Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Entre clases y sábanas por Aludra

[Reviews - 49]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Amida

—Qué pésima película —se quejó en cuanto la pantalla se fue a negro y las letras  comenzaron a desplegarse desde la parte inferior—. Para la próxima tú eliges.
—De todas formas me tocaba a mí la siguiente —dije levantándome de la cama para sacar el disco y apagar los aparatos—. Bastaba leer la sinopsis para saber lo mala que era.
—Me decepcionas, hermano. No puedo creer que esté criando a un niño que se guía por las sinopsis —adujo con una sonrisa burlesca, mirándome de perfil.
—Y yo no puedo creer que mi hermano piense que me está criando.
—A ver, mocoso —apoyó su puño sobre mi cabeza, girándolo levemente y desordenándome el cabello—. ¿Quién ha estado todos los días contigo desde que eras una pequeña criatura que no sabía ni hablar?
—Bueno, bueno —concedí—. Concluyamos que yo elijo la siguiente película y que no importa cómo.
—Suena a una misión tal vez demasiado importante para que la pueda cumplir una pulga como tú, ¿no crees?

Se acomodó de rodillas sobre la cama, frente a mí, mirándome desafiante.

—¿Serás capaz de cumplirla?

Sonrió maliciosamente, levantando levemente la ceja izquierda.
No podía con esa expresión. El cobarde Amida de mi interior estaba gritando aterrado sin saber qué hacer.

—Claro que sí —sentí cómo la sangre se agolpaba en mis mejillas y frente. 

Sorano me miró por unos segundos, y comenzó a reír. No supe qué lo provocó, pero me alivió salir de aquella tensa situación. Reí junto a él.
Al tranquilizarnos, sacó un pequeño reloj de mano que tenía oculto bajo las almohadas —solo así podía asegurar no perderlo, pues todos los anteriores habían acabado desaparecidos, destruidos o inutilizables—, lo miró, y lo devolvió a su sitio.

—Deberías ir a dormir —dijo con ese tono paternal que tanto detestaba—. En realidad, deberíamos. Ambos tenemos clases mañana.

Ambos nos pusimos de pie, mas cuando me dispuse a salir de su habitación —no sin esperar a que viera mi evidente gesto de reproche—, me interrumpió con su voz baja y grave, quedándome detenido con el pomo metálico en la mano.

—No me gusta que nos tengamos que despedir así cada noche —dijo él, sacando una camiseta blanca de un cajón que se encontraba abierto con una ruma de prendas arrugadas encima.
—¿Así cómo? —pregunté algo confundido, sin sacar la mano del pomo.
—Sabes cómo —musitó en tanto se sacaba la camiseta por sobre su cabeza, dejando al descubierto su pálido y delgado torso.

Opté por guardar silencio y esperar a que él dijera algo más. O al menos hasta encontrar el momento adecuado para poder salir.

No era que no tuviera respuesta alguna a lo que había dicho Sorano.
Tenía todo un arsenal de respuestas, pero ninguna podía ser mencionada en voz alta.
Ya estaba harto de mentir y de ocultar.

Pero Sorano no dijo más.

Lo siguiente que escuché fueron los resortes de la cama, seguidos del roce entre telas. Se había acostado. Era mi oportunidad para salir de ahí: solté un buenas noches, apagué la luz, y abrí la puerta, mas volví a quedarme de pie, quieto, sin poder avanzar.

—La última vez que dormirmos juntos fue en el verano —susurró.
—Sí —respondí—, cuando mamá subió a retarnos por hacer tanto ruido —no pude evitar soltar una risita, encogiéndome de hombros.
—Ni siquiera escuchó nuestras explicaciones.
—Tampoco habría hecho gran diferencia, ¿no crees?
—Fue el mejor logro de nuestras vacaciones, Amida. Debería alegrarse por la felicidad de sus hijos.
—¿Por terminar un videojuego? —pregunté entre risas, volteándome para ver a quien estaba con medio cuerpo cubierto por sábanas y mirándome con la cabeza apoyada sobre la almohada.

