Pasadas las dos semanas en lo que tarda en cantar un gallo, me despedía de mis familiares en el aeropuerto de Minnesota, con un triste Diego que me miraba desde detrás de mis padres. Me daba pena, pero los dos habíamos acordado en que iba a ser mejor dejarlo. Él tenía otras aspiraciones, diferentes a las mías y nos respetábamos.
Después de darles un fuerte abrazo a mis progenitores, lo agarré por la cintura y lo envolví con cierta nostalgia. Quizás era un poco cruel, pero no estaba triste por dejarlo. Simplemente había sido un acompañante en mi vida.
Cogí del mango mi pequeña maleta, en la que llevaba las cosas indispensables para ser un gran fotógrafo en Nueva York. Con mi niña colgando del cuello, mi preciada cámara, me despedí por última vez de todos, entrando a embarcar.
Al entrar al avión como los demás pasajeros, mi vista divisó inmediatamente a una de las personas que menos me apetecía ver, estaba en primera clase. Intenté pasar por el otro pasillo pero las azafatas solo dejaban entrar por uno.
Sentí mis mejillas arder, ¿por qué tenía tan mala suerte? Definitivamente era un mal comienzo, para empezar otra vez. Pasé rápido, pero noté como me cogían de la mano.
-¿Sam? -oí como si me pegasen un tiro en la cabeza.
-Hola... -sonreí nerviosamente-. Voy a mi asiento, ¡después nos vemos!
-No, después nos vemos no, siéntate aquí conmigo -ordenó, golpeando levemente el ancho sitio de su lado, sus ojos turquesa me decían que si no lo hacía, moriría en el acto.
-Está bien -suspiré-. ¿Qué tal todo? -pregunté, mientras me sentaba.
-Aun esperando mi cita, que coincidencia encontrarte aquí. Vuelvo de un viaje de negocios, ¿y tú? -Alexander aún se acordaba de la promesa que le hice, me quise morir de la vergüenza-. Veo que aún te acuerdas de mí, lo digo por esa expresión avergonzada -sonrió.
-Lo siento mucho, vine a ver a mi familia y bueno... me he quedado hasta hoy -pedí disculpas, sentía que la había cagado un poco. Él me había prestado su ayuda y yo le engañé.
-Bueno, no te preocupes. Lo importante es que te tengo aquí a mi lado en estos momentos -noté como su mano se posicionaba en mi cabeza, revolviéndome el cabello.
El viaje con Alexander se hizo mucho más ameno de lo que imaginé, él hablaba de sus gustos, deportes, juegos de mesa, tele, viajes que había hecho a lo largo de su vida mientras que yo le escuchaba atentamente. La verdad es que era un tío sorprendente e interesante, y yo en su momento solo lo vi como un pervertido que iba a lo que iba.
-¿Y bien, que harás a partir de ahora? -preguntó, tomándose un trago de whisky que le trajo la azafata, la cual protestó por estar yo, ocupando un sitio de primera clase, aunque Alexander lo arregló en un momento.
-Comenzaré a estudiar periodismo en la universidad de Nueva York, e intentaré seguir por mi cuenta para poder convertirme en fotógrafo. Ya sabes, es mi sueño y tal... -reí un poco por lo estúpido que sonaba-. Suena tonto, lo sé, pero es lo que tiene ser pequeño, supongo.
-¿Sabes Sam? Yo, Bill, RiRi, y cualquier persona que triunfe en la gran manzana, es que algún día llegó con un gran sueño, como tú. No deberías rendirte nunca -dijo acariciando mi mejilla. La verdad es que a Alexander le gustaba tocarme-. Quizás la vida no es justa, y quizás no es el momento para que tú lo descubras, pero cuando decidas sacarte todo tu potencial, no dudo en que lo conseguirás.
-Muchas gracias, Alexander... -respondí sonrojado, esas palabras me habían llegado. No sé por qué, pero me animaron.
La voz de la azafata agradeciendo el vuelo, notificando que dentro de poco aterrizaríamos, nos indicó que esta charla se acababa. Había sido ameno, y amable conmigo. Se lo agradecía.
-Ahora, cuando toquemos tierra, ¿dónde irás? -preguntó arreglando su camisa de color negro.
