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Entre clases y sábanas por Aludra

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Notas del capitulo:

Pues, me disculpo, está medio fome. Tenía un capítulo algo más interesante pero era muy largo así que lo partí en dos. 

Nos leemos pronto.

 

Eida

 

—Dímelo —ordenó, con su voz impregnada en rabia y preocupación—. Dime quién lo hizo.
—No —replicó el otro, esforzándose en mantener las lágrimas en su lugar—. No quiero que te sigas preocupando, Eida. Por favor. No es algo que importe realmente, y no quiero que tengas más problemas por mí.

Eida observó sus cabellos claros y su mirada cargada de inocencia, de rebosante cariño y a la vez de una honda tristeza.
Sin decir otra palabra, lo contuvo entre sus brazos y dejó reposar su cabeza sobre la que se escondía en su pecho, sollozando despacio, como intentando no ser oído.

—Tu ojo y tu mejilla están morados e hinchados —dijo, intentando suavizar la voz mientras acariciaba su espalda—. He cuidado de ti desde que nos conocemos. No es la primera vez que te hacen algo así, pero sí la primera en que no me quieres decir quién lo hizo.

Lo miró con sus ojos claros, con sus mejillas empapadas y sus cejas de cabellos casi blancos sin decir una sola palabra, pero expresándolo todo con aquella mirada saturada de miedo.
Eida besó su frente, y le pidió que dijera su nombre.
Neir secó sus ojos, y, en un intento sobrehumano por no caer en llantos, se mantuvo firme, de pie frente a su mejor y único amigo.

—Abel —susurró, mirando hacia el costado.

 

 

 

Amida

 

“Qué suave”.

La habitación era una infinidad de veces más grande, y la luz abrigaba todo el espacio, sin excepción. 
Oía el eco aparentemente lejano que repetía su nombre, como en un susurro, y Amida corrió por el suelo de madera buscando la fuente del sonido; tras los muebles, entre sus manos, atrás de sí, pero el espacio era cada vez más grande, y más vacío. Ya casi no oía la voz que le llamaba, cuando sintió que algo rozaba su mano, y la observó. Otra mano, de dedos más finos y largos se apoyaba sobre la suya, y siguió con la mirada el brazo al que estaba unida, avanzando milimétricamente sobre aquella piel lechosa que sentía tan conocida y, a la vez, extraña.
Subió por el pálido brazo, atravesó el hombro desnudo, continuó con aquellas clavículas delimitadas con una precisión insuperable, y llegó al rostro que le esperaba.

—Amida —escuchó, más cerca, más real. Pero el chico que tenía al frente no movía los labios. Sólo lo observaba, con tanto cariño como podía recordar—. Amida —repitió, pero quien sujetaba su mano continuaba inmóvil.

“Qué suave voz”, pensó mientras sentía el corazón latiendo tan fuertemente que dolía.
Pero sentir aquel dolor punzante en el pecho, tan intenso que apenas si era soportable, le produjo una alegría tremenda.

“Estoy vivo”, escuchó dentro de sí mientras observaba los ojos contrarios, tan brillantes, tan negros. “Puedo verte de nuevo”.

Antes de despertar, en los últimos segundos en que permaneció en aquel espacio de ensueños, observó que el chico movía los labios, pero ningún sonido salió de ellos. Luego, soltó su mano, y la sintió impensablemente helada. Quiso alcanzarlo, pero su cuerpo no se movió. Y, como en un impulso por ir más allá de lo que le era posible, abrió bruscamente los ojos.

—Por fin despiertas —dijo serio, observándole con indiferencia, pero también con un dejo de molestia en la mirada—. Mamá se llevó tu despertador en la noche, y me pidió que te despertara.

Tras decir eso, se giró y dispuso salir de la habitación, pero al oír la voz de Amida, sus pasos cesaron.

—Sorano —musitó suave, con un hilo de voz.

El mayor volteó la cabeza, y lo vio sentado a medias sobre la cama, afirmándose sobre el colchón con los antebrazos.
La vista de Amida estaba sobre él, sobre sus ojos, sobre su cuerpo, analizándolo.

—¿Dijiste mi nombre? —preguntó antes de que el otro pudiera decir palabra alguna.

Sorano lo observó, y sólo luego de algunos segundos en los que a Amida le pareció que el mayor dudaba sobre su respuesta, habló.

—Sí —admitió, mostrándose severo y frío—. Y seguías durmiendo.

