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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Y con este capítulo por fin he puesto el fic al día :)

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 39. Hiroshi Misaki

 

 

Sakuragi no se sorprendió demasiado cuando, tras vagar por las oscuras calles de Kanagawa durante un par de horas sumido en sus deprimentes pensamientos de culpa, alzó la vista y se encontró frente a la casa de Rukawa.

 

El pelirrojo sabía que debía disculparse, pero no tenía muy claro cómo hacerlo, ni qué debía decirle al zorro para que este le perdonara haber sido el causante del inicio de los rumores sobre él en el instituto. Pero ya estaba allí, su propio subconsciente le había llevado hasta allí, y sería un cobarde si se marchaba. Además, algo que había aprendido en los últimos tiempos era que los desastres debían arreglarse cuanto antes. Por ejemplo, si se hubiera disculpado antes con Anzai, no se hubieran perdido casi una semana de entrenamiento. O si hubiera sabido manejar mejor la situación con Yohei, él y Haruko no habrían roto.

 

Suspiró. No servía de nada pensar en el pasado reciente y en las innumerables cagadas que había protagonizado últimamente. Lo único útil era tratar de hacer las cosas bien, como al hablar con Haruko un rato atrás. Y ahora era el turno de hacer lo propio con Rukawa.

 

Se dirigió a la puerta de entrada y, tras inspirar hondo, tocó el timbre. Los pasos apresurados que oyó inmediatamente a continuación le sorprendieron, y mucho más la cara de angustia y decepción de la madre de Rukawa en cuanto abrió la puerta.

 

—Oh. Eres tú, Sakuragi-kun. —La mujer se recompuso mínimamente—. ¿Qué haces aquí? —preguntó educadamente.

 

—Buenas noches. Perdone por venir a estas horas. Yo… quería hablar con Kaede.

 

La cara de Chiyako se descompuso de nuevo. Sakuragi entendió entonces que algo no iba bien.

 

—Kaede no está —murmuró la mujer, pálida.

 

El padre de Rukawa apareció a su lado.

 

—Sakuragi-kun —saludó.

 

—Buenas noches, señor —saludó Hanamichi. El padre de Rukawa lucía igual de pálido que su esposa. ¿Qué demonios estaba pasando?

 

—Kaede no está —repitió Kojiro.

 

—¿Y… dónde puedo encontrarle? —preguntó—. Necesito hablar con él…

 

El padre de Rukawa le miró fijamente. Luego se apartó a un lado.

 

—Entra, hijo. Tenemos que hablar contigo.

 

Chiyako se volteó confusa hacia su marido, quien se encogió de hombros y le señaló a Sakuragi con la mirada. Entonces ella pareció entender lo que se proponía el hombre.

 

Sakuragi no entendía nada, pero iba a entenderlo todo muy pronto.

 

xXx

 

Miró la dirección escrita en el papel, luego la gran casa de estilo tradicional que tenía enfrente, casi un palacio vallado, y así varias veces. Era allí, sin duda. Luego miró su reloj.

 

«Joder... las once y media de la noche...»

 

Desde luego no eran horas para estar de visita. ¿Pero qué podía hacer sino? Llegar hasta allí le había costado mucho tiempo y dinero. Algo que, por cierto, se habría ahorrado si sus padres le hubieran dicho la verdad, pensó, sintiendo una vez más que la rabia lo embargaba.

 

Caminó un poco alrededor de la casa, mientras intentaba tomar una decisión. Sin embargo su mente se negaba a funcionar. No quería marcharse, no quería quedarse... en realidad no sabía lo que quería.

 

Llevaba varios minutos pululando por el lugar cuando de pronto se encendió una luz en la planta piso. Rukawa se quedó quieto, observando como se iban prendiendo más luces, hasta que de repente se abrió la puerta principal de la casa y la figura de un hombre salió al jardín. Asustado y con el corazón a cien, dio media vuelta y echó a andar por la acera con la intención de alejarse de allí.

 

—¡Ey! —le llamó una voz.

 

Rukawa se detuvo, pero no se giró, incapaz de enfrentar a quien quiera que fuese. El hombre, que ya había salido a la calle y se estaba acercando a él por detrás, continuó hablándole.

 

—Ey, tú —le increpó—. ¿Qué haces pululando por mi casa?

 

Rukawa se giró por fin lentamente. Ante él, un hombre mayor de unos cincuenta y pico años, de facciones suaves, alto, con el pelo cano y corto perfectamente peinado, vestido con una elegante bata de color verde oscuro sobre el pijama. Sobre ellos únicamente la luz tenue de una farola, pero gracias a la cual distinguió el color azul de sus ojos.

