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Entre clases y sábanas por Aludra

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Abel

Fue un día en que mi hermano había salido con nuestros padres, y me quedé solo en casa durante toda la tarde.

—Si Eida viene le dices que me espere, ¿bueno?
—Vive al lado, Neir —dije mientras me despedía de nuestros padres—. No creo que tenga problema en regresar después.
—Pero quiero que me espere aquí —dijo él, mirándome molesto—. No tienes que estar con él si no quieres, sólo dile que vaya a mi habitación.
—Puedes ir tú a buscarlo después.
—Vamos, Abel —dijo mamá—. Deja que Eida espere acá. No tardaremos demasiado.
Les dediqué una última mirada de fastidio, y antes de que salieran, Neir insistió:
—Por favor, Abel.
Y se fue. Luego de mirarme con esos ojos que hacían que mamá y papá le dieran todo lo que él quería.
Y que hacían que yo hiciera todo lo que él quería.
Era detestable tener un hermano como él.

Estuve toda la tarde viendo televisión y comiendo snacks. A esa edad sólo tenía interés en salir con amigos y conocer muchas personas, pero la única vez que aproveché de invitar a un par de chicos y chicas de mi escuela, mamá no dudó en castigarme durante varios meses.
Así que sólo quedaba ver televisión.

Además, sabía que en algún momento sonaría el timbre, y tendría que decirle a ese chico maleducado que esperara aquí a que mi hermano llegara.
No tenía interés en compartir tiempo con él.

Estaba en medio de la segunda película cuando el timbre sonó.
Abrí la puerta, y ahí estaba. Con su chaleco azul, sus pequeños zapatos cafés, los mismos jeans de siempre, y esa bufanda cuadrillé que tantos días había venido en el cuello de mi hermano a causa de que “Eida me la prestó para que no tuviera frío”.
Qué molestos eran.

Me miró sin una gota de carisma ni amabilidad, y me preguntó por mi hermano.

—Él salió, pero me dijo que le esperaras aquí —dije, invitándole a entrar.
Pero él me miró como siempre observaba a los adultos antes de decirles algún comentario que les hiciese enfadar.
—Prefiero esperar en mi casa. Puedo ver desde ahí cuando lleguen, así que no hay necesidad de esperar aquí.
Y ahí estaba. Esa forma de hablar que a cualquiera le hacía cuestionar que ese mocoso tuviera sólo diez años.
—Opino igual —espeté—, pero Neir lo pidió así y…
—¿Haces todo lo que tu hermano te pide?
Me miraba, completamente serio. Sin sarcasmo. Sin deseos de burlarse de mí.
Eso lo hacía sólo más molesto.
—Sólo entra. ¿Vale?
Eida me quedó mirando, y sólo por un segundo antes de pasar por mi lado, advertí un dejo de lástima en sus ojos color miel.

Cuando entramos, Eida me preguntó si podía esperar en el cuarto de Neir.

—Claro, anda.

Y subió, dejando la puerta entreabierta.

Yo me senté en el sillón, y seguí viendo la película.

Sólo cuando acabó, reparé en que Eida no había hecho ruido alguno desde que subió al segundo piso —lo cual era extraño, puesto que cuando Neir estaba en casa, todo se transformaba en un maldito caos.
Pensé que no era mi problema lo que ese pequeñajo hiciera o no, pero sabía que si algo le había ocurrido o si él simplemente luego le decía a mi hermano que siquiera me preocupé de él, no sólo Neir se molestaría, sino que probablemente mis padres acabarían dándome un reto innecesario.

Subí a buscarlo.

Creo que fue la primera vez en que sentí cierto agrado por ese mocoso. O en que no me pareció tan detestable como todos los demás niños (en especial Neir).
Estaba sentado sobre la cama de mi hermano, con las piernas cruzadas, leyendo un libro.
Él no me advirtió. Sólo siguió atrapado por su lectura, cambiando velozmente de página, leyendo en silencio.
No sé cuánto tiempo estuve de pie ahí. Sólo cuando él en algún momento levantó la mirada y dio un leve respingo, noté que llevaba ahí más de lo que había supuesto.
—¿Qué haces acá? —dijo él, adoptando enseguida su postura de desprecio hacia todo.
Qué manera tenía de repeler a la gente.
—¿Tienes hambre? —pregunté, para no dar más vueltas a mi estadía ahí.
Él pensó por un momento, y luego respondió:
—Sí, pero quiero comer con Neir, así que lo esperaré.