Se veía hastiado, como si deseara irse luego de aquel sitio, y Amida lo percibió también, así que, sin decir más, se volvió a acostar y se cubrió por completo con las sábanas, quedándose ahí hasta que escuchó la puerta cerrarse y pasos descendiendo por la escala.

Cerró los ojos, e intentó evocar el rostro que había aparecido en sus sueños, pensando que era su última oportunidad de ver esa expresión.

Su sonrisa amable, sus ojos alargados y de gruesas pestañas, todo rodeado por un océano blanco y fresco. Lo vio tras sus párpados como si estuviera al frente de él; de aquel que, años atrás, le regalaba esa expresión cada día, a cada minuto.

 

 

 

 

Eida

 

 

Miércoles. Un día que solía detestar más que cualquier otro se había convertido, desde hacía algunas semanas, en el más esperado.

El calor por las mañanas comenzaba a hacerse presente, haciendo que la mayoría cambiara sus camisas abotonadas por las camisetas de la escuela. Pero Eida continuaba con su cortaviento negro azulado, destacándose más el dorado de su cabello y el ámbar de sus ojos.

Había llegado temprano a la escuela. Generalmente los miércoles gustaba de levantarse antes de que su despertador lo azotara con esas campanadas exasperantes, pues así podía charlar con Aaron sin la molesta presencia de sus compañeros.

Supuso que el chico de cabellos naranjos lo esperaba en el sitio de siempre; aquel en donde habían conversado por vez primera.
Al abrir despacio la puerta debido al gran tamaño de ésta, escuchó voces en el interior del gimnasio. Sin la intención de husmear en lo que ocurría, se asomó por entre la puerta, y supo que su suposición había sido certera, pero no del todo.
Aaron sí estaba ahí, pero con alguien más. Era la primera vez que alguien además de ellos llegaba a esas horas, y Eida no tardó en distinguir que aquella persona era la chica que desde el primer día que vio al pelirrojo comenzó a seguirle hacia todos lados y a mirarle en todo momento.
Pensó que lo mejor sería esperar afuera, pues no tenía ni la intención ni el interés de irrumpir entre ellos, pero justo cuando se disponía a cerrar la puerta, escuchó que el chico vociferaba en alto volumen las palabras “no quiero”.
Sin pensarlo, sintió la urgencia de ayudarle, por lo que volvió en sus pasos para ver qué estaba ocurriendo.

Ámbar se encontraba casi pegada a él, sentada a su lado con una media sonrisa en esos labios cubiertos por brillos y arrugando sutilmente esa pequeña nariz respingada.
Aaron miraba hacia un costado con expresión preocupada y las mejillas enrojecidas.

—¿No te parezco bonita, acaso? —preguntó la chica con voz insinuante, acercándose cada vez más al chico que sólo miraba al suelo sin saber qué hacer.
—Eres muy bonita, Ámbar —respondió, sonrojado—. Y sé que todos los chicos de la escuela lo creen también y que te puedo parecer un tonto por todo esto, pero… —tragó saliva, y se giró para observar de frente a la chica que ya se encontraba a milímetros de él—, pero no me gustas.

La chica pareció enfurecerse al fruncir el ceño y mirar desafiante al chico, pero en seguida recobró su habitual semblante relajado y sin gesticular demasiado por la aparente preocupación de las arrugas que tendría en un futuro.

—Sólo te digo que me des un beso —dijo la chica—. Sé que te gustará. Además, todos estarán celosos de ti.

Como si a él le importara esa mierda. Vaya que lo conoces.

—No quiero —repitió de la misma manera que la vez anterior, pero en esta ocasión observándola de frente, intentando alejarse lo que más podía al lanzar su cuerpo hacia atrás—. Por favor no me pidas algo así.
—¿Y si lo hago de todas formas? —inquirió Ámbar con una sonrisa pícara mientras se acercaba al pelirrojo, hincándose sobre la banca y apoyando sus manos sobre los hombros del chico, quien se veía nervioso y como si estuviera a punto de caer de un precipicio.

Eida pensó interrumpir lo que ocurría, pues no dejaría que alguien obligase a su amigo a hacer algo que éste no quería. Pero, antes de que pudiera llevar a cabo la señal que su cerebro había enviado, la chica se había hundido en sus labios.
De inmediato abrió la puerta, haciendo que ambos voltearan a ver qué ocurría.
Ella lo observó como siempre lo había hecho, y luego de decir algunos insultos y frases que buscaban herirle, se puso de pie y caminó hacia la salida, chocándole con el hombro al momento de encontrarse.