 

Era él. Hiroshi Misaki. Su padre biológico.

 

La expresión mezcla de sorpresa y de desconcierto del hombre y la única palabra que pronunció en varios minutos se lo confirmaron.

 

—Kaede...

 

«Me ha reconocido», pensó, no sin sorpresa.

 

—Hola —saludó con simpleza.

 

El hombre se acercó más a él.

 

—Qué… ¿qué haces aquí?

 

Rukawa respiró hondo. Ya estaba hecho.

 

—Vine a conocerte… padre.

 

El señor Misaki estaba pálido, confuso, pero no lucía demasiado sorprendido, más bien resignado, como si ya se esperara que ese encuentro iba a suceder algún día.

 

—Ven, hablemos dentro. Hace mucho frío aquí afuera.

 

Kaede le siguió al interior de la casa, para lo cual antes tuvieron que cruzar un jardín bellísimo con varios estanques y plantas de todo tipo. El interior de la casa no se quedaba atrás. De estilo tradicional japonés, tal y como sugerían las fachadas, pero amueblado con detalle y muchas piezas de arte, cuadros e incluso alguna escultura. Se detuvieron al llegar a un salón con varios sofás azules que rodeaban una mesita de té inglesa.

 

—Siéntate, por favor —dijo el señor Misaki, señalándole uno de los sofás—. ¿Quieres tomar algo? ¿Un té? ¿Café?

 

—No, gracias.

 

El señor Misaki se sentó finalmente en el sofá situado frente al que había invitado a Rukawa a hacer lo propio. Se notaba que el hombre estaba muy nervioso, no paraba de tocarse y retorcerse las manos como si no supiera que hacer con ellas. Rukawa por su parte contemplaba tranquilamente la decoración del lujoso salón, inexplicablemente sus nervios se habían disipado de golpe.

 

—¿Cómo me has encontrado? —preguntó de pronto el señor Misaki rompiendo el silencio y atrayendo de nuevo la atención de Rukawa.

 

Kaede le miró y se encogió de hombros.

 

—Simplemente le he buscado —respondió secamente—. Lo tuve que hacer por mi cuenta; ya que al parecer nadie de mi familia se dignó a informarme de su nombre ni su paradero.

 

—Ya...

 

—¿Cómo conoció a mi madre? — preguntó ahora Rukawa.

 

El señor Misaki se sobresaltó un poco pero se compuso enseguida.

 

—Vaya, veo que no te andas por las ramas...

 

—No he venido hasta aquí para hablar del tiempo —replicó el muchacho.

 

—Lo sé.

 

El reloj de pared que había en el salón dio las doce menos cuarto de la noche. Se hizo un silencio tenso hasta que el señor Misaki se acomodó en el sofá y empezó a hablar.

 

—Tu madre y yo nos conocimos en una cena de empresa. Ella trabajaba como administrativa en la empresa de un colega mío, el mismo que nos presentó. Por supuesto me quedé prendado de ella al instante, era la mujer más hermosa que yo había visto jamás...

 

—Y tenía veinte años menos que usted... —añadió Kaede con claro reproche.

 

—Sí, es cierto. —El señor Misaki no pareció molestarse—. Pero la edad no era lo más nos separaba, sino el hecho de que yo estaba casado.

 

—¿Usted ya estaba casado...? —se sorprendió el muchacho.

 

—Sí. —El señor Misaki cogió aire y continuó, consciente de la ahora más fría mirada del chico—. Aún así, empezamos a salir juntos, a escondidas de todo el mundo, durante un tiempo, casi un año. Hasta que mi mujer empezó a sospechar y... —titubeó—. Y... la dejé.

 

Rukawa tragó saliva, intentando no perder la compostura hasta conocer todas las piezas del rompecabezas. De momento ya había averiguado por qué nadie sabía por aquel entonces quién era el novio secreto de su madre.

 

—¿Y qué pasó después...?

 

—No supe de Kanako en dos meses, hasta que vino a verme a la empresa. Me dijo que... que estaba embarazada.

 

Rukawa tragó saliva de nuevo. Aquello empezaba a hacérsele más difícil de lo que imaginaba.

 

—Yo le prometí que me haría cargo de ella y del bebé, que nunca les faltaría de nada... pero ella quería que volviéramos. —continuó el señor Misaki. Cogió aire—. Kaede, tú sabes que... que tu madre tenía... problemas... ¿verdad...?

 

—¿Problemas mentales? —completó Rukawa fríamente—. Sí, lo sé.