-Tengo pensado quedarme un par de días en algún hotel, para que me dé tiempo a encontrar piso nuevamente y a instalarme, ¿y tú? Seguramente alguien como tú hará cosas más interesantes que yo -sonreí.
-No te creas, llevar una empresa no es tan divertido como te piensas, ¡da muchos dolores de cabeza! En fin, oye, ¿por qué no te vienes conmigo? Vamos a tomar algo, te invito, ¿qué te parece?
Al principio dudé un poco sobre si aceptar o no, pero al fin y al cabo volvía a estar solo en Nueva York. No sabía nada de Christian, ni de RiRi y no tenía a nadie más en la ciudad.
-Eh... ¡está bien! -aún no estaba del todo convencido, pero quizás Alexander podría ser mi amigo.
Al salir del aeropuerto, cogimos un taxi, pagado por él, que nos llevó a East Street, una de las zonas más caras de Nueva York, y al entrar en su "casa" si es que se podía llamar así, lo comprobé.
-Dios mío, no puedo dejar de impresionarme cada vez que veo el lujo que hay en esta ciudad -comenté, entrando antes que él.
El comedor era gigante, pintado de color damasco, con una chimenea pegada a la pared y una enorme lámpara de araña colgando del techo. Había dos sofás gigantes de color blanco, y un par de sillas de diseño, hechas de madera.
-Mira, ven, este es mi patio personal -rió, cogiéndome de la mano para llevarme a un patio trasero, todo dentro del mismo edifico, ¿es que acaso todo el edificio pertenecía a él?
Llegamos, y estaba todo adornado con plantas, el camino de cerámica que nos llevaba a una pequeña fuente, más una cama de chillout al lado. Era precioso.
-Alexander, esto es muy bonito -sonreí, mirándole.
-Y por si aquí te aburres -se adelantó, arrastrándome por otro pasillo-. Puedes salir a la terraza, que creo que está bastante bien.
Era absolutamente celestial, se veía toda la ciudad si uno miraba para abajo. Llena de varias plantas preciosas y una mesa central rodeada por asientos para relajarse.
-No entiendo por qué los dos hombres ricos que he conocido en Nueva York, viven en áticos que no son áticos, sino que son mansiones camufladas de áticos, ¿qué ocultáis? -Alexander comenzó a reírse al oírme, tenía una dentadura perfecta, y su pelo negro hacía que resaltasen sus ojos de diamante.
-Buscamos tranquilidad, o eso he pensado siempre. Y porque no has visto la habitación principal -guiñó un ojo-. Nada tonto, es broma -terminó, para darme un codazo, ven, vamos a la cocina, ¡te voy a preparar una comida que te vas a chupar los dedos!
La cocina era de color verde pistacho, y muebles puramente blancos. Rápidamente se enfundó en un delantal, arremangándose y encendiendo la vitrocerámica, para echar a la sartén unas patatas fritas congeladas.
-¡Esto es la comida del rico! -exclamó, riéndose un poco mientras las revolvía con la espátula.
-Esa es la comida de quien no sabe cocinar -respondí, riéndome también.
La tarde se nos pasó rápidamente entre una cosa y la otra. Mi maleta seguía en el pasillo de la entrada y la verdad es que no tenía ganas de marcharme, pero Alexander tampoco me dio ninguna señal para que me fuese.
-Bueno, Alexander, creo que es hora de que me vaya ya, que es de noche -dije, terminando de reír a causa de un chiste que me acababa de contar.
-Los dos estamos de acuerdo en que ya hay luna, pero creo que no lo estamos en lo de que te vayas.
-Tonto -bufé sonrojado-. ¡Sí, es que además tengo mi maleta y me gustaría sacarlo todo y demás! Creo que esto cuenta como una cita, así que deuda saldada, diría yo -sonreí levemente.
-Cachorro escurridizo, no esperaba menos -se cruzó de brazos, apoyándose en la pared que daba al pasillo de la entrada-. Se me ha ocurrido una idea.
-¿Qué idea? -pregunté, no se me ocurría qué podría estar pasando por su cabeza.
-¿Por qué no te vienes a vivir conmigo?
Continuará...
Próximo capítulo Jueves 8 de Julio de 2021. <3