Ya no tenía nada más que hacer ahí.
Debí asentir y bajar nuevamente, y luego no volver a cruzar palabras innecesarias con él.

—¿Qué lees? —pregunté.
Él miró su libro, y luego a mí.
El Principito—respondió.
Recordé haber visto ese título en un montón de ocasiones al entrar al cuatro de Neir, entremedio de los cuadernos y libros infantiles que tenía en su repisa.
—¿No estás grande para leer eso?
Pero su mirada me hizo dar cuenta de lo imbécil que fue mi comentario.
En realidad, yo no tenía idea de libros. Ni de infantiles, ni de adultos. Ni siquiera me gustaba leer. Pero, a diferencia de lo que creí, él me respondió con una amabilidad imprevista.
—No es sólo para niños pequeños —dijo, acercándose al borde de la cama con el libro en las manos—, cualquier persona que quiera podría leer este libro y entretenerse bastante.
Luego, puso sus ojos en mí. Esos serios y terribles ojos que noches después no me dejaron conciliar el sueño por su extrañeza.
—¿Tú lo leíste?
—No. En realidad, me aburre leer.
Me sentí imbécil frente a un niño seis años menor que yo. Más aun con la respuesta que me dio.
—¿Quieres que te lo lea?
No sé qué expresión habré puesto para que él se hiciera a un lado de la cama y con su mano indicara que me sentase.
Pero así lo hice.
Y estuve una hora prendido con esa suave voz que recién estaba matizando un cambio.
Escuché de la flor, del zorro, y del pequeño principito. Escuché sus aventuras, sus tristezas; ese pequeño fragmento de su vida, del que Eida me daba cuenta.
En la última página, su voz ya estaba claramente gastada, y sus ojos somnolientos.
Cuando cerró el libro me preguntó si me había gustado, pero antes de responderle, se dejó caer sobre mis piernas, y durmió.

Antes de tomarlo en mis brazos y acostarlo dentro de la cama de Neir, observé su delicado rostro de niño, y pasé la punta de mi dedo índice por sus tiernas mejillas.

Al acostarlo en la cama, antes de apagar la luz, susurró un escaso ven.
Y acudí a su lado, hincándome al borde de la cama.

—¿Ocurre algo? —pregunté, en voz baja.
Él seguía con los ojos cerrados, y se acomodó por unos segundos.
—Dile después a Neir que venga conmigo.


Bajé al sillón, y ahora por la tele pasaban alguna película antigua de la que no me enteré ni de qué trataba.
Pocos minutos después, mi familia entró silenciosamente por la puerta, y cuando me volví a recibirlos, mamá me entregó a Neir en los brazos y me dijo que lo llevara a su cama.
Subí con él en mis brazos, y entré a su habitación.
En ese momento no supe la razón, pero no quería dejarlo ahí, junto a Eida. Pensé en llevarlo a mi habitación y que yo podía dormir en el sillón, pero recordé las últimas palabras que Eida me había dicho antes de dormir, y abrí cuidadosamente la cama para dejar a mi hermano a su lado.
Los cubrí con los cobertores, y antes de bajar, los observé, sólo unos segundos.
Pero fue suficiente para ver cómo Neir se entrelazaba a su amigo como una garrapata, y cómo éste dejaba caer su brazo encima de él, envolviéndolo seguro contra su cuerpo.

Sentí asco. Por él, por mi hermano, por mis padres que no sabían ni un carajo sobre el hijo al que trataban de darle el gusto en todo.
Y por mí también.




Eida

En algo tenía razón: su fuerza no se comparaba a la de la persona que andaba rondando en su hogar.
Apenas él lo llevó hacia sí, éste se había intentado soltar, pero no fue más que un esfuerzo fútil.

Ahora sentía las mejillas húmedas, y los labios contrarios parecían temblar.
Pero algo había de familiar en ese beso. Algo parecía conocido en esa forma de mover la mandíbula de arriba abajo, algo en ese calor húmedo que se unía a la suave caricia de la lengua contraria.
Recordó la última vez que había besado a Neir. Él también lloraba, y la punta de su nariz estaba tibia, al igual que sus mejillas.