 

—Pues... —El hombre lucía sorprendido por la entereza del muchacho—. Bien, lo que pasó fue que... me amenazó con matarse si yo no dejaba a mi mujer y me casaba con ella.

 

—Eso no es cierto —saltó Rukawa. Pero recordó que él no tenía manera de saberlo con seguridad—. Quiero decir... no puede ser...

 

Apretó los puños y su mirada se desvió un momento hacia la cara alfombra que tenía bajo sus pies. Chiyako le había repetido hasta la saciedad que su madre le amaba, pero ahora resultaba que ya había amenazado con matarse estando embarazada de él, como si no le importara en absoluto terminar también con la vida de su hijo...

 

—Yo no cedí a su chantaje —dijo el señor Misaki. Rukawa le miró de nuevo—. Nunca lo hice. Por suerte ella no cumplió su amenaza, pero... su estado empeoró notablemente. Me enteré de que sufrió una crisis nerviosa. Por suerte tu tía, es decir, tu madre adoptiva, estaba con ella en ese momento. Actuó a tiempo y la convenció para que ingresara un tiempo en un hospital psiquiátrico para descansar, y sobretodo, pensar.

 

—¿Pensar sobre qué?

 

—Pensar qué hacer... contigo.

 

Kaede palideció.

 

—¿Pensó en... abortar? —preguntó en un susurro casi inaudible.

 

—¡No! —exclamó el señor Misaki. El tono seguro de su voz tranquilizó a Rukawa—. Me refiero a que Chiyako ayudó a tu madre a comprender que no me necesitaba a su lado para nada, pero que tú si la necesitarías a ella cuando nacieras. Y que para eso debía aceptar el tratamiento que le recetaron en la clínica.

 

—¿Lo aceptó...?

 

—Sí.

 

«No me mintió...», pensó Rukawa aliviado. Chiyako le había dicho la verdad. Kanako le quería y por eso había aceptado medicarse.

 

—Usted también fue a verla a la clínica... —recordó de pronto en voz alta.

 

—¿Cómo lo sabes?

 

—Investigué —le recordó.

 

—¿O contrataste a alguien para hacerlo? —preguntó el señor Misaki, que lo había sospechado desde el principio.

 

—Sí —reconoció.

 

—Ya veo...

 

—¿Y qué pasó en la clínica? —insistió Rukawa.

 

—Cuando la fui a ver, ya estaba de cinco meses, y ya se le notaba la tripita —de pronto Kaede notó perfectamente como al señor Misaki se le iluminaban los ojos—. Estaba más hermosa que nunca... Pero yo no podía volver con ella, y se lo repetí, pero para mi sorpresa ella no insistió... Le ofrecí de nuevo ayuda económica pero no la aceptó. Así que me despedí de ella, pues en unos meses me trasladarían a Morioka, y luego me encontré a tus tíos al salir de la habitación. Enseguida supieron quien era yo, y por lo que me dijeron supe que había sido Chiyako quien había hecho entrar en razón a Kanako...

 

Rukawa empezaba a comprender la animadversión de sus padres, sobretodo de Chiyako, hacia el señor Misaki. Para ella, el señor Misaki no era más que el culpable del empeoramiento de la inestabilidad emocional de su hermana, que encima, la había dejado embarazada.

 

—¿Y ya no volviste a verla? —preguntó Rukawa al cabo de unos segundos.

 

—No...

 

—Pero entonces... ¿Qué pasó? Si mi madre había aceptado medicarse y también olvidarse de usted... ¿por qué después de tres años ella...? —no fue capaz de terminar la frase.

 

—Lo siento, pero no puedo contestarte a eso —suspiró el señor Misaki—. Quien sabe, quizás por algún motivo dejó de medicarse, y empeoró de nuevo, o le pasó algo... No lo sé, Kaede. Lo siento.

 

El silencio se hizo de nuevo en el salón, esta vez más pesado que nunca. El señor Misaki sabía perfectamente la pregunta que vendría a continuación...

 

—Cuando mi madre murió... ¿por qué no te hiciste cargo de mí? —preguntó Kaede tuteándole por primera vez.

 

—Quería hacerlo... pero no de la manera adecuada, aunque en ese momento no lo supe ver. Cuando Chiyako me llamó para contarme lo que había pasado, regresé a Kanagawa de inmediato. Aquella fue la primera vez que te vi. Es imposible que te acuerdes, no por la edad sino porque estabas completamente dormido. Por lo visto te habías pasado la noche llorando y estabas agotado...

 

De pronto Rukawa recordó la vez que Chiyako le contó sobre la primera noche que pasó en casa con ellos...

