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El Refugio por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Segundo capítulo. Si habéis leído Memorias de Idhún, una de mis trilogías favoritas, seguramente os acordéis de ello, jajajaja.

Desayunaron una pieza de fruta cada uno sin mediar palabra. A los dos les dolía la cabeza a horrores, y aunque mantenían una expresión serena, se les notaba en las muecas que hacían al comer.

                Milo se levantó un rato después de terminar y le tendió una mano a Camus. Lo llevó fuera del tejado y se quedaron mirando toda la ciudad desde aquella altura. El pelirrojo estaba maravillado, pero sentía repulsión por aquella ciudad. Podía ver la Ciudadela del gobernador que sobresalía sobre los muros en uno de los extremos de la ciudad. Esta era redonda y grande. Grande para las personas que vivían en ella, pues no podían compararla con ninguna otra ciudad porque nunca habían estado fuera de sus muros y siempre llegaban a sus oídos palabras que decían que aquel era el único rincón del mundo en el que estaban a salvo del desastre. Muchos se preguntaban cuál era ese desastre.

                —El cielo sigue estando gris —dijo Camus volteando la cabeza.

                —Pero se ve algún que otro destello azul, y allí se ve el sol —señaló con la mano a un círculo de un amarillo blanquecino semioculto.

                —Nunca cambia, siempre está así. Leí libros que relatan cómo era el sol antes de la catástrofe, pero soy incapaz de imaginármelo.

                —Yo también. Solo leo libros que tratan sobre tiempos antiguos, pero es imposible darles toda la credibilidad cuando están escritos por gente de Monópolis —se encogió de hombros.

                —Es bueno soñar.

                Unas nubes comenzaron a tapar el cielo, tiñéndolo de un gris más oscuro, y apenas pasaron unos minutos hasta que empezó a llover. Se quedaron allí un rato hasta que la lluvia les azotó con fuerza y fueron a refugiarse bajo el tejado. El frío aumentó y se taparon con el saco apoyados a la pared.

                Camus dejó caer la cabeza en el hombro de Milo y este pareció sonrojarse, pero no le dijo nada.

                —¿Cómo haces para vivir? —Le preguntó.

                —Robar, como la mayoría de los que vivimos en la calle.

                —¿Y no te atrapan los guardias?

                —Varias veces me llevaron tras rejas —contestó sin darle importancia—. Allí no se está tan mal, al menos no tienes que robar la comida —rio—. En realidad es el infierno —susurró.

                —¿Por qué no trabajas?

                —¿Trabajar para ser el esclavo de alguien? —Negó rotundamente con la cabeza—. Ni hablar. Yo no sería capaz de trabajar para gandules —se removió bajo el saco y Camus se apartó de su hombro.

                —Yo pensaba lo mismo, pero al menos tengo un lugar en el que dormir.

                —Yo también lo tengo —exclamó molesto—, y encima con vistas a mi querida ciudad.

                —Pero te arriesgas a volver al calabozo.

                —Me da completamente igual. Cada día llevan cientos de personas a los calabozos y tienen que sacar a los que ya estaban allí antes. Nunca estuve más de una semana.

                Camus no le preguntó nada más. Se quedaron allí hasta que la lluvia pareció arreciar y entonces Milo se levantó y le dijo que iba a buscar la comida de ese día. Camus intuyó que no sería diferente a los demás y le reprochó robar en las tiendas. Se quedó, pues, esperando a que el rubio regresase.

                Bajó ágilmente por la pared del edificio y se revolvió el pelo para secarlo. Fue con las manos en los bolsillos recorriendo la calle. Nunca robaba en esa, ya que estaba muy cerca de su hogar, por lo que se dedicaba a ir a los extremos de la ciudad donde no podrían seguirle durante mucho tiempo hasta el tejado.

                Media hora más tarde se encontró con un puesto en el que vendían verduras ya cocinadas. Tenían una pinta horrible, como toda la comida de Monópolis, pero era lo único que había.

                —Hola —saludó al tendero—. Tus berenjenas tienen una pinta estupenda, como tus patatas. ¿A cuánto están?

                —Tres cobres cada unidad —le dijo sin prestarle mucha atención.

                Milo sacó de su bolsillo una piedra sin que el hombre se diera cuenta. Este estaba sentado en un taburete mirándose los callos de las manos. El rubio tiró la piedra a uno de los lados con fuerza, dándole a unas sandías que vendía el viejo, quien de un grito se levantó y fue a ver qué le había pasado a su comida. Milo cogió dos berenjenas y las metió en una bolsa junto a unas cuantas patatas y salió corriendo antes de que el hombre se diese cuenta. Al cabo, empezó a perseguirle gritando a la gente que cogieran al ladrón, pero no mucho más tarde la muchedumbre y el cansancio sofocaron los intentos del tendero por recuperar sus alimentos y Milo pudo dejar de correr.

