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Dulce veneno por Murasaki Samurai

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POV´s: Mikael

Con la cabeza apoyada sobre un gran libro que hablaba de medicina medieval dormitaba, sintiendo una enorme paz interior. No oía a los sirvientes hablar entre ellos en el pasillo cercano, nadie entró en todo el día a la biblioteca y el suave sonido de la brisa primaveral se colaba a través de las rendijas de la ventana, como si un hada me cantase una nana. Atesoraba aquellos momentos únicos de tranquilidad a mí alrededor y trataba de disfrutar de ellos, pues eran bien escasos.

Estaba comenzando a caer en los brazos de Morfeo cuando la puerta se abrió repentinamente y de manera casi estruendosa.

-¡Con que aquí estabas escondido! No sé cómo no se me ha ocurrido mirar aquí primero.-La voz grave y severa de mi hermano mayor rompió el silencio de aquella sala tan sagrada para mi, haciendo temblar los libros y haciendo que se escondiesen bien apretados en sus estanterías para que no les regañasen como a mi.- Levántate ahora mismo de esa silla, tenemos invitados.-Sonaba extraordinariamente airado, así que supuse que esta vez se debía a causas externas.

-Pero yo nunca salgo cuando hay invitados… -Cerré el volumen con cuidado y me puse en pie, mientras trataba de deshacerme de la somnolencia.

-Este es distinto, quiere que estemos todos.-Cuando me acerqué a la puerta me miró frunciendo aún más el ceño.- ¿A dónde pretendes ir con esas pintas?

-Es como visto siempre.-respondí con la débil voz de aquel que trata de reprimir los bostezos y desperezar su garganta.

-Das vergüenza.-escupió con repulsión.- Aún es un misterio para mí el por qué se te permite llevar el apellido de la familia si no haces otra cosa que ensuciarlo.-Sopló el aire por la nariz, como tratando de expulsar la rabia con él mientras se masajeaba el puente de la nariz con el índice y el pulgar.- He desperdiciado demasiado tiempo en buscarte y nos están esperando así que supongo que tendrás que ir así. Apúrate y ven conmigo.

Con un brusco giro salió de la estancia y caminó por el pasillo de manera enérgica, mientras yo intentaba seguirle el ritmo con mis débiles y aún entumecidas piernas.

No era capaz de figurarme quien sería aquel invitado. Si solamente yo hubiese sido llamado habría entendido que sería Lady Heiforth o cualquier otro similar que querría pedir mi asistencia a alguna de sus fiestas para tocar el piano o algo por el estilo, pero Walden había dicho que todos habíamos sido requeridos, así que algo de curiosidad se revolvía en el fondo de mi estómago.

Mi sorpresa fue mayúscula al ver a Lyuken sentado con deliberado descaro sobre uno de los sillones del salón donde se recibían las visitas. Si bien era cierto que había oído que pidió nuestra dirección nunca pensé que se presentaría en la casa. Tan pronto. Y seguramente sin avisar, porque si así hubiese sido estaba seguro de que habría oído múltiples quejas por parte de Walden o mi padre a todas horas desde la llegada de la noticia hasta la misma visita.

Ya dispuestos en la sala se encontraban Louise, vestido con su chaqueta azul preferida, que siempre usaba en ocasiones especiales, muy recto y con las manos a la espalda, como un pequeño soldado; y a su lado Elisabeth, ataviada con un pomposo vestido en un color lila suave con detalles en blanco, como una princesita feliz. Ella se giró totalmente al vernos aparecer mientras que Louise solo nos dedicó una discreta mirada.

-¡Walden! ¡Lyuken! ¡Habéis tardado mucho!

-Disculpadnos.-Walden ladeó levemente la cabeza acompañando sus palabras.

-Mi otro hijo, Alexander, no se encuentra con fuerzas de asistir a la velada, espero que pueda comprenderlo…-comenzó a excusarse mi padre antes de ser interrumpido por Lyuken.

-Lo sé, lo sé, soy conocedor del continuo estado de convalecencia en el que vive su hijo de diecisiete años. Es una pena, pero si lo mira por el lado positivo, seguro que posee la delgadez y el tono de piel descolorido y fantasmagórico que las mujeres de este país tanto ansían conseguir.-Se levantó del sillón riendo tras dejar un leve estado de conmoción en la sala entera, mientras que un hombre enorme y de rasgos duros que había tras de él le susurraba palabras de réplica que no alcancé a oír, pero que era fácil de suponer que eran para pedirle que mantuviese un poco de respeto.

Pude notar la tensión en el cuello de mi padre y los puños de mi hermano mayor cerrados de manera casi violenta y me supuse de antemano que de algún modo aquello traería consecuencias sobre mi persona. Paseé los ojos por el resto de la estancia tratando de adivinar inútilmente que sucedería a continuación o cual era exactamente mi papel allí.