Aaron se limpiaba los labios con su camiseta, y sus ojos vidriosos sumado a sus manos temblorosas demostraban lo abatido que se encontraba.

—No dejaré que lo haga otra vez —dijo al momento de sentarse a su lado, contemplando el vacío con una seriedad imperturbable—. Discúlpame. Pude haberte ayudado, pero no lo hice. La próxima vez no será así. Lo prometo.

Aaron dejó de limpiarse los labios, y apretó sus manos sobre sus rodillas, agachando la cabeza.

—Lo siento —dijo con un hilo de voz—. Lo siento. Lo siento mucho, Eida.

Las lágrimas comenzaron a caer sobre su pantalón, y Eida lo observó ocultar su rostro, humillado, rendido.

Sin preguntarle ni decir más, se puso de cuclillas frente a él, observándolo hacia arriba y encontrando dos ojos que no estaban hechos para estar tristes.

Aquel chico le hacía sentir que debía cuidar de él. Que debía velar por su bienestar, y porque esta vez esa sonrisa radiante no se marchitara antes de tiempo.

—Ponte de pie —le dijo al chico que había detenido su llanto y secaba sus ojos con las mangas de su camiseta.

Éste hizo caso, todavía con el rostro oculto.

—Para mí un beso es mucho —soltó Aaron, antes de que Eida pudiera preguntar o decir algo más—. Siento que es algo mío y que si comparto con alguien es sólo porque quiero compartir todo de mí con esa persona, por eso… —levantó la cabeza, mirando a Eida a los ojos—, por eso siento como si le estuviera mintiendo y a la vez me quitara algo que es sólo mío y que no me dejó reservar para quien yo quisiera.

Sus ojos, que parecían hacer juego con su cabello, estaban cubiertos por una película líquida, esperando vaciarse al pestañear. Pero, aun así, estos parecían guardar alegría, como si la pena en ellos fuera sólo algo pasajero.
Al observarlo así, de esa manera, pensó que realmente quería ver su sonrisa.

—Pero no puedo rechazar a esa chica, nunca he podido rechazar apropiadamente a alguien porque no quiero hacerles daño, y…
—Pero tú resultas herido —interrumpió Eida.

Aaron parecía nuevamente al borde de deshacerse en lágrimas, así que Eida se apresuró a otorgarle calidez y seguridad entre sus brazos. Pero, al momento en que correspondió a su abrazo, sintió algo extraño envolviendo su alrededor.
Era una sensación conocida, y pensó en lo mucho que detestaba el término deja vu.

Pero los sollozos de su amigo lo devolvieron al momento. Ya después podría pensar en la sensación que había tenido.

Por ahora, Aaron lo necesitaba.

De su compañía, de sus palabras, de su preocupación; de un amigo.

 

 

 

Amida

 

—¡Vaya! —exclamó en el instante en que sus miradas se encontraron—. Pero si nos volvemos a encontrar. ¿Qué tal todo? —inquirió en compañía de una sonrisa confiada mientras ambos habían detenido sus pasos para reconocerse.
—Javier. Te recuerdo —dijo Amida, igualando la actitud del otro—. El otro día me ayudó hablar contigo. Gracias —sonrió ligeramente, sólo alargando sus labios oscuros en aquel rostro tan pálido—. ¿Vamos juntos?

El otro chico asintió al mismo momento en que comenzó a caminar rumbo a la escuela.

—Así que, ¿ya lo pensaste? —inquirió con voz cómplice a la vez en que tocaba amistosamente las costillas del más alto con el codo.
—Sí —mintió, sin ánimos de alargar la explicación—. Lo siento, pero no quiero unirme otra vez.
—Sabía que dirías eso —dijo el otro—, así que les dije a los chicos del taller que te esperaran mañana después de clases en el gimnasio. Tendremos un partido de práctica contigo como rematador. ¿Genial, no?

El chico que lo observaba victorioso del costado parecía no tener intenciones de rendirse con el tema.

Pensó en declinar nuevamente, pues sólo la idea de dedicar tiempo y sobretodo la energía que no tenía, a hacer deporte, no estaba en sus planes.

—La invitación está hecha —interrumpió el otro—. Tú decides.

Quizás sea divertido, pensó mientras Javier hablaba ya de algo más.