                Cuando llegó al callejón ya se había comido alguna que otra patata y estas se estaban quedando frías. Cerró la bolsa para que no se escapase todo el calor y subió hasta el tejado. Camus seguía bajo el saco, mirando hacia la ciudad, y Milo se preguntó si no se habría movido de allí en todo el tiempo.

                —Toma, una para ti y otra para mí —se sentó a su lado—. Y patatas, aunque se están enfriando ya.

                —Gracias —le dijo con mala cara. Nunca había comido nada robado.

                —¿Prefieres morir de hambre?

                —Tengo dinero —se defendió.

                —Y yo tengo velocidad.

                Al final Camus fue el que más comió. Milo le había dado un cacho de su berenjena alegando que tenía cara de haber quedado con hambre. Después, se levantaron y fueron a contemplar la ciudad de nuevo, clavando la mirada, sobre todo, en la Ciudadela del gobernador, tan inmensa y alta que parecía alcanzar el cielo.

 

                                                                                              ***

Despertaron con un fugaz rayo de sol colándose entre las rocas de la grieta. Shura se levantó frotándose los ojos y se dio un fuerte golpe en la cabeza con el techo de piedra. Mu se revolvió a su lado y le dedicó una mirada soñolienta.

                —¿Estás bien? —Le preguntó incorporándose.

                —Sí, sí. No es nada. Me pregunto qué hora será.

                —Parece imposible saberlo.

                Se pusieron en marcha un poco después tras haber guardado la manta. El camino era pedregoso y había tramos donde se habían desprendido varias rocas. Por lo menos, decía Mu, no les seguía nadie hasta el momento.

                Un poco más allá se esfumaron las montañas negras y se abrió paso una llanura oscura con una especie de lago a uno de los lados. El agua estaba completamente en calma y Shura pareció advertir la presencia de un animal que bebía en él. Se maldijo a sí mismo por no llevar ningún arma para cazar. Cogió una piedra del suelo albergando la esperanza de alcanzarle. El animal no se movió cuando se acercaron.

                —Quédate atrás —le dijo a Mu.

                Ninguno de los dos tenía ni idea de qué animal era. En Monópolis solo tenían cabras, ovejas y vacas, al menos que ellos hubieran visto en persona. Se decía que en la Ciudadela los nobles tenían animales amansados que les hacían compañía, y Shura siempre se había preguntado cuánta comida deberían tener almacenada para no comerse a sus mascotas. Por supuesto, las calles estaban llenas de ratas. Muchas de ellas las cazaban los comerciantes, las asaban o las freían y las ponían a la venta para la gente desesperada por una cantidad miserable de dinero.

                Shura se acercó más a la criatura y esta alzó la cabeza, dejando de beber. Después de unos segundos en completo silencio, el animal continuó bebiendo y Shura aprovechó para lanzarle la roca a la cabeza, pero falló el tiro y la presa salió corriendo con un trote. El moreno se dejó caer sobre el suelo y Mu corrió junto a él, abrazándole.

                —No te preocupes, aún tenemos las latas —le susurró al oído.

                —Me había ilusionado pensando a qué sabría la carne recién cocinada —dijo en el mismo tono.

                Mu le dio un beso en la mejilla y Shura se levantó para besarle cálidamente en los labios. Quedaron prendidos del beso unos largos segundos hasta que Mu se separó de él y le dijo que tenían que continuar caminando.

                Escucharon un ruido lejano que les hizo ponerse alerta. Lo primero que se les pasó por la cabeza era que los guardias habían vuelto a buscarles con las motos. Luego, pensaron en un engendro que les había olido desde su cueva. Después, en una nueva catástrofe.

                Caminaron con los oídos atentos a cualquier sonido y, sobre todo, a ese, el cual fue disminuyendo con cada paso que daban, para su tranquilidad. Sin embargo, cuando ya creían que no había peligro en los alrededores, algo se movió bajo sus pies y una mano cogió de la pierna a Mu, quien cayó al suelo dando un grito de terror.

                Shura se apresuró a liberarlo de una mano esquelética que removía la tierra y atenazaba los pantalones de Mu. Empezaron a correr lo más rápido que les permitían las piernas, pero parecía que todo el suelo comenzaba a cubrirse de manos que se abrían paso entre la tierra y las rocas, tratando de llevárselos consigo. Entonces, a las manos les siguieron los brazos, y a los brazos les siguió el cuerpo entero de esqueletos con carne en podredumbre colgando de sus huesos y ropajes hechos jirones.