Carajo.

—No menosprecies nuestros esfuerzos.
—Ya, ya —susurré algo avergonzado, sin fijar mi vista en él—. Gracias, hermano. Tenías razón —busqué su mirada, la que claramente estaba ya sobre mí—, era mejor despedirse así.
—Espera —soltó, y creí que me diría algo, mas sus labios no volvieron a moverse.

Cerré la puerta, y me devolví sobre mis pasos, rendido, sentándome a los pies de su cama.
Apenas podía distinguir su silueta, pues la poca luz que bañaba el espacio había desaparecido al cerrar la puerta. Solo quedaba el brillo de la luna, atenuado por las oscuras nubes de lluvia.

—Me rindo, Sorano. No sé qué quieres, ni entiendo por qué estás así.
—Quiero que duermas acá —susurró.

Sentí un ardor en el pecho y en el estómago. Como de algo que se encendió y apagó al instante.
Sabía que debía irme, que no debía seguir compartiendo tanto con él, que todo era una mentira, y ya no le quería mentir más. Lo mejor era ignorar la situación, tal y como lo había hecho durante todo aquel tiempo.
Sin embargo, mi mente trabajaba ardua y constantemente buscando algún resquicio lógico, alguno que me hiciera creer que la mejor opción era pasar tanto tiempo con él como lo deseaba.

Mas no había ninguno.

No quería que mi propio hermano me dijera que era alguien repugnante; no quería que se alejara de mí.

—¿Qué tanto dudas? —inquirió, sentándose sobre la cama—. Antes siempre venías a pedirme que durmiéramos juntos, y no creo que la pubertad te haya cambiado tanto.
—Hizo que me salieran granos.
—Ya, sí, y creciste como dos metros de un día para otro, pero sabes que no hablo de eso —espetó—. ¿Por qué no quieres?

¿No querer? Sorano, por favor. Qué patético me haces sentir.

—Me es más cómodo dormir solo —dije con un nudo en la garganta, odiándome por tener que mentirle una vez más.

Sorano bufó despacio, y acto seguido me jaló hasta su lado con su brazo.

—¡Qué haces! —inquirí intentando zafarme, mas no podía.
—Dormiremos juntos y fin del asunto.

Me quedé quieto, hecho un manojo de nervios, consciente de mi respiración y de mis latidos. El brazo de Sorano se apoyaba pesadamente sobre mi pecho, y su rostro estaba metido entre mi hombro y mi cabeza. Sentía su respiración sobre mi piel. Intentaba no pensar en ello, hasta que fue inevitable.

—Buenas noches —dijo él—. Gracias por dormir conmigo.

Tras decir esas palabras, dejó un beso sobre mi cuello. 
Por supuesto, no dormí durante toda la noche.

 

Sorano

Desperté con el cuerpo caliente y mojado en sudor. Había soñado con Amida, al parecer un recuerdo de cuando vimos una película. Una mala película. 

Le había pedido a Amida que me comprara algún remedio, así que busqué alrededor si estaba por ahí, y vi una taza enorme en mi velador. Al tomarla, noté que me dolían los músculos. El contenido olía a limón y a paracetamol. Lo bebí. Estaba frío. Pensé que probablemente la idea era beberlo caliente, pero me alegró que estuviera frío porque sentía que mi cuerpo hervía. Lo bebí de golpe. Tenía demasiada sed.

Me puse de pie, con esfuerzo, para ir a buscar agua. Al salir de mi pieza respiré hondo, y el aire fresco en mis pulmones se sintió tan agradable que sonreí. Caminé hasta la cocina, y bebí agua de la llave hasta que no pude más. En eso oí las escaleras, y Amida apareció en el umbral. 

—¿Qué haces de pie? —dijo, aparentemente molesto.
—Qué crees tú —respondí, alzando el vaso que tenía en la mano.
—¿Tomaste el remedio? —preguntó, ignorando mi respuesta.
—Sí —respondí—. Gracias por eso.
—No vuelvas a levantarte —dijo él—. Ve a acostarte, yo cambiaré tus paños.

