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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Capítulo corto y algo demasiado hogareño ^^U En el siguiente se animará un poco más la cosa.

Thanx por los reviews!

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 9. Hogar

 

 

Cuando Chiyako vio entrar a Kaede en la casa con esa expresión de enfado en su rostro habitualmente sereno y sin duchar, supo que algo había pasado. Pero también supo que el muchacho no se lo contaría fácilmente.

 

—Kaede... —le llamó desde el sofá del salón, donde se había sentado a descansar.

 

—Hola mamá... —dijo él sin detenerse, ya empezando a subir las escaleras.

 

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué vienes sin duchar?

 

—Se ha estropeado el agua caliente —mintió.

 

Y sin dar opción a su madre de seguir preguntando, terminó de subir las escaleras y entró directamente en el baño de la planta piso. Una vez dentro se desvistió rápidamente y se metió en la ducha. Mientras se frotaba el cuerpo con la esponja con tanto ímpetu que la piel se le estaba empezando a enrojecer, no dejó de maldecir a sus compañeros y al estúpido o estúpida que había creado aquel rumor y que para colmo había acertado.

 

¿Qué iba a hacer a partir de ahora? Estaba seguro de que todo iría a peor y que se convertiría en el centro de críticas y burlas de todo el instituto, incluso por parte de los del equipo. En ese momento tenía ganas de mandarlo todo a la mierda y dejar los estudios, pero sabía que tarde o temprano tendría que retomarlos, y además no quería dejar el baloncesto.

 

De pronto dejó de frotarse y permaneció quieto, mirando la esponja como embobado. ¿Pero que tonterías estaba pensando? Pues claro que no iba a dejar el baloncesto ni el instituto. Eso ya lo hizo una vez y no se sentía orgulloso precisamente.

 

No, no iba a hacerlo. Esta vez no tenía solo doce años ni estaba tan asustado. Esta vez saldría adelante solo, y ni siquiera le pediría ayuda a Satoru.

 

Un poco más tranquilo y decidido, Rukawa salió del baño con solo una toalla alrededor de la cintura y entró en su cuarto para cambiarse. Se puso directamente el pijama, que para él era una camiseta manga corta y unos pantalones de chándal viejos. Escuchó como su madre entraba en el cuarto de baño, seguramente para recoger la ropa sucia.

 

—Ya lo hago yo, mamá —dijo Rukawa saliendo de la habitación.

 

De pronto un fuerte mareo le invadió, y tuvo que pararse a medio pasillo y apoyarse en una de las paredes. Chiyako se asustó y dejó caer toda la ropa en el suelo.

 

—¡Kaede! —exclamó yendo hacia él—. ¿Qué te pasa?

 

—N-nada... —murmuró recuperándose—. No es nada —repitió de nuevo erguido para tranquilizarla.

 

—¿Pero qué ha pasado?

 

—No sé... me he mareado...

 

—¿Te duele la cabeza? —preguntó la mujer colocando la mano en la frente de su hijo.

 

—Un poco...

 

—No parece que tengas fiebre... Quizás te has duchado con agua demasiado caliente. ¿Por qué no te vas al sofá y te tumbas un poco antes de cenar?

 

—Está bien.

 

Rukawa bajó despacio y con cuidado las escaleras. En el salón se dejó caer boca abajo en uno de los sofás, con la cara metida en uno de los cojines. Al momento apareció su hermano Taro.

 

Oniichan... —le llamó zarandeándole de la espalda.

 

—¿Qué quieres...? —gruñó Rukawa, su voz sonaba amortiguada por el cojín.

 

—¿Cuál es tu color favorito?

 

El chico de ojos azules se incorporó un poco, apoyándose con los codos, y miró intrigado a su hermano.

 

—¿A qué viene eso? ¿Por qué lo quieres saber?

 

—La profesora Yoshinaga nos ha puesto como deberes dibujar a nuestra familia, y necesito saber de que color pintar tu camiseta — explicó el niño.

 

Su hermano Taro, al igual que su hermana y su padre, era castaño, con el pelo un poco rizado y tenía los ojos marrones. Chiyako tenía el pelo negro y liso pero sus ojos también eran marrones. Rukawa se preguntó que pasaría el día que el pequeño se diera cuenta de que él era el único de la familia que tenía los ojos azules —un color poco común entre los japoneses— y lo que significaba. ¿Seguiría incluyéndole en sus dibujos?