 

«La primera noche que pasaste en casa con nosotros, no dejaste de llorar. Por supuesto, al día siguiente te la pasaste dormido.»

 

Se le olvidó mencionar el detalle de la visita de su padre biológico...

 

—Quería ocuparme de ti. Ahora que por fin te había visto, más que nunca. Pero no podía llevarte a casa con mi mujer, ella no sabía... no sabe —se corrigió— de tu existencia, así que les propuse de ingresarte en el mejor internado del Reino Unido, donde yo viajaba a menudo por motivos de trabajo...

 

—Me querías lejos... —murmuró Rukawa indignado.

 

—No, quería lo mejor para ti. Pero tus tíos me hicieron ver que lo mejor para ti era tener una familia, y un hogar. No vivir recluso en un colegio y recibir la visita de un progenitor dos o tres veces al año. Además tu tía ya era abogada y yo lo tenía muy difícil para conseguir tu custodia, sobretodo, sin que mi mujer se enterara...

 

—Y me dejaste con ellos...

 

—Sí...

 

—Me abandonaste... por segunda vez...

 

Por primera vez en toda la conversación, Rukawa sintió deseos de llorar. Ahora entendía perfectamente por qué sus padres no querían que conociera a su padre biológico... simplemente no querían que se enterara de lo poco que había significado para él.

 

—No, eso no —replicó el señor Misaki—. Kaede, hay algo que no te he contado... —añadió de pronto.

 

—¿El qué?

 

—Mi mujer no puede tener hijos...

 

Rukawa no entendió al principio que quería decirle con eso.

 

—¿Y qué? —preguntó más borde que lo que pretendía.

 

—Que si mi mujer se hubiera enterado, no solo de que había tenido una aventura, sino de que además me había dado un hijo, algo que ella no podía... Ella siempre ha sido una mujer de salud muy frágil, ¿entiendes? Aquello la habría destrozado... Y yo nunca me habría perdonado si le hubiera pasado algo... Kaede, yo amaba a tu madre, te lo juro... Pero... quiero más a mi esposa.

 

—Y más que a mí —sentenció Kaede.

 

El señor Misaki no dijo nada.

 

Rukawa se levantó del sofá ante la atenta mirada del hombre.

 

—Ya sé casi todo lo que quería saber —dijo con voz gélida—. Gracias por su tiempo —añadió antes de empezar a caminar hacia la entrada.

 

—¡Espera! —exclamó el señor Misaki persiguiéndole.

 

Rukawa se soltó tan bruscamente cuando el señor Misaki le sujetó del brazo para detenerle que le hizo tambalear. Al momento se arrepintió, pues al fin y al cabo aquel hombre tenía nada menos que 55 años.

 

—Lo siento —murmuró.

 

—Kaede, por favor, no te vayas así.

 

—No tengo motivos para quedarme. Esta no es mi ciudad, esta no es mi casa, y tú no eres mi padre —soltó de tirón intentando que la voz no le fallara.

 

—Sé que no puedo pretender que me consideres así, pero Kaede, por favor, no te vayas aún... No me has hablado de ti...

 

—Me llamo Kaede Rukawa, nací el 1 de enero y tengo dieciséis años. Mis padres se llaman Kojiro y Chiyako y tengo dos hermanos, Taro, de cinco años, y Aiko, de uno y medio. Voy al instituto Shohoku y juego en el equipo de baloncesto.  

 

Dicho esto Kaede continuó hacia el recibidor, donde se calzó los zapatos. El señor Misaki le siguió y lo intentó de nuevo.

 

—Kaede, eso no me basta.

 

—Pues te ha bastado menos durante trece años.

 

—Entiende que no podía irrumpir en tu vida así como así... No sabía cómo reaccionarías...

 

Kaede ya estaba saliendo por la puerta.

 

—Por cierto, ¿cómo has venido? —preguntó el señor Misaki desde el umbral al caer en la cuenta de que el muchacho se había presentado solo.

 

—Con el shinkansen.

 

—Pero a estas horas ya no sale...

 

—Ya me las apañaré.

 

—Pero...

 

—Adiós, señor Misaki —se despidió sin mirarle mientras abría la puerta.

 

—¡Espera! —El hombre también salió al jardín—. ¿Puedo ir a verte a Kanagawa?

 

Rukawa se detuvo y se dio la vuelta.

 

—No creo que sea buena idea —dijo un poco más tranquilo.

 

—Entonces... vuelve tú a visitarme, por favor. Y quédate unos días...

 

—¿Y su mujer?

 

El señor Misaki titubeó.

 

—No lo sé. Pero lo arreglaré.

 

Rukawa dio media vuelta de nuevo.

