Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Refugio por AndromedaShunL

[Reviews - 39]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Cuarto capítulo de este historia que me tiene atrapada! ¡Espero que la disfrutéis! ¿Vosotros también querríais ir en busca de El Refugio aún con todos los peligros que conlleva? :3.

Aioria estaba sentado sobre un escalón fuera de la vieja casa y su moto aparcada al lado de él. Miraba al infinito mientras pasaba de una mano a otra un pedazo de madera. Shaka se sentó a su lado sin mirarle y el moreno pareció volver a la realidad cuando uno de sus cabellos rubios le rozó el brazo desnudo.

                —¿Cuándo saldremos de búsqueda otra vez? —Le preguntó Shaka.

                —Ayer hablé con Aioros y me dijo que su radar había detectado algo bastante lejos de aquí, hacia el sur. Quiere salir cuanto antes por si pierde la pista.

                —Quizá sean las deformidades otra vez. ¿Cuántas veces nos pasó lo mismo? —Aioria se encogió de hombros sin saber qué contestar.

                —No lo sabremos hasta que lo veamos.

                —En eso tienes razón, pero a veces cuesta arriesgarse. ¿Qué tiene pensado hacer Aioros con esos dos?

                —De momento, enseñarles todo lo que sabemos. No pueden andar por ahí sin tener ni idea de cómo disparar una pistola.

                —Pues yo creo que está alargando el tiempo de partida para convencerles de que se unan a nuestra causa.

                —Ellos también piensan lo mismo. Mu me lo dijo mientras cazábamos. Para acabar de salir de Monópolis, no son nada tontos.

                —Tú eres más tonto que ellos, eso sin duda —intentó esconder la sonrisa que asomaba a su rostro, pero le fue imposible y Aioria lo notó, molestándose.

                El moreno le rodeó con un brazo y le atrajo hacía así para besarle intensamente. Shaka se dejó echar en el suelo y Aioria se puso encima para continuar con el beso, dejándole sin apenas respiración. Los ojos de ambos ardían, pero recuperaron su postura original cuando escucharon a Marin abrir la puerta tras ellos y salir de la casa. No le hizo falta preguntar para saber qué estaban haciendo.

                —Aioros os quiere abajo.

 

Cada uno se había sentado en su respectiva cama excepto Aioros y Aldebarán, que se mantenían de pie en mitad de la estancia con los brazos cruzados y expresiones serias.

                —Ayer al anochecer os comunicamos que nuestros radares habían dado señales de vida —habló primero Aldebarán—. Parece una especie de pueblo. Tuvimos que alejarnos mucho de aquí para dar con ello, pero teníamos que asegurarnos.

                —Queremos saber cuanto antes si tenemos razón.

                —Iré contigo, hermano —dijo Aioria con decisión, pero Aioros negó con la cabeza.

                —El radar detectó muchos signos de vida, no podemos arriesgarnos a ir todos. ¿Qué pasaría si no son amistosos?

                —Podría ser un rebaño de ovejas —dijo Marin—. O una manada de animales, o cualquier otra fuente de alimentación.

                —Si ese es el caso, regresaremos y os avisaremos, pero si no lo es…

                —Lo que quiere decir —continuó Aldebarán—, es que si no lo es también regresaremos, pero con el peligro a nuestras espaldas.

                Shura y Mu los contemplaban sentados en el borde de la cama que compartían y cogidos de la mano. Aioros comenzó a pasearse por todo el lugar, pensando, mientras que Aldebarán y Aioria lo miraban con preocupación. Shaka observaba sus manos seriamente. Parecía que estaba trazando algún plan en su cabeza, pero hacía mucho que no decía palabra alguna.

                —Alde, tú y yo saldremos al amanecer —dijo Aioros por fin.

                —Como quieras.

                —¿Y qué pasa conmigo? —Preguntó Aioria con enfado—. ¿Me vas a dejar aquí en serio? —Su hermano no contestó.

                Aioria contuvo la rabia en sus puños y salió de la estancia dando un portazo. Todos se quedaron mirando hacia la puerta. Entonces, Shaka se levantó y fue a hablar con él. Aioros y Aldebarán se apoyaron sobre la mesa, pensando en qué decir. Fue el segundo quien habló primero.