                Cuando creyeron haberlos perdido de vista, estos aparecieron ante ellos, cerrándoles el paso e impidiéndoles avanzar. Caminaban hasta ellos lentamente y con cada paso que daban componían una sinfonía de crujidos huesudos. Shura y Mu juntaron las espaldas dándose la mano, con el corazón latiéndoles con fuerza y la respiración entrecortada. Los muertos les habían cercado en un círculo de huesos y manos que se alzaban hacia ellos para cogerles.

                Cuando apenas les separaban unos metros de distancia, se dejaron caer sobre el suelo de rodillas y agacharon la cabeza lamentando haber escapado de Monópolis para terminar así. Nada que hubieran visto antes les había provocado tanto terror como el que sintieron en ese momento en el cuerpo. Pero un sonido motorizado les hizo regresar a la realidad. Era el mismo que habían escuchado hacía un rato.

                Un grito de victoria rasgó el ambiente y dos jóvenes en una moto de guardia de Monópolis se precipitaron contra los muertos, disparándoles con pistolas de láser y estampando la moto contra ellos. Los esqueletos dejaron de prestar atención a Shura y a Mu para centrarse en los guardias, caminando torpemente hacia ellos y cayendo uno tras otro al ser arrollados y disparados.

                Cuando no quedó ninguno del ejército de los muertos, tan solo los restos de huesos calcinados esparcidos por la tierra, Shura y Mu corrieron para ocultarse de sus salvadores, pero estos eran mucho más veloces con la moto aerodeslizadora y se plantaron frente a ellos bajando del vehículo con agilidad. Se percataron, entonces, que no vestían las ropas propias de los guardias de Monópolis y sus rostros no eran amenazadores.

                —¿Quiénes sois? —Les preguntó Shura cuando estos se acercaron.

                Parecían hermanos. Ambos tenían el pelo castaño corto y los ojos azules. Uno parecía mayor que el otro, pero los dos tenían la misma mirada amistosa.

                —¿Qué hacéis aquí? —Les preguntó el menor.

                —Huir, como todos. Yo soy Aioros —se presentó el mayor—, y él es mi hermano Aioria. Formamos parte de La Resistencia.

                —¿Qué es La Resistencia? —Preguntó Mu.

                —Si venís con nosotros os lo contamos. Parecéis agotados y llenos de preguntas. No creo que queráis que esos esqueletos nos pillen mientras hablamos.

                —Solo tenemos una moto —dijo Aioria.

                —Le dije a Aldebarán que nos esperase al otro lado del lago. Lleva su moto con él. Irán un poco apretados tres en una, pero se puede hacer sitio —se volvió hacia los otros y les sonrió para calmarles—. No os preocupéis, somos gente de confianza.

                Aunque no tenían la menor idea de quiénes eran aquellas personas, les siguieron igualmente hasta el otro lado del lado. Allí les esperaba un hombre corpulento y más alto que ellos con el cabello castaño cayéndole tras la espalda. Tenía expresión amigable y estaba mirando una vieja foto cuando ellos llegaron.

                —Entonces era cierto que había problemas —dijo Aldebarán.

                —El radar no suele mentir —dijo Aioria.

                —Volvamos a casa. No había nada por el este. Es una suerte que os hayan encontrado a tiempo. Sino, seguramente os habríais convertido en dos de ellos.

                Montaron en las motos y estas comenzaron a deslizarse a gran velocidad por la tierra. Media hora después llegaron a una casa de madera corroída por la catástrofe y la edad. Se bajaron de las motos. Aioros y Aldebarán las llevaron hasta dentro de la casa y las dejaron apoyadas junto a otras dos contra la pared interior.

                No había nada allí dentro, o eso les pareció hasta que Aioria sacó una llave del bolsillo de su chaqueta y abrió una trampilla en el suelo. Esta les dejó paso a unas escaleras no muy empinadas alumbradas a los lados por pequeñas bombillas. Shura no supo si sería una buena idea bajar con ellos. Quizá les estaban tendiendo una trampa, pero al ver que Mu ya había comenzado a descender, se armó de valor y les siguió hasta el fondo.

                Cuando los escalones desaparecieron se les presentó una puerta de piedra que parecía anclada a la pared. Con la misma llave, Aioria la abrió y entraron en una sala iluminada con antorchas. Las paredes eran todas de piedras, al igual que el suelo. Había siete camas de madera en la pared del fondo y una mesa rectangular grande en el centro de la sala con varios papeles, platos, cubiertos y bandejas con comida esparcidas sobre ella. Había huecos entre las piedras y Shura pensó que serían respiraderos. No eran mayores que su mano.