 

—Ya veremos.

 

Salió del jardín y empezó a caminar calle abajo ante la atenta mirada del señor Misaki.

 

xXx

 

Hacía mucho frío y estaba empezando a nevar. Rukawa en verdad no tenía ni idea de qué hacer ahora. Estaba sentado en el banco de un paseo, con las manos en los bolsillos y exhalando pequeñas bocanadas de aire caliente que se transformaban en nubecitas que no tardaban en desaparecer.

 

Se sentía helado. Sobretodo, por dentro.

 

¿Con qué cara regresaba ahora a casa después de todas las barbaridades que les había soltado a sus padres?

 

Porque eran sus padres. Ahora lo entendía más que nunca.

 

Recordó un día lejano, la primera vez que su abuela le dejó bien clarito que él no pintaba nada en su familia. Solo tenía siete años.

 

Era verano, y hacía un par de meses que se habían mudado a Tokyo. Estaba jugando en el salón de su nueva casa con una pelota de goma que había encontrado en el desván. Su abuela, que había venido unos días de visita, era la única que estaba en ese momento con él.

 

Jugaba a tirar la pelota a una pared que todavía estaba desnuda, sin muebles ni nada, cuando de pronto el sudor de su mano hizo que la pelota se le escapara y rebotara en una esquina. Kaede se apresuró a levantarse para correr y recogerla, justo en el momento en que su abuela entraba en el salón con una bandeja de té. Sin querer chocó contra ella y Kaede y bandeja cayeron al suelo. La taza se rompió y el té salpicó un poco a Kaede pero no lo suficiente para quemarle.

 

—¡Shimatta! —exclamó la señora Rukawa, excesivamente furiosa—— ¡Mira que desastre!

 

—L-lo siento abuela... —se apresuró a disculparse.

 

La mujer le miró con aire ofendido.

 

—¿No te han dicho ya Kojiro y Chiyako que no eres su hijo? ¿Por qué me sigues llamando abuela?

 

Kaede tardó en reaccionar ante esas palabras tan crueles.

 

—P-pero ellos me han dicho que p-puedo seguir llamándoles p-papá y mamá... —tartamudeó al cabo de unos segundos, notando como los ojos se le humedecían al recordar ese instante tan doloroso—. Y p-pensé que...

 

La señora Rukawa se agachó y le tomó fuertemente del brazo para interrumpirle.

 

—Un mocoso como tú no debería llevar el apellido Rukawa. ¿Me oyes? Da gracias porque el estúpido de mi hijo te acogiera; seguramente nadie más habría querido quedarse con el hijo de una loca.

 

—Y-yo... yo no... —balbuceó Kaede. En ese momento no entendió ni la mitad de lo que le había dicho, pero sí se dio cuenta perfectamente de que esa mujer no le apreciaba en absoluto.

 

Después de soltarle con un pequeño empujón, la señora Rukawa volvió a la cocina y regresó con un trapo para limpiar el ‘desastre’ que Kaede había provocado. El pequeño por su parte recogió la pelota en silencio y se marchó a su habitación en busca de la soledad que cada vez apreciaba más.

 

Cuatro años después, cuando nació Taro, su abuela pareció complacida. Dejó de hostigar a Kaede cuando estaban a solas y se limitó a ignorarle. Kaede no dejó de llamarla ‘abuela’ cuando estaban sus padres delante, simplemente porque no le apetecía explicar lo que había pasado entre ellos.

 

Recordó también las palabras de su padre cuando se marchó de casa unas horas atrás. Parecía que habían pasado días desde entonces.

 

«En Morioka no encontrarás lo que buscas.»

 

Claro que no. Lo que buscaba, lo que había estado buscando desde los siete años, era una familia. Su familia. Y eso ya lo tenía. La tenía en Kanagawa, tal y como le había dicho al señor Misaki. Que más daba la opinión de una mujer mayor y cruel. Pero no se había dado cuenta hasta entonces.

 

«¿Y ahora qué voy a hacer...?», se preguntó desesperado.

 

Y por primera vez en mucho tiempo, desde aquel día lejano que se cayó de la bicicleta mientras su padre le enseñaba y se hizo daño en una rodilla, Kaede Rukawa se echó a llorar.

 

Lloró durante largo rato, no supo cuánto. Se tapó la cara con ambas manos y aún así las lágrimas le resbalaban por la cara y caían sobre su regazo.

 

—Te vas a congelar si te quedas ahí sentado... kitsune...

 

Rukawa alzó el rostro atónito al escuchar a la persona que menos esperaba encontrarse allí.

 

Continuará…


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