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Dulce veneno por Murasaki Samurai

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POV's: Mikael


Bajé del coche de caballos a un par de manzanas de la dirección que Lyuken me había indicado en su nota, y me dirigí hacia allí a pie. El suelo adoquinado resonaba bajo el tacón de mis botines a cada paso, nada que ver con las calles de tierra en las que se encontraba la casa en la que nací. Londres era sin duda un lugar interesante, juntando tanta riqueza y pobreza en un solo punto, y me gustaría poder visitarlo más a menudo, pero por supuesto desde que había llegado a la casa de los Gosthem mis salidas al exterior se habían reducido prácticamente hasta desaparecer, si deseaba algo podía pedírselo a mi padre o hermanastro cuando hicieran una de sus múltiples visitas al centro.

Exhalé un suspiró de resignación mientras giraba la esquina, donde al fin pude encontrarme con él. La pequeña y coqueta cafetería estaba pintada en su exterior de un llamativo pero a la vez agradable color verde menta, y unas letras doradas sobre la puerta rezaban "The little corner. Coffee house.", y apoyado contra el escaparate de forma casual estaba el lord, vestido con una chaquetilla azul, el largo cabello recogido con un lazo malva y su permanente sonrisilla en los labios. Frente a el, tieso como una vara estaba el alemán que le había acompañado el día anterior, vestido con bastante más diligencia y recato, acompañado de un sombrero de copa baja. Crucé las manos y las apreté, preparándome para saludar, pero él me descubrió antes. 


-¡Mikael! Temía que no vinieses, quien sabe con esa familia tan estricta.-se rió con voz suave y me tomó la mano, inclinándose hasta besar mis huesudos nudillos.-Me alegra mucho que no haya sido así.


Notaba como el calor de todo mi cuerpo subía a reconcentrarse en mi rostro, y sin saber como reaccionar ante semejante acto, me incliné en una reverencia con cuidado de no chocar con él.


-¿Me ha citado porque desee tratar algún asunto en concreto?-pregunté con un hilo de voz.


-No realmente, solo me apetecía charlar, pero hagámoslo dentro, no hay prisa.-Se movió y abrió la puerta del establecimiento, haciendo sonar una campanilla de plata.- Recordaras a mi asistente Klaus, ¿verdad? Va a mantenerse toda la tarde con nosotros pero no te preocupes, él no molesta.


El alto y musculoso hombre se levantó el sombrero a modo de saludo y yo respondí con una inclinación de cabeza y después atravesamos la puerta.

El interior de la cafetería era tan pequeño como esperaba, de ambiente agradable y acogedor. Apenas había cinco mesas de diferentes tamaños, cubiertas de mantelillos de encaje y acompañadas de sillas de hermosos tallados en la espalda y lacadas en blanco, como en un modesto rococó.
Lyuken apartó una silla para que me sentara en una mesa frente a él, y tras nosotros se puso Klaus, en una mesa individual, vigilándonos pero disimuladamente. Enseguida una joven camarera se acercó y nos preguntó que deseábamos tomar; un rato más tarde trajeron a la mesa una fuente de tres pisos con scones, bocadillos, carrot cakes y muffins, más nuestras respectivas bebidas.

Miraba por el encima del hombro de Lyuken como servían café hirviendo a Klaus cuando su voz me sacó de mi mente.

 

-¿Prefieres el dulce o el salado?

 

Observé sorprendido cómo vertía té negro en mi taza mientras pensaba en una respuesta adecuada, pero a la vez sincera. No disfrutaba mucho de la comida en general, pero no quería decepcionarle por traerme a aquel lugar.

 

-Supongo que podría decirse que el dulce.

 

-¿Si? Yo también.-se rió mientras servía su propia taza, añadiendo dos terrones de azúcar después. Su risa era como un suave gorgoteo alojado en su garganta.- Quiero agradecerte una vez más que hayas venido, Mikael. Me fascinas. ¿lo sabes? Me gusta poder observarte cuando estás más tranquilo y fresco, siendo tu mismo. Cuando te conocí en la fiesta parecía que los botones de la camisa te estaban estrangulando.

 

-La ropa tiende a agobiarme bastante. Mi padre dice que...