 

—¿Oniichan? —insistió Taro al ver que Kaede se había quedado ensimismado mirándole.

 

—Me gusta el... rojo —murmuró.

 

—¡Vale! —Y se marchó como había venido.

 

Al rato se escuchó ruido de llaves en la puerta; Rukawa supuso que sería su padre.

 

—¡Tadaima! —dijo el cabeza de familia nada más entrar.

 

Okaerinasai —murmuró Kaede desde el sofá.

 

—¡Okaeri, otousan! —Taro bajó de nuevo las escaleras para dar la bienvenida a su padre, y unos segundos más tarde Chiyako hacía lo mismo con Aiko en brazos.

 

—Hola, cariño —dijo Chiyako dándole un beso en la mejilla—. ¿Qué tal el día?

 

—Bien, un poco cansado —respondió Kojiro mientras le acariciaba la mejilla a Aiko—. Hoy he tenido demasiadas reuniones con clientes.

 

—Ve a ponerte cómodo y yo mientras preparo la cena, ¿de acuerdo?

 

—Ok.

 

Cuando se quedaron de nuevo solos en el salón, Kojiro se acercó a su hijo mayor, que seguía tumbado en el sofá, pero de lado.

 

—Hola Kaede. ¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien? —preguntó.

 

—Me duele un poco la cabeza —respondió Rukawa sin moverse.

 

Kojiro se sentó en el pequeño hueco del sofá que dejaban las piernas de Kaede, y le puso también la mano en la frente, como había hecho Chiyako un rato antes.

 

—No, no tengo fiebre —se adelantó el chico.

 

—¿Chiyako te ha puesto el termómetro?

 

—No, lo ha sabido con la mano...

 

—Ya... —Kojiro no se fiaba mucho de esos métodos—. Bueno, si no se te pasa dilo.

 

Iba a levantarse, pero la voz de Rukawa le detuvo.

 

—Papá...

 

—Dime.

 

—¿Cuándo se lo diremos...? —preguntó en voz baja y sin mirarle.

 

—¿Eh? ¿Decirle qué a quién?

 

—A Taro... Cuando le diremos que yo... bueno, que yo no soy su...

 

Pero se sintió incapaz de terminar la frase. Siempre le había costado más hablar de ese tema con su padre que con cualquier otra persona.

 

—¿Que no eres su hermano de sangre? —terminó Kojiro por él. Kaede asintió con gesto triste, aún sin mirarle—. Pues no lo sé... solo tiene cuatro años... Además, ¿qué prisa hay?

 

Rukawa se encogió de hombros.

 

—Kaede... —Parecía que a Kojiro le costaba encontrar las palabras adecuadas—. Se lo explicaremos cuando sea el momento. Y estoy seguro de que Taro lo entenderá, y más adelante Aiko hará lo mismo, y de que seguirán considerándote su hermano mayor. De eso tú tampoco deberías tener la menor duda.

 

A Rukawa no le extrañó que su padre supiera exactamente que era eso lo que le preocupaba. Ojalá pudiera hablar con él sobre el otro tema que lo atormentaba.

 

xXx

 

La casa de los Sakuragi era una vivienda pequeña de planta baja, situada en uno de los muchos barrios de clase media de la ciudad. Era de estilo típico japonés, todas las habitaciones tenían suelo de tatami, y contaba con un acogedor patio trasero con jardín en la parte posterior. Hanamichi estaba sentado en el pequeño porche, fumando un porro que se había hecho unos minutos antes.

 

Al principio cuando Taki le ofreció la marihuana la rechazó, convencido de que eso no iba a hacer que su espalda le doliera menos. Pero al día siguiente leyó un artículo en Internet —la clínica contaba incluso con una sala de ordenadores— que hablaba de las propiedades terapéuticas de esa droga, y que era utilizada legalmente en varios países para tratar diversas dolencias, una de ellas los dolores crónicos. Por eso se decidió a probarla, y lo cierto era que desde entonces podía soportar algo mejor las sesiones. Además, le relajaba mucho, y esos últimos días necesitaba calmar sus nervios.

