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El Refugio por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Nuevo capítulo! Espero que lo disfruten.

El cielo negro dejó paso al cielo gris en la mañana siguiente. Desayunaron manzanas que acaba de traer Marin de afuera. Aioria terminó el primero y se volvió a echar en la cama, dándoles la espalda a todos.

                —Voy a calentar el agua —dijo Aioros tratando de no prestarle atención, pero se notaba que estaba triste por su hermano.

                —Cuando acabes, avísame —dijo Aldebarán con una sonrisa—, que luego voy yo.

                Dejaron el escondite una hora después, y el lugar quedó más en silencio si cabía. Shaka leía, Aioria intentaba dormir, Marin escribía en una libreta, Shura se aburría y Mu miraba al techo sin saber qué hacer.

                Cuando Shaka cerró el libro y se levantó para salir al exterior, Shura le cogió del brazo rápidamente y le hizo voltearse.

                —Quiero salir de aquí —le dijo.

                —Aioros no os deja salir si no vais acompañados —se encogió de hombros.

                —Pues voy contigo —su tono no admitía réplica, pero el rubio la encontró de todas formas.

                —Necesito estar solo —le sonrió y continuó su camino.

                Shura se dio por vencido cuando Shaka les dejó solos con Marin y Aioria. Mu fue hasta él para calmarle y susurrarle al oído:

                —¿Quieres irte de este lugar? —El moreno asintió levemente.

                —Este sitio no es para nosotros. Ya sabes cuál es nuestro camino.

                —Sí, lo sé, pero aquí no corremos peligro de momento —su mirada era triste y su voz apagada.

                —Si nos quedamos mucho tiempo con ellos se nos hará más difícil irnos —le posó ambas manos en los hombros y le miró a los ojos.

                —O quizá nos ayuden al final —dijo esperanzado—. Podrían acompañarnos la mitad del camino. Podrían… —Shura negó con la cabeza sin dejarle terminar de hablar.

                —Nuestros objetivos son muy diferentes. Nosotros huimos y ellos quieren luchar contra aquello de lo que huimos.

                —Son muy pocos, Shura. Les falta o mucho tiempo o un milagro para poder alcanzar su meta. Mientras tanto, podríamos convencerles de que nos ayuden antes de que ellos nos convenzan de quedarnos —Shura se sorprendió por sus palabras, haciéndole sonreír complacido.

                —Jamás pensé que te escucharía hablar así —dijo.

                —Yo tampoco quiero quedarme.

                —Está bien, aguantaremos aquí, pero te dejo la parte carismática a ti, que a mí no se me da muy bien eso de convencer —le dio un beso en la mejilla y Mu le correspondió besando sus labios.

 

                                                                                              ***

Aioros y Aldebarán habían optado por ir los dos en una sola moto para no llamar demasiado la atención. Muchas veces habían querido pintar todas las motos de negro para que fuesen irreconocibles en el ambiente, aunque les hubiera seguido delatando el fuerte ruido que hacían y, además, no tenían ni idea de dónde conseguir pintura.

                El radar les indicaba con precisión las zonas donde había vida. Sin embargo no siempre solía funcionar, pero aquella vez se habían cerciorado bien antes de emprender la marcha. Los puntos rojos estaban todos concentrados en una zona y era allí a donde se dirigían con el corazón en un puño. Aldebarán manejaba la moto mientras Aioros paseaba la mirada de un lado a otro por si veía algo fuera de lo común.

                El viento les agitaba el pelo con brusquedad y cada vez hacía más frío. Ambos se reprimieron no haber llevado más capas de ropa aparte de una camiseta y chaqueta. A medida que avanzaban el aire se volvía más pesado, y un escalofrío les recorrió todo el cuerpo hasta la espalda. El corazón les latía cada vez con más fuerza.

                —¿Estamos yendo bien? —Le preguntó Aioros.

                —Ya se ve en el radar. Parece que hay muchos más que ayer —su voz sonaba preocupada, pero Aioros no dijo nada al respecto.

                Cuando ya estaban cerca de la zona se bajaron de la moto. Les había tomado varias horas a máxima velocidad llegar hasta el lugar. Había una colina frente a ellos que les impedía ver más allá. Al bordearla, se quedaron sin aliento. Sus ojos vislumbraron en la penumbra un gran número de edificios de varias plantas. Más al fondo la altura de estos se incrementaba rápidamente hasta que algunos parecían haber tocado el cielo cuando eran jóvenes. Sin embargo, eran edificios que jamás habían visto antes. Sus plantas eran cuadradas o rectangulares y ninguno estaba construido de piedra o de madera, sino de algún material sólido que desconocían. Todos ellos estaban llenos de huecos en las paredes, lugar donde antes habrían estado las ventanas. Los portales eran amplios y de diversos diseños, y también habían tenido cristales, ahora esparcidos por los suelos.