Lo miré extrañado.

—Olvídalo. Ve a acostarte, ¿ya?

No entendía el porqué de aquella repentina preocupación por mí, pero se sentía bien.

—De acuerdo, mamá —espeté con los ojos en blanco mientras caminaba de vuelta a mi habitación.
—Sorano —dijo él inmediatamente después de pasar por su lado. Me detuve, mas no volteé.

Luego de algunos segundos, continuó.

—Cuídate, ¿bueno?
—Sí, bueno.

Luego de cerrar la puerta de mi habitación, me sentí como si tuviera doce años y la chica que me gusta se me hubiera declarado. Carajo. Qué ridículo, sonriendo por algo así.

 

Eida

Desperté decidido. Fue la primera mañana, luego de tantos años, en que apenas habiendo recuperado la vigilia, mis ojos se abrieron al instante y mi cuerpo me exigió ponerse de pie lo antes posible.

La noche anterior había tenido problemas para dormir. Me daba vuelta, quedaba en el limbo, despertaba, me movía, y el nombre y rostro de Amida aparecían y desaparecían y volvían a aparecer, todo de una manera maliciosa que, por algún motivo, me causaba tanto terror como angustia. Tenía sed. Entremedio de algún limbo entre sueño y vigilia, logré despertar y reunir la suficiente voluntad como para ponerme de pie e ir al baño a beber agua.
Prendí la luz, mojé mi rostro, y tomé agua. Luego levanté la vista, y me encontré. Fue un instante realmente extraño: sabía que a quien veía era a mí mismo, pero algo en esa imagen me resultó ajeno, y me sorprendió que ese rostro fuera el mío. Lo primero que se me vino a la cabeza fue un susurro de mi propia voz, diciéndome te estás rompiendo

Era cierto. Y no solo para ese Eida cansado que se aparecía en el espejo. 
Era cierto para ambos.
Nos estábamos rompiendo, y sentí un miedo profundo. Lo miré a los ojos: a esos ojos cansados, tristes, e inseguros. Tan, tan inseguros. 

—Lo siento —susurré, mirándolo a los ojos.

Mirándome a los ojos.

 

Me vestí con mis prendas favoritas, agarré mi mochila, me despedí de Elín y de mamá, y salí. El cielo aún no estaba claro, y me dolía la nariz al respirar el aire tan frío, pero me sentía bien. Fui por el camino en el que a veces me encontraba con Aaron, y sentí una alegría inmensa en las tripas cuando vi, de lejos, a una persona baja y delgada merodeando unas plantas. 

—¿De nuevo con lo mismo? —inquirí, haciendo que diera un leve brinco hacia atrás.
—¡Eida! —espetó— ¡Qué extraño verte tan temprano! ¿Te ocurrió algo?
—No —respondí—. Estás en presencia de lo que algunos crédulos llaman milagro.
—Atesoraré este momento tan glorioso.
—Deberías.

Aaron me miró, y ambos reímos. 

—Hablando en se-rio —dijo él, separando y marcando las últimas sílabas—. ¿Por qué tan temprano, Eida? Si es que quieres decirme, claro, porque si no quieres, todo está bien.
—Hoy hablaré con Amida.
—¿Sobre…?
—Sí. O sea, también. Quiero aclararlo todo, para no romperme.
—¿Romperte?
—Sí, Aaron— afirmé, mirándolo de costado—. Me estaba rompiendo. ¿Has sentido que te rompes o trizas? Es una sensación horrible.

Aaron no me respondió. Solo giró suavemente la cabeza de un lado a otro, y luego sonrió.

 

Amida

Desperté tarde. Mi alarma no sonó o no la oí, jamás lo sabré. Me despertó el sonido de un mensaje. Maldije a los celulares, y lo busqué a tientas sobre mi velador. Abrí un ojo y vi la pantalla. Era un mensaje de Lara. 

