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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Qué bien que la web ya va! Thanx por los reviews :)

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 4. Satoru Rukawa

 

En realidad, la sorpresa no era tanta. Chiyako ya les había contado días atrás que Satoru había llamado para anunciar que había vuelto de su viaje y que pasaría a verles. Sin embargo, Rukawa había dudado de que realmente su tío fuera a aparecer por casa.

 

Satoru Rukawa era el hermano pequeño de su padre. Veintinueve años, alto y desgarbado, ojos marrones semiocultos detrás de unas gafas de cristales finos pero con una montura de pasta llamativamente roja, pelo castaño un poco largo, y una cuidada perilla alrededor de los labios y en la barbilla. Al igual que su padre y su hermano Kojiro había estudiado arquitectura, pero él nunca había ejercido. Y en realidad nadie sabía exactamente a que se dedicaba actualmente. Algunos miembros de la familia Rukawa hablaban de él como la ‘oveja negra’ por su vida nómada y desordenada, pero lo que más les indignaba en realidad era el hecho de que se declarara homosexual nada más cumplir la mayoría de edad. Kaede no recordaba ese día con claridad, porque solo contaba con seis años (N/A: en Japón la mayoría de edad es a los veinte), pero sabía que su abuelo se había llevado un gran disgusto. El anciano murió poco después, y después de eso Satoru se fue a vivir a Los Ángeles. Desde entonces solo regresaba a Kanagawa unas cuantas veces al año, y aprovechaba para visitar a sus sobrinos.

 

—Ey Kae —saludó Satoru con una brillante sonrisa—. ¿Cómo va eso?

 

Rukawa desistió de pedirle que no le llamara con ese diminutivo. Después de tantos años ya se había acostumbrado.

 

—Tirando —dijo con una pequeña sonrisa—. ¿Y tú?

 

—¡Perfectamente, como siempre! ¿Me vas a dejar pasar de una vez? Hace tanto calor que me suda hasta el culo y si no recuerdo mal vosotros tenéis aire acondicionado.

 

Se apartó con otra sonrisa y dejó entrar a su tío en el salón. Chiyako se levantó al verle y Taro se abalanzó sobre él.

 

—¡Ojisaaaan! —exclamó.

 

—¿Cómo está mi otro sobrino favorito? —preguntó alzándolo en brazos.

 

—¡Muriéndome de hambre! —contestó este.

 

—Exagerado... —murmuró Chiyako.

 

—Hola Chiyako —saludó Satoru con una leve inclinación después de dejar a Taro de nuevo en el suelo.

 

—Hola Satoru.

 

Pero no había sido Chiyako quien había respondido al saludo. Kojiro, apoyado en la puerta de la cocina, se le había adelantado.

 

—Hola Koji.

 

Kojiro gruñó algo ininteligible y avanzó un par de pasos hacia donde estaban todos.

 

—¿Cenamos o qué? —le preguntó secamente a su mujer.

 

—Sí —respondió ella. Se giró hacia Satoru—. ¿Te quedas a cenar con nosotros?

 

—Será un placer.

 

Kojiro gruñó algo de nuevo y volvió a la cocina, seguido de Chiyako. Unos segundos después se les escuchaba discutir en voz baja, el motivo seguramente sería la invitación.

 

Rukawa lamentaba profundamente que su padre y su tío no se llevaran bien. La causa parecía estar clara, y temblaba de angustia solo de pensar lo que sucedería cuando Kojiro se enterara de que él también era homosexual...

 

—Te veo más delgado, Kae —dijo Satoru sentándose frente a Aiko para hacerle carantoñas—. ¿Es que no comes?

 

—Claro que como —replicó—. Es mi constitución, y punto. No empieces otra vez.

 

—¿Quieres un potito? —preguntó enseñándoselo—. A tu hermana no parecen gustarle mucho los cereales con fruta —rió.

 

Rukawa puso los ojos en blanco.

 

—Tío, tío —le llamó Taro, estirándole de la floreada camiseta—. ¿De dónde vienes esta vez?

 

—De Australia —respondió—. Y he conocido al Diablo de Tazmania —añadió guiñándole un ojo.

 

—¿De verdad? —exclamó el pequeño.

 

—Sí, y no veas que rápido da vueltas. Es como un tornado que lo arrasa todo. Pasó por mi lado y por poco me engancha y me quedo sin ropa.

 

—Suerte para los australianos —bromeó Kaede.

 

—Suerte la mía, no sabes lo buenos que están... Todos morenitos de piel, pero con el pelo rubio y los ojos claros, músculos bien formados... Aunque a mí me gustó solo uno en especial, un surfero que conocí en la playa en la que...