 

Me detuve a mitad de la frase. Lo que iba a decir podría dejar a mi padre como un hombre de mal vocabulario, pero los ojos violetas del joven me miraban de forma serena, como prometiéndome que lo que saliera de mis labios quedaría exclusivamente entre nosotros.

 

-Que es porque soy el hijo de una prostituta, que llevo en la sangre la tendencia a estar desnudo.  Cuando vivía con ella éramos muy pobres y sólo tenía una camisa y un par de pantalones y todo me iba muy grande, yo opino que estoy más acostumbrado a eso que a todas las capas que llevo ahora.

 

-¿Disfrutabas más de tu vida antes que ahora?

 

Alcé las cejas sorprendido una vez más. No sabía si aquel hombre era capaz de ver a través de mi cómo si fuese de cristal o simplemente tenía una forma de pensar tan diferente a la de los demás que se parecía a la mía. Nadie antes me había hecho una pregunta semejante, en cambio en seguida comenzaban a recordarme lo afortunado y lo agradecido que debía de estar porque me hubiesen acogido y dado un estilo de vida decente y civilizado.

 

-Mi madre era dulce, atenta y cariñosa. Me enseñó a leer y a escribir, me contaba historias y cuidaba de mi a pesar de estar siempre trabajando o muy cansada. Sólo teníamos una cama que olía a humedad y naftalina, y aunque estábamos apretados yo dormía profundamente.

 

-Así que no es cuestión de la cama sino de la compañía.

 

Dió un sorbo de su taza mientras yo le miraba inexpresivo.

 

-No hay que ser muy observador para ver que normalmente no cuentas con el mejor de los descansos. Ni la salud en general.

 

-Simplemente es el estado natural de mi cuerpo, no obtengo un tratamiento distinto al de mis hermanos.

 

Cogí un scone y le dí un par de vueltas entre los dedos, haciéndome a la idea de comerlo sin poner demasiada cara de desagrado o neutralidad, seguro que aquel lugar encantador tenía una comida deliciosa. Puse un poco de mermelada de naranja amarga en un extremo antes de darle un mordisco bajo la atenta mirada de mi acompañante.

 

-Comprendo... a veces es complicado mantenerse despierto de día y dormir por la noche, yo por ejemplo me siento mucho más productivo sentado en el escritorio frente a la luz tenue de una lamparilla.

 

-¿Cierto?-respondí con un leve tono de alivio en la voz. Mi hermano solía enfadarse al verme dormir a todas horas y luego no dejar de dar vueltas en la cama. Yo también lo prefiriría del otro modo, tal vez así no me hubiese enterado de alguna de sus visitas. Lyuken parecía comprenderme bastante bien en todos los aspectos.

 

-El mundo está lleno de gente muy diferente, mi querido Mikael, por lo tanto hay muchas maneras distintas de vivir. Obviamente en su hogar no lo ven de este modo, pero no se sienta como un bicho raro, hay más gente como usted de la que piensa.

 

Sus palabras podrían no haber significado nada en especial, pero por algún motivo sus ojos morados brillaban de una manera misteriosa.

 

El desayuno se desarrolló tranquilamente, sin que ninguno de los dos comiéramos mucho, lo cual me hizo sentirme mejor por mi falta de apetito. Comenzamos a hablar de literatura y poesía y el tiempo comenzó a pasarse volando a mis ojos, Lyuken parecía conocer y disfrutar de las mismas cosas que yo, nunca pensé que podría tener una charla tan extensa sobre teatro griego.

Cada vez me abría y relajaba más con él, como nunca había hecho con nadie, con él me sentía protegido, en casa. Cuando las teteras se vaciaron me ofreció ir a ver una librería antigua y acepté sin siquiera pensarlo un segundo, habría dicho que sí sin importar el lugar.

Recorrimos juntos las calles de Londres, que me parecieron vacías al prestar toda mi atención al joven, aunque seguramente sería todo lo contrario; ni siquiera recordaba que Klaus nos seguía apenas dos metros por detrás en muchas ocasiones. Cuando era niño no recorrí mucho más que la calle en la que vivía, y desde que me mudé a la mansión apenas había salido unas cuantas veces y siempre acompañado de mi padre o mi hermano así que no sabía mucho de la ciudad; cuando se lo conté Lyuken se rió dulcemente y prometió enseñarme todos los rincones, pues a él le parecía un lugar lleno de gemas. Yo me guardé esa promesa en el corazón como algo sagrado.