                Un hombre rubio de cabello lacio estaba echado sobre una de las camas con los brazos tras la cabeza y los ojos cerrados, pero no parecía estar durmiendo. En otra de las camas se encontraba sentada una mujer de cabello rojo que inspeccionaba una pistola láser.

                —Les encontramos —anunció Aioros dirigiéndose a ellos.

                La mujer se levantó y se acercó a ellos. Tenía los ojos marrones y la mirada seria.

                —Me llamo Marin —se presentó—. ¿Habéis escapado de Monópolis? —Ambos asintieron.

                —Estarán agotados —dijo Aldebarán—. Escoged una cama, tenéis suerte de que justo nos sobren dos.

                Shura y Mu se acercaron a las camas que quedaban libres y dejaron sus cosas sobre ellas. Aioros les invitó a que comiesen de la mesa todo lo que quisiesen, ya que en un rato iban a salir a buscar más comida. El rubio se levantó por fin y se encaminó hacia ellos mientras comían. Tenía los ojos de un azul intenso que brillaban al compás de las antorchas. Se sentó al otro lado de la mesa y Aioria fue a su lado.

                —Shaka no es muy hablador —les dijo.

                —Sobran las palabras. Ya se han dicho todas —dijo, y cogió una manzana rojiza de una de las bandejas.

                Pasaron los minutos entre bocado y bocado hasta que Aldebarán y Aioros salieron de la estancia para salir al exterior a por alimentos. Shura y Mu se quedaron con Marin, Shaka y Aioria sin tener la menor idea de cómo romper el hielo. Mu se percató de que mientras Aioria hablaba con Shaka, Marin no dejaba de mirar al moreno con tristeza y al rubio con rabia.

                —¿Cuál es vuestro motivo para haberos escapado? —Les preguntó la pelirroja.

                —Están buscando El Refugio, como todos —contestó Shaka.

                —Lo encontraremos —dijo Shura convencido.

                —Eso dicen todas las personas con las que nos hemos encontrado —esbozó una media sonrisa—. No tardamos mucho en encontrar sus rostros entre los muertos.

                Shura no quería desvelarle nada a ese desconocido. Ellos tenían un mapa, y tenían la certeza de que era el verdadero.

                —No digas eso —le espetó Aioria—. Cada uno persigue sus sueños como puede. El camino es difícil, pero si no lo intentan se arrepentirán —su expresión era seria y compasiva al mismo tiempo.

                —Lo viste, al igual que yo. El Refugio no existe. Es un vano intento de buscar un paraíso entre los escombros —se levantó de la silla y volvió a echarse sobre su cama, esta vez sacando un libro de debajo del colchón y sumergiéndose en la lectura.

                —No le hagáis caso —les dijo Aioria.

                —Shaka tiene razón —dijo Mu—. No sabemos si conseguiremos encontrarlo, pero no podíamos quedarnos en Monópolis.

                —Vosotros tenéis motos —dijo Shura—. ¿No habéis intentado llegar con ellas? —Marin ladeó con la cabeza.

                —No tenemos esa intención. Somos La Resistencia, nuestros planes son más prácticos.

                —¿A qué os dedicáis?

                —No es algo fácil de contestar —Marin se encogió de hombros—. Pero aún nos falta mucho para conseguir nuestro objetivo.

                —Necesitamos reunir gente —explicó Aioria—, para tomar Monópolis y liberarla de la miseria. Todos nos escapamos de allí hace tiempo con esa meta, pero a medida que pasan los días se hace cada vez más lejano. Aldebarán y mi hermano no dejan de darnos ánimos, pero pocas personas hay fuera de sus murallas, y nunca hemos encontrado otra civilización, u otro pueblo, o cualquier signo de vida que no quiera aplastarnos.

                La conversación terminó ahí. Nadie sabía qué decir y Shura y Mu solo pensaban en continuar su camino para encontrar El Refugio. Cuando cayó la noche, o eso les dijeron, durmieron abrazados en la misma cama. Shura le preguntó en un susurro que si tenía a salvo el mapa, y luego le pidió que mientras estuviesen allí no le quitase el ojo de encima por si acaso se enteraban de su existencia.

                El amanecer llegó más tarde de lo que hubieran querido.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. Espero que os haya gustado y dejéis comentarios con vuestras opiniones :3. En unos días subiré el tercero. 


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