 

—Ejem. —Kojiro se acercó con cara de malas pulgas a dejar varios platos sobre la mesa—. Satoru, te agradecería que no hablaras de tus mariconadas delante de mis hijos.

 

—Tienes razón, Koji. Perdona —dijo Satoru con una falsa sonrisa angelical.

 

Siempre igual, pensó Rukawa. ¿Es que iban a estar en ese plan toda la vida? Él sabía mejor que nadie que a su tío, aunque mostrara esa actitud irónica, le dolían las palabras de su hermano mayor. Un estirón a sus pantalones de chándal le hizo mirar hacia abajo.

 

—¿Qué es una mariconada? —le preguntó Taro en voz baja. Kaede por supuesto no le respondió.

 

Kojiro volvió a la cocina y ellos aprovecharon para colocar los platos que había traído y terminar de poner la mesa. Poco después se sentaban todos en ella para cenar.

 

—Cuéntanos Satoru, qué tal tu último viaje —pidió Chiyako para romper el silencio que se había formado.

 

—Pues, como les estaba contando a los chicos... —La mirada de advertencia de su hermano no le pasó desapercibida a Satoru—. Estuve en Australia aprendiendo surf.

 

—¿Australia? Vaya, debió ser un gran viaje.

 

—Tsk... Ir a Australia a aprender a jugar con una tabla —murmuró Kojiro—. Para eso no importa ir tan lejos.

 

—Bueno, cuanto más lejos, menos ganas de regresar. Así a lo mejor me pierdes de vista un día.

 

Kaede y Chiyako levantaron la vista del plato, sorprendidos. Normalmente no empezaban a discutir tan pronto.

 

—Siempre dices lo mismo, pero al cabo de un mes vuelves a aparecer por aquí.

 

—¿Tanto te molesta que venga a ver a mis sobrinos?

 

—Lo que me molesta es que vengas a hablarles de… eso.

 

—Solo le estaba contando a Kaede que conocí a una persona especial en...

 

—Siempre estás conociendo a ‘personas especiales’...

 

—¿Me estás llamando promiscuo?

 

De nuevo el silencio, esta vez tan tenso que podría cortarse con un cuchillo. Pareció que Kojiro desistía de contestar, pero Satoru le insistió con la mirada. El hombre abrió la boca, pero Chiyako se le adelantó.

 

—Ey Satoru, ¿sabes que Kaede fue seleccionado por la selección nacional juvenil de baloncesto? —preguntó cambiando descaradamente de tema.

 

La expresión de Satoru se relajó.

 

—¿De verdad? ¿Cuándo fue eso? —preguntó mirando a su sobrino.

 

—La semana pasada... —Rukawa estaba bastante afectado por la discusión pero lo disimuló lo mejor que pudo.

 

—¿Y qué tal te fue?

 

—Bien... Aunque no jugué de titular ningún partido, siempre me sacaban en la segunda parte.

 

—Bueno, pero debías de ser de los más jóvenes, ¿no? El año que viene seguro que te vuelven a seleccionar y juegas más.

 

—De hecho creo que era el más joven de todos.

 

—¿Ves? ¿Y contra quién jugasteis?

 

—Contra China, Taiwan y Corea del Norte. Perdimos contra China y ganamos a Taiwán y a Corea.

 

A partir de esa conversación entre ellos dos la cena transcurrió más distendida, sin ningún otro comentario mordaz por parte de Kojiro. Pero al terminar de cenar Satoru no quiso quedarse ni un minuto más y se despidió de su cuñada y de sus sobrinos. Kaede le acompañó hasta la puerta del jardín.

 

—¿Cuánto tiempo te quedarás en Kanagawa? —le preguntó en voz baja para que no le oyeran desde la casa.

 

—Dos semanas, más o menos. Luego me vuelvo a Los Ángeles.

 

—¿Tan poco tiempo? —se desesperó Kaede. Su tío era una de las pocas personas con las que se sentía a gusto y solo lo veía una media docena de veces al año.

 

—Lo siento, Kae. Pero sabes que no me siento cómodo en Kanagawa. Demasiados malos recuerdos. Pero sabes que esta semana puedes venir a verme cuando quieras.

 

—¿Me puedo pasar mañana después del entrenamiento?

 

—Claro que sí.

 

Kaede iba a preguntarle algo más pero en ese momento escuchó la voz de su progenitor desde la puerta principal.

 

—Kaede, ¿entras de una vez? Con la puerta abierta se va todo el aire.