Pensó una vez más en cómo reunir lo mejor posible sus fuerzas para soltarse, pero no fue necesario.
Abel se despegó bruscamente de sus labios, dejando caer un hilo de saliva sobre los labios de Eida.
El de cabellos claros no lo miró. Su piel de papel estaba enrojecida, en especial el borde de sus ojos.
Eida creyó que Abel diría algo; siempre lo hacía.
Incluso pensó que aquel beso era parte de algún plan para hacerle la vida imposible. Abel siempre se había esforzado más de la cuenta en fastidiar a Eida. Y a Neir.
Pero ningún sonido atravesó sus labios.
Sólo dio la vuelta, y bajó rápidamente por las escaleras, en dirección a la puerta.
Eida no supo si decirle algo, si dejar que se marchara, si exigir que le dijese por qué carajo había hecho eso; pero de repente reparó en que su mano sujetaba el delgado brazo de Abel, y que éste continuaba con las mejillas cada vez más empapadas, sin poder mirarle a los ojos.



Abel

Su mano estaba caliente.

Durante la mañana, había recibido un llamado de su madre, pidiendo si podía buscar a su hija del jardín y luego cuidar de ella hasta que su tía la fuese a buscar.
Acepté rechazando el pago que me prometía. Sunna siempre fue amable conmigo, y me agrada corresponder a la amabilidad de los demás.

Elín se había ido con su tía segundos antes de que Eida llegase.
Esos segundos en que estaba guardando mis cosas para marcharme lo antes posible de ahí.

Pero le oí decir que estaba en casa, y subir a su habitación.
Debí irme. Pero nunca he podido obedecer a lo que debo hacer.

Quería disculparme. Sólo pedirle disculpas, aun si eso no servía de nada.
Aun si eso no traía de vuelta a mi hermano.

Pero al tenerlo en frente mío, no pude evitarlo.
Y lo besé.

Olía a él. Y su respiración estaba agitada y movía su lengua también.
Sabía que él no lo quería, que para él jamás fui más que el hermano de quien sí le importaba.


Ahora sus ojos me miran con hastío. Pero aun así, secó mis lágrimas con su mano, y luego con la manga de su polerón.
Creí que era momento de pedir disculpas, de decirle que no volveríamos a vernos, que no le insistiría más.
Pero fue él quien se disculpó.




Amida

Era impresionante.
Jamás había hecho un dúo tan preciso como con Aaron.
Es realmente ágil.


Terminaron con el marcador 15 versus 6, y apenas el silbato anunció el último punto, Aaron corrió hacia Amida y gritó efusivamente:
—¡Ganamos!¡De verdad ganamos!
Y el más alto sólo sonreía, exhibiendo su perfecta y blanca dentadura.

—Eh, ustedes —indicó el capitán, aparentemente molesto por la inminente derrota.
Ambos lo observaron con algo de temor, pero Amida dio un paso al frente, y preguntó qué ocurría.
El capitán cruzó los brazos, y a cada uno les dedicó una mirada larga y minuciosa.
Con sus ojos puestos en Amida, éste habló:
—¿Entonces?
El alto tragó saliva, y se irguió con firmeza y seguridad.
—Sí —afirmó, completamente serio—. Lo haré.

Pero el capitán no se inmutó. Sólo pasó la mirada al otro chico; al pequeño que hacía un esfuerzo sobrehumano por mirarle a los ojos.

—¿Y tú?

Aaron colocó una expresión de duda, la cual fue respondida enseguida por el capitán con un cerrar de ojos.

—¿Yo?
—¿No soy lo suficientemente claro?
Aaron le dedicó una mirada a Amida, y éste entendió que estaba pidiéndole auxilio, así que sólo le sonrió, y asintió con la cabeza.
—¿De verdad me puedo unir también? —inquirió, avergonzado.
—Sólo di sí o no, ¿de acuerdo?
Aaron sonrió, y gritó que sí.
Y luego lo miró, corrió hacia Amida, y le dio las gracias.