 

 

 

Eida

 

Luego de que el silbato diera anuncio a los últimos quince minutos de la clase, se encaminó en busca de su compañero.
Éste, como de costumbre, se encontraba en compañía de unas cuantas chicas que le observaban sonrojadas y con sonrisas pícaras entre labios, pero al divisar a Eida desde lejos, después de decir unas cuantas palabras caminó al encuentro de su amigo.

Al estar el uno frente al otro, Eida advirtió el borde rojizo en sus ojos.
Aquellos mismos que ahora le sonreían con inmensa alegría, hacía menos de dos horas habían albergado tanta tristeza y lágrimas como jamás habría imaginado.

—Vamos —dijo esforzándose en mostrar la sonrisa más acogedora posible, mientras le tendía su mano con la palma hacia arriba.
Aaron la miró extrañado, levantando ambas cejas mientras su mirada incrédula analizaba esa pequeña mano de dedos tan delgados que se abría ante él. Pero no pasaron más de cinco segundos hasta que su semblante confuso se transformó en ojos abiertos y brillantes en conjunto de una mueca felina de inmensa alegría.

—¡Vamos! —respondió el otro al momento en que sujetó con firmeza la mano contraria, avanzando ansioso y emocionado hacia el sitio que les esperaba para ensayar.

Su mano, tan pequeña como la de él, se sentía caliente y viva.

Se sentía agradable.

 

 

 

Amida

 

Ya habían transcurrido varias semanas luego de oír, por accidente, la confesión de su compañero.
Día tras día obviando el tema; evadiendo cada conversación en la que repentinamente el nombre de Aaron aparecía.

Pero, cada vez, le era más difícil ignorar lo que ocurría.

Sus manos en esa cintura que se dejaba guiar libremente.
Sus miradas, ancladas entre sí.
Esa cercanía que se incrementaba a cada paso, a cada sonrisa, a cada tic-tac del reloj incesante.

No podía continuar así. Sabía que debía enfrentar toda sensación que le acometiera, por más temor que sintiera. Pero sus convicciones solían mantenerse hasta que Eida desviaba, por un segundo, la mirada hacia él.
Su corazón latía con más fuerza de lo usual cuando sus ojos se encontraban, y todo pensamiento oscuro se desvanecía, quedando sólo esos ojos amielados; sólo ese rostro suave y redondeado, entregándole tanto con sólo mirarle por un mísero instante.
Pero luego volvía a observar al chico que apoyaba tímidamente las manos sobre su espalda, y dejaba conducir su cuerpo al compás del otro.

Odiaba verlo con Aaron.

“No tengo el derecho”, pensó a la vez que llevaba las palmas a su rostro, cubriéndolo con éstas en un golpe seco y conciso.

—Amida —canturreó su compañera, aparentemente fastidiada—. ¿Ensayaremos, o no? —inquirió en forma de reproche mientras estiraba los brazos por detrás de su cabeza, flexionándolos en modo de ejercicio.

Levantó la vista, como desorientado, y la observó.
Cada una de sus facciones, detenidamente.

Recordó todas esas tardes que, en conjunto de Gabrielle, Red, Lara, y algunos otros chicos de la clase, habían transcurrido en casas ajenas o parques del sector, hablando sobre temas sin utilidad alguna más que pasar el tiempo lejos de la soledad.

—Sí —respondió, pasando su delgado y largo brazo por la espalda de la chica, sonriéndole sin ánimos.

 

 

Al acabar la clase, el profesor se dirigió hacia él solicitando su ayuda para guardar las varas que habían utilizado durante la clase, puesto que Amida era lo suficientemente alto como para guardarlas sin requerir de la pequeña escalera que tenían en la bodega.
Claro había chicos que, si bien no igualaban su estatura, sí podían ayudar con aquellos trabajos, pero por alguna razón el profesor gustaba de pedirle a él cuanto favor pudiese.

Al regresar del pequeño cuarto a buscar las cosas que había dejado sobre la banca que estaba al costado de la cancha, distinguió desde lejos a Red, sentado en el extremo opuesto al el cual reposaban sus pertenencias.

Se acercó sin posar la vista sobre él. Sólo quería recoger sus cosas, e ir a las duchas antes de que las cerraran.

Pero sintió la tensión que anegaba el sitio a tan sólo unos metros de llegar. Y al momento de tomar entre sus brazos las cosas, la voz de la única otra persona que estaba en aquel lugar resonó en todo el gimnasio.