Lyuken estaba elegante pero casualmente vestido con su pelo castaño algo largo al estilo francés recogido en una fina coleta que caía sobre su hombro. Llevaba el traje gris ajustado con delicadeza a su cuerpo esbelto compaginado con un chaleco de terciopelo purpura que asomaba juguetonamente bajo la chaqueta abierta, dándole un punto de luz a la sobriedad del atuendo, un poco como él mismo era y se podía ver desde la distancia. Un punto de color descomponiendo el conjunto de escalas de grises que era la sociedad.

-Hum… Estaba muy interesado en conocerlos a todos. La familia Lyuken es muy popular entre la gente hoy en día. Un cabeza de familia apreciado por todos con un primogénito tan prometedor y un polémico hijo bastardo que con tanta compasión han acogido.-Rió mientras caminaba un poco por la sala, inspeccionándola con sus ojos violetas. Quise abrir la boca para negar que yo era una figura polémica, pero sentía a mi padre y a mi hermano listos para levantar las armas contra él así que decidí mantener silencio y permanecer invisible.-Aunque también están el enfermito, la niña guapa y el niñito que no sé ni su nombre siquiera así que nada muy importante habrá hecho supongo.

-¿Ha venido aquí con el propósito de humillar o importunar a mi familia, señor Heardsong?-interrumpió con tono serio y cortante mi padre.

-¿He dicho algo malo?-Lyuken le respondió con una mirada de desconcierto genuino.

-Disculpe a mi señor, Lord Gosthem. Su lenguaje puede parecer poco respetuoso pero de veras no quiere hacer sentir mal a nadie ni viene con intenciones negativas. Ruego disculpe sus palabras, aún tiene que mejorar su trato con los demás. Siempre ha sido un hombre sencillo y aún no comprende que uno puede crear malentendidos si no habla de manera adecuada y respetuosa.-El hombre alto que le acompañaba se inclinó levemente remarcando su disculpa.

Harry pareció satisfecho con eso, pues incluía cierta humillación hacia el joven señor, como si fuese un niño que aún estaba tratando de aprender modales en la mesa con torpeza.

-Está bien, pero procure que su amo mida lo que dice. No pasaré otra más.

-Si, mi lord.-La voz del hombre era tan fuerte y profunda que causaba un estremecimiento en mi, manteniéndome clavado en mi sitio. Tenía un deje germánico en el arrastrar de las palabras que le daban cierta vuelta más oscura.

-¡Ah, Klaus, que bien hablas! Se me erizan los cabellos con tu dicción, siento mariposas en el estómago cada vez que te disculpas por mi.-bromeó él con un tono satírico y sarcástico en la voz y llevándose una mano dramáticamente a la frente, como una dama al borde del desmayo, lo cual arrancó unas carcajadas inocentes de mi hermana.- Bueno, ¡Hoy hace un día espléndido! Salgamos al patio y demostradme como os divertís en esta casa.

-¡Si!-exclamó Elisabeth emocionada y salió corriendo haciendo resonar los pequeños tacones de sus zapatos blancos de charol.

Siguiendo los deseos del invitado todos se movieron al patio y pronto Louise propuso enseñarle a Lyuken sus habilidades de tiro, tratando de demostrarle que era tan bueno como Walden y ganarse algo de reconocimiento ante él, con mi hermano mayor vigilando de cerca.

Aún si al principio todos prestaban atención a Louise pronto la escena se dispersó y él acabó perfeccionando sus tiros junto a Walden. Mi padre acabó hablando amistosamente con el hombre enorme que había resultado ser un mayordomo de la confianza de Lyuken y Elisabeth empezó a recoger algunas flores del jardín.

Yo me retiré elegantemente a un lado y me senté al pie de un árbol, sin querer regresar a dentro por temor a ser regañado pero sin permanecer en ningún núcleo. Mis ojos comenzaron a cerrarse con pesadez, recuperando el sueño en el que estaba en la biblioteca cuando noté una presencia sentarse junto a mí. Mis cejas se arquearon levemente al verle recostarse allí, con la fresca naturalidad que le acompañaba donde fuera que fuese.

-Esplendido jardín es este del cual disponéis. Hum… que frase tan elaborada, ¿no?-rió.

-Supongo.

-¿Cuál de las cosas supones?

-Ambas. Supongo.-contesté tras una breve pausa.

Él me miró unos segundos y luego comenzó a reír, con todo su cuerpo temblando y sus ojos violetas centelleando divertidos, reflejando la luz solar.

-Eres una persona muy interesante… Mikael Gosthem.