 

Rememoró la visita de Rukawa del día anterior. Tenía un sentimiento contradictorio: por un lado le odiaba, por el simple hecho de existir. El pequeño acercamiento que se había producido entre ellos en el campeonato nacional se había esfumado, principalmente a causa de su lesión —que la verdad le tenía a la defensiva de todo el mundo, no solo del zorro—, y ahora por el rechazo de Haruko. Pero por otro lado le agradecía la preocupación que había mostrado por él, o por lo menos simulado, y también sus palabras, que le habían hecho reaccionar.

 

«¿Tiene que ver con el baloncesto? Entonces que no interfiera en tu rehabilitación.»

 

Y es que tenía razón. De acuerdo que se había apuntado al equipo de baloncesto por Haruko, pero eso no significaba que tuviera que dejarlo o tomárselo menos en serio porque ella le hubiera rechazado. Y tampoco tenía por qué dejar de ir al instituto, por mucha vergüenza que le diera volverla a ver.

 

De pronto escuchó un ruido en el interior de la casa y supo que su madre había regresado por fin de trabajar. Rápidamente apagó el porro y lo enterró bajo la tierra del jardín, y con unos movimientos algo cómicos, como si espantara mosquitos, intentó hacer desaparecer el olor. Pero no lo consiguió, y cuando Sayuri se asomó al jardín arrugó la nariz enseguida.

 

—¿A qué huele aquí? —preguntó suspicaz.

 

—Eehh... no lo sé, creo que viene de los vecinos.

 

A Sayuri no se lo pareció, pero tampoco había reconocido el olor, así que lo dejó estar. Entró de nuevo en la casa, seguida de Hanamichi, y se metió en la cocina. Sakuragi sabía cocinar pocas cosas aparte de ramen, pero con lo cansada que llegaba de trabajar, poco le importaba cenar casi cada noche lo mismo mientras no tuviera que cocinar ella.

 

—Esto huele mejor —dijo con una sonrisa—. Voy a ducharme antes, ¿vale?

 

—Vale, mamá.

 

Mientras su madre se duchaba, Sakuragi puso la mesa. Durante la cena el pelirrojo quería hablarle a su madre de su primer desengaño amoroso, de Taki, de la visita del kitsune, de las clases y de la rehabilitación, pero su madre apenas le escuchaba. Hanamichi se dio cuenta y decidió callarse, apesadumbrado.

 

—Lo siento cariño, es que estoy muy cansada... —suspiró Sayuri.

 

—No pasa nada...

 

Sayuri se levantó de la mesa y cogió su plato.

 

—Déjalo mamá, ya lo hago yo —dijo Sakuragi levantándose.

 

—Gracias, Hanamichi. Yo me voy ya a dormir, ¿vale?

 

—Vale. Buenas noches, mamá.

 

—Buenas noches.

 

Sayuri salió de la cocina en dirección al baño. Sakuragi recogió la mesa y mientras fregaba los platos escuchó que su madre entraba en su dormitorio, y después el silencio.

 

Antes de irse a dormir miró un poco la televisión, con el volumen muy bajo para no despertar a su madre. Sin embargo no prestaba atención a ninguno de los programas basura que hacían a esa hora. Su mente divagaba entre los recuerdos de cuando su padre estaba vivo y después de cenar miraban los tres juntos la televisión en ese mismo sofá.

 

Echaba tanto de menos a su padre...

 

Dentro de poco se cumplirían tres años desde su muerte, y en todo este tiempo Hanamichi no se había atrevido a contarle la verdad de lo que pasó a su madre. Le contó que no pudo pedir ayuda a tiempo porque de camino al hospital unos chicos le apalizaron, pero nunca se había atrevido a confesarle que se había peleado con esos mismos chicos poco antes de encontrarse a su padre en casa semi—inconsciente. Y si no hubiera sido así... si nunca se hubiera peleado con esos chicos, o en lugar de salir a la calle hubiera llamado a una ambulancia por teléfono... su padre quizás estaría vivo...

 

Él tenía la culpa...

 

Y cuando su madre se enterara... le odiaría.

 

Sakuragi finalmente apagó la tele y se marchó a su dormitorio con el corazón encogido. Antes de acostarse intentó pensar en otra cosa y miró su mochila del instituto. Era una suerte que su madre no se hubiera dado cuenta de que llevaba dos semanas en la misma posición. Mañana acudiría a clase pero llegaría tarde, ya que tenía una sesión especial matutina a primera hora con la señora Matsuyama en la piscina de la clínica.