Lo siento por lo de ayer.

Tus disculpas me importan un carajo, pensé, y lancé el celular hacia la ropa que había dejado la noche anterior sobre el suelo. Tus disculpas, tu amistad, la amistad de Red y de Gabriela y de todo el jodido mundo.

Me dolía el estómago. Había dormido tan mal durante las últimas noches, que todo mi cuerpo empezaba a sentir la falta de sueño.
Pero la última noche había sido la peor.
No podía creer que Sorano me había besado. Que nos habíamos besado. Incluso al decirlo en mi mente parecía irrisorio y, a la vez, ridículo.

Crecimos juntos, tenemos a los mismos padres, vivimos bajo el mismo techo; incluso nos parecemos, carajo. Sin embargo, siento a mi corazón latir en cada miembro de mi cuerpo, y es como si revolvieran mis vísceras al recordar la sensación de proximidad que tuvimos. De intimidad. Sus labios, mierda. 

Y está Eida. Mi mente es infinitamente maliciosa: durante todo el tiempo que he pensado en Sorano, se ha encargado de mantener a Eida a raya, encerrado en alguna habitación de la que solo ella sabe dónde se encuentra la llave. 
No he querido pensar en él. No sé cómo lo miraré, y creo que me aterra pensar en la posibilidad de verlo y… Simplemente, verlo como a cualquier otra persona.
Y creo que me aterra porque sé que él lo sabrá de inmediato. Siempre le ha bastado mirarme para saber todo sobre mí. Y me siento completamente desnudo e indefenso frente a su mirada: no puedo hacer más que rendirme y entregarme. 

Es una mirada incisiva, y repleta de confianza.

Decidí levantarme e ir a la escuela. Sería mejor distraerme que permanecer en casa sabiendo que Sorano se encontraba a tan solo algunos pasos de mi habitación. 

 

Eida

—Eida, te quiero hacer una pregunta, pero tengo un poco de miedo.
—¿Miedo de qué?
—De tu respuesta, obviamente —respondió, enfatizando burlescamente la última palabra.
—Puedes preguntarme —espeté—, y obviamente te responderé con amabilidad.
—Eso lo sé, y es lo que más me preocupa —dijo él, mirándome con esa expresión que en tantas ocasiones anteriores precedió al llanto—. Solo sé honesto.
—Siempre lo soy.

Neir me sonrió, y se apoyó en mi pecho.

—¿Qué piensas…? —tragó saliva—. ¿Qué piensas del sexo?
—¿Del sexo? ¿Te refieres en general?
—Sí. Bueno, no —dijo, inquieto—. Me refiero al sexo… entre nosotros.

Neir y yo jamás habíamos hablado de ese tema. Jamás. Ni una sola vez, ni antes ni después de comenzar a salir. 

Con Neir, el tema del sexo se había dado de una manera que me había parecido tan natural, que jamás me lo había cuestionado. Nos conocíamos: conocíamos el cuerpo del otro como el propio, desde que éramos pequeños; conocíamos nuestras expresiones, nuestras voces, nuestros miedos, nos conocíamos por completo. Y la parte física fue solo una extensión de ese conocimiento mutuo; no fue un inicio, ni un evento con particular relevancia. Solo sucedió, y siguió sucediendo. 

—Siento que es una de las maneras que tenemos para entregarnos cariño —dije, a la vez que acariciaba sus cabellos—. ¿Recuerdas cuando éramos pequeños y tú me regalabas todos los insectos más hermosos que encontrabas, y yo te escribía cuentos en los que tú eras el protagonista?
—Sí, lo recuerdo —susurró—. Aún guardo tus cuentos.
—Y yo tus cigarras —respondí, sonriente—. Ahora tenemos más maneras de mostrarnos cuánto nos queremos, y cuánto confiamos en nosotros. Una de ellas es el sexo. O es así para mí. Para ti puede ser muy diferente, y está bien.
—Eida —espetó, y percibí preocupación.
—Dime, Neir.
—Yo no soy como tú —replicó en un susurro, con la voz quebrada—. Tú… tú hablas tan tranquilamente sobre estos temas, y también sobre cualquier cosa. Pero aunque lo que estés diciendo ahora me haga sentir feliz, también me pone muy triste.