—¿Podemos hablar? —preguntó desde el mismo sitio, mirando al suelo.

Amida tragó saliva, y supo que ese momento debía llegar.
Pero no se sentía listo.

—Está bien —respondió Amida, sintiéndose extraño por dirigirse a él después de tanto tiempo; por hablar nuevamente con quien solía compartir cada día en la escuela, a quien solía llamar su amigo.

 

 

 

Eida

 

Luego de divisar al último grupo de chicos saliendo de los camarines, se levantó del suelo con el bolso en mano y caminó hasta allí.
Olía a desodorantes en spray y a jabón, todo mezclado con un desagradable hedor a gente adherido a la humedad que se deslizaba por la losa de las paredes. Pero estaba solo, y eso era evidentemente mejor a entrar con sus compañeros aun cuando las duchas estuviesen limpias.

Se sacó la camiseta y los pantalones, guardándolos en seguida dentro de su bolso, y sacando de ahí mismo su toalla. Pero fue en aquel instante cuando un molesto sonido sobresaltó la calma en la que se encontraba.
Buscó en el bolsillo del pantalón que ya había doblado, desordenándolo, hasta dar con el celular que continuaba sonando con ansias.

Un número desconocido.
Sin pensarlo más, colgó, y dejó el aparato de nuevo entre sus pertenencias.

Pero no alcanzaron a transcurrir ni diez segundos, cuando el ruido retomó su lugar.

Molesto, agarró el celular y contestó, dispuesto a enviar al carajo a quien fuese que estuviera al otro lado. Pero la voz que escuchó le hizo cambiar de parecer. O, más bien, no le dejó otra alternativa que quedarse helado y con el teléfono en mano, intentando unir los pensamientos que se habían difuminado al oírle.

—¿Aún esforzándote en evadirme? —musitó suave, con un extraño tono de amabilidad que para nada correspondía con sus palabras ni con la situación—. Deja de vivir en el pasado, Eida. Así podrás dejar de pasar el día odiando todo y a todos, y serás feliz. Te lo digo como un consejo, ¿de acuerdo? Es sólo por tu bien.

Pensó en el sueño que le había hecho despertar aquella noche, más sudado de lo habitual y con el corazón enfermizamente acelerado, preguntándose molesto por qué la manía de desperdiciar sueños con recuerdos.

—Pero no te preocupes —dijo, aparentando conciliación—, no llamé para molestarte con mis consejos. Lo que quiero es hablar sobre tu amigo.

Su cuerpo se heló.

—Imbécil. Te dije que no…
—Lo sé, lo sé —interrumpió—. Lo que quiero es decirte algunas cosas de él, de las que apostaría no tienes ni idea.
—No me interesa —dijo Eida, con la voz monótona y seria.
—¿Estás seguro? —inquirió divertido y provocador—. Imagino que incluso tú has oído lo que se rumorea sobre él. ¿No te intriga acaso saber lo que en realidad ocurrió?

Qué frustrante era oír a ese tipo.

Se alejó el aparato de la oreja, y apretó el botón rojo sin sobre pensar más el tema.

 

El agua helada resbalaba por su cuerpo brillante y menudo.
Las gotas nuevas se unían, en su viaje, a las que por alguna razón habían quedado estacionadas a medio camino, ya fuera sobre su pecho o sus piernas, avanzando todas juntas hacia el suelo y perdiéndose luego en las cañerías.

—No me interesa —repitió en un susurro, sintiendo el agua caer en goterones sobre su rostro—. No me interesa.

Cerró los ojos, y se dejó acariciar por las gotas frías a las que ya se había acostumbrado.

Recordó la única vez en que vio a Amida con el cabello tomado, y una leve sonrisa se asomó en su rostro empapado. Su frente se lograba apreciar mejor, y sus ojos se veían más alargados y perfectamente delineados sobre ese rostro de piel tan blanca.
“Su mentón es cuadrado”, pensó mientras había comenzado a masajear su cabello con unas gotas de champú.

Escuchó la campana sonar, y seguido de ello los abundantes pasos y voces de todos quienes salían por el receso.

“Es un hombre, después de todo”.

Notas finales:

Sus palabras me alegran, sean elogios o críticas, en serio.

Les mando saludos.

 

(A modo de consulta aparte, ¿alguien tendría por ahí algún fanfic original muy tierno, con muchos capítulos y sin lemon que me recomiende? O con lemon, pero lo justo y preciso. Les agradezco).


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