 

—Voy... —dijo sin girarse.

 

—Hasta mañana, Kae —se despidió Satoru haciendo un gesto con la mano.

 

—Hasta mañana, ojisan...

 

xXx

 

Una de las cosas buenas de la clínica de rehabilitación era que no tenía horario de visitas, es decir, que los pacientes ingresados podían recibir a sus familiares y amigos a la hora que fuese. Gracias a ello Sakuragi estaba en ese momento con su madre, pero la mujer no tenía intención de quedarse mucho rato.

 

—Mamá, por favor, no te vayas aún... —le suplicó Hanamichi en el hall.

 

—Cariño, sabes que mañana trabajo —dijo Sayuri Sakuragi—. Además, mañana por la noche ya vuelves a casa.

 

—Pero si apenas hace media hora que llegaste —se exasperó el pelirrojo.

 

—Porque he salido tarde de trabajar. Y mañana entro temprano, así que lo siento pero tengo que irme.

 

Sayuri se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla a su hijo, se despidió y salió de la clínica. Hanamichi se quedó un rato de pie inmóvil, apenado por su marcha pero también porque sabía que si su madre tenía que trabajar hasta en domingo era para mantenerlos a los dos. Antes de empezar el bachillerato en Shohoku, Sakuragi le había propuesto a su madre de dejar los estudios y ponerse a trabajar, pero ella se había negado rotundamente. De lo contrario tampoco habría entrado en el equipo de baloncesto.

 

—Hanamichi. —Sakuragi volteó y vio acercarse a Taki desde el ascensor—. ¿Qué tal con tu madre? ¿Ya se ha ido?

 

—Sí —suspiró con fastidio—. Mañana curra.

 

—Joder, que mal. ¿En domingo?

 

—Sí, trabaja de cocinera en un restaurante...

 

Ambos chicos se encaminaron a su habitación. Pero al llegar, en lugar de ponerse el pijama, Taki escogió una ropa muy elegante de su armario y empezó a cambiarse.

 

—¿A dónde vas? —preguntó Sakuragi curioso.

 

—A una fiesta.

 

—¿A estas horas?

 

—¿A qué horas crees tú que uno sale por la noche? —se rió Taki.

 

Sakuragi se sonrojó un poco por el comentario tan tonto que había hecho.

 

—¿Quieres venir? —preguntó.

 

—¿Yo? —se sorprendió el pelirrojo.

 

—¿Quién si no? —Taki sonrió de nuevo—. Estás hoy muy espeso...

 

—Ya sé que te refieres a mí, imbécil —replicó enojado—. Pero, ¿me dejarán entrar?

 

—La fiesta no es en una discoteca, sino en casa de unos amigos. Dime, ¿te apuntas? —Al ver que el pelirrojo dudaba, añadió—. Además, mañana te dan el alta y te librarás de mí. Podemos celebrarlo esta noche.

 

—Sabes que aunque no esté ingresado vendré todos los días para continuar con la rehabilitación.

 

—Lo sé, lo sé... Bueno, ¿te vienes o no?

 

—Es que... —Hanamichi miró de reojo la cara camisa negra de marca que Taki se estaba abrochando—. No tengo nada que ponerme...

 

—No te preocupes por eso, hombre. Yo te dejaré algo. Pantalones no porque te quedarían cortos, pero camisas tengo de sobras. Ponte por ejemplo tus vaqueros largos y ahora buscaré alguna que te vaya a ir bien con ellos.

 

Dicho y hecho, mientras Sakuragi se vestía con sus únicos vaqueros, Taki empezó a remover en su parte del armario, sacando media docena de camisas y dejándolas sobre la cama.

 

—Están un poco desgastados... —dijo Sakuragi apenado mirando el color de sus vaqueros.

 

—Pero si está de moda llevarlos así. Mira, pruébate esta.

 

Era una camisa azul oscuro de manga larga pero de una tela muy fina y fresca. Hanamichi se la puso y después de mirarse en el espejo del baño pensó que parecía hecha a medida para él. Taki a su lado aprovechó para derramar unas gotas de gomina en las palmas de su mano y antes de dar tiempo al pelirrojo de apartarse le atusó el pelo con ellas.

 

—¿Qué haces?

 

—Peinarte. Bueno, mejor dicho despeinarte. Tienes la medida ideal para hacerlo, mira que bien que te queda.

 

Sakuragi se miró otra vez en el espejo y admitió que era cierto. El pelo le había crecido bastante desde que se lo rapara después del partido contra Kainan, pero no tanto ni mucho menos como para peinarse con el tupé que llevaba a principios de curso; de momento se lo peinaba hacia arriba, dejando caer dos mechones sobre su frente, pero lo cierto es que le gustaba más la manera como se lo había dejado Taki, con mechones de pelo en todas direcciones.