                Se encontraron, además, con pequeños locales oscuros con puertas grandes y carteles escritos con letras extrañas. No pudieron leer ninguno de ellos, pero en algún caso intuyeron de qué se trataba.

                Caminaban con cautela entre las calles abandonadas. Estas estaban abarrotadas a ambos lados de escombros y un viento frío soplaba desde todas las direcciones. Miraban a todos los lados con las manos aferradas a las pistolas láser. Aldebarán miró el radar que llevaba en la muñeca como un reloj, pero los puntos rojos no habían desaparecido, sino que parecían rodearles por todas partes aunque no los vieran.

                —Deberíamos irnos —dijo Aioros en un susurro.

                —Nos observan.

                Se detuvieron unos pasos más adelante y Aldebarán tiró de Aioros cuando un ruido de disparo rasgó el aire amenazante. Se escondieron en uno de los edificios derruidos con el corazón a mil por hora. Aioros estuvo a punto de gritar a quien quiera que les hubiera disparado que eran aliados, pero Aldebarán le detuvo.

                —Puede que ellos no lo sean. Puede que no sean ni personas —le dijo.

                —No podemos quedarnos aquí.

                De nuevo escucharon otro ruido, pero este parecía ser de algo que se les acercaba corriendo.

                Subieron las escaleras del edificio a toda prisa. La mayoría de las plantas estaban llenas de restos de paredes que les impedían avanzar con rapidez, pero que se podían esquivar. Sin embargo, lo que les estaba siguiendo se les acercaba cada vez más sin importar los obstáculos.

                Cuando llegaron a la cuarta planta, ya no pudieron seguir subiendo. Las escaleras eran inaccesibles y no veían ningún resquicio o escombro suelto del que tirar para abrir una brecha, por lo que tuvieron que esperar, con terror, a que llegase su perseguidor, pero el ruido parecía haber desaparecido. Aún así, sus corazones no se calmaron, sino que estaban más en tensión que antes.

                Ninguno de los dos se atrevía a decir nada o a mirar hacia otro lado que no fuera el lugar por el que habían subido. Entonces, Aioros dio un paso adelante con la pistola en alto. Y otro. Y otro. Y otro. Y otro. Y Aldebarán le siguió, pero un estruendo se precipitó por las escaleras arriba y corrieron de nuevo hacia atrás, descubriendo, con horror, a la criatura que les había estado persiguiendo.

 

                                                                                              ***

Su amo le había llamado a la habitación para que le llevase una bandeja con frutas peladas y cortadas en trozos, entre ellas manzanas y ciruelas. Shun siempre se preguntaba dónde tenía su señor todos aquellos árboles, pues él nunca los había visto en la Ciudadela, aunque tampoco le dejaban rondar a sus anchas por ella, sino que siempre estaba vigilado. La mayoría del tiempo iba de su celda a la cocina, de la cocina a la habitación de su amo y de la habitación de su amo a su celda.

                Cuando abrió la puerta se sorprendió de que no estuviera en ninguna de las estancias. Dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó en el borde de la cama. Sabía que su amo se enfadaría si él no se quedaba a recibirle.

                Pasaron los minutos y su señor no aparecía. Se levantó con el corazón en un puño y paseó un rato por el salón. Había un cristal enorme que ocupaba casi toda la pared desde el cual se veía toda la ciudad. Sin embargo, desde la ciudad no se veía a través del cristal y muchas veces Shun se había preguntado qué clase de material era ese.

                Una mano fría se posó en su hombro y se giró de inmediato. Su amo estaba frente a él mirándole con una sonrisa que le provocó escalofríos.

                —¿Te gusta mi Monópolis? —Le preguntó clavándole la mirada en los ojos esmeraldas, y Shun sintió que le estaba penetrando todo el cuerpo.

                —Sí, amo —dijo en un susurro desviando la mirada hacia el suelo.

                Hades posó su otra mano en Shun y lo encaminó hacia el sofá. Este era de tres plazas y tan cómodo o más que cualquier cama. Los cojines de cuero eran mullidos y tenía hasta maquinaria de masaje.