—Dos nuevos integrantes —espetó Javier, dándole a Amida una palmada en la espalda—. Cada vez que te veo jugar es como ver a un dios sobre la cancha. Y no te burles, así lo dicen todos.
—¿De verdad todos dicen eso sobre Amida?¿Tú lo sabías? —inquirió llevando la cabeza de un lado a otro, mirándolos a ambos.
—Creí que era sólo para fastidiarme —dijo Amida, sin cambiar la expresión seria de su rostro.
—Y tú no te quedaste atrás —agregó Javier, dedicándole una emocionada mirada al pelirrojo—. Jamás había siquiera oído de ti y ya vas a entrar con más rango que yo al equipo. Es injusto, pero me agradas —dijo con una sonrisa desafiante, en tanto los brillantes ojos de Aaron denotaban una inmensa felicidad. 



Eida

Yo lo sabía.

Sequé sus lágrimas, tal y como tantas veces lo hice con su hermano.

Cuando le pedí disculpas, no supe exactamente a por qué eran. Pero al decirlo, se sintió como esa pieza de rompecabezas que por fin calza en el hueco donde otras parecían encajar pero se tiene absoluta conciencia de que no van ahí.
Ésta sí iba ahí.
Y la siguiente disculpa fue conmigo, por haber tardado tanto.




Abel

Me envolvió en su pecho, justamente como aquella noche albergó a mi hermano.
Justo en ese momento, creí saber cómo se sintió mi hermano tantas noches junto a él, reposando en su pecho, en sus brazos, en su cuerpo.
Me sentí seguro, y después de tantos años, tranquilo.




Amida

Caminé junto a Aaron, y éste no dejó ni un segundo de hablar.
Sólo hizo una pausa cuando llegamos al paradero de buses, y me dijo que se había divertido muchísimo.
Ambos nos despedimos, pero antes de irme, él dijo:
—Podríamos salir con Eida uno de estos días —y sonrió, pareciendo verdaderamente feliz.
Pero sólo ahí advertí cómo eran realmente las cosas.

Él está enamorado de Eida.



Eida

Después de sollozar un poco más en su pecho, Abel sólo dijo:
Yo también lo quería mucho.
Y Eida quiso apartarlo de sí, y mirarlo como la escoria que era. Como lo asqueroso que era decir eso luego de jamás haberse preocupado por él.
No tenía la intención de esforzarse en entenderlo. Lo mismo le daba si ahora Abel se arrepentía o pensaba diferente respecto a cómo fue con Neir cuando éste aún estaba en la habitación continua, cuando aún tenía la posibilidad de hablar con él, y no lo hizo más que para hacerle sentir inseguro en su propio hogar.

Pero no lo hizo.

Supo que, de estar Neir ahí, éste habría sonreído y abrazado a su hermano, alegre por lo que acababa de decir.
Eida le habría dicho que no fuese un imbécil. Que su hermano volvería a hacerle sentir mal.
Pero a él no le habría importado, y Eida habría acabado aceptando su decisión, dispuesto a estar junto a él cuando las cosas volvieran a empeorar.

Abel se fue. Y Eida sólo se quedó con un vacío desastroso en el pecho, optando por dormir para no pensar más en el asunto.




Amida

Esa noche sólo pensó en Eida.
Ya la sensación de extrañarlo aun si lo había visto aquella misma tarde se hacía cada vez más intensa y frecuente.

Intentó pensar en sus ojos, en su mirada, en su voz, en su forma suave de pronunciar las “erres”, pero todo pensamiento se redirigía casi instantáneamente a los momentos en que habían estado terriblemente cerca.
Pensó, como casi nunca lo hacía, en los instantes en que se habían besado.
En su respiración. En su boca caliente. En sus cuerpos casi unidos.

Creyó que sería mejor dormir, así que cerró los ojos, y esperó.
Pero con los ojos cerrados, ya no sólo recordaba la sensación de esos momentos, sino que podía imaginar el rostro de Eida mientras le otorgaba un largo e intenso beso.
Podía ver sus ojos cerrados, y sus mejillas y orejas completamente enrojecidas.
Amida tenía las manos sobre su pecho, pero a medida que la expresión de Eida y la sensación de tenerle cerca se hacían cada vez más reales, éstas fueron descendiendo por su cuerpo cada vez más.

Notas finales:

Estoy con exámenes, y eso me ha atrasado un montón. Pero se acaban el 5 de julio, y después de eso tengo un mes de vacaciones para avanzar con estos chiquitos.

Espero tengan una muy linda semana, y les agradezco los reviews y, por supuesto, que sigan la historia. 


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