                —¿Por qué queréis buscar El Refugio? ¿Por qué tantas personas lo añoran sin saber si existe de verdad o no? —No esperaba una contestación.

                —Todos necesitamos algo en lo que creer, y ese algo tiene que complacernos por dentro. Si no, no tendría sentido luchar por nada —dijo Aioros.

                —Tiene razón —corroboró Mu—. Nos escapamos porque necesitamos encontrar ese lugar. Si no existe o si no conseguimos llegar, por lo menos no nos arrepentiremos nunca por no haberlo intentado.

                —Yo también había escuchado historias clandestinas sobre ese sitio. Yo también quería buscar un lugar en el que el color negro no está presente en todas partes. Quería saber cómo eran esas aguas cristalinas, esas flores, esos colores alegres…

                —¿Y por qué no lo buscaste? —Preguntó Shura.

                —Porque tenía que proteger a mi hermano. No podía arriesgar nuestras vidas, sobre todo la suya. No, no podía… tenía que sacarle de la ciudad, pero no podía… no podía ponerle más en peligro.

                —Aioros siempre ha sido muy protector —dijo Marin—, pero ha de darse cuenta algún día de que su hermano ya no es un niño.

                —Lo sé, pero no puedo poner en riesgo la vida de la persona a la que más quiero en este mundo. Es algo que jamás podría perdonarme.

                —Pero si encontraseis El Refugio —dijo Mu—, no tendríais que preocuparos nunca más por sobrevivir.

                —Tienes razón. Pero eso sería en el caso en que lo encontrásemos.

                —¿Por qué no venís con nosotros? —Shura miró intensamente a Mu, reprochándole esa pregunta.

                —Sabemos lo que tenemos que hacer, y eso no entra en nuestros planes. No por ahora —dijo Aldebarán.

                —Una vez cumplamos nuestro objetivo —continuó Marin—, entonces, podremos plantearnos otros.

 

Encontró a Aioria de pie fuera de la casa. Miraba al cielo sin estrellas y una lágrima furtiva caía por su mejilla. Shaka le cogió de la mano y le hizo mirarle a los ojos. Estaba completamente serio, pero su mirada era sincera.

                —Mi hermano debería dejar de preocuparse tanto —le dijo.

                —Es normal que lo haga. Eres lo único que le queda, aparte de La Resistencia, pero esta está demasiado escuálida aún para que tome tanta importancia como tú.

                —Lo sé, pero no debería. No quiero que lo haga. Soy un hombre, no un niño. Tengo más puntería que él y lo sabe. Soy más rápido, soy más…

                —¿Fuerte? —Aioria no contestó, y no hacía falta.

                Shaka se acercó más a él y le abrazó, apoyando la mejilla contra su hombro. Aioria cerró los ojos para disfrutar del contacto y su enfado desapareció por fin. A su lado él era feliz.

                —Aioria —le llamó en un susurro—, siempre puedes elegir tu propio camino.

                —Mi camino está con mi hermano.

                —Tu camino está donde te lleven tus pasos, deberías saberlo —su tono de voz era suave y cariñoso—. La causa que escogió Aioros es noble, pero es su causa, no tiene por qué ser la tuya. Si quieres, puedes regresar a Monópolis. Si quieres, puedes buscar El Refugio. Si quieres, puedes quedarte en La Resistencia, pero me temo que nunca encontraremos las suficientes personas para que ese proyecto salga a la luz.

                —Han pasado muchos años. No podemos dejarlo ahora.

                —Han pasado muchos años y aún no hemos conseguido nada —se separó para mirarle a los ojos—. Es bueno conservar la esperanza, pero también saber cuándo abandonarla.

 

En la parte de atrás de la casa, bajo la firme mirada del cielo negro y vacío, Aioros permanecía quieto, sentado sobre una manta. Le había pedido a Shura que le acompañase a imaginar las estrellas. Este se había sentado con él, pero guardaba las distancias todo lo que podía.

                —¿Cómo es? —Preguntó Aioros.

                —¿El qué?

                —El Refugio.

                —Pues… no sabría cómo empezar a describirlo. Rebosa de vida, el cielo es azul y por la noche se ven las estrellas. El sol no está oculto tras una neblina gris y su luz llega con claridad a todos los rincones. Hay montañas nevadas, hay ríos de aguas cristalinas en las que nadan los peces y beben animales que nunca hemos visto. Hay casas en las que viven personas amables. Hay comida en abundancia. La lluvia es agradable… —Aioros le posó una mano en el hombro y le miró con ojos brillantes y una sonrisa en los labios.

                —Todas las personas a las que he preguntado me contaban maravillas de ese lugar, pero nunca había escuchado tanta pasión en sus palabras como la que has depositado tú.

                Shura no se había percatado de ello, pero mientras se lo contaba había perdido la mirada en la oscuridad y su voz sonaba suave y melancólica, echando de menos algo que nunca había tenido. Al darse cuenta, giró bruscamente la cabeza y deshizo el contacto con Aioros. Este cambió de tema.

                —¿A qué te dedicabas en Monópolis?

                —Trabajaba en una carpintería del sector G.

                —¿Y tu amigo?

                —Llegó a la carpintería unos meses después que yo —se encogió de hombros para no darle mucha importancia—. Nos hicimos muy buenos amigos —Aioros solo asintió con la cabeza. No había dejado de mirarle con interés—. Él era muy bueno haciendo figurillas de madera —continuó—, y un día lo llamaron para ir a la Ciudadela y no volví a saber de él. Le echaba mucho de menos…

                —Pero escapasteis juntos —Shura asintió.

                —Un día volvió a la carpintería y me habló sobre El Refugio. Mu tenía que seguir yendo a la Ciudadela a trabajar, y le pedí que averiguase más cosas, y así lo hizo. Entonces, comenzamos a pensar una manera de irnos de la ciudad, y hace unos días lo conseguimos por fin —no le contó cómo Mu había robado el mapa que guardaba celosamente el gobernador.

                —Es una historia fascinante —dijo con un hilo de voz.

                —Lo es, pero está llena de dolor.

                —Todos los que vivimos allí tenemos el dolor aún en nuestro corazón —se acercó más a él y le rodeó los hombros con un brazo.

                Shura quiso apartarse, pero algo no le dejó hacerlo. Sintió la calidez de los labios de Aioros en su mejilla hasta que este se separó de nuevo de él y se levantó, tendiéndole una mano amistosa, pero no la cogió. Se levantó por su cuenta y tras limpiar la manta de Aioros se la puso sobre los hombros.

                —Hace frío —le dijo, y este le sonrió.

 

                                                                                              ***

Se había pasado toda la mañana limpiando los cristales de la casa, ordenando la ropa de los armarios y quitándole el polvo a las estanterías. Tenían muy pocos libros, pero no le sorprendió. La mayoría de los habitantes de Monópolis leían muy poco, y gran parte de los libros se encontraban en la Ciudadela.

                Las niñas no dejaron de molestarle. Le tiraban de la camisa y le querían obligar a ponerse un delantal de sirvienta. También querían que Camus jugase con ellas a que eran princesas y él su esclavo. El pelirrojo sabía que esos juegos no se alejaban nada de la realidad. Sabía, sobretodo, que el esclavo siempre se cansaba de las estupideces de los amos, y él estaba comenzando a perder la compostura.

                Estaba anocheciendo y él se puso a prepararles la cena a las niñas. Les iba a freír unos filetes y patatas que había encontrado en la nevera mientras ellas jugaban en el salón. Cuando las llamó a comer, estas se sentaron a la mesa y le miraron con cara de asco.

                —¡¡Odio los filetes!! —Gritó una de ellas.

                —Yo también.

                —Si no los queréis, puedo cocinar otra cosa… —la más pequeña le respondió lanzándole tres patatas a la cara y manchándole de aceite.

                Camus se levantó de la mesa y fue hasta el fregadero para limpiarse, pero la otra se acercó a él rápidamente y le tiró uno de los filetes que había cocinado al tiempo que se reía a carcajadas. Camus intentó mantener la calma y cogió el filete del suelo y lo tiró a la basura. Las niñas, al ver que no le hacían caso, empezaron a gritarle que era un inútil y que le odiaban, que cómo se le había ocurrido prepararles algo que no les gustaba. Como él seguía sin prestarles mucha atención y haciendo oídos sordos, pasaron a pegarle patadas y a ensuciarle la ropa con la comida sin dejar de reírse.

                Llegó un momento, mientras trataba de limpiar el estropicio, en el que no pudo más. Su cabeza estalló en ira y, dedicándoles una mirada de odio, agarró a las dos niñas de los vestidos y las llevó a sus habitaciones. Cerró la puerta tras de ellos moviendo un guardarropas para que no la abrieran y escapasen. Cogió sus ropas del armario y a una de las niñas. La amordazó con las mangas de una camisa y la tiró encima del colchón, atándole las manos a la cama con otra prenda, fuertemente. Hizo lo mismo con la otra. Después dejó el guardarropas donde estaba y salió de la habitación. Fue hasta el salón y escribió en una nota que dejaba el trabajo. Luego, abrió uno de los armarios y empezó a beber de una botella medio vacía de licor. Cuando la acabó, salió de la casa con expresión de indiferencia.

 

Milo regresaba a su tejado después de robar unas patatas fritas con salsa en un tenderete. El cielo negro cubría la ciudad como todas las noches, pero en ella no había conseguido mucha comida, ya que le persiguieron durante más tiempo del que había esperado e incluso se topó con varios guardias en su camino. Por fortuna, estos no se dieron cuenta de que acababa de robar.

                Subió por la fachada con cuidado para que no se le cayese nada y cuando se acercó a su hogar descubrió allí a Camus. El pelirrojo estaba sentado tapándose con la manta y apoyando la espalda contra la pared. Milo se preguntó qué le habría pasado, y se enfadó imaginándolo.

                —¿Te han echado?

                —Me he ido.

                —¿Por qué? —Quiso saber. Vio los ojos llorosos de Camus y sin darse cuenta disminuyó la dureza de su voz.

                —Niñas —dijo son más.

                —¿Has cenado? —Negó con la cabeza y el rubio le dio las patatas.

                —¿Y tú?

                —Déjame alguna, si no te importa —quería sonar molesto y decepcionado, pero no podía.

                Cuando terminaron de cenar aún tenían hambre, pero no tenían nada más aparte del desayuno de Milo del día siguiente que también tendría que compartir dadas las circunstancias.

                —Estás horrible —le dijo el rubio mirándole de arriba abajo—. ¿Te tiraron comida o algo así?

                —Sí, y también mi orgullo —Milo estuvo meditando un rato antes de continuar hablando.

                —¿Qué te parece si vamos a los baños públicos? Es un poco tarde, pero estás hecho un desastre —insistió—. Te dejaré ropa para cambiarte.

                —No sé si me apetece ir a ninguna parte —contestó.

                —Para un lugar bonito que hay en la ciudad… seguro que a estas horas estará vacío, por lo menos una de las piscinas.

                —La norte seguro.

                Milo se levantó y le tendió una mano. Camus le miró sin ganas de nada, pero aún así aceptó su invitación y le dio la mano. Bajaron del tejado y se encaminaron hacia el único edificio no lúgubre de la ciudad.

                Los baños públicos estaban construidos con piedra. Tenía vestuarios, duchas e incluso piscinas termales. Siempre estaba abierto para todo el mundo, y llevaba siendo así desde el nacimiento de la ciudad, según relataban los documentos más antiguos. Ni siquiera la generación oscura, como llamaban a los últimos siete gobernadores, se habían atrevido a poner un dedo encima del edificio.

                Camus y Milo ya habían ido allí muchas veces, pero siempre separados. Esa noche, sin embargo, entraron juntos en una de las piscinas termales. No era la más grande, y el techo simulaba un cielo negro lleno de estrellas que reflejaban la luz en el agua. Todo estaba en penumbra, y era lo más parecido al paraíso que se podía pedir en Monópolis. Al amanecer aparecía el sol por entre las rocas de la piscina que hacían de horizonte. Durante el día el techo se teñía de azul e iba cambiando de color según se acercase un rojizo atardecer o las primeras luces del alba.

                El agua cálida les cubría hasta la cintura. Era negra con destellos blancos del cielo. Esa noche no había salido la luna.

                Camus se apoyó en una de las rocas y Milo hizo lo mismo al otro lado de la piscina. El pelirrojo cerró los ojos, relajado, mientras intentaba olvidar todo lo que había ocurrido aquel día. Se preguntó si alguna vez conseguiría encontrar un lugar en el que vivir sin tener que preocuparse por si le tratan bien o no. Se respondió a sí mismo en su mente, y esa respuesta no le gustaba lo más mínimo. Cuando abrió los ojos de nuevo, vio que Milo le observaba con la mirada perdida en él.

                Camus se sonrojó sin poder evitarlo y miró hacia otro lado. Sintió cómo se movía el agua y creaba grandes ondas en la superficie al tiempo que Milo avanzaba hasta él. Se había puesto en pie. El agua le cubría hasta la cintura, pero Camus no podía evitar colorarse las mejillas cada vez más. Entonces, decidió mirarles a los ojos, pero estos le traicionaron y fueron a recorrerle todo el cuerpo. Alzó una mano fuera del agua para rozarle la piel del abdomen, recorriendo sus comisuras con los dedos mojados.

                Milo se sumergió de nuevo en el agua y apoyó las manos sobre las rodillas de Camus, inclinándose hacia adelante para besarle los labios dulcemente mientras sentía los dedos del otro tocando su espalda y aferrándose a ella, haciendo que Milo quedase atrapado entre sus piernas.

                El beso se prolongó durante largos minutos. La respiración entrecortada se iba mezclando poco a poco con los gemidos de Camus al tiempo que Milo exploraba su cuerpo con las manos y tentaba su entrada con los dedos hasta que estuvo preparado para meterse en su interior. El pelirrojo ahogó un grito y se aferró con más fuerza a la espalda de Milo mientras este le cogía de las piernas e iba intensificando el ritmo, siempre acompasado con los gemidos de Camus, quien cerraba los ojos tratando de acostumbrarse a esa sensación. Las rocas le arañaban la espalda y él arañaba la espalda de Milo con sus uñas.

                Milo levantó a Camus del agua y lo sentó sobre las rocas sin detenerse. Se miraron a los ojos, les costaba respirar.

                —Mejor vamos a la ducha —le dijo Camus con un hilo de voz, y Milo convino que era una mejor idea.

                Cogieron ambos una toalla para cubrirse por si se encontraban a alguien por el pasillo, aunque cualquiera hubiera adivinado lo que habían estado haciendo. Por suerte, nadie les salió al paso y se metieron en la ducha individual.

                Milo empujó a Camus contra la pared, de espaldas a él, ansioso por terminar lo que había empezado, y continuó entrando y saliendo de él, escuchando los gemidos del pelirrojo y notando su corazón acelerado cuando le pasó una mano por el pecho. Cuando llegó al éxtasis, volteó a Camus para besarle intensamente al tiempo que su mano recorría el miembro del pelirrojo con agilidad, haciéndole acabar en un estallido de placer.

 

Terminaron de bañarse en esa misma ducha. Ambos temblaban, y no se atrevían a mirarse a los ojos después de lo ocurrido. Salieron al vestuario y Milo le dejó la ropa que le había prometido. Le quedaba un poco grande y estaba muy desgastada, pero era mejor que nada. De hecho, era mejor que la que él mismo había llevado aquel día.

                Cuando subieron al tejado se echaron juntos sobre el saco y bajo la manta. Ambos se sonrojaban al mirarse a los ojos, pero aún así se desearon buenas noches mutuamente con un beso y durmieron abrazados imaginando que el cielo de la noche era el mismo que el de las aguas termales.

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer. ¡Espero enormemente que os haya gustado! La semana siguiente subiré el capítulo 5.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).