 

—Tienes que contarme cuál es tu truco —le pidió Taki mientras se miraba complacido en el espejo.

 

—¿Qué truco?

 

—El truco para que nunca se te vea la raíz negra.

 

—Jaja ni hablar. Es el truco secreto del genio.

 

—Algún día lo descubriré.

 

—Si no lo has descubierto este tiempo, compartiendo el mismo baño, ya no creo que lo hagas.

 

—Pues mira, me acabas de dar una pista... —Taki sonrió y regresó a la habitación—. ¿Listo?

 

—¡Listo! —exclamó Sakuragi.

 

—Pues hala, en marcha. Pero no nos olvidemos de coger provisiones...

 

xXx

 

Aunque faltaba mucho para el festival de los deportes de otoño, en el que tendrían que enfrentarse en un partido amistoso contra algún equipo de Kanagawa, el Shohoku seguía entrenando los domingos por la mañana. Una de las ventajas era que apenas tenían visitantes —ni siquiera Ru, Ka y Wa se levantaban tan temprano un domingo de verano— y podían practicar estrategias.

 

El entrenador Anzai les había propuesto a Rukawa y Mitsui que cambiaran de vez en cuando sus posiciones durante los partidos, para despistar al oponente, ya que se veían muy marcados a la hora de mostrar sus especialidades, Hisashi Mitsui los triples y Kaede Rukawa las penetraciones (N/A: las penetraciones en el área, mal pensadas! XD). Eso significaba que Rukawa debía mejorar sus triples y Mitsui los mates y los tiros en bandeja. A ninguno de los dos les había gustado mucho la idea pero no se les pasó por la cabeza hacerle la contraria a Anzai.

 

Ayako y Ryota se reían viendo a Mitsui intentar hacer mates. No es que no llegara al aro, pero desde luego no con tanta facilidad como lo hacían Rukawa, Sakuragi o Akagi.

 

—¡Mierda, mierda, mierda! —gritaba el mvp de secundaria tras un fallo estrepitoso.

 

—Pobre Mitsui, con lo contento que estaba él con sus triples —rió Ayako—. No le ha hecho nada de gracia el cambio.

 

Ryota iba a añadir algo, pero al girarse para mirar a Ayako se dio cuenta de algo y se quedó viendo cierta parte de su anatomía. Ayako se extrañó por el silencio y al mirar a su capitán le pilló in fraganti.

 

—Ryota... ¿me estás mirando el culo? —preguntó muy molesta.

 

—Ehh...

 

En ese momento se les acercó Rukawa y sin saberlo libró a Miyagi de tener que contestar. Solo quedaban ellos cuatro en el gimnasio.

 

—Yo ya me voy —anunció escuetamente.

 

—Ok, Rukawa. Hasta mañana —le despidieron sus senpais.

 

Rukawa se duchó rápidamente y luego salió del gimnasio en busca de su bicicleta. Por la mañana había avisado a su madre de que no iría a comer, seguro de que a su tío no le importaría que se autoinvitara en su casa. Aunque no había ido al apartamento que tenía este en la ciudad desde antes del verano, no le costó recordar el camino más corto para llegar.

 

Cuando Satoru permanecía en Kanagawa —nunca más de un par de semanas seguidas— vivía en un pequeño ático en el centro de la ciudad, que como permanecía cerrado en su ausencia, tardaba casi dos días en ventilarlo y arreglarlo para que volviera a ser habitable.

 

Dejó la bicicleta en la entrada del edificio, atada con un pistón a la barandilla de la escalera, y subió andando los siete pisos con la mochila a la espalda, no solo porque no le gustaran los ascensores —más bien los espacios pequeños y cerrados— sino también porque cualquier excusa era buena para hacer ejercicio.

 

Llegó, eso sí, resoplando. Tocó el timbre y al momento apareció su tío, con el pelo mojado y vestido con un albornoz fucsia.

 

—¿Kae? —se sorprendió al verle—. ¿Qué haces aquí?

 

—Te dije ayer que vendría después del entrenamiento —murmuró hastiado, con las manos en los bolsillos—. Se te había olvidado, ¿no?

 

—Claro que no. Pero pensaba que vendrías más tarde. Pasa.

 

El apartamento, como ya se figuraba, olía aún a cerrado, a pesar de tener todas las ventanas abiertas. Dejó la mochila sobre el sofá, que todavía tenía la funda puesta, y se quedó de pie contemplando el colorido lugar. Había pasado muchos momentos agradables en él.