Sí, su voz lo parecía.

Hizo una pausa, y se acurrucó en mi pecho, escondiendo su rostro entre mis ropas. 

—Siento que para ti todo es una rutina, como si darnos la mano no fuera distinto a tener sexo, ¡y para mí sí lo es! Para mí es tan distinto, Eida. Para mí es… es exponer mi cuerpo, expresiones que me dan tanta vergüenza, y sí, sé que nos conocemos, pero cada vez que me desnudo frente a ti, pienso ¿y qué pasaría si esta vez no funciona? ¿Esta vez lo aburriré? ¿Aún le gustaré?

Estaba sollozando, y mi mano seguía entre sus cabellos, acariciándolos con suavidad.

Quise responder un sí en voz alta y clara, y que se despojara de todos esos miedos. Pero me pareció que, de algún modo, Neir había dado en un punto importante que yo había decidido ignorar. 
Me había enfrascado en asumir que estábamos bien, porque debíamos estar bien. Durante los últimos años, jamás le había preguntado a Neir cómo se sentía conmigo, ni si había algo que él quisiera que fuera diferente.

Él, en cambio, sí lo había hecho.

—Neir —susurré—, Neir, Neir —besé sus cabellos, luego su frente, y el pequeño trozo de nariz que alcanzaba a verse—. Lamento no haberme preocupado más en nuestra relación estos últimos años. Es cierto que para mí tomarnos la mano o regalarnos cartas es muy similar a tener sexo, pero… Es que, Neir, me haces tan jodidamente feliz. Y está bien amarnos de maneras diferentes. Carajo, somos tan distintos.
—¿No preferirías que fuera como tú? —inquirió, y levantó su cabeza para verme a los ojos. Mi camiseta había quedado con dos manchones empapados.
—Definitivamente no.

Frunció el ceño.

—Pero si eres genial, Eida. Siempre estás tranquilo, y eres muy amable. Y aunque seas súper-racional todo el tiempo, también te pones en el lugar de los demás y eres desinteresado. ¡Eres perfecto! Maldición, ¿cómo no vas a querer tener a alguien como tú en lugar de a alguien como a mí? Soy un jodido desastre.
—Neir —dije firmemente, mirándolo a los ojos—. Tú sabes que no soy así.

Neir me miraba fijamente, con sus ojos brillantes y hermosos.

—Siempre admiré tu espontaneidad, ¿lo sabías?
—No —respondió con voz frágil.
—Cuando quieres algo, simplemente lo haces. Puede que te caigas, o te ensucies, o te lastimes, pero lo haces igual. Yo lo pienso infinitas veces, y usualmente decido no hacerlo. 
—Pero eso hace que siempre tengas que estar cuidando de mí.
—¿Aún no te das cuenta de que, desde que nos conocemos, tú has estado cuidando de mí? Llevándome ranas, insectos, flores, invitándome a jugar, llegando sin preguntar con un montón de videojuegos, aprendiendo historias de terror solo para contármelas, y de mil otras maneras.

Neir se hincó sobre la cama a la altura de mis rodillas, se secó las mejillas y los ojos, sorbió con la nariz, y sonrió. 

Sonrió amplia y radiantemente.

—Siempre tan genial, maldita sea.
—Eres la única persona en el universo que piensa que soy genial. ¿Lo sabías?
—¡Mentiroso! En la clase hay varios chicos que lo piensan.
—Te equivocas. Ellos creen que ser serio es genial. Y yo no soy serio.

Neir se lanzó sobre mí, abrazándome y reposando su cabeza sobre mi pecho, con una sonrisa en su rostro.

Notas finales:

perdón lo lento del cap 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).