 

Rukawa entendió perfectamente a qué escena se refería el comentario de Sakuragi y se ruborizó.

 

—No sé por qué ha hecho eso —murmuró bajando la mirada.

 

—¿No lo sabes? —preguntó Sakuragi, escapándosele una risita.

 

—¿A qué te refieres? —Rukawa clavó de nuevo su mirada azul en él.

 

Tras soltar la esponja, Sakuragi cogió el rollo de vendas. Y como si lo hubiera hecho mil veces, empezó a vendar el antebrazo de Rukawa como un experto enfermero.

 

—Bueno, es evidente que le gustas.

 

Rukawa no dijo nada, y Sakuragi terminó de vendarle. El zorro encogió el brazo en seguida, como si intentara poner un poco más de distancia entre ellos, pero como ninguno de los dos se había movido del sitio, seguían muy cerca. Hanamichi sabía que debería dejar el tema, que lo que sintiera o hiciera Rukawa no era asunto suyo, pero una parte de él, una parte egoísta, necesitaba una confirmación.

 

Necesitaba saber que Rukawa seguía estando por él.

 

Le miró fijamente, como desafiándole.

 

—¿Te gusta él a ti?

 

Rukawa le devolvió la mirada. Ya no estaba ruborizado, ni había rastro de incomodidad ni duda en su expresión. Había aceptado el desafío.

 

—Ya sabes que no.

 

El corazón de Sakuragi empezó a later un poco más deprisa. No quería que la situación se le fuera de las manos, pero ya no sabía cómo parar.

 

—Parece un buen tío —murmuró sin mucha convicción.

 

—Lo es.

 

Casi imperceptiblemente, Rukawa se movió un poco hacia él.

 

—Entonces… deberías… —Sakuragi ya no sabía cómo continuar. El zorro estaba demasiado cerca. El pelirrojo se permitió estudiar a fondo su rostro. Por mucho que se hubiera quejado en el pasado, lo cierto era que entendía a todas esas niñas del instituto que estaban locas por él. El maldito zorro era demasiado guapo, su cara era prácticamente perfecta. Sin duda había heredado los rasgos de su madre, aquella chica tan hermosa de la foto de su habitación. Y además era talentoso. Maldita sea, era un puto crack del baloncesto. Sakuragi siempre había querido ser alguien como él, alguien que a sus ojos lo tenía todo. Guapo, talentoso y con éxito.

 

Y sin embargo, al parecer Rukawa no lo tenía todo. No le tenía a él.

 

—¿Debería qué? —musitó este ante el prolongado silencio del pelirrojo.

 

—¿Qué ves en mí? —preguntó Sakuragi de repente.

 

La pregunta descolocó a Rukawa, quien parpadeó y se quedó un momento parado.

 

—¿Qué veo en ti? —repitió.

 

—Sí. ¿Por qué yo? —insistió Hanamichi. Tenía que saberlo.

 

Rukawa bajó un poco la mirada, y Sakuragi temió que no respondiera a su pregunta. Pero el zorro solo estaba reuniendo algo más de valor.

 

—¿Por qué no tú? —murmuró finalmente—. Eres honesto, valiente, leal… A veces un poco intimidante —Rukawa sonrió un poco risueño y a Sakuragi le dio un vuelco el corazón—, pero la mayoría de gente que te teme es por ignorancia, porque no te conocen y no quieren molestarse en hacerlo. Los que de verdad te conocen y te temen es porque se lo merecen. Siempre dices lo que piensas, nunca tienes miedo de nada. Nada te detiene, eres testarudo, y siempre te esfuerzas al máximo. Me gustaría ser como tú…

 

Tras la confesión, Sakuragi tragó saliva. De repente sentía la boca seca.

 

—A mí me gustaría ser como tú —admitió.

 

Rukawa sonrió otra vez.

 

—Pues vaya dos.

 

Era como si el telón casi opaco que siempre había habido entre los dos y que se había ido transparentando un poco con el tiempo se hubiera caído del todo. Por fin, Sakuragi veía a Rukawa tal como era, y le gustaba. Y se veía a sí mismo con los ojos de Rukawa, y también se gustaba.

 

Rukawa emitió un gemido de sorpresa cuando la boca de Sakuragi chocó con la suya, al mismo tiempo que la fuerte mano del pelirrojo le agarraba de la nuca.