 

Y cuando viera a Haruko... intentaría comportarse con normalidad. No creía que le costara mucho; lo cierto es que después de dos semanas el pecho parecía dolerle menos cuando pensaba en ella.

 

xXx

 

Eran casi las doce de la noche y el silencio era total en la casa, a excepción de los ronquidos de Kojiro. Rukawa estaba en su habitación, pero no en la cama, sino sentado en la silla de su escritorio frente a su ordenador. Tecleó rápidamente un par de claves y accedió a su correo electrónico. Para su disgusto, no tenía ningún e-mail nuevo de Tadashi. En realidad no tenía ningún e-mail que no fuera de publicidad.

 

Suspiró pesadamente y se echó atrás en la silla, mirando la fotografía con su correspondiente marco que reposaba en un lado del escritorio. La persona retratada en ella le devolvió una enigmática sonrisa.

 

«No tiene gracia... —pensó contrariado—. Me va a costar mucho dinero...»

 

Apagó el ordenador y se metió en la cama. A pesar de la preocupación por lo que pasaría al día siguiente en el instituto, tenía mucho sueño, y se habría dormido enseguida de no ser porque al cabo de unos pocos minutos un ser de baja estatura se adentró en su habitación y le zarandeó la espalda.

 

—¡Taro! —exclamó en voz baja, incorporándose—. ¿Qué haces aquí?

 

—Es que... —El pequeño parecía avergonzado y se retorcía las manitas—. He tenido una pesadilla...

 

—Ah... ¿y?

 

—¿Puedo dormir contigo?

 

—¿Qué? Quiero decir... ¿por qué no vas con papá y mamá?

 

—Papá ronca... —objetó con una mueca tan graciosa que Kaede no pudo hacer menos que sonreír levemente.

 

—Está bien... —concedió a la vez que se apartaba para dejar sitio a su hermano—. Pero solo por esta vez, ¿eh?

 

—Síiii —sonrió el pequeño.

 

Cuando Taro se hubo acomodado y acurrucado, Rukawa echó la fina manta por encima de ambos y abrazó un poco a su hermano por la espalda. No estaba acostumbrado a ese tipo de contacto tan íntimo, ni siquiera con él, pero no le resultó en absoluto desagradable. Incluso se atrevió a acariciarle el pelo, como le gustaba hacer tanto a su madre con ellos.

 

—¿Me cantas algo? —preguntó de pronto el pequeño.

 

—¿Eh? Pero si yo no sé cantar...

 

—Eso es mentira, te he oído a veces cuando te encierras en tu cuarto.

 

Rukawa se sonrojó un poco al saberse descubierto. No es que le gustara cantar, pero le gustaba mucho escuchar música, y era inevitable que algunas canciones se le quedaran en la cabeza y tuviera la tentación de reproducirlas en la soledad de su cuarto, pero no tenía ni idea de que las paredes eran tan finas...

 

—Venga, cántame algo... —insistió Taro—. Mamá lo hace siempre que se lo pido...

 

—Está bien... Pero ni de coña te voy a cantar una nana, te cantaré lo que yo quiera, ¿entendido?

 

—¡Síii!

 

—Shhh, no chilles...

 

Kaede carraspeó un poco al mismo tiempo que buscaba en su mente alguna canción que se supiera entera. Se acordó de una nana típica japonesa que Chiyako le cantaba a veces a Aiko, y en voz muy baja, se la cantó a su hermano en el oído.

 

Al acabar no le pareció haberlo hecho del todo mal. Quiso preguntarle a Taro si le había gustado la canción, pero éste estaba ya completamente dormido.

 

Le apartó un par de mechones de la frente, mientras recordaba lo que le había dicho su padre antes de cenar, y se preguntó si realmente Taro y Aiko le seguirían considerando como su hermano mayor cuando se enteraran de la verdad sobre su familia. Se preguntó si a él le habían cantado alguna vez una nana para dormirle. Miró hacia la mesa de su escritorio, y a pesar de la oscuridad, distinguió de nuevo esa enigmática sonrisa dirigida hacia él.

 

De lo que estaba seguro, era de que pasara lo que pasara, él nunca dejaría de quererles.

 

«Pase lo que pase...»

 

Continuará…


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