Nos metimos en un pequeño callejón, donde solo había una tienda con un escaparate con el cristal empañado por el tiempo y el mal cuidado y un rótulo de madera en el que ponía "Scientia" como nombre del establecimiento con pintura negra que también parecía a punto de desvanecerse. Me abrió la puerta y después saludó al anciano pálido y consumido que había tras el mostrador, leyendo con una lupa un tomo enorme y desgastado. Mis ojos se abrieron como platos ante la asombrosa cantidad de libros que se amontonaban de manera desordenada por todos lados. La tienda contaba con dos pisos, ambos estrechos, unidos por una escalerilla de pino astillada y torcida y las paredes llenas de desconchones y humedades, pero no podía importarme menos el estado del entorno.

Recorrí emocionado cada rincón, rebuscando entre las estanterías como en una búsqueda del tesoro. Aquel establecimiento tenía muchos libros desconocidos, desde libros de texto antiguos, recreativos, novelas autopublicadas con una sola edición y montones de cosas más que jamás había visto; pasar las paginas amarillentas me hacía sentir un burbujeo en el estómago, una ilusión desconocida para mi desde hacía años. Lyuken y yo nos sentamos en las escalerillas, el uno junto al otro, y comentamos durante horas las diferentes obras que iba recogiendo con avidez. Allí, en la intimidad de la tiendecita, apoyé mis brazos sobre su regazo y recliné aventuradamente mi cuerpo contra el suyo mientras leíamos, sintiéndome arropado por las notas de lavanda, almizcle y cedro de su perfume.

 

-Parece que va siendo hora de que vuelva a su hogar, ¿no cree?

 

Alcé la cabeza y miré hacia la puerta, donde se podía apreciar la completa oscuridad a través del cristal. Mi corazón se sintió pesado y desolado al ver que la cita había acabado, mientras él se levantaba y se acercaba a hablar con el dependiente, no quería que el día acabase, no quería separarme de él, y menos aún para volver a aquella casa llena de hombres hostiles. Me levanté con pesadez al oír la campanilla que sonó al abrir Lyuken la puerta y la crucé con pesar, viendo a Klaus apoyado en la pared de ladrillo contigua, fumando en pipa mientras el sombrero ladeado le cubría los ojos, que me pareció reflejaron la luz de las farolas por un momento.

 

-Le conseguiré un coche de caballos, es peligroso para un joven como usted caminar solo por las calles a estas horas.

 

Suspiré profundamente mientras iniciamos la marcha hacia la calle principal y él se rió suavemente.

 

-No os apeneis, pronto volveremos a vernos, estoy seguro. Mire, le voy a dar un regalo.-Nos detuvimos y sacó del bolsillo interior del abrigo un libro pequeño con las tapas moradas gastadas.- La historia que cuenta es muy importante para mi, y creo que también lo será para usted, sin duda me gustaría saber su opinión. He apuntado mi dirección dentro para que pueda escribirme tan pronto como lo haya terminado y podamos hablar largo y tendido.

 

Lo cogí cuidadosamente y lo agarré con seguridad, no permitiría que el tomo sufriese ningún daño.

 

-Es usted muy amable conmigo, lo empezaré en cuanto llegue a casa.-le miré a los ojos, queriendo que supiese lo complacido que estaba aunque no supiese expresarlo muy bien.

 

Lyuken hizo un gesto con la mano y un cochero no tardó demasiado en acudir a él. Estiré una mano para agarrar su abrigo, sin querer irme de su lado, pero el la cogió con delicadeza y besó el dorso. Aquel cálido gesto de ternura hizo que un escalofrío me recorriese el cuerpo entero.

 

-He disfrutado verdaderamente de esta velada, Mikael. Me gustaría poder disfrutar de muchas más horas en su compañía en el futuro cercano, si eso le place.

 

Me miró con una sonrisa en sus preciosos ojos violetas y sentí como me derretía mientras le decía que yo también lo deseaba.


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