 

—¿Quieres tomar algo? —preguntó Satoru tras la barra americana que separaba la pequeña cocina del salón.

 

—En realidad tenía pensado que comiéramos juntos.

 

—Oh, claro. —Satoru se sirvió un vaso de zumo que se bebió de un trago—. Voy al baño, ahora vuelvo.

 

Cuando se quedó solo en el salón, Rukawa aprovechó para contemplar los diferentes cuadros que había colgados en una de las paredes, buscando si había alguno nuevo, ya que su tío tenía por costumbre traerse como souvenir de sus viajes cuadros de pintores callejeros.

 

—Tú debes ser Kaede.

 

Rukawa dio un respingo y se giró de golpe por el susto. Frente a él, un chico de unos veinticinco años, bastante alto, moreno y con el pelo muy corto, vestido solo con unos pantalones. Si su tío estaba en el baño, supuso que habría salido del dormitorio, pues el apartamento no contaba con más habitaciones.

 

—¿Y tú quién eres? —preguntó, muy incómodo por la cercanía del chico.

 

—Un amigo de tu tío... por decirlo de alguna manera. Me llamo Keitaro; pero puedes llamarme Kei.

 

—Pues a mí no se te ocurra llamarme Kae.

 

Keitaro sonrió, y apoyando una de sus manos en la pared justo a un lado de la cabeza de Rukawa, se inclinó más hacia él.

 

—Tu tío me avisó que vendrías... pero no de que fueras tan guapo...

 

Con la otra mano quiso acariciarle una mejilla, pero no llegó a tocarle. Rukawa le cogió del antebrazo y se lo retorció con saña, haciendo que el chico aullara de dolor.

 

—¡AAARGHH!

 

Tras escuchar el grito Satoru salió corriendo del baño.

 

—¡Kae! ¡¿Qué haces?! —exclamó, y Rukawa le soltó enseguida.

 

Keitaro dio dos pasos hacia atrás para alejarse de Kaede, sobándose el brazo adolorido.

 

—¿Estás loco o que te pasa? —le reclamó enojado. Pero más enojado estaba Kaede, y eso Satoru lo notó enseguida—. Kei, será mejor que te vayas.

 

—Pero...

 

—Vete —repitió en un tono que no admitía réplica.

 

Keitaro miró furioso una vez más a Rukawa y luego a Satoru, y luego fue a recoger sus cosas para salir de allí cuanto antes.

 

—Lo siento —dijo Satoru cuando se quedaron solos. Se sentó en el sofá e instó a Rukawa a hacer lo mismo—. Es un estúpido.

 

—¿Entonces por qué te has acostado con él? —preguntó Rukawa con una gota en la cabeza.

 

—Porque ayer por la noche no me lo pareció jejeje.

 

Rukawa suspiró. Tenía que admitir, aunque le doliera darle la razón a su padre en un tema así, que parte de razón tenía al llamar a su hermano promiscuo. Su primera noche en Kanagawa en meses y ya había ligado.

 

—Menos mal que te defiendes bien —comentó Satoru.

 

—Tú me enseñaste.

 

—Yo solo te enseñé un poco de boxeo. Lo de retorcer brazos lo has aprendido tú solo —rió.

 

— ...

 

—Nos lo pasamos bien en aquella época, ¿verdad? —Satoru hizo un par de estiramientos con los brazos y se recostó del todo en el sofá—. Que tiempos aquellos...

 

—Sí, es verdad...

 

—Quien lo hubiera dicho, que un maricón te enseñaría a pelear, ¿eh?

 

—Por favor, no uses esa palabra...

 

—Es la favorita de tu padre... —murmuró con algo de resentimiento.

 

Al ver que Kaede bajaba la cabeza y permanecía callado, Satoru se sentó de nuevo con la espalda recta y se acercó un poco más a él.

 

—¿Cuándo se lo vas a contar? —preguntó con voz suave.

 

—Nunca... —respondió el muchacho con un hilo de voz—. Viendo cómo te trata a ti, no me atrevo...

 

—Él es mucho más mayor que yo, le educaron para que me tratara así... Pero estoy seguro de que cambiará de actitud. Debes contárselo. Sabes que algún día tendrás que hacerlo.

 

—Pero es que... —Rukawa dudó antes de continuar—. Si no ha sido capaz de cambiar por ti, que eres su hermano... ¿Cómo me tratará a mí, que ni siquiera soy su hijo biológico...?

 

Continuará...


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