 

Sakuragi no tenía experiencia besando, así que se guió por su instinto. Además Rukawa no era ninguna chica delicada a la que no debiera asustar, así que no se contuvo. Y Rukawa, tras recuperarse de la sorpresa inicial, tampoco se quedó atrás. De manera que los dos se besaron como si fuera lo último que fueran a hacer en esta vida, lamiendo, mordiendo y explorando.

 

«Esto no puede estar pasando», se dijo a sí mismo Sakuragi en un instante de lucidez. Pero sí estaba pasando, él lo había iniciado y no podía arrepentirse menos. Estaba siendo brutal y excitante. La mano que tenía en la nuca de Rukawa bajó hasta su cintura y le apretó contra él. Podía notar el calor de su cuerpo a través de la sudadera. Metió la mano bajo ella buscando su piel. Las manos de Rukawa le recorrían el cabello. Rukawa gimió de nuevo, o quizás había sido él mismo. Ansioso, empujó a Rukawa hasta tumbarle del todo sobre el suelo de tatami, colocándose sobre él. Rukawa se dejó, y tenerle así de dominado casi le volvió loco de deseo. El pensamiento coincidió con el choque de sus erecciones y Sakuragi volvió a la realidad.

 

Rompió el beso y se alzó un poco sobre los codos. Los ojos azules de Rukawa le devolvieron la mirada, una mirada ansiosa pero también preocupada, que al ver la expresión de Sakuragi cambió a una de temor. Ambos estaban jadeando. Recordando el incidente en los vestuarios, Hanamichi pensó que Rukawa temía por lo que pudiera hacer él a continuación. Pero Rukawa solo temía una cosa.

 

—¿Te arrepientes?

 

Sakuragi inspiró hondo, intentando normalizar su respiración.

 

—No estoy seguro… —dijo con sinceridad.

 

Vio claramente la expresión de dolor que cruzó por los ojos de Rukawa, y se sintió fatal por ello, pero en aquel momento no podía decir otra cosa.

Recomponiéndose, Rukawa respiró hondo también, y sin más dirigió su mano hacia la ingle del pelirrojo.

 

—¿Qué haces? —exclamó el pelirrojo, deteniéndole.

 

—Aclararte las ideas —dijo Rukawa, desafiante.

 

En ese momento oyeron ruido en la puerta principal. Ambos chicos dieron prácticamente un salto.

 

—¡Tadaima! —se oyó la voz de Sayuri, la madre de Hanamichi.

 

—¡Okaerinasai, mamá! —respondió este al instante, recomponiéndose rápidamente el pelo y la ropa. No tuvo que decirle al zorro que hiciera lo mismo, puesto que ya se había puesto también a ello.

 

La puerta de la habitación de Hanamichi estaba abierta y Sayuri no tardó en aparecer en el umbral. Y aunque jamás había visto a Kaede, no se sorprendió de encontrar a su hijo en compañía.

 

—Oh, hola —saludó.

 

—Hola —Rukawa se puso de pie en un salto y saludó con una pequeña reverencia a la mujer—. Soy Kaede Rukawa.

 

—Yo soy Sayuri Sakuragi, la madre de Hanamichi. Encantada.

 

—Has vuelto temprano —comentó Sakuragi, también ya de pie.

 

—Sí, no había mucho trabajo hoy, así que me han dejado salir un poco antes. ¿Has comido ya?

 

—No, aún no.

 

—Entonces prepararé algo. ¿Te quedas, Rukawa-kun?

 

—No, muchas gracias, pero me esperan en casa.

 

—Entiendo. —Sayuri sonrió y se fue de la habitación.

 

De nuevo momentáneamente solos, ninguno de los dos chicos dijo nada durante varios segundos. Finalmente Rukawa recogió su bolsa de deporte del suelo.

 

—Puedes quedarte a comer si quieres —dijo Sakuragi.

 

—No puedo, de verdad que me esperan en casa. Se ha hecho tarde para avisar.

 

—Ah, ok. Te acompaño hasta la puerta.

 

En cuanto le abrió la puerta de la calle, Rukawa iba a irse sin más, pero Sakuragi le agarró de la muñeca. Rukawa le miró interrogante.

 

—Oye… Hablaremos de esto, ¿vale?

 

Rukawa asintió, pero no se le veía muy convencido de su palabra.

 

Sakuragi no podía culparle.

 

Continuará...


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).