-Solo soy una sombra mi señor. No merezco sus atenciones. Debería centrarse en Elisabeth.

-¿Por qué? Cuanto insistís con ella.-suspiró.

-¿No venís para cortejarla?

-Yo he venido a verte a ti.

Un torbellino de pura confusión retorció mis entrañas. Por un lado, el extraño alivio que se asentó bajo mi estómago al saber que no venía a por mi hermana, y por otro, el interés que alguien como él podía tener en mí, mientras me mantenía una mirada seria y decidida con aquellas gemas extrañas que tenía como ojos.

Mis labios se separaron levemente para preguntar un por qué, pero nuestra conversación se vio interrumpida por la aparición de Elisabeth, que llegaba con las mejillas enrojecidas de timidez y una corona de margaritas en las manos.

-E… ¡Esto es para ti, Lyuken!-clamó mientras la colocaba sobre su cabeza, como una discreta e infantil declaración de intenciones.

-Ooh… un regalo tan bello como la señorita que lo hizo. Muchas gracias, mi lady.-La niña rió ruborizándose aún más, para luego tomarse el lujo de tumbarse junto a mí y apoyar su cabeza en mi regazo.

-¿¿De qué hablabais??

-De lo maravilloso que es el jardín de vuestra casa, damita.-la sonrió él.

Mi hermana pronto robó la atención del invitado y comenzaron a hablar entre ellos, y yo me mantuve callado sin interrumpirles, dejando a mi cuerpo descansar contra el tronco del árbol.

Elisabeth era una pequeña niña con un corazón bondadoso y un aura pura. Cuando llegué a la casa ella aún era un bebe de apenas tres años y ni siquiera podía comprender que me diferenciaba a mi del resto de sus hermanos, así que acabó pegándose a mí en un inicio por pena, luego desarrollando un gran cariño por mí, pues era el único que parecía prestarla atención en aquella casa de hombres. Aún si más adelante le fue explicado que yo era un bastardo y el modo en el que me había unido al círculo familiar sin edulcoramientos, ella no cambió su trato hacia mí. Resultaba bastante reconfortante aún si era por parte de una niña y seguramente me dejaría a un lado de su vida al llegar a la adolescencia por lo que los demás pudiesen pensar.

Ella miraba a Lyuken con un brillo en los ojos y las mejillas rojas como manzanas que representaban el enamoramiento platónico infantil ante un hombre tan apuesto que había depositado toda su atención y gentileza sobre ella aunque fuese tan solo unos minutos. La posibilidad de que le matrimonio se concertase entre ellos era bastante tangible y real que para mí era ya un hecho. Además seguramente Elisabeth no opondría ningún tipo de resistencia así que los acuerdos irían como la seda. Cerré los ojos alegrándome por ella pues sentía que Lyuken la trataría bien y me pregunté cómo me había dejado hacerme la impresión de que alguien estaba interesado en mí, por segunda vez y además, la misma persona, aceptando mi destino en total soledad con tranquilidad.

Durante el resto de la velada, fuese cual fuese la actividad o dirección, aún si traté de retirarme numerosas veces, acabé acompañando a la pareja, siempre atraído al centro por uno u otro, aunque reconozco que acabé divirtiéndome un poco. Elisabeth era tan dulce y Lyuken tan inteligente y culto que quedaba atrapado por su mística aura, aún si nuestras conversaciones no podían profundizarse mucho por las intervenciones de la pequeña. Ansiaba poder tener al menos una conversación a solas con él, que aquellos ojos que me dedicaban miradas que no lograba descifrar de vez en cuando se mantuviesen fijos en los míos hasta que pudiese entender aquello que parecía querer decirme, sintiendo un nudo en la garganta ante estos deseos.

Finalmente se hizo la hora de que regresase a su casa, habiendo el sol ya caído. Todos nos encontrábamos ahora en el recibidor, despidiéndonos con los habituales rituales obligados por el hecho de ser una familia aristocrática y no porque ninguno quisiese realmente decir cualquiera de esas cosas. Lyuken se despidió de mí el último (como era natural al ser el miembro de menos prestigio) tras lograr que Elisabeth soltase la manga de su chaqueta entre pucheros.

-Gracias por dedicarme su tiempo y permitirme ver su hermosa casa.-me tendió la mano para estrecharla.

-No es mía, pero me alegra que haya quedado satisfecho.-contesté monótonamente y correspondí su gesto, notando como deslizaba un pequeño papel por la manga de mi camisa, muy discretamente, sin que nadie más lo notase.

-Ojalá volvamos a vernos pronto, Mikael Gosthem.-se despidió con una sonrisa que para mí significó algo muy distinto que para el resto de los presentes.


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