                Su amo se sentó y le obligó a sentarse sobre sus piernas, mirando hacia la ciudad. Le rodeó con los brazos y le hizo echarse hacia atrás, posando la barbilla sobre su hombro, sin dejar de sonreír. Notó cómo el corazón de Shun latía fuertemente y le acarició el pecho por debajo de la camisa, susurrándole al oído.

                —¿Por qué estás nervioso? —Le pellizcó el pezón con los dedos haciéndole gemir por el dolor—. Contéstame.

                —Porque… —volvió a sentir los dedos fríos de su amo pellizcándole y no pudo evitar que se le escapara un pequeño grito—. Porque vuestra presencia me excita el corazón —le dijo conteniendo el odio de sus palabras.

                —¿De verdad? —Sonrió complacido y comenzó a desabrocharle los botones de la camisa, dejándole el torso al descubierto—. Tú me excitas todo el cuerpo —le susurró y le volteó bruscamente sobre sus piernas para besarle intensamente.

                Shun le correspondió al beso como siempre había hecho. Su amo le mordió los labios hasta hacerle daño y jugó con su lengua hasta cansarse al tiempo que le desvestía por completo. Entonces, le hizo ponerse de pie y quitarse el resto de la ropa que le quedaba. Shun tenía el cuerpo de un joven de dieciséis años. Se le notaban los músculos bien formados y eso complacía gratamente a los ojos de su señor, quien no dudó en recorrerlos con sus manos frenéticamente, relamiéndose los labios con cada textura.

                Le atrajo hacia sí otra vez y le apretó las nalgas con ambas manos. Shun posó sus dos manos sobre los hombros de su señor y le besó en los labios. Siempre intentaba complacerle para que le dejase tranquilo o no jugase con su cuerpo, pero todo eso a Hades le daba igual. Si Shun se negaba, le violaba, y si no se negaba le haría negarse después. Su sadismo no dejaba de crecer pasase lo que pasase.

                Su amo se bajó los pantalones y obligó a Shun a arrodillarse frente a él. Los ojos del menor se le fueron llenando de lágrimas y quiso levantarse para salir de allí, pero Hades le agarró del cabello y le hizo bajar hasta su miembro, introduciéndoselo en la boca sin piedad y obligándole a jugar con la lengua.

                Shun obedecía sin dejar de llorar. En varios momentos pensó en morderle con fuerza, pero eso no le traería más que problemas. Quizás hasta la muerte.

                Cuando su amo se cansó de su boca, le despegó de él bruscamente tirándole del pelo hacia atrás y le hizo mirarle a los ojos.

                —Súbete —le ordenó, y al ver que Shun no se movía se levantó del sofá y tiró de él haciéndole caer bajo sí.

                Hades lo miró desde arriba y entonces le dio la vuelta sobre el asiento, cogiéndole de las manos tras la espalda y dejándole de rodillas sobre el cojín. Con la mano que tenía libre le separó las piernas y tanteando la entrada del menor se introdujo sin pensarlo en su cuerpo.

                Shun gritó de dolor y miles de lágrimas se amontonaron en sus ojos. Pero no cesó, sino que se volvió más frenético. Su amo embestía contra él cada vez más rápido, y los aullidos de dolor se confundieron con los gemidos de placer de Hades, quien acabó en su interior al tiempo que le soltaba las muñecas y le aferraba fuertemente de la cintura, dejándole la piel roja.

                Le dejó tirado en el sofá y se fue del salón. Shun miraba por la cristalera hecho un ovillo en una de las esquinas, con los ojos rojos de tanto llorar y el corazón a punto de salírsele del pecho. Todo el cuerpo le temblaba y apenas podía moverse. El cielo había comenzado a llorar con él.

 

                                                                                              ***

Las nubes habían cubierto todo el cielo gris dejándolo casi en total oscuridad. La lluvia empezó a caer cada vez con más fuerza sobre el suelo, revolviendo la tierra bajo sus pies. Aioria estaba bajo el marco de la puerta de la casa, escuchando los pasos de Shaka que asomaba por la trampilla y la cerraba bajo él. Llevaba una manta para taparse de la lluvia, y la compartió con el moreno cuando se puso a su lado.

                —Gracias.

                —Vas a coger un resfriado. Deberías volver abajo.

                —Estoy harto de quedarme escondido —le dijo con rabia—. Quiero irme de este lugar. Lo odio.

                —Es un lugar seguro para todos.

                —¡Pero aquí no hacemos nada! —Gritó—. Perdóname… estoy muy alterado desde que mi hermano se fue.

                —Es normal —tras una breve pausa, Aioria continuó hablando:

                —Dijiste que siguiera mi camino… Creo que mi camino no está aquí.

                —¿Y dónde está? —Tuvo que contener una sonrisa.

                —No lo sé —suspiró—, pero tengo el presentimien… —no pudo terminar de hablar.

                Escucharon un ruido que se acercaba rápidamente hasta la casa. Eran claramente motos aerodeslizadoras. Después de unos segundos, pudieron ver muy a lo lejos las luces de estas, blancas y deslumbrantes en la oscuridad.

                Rápidamente bajaron por la trampilla y fueron a avisar a los demás. Cuando estos les vieron cerrar la puerta tan apurados, sus corazones dieron un vuelco y se levantaron mirándose los unos a los otros.

                Aioria y Shaka se habían quedado apoyados con la espalda en la puerta cerrada con llave. Les temblaba todo el cuerpo y respiraban entrecortadamente.

                —¿Qué sucede? —Preguntó Marin tras la sorpresa.

                —Guardias de Monópolis —contestó el moreno.

                —¿Cuántos son?

                —Había muchas luces —dijo Shaka—. Venían hacia aquí.

                —¿Los radares?

                —Es lo más probable.

                —¿Qué hacemos? —Preguntó Shura tras un largo silencio. El ruido de las motos comenzaba a escucharse desde allí abajo.

                —No pueden rastrearnos aquí —intentó tranquilizarlos Marin.

                —Lo más probable es que sepan que hay gente aquí —dijo Shaka.

                —Esperaremos a que pasen de largo.

                —¡¿Qué?! —Exclamó Shura, y Mu trató de calmarle cogiéndole de la mano.

                —Esperaremos a que pasen de largo —repitió Aioria más lentamente.

                Todos se quedaron quietos en el lugar escuchando atentamente los ruidos provenientes del exterior. Un rato después, tras escuchar el restallido de los vehículos a pocos metros de la casa, estos se callaron y no oyeron nada más.

                —¡Están las motos arriba! —Exclamó Shura en voz baja.

                —No podíamos traerlas aquí —dijo Shaka—. Solo nos queda rezar para que no encuentren la trampilla.

                Pero no les dio tiempo a pronunciar ningún tipo de oración. Escucharon, alarmados, el sonido de un láser que rompía la cerradura de la trampilla. Habían abierto la puerta y ahora sus pasos se escuchaban claramente mientras bajaban las escaleras. Incluso se les oía murmurar.

                —Estamos perdidos —susurró Mu, y Shura le abrazó con cariño y tristeza.

                —Seguimos juntos —dijo este—. Eso es lo que importa.

                Marin fue hasta su cama, nerviosa, y se metió debajo de ella. Todos la miraron sin saber qué pensar o que hacer al tiempo que los guardias se acercaban más y más al final de la escalinata. Entonces, escucharon un chasquido y Marin salió de allí debajo apresuradamente. Shaka y Aioria asintieron con una sonrisa y, de súbito, una de las paredes del fondo comenzó a moverse silenciosamente, dando paso a un túnel oscuro que se introducía en la tierra.

                Shura y Mu miraron hacia el túnel con la boca abierta, sin poder creerse lo que veían, pero Aioria no estaba para dar explicaciones y les empujó para que entrasen. Cuando todos desaparecieron en la oscuridad, Marin calcó un botón apenas visible y la puerta se cerró, dejándoles a ciegas por completo.

                Comenzaron a caminar en la absoluta oscuridad tanteando las paredes frías de tierra. Marin iba delante seguida por Aioria. Shaka estaba el último, cerrando el paso y escrutando los sonidos procedentes de fuera del túnel. Cuando dejó de oír les dijo a todos que estaban a salvo y que lo más probable fuera que los guardias pensasen que se habían escapado por el exterior.

                —No encontrarán la entrada —aseguró Marin—. Shaka tiene razón, no podrán seguirnos por aquí.

                Nadie más dijo nada. Caminaban y el túnel no parecía tener fin. Al menos sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y dejaron de preocuparse por tropezarse con algo. Aún así, avanzaban con lentitud, y ni Shura ni Mu tenían la menor idea de a dónde se dirigía ese pasadizo ni si era tan seguro como les parecía a los demás.

                —¿A dónde lleva el túnel? —Preguntó Shura tras varios minutos en silencio.

                —No lo sabemos —contestó Marin.

                —Lo investigamos varias veces, pero nunca llegamos al otro lado. Pasarán horas y todavía seguiremos en él —dijo Shaka.

                —¿Tiene salida? —Preguntó Mu, nervioso.

                —Esperemos que sí —dijo Aioria.

                Continuaron caminando. Pasó una hora, y seguían viendo el mismo paisaje. Pasaron dos horas y todo seguía completamente igual. El suelo de tierra revuelta era resbaladizo en varios tramos y estuvieron a punto de resbalar en numerosas ocasiones. A veces incluso parecía que el túnel se estrechaba y tenían que avanzar de costado, y otras se ensanchaba y tenían la esperanza de haber salido ya a la superficie, pero Marin les decía que ella había investigado muchos más tramos adelante y sus sueños de ver el cielo gris del exterior se esfumaban tan rápido como habían llegado. Al final, fue ella la que encabezó la huida seguida por Aioria, quien mantenía un silencio sepulcral.

 

                                                                                              ***

La deformidad les miró con tres ojos descolocados sobre su rostro. Su boca parecía más una raja hecha por un cuchillo y sus labios destrozados colgaban de ella. Los dientes afilados asomaban con fiereza y sus manos sujetaban un cañón láser que apuntaba directamente hacia ellos.

                Era enorme, la deformidad más grande que habían contemplado nunca, y una de las más horrorosas y terribles. Se movía lenta sobre el suelo y sus ojos rojos palpitaron cuando les descubrió allí, pegados a la pared sin posibilidad de escapar.

                Aioros rodó hacia un lado y Aldebarán hacia otro. Dispararon con sus pistolas de láser hacia la bestia, quemándole la piel sucia y las ropas que trataban de cubrirle, pero este apenas parecía sentir dolor, aunque sí desvío la atención a sus heridas. Aprovechando la oportunidad, saltaron por ambos lados de la deformidad y le sortearon con dificultad precipitándose a las escaleras, perdiendo el equilibrio en el salto y rodando por los escalones hasta el piso inferior.

                La deformidad les siguió hasta que consiguieron salir a la calle y pudieron esconderse tras los escombros de la pared de un edificio cercano. La criatura pasó de largo sin verles. Corría rápidamente por la calle y gritaba, pero eso no les aterraba tanto como el hecho de que sus gritos obtenían respuesta de los alrededores.

                Escucharon los pasos apresurados de varios de ellos que corrían por todas partes. Cuando oyeron el estruendo de rocas por detrás, se dieron la vuelta inmediatamente y descubrieron allí a tres de esas deformidades apuntándoles con más láseres. Sin piedad, les dispararon y tuvieron que echar a correr exponiéndose en la calle ancha. Había muchos vehículos de cuatro ruedas que parecían destrozados ocupando el paso, pero también les servía para esquivar las luces que amenazaban con matarles.

                Corrieron hasta que les temblaron las piernas, y esas criaturas deformes no dejaban de salir por todas las direcciones. Uno de ellos disparó a la pierna de Aioros y le dio, y este cayó al suelo sin remedio. Aldebarán lo cogió rápidamente y cargó con él de los hombros, pero así no podrían ir mucho más lejos.

                —¡¡Déjame aquí!! —Le gritó Aioros, pero él no le hizo caso.

                Otras dos deformidades aparecieron en frente de ellos y Aldebarán fue a ocultarse en el medio de dos vehículos, pero eso no sería suficiente. Con uno solo de sus cañones los volarían en pedazos.

                —Qué irónico —susurró Aioros—. Vinimos en busca de vida y lo único que encontramos es nuestra propia muerte.

                —¿Sabes? Siempre me costó darte la razón —sonrió—, incluso ahora que lo veo todo perdido mi corazón guarda esperanzas.

                —Siempre has estado aferrado a la vida —se llevó una mano a la pierna alcanzada por el láser e hizo una mueca de dolor.

                Cuando las deformidades ya les habían rodeado y amenazaban con dispararles, se despidieron el uno del otro y se fundieron en un abrazo con los ojos cerrados. Y esperaron a su muerte. Pero esta no llegó.

                Algo muy ruidos rasgó el aire y se escucharon disparos y cómo alguien lanzaba cosas hacia las deformidades. Entonces, un humo cegador se elevó desde el suelo y Aioros y Aldebarán sintieron cómo alguien tiraba de ellos por uno de los lados, sacándolos de allí. Los montaron en uno de esos extraños vehículos y les condujeron por en medio de la ciudad, disparando a todo lo que osaba acercarse a ellos.

                Lo último que vio Aioros antes de desvanecerse fue a dos jóvenes que iban sentados en los asientos delanteros y el rostro de asombro de Aldebarán.

Notas finales:

Muchas gracias por leer, espero que os haya gustado. No sé si podré subir en unos días el siguiente, pero